Andanzas en la facultad (4)

Hugo tratará por todod los medios de olvidar a Lorena.

Continuación de "Andanzas en la facultad (3)" escrita por SPAZZ.

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  • ¿Ya estás despierto, Hugo? ¿Estás mejor?

Esa voz... La reconoció al rato, pero tenía que asegurarse de que era de quien tenía en mente... Con algo de esfuerzo, abrió los ojos y, efectivamente, era ella: La muchacha con quien había estado conversando durante la fiesta mientras Lorena se dejaba montar por otros dos muchachos en ese rincón...

  • ¿Y cómo llegué yo aquí?

  • Tranquilo, Hugo, te voy a explicar qué pasó...


La imagen delante de los ojos de Hugo fue borrosa durante los primeros instantes. Luego, se aclaró y pudo ver a la muchacha que le sonreía. "Te voy a explicar lo que pasó…", le había dicho. Sus recuerdos estaban demasiado fragmentados, sólo recordaba imágenes sueltas después de descubrir a Lorena follando como una puta. Lorena… ¿Por qué le seguía doliendo tanto lo que le había hecho? ¿Todo había sido un montaje, una puesta en escena para que le doliera hasta el alma? ¿Se había imaginado el amor de sus besos, de sus caricias, el placer de sus orgasmos cuando, desnudos y sudorosos, se amaban sobre las sábanas sucias de su cama?

  • ¿Qué… Qué pasó anoche?- Hugo tenía miedo de preguntar, como si la laguna mental respondiera a un mecanismo de su mente para borrar los malos recuerdos.

Ante él, seguía sonriendo esa muchacha. Se llamaba Luz… Luisa… no, Lucía, eso, se llamaba Lucía. Hugo seguía recordando esas imágenes, sueltas, como si sus ojos hubieran sacado fotografías cada cierto tiempo para hacerle saber que nada era una sueño ni una pesadilla. Esas imágenes. Un puño impactando en una boca… nudillos cruzados por un leve corte sanguinolento… esa muchacha… Raúl… Una figura, rubia y oscura, arrebujada en una gabardina mirándolo directamente a los ojos desde la puerta de un pub… Un cuarto de baño, cuatro líneas blancas… Dos pechos, desnudos y gloriosos, recibiendo sus caricias… La cabeza le dolía horrores al intentar acordarse de toda la noche.

  • Yo te diré lo que pasó

Mientras Hugo se dejaba caer hacia atrás, como abatido por el dolor de cabeza que le atenazaba, mediante las palabras de Lucía empezó a recordar qué había pasado desde que descubrió a Lorena traicionándolo, apuñalándole el alma

Ante él, Lorena no paraba de gemir, con su delgado cuerpo lleno y abierto por esos dos invasores. Los muchachos empezaban a acompasar las embestidas, lo que aumentaba el placer de la muchacha. Hugo, de pie, con los ojos abiertos, completamente petrificado, veía la escena con la lágrima temblándole en el ojo. Luego, Lorena se giró, y lo miró a los ojos con esa expresión en la cara. Esa sonrisa perversa, esas mejillas arreboladas por la excitación, la frente, como el resto de su piel desnuda, sudorosa, caliente… Y entonces, no hubo duda, mirándolo, viendo cómo se le rompía el corazón a Hugo, Lorena se corrió. El orgasmo le recorrió todo el cuerpo y le dejó las piernas temblando, mientras los muchachos seguían con sus embestidas. Y otro. La muchacha volvió a correrse, casi sin tiempo de recuperarse del anterior clímax. Esos clímax que Hugo creía conocer tan bien.

  • ¡Eh! ¿Qué te parece tu novia?- Le dijo a Hugo desde su espalda, el muchacho que lo había atraído hasta ella, poniéndole una mano en el hombro.

Cuando Hugo se giró, y vio esa sonrisa en la boca del joven, toda la rabia que estallaba en él se concentró en su puño. Golpeó, con furia increíble, la barbilla del muchacho, que, sorprendido, no pudo evitar el puñetazo. El dolor le envolvió la mano. "¡Joder! Esto no es como en las películas", fue lo que pensó. Sin embargo, el dolor de la mano no era nada comparado con el del alma. Salió corriendo del estacionamiento; no sabía adónde ir, no pensaba con claridad, se detuvo delante de la puerta del local, y, aún llevado por la ira, gritó y le pegó tremenda patada a un coche, cuya alarma empezó a sonar, avisando al dueño del castigo al que estaba siendo sometido.

  • ¿Qué te pasa, Hugo?- Era Lucía, la chica con la que había estado hablando y bailando, que había salido al oír el escándalo.

Hugo la miró fijamente. La rabia, la traición, seguían latentes en lo más hondo de su ser. Pero ya vería Lorena que no le iba a costar trabajo olvidarla. Decidido, se acercó a Lucía, la agarró de la nuca y casi podría decirse que la obligó a besarlo. Podría decirse, si no fuera por el hecho de que ella le correspondió con igual o mayor empeño incluso.

  • Mmmmpppfff…- Lucía intentaba decirle algo, pero sus labios estaban ocupados con los del muchacho hasta que él, quizá saciado su ataque de rencor, los dejó libres por un momento.- ¿Y Lorena?- pudo decir cuando el muchacho liberó su boca.

  • Lorena no existe.- contestó, y la volvió a besar.

Lucía volvió a aceptar esa boca, dura y agresiva, que se juntaba con la suya. No en vano era la boca con la que soñaba… Hugo… En sus adentros, llevaba semanas colada por ese joven de robusto cuerpo y sonrisa fácil. Mientras lo besaba, abrió los ojos un momento, el momento exacto para ver a Lorena salir del estacionamiento, recomponiéndose sus ropas, seguida de uno, dos, y hasta tres compañeros. Uno de ellos iba sangrando por la boca, apoyándose en su amigo. Sea como fuere la forma en que se hubiera dado el golpe, le había hecho el daño suficiente como para hacerlo marearse.

Cuando Lucía vio que Lorena salía con una sonrisa, y con la ropa sucia de sudor, intuyó lo que había pasado: Él había descubierto a su chica con otro y, a la hora de la pelea, dos amigos del traidor le habían ayudado a que Hugo no lo matara. Y le dolió el alma lo que su amor habría tenido que ver. Se sintió feliz de lo que estaba haciendo. "Mira Lorena, mira aquí, éste es tu Hugo, no le va a costar olvidarte entre mis piernas.

Efectivamente, cuando la vengativa joven los vio, se le torció el gesto. No se esperaba esa reacción de su ya ex-novio. El muchacho volvió a separarse de Lucía y le dijo algo.

  • Vámonos a otro sitio.

A Lucía sólo se le ocurría un sitio más para ir con Hugo. Y no quería. No tan pronto. Ella no era de las que se iba a la cama a las primeras de cambio. Aunque hubiera estado dos noches seguidas masturbándose pensando en ese chaval, aunque lo deseara con pasión.

  • ¿Adónde?- Lucía lo dijo con cierto temor. Sabía que si Hugo decía algo de su apartamento, ella debía decir no, pero que a lo peor eso significaba que él se alejara de ella. Sabía que si Hugo decía algo de eso, ella acabaría aceptando, prendada de esos ojos negros.

  • Verás, mi hermano inaugura con un amigo un local en la ciudad, si quieres podemos pasarnos.

  • Me parece perfecto.- contestó Lucía, y ahora fue ella la que se arrimó a él y, atrayéndolo por la nuca, lo besó con pasión, recreándose en la mueca de rabia que, detrás del muchacho, tenía Lorena.

  • Venga, vamos.- dijo la muchacha, finalmente, soltando su boca y entrelazando su mano en la suya.

  • Busquemos un taxi.

Y de allí salieron, a la carrera, cogiéndose las manos. Antes de marcharse, Hugo echó la vista atrás y enfrentó su mirada a la de Lorena. Las dos rabiaban.


La noche era oscura. Más aún en aquél rincón donde la única farola estaba rota. Hugo y Lucía se besaban, envueltos en pasión, esperando a que algún taxi se atreviera a recorrer esa calle olvidada. Las manos del chaval cada vez eran más personales, más íntimas con el cuerpo que tenía ante él, entre su propio cuerpo y la pared. Sus dedos ya no se conformaban con sobar los pechos de Lucía por encima de la ropa: ahora buceaban dentro de la camiseta, dentro del sujetador, y acariciaban con rudeza esos pechos pequeños, de pezones hinchados, que se estremecían a cada caricia. Lucía sólo se atrevía a gemir, pegada su boca al oído de Hugo, mientras lo abrazaba, estrechándolo aún más contra ella.

La joven se sentía en la gloria. Era él, el chico que le gustaba, el que la estaba acariciando, el que estaba bajando la mano por su vientre, el que desabrochaba sus vaqueros para poder acceder más fácil a sus braguitas, el que le hundía la mano en la ropa interior y le sobaba el sexo mojado. Lucía sentía escalofríos cada vez que esa mano reanudaba el ataque sobre su sexo, le temblaban las piernas cuando los dedos de Hugo se internaban entre su vello púbico y le tocaban el clítoris hinchado. Tanto le temblaban que tuvo que enredarlas con las de Hugo, para no caerse de rodillas.

  • Mmmmpfffssiiii… -Lucía gemía, y el gemido truncó las palabras que quería decir.- un taxi

  • ¿Qué dices?- Hugo, concentrado en lo que estaba haciendo, no la había escuchado.

  • Un taxi… Hay un taxi…- susurró, con la voz jadeante.

Hugo se giró y vio al vehículo avanzar por la calle. Corrió a detenerlo y lo consiguió. Lucía intentaba recuperar la compostura. Estaba cada vez más caliente, las caricias del joven la habían puesto a mil. En ese momento deseó estar encima de una cama. Siete minutos después, mientras Hugo y Lucía se magreaban todo lo posible en el asiento trasero del vehículo, llegaron a la puerta del local. Pagaron al taxista y Hugo se colocó la verga, endurecida de excitación, de tal forma que se disimulara en los pantalones, para no andar pregonando la erección que tenía.

Entraron en el local y no tardaron en dar con Raúl, que llevaba un vaso de cubata en una mano, mientras con la otra abrazaba a un pibón de pechos gigantescos.

  • ¡Coño, Hugo! ¡Al final has venido! ¿Es esta Lorena?- preguntó su hermano, mirando a la acompañante de Hugo, con la lengua trabada por el alcohol.

  • Lucía, se llama Lucía.

  • Lorena, Lucía… ¿Qué más da? ¡Lo importante es que está buena!- gritó, y Lucía bajó, intimidada, la vista, pero agradeciendo el cumplido con una sonrisa.- ¡Tomad!- Les dio un combinado a cada uno.- ¡Invita la casa!

La música sonaba fuerte, la gente bailaba y la fiesta parecía no querer acabarse de momento, no como la fiesta del Centro de Estudiantes, que ya estaría finalizada.

  • Espérame un momento, Hugo, voy al baño.- Le dijo al oído Lucía, cuando hubo dado cuenta de su bebida.

  • Ok.

Hugo se puso a charlar con su hermano, pero entonces se dio cuenta de algo. De alguien, mejor dicho. En la puerta del local, arrebujado en un abrigo oscuro, un hombre lo miraba fijamente a los ojos, y su mirada parecía abrirse camino entre el mar de gente. La rabia parecía marcarse en sus facciones que, de otro modo, podrían incluso ser atractivas para una mujer. Rubio, de ojos verdes, su mirada poseía un aura de tristeza y furia que asustaba.

Extrañamente, a Hugo le resultaba familiar. Y, sin saber por qué, a la cabeza le vino

  • ¿…Lorena?- le preguntó Raúl.

  • ¿Qué?

  • ¡Lucía! Que se llamaba Lucía, perdona… ¿Dónde está Lucía?

  • en el baño

Hugo volvió a mirar hacia la puerta, pero el hombre ya había desaparecido.

Lucía, por su parte, estaba sentada en uno de los cubículos de los baños de mujeres. Con un pañuelo de papel, intentaba secar un poco su sexo excitado y sus braguitas húmedas. Esas caricias de Hugo la habían puesto cachonda como una perra en celo. Tenía la certeza de que, aunque fuera por despecho, Hugo iba a acabar esa noche haciéndole el amor. Y ella iba a hacer lo posible como para que esa noche no la olvidara.

El joven estaba, en ese momento, en el otro baño. Ante el espejo, el agua con la que se mojaba la cara malamente disimulaba sus lágrimas. Lorena… ¿Cómo podía haberle hecho todo eso? ¿Era tan fría? ¿Tan manipuladora? ¿Tan puta? Su reflejo le escupía la verdad a la cara. Le había dolido, y mucho. Aunque tratara de taparlo con Lucía, Lorena le había jodido bien jodido. A sus espaldas, uno de los cubículos se abrió, mostrando a cuatro chavales que rodeaban la taza del báter. Sobre la tapa, cuatro líneas blancas esperaban una nariz que las esnifara.

  • ¡Eh! ¡Tú eres el hermano del Raúl! ¿No?- Hugo asintió, olvidándose de las lágrimas.

  • ¿Quieres una?- le dijo otro, extendiéndole un billete enrollado.

"¿Por qué no?" Pensó Hugo. "¿Qué podría empeorar? Ya estoy bien jodido, a lo mejor se me olvida todo…"

  • No, gracias.- dijo, al fin, saliendo del baño, y buscando a Lucía con la mirada. No la encontró.

  • ¡Eh, cariño!- Dos manos pequeñas y suaves se posaron sobre sus hombros. Lucía salía del servicio de mujeres y se le había echado a la espalda. Hugo se giró y se encontró con Lucía besándolo con pasión.

Mientras se besaban, tanto Hugo como Lucía sobaban el culo compañero. Los dos sentían el calor que desprendían unirse… Se tomaron otra copa, y salieron de allí.

  • Vivo por aquí cerca…- susurró Lucía.- Si no te apetece coger un taxi, puedes acompañarme… Vivo sola.

Hugo sonrió. Era la declaración de intenciones menos suave que jamás había escuchado.

  • Vamos…- respondió, antes de besarla por enésima vez.

Llegaron a la casa a oscuras. Hugo no necesitó encender las luces para seguir a Lucía hasta la habitación. Ya allí, empezaron a desnudarse. La verga de Hugo emergió, dura y dispuesta, de sus slips blancos. Lucía se desnudó y a la nariz del joven llegó el inconfundible aroma a hembra, a hembra en celo.

Lucía se arrodilló ante él, y metió la verga del muchacho en la boca. Su lengua jugueteó con la punta del miembro, arrancando un gemido de boca de Hugo. Decididamente, la muchacha sabía lo que hacía. Lamía los huevos con fruición, chupeteaba cada centímetro de miembro endurecido que temblaba y latía en su boca. Y no se separó hasta que Hugo la detuvo. No quería correrse en su boca. Quería disfrutar de su sexo, y por eso la llevó casi en volandas a la cama. La muchacha soltó un débil grito al verse levantada del suelo como un papel en una corriente de aire. Con suavidad, Hugo depositó a la joven en la cama y comenzó por besar sus pies desnudos.

Lucía no pudo evitar una risilla cuando Hugo atrapó su dedo gordo en sus labios. Y luego, cuando fue bajando, el tipo de cosquillas fue cambiando paulatinamente. Ahora eran caricias que la calentaban, y en vez de reírse, gemía. Más aún cuando sintió su lengua depositarse sobre su clítoris. Pegó un respingo y aprisionó la cara del joven con manos y piernas, a la vez que un gritito de placer escapaba de su boca.

Hugo tardó dos segundos en continuar. Dos segundos en los que Lorena volvía una y otra vez a su mente. Tanto tiempo. Y todo el rato jugando con él, sin que él se enterara. Maldita puta.

Con rabia, reanudó su trabajo sobre el sexo de Lucía. Su lengua se movía con fuerza, quizá demasiado dura, pero, lejos de quejarse, Lucía gemía de placer, una y otra vez, mientras su sexo lubricaba más y más.

Luego, poco a poco, Hugo fue trepando por el cuerpo de Lucía, apuntando su verga dura a su sexo, y penetrándola con saña. Eran los suyos movimientos cada vez más duros, más despreocupados con Lucía, más agresivos, más invasivos. Y Lucía, que se sentía envuelta en una nube de placer, aunque la fuerza de las embestidas empezaba a hacerle daño en las caderas y en el sexo, no podía decir nada, por que cualquier palabra se le quebraba en una sarta de gemidos que avisaban de la cercanía de su orgasmo.

Se corrió. Todo su cuerpo se convulsionó, mientras gritaba y su sexo se derramaba. Pero Hugo seguía con las embestidas, apagando sus gritos con sus besos. Y Lucía volvió a correrse, dos veces, antes de que Hugo acabara en ella. Al final, su sexo desbordaba flujo y semen. Se sentía llena y exhausta, había sido mejor, mucho mejor de lo que jamás había soñado. Hugo… Mientras se acostaba a su lado, con una sonrisa de oreja a oreja, Lucía supo que se había enamorado. Sin embargo, al chaval se le quebró la sonrisa.

-¡Mierda! No me he puesto condón.

  • Da igual, tengo píldoras.- Dijo Lucía

  • Perfecto. Entonces… ¿Preparada para una segunda ronda?- El sexo de Hugo estaba otra vez duro y, aunque a Lucía le dolía un poco la vagina, la excitación pudo más que ella y se puso a cabalgarlo.


En ese momento, en otro punto de la ciudad, en la calle, un hombre, rubio y de ojos verdes, arrebujado en un abrigo, agotaba un cigarrillo tras otro mientras esperaba que Lorena volviera a su piso. Se giró, asustado, al oír una sirena, pero el coche de policía pasó de largo, sin siquiera mirar a la calle donde él estaba. Con paso firme y alegre, Lorena volvía a su hogar, maquinando en su cabeza su próximo paso. La siguiente en tener que ser castigada era Julia, la otra niña del grupo. A Carmelo y a Hugo los había podido castigar usando el sexo. ¿Podría hacer lo mismo con Julia? Posiblemente. Aunque no sabía si antes jodería un poco a la puta de Lucía. ¡Quitarle así la posibilidad de ver a Hugo derrumbarse! ¡Sería puta! A lo mejor un día de estos haría que se arrepintiera, pero lo primero era lo primero. Lucía, José, Luis y Tomás. Su venganza estaba en marcha y ya nadie podría pararla. Se metió en su casa, abstraída en sus pensamientos, sin ver a la oscura figura que la observaba desde el otro lado de la calle.


  • Ya me acuerdo de lo que pasó…- susurró Hugo.- ¿Cómo olvidar algo así?- dijo, agarrando a Lucía de la cintura, y tumbándola en la cama.

  • ¡Ay, bruto!- respondió, Lucía, entre risas.- ¿Aún me duele lo de anoche y ya quieres repetir?

  • Por supuesto, nunca me canso de ti


Y en ese justo instante, alguien tocó a la puerta de la casa de Lorena.

  • ¿Quién será?- preguntó la chica, corriendo a abrir.

CONTINUARÁ