Andanzas en la facultad (2)

(SEGUNDO CAPÍTULO) Los primeros días de facultad son una sorpresa constante para Hugo.

Continuación de "Andanzas en la facultad (1)" escrita por Spazz.

http://www.todorelatos.com/relato/41243/


ANDANZAS EN LA FACULTAD (2)

ACLARACIÓN INICIAL:

La presente serie de "Andanzas en la Facultad" será resultado de un trabajo conjunto hecho por dos autores de TR:

-> SPAZZ ( http://www.todorelatos.com/perfil/263839/ ), quien se encargará de escribir y publicar los capítulos impares.

-> Caronte ( http://www.todorelatos.com/perfil/515029/ ) quien se encargará de escribir y publicar los capítulos pares.

Comentarios, opiniones y/o recomendaciones serán bienvenidos. Esperamos que el resultado sea del agrado de los lectores.


Hugo devolvió su verga a su sitio, dentro de los calzoncillos. Miró al techo, como intentando asegurarse de que todo era real, de que seguía estando entre cuatro paredes y no en un campo de ensueño. El silencio lo abrumó en la soledad del aula. No quiso pensar más en lo ocurrido, así que recogió su mochila del suelo y salió por la puerta.

Por un momento estuvo desorientado. El edificio le era desconocido todavía, y necesitó de un par de segundos para ubicarse. Luego, ya, enfiló hacia su derecha, por el largo pasillo que desembocaba en una amplia sala que actuaba de nexo entre todos los caminos de la facultad. Iba andando, pensando en Lorena e intentando dejar de pensar en ella, cuando sus ojos golpearon con una bella visión. Aquella profesora que vio en el auditorio caminaba por el pasillo en dirección contraria a la suya. Ni se acordaba de su nombre ni de lo que dijo, pues no prestó atención a sus palabras cuando ella se dirigió a los alumnos.

Fijó su vista en las despampanantes caderas de la mujer, con su movimiento de exagerado vaivén que le revolvió la fiera inquieta que guardaba en los pantalones. Lorena acababa de desaparecer de su mente, ahora sólo había cerebro para esas caderas, esos labios pintados con un carmín rojo intenso, esos pechos generosos, que parecían con ganas de hacer explotar su traje.

Cuando pasó por su lado, Hugo no pudo evitar girarse para contemplar el culo de la mujer. El agradable trasero llenaba la minifalda de corte ejecutivo con sus rotundas curvas.

  • ¡Eh, niñato! ¡Mira por dónde vas!

Perdido en la contemplación del cuerpo de la profesora, Hugo había acabado chocándose con un par de alumnos mayores, de tercer o cuarto curso, que le recriminaron su embobamiento.

  • P-perdón.- siseó, disculpándose.

Cuando quiso volver a girarse, la profesora ya había desaparecido del pasillo. No pudo evitar un gruñido, pero acto seguido, Lorena volvió a su mente. "Después de Mate Básicas nos vamos a mi piso ¿De acuerdo, Hugo?" le había dicho. Un día tendría que esperar. Todo un día. Demasiado tiempo en esas condiciones.

Cogió el metro aún ensimismado en sus pensamientos. Las puertas se cerraron con un bufido sordo a su espalda y el viejo titán de chatarra lo llevó lentamente hacia su casa. Hugo no se fijó en el gentío que abarrotaba el vagón, entre el que destacaban algunas mujeres de encomiable hermosura. "Buen ganado, eh, Hugo" le habría dicho Luis, aquél amigo suyo del instituto. El transporte se detuvo por cuarta vez y Hugo se apeó. Casi sin darse cuenta había llegado a su parada.

Se preparó la comida nada más llegar y, en cuanto la terminó, se metió en su habitación, a hacer inventario de su fructífero primer día de clases. A la memoria le vino, con total nitidez, la suavidad de las manos de Lorena al agarrar su pene, al metérselo en la boca… Su verga respondió al recuerdo con una casi instantánea erección. Tumbado en la cama, mirando al techo y recordando los bonitos ojos de la chica mientras le mamaba la polla, Hugo comenzó a acariciarse por encima del pantalón. Las promesas de mejora no hacían sino aumentar su excitación, por lo que se sacó, nuevamente, el miembro de los calzoncillos y comenzó a masturbarse, al tiempo que se imaginaba de nuevo que eran las manos de Lorena las que le pajeaban.

  • ¡Hugo!- Una voz lo sacó de su fantasía. Se acomodó rápidamente, como mejor pudo, la ropa, y salió de su cuarto.

  • ¿Qué quieres?- respondió Hugo a la voz grave de su hermano mayor.

  • ¿Ya has vuelto? ¿Qué tal las clases?

  • No, no he vuelto, y las clases muy bien, mamá

  • bromeó el universitario.

  • Jajaja... lo siento, pero mientras vivas aquí, tu hermanito mayor te va a hacer la vida imposible, como si aún estuvieras en el pueblo con papá y mamá... Venga, ¿Qué quieres para cenar?- siguió Raúl, su hermano, poniéndose un delantal blanco pero sucio.

Hugo miró el reloj, le sorprendió lo tardío de la hora "¿Cuánto tiempo llevo fantaseando con Lorena?" Fue pensar "Lorena" y la verga se le removió. Dobló su cuerpo, alejó el culo, y ocultó la erección en la postura.

  • Bah, pon lo que quieras…- Dijo, más por mero acto mecánico que por realmente haber pensado la frase.

  • Está bien.

Los dos hermanos cenaron juntos, hablando sobre el día, nada más contando lo necesario. Hugo no tenía intención de decirle nada sobre Lorena, aunque por dentro algo le impelía a gritarlo a los cuatro vientos. Raúl también parecía guardarse algo, como un tahúr que oculta un quinto as en la manga.

  • Bueno, me voy a dormir, Raúl.- Dijo Hugo, cuando ya hubo dado cuenta de la cena.

  • Muy bien…- respondió Raúl, que aún apuraba los últimos bocados.- ¡Ah, una cosa, Hugo!

  • Dime- respondió, girándose tras detenerse a la mitad del pasillo.

  • ¿El viernes tienes algo que hacer?- ¿El viernes? ¡Si el día de mañana ya le parecía lejano! ¿Cómo le iba a preocupar el viernes?

  • Pues… No. ¿Por qué lo preguntas?

  • Por que a lo mejor te vienes conmigo a un local que va a abrir un colega.

Raúl y sus colegas. El hermano de Hugo parecía tener amigos hasta en el mismísimo infierno, y siempre estaban inaugurando locales, o haciendo fiestas, o saliendo todo un fin de semana… En los dos meses que Hugo llevaba viviendo con su hermano, no había fin de semana que Raúl no se fuera a una fiesta que daba un colega, un concierto al que le habían invitado unos colegas, la casa que un colega tenía en la sierra

  • Bien, ya veré…- respondió el joven, agitando una mano en señal de despedida y metiéndose en su cuarto.

Al contrario de lo que creía, a Hugo no le resultó difícil dormirse. El sueño lo asaltó en pocos minutos. El apremiante latigazo sonoro del despertador le despertó con brusquedad. Se levantó, se duchó, se vistió y se preparó un café para acabar de despertarse. Estaba solo en casa, su hermano ya había salido a trabajar, y las horas que le quedaban hasta el final de la clase de Matemáticas le parecían un suplicio. Un suplicio que había que aguantar.

Cogió de nuevo el metro para llegar a clase. Se introdujo entre la marabunta de personas que ocupaban el vagón, y se preparó para recibir el bueno y nuevo día con una sonrisa. Llegó a la facultad unos minutos antes de que empezara la clase de Lengua. Se introdujo en el aula, y tomó asiento, a la espera de que llegara el profesor. Puntual como un reloj suizo, el profesor atravesó la puerta a la hora exacta. Hugo miraba a uno y otro lado. Buscaba a Lorena, sus ojos, sus labios… Pero no estaba, no estaban. Por la mente del joven pasaron teorías descabelladas y no tanto. "¿Acaso era un sueño? ¿Una chica que, simplemente se había querido reír de mí y ni siquiera iba a mi clase?". Los pensamientos, y también los sentimientos, danzaban en la mente de Hugo.

  • ¡Señores, atentos!- bramó el profesor a las primeras de cambio, obligando a Hugo a olvidarse, aunque sólo fuera momentáneamente de Lorena y centrarse en la explicación.

Cinco minutos después, como agua de maná, Lorena hacía acto de presencia, entrando por la puerta con una sonrisa en la cara. A Hugo le pareció que toda el aula se iluminó cuando entró. Verdaderamente era guapa. Sin ser una belleza de fuertes curvas, sus facciones aniñadas, y sus ojos provocadores le conferían un extraño atractivo.

  • ¿Cree que éstas son horas de llegar a la primera clase de una asignatura, señorita?- escupió el profesor cuando la joven atravesó la puerta.

  • es que… se me ha hecho tarde

  • ¡Eso ya lo sé yo! ¡Siéntese y que no se vuelva a repetir!- El tono poco amistoso del maestro no dejaba lugar a la réplica.

Lorena se sentó dos filas detrás de Hugo, cinco asientos a su derecha. Lo suficiente para que la pudiera ver, demasiado para que no pudiera hacerlo sin girarse descaradamente.

A Hugo le daba igual ya la clase, el profesor podía disertar de lo que quisiera, que su mirada ya tenía objetivo: Lorena. Lorena, la chica que chupaba y mordisqueaba indecentemente el extremo de un bolígrafo, tintándolo con su pintalabios sonrosado, mientras le telegrafiaba mensajes ocultos con su mirada. Hugo se excitó sólo de ver esos labios tan aparentemente inocentes cerrarse sobre la superficie del bolígrafo y recordó el buen trabajo que habían hecho sobre su polla. La sangre le comenzó a hervir.

La clase de Lengua acabó, pero la silla del profesor no tardó en volver a ser ocupada. Los ojos de Hugo se abrieron como platos. "¿Ella? No me jodas" pensó. La profesora que ya había visto con anterioridad en el auditorio y en el pasillo, aquella joven profesora de rotundas curvas, se preparaba para dar la clase de Matemáticas Básicas.

Durante unos minutos, Hugo se olvidó de quién estaba dos filas detrás de él, cinco asientos a su derecha. Su mirada se alimentó de las carnes de la profesora, mientras ella repartía unas hojas con el temario y la bibliografía recomendada para el curso. Cuando cogió la hoja que le tendía, tocó levemente su mano, y Hugo creyó viajar al cielo, transportado por su suavidad.

Estuvo media clase embobado, intentando colar su mirada por el escote que lucía la profesora.

  • ¡A ver, tú! ¡Resuelve la ecuación!- El dedo de la profesora apuntaba directamente a la cara sorprendida de Hugo.

Hugo miró la pizarra. Allí, escritas con tiza, las letras bailoteaban junto con los números. "d(cos x)/ d(x^2)". La mente de Hugo se quedó en blanco. Sabía que era un problema de derivadas, sabía que era fácil, sabía que él sabría hacerlas… en cualquier otra ocasión.

La profesora torció el gesto ante la negativa de Hugo.

  • ¡Usted, contéstela por su compañero!- le gritó a otro alumno que, él sí, supo contestarla. Luego, girándose de nuevo a Hugo dijo.- Después de la clase quiero verte.

  • No, pero yo… es que…- La mirada enfadada de la profesora le calló.- Está bien.- se retractó, resignado.

Cuando la profesora volvió a girarse hacia la pizarra, Hugo se volvió hacia atrás, hacia Lorena. ¿Qué tenía esa mirada que le dedicaba? ¿Fastidio? ¿Ira? ¿Decepción? Hugo no supo distinguirlo, pero se dio cuenta de que le traería consecuencias.

La clase acabó, y los alumnos fueron saliendo, a excepción de Hugo. El joven vio cómo Lorena salía de clase con gestos de evidente enfado. "Mierda" pensó.

  • Acércate- le ordenó la profesora, sin levantar la vista, mientras escribía algo en alguno de los papeles que superpoblaban su mesa.- ¿Tienes problemas con las derivadas?- continuó, cuando Hugo ya estuvo pegado a la mesa.

  • N-no, es que...- Las palabras se aglutinaron en la boca del muchacho, pero ninguna quiso salir. A la nariz de Hugo llegó el incitante perfume de la mujer. Se imaginó aspirándolo, a pocos milímetros de su piel desnuda, lamiéndolo del cuello de la maestra.

  • Vas a hacer estos problemas, y así me aseguraré.- Dijo la profesora, entregándole una nueva hoja y levantándose para, luego, despedirse de él, dándole un beso en la frente.

Un suspiro escapó de sus labios al sentir los de la profesora rozar su piel. Se quedó de nuevo solo, en la misma clase, cuando ella salió del aula. Había sido sólo un beso en la frente pero ¿Por qué un beso? Las posibilidades eran remotas, pero a Hugo le ardían la piel y el alma, y el corazón no atendía a razones. Las cosas se estaban poniendo muy extrañas. Primero Lorena y… ¡Lorena! Casi se había olvidado de ella.

Salió corriendo de la clase, esperando alcanzarla antes de que saliera de la universidad.

  • ¡Cuánto has tardado! ¡Estaba a punto de irme sin ti!

Allí estaba ella, apoyada en la pared. Esperándolo. Aún esperándolo.

  • Supongo que aún estará vigente mi invitación ¿No?- Preguntó la muchacha.

  • C-claro si… si tú quieres

  • ¡Venga, vamos!- Lorena lo cogió de la mano y se marcharon corriendo de la Universidad.

El piso de Lorena estaba en el colegio mayor, era pequeño, compartía cocina y baño con otras dos muchachas que, según ella, no llegarían hasta bien entrada la tarde. Pasaron, sin tardanza, a la habitación de la chica. Un ordenador, un armario, una mesa y un par de sillas acompañaban a la pequeña cama como mobiliario del cuarto.

No se demoraron en devorarse la boca mutuamente, mientras se iban acercando a la cama. Hugo tropezó con el cabezal de la misma, formado por un arco de metal con barras verticales que lo unían al resto del armazón. En el otro lado de la cama, otro igual encajonaba el colchón.

Acabaron tumbados encima de las sábanas. Ella arriba, él abajo, mientras hacían lo imposible por desnudarse sin tener que dejar de besarse. Tuvieron que levantarse y separarse, empero, para deshacerse de la camiseta de él, movimiento que Hugo aprovechó para, prácticamente, desgarrarle la blusa a Lorena, cuyos botones tintinearon en el suelo. De un rápido y entrenado movimiento, el joven pasó una mano por detrás de su compañera y desabrochó el sujetador, que cayó, silenciosamente, al suelo, liberando dos pechos pequeños de piel blanca y pezones duros y oscuros.

Sin perder tiempo, Hugo se lanzó hacia ellos, a atraparlos en sus labios, y Lorena respondió con un profundo suspiro. Mientras su lengua llenaba de saliva las aureolas de Lorena, sus manos luchaban con el cierre de la falda, ansioso como estaba de ver a Lorena desnuda ante él. Al fin, la falda cayó y Hugo echó mano a las bragas, demorándose unos instantes en acariciar el abultado monte de Venus de la joven sobre la blanca tela de las braguitas.

Gemidos suaves ya salían de la boca de Lorena, cuando ésta se apartó para desnudar a su compañero. Desabrochó los pantalones y se los bajó hasta los tobillos. Los calzoncillos se le hinchaban en violento ángulo por la excitación.

  • Espera un momento…- le susurró Lorena, empujándolo hacia atrás hasta acabar tumbándolo de nuevo en la cama.

La chica fue hacia el armario, vestida sólo con sus braguitas blancas, y abrió un cajón. Escarbó entre la ropa y al final sacó unas esposas, que mostró con una sonrisita pícara a Hugo.

  • ¿Te va "eso"?- preguntó el chaval desde la cama.

Una sonrisa tímida y un leve aumento del enrojecimiento de las mejillas fue la única respuesta.

  • En fin… vale, ¿Por qué no?

Lorena volvió a la cama, con su andar sensual, agitando caderas a cada paso. Se arrodilló sobre Hugo, con una pierna a cada lado de su cuerpo, y esposó sus manos, aprisionándolas con una de las barras del cabezal de la cama. Hugo se sentía en la gloria, con el cuerpo ardiendo de Lorena sobre el suyo propio, y sólo la diminuta tela de las braguitas entre su verga y el culo de la chica. Además, la panorámica que tenía de sus pechos era impresionante

Luego, girándose, Lorena hizo lo mismo con los pies del chaval, que no se perdió un solo detalle de la espalda de la muchacha, y cómo esta acababa en un culo que se veía apetitoso dentro de esas braguitas.

Cuando Hugo estuvo completamente inmovilizado, Lorena bajó de la cama para quitarse la última prenda que la separaba de su desnudez, cosa que hizo muy lentamente, haciendo que Hugo disfrutara cada milímetro y cada segundo. Sin saber aún bien cómo, el muchacho descubrió un condón en la mano de Lorena, la cual no tardó en colocarlo en su sitio natural dando, a su vez, suaves caricias al falo endurecido de Hugo.

Ya la respiración de los dos andaba agitada. Ya las pieles de los dos prácticamente ardían al contacto. Y más aún cuando Lorena colocó sus rodillas a ambos lados de Hugo, enfrentando un sexo al otro. Lentamente, dirigiéndolo con una mano, la muchacha fue descendiendo, introduciéndose todo el miembro de Hugo en su cuerpo. Suspiró al sentir los calores fundirse.

La vagina de Lorena destilaba calor y flujos, las mejillas le ardían en temperatura y color, y cuando empezó a cabalgar a Hugo, empezó a gemir con fuerza. Hugo veía cómo Lorena subía y bajaba sobre su verga, gimiendo, y sufría por no poder llevar sus manos a contener esos pequeños senos que danzaban ante sus ojos, o a acariciar el clítoris, duro, rojo e hinchado que asomaba entre el escaso vello púbico de Lorena. Sólo podía mover sus caderas, favoreciendo una aún más honda penetración.

Lorena se agarraba los cabellos, demudado su rostro por el placer, mientras los gemidos crecían en duración e intensidad.

  • Mmmm ¡Qué bueno eres!

Y debía ser verdad. Debía ser verdad por que Lorena seguía gimiendo y moviéndose, cada vez más fuerte, cada vez más rápido. Su cuerpo se convirtió en una batidora encima del de Hugo, mientras este se concentraba en retardar su eyaculación.

Al final, con un largo y potente grito, Lorena se corrió, su sexo se hizo latido, y Hugo tuvo que usar todas sus armas (pocas por la inmovilidad) para no derramarse dentro del caliente agujero. Las uñas de la chica se le clavaron en los hombros, y el dolor le ayudó a controlar sus instintos. Lorena se derrumbó sobre Hugo, juntando sobre sus pieles los sudores. Sin moverse apenas un milímetro, besó con pasión al chico, juntando las lenguas, entrando en su boca.

Hugo la recibió, aunque hubiera preferido que no hubiera cesado sus movimientos. Él, o mejor dicho, su miembro, aún estaba en pie de guerra. De repente, ella se separó bruscamente, lo dejó tumbado, e inmovilizado en la cama, y se fue hasta la ventana. Se sentó, lentamente, en el suelo, apoyada su espalda en el armario, con las luces del mediodía colándose por la ventana y bañándole el cuerpo desnudo. Hugo quiso protestar, pero ella se le adelantó.

  • No te acuerdas de mí ¿Verdad?- dijo Lorena.

¿Acordarse? ¿De qué? ¿De cuándo? No, no se acordaba de ella.

  • No te acuerdas de mí. Lo suponía.- repitió, y una risa irónica salió de su boca y convirtió su semblante pensativo en una sonrisa divertida. Esa sonrisa divertida.

A Hugo le vino a la mente otra sonrisa idéntica a esa. Le trajo el recuerdo de un tiovivo, y unas trenzas, y un corrector dental. Y una niña.

Hugo corría. Y tras él, Luis, y Carmelo, y Mariló, y José, y unos amigos de José. Eran siete. Dos niñas. Cinco niños. Todos corrían. Todos se alejaban. A sus espaldas, graznaba una voz envejecida.

  • ¡Malnacidos! ¡Bastardos!

Y luego, un grito. El grito de una niña.

  • Ya te tengo, niña. Ahora me vas a contar qué carajo andaban haciendo ahí dentro.

  • ¡Ha cogido a Mariló!

  • ¡Carmelo! ¡Hay que volver a por Mariló!

  • ¡Y una mierda! Que hubiera corrido más- sentenció el niño, el mayor de todos, sin parar de correr.

Y Hugo volvió, pero demasiado tarde, sólo a tiempo para ver la última escena y bajarse el telón. El viejo ya estaba hablando con los padres de Mariló.

  • Pero María Lorena, ¿Cómo has podido?- preguntó, indignada, su madre.

  • Yo… es que… yo… los chicos…- sollozaba la niña.

  • ¡Cállate, coño!

La palmada resonó en toda la feria. El padre de Mariló le cruzó la cara a su hija. La mejilla enrojecida, los ojos cargados de lágrimas. La niña temblaba de arriba abajo.

  • Mariló...- susurró Hugo.

  • Pues sí que te acuerdas. Aquella fue la primera vez que mi padre me pegó. Pero no la última. Casi agradecí que al año siguiente me enviaran a un internado. Por eso no me visteis más. Me alejaron de todo mi mundo. Y todo, por aquello. Y a vosotros no os pasó nada. Seguisteis felices y comisteis perdices.

Hugo escuchaba las palabras de Mariló con desconfianza y, también, con una profunda lástima. Pero no evitaba que removiera su cuerpo, deseoso de escapar del metálico abrazo de las esposas.

  • Tú eres el segundo de quien me quise vengar…- prosiguió Mariló- ¿Sabes algo de Carmelo?

¿Carmelo? No, no lo veía desde el instituto.

  • Yo te diré lo último. Está en la cárcel. Violación. Él era el mayor. El que tuvo la culpa de todo. Por eso fue el primero. Y ahora tú. ¡Tú!- gritó Lorena.- Sabes, te odio.

La chica se levantó, y, los ojos en ascuas, se dirigió a Hugo.

  • ¿Y sabes por qué te odio tanto?- casi lloraba cuando de nuevo, llegó al lado del inmovilizado muchacho.- Por que me has jodido. Me gustas. No sé por qué pero, cabrón, me gustas.

Introdujo de nuevo la verga de Hugo, que empezaba a decaer, en sus labios. En poco tiempo volvió a estar en plena forma. Lorena, de nuevo, se colocó encima de él, introduciéndole la verga en su sexo. Volvió a cabalgarle, Lorena disfrutaba, le besó en la boca, y él se dejó. "Clic" sonó. Y Hugo se encontró con sus manos libres. Acarició su espalda, sus pechos luego, como si sus manos no hubieran sido creadas para otra cosa. Le regaló un nuevo orgasmo, y luego también él, se derramó en su interior.

Lorena liberó también sus pies. Y se quedaron un momento abrazados. Luego, él se separó de ella, para deshacerse del condón en el baño. Atravesó desnudo el piso, y cuando volvió a la habitación, Lorena miraba, también desnuda, por la ventana.

  • ¿Sabes? Esto no tenía que haber sido así. Tenía que haberte castigado por callarte.- decía, sin girarse, como si no se lo dijera a Hugo, sino a alguna nube perdida en el cielo.- Ya te tenía controlado después de aquella mamada, pero… ¡Joder! Se me ha ido de las manos

Hugo se acercó a Lorena, y la abrazó por la espalda. Sus pieles se volvieron a unir, compartiendo dos calores, que ya parecían uno solo. La chica dejó escapar un leve suspiro al sentir la piel ardiente de Hugo pegarse a la suya. Sus brazos cubrieron los pequeños pechos de su compañera, y su boca se pegó a su oído, mientras perdía su mirada por el mismo cielo que veía Lorena.

  • Calla, y olvídate de eso.- le susurró.

Lorena se giró y sus labios se juntaron de nuevo con los de Hugo, conjugando las salivas y las lenguas, en un beso que parecía ser la más viva muestra del amor.