Anal...ogamente

Descubriendo un nuevo mundo de placer.

ANAL… OGAMENTE

Parecerse o asemejarse a alguien que es distinto a ti, y establecer una relación con ese alguien; esa es la definición de analogía.

En mi vida todo había sido siempre perfecto. Tenía la familia perfecta, el perro perfecto, los amigos perfectos, e incluso el trabajo y mis colegas perfectos. Todo era perfecto; yo mismo era el perfecto e infeliz idiota que creía tenerlo todo, y en realidad estaba completamente vacío y sólo.

Mi rutina diaria consistía en trabajar, sacar al perro de paseo, e ir a dormir hasta el día siguiente que volvía a repetir el proceso, una y otra vez, de forma incansable e interminable. Y, sin embargo, yo era feliz así. Tenía todas mis necesidades cubiertas; bueno no todas, las afectivas las tenía muy desatendidas, y al final, eso me pasó factura.

Normalmente, los fines de semana, aprovechaba para echar alguna canita al aire, y desfogarme así de las pasiones, que tan tormentosamente me acechaban durante el resto de días. Las prostitutas solían ser mi válvula de escape. No es que sintiese pasión por las mujeres; me daban igual si eran guapas o no, altas o bajas, rubias o morenas, con que tuvieran un buen par de tetas y el pubis depilado, me valía cualquiera. No es algo de lo que estar orgulloso, lo sé, pero era tal mi fogosidad, que ni las miraba a la cara; simplemente íbamos al cuartucho, que siempre olía a tabaco y falta de aire limpio, y follábamos. Y digo follábamos porque aquello distaba mucho de ser un acto amoroso, era solamente satisfacer una necesidad física. Lo cierto es que sentía repulsión conmigo mismo por caer, irremediablemente, en tan despreciables y bajos instintos. A pesar de todo, y como suelen decir, los hombres tenemos dos cabezas, una sobre los hombros y la otra entre las piernas, y cuando ésta manda, no hay nada que hacer.

Pero por suerte para mí, hubo una redada antidroga en el burdel al que solía acudir y aquello cambió mi vida para siempre.

Yo estaba en plena faena con una chica rumana o ucraniana o de algún otro país del este, pues de su malísimo español, no entendía nada de lo que me hablaba. Os podéis imaginar la escena, ella despatarrada, conmigo encima, jadeando distraídamente y sin mucha convicción, mientras que yo estaba agarrado como un bebe a sus pechos, y metía y sacaba la verga con desesperación, para tratar de correrme y eyacular lo antes posible, y escapar así de aquel asqueroso antro. Cuando de repente abrieron la puerta de un golpe y entró un policía de la Brigada Central de Estupefacientes. La verdad es que ni me enteré, de lo concentrado que estaba en tratar de soltar mi leche dentro de ese coño, tan experto en esos menesteres, hasta que el tipo me agarró del pelo y me hizo levantar de encima de la puta, justo en el mismo momento en que llegué al orgasmo y solté toda mi lefa en el pantalón del uniformado.

La situación era dantesca. Me moría de la vergüenza. Completamente desnudo, empalmado y goteando esperma sobre la pierna del policía que me miraba totalmente fuera de sí. La chica salió gritando y supongo que la detendrían los otros agentes de la redada; el caso es que estaba sólo ante el peligro. Sus ojos estaban inyectados en sangre y yo a punto de ponerme a llorar como un crío pequeño. De pronto, sacó una porra de su cinturón y me la puso delante de la cara. Yo pensé que iba a darme una paliza terrible, así que caí de rodillas suplicante.

– Por favor, no me haga nada – Le dije yo

– Vas a tener que limpiar mi pantalón, cabrón – Me contestó

Y cuando fui a arrastrarme hasta unos pañuelos de papel que había encima de una destartalada mesilla, junto a la cama, para poder secar, al menos parte del maltrecho uniforme, me volvió a jalar del pelo y me acerco de nuevo a su pierna diciéndome:

– Ni lo sueñes, hijo de puta, vas a limpiarme toda esta mierda con la lengua –

Estaba en estado de shock. ¿Qué pretendía aquel hombre?

Tímidamente y ante la autoridad que proyectaba, me dispuse a realizar la limpieza lingual e ir, goterón a goterón, quitando toda la leche que le había caído encima.

Al principio, a parte de la humillación y el oprobio propio del momento, era una simple cuestión de limpiar someramente los bajos de la pernera, tragando con cada lamida parte de mi propia lefa; pero a medida que iba subiendo, me iba acercado más y más a su entrepierna, y por extraño que parezca, me pareció que a aquel agente eso le excitaba, pues el bulto que exhibía en su bragueta, delataba que estaba empalmado. Pero lo más raro de aquella rocambolesca situación, era mi propia erección, que lejos de desaparecer, persistía en su empeño de permanecer enhiesta.

En un acto de locura, pero de forma totalmente premeditada, puse mi húmedo órgano bucal sobre su protuberancia y procedí a la succión. Sus ojos brillaron al clavarse en los míos. No sé en qué estaba pensando, o si simplemente me dejé llevar por la situación. Lo cierto, es que nunca había tenido una atracción sexual por ningún hombre anteriormente; y, a decir verdad, y siendo justos, tampoco hacia ninguna mujer, pues para mi vergüenza, ellas eran para mí un mero recipiente donde meter mi polla y correrme dentro. Pero aquel policía me hacía sentir cosas con las que jamás me había atrevido a soñar. Estaba temblando, y no sólo por el miedo, sino por la emoción y los nervios que sentía al llevar a cabo aquella mamada, por encima del uniforme del agente.

Con la porra que aún esgrimía, me empujó ligeramente la cabeza hacía atrás. Su boca se torció en un gesto burlón y con un tono de voz algo cínico, me dijo:

– Pero ¿qué tenemos aquí? Una maricona viciosilla, ¿eh? Estás deseando comerte mi polla ¿verdad puta? Pues empieza con esto… –

Y con un brusco gesto, me puso sobre los labios la punta de su porra.

Tímidamente, empecé a pasar mi lengua sobre la rugosa piel del instrumento opresor. Sin embargo, algo dentro de mí estaba completamente desatado. Agarré con las dos manos el manubrio y me lo fui introduciendo, lentamente, pero sin detenerme ni un momento, hasta sentir cómo me ahogaba y regurgitaba mis tripas.

Rotas ya todas las atávicas ataduras morales y los estereotipados comportamientos sociales, me entregué con pasión a mi máxima degradación como perfecto prototipo de hombre heterosexual.

– ¡Qué cara de maricón vicioso tienes, puto! – Bramó guturalmente el policía.

Y acto seguido, se bajó la cremallera y sacó un miembro grueso y duro, que yo no dudé un segundo en llevarme a la boca.

¡Oh qué delicia! Qué sensación tan maravillosa saborear aquel palpitante trozo de carne salobre. En mi vida me había podido imaginar que la polla de un hombre tuviera aquella fuerza de atracción sobre mí. Me di cuenta en ese momento, de que no era el agente quien me dominaba, sino que era su mastodóntica verga la que me estaba subyugando. Estaba totalmente emputecido por el miembro policial; y que quede claro que por miembro policial me refiero al órgano eréctil masculino.

– ¡Sigue así, cerdo! ¡Trágate bien mi rabo, cabrón! – Gemía brutal mi captor.

Y cuanto más tosco y rudo era conmigo, con más vehemencia y ardor lamía yo. Era tal el amor que sentía por ese perfectísimo y grueso sexo, que describirlo no le haría justicia, pero para que os hagáis una idea, bueno…; su grosor era el adecuado para mí, pues cabía en toda su medida en mi completamente abierta boca. Era pesado, mucho más que el mío propio, debido seguramente, a la cantidad de carne de la que estaba compuesto. Tenía un hermoso glande, talmente como un delicioso fresón púrpura; del cual brotaban gotitas de líquido preseminal, que yo deglutía con auténtico entusiasmo. Despedía un olor intenso mezcla de sándalo y agrio almizcle. Pero lo mejor de todo era su textura y sabor. Mi lengua no paraba de dar saltos de alegría, e inquieta y liviana, iba y venía por todo el largo y ancho de aquella majestuosa polla. Como os digo, me sabía a gloria vendita. Tenía gusto a carne y pescado a la vez, así como rastros de orín. Ya sé que esto es algo que normalmente nadie considera gustoso, pero puedo aseguraros que para mí era el mejor manjar del mundo. Me estaba volviendo loco de placer, tanto que mi propia verga estaba goteando nuevamente sin ni siquiera tocarla lo más mínimo.

El policía gemía y barboteaba palabras inconexas; y dado que mi atención estaba puesta exclusivamente en atender sus partes más nobles, apenas prestaba atención a lo que decía. Pero obviamente el policía estaba en el paraíso pues en ningún momento hizo amago de apartarse y retirarme así la dichosísima ambrosía de mis labios.

Me entregué con tal ansia y proceloso empeño, que no me di cuenta de cuanto goce le proporcioné hasta que no noté el torrente de lefa que me inundó la cavidad bucal haciendo que degustara otra nueva delicia, desconocida para mí hasta ese mismo momento. Su espesa, caliente y riquísima leche de macho.

– ¡Me corro, me corro! ¡Oh Sí! – Gritó él – Traga todo puta – Fueron sus últimos estertores.

Y yo obediente y sumiso, tragué hasta la última gota, saboreándola como si no hubiese un mañana.

Casi me pongo a llorar, cuando terminada la faena, se guardó su fantástico rabo, de nuevo en los pantalones. Ya estaba tan enganchado a aquella magnífica herramienta sexual, como lo puede estar un yonqui a la droga más dura; y perderlo ahora era para mí un sacrificio inmenso e insoportable.

Por suerte mi bruto y mal hablado agente tenía otros planes para conmigo. Me obligó a ponerme en pie y a vestirme de forma abrupta y con malos modos.

– ¿Te ha gustado, cerda? – Me preguntó maliciosamente.

– Si, mucho – Conseguí balbucear yo.

– Pues si quieres repetir más veces, tendrás que venir conmigo a comisaría. – Dijo él.

Me explicó que, en ese tipo de redadas, no buscaban perseguir la prostitución, que en España es alegal, pero no ilegal. Lo que querían en realidad era desmantelar el comercio y posterior consumo de estupefacientes. Así que sacó de un bolsillo de su uniforme una bolsita, con unos pocos gramos de heroína, que yo nunca pregunté por qué llevaba encima; y me lo dio para que pusiese mis huellas en ella, y así tener una escusa para hacerme una ficha policial, con todos mis datos, y poder estar localizado y a su disposición, para cuando él quisiera. Posteriormente me detendría unas horas en el calabozo, las mejores de mi vida, y ni siquiera pasaría a disposición judicial, ya que como era mi primera vez y la cantidad era únicamente para consumo propio, no entraría en prisión, sino que me soltarían con una mera amonestación.

Aunque receloso y con muchas dudas, acepté, debido a que la promesa que me hizo, de hacerme todo tipo de cosas en los calabozos de la comisaría, y que ya contaré próximamente, era mayor que cualquier miedo que pudiese sentir. Y la verdad es que nunca me he arrepentido de ello.

Para terminar, deciros que mi perfecta vida ha desaparecido por completo. Por el momento, todo es caos e imprudencia, pues antepongo mi fogosa pasión a cualquier otra cosa. Ahora tenemos una relación anál…oga, yo soy la delicada bella y él la bruta bestia, pero ambos somos iguales, nos mueve el morbo y la lujuria. Y por fin puedo decir, que sí, soy muy feliz.