Analista analizada (8)

[Esta noche, Lucy no para de aprender cosas nuevas. Lou y Jack la ayudarán a mejorar sus habilidades en el sexo oral]

—Bien, Lucy, te prometimos enseñarte a chupar una polla como es debido y el momento ha llegado—dijo Lou—. En realidad se trata de algo muy sencillo. Por lo que hemos podido comprobar, tu técnica es bastante buena, pero para ser una buena mamona te falta aprender a tragártela entera.

Lucy miraba los dos miembros, especialmente la gran verga negra, y se preguntaba si él hablaba realmente en serio.

—Pero… eso es físicamente imposible —se atrevió a decir, desconcertada.

—Estás en un error, cerdita. Cualquier mujer del mundo, Lucy, cualquier mujer, fíjate, puede tragarse por completo cualquier polla, no importa el tamaño que tenga.

»Para poder hacerlo sólo debes entender que no puedes valerte sólo de tu boca. Tendrás que usar también la garganta, y de eso se trata. ¿Comprendes?

Lucy asintió con la cabeza. Parecía fácil.

—No es difícil, Lucy —dijo Lou, leyéndole el pensamiento—. Pero por alguna razón a todas os cuesta aprenderlo. Por tanto, concéntrate y piensa que no pararemos hasta que tú lo hayas conseguido. Es sólo cuestión de práctica.

— ¿Puedo empezar con Jack?—se atrevió a pedir ella.

—Estás loca por mí, ¿eh?—dijo Jack en tono satisfecho, mientras ambos hombres reían—. De acuerdo, empezaré yo. Abre la boca, cerdita.

Lucy deslizó la verga de Jack en su garganta. Cuando se la había chupado antes —le parecía que habían pasado siglos, de tantas cosas que habían ocurrido ya esa noche— había tenido la sensación de que se la tragaba casi entera, y estaba segura de que ahora iba a conseguirlo del todo sin problemas. Con los ojos cerrados alargaba los labios hacia fuera intentando llegar a la base cuando oyó a Lou decir:

—Estás muy lejos aún del objetivo, Lucy. Habrá que ayudarte.

Ella abrió los ojos y vio con sorpresa que al menos un tercio de la verga estaba todavía fuera de su boca. Nunca se había dado cuenta de que era tanto lo que le faltaba por abarcar cuando hacía una mamada. Además, la parte que faltaba era la más gruesa. ¿Cómo demonios iba a engullir todo aquello? Imposible.

Jack le colocó la mano en la nuca y empujó su cabeza hacia abajo, con lo que su miembro presionó la campanilla de Lucy. La joven sintió arcadas y luchó por separarse. Tras unos momentos de forcejeo, él disminuyó la presión sobre su nuca y ella se retiró manteniendo el miembro en la boca.

—Tienes que intentarlo con más ganas, putilla—la instó Jack—. Relaja la garganta.

De nuevo su mano la empujó hacia delante y de nuevo Lucy luchó por liberarse cuando la verga presionó la entrada a su garganta. Era algo instintivo, quería permitirle el paso pero su cuerpo lo rechazaba. Jack hizo tres intentos sucesivos, pero no pudo superar la barrera.

—No estás colaborando, Lucy—le dijo Lou después de la última vez—. Recuerdas las pinzas, ¿verdad? Tienes una última oportunidad para tragarte esa polla. Si no lo consigues, los siguientes intentos los harás con las pinzas puestas.

Fue en cierto modo lo peor que podía haberle dicho. A Lucy la invadió el pánico. Su último intento fue peor aún que los anteriores. Jack extrajo la verga de su boca, malhumorado, y por primera vez las lágrimas asomaron a los ojos de la joven.

—No puedo... Por favor, Lou, no podré... es imposible.

—Levántate— ordenó él con calma.

Los tres se pusieron en pie. Lucy, con la cabeza gacha, estaba aterrorizada. Lou le ató las manos a la espalda y la sujetó apoyada contra él, mientras Jack, delante de ella, le mostraba las pinzas.

A Lucy el terror la dejó sin fuerzas para suplicar. Sin duda lo habría hecho si tuviera voz. Jack le cogió un pecho y sonrió torcidamente, viendo que el miedo le había endurecido el pezón. Acercó una pinza a él, lo acarició con el extremo engomado, y después, suavemente, se la colocó.

Una vez más aquélla noche, una sensación desconocida recorrió el cuerpo de Lucy. Esta vez fue un latigazo que salía de la punta de su pecho y recorría todo su cuerpo. Jack le prendió la pinza en el otro pezón. Al repetirse la sensación, ella pudo percibir que lo que de golpe la invadía era un calor extraño, y para su enorme sorpresa se dio cuenta de que el fuego que la sacudía acababa centrándose en su sexo.

Contempló sus senos pinzados. Su sexo parecía llamear, mientras sentía la presión de las pinzas y el dolor se convertía en un cosquilleo estimulante. Sus pezones se habían puesto tremendamente sensibles, y esta sensibilidad se transmitía a sus pechos, como si ella fuera consciente de cada centímetro de piel. Cuando Jack hizo rebotar juguetonamente sus tetas empujándolas desde abajo, Lucy notó que oleadas de placer las recorrían y erizaban aún más si cabe sus excitados pezones.

Lou la levantó en brazos y la llevó hacia la mesa del salón, donde la tumbó de espaldas.

Las manos atadas de Lucy quedaron debajo de ella. Su cabeza colgaba totalmente hacia atrás desde el borde de la mesa y sus pechos pinzados caían suavemente hacia los lados. Las manos de Lou tomaron las tirillas de cuero que colgaban de las pinzas.

—Esto te está gustando, ¿verdad, mi pequeña cerdita? Apuesto a que no lo esperabas. Pero recuerda que no todo es diversión.

Al decir esto, tiraba de las pinzas haciendo que los pezones de Lucy se estirasen también, y ella vio con miedo y dolor cómo sus pechos parecían empezar a alargarse como pelotas de goma detrás de las pinzas que cada vez estaban más y más lejos de su cuerpo.

Lou las soltó de un golpe y las tetas volvieron a su posición inicial. El dolor cesó y la ligera titilación placentera volvió a sacudir los pezones de Lucy.

—Vamos a dejarnos de contemplaciones, Lucy. Ya has hecho cuatro intentos con Jack y los has desperdiciado. Ahora lo harás conmigo y yo no te daré más que una oportunidad. Abre la boca.

Mientras decía esto, Lou volvió a tomar en sus manos las tiras de cuero. Fervorosamente, Lucy abrió la boca todo lo que podía, hasta dolerle la mandíbula. Lou metió en ella su verga y la movió despacio, esperando a notarla llena de la saliva de la joven. Entonces, le advirtió:

—Toma aire.

Apenas vio que ella lo había hecho, llevó su miembro hacia el fondo de la boca, donde chocó con la campanilla de Lucy, como le había ocurrido con Jack. Los experimentos previos la habían insensibilizado un poco, pero, sobre todo, en su posición actual no podía apartarse ni rechazarle de ningún modo. Aun así, su cuerpo atado se debatió sobre la mesa.

Inmediatamente Lou tiró de las pinzas de sus pezones. Lucy, angustiada a partes iguales por la verga que le impedía respirar y por el dolor en sus senos, se forzó a sí misma a inmovilizarse. En compensación, Lou dejó de estirar de las pinzas y empezó a presionar la entrada de su garganta con pequeños golpecitos.

Debido a su postura, con la cabeza colgante, la garganta de Lucy formaba una línea recta con su boca. Sus ojos muy abiertos veían desde abajo el balanceo de los testículos de Lou y la parte de su verga que aún permanecía fuera. Y de pronto, sin que lo esperase, la vio desaparecer por completo, al tiempo que sentía que su garganta cedía y engullía completamente la barra de carne.

Lou se la sacó de inmediato para dejarla respirar. En treinta segundos, arremetió de nuevo y esta vez la polla se deslizó sin esfuerzo hasta la garganta. Él la movió hacia atrás sin sacarla del todo, y otra vez la introdujo por completo en la garganta de ella.

Sin que la joven pudiera apenas creerse lo que estaba pasando, Lou comenzó un vaivén que sólo podía describirse diciendo que le follaba la boca. Era como cuando él se había corrido por vez primera, en el sofá, pero ahora la penetraba completamente y la garganta de ella acariciaba su gran verga. La saliva de Lucy llenaba su boca, chorreaba por su cara y lubricaba el movimiento de Lou, volviéndolo fácil y placentero para él.

—Uhhhhh… Mmmmm … —gemía Lou, embistiendo con deleite una y otra vez.

Cuando se notó a punto de explotar, se retiró. Jack se abalanzó ansioso a ocupar su puesto. Después de haberse estrenado con Lou, la garganta de Lucy recibió la segunda verga con toda facilidad. Jack manipuló con prisas sus manos atadas y las soltó.

—Acaríciame las pelotas—dijo entrecortadamente sin parar un segundo de meter y sacar su tranca de su boca.

Lucy llevó una mano hacia atrás entre las piernas de Jack y encontró los testículos, duros por la tensión de la piel que los cubría y ya cubiertos de la saliva y la mucosidad de su propia boca. Los tomó con delicadeza en su mano y los acarició con tanta suavidad como pudo. Él pareció a punto de enloquecer con aquella combinación de caricias. Lou tuvo que darle el relevo.

Pasó mucho rato antes de que los dos hombres se cansaran de explorar las posibilidades de aquel nuevo juego. La hicieron tragarse varias veces sus miembros y acariciarles los testículos, tumbada sobre la mesa; después, la obligaron a repetirlo mientras ellos daban pequeños tirones de las pinzas de sus pechos, viéndola agitarse y oyéndola gemir con la boca llena. Luego, Jack quiso que se tendiera boca abajo, arrancándole nuevos gemidos cuando sus senos pinzados se aplastaron sobre la mesa, y hundieron por turno las vergas en su boca hasta meterle la nariz entre el vello púbico. Por último volvieron al sofá, donde Lucy, de rodillas, tuvo que hacerles alternativamente mamadas cortas.

En realidad, ella misma estaba también fascinada por su nueva e insospechada capacidad, y le maravilló ver cómo podía, en cualquier postura, tragarse por completo cualquiera de los dos miembros. Se sentía absurdamente orgullosa cada vez que engullía uno u otro y oía a su propietario emitir un gemido ahogado cuando el glande chocaba contra el fondo de su garganta. En cierto momento, aferró una verga en cada mano sin que se lo pidieran, y fue introduciendo alternativamente las dos en su boca, tragándoselas enteras de una sola vez. El coro de gemidos de Lou y de Jack la elevó al séptimo cielo.

— ¡Ugh! ¡Ya basta, zorra, ya basta!—gritó Lou.

— ¡Diossssss! ¡Noooooo, sigue, pedazo de guarra, sigue!—se oponía Jack.

Fue un momento de desconcertante locura. De pronto, Lucy se vio a sí misma en el espejo del fondo del dormitorio: de rodillas, con aquel panty rasgado, los zapatos de furcia, pinzas en las tetas y un par de pollas en las manos. Era increíble. Volvió a ser consciente del vibrador y del plug que llenaban sus agujeros y que ya había olvidado. Pensó que se había puesto a la altura de la cola de cerda que le obligaban a lucir. Se avergonzó.

En cierto modo fue un alivio para ellos que se produjera este parón. Por unos momentos, Lucy había conseguido quitarles el control de la situación, pero ahora lo recobraban. Se sirvieron algo de beber, y Lou le ofreció agua, felicitándola irónicamente por su actuación.

—Te declaramos mamona de primera clase con mención de honor, Lucy—le dijo Jack.

—Y puedes quitarte las pinzas de las tetas, cielo—añadió Lou.

Ella lo hizo, estremeciéndose cuando la sangre volvió a circular por sus pezones. Se dio cuenta de que iba a conservar durante varias horas la exquisita sensibilidad que acababan de adquirir sus pechos: un nuevo descubrimiento, otro más, de esa extraña noche.

Era tarde ya. Evidentemente, Jack y Lou querían terminar. Lucy suspiró con alivio al pensar en el descanso, pero sabía que antes le quedaba por pasar una última prueba.

[Continuará]