Analista analizada (7)

Un recién llegado va a recibir una invitación inesperada a pasar un buen rato, con la colaboración complaciente de Lucy.

Al despertar, Lucy no supo en un primer momento qué pasaba. Aún aturdida de sueño, abrió los ojos y lo primero que vio fue de nuevo a Jack, sentado a su lado en la cama, sosteniendo en la mano un vaso lleno de whisky con hielo con el que trazaba círculos en el pecho izquierdo de la joven. Lucy se dio cuenta entonces de que era el contacto del cristal frío contra su pezón, ya duro y tieso, lo que la había despertado.

Cuando la vio abrir los ojos, Jack le sonrió y se llevó el vaso a los labios.

—Has dormido un buen rato, ¿eh, zorrita?

Lucy volvió bruscamente a la realidad y al recuerdo de lo que había pasado. Se sentó en la cama y vio a Lou en un sillón, también desnudo como Jack y con un vaso de algo en la mano. Los dos hombres parecían frescos y era obvio que estaban recién duchados. Lou le sonrió amablemente y dijo:

—Has tenido una hora para reponerte, Lucy. Pero llegó el momento de seguir divirtiéndonos.

Tomó el mando del televisor y lo apuntó hacia la gran pantalla de treinta y tres pulgadas, situada enfrente de la cama. Al tiempo que lo encendía, empezó a hablar.

—En este hotel tienen un catálogo realmente impresionante en el canal de vídeos para adultos. A ver qué te parece éste que acabamos de empezar a ver Jack y yo.

En la pantalla apareció la imagen de una mujer de largo cabello negro, con poderosos muslos y un rostro bonito pero vulgar, en nada parecida a Lucy. Tres hombres la rodeaban y cambiaban constantemente de lugar para follarle la boca, el sexo y el culo, de forma que ella tenía en todo momento sus tres agujeros ocupados, pero por una verga distinta cada pocos minutos. La escena no era original en absoluto y pertenecía sin duda a una de los cientos de películas porno del mercado, en las que alguna vez había visto Lucy otras escenas parecidas.

—Jack y yo creemos que este tipo de tratamiento te iría perfectamente, Lucy… y ambos coincidimos en que nos encantaría aplicártelo. El problema es que, como ves, nos falta un participante. Ahora bien, ¿sabes qué es lo bueno de las grandes ciudades, Lucy?

Lucy le escuchaba, asustada y fascinada, mientras el aire de la habitación estaba lleno de los jadeos y gemidos de la chica morena, que seguía en pantalla, recibiendo incansable el ataque de los tres miembros de sus oponentes.

—En una gran ciudad puedes conseguir lo que quieras a cualquier hora del día o de la noche. Pensando en las grandes posibilidades que nos ofrece tu ánimo de hoy, tan participativo—y Lou sonrió con burla— hace un rato que he hecho una llamada a un sexshop para encargar unos cuantos accesorios útiles. Y al ver esta película, un momento antes de despertarte, hemos pensado los dos lo mismo: cuando el botones del turno de noche suba a traernos nuestro encargo, dentro de un momento, ¿por qué no le invitamos a unirse a nuestra juerga?

Lucy negó con la cabeza, demasiado asustada para hablar.

— ¿No? ¿No te parece una buena idea, Lucy?

—Déjame que adivine lo que estás pensando, putita—terció Jack, amable—. No te gustaría que ese chico te vea la cara y haga correr la voz por todo el hotel de estas pequeñas aficiones tuyas, ¿cierto? Y también te preocupa tu salud, porque con ese desconocido no estarás segura de qué infecciones puedes coger, ¿verdad?

—Previmos tus objeciones, Lucy, y no queremos que tus escrúpulos tontos nos priven de seguir con este buen rato que estamos pasando. Por eso se nos ha ocurrido darte una oportunidad: puedes librarte de que invitemos al botones a hurgar en tus agujeros con dos condiciones.

—Lo que sea...—consiguió decir Lucy, despegando la lengua de su paladar reseco.

—En primer lugar, colaborarás al máximo con nosotros en el uso de lo que hemos comprado, y también en unas clases que vas a recibir en seguida de cómo se chupa adecuadamente una polla.

—Y en segundo lugar, para recibir al botones, vas a hacer una cosa que te explico ahora mismo...—completó Jack.

Un cuarto de hora después de esto, aproximadamente, un chico pelirrojo muy joven, con uniforme de botones, llamaba a la puerta de la suite de Lou. Lou, irreprochablemente vestido con un traje cruzado que le resaltaba los hombros, le abrió.

—Adelante, muchacho. ¿Puedes poner esos paquetes ahí?

El botones se introdujo en el salón y depositó su carga sobre una mesita baja.

—Perdona, ¿te importaría abrirme las cajas y llevarte los embalajes y demás?—preguntó Lou, mostrando un billete de cincuenta dólares entre dos de sus dedos.

El pelirrojo se deshizo en sonrisas y arrancó el papel marrón que envolvía el primer paquete. En la caja se veían fotos de alegres colores de una chica sonriente y de un objeto cilíndrico, de liso color negro. Por un momento, se detuvo, sorprendido, pero de inmediato continuó su tarea y extrajo de la caja un vibrador de látex de unos veinte centímetros de longitud.

—Te preguntarás, tal vez, por qué he comprado algo como esto a las cuatro de la madrugada —dijo Lou con voz soñadora, sin mirar al botones—. Bueno, un amigo y yo tenemos un problema con una perra que nos hemos encontrado durante la cena.

Al decir esto, giró la cabeza hacia la puerta doble que conducía al dormitorio. Las hojas correderas se deslizaron a ambos lados y apareció Jack, igualmente enfundado en un impresionante traje a medida y llevando a Lucy a su lado a cuatro patas, sujeta con la correa de perro. Ella estaba completamente desnuda, a excepción de sus zapatos de tacón, y en la cabeza le habían encajado una de sus medias, que le pegaba contra la cara la melena rubia y la dejaba completamente irreconocible.

Mientras el botones miraba la escena con la boca abierta, Jack soltó la correa de Lucy y de inmediato ella gateó hacia el sorprendido muchacho y comenzó a dar vueltas en torno a él, olisqueando sus pantalones y haciendo en conjunto una imitación bastante buena de una perra nerviosa.

— ¡Aquí, Peggy!—gritó Jack con aparente enfado.

—No sabemos cómo se llama en realidad esta perra, no es nuestra —explicó Lou tranquilamente—. Peggy nos ha parecido un nombre tan bueno como otro cualquiera. Quieta, Peggy, quieta... Está tan rara...

—Yo creo que está en celo—intervino Jack, con el tono solemne de quien mantiene una discusión técnica. Mientras, Lucy, siempre jadeante, se incorporó sobre sus brazos y hurgó con su nariz en la bragueta del botones, que dio un pequeño salto hacia atrás.

— ¿Tú entiendes algo de perras, hijo?—preguntó Lou.

El botones los miraba alternativamente a los tres, incrédulo, pero su mirada se volvía más a menudo hacia Lucy, que se movía y giraba continuamente a un lado y otro permitiéndole ver toda su espectacular desnudez, e insistía en asaltar la entrepierna que el chico defendía con menos convicción. Bajo los pantalones azules, se adivinaba el bulto hinchado de su paquete.

—Creo que he oído hablar alguna vez de un método para saber si están en celo. A ver, muchacho, ¿nos harías un favor? ¿Te importaría explorarle el pecho a Peggy?

Lou había sacado un segundo billete de cincuenta del bolsillo. El botones lo miró y se agachó sin decir palabra junto a Lucy.

— ¡Quieta, Peggy!—gritó Jack.

Lucy se inmovilizó por completo, y sintió las manos del botones tocarle las tetas. Al principio con timidez, luego, viendo que nadie decía nada, con más firmeza. Tomó los abundantes senos en sus manos y los sopesó, apretándolos después ligeramente.

—Yo creo que las tetas las tiene perfectamente, señor—dijo, con inesperada voz de pícaro.

—Pero asegúrate, muchacho, asegúrate. Apriétaselas fuerte—le animó Lou.

—Pellízcale los pezones y comprueba si se le ponen duros— añadió Jack, a quien aquella forma de caricia parecía agradar particularmente.

Entendiendo al fin lo que al parecer se esperaba de él, el botones propinó a Lucy el mayor magreo que ella recordaba haber recibido en toda su vida. Estrujó los pechos de Lucy, los juntó uno contra otro, los amasó contra el torso y los hizo botar en sus manos como pelotas.

Luego, aceptando la sugerencia de Jack, rodeó ambos pezones con sus cinco dedos en forma de piña y los endureció cuidadosamente. Cuando ya sobresalían, restregó contra ellos las palmas ásperas de sus manos, y después, tomándolos entre dos dedos, empezó una serie de pellizcos perfectamente medidos, suaves al empezar y progresivamente más apretados, estirando de las puntas de los pechos hasta que Lucy creyó que se los iba a arrancar y no pudo contener un gemido. En ese momento, Lou le dio el alto.

— ¡Ya vale, chico, ya vale, no me la alteres!

Con un mohín de decepción, el botones se puso en pie.

— ¡Aquí, Peggy, aquí!—llamó Jack, palmeándose los muslos.

Lucy se dio la vuelta y gateó hacia Jack, mostrando al chico su estupendo culo mientras lo meneaba todo lo que podía. A espaldas suyas Lou debió de dirigir al botones una seña muy clara, ya que de pronto Lucy sintió una fuerte palmada sobre uno de sus glúteos que hizo resonar la turgente carne. La joven respingó y tensó la espalda, pero mientras continuaba dirigiéndose hacia Jack, lo más deprisa que podía, el chico la seguía, azotándole alternativamente las nalgas con su mano abierta. Ella se refugió temblando a los pies de Jack, encogida.

El botones recibió sus cien dólares y se fue ufano y con la bragueta a punto de reventar. Apenas se cerró la puerta tras él, Lou y Jack estallaron en carcajadas.

— ¡Muy bien, Peggy! ¡Lo has hecho de maravilla!

— ¡Menuda paja se va a hacer el chico a tu salud!—Jack se atragantaba de risa.

— ¿Sabes una cosa, zorrita tonta?—dijo Lou, sin parar de reír— Jamás hubiéramos admitido a un empleadillo desconocido participar en nuestras pequeñas diversiones. Pero tú has creído que sí y nos has ofrecido uno de los momentos más divertidos de mi vida. ¡Qué cara ponía cuando te restregabas contra su bragueta!

Lucy, con los pezones doloridos por los pellizcos del botones y las nalgas ardiendo por la azotaina recibida, no contestó. Se dio cuenta con repentina claridad de lo ingenua que había sido. Te da miedo que el botones te contagie alguna cosa, le había dicho Jack. ¿Y por qué ellos iban a arriesgarse a lo mismo? Había sido un pretexto con el cual la habían hecho exhibirse ante el chico y hacer un numerito denigrante. Ella no lo habría llevado a cabo con tanta convicción si no la hubiera espoleado el miedo a que la obligaran a aceptarlo en un cuarteto que — ahora lo veía claro— jamás habían tenido la intención de hacer.

Quizá eran demasiado listos para ella, o tal vez estaban muy acostumbrados a hacer aquel tipo de cosas, pensó Lucy. Preveían sus reacciones, se adelantaban a ellas y utilizaban todos sus sentimientos y pensamientos para dominarla y someterla, con más seguridad que si la tuvieran encadenada a la pared. Pero, al mismo tiempo, le habían proporcionado hacía un rato el que sin duda había sido el mejor orgasmo de su vida. Una vez más en aquella noche tan larga, Lucy se sintió completamente en poder de esos dos hombres, y una vez más, de algún modo retorcido y que su mente racional rechazaba, se sintió excitada por ello.

Mientras una Lucy desconcertada se hacía estas reflexiones, Jack y Lou habían vuelto a desnudarse por completo y se habían sentado en un sofá, con los vasos de bebida a mano. Lou llamó a Lucy:

—Trae aquí esos paquetes, zorrita, y ve abriéndolos. Queremos que veas lo que te hemos comprado.

Lucy obedeció. Instalada frente a ellos de pie, junto a la mesita llena de paquetes, se dispuso a abrirlos.

—El primer regalito ya te lo ha abierto el botones. ¿Qué te parece? Enciéndelo.

Entre las cosas de la mesa, Lucy encontró pilas en abundancia. El vibrador negro funcionaba perfectamente y tenía mucha potencia. No era demasiado grueso, pero según la descripción de la caja medía dieciocho centímetros de longitud. Lo más raro eran dos correas elásticas, en forma de círculo, que colgaban de la base.

—Pruébate tu regalo, Lucy. Debes empezar a sacarle partido cuanto antes.

Lou le explicó cuál era la función de aquellas correas que la desconcertaban, y Lucy pasó cada una de sus piernas por dentro de cada una de ellas. De este modo, una vez insertado en su vagina el vibrador, lo mantendrían allí.

Siguiendo instrucciones, Lucy dio la espalda a los dos hombres, se inclinó hacia delante todo lo que pudo, con las piernas derechas y juntas, y se separó los labios vaginales con una mano. Jack silbó. Después la joven, con la otra mano, introdujo despacio el vibrador apagado hasta que desapareció completamente dentro de su sexo, y se ajustó bien las correas.

—Ahora, enciéndelo—dijo Jack—. Dale máxima potencia, y sigue abriendo paquetes.

Lucy obedeció. Le sobresaltó el zumbido en su vagina. El vibrador sacudía las elásticas paredes con toda la fuerza de su gran potencia, y una sensación muy placentera se insinuó a su pesar en su sexo, que empezó a humedecerse.

Manteniéndose de pie temblorosa, Lucy abrió la segunda caja. Para su sorpresa, sacó de ella un objeto de látex de color rosa chicle que era sin duda un plug anal, corto, grueso y ondulado, pero rematado, a partir del círculo de la base, por una pieza blanda en forma de espiral que imitaba de forma evidente el rabo de un cerdo.

Jack y Lou se partían de risa al ver su cara de asombro.

— ¿Qué te parece? ¿No es perfecto para ti, Peggy?—dijo Lou— ¿Sabes lo que es, no? Venga, póntelo.

— ¿Ahora? Pero si llevo... —empezó a preguntar ella tímidamente, y al momento cerró la boca, enfadada por su propia estupidez.

—Pero bueno, pero bueno, zorrita—dijo Lou—. ¿Es que nunca has tenido llenos los dos agujeros al mismo tiempo?

— ¡Pues la llevas clara esta noche!—soltó Jack.

Lucy agachó la cabeza. Estaba asustada y se sentía impotente, y también, como siempre, la grosería de Jack conseguía irritarla. Lou la llamó y la hizo acudir hacia el sofá. Le ordenó agacharse como antes, de espaldas a ellos, apoyando las manos en sus rodillas, y él mismo le insertó sin miramientos el plug anal con un poco de lubricante. Lucy sintió una punzada en el recto, tan usado y castigado ya hacía sólo una hora, pero aguantó sin moverse.

Caminando con dificultad, Lucy volvió a la mesa. El vibrador llenaba su sexo y zumbaba incesantemente dentro de ella, ablandándola y haciéndole producir cantidades inmensas de flujo que ellos podían ver brillar sobre sus muslos. El plug le mantenía el culo bien abierto, y ambos objetos combinados estrechaban sus dos agujeros, de forma que sentía cada uno de los dos más claramente en su interior al usarlos a la vez. Lucy tuvo un chispazo de intuición e imaginó lo que sería tener instalados en esos mismos agujeros las dos gordas pollas de Jack y Lou, más largas y más gruesas que los inofensivos juguetes, y su corazón se aceleró con pánico al pensar lo que debía ser sentir las dos vergas taladrarla con embestidas conjuntas. Sabía que eso era lo que le esperaba.

En el tercer paquete había unos zapatos rosas de imposible tacón de aguja, y en el cuarto unos panties de malla. Tenían el mismo color fucsia que los zapatos, y los hilos de la trama eran de algodón basto. Se trataba claramente de una prenda de ínfima calidad, la clase de lencería barata que sólo usa una pelandusca trotacalles. Pero lo que extrañaba a Lucy sobre todo era que fuesen panties y no medias. Al ponérselos, la malla cubría su sexo y el surco de sus nalgas, imposibilitando el acceso a ellos, aunque tal vez lo que Jack y Lou querían era contemplar su carne a través de la red, de trama muy abierta.

Sin embargo, lo entendió todo cuando Lou le dijo que se acercara, con los panties y los zapatos puestos, y la hizo de nuevo ponerse de espaldas y agacharse. Las manazas de él aferraron los hilos a la altura en que el culo empezaba a dividirse y de un tirón desgarró la prenda hasta llegar a la parte delantera. Ahora el coño y el culo de Lucy estaban perfectamente disponibles, enmarcados en el vulgar panty rosa que le daba aspecto de zorra barata.

El quinto y último paquete contenía algo que Lucy conocía, pero nunca había usado: unas pinzas para pezones. Eran de metal, con las puntas cubiertas de goma, y de cada una colgaba un manojo de cortas tiras de cuero negro. Lucy las contempló, realmente horrorizada, y se estremeció cuando oyó que Lou le ordenaba entregárselas.

—Estas pinzas, Lucy—le explicó con calma—no serán usadas salvo que sea necesario, y te avisaré siempre cuando corras el riesgo de que te las aplique como castigo.

Las depositó en la mesita junto al sofá, donde quedaron bien a la vista.

—Ahora, cielo, date un pequeño paseo por la habitación. Quiero que imagines que eres una puta intentando convencer a dos clientes dubitativos de que tus encantos merecen realmente la pena.

Lucy entendió perfectamente, y llena de alivio y de un absurdo agradecimiento porque no le habían colocado las pinzas en las tetas, empezó a pasearse delante de ellos, contoneándose. Con aquellos altísimos tacones era bastante fácil, ya que se balanceaba aunque no lo pretendiera. Eso, el panty roto de malla y sobre todo la cola de cerdita que sobresalía de su culo le daban la sensación de ir disfrazada, por lo que le resultaba más fácil la pantomima.

Meneó el trasero a fondo delante de ellos, sintiendo el movimiento del plug en su interior, les dirigió miradas de soslayo, se lamió los labios y después se chupó los dedos ruidosamente. Se acarició los pechos en círculos y pellizcó sus pezones, inclinándose hacia ellos para que apreciasen lo duros que se ponían. En conjunto, su actuación fue bastante lasciva, y especialmente Jack se sintió encantado con ella.

—Tócate la raja, zorrita—le dijo mientras él se acariciaba su propia verga.

—Querrás decir cerdita—le corrigió Lou—. A ver, cerdita, quiero ver tu rabo. Ya sabes lo que tienes que hacer, ponte de espaldas y agáchate.

Lucy se colocó una vez más en esa postura. Empezaba a conocerles y estaba claro que aquello formaba parte de las preferencias de Lou. Pasando la mano desde delante entre sus piernas abiertas y rectas, mientras apoyaba la otra en la rodilla, Lucy acarició su clítoris palpitante. Era cada vez más consciente del vibrador y del plug dentro de ella, y también de que los dos hombres veían perfectamente cómo le brillaban los muslos mojados.

Al cabo de dos minutos, Lucy estaba transpirando por todos los poros de su cuerpo y aceleraba los movimientos de su mano en la entrepierna. La estrechez que imponían en sus dos agujeros los juguetes insertados en ella, la deliciosa e incesante vibración en su interior y la suave masturbación que la obligaban a hacerse la habían puesto al borde del orgasmo. La voz de Lou ordenándole ir al sofá y arrodillarse frente a ellos la hizo interrumpirse. Él le dijo que parase el vibrador y le escuchara atentamente.

[Continuará]