Analista analizada (5)

[Lou considera necesario someter también a Lucy a su análisis personal]

La mano del enorme Lou recorrió la espalda sudorosa de Lucy, amasó su culo  empinado en el aire y acarició los labios vaginales abiertos. Lucy se estremeció.

—Voy a soltarte, zorrita—le dijo Lou, manipulando las corbatas que ligaban sus piernas; después, cogió sus manos atadas y tiró de ellas hacia arriba, haciéndole daño en los hombros—. ¿Puedo estar seguro de que no te moverás?

—Sí...sí...—contestó ella con voz ahogada.

—No me gusta encular a una chica atada—siguió él, mientras desataba sus  manos—. Prefiero sentir que me entrega su culito de buena gana. Vamos a ver qué tal te portas.

—Te vas a morir de gusto taladrando ese culazo, Lou—gritó Jack, con un vaso  de whisky en la mano—. Y tú, zorrita, ve preparándote, porque la polla de Lou es cosa seria.

Las manos de Lou acomodaron a Lucy sobre la mesa, entreabrieron sus nalgas y de un pequeño empujón la punta de la oscura verga penetró en el agujero, aflojado por la reciente enculada. Lucy sintió que la cabeza de aquel miembro era más gruesa que la del anterior, pero pudo recibirla sin dificultad en su trasero dilatado. Con el glande dentro de ella, Lou le habló.

—Lucy, ahora voy a meterte este aparato que he estado preparando para ti mientras miraba cómo Jack te aplicaba su tratamiento previo. Vamos a ver si podemos ensancharte un poco más este culo perezoso, putilla.

»Naturalmente, voy a hacerlo como nos gusta a los hombres, ¿recuerdas?: de una sola vez y hasta el fondo. Iré despacio, pero no voy a parar ni a retroceder. Igual que lo ha hecho Jack, ¿has entendido?

—Sí—dijo Lucy, con un hilo de voz.

—Muy bien, pues agárrate fuerte y prepárate a aguantar.

Jack se situó a un lado del escritorio, haciendo tintinear los cubitos de hielo de su vaso. Las manos de Lou aferraron con firmeza la cintura de Lucy, y su enorme miembro empezó a hundirse lentamente en su culo.

Iba más despacio aún de lo que había ido Jack, despacísimo, con una lentitud desesperante que obligaba a la joven a ser consciente de cada milímetro de dura e interminable carne que la traspasaba. La verga se le antojaba inmensa, las paredes de su recto  parecían a punto de estallar. Y mientras tanto, Lucy, humillada y dolorida a  partes iguales, sabía que Jack miraba su cara y la veía apretar los dientes, intentando resistir sin moverse el avance del enorme miembro.

—¿Cómo te sientes, zorrita? Cuéntanos, ¿te da gusto?—le preguntó.

—A ella no lo sé, pero a mí...uhhhh...a mí me va a reventar—dijo Lou.

—La chica no tiene muy buena cara—rió Jack—. Seguro que nunca le habían metido un misil como ése. Dime, encanto, ¿cómo te sientes?

Tecleó con sus dedos en la tensa mejilla de Lucy, que apoyada sobre el tablero se esforzaba en relajar su culo. En ese momento, los testículos de Lou tocaron su sexo: toda la verga estaba dentro de ella. A su espalda, oía a Lou jadear de placer.

La joven comprendió que esperaban que contestase. Tuvo que hacer dos intentos, porque la voz no le salía. Por fin, dijo con voz lastimera:

—No me cabe. Oh Dios, no me cabe.

—¿Eso es lo que crees? —dijo Jack, riendo—. Hummm... Echemos un vistazo —y miró hacia el agujero de Lucy, dilatado sobre la gruesa base de la verga negra—.  Pues yo diría que sí que te cabe, nena. Venga, explícame mejor qué es lo que sientes.

—Vamos, zorra, ¡habla! —la animó Lou, palmeando con fuerza su trasero.

—Estoy llena —susurró Lucy—. Estoy llena y mi culo está ardiendo y siento que tu polla me va a salir por la boca de un momento a otro, ¡eso es lo que siento!

Los dos hombres estallaron en carcajadas y Lou replicó:

—¿Así que tu culo está ardiendo, putita? Pues prepárate a verlo echar humo. ¡Allá voy!

Y empezó.

Lucy nunca hubiera creído poder experimentar sensaciones como aquéllas. La  enorme tranca entraba y salía de su trasero con increíble facilidad debido a la gran cantidad de lubricante que la cubría, y ella sentía claramente cómo las paredes de su recto se estiraban y se estrechaban en el vaivén. Podía sentir todo su culo palpitar y envolver la verga, cerrarse cuando Lou la retiraba y abrirse sumisamente cuando él la hundía de nuevo. Cuando la penetraba por completo la hacía sentirse totalmente llena, parecía llegarle al corazón, y realmente por momentos creía que le iba a invadir la garganta.

Las manos de Lou atenazaban su cintura con firmeza mientras la bombeaba con ritmo constante, controlando la situación, y en los pensamientos de Lucy, sometida a su pesar, aquella verga pareció crecer y crecer. Ella tuvo la sensación de que se volvía inmensa, la invadía por completo, llenaba su cuerpo y su mente y le impedía pensar en nada que no fuese en su culo abierto y en su sexo, excitado a su pesar, hasta que sin darse cuenta empezó a gemir bajo las embestidas.

—Esta zorra se te está derritiendo viva, Lou—advirtió Jack, que miraba la boca abierta de Lucy, jadeante y entregada.

Lou agarró a Lucy por las muñecas y tiró de sus brazos hacia atrás y hacia los lados, a la vez que clavaba su verga profundamente en su recto, levantándola con la fuerza del golpe. En esta posición, la hizo girar, apoyada apenas sobre las puntas de sus pies y empalada en su tranca, que le servía de punto de apoyo sobre el que Lucy pivotaba volviéndose hacia el centro de la habitación.

Doblando las rodillas ligeramente, levantó más hacia atrás los brazos de Lucy, que de esta forma se vio obligada a inclinarse hacia el suelo hasta caer de rodillas sobre la alfombra, casi doblada en dos, el culo muy empinado en el aire y con la verga de Lou todavía hincada hasta el fondo. Él le hizo apretar la cara contra el suelo, mantuvo la posición apenas unos segundos y después se la sacó, ordenando:

—Ni se te ocurra moverte.

Jack se acercó de inmediato y empujó con los pies las rodillas de Lucy, indicándole que juntara las piernas. Ella obedeció y quedó encogida sobre sí misma, apoyada sobre los codos y las rodillas y con su trasero siempre bien levantado. Oía tintinear los cubitos en el vaso que Jack llevaba en la mano, pero no podía verlo porque tenía la cabeza apoyada en los antebrazos y la cara escondida entre ellos.

—Vamos a refrescar un poco este culo.

Antes de que pudiera pensar en lo que venía, Lucy notó un calor intenso y repentino en su castigado agujero. En unos instantes la sensación se transformó en su opuesto y ella fue consciente de que Jack estaba empujando un cubito de hielo dentro de su ardiente culo. El contraste la hizo estremecer.

—¡Ahhhhh…! —no pudo evitar gritar y agitar sus nalgas. Jack reaccionó propinándole un sonoro azote que restalló en el aire de la habitación.

—¡Sshhhhh, quieta, fiera! Esto es por tu bien. Necesitas calmar un poco tus ardores de hembra en celo —y a la vez que decía esto, empujó otro cubito dentro del culo de Lucy.

En lo que parecía ser su estilo de juego preferido, Jack mantuvo en vilo a Lucy durante varios minutos, asegurándole con cada nuevo cubito que introducía en su recto « tranquila, éste es el último », sólo para meterle otro al cabo de un momento. Lucy tuvo que mantener en alto su culo tembloroso hasta haber recibido en él seis cubitos de hielo. Era impresionante la forma en que al principio parecían de fuego para después enfriarla. Sentía cómo sus entrañas los derretían y cómo su conducto trasero se estrechaba de nuevo.

El agua empezó a resbalar por sus muslos y corría entre los labios de su vulva, caliente al principio pero progresivamente más fría, haciéndola estremecer cuando se deslizaba sobre su clítoris, que se puso tieso y sensible. Tras el sexto cubito, la joven notó que Jack tomaba posición con los pies a ambos lados de su cuerpo doblado. Una ligera presión sobre su agujero y la verga de Jack se deslizó dentro de ella una vez más. En su recto helado la sintió dura y cálida, y para su sorpresa la recibió con agradecimiento.

Jack, acuclillado sobre ella, empezó a clavar su miembro profundamente en su cuerpo y a encularla a fondo, sin prisas, metiéndola y sacándola con movimientos amplios. Lucy podía apreciar un gran cambio en su recto: ya no ofrecía resistencia, pero no estaba dilatado sino elástico, flexible, permitiendo que la verga lo taladrara fácilmente, y a la vez apretándola y contrayéndose sobre ella, siguiendo el ritmo de la penetración de Jack. Con vergüenza, se dio cuenta de que le habían puesto el culo tan accesible y entrenado como el de una auténtica prostituta. Lo tenía preparado para proporcionar mucho placer a cualquier miembro que se introdujera en él, y era obvio que aquellos dos estaban dispuestos a usarlo ampliamente esa noche.

Jack murmuró:

—Mmmmmmm… Auténticamente profesional. ¿Quieres probarla, Lou?

—No—contestó su compañero—. Lo que me gustaría ahora es enseñarle a esta zorrita cómo se hace un ceabé.

[ Continuará ]