Anakin y Padmé. Época de apareamiento (Star Wars)
Durante su escapada a los idílicos lagos de Naboo, Anakin y Padmé se dejan llevar por su instinto más primitivo...
Padmé y Anakin rodaron, entre risas, por la verde hierba del prado. La preocupación de ella ante el inesperado accidente de su protector padawan se había convertido rápidamente en alegría, al descubrir que todo había sido una broma hábilmente escenificada por él. Después de girar dos veces sobre sí misma, la pareja se quedó inmóvil sobre el césped: Anakin debajo, y Padmé, encima de él. El joven padawan miró fijamente a los profundos ojos marrones de la Senadora de Naboo.
—Desde aquí abajo eres aún más hermosa —murmuró, un poco excitado al sentir todo el peso del cuerpo de ella sobre el suyo. Y, mientras lo decía, agarró firmemente a Padmé de la cintura.
Ella, súbitamente consciente de su mutua proximidad, dio un respingo e intentó apartarse del aprendiz de Jedi para ponerse en pie.
—Ani, no deberíamos —masculló, descubriendo que las manos de Anakin le impedían levantarse.
—No deberíamos… ¿qué? —le preguntó Anakin con una sonrisa traviesa y descarada.
Padmé le sostuvo la mirada.
—Ya sabes qué. Si esto llegara a oídos del Senado…
La sonrisa de Anakin se agrandó todavía más.
—¿Y cómo podrían llegar a saberlo? Mira dónde estamos.
Padmé, todavía sentada a horcajadas sobre él, miró a su alrededor. Sí, era verdad: estaban solos, rodeados únicamente por los shaaks que pastaban tranquilamente, y acompañados tan solo por insectos inofensivos (aunque algo molestos, a veces) que volaban de flor en flor. De fondo, solo podía oírse el suave pero constante murmullo de las cascadas.
Sí. Se encontraban solos. Pero aun así…
—Ani, ya hemos hablado de esto: somos adultos, y cada uno de nosotros tiene una misión.
Anakin pareció reflexionar durante un momento sobre lo que iba a decir.
—Padmé, sabes que te deseo desde el primer momento en que te vi. Entonces no éramos más que niños, pero ahora, como tú misma has dicho, ya somos adultos. Dime, ¿qué es realmente lo que quieres hacer?
Padmé bajó la vista, pero no dijo nada. Anakin contuvo un suspiro antes de seguir hablando:
—Un hombre muy sabio me dijo una vez: «No pienses, siente. Usa tu instinto». ¿Qué te dice tu instinto?
Y mientras decía esto, Anakin agarró la mano derecha de Padmé y la puso suavemente sobre su entrepierna, para que pudiera sentir el bulto que ella misma había provocado.
Mientras lo palpaba, Padmé levantó la cabeza hacia el azulado cielo, que estaba salpicado únicamente por algunas nubes esponjosas y blancas. Entonces, cerró los párpados, respiró hondo y… cuando volvió a bajar la vista hacia Anakin, este pudo percibir que su mirada se había vuelto lujuriosa. Y lo supo: ya no aguantaba ni un segundo más sin tener dentro de ella aquello que estaba tocando.
Entonces, Anakin dio la vuelta a Padmé y la tumbó sobre la hierba para observarla: su cabello castaño rizado, abierto como un abanico alrededor de su cabeza (exceptuando los dos moños redondos a ambos lados de su cara); algunos mechones por encima de su rostro, y sus ojos mirándole fijamente, expectantes.
Extendiendo sus manos, Anakin comenzó a soltar el corpiño amarillo de flores bordadas que llevaba Padmé. Cuando hubo desanudado el último cordón, se deshizo de él y rasgó el precioso vestido para dejar al descubierto sus tetas, de pezones marrones y perfectamente redondas.
Después de admirarlas durante un momento, el padawan pasó su húmeda lengua sobre su pezón izquierdo, sintiendo cómo se endurecía al instante. Tras acariciar ambos pechos, se adelantó un poco y abrió la bragueta de sus pantalones, sin dejar de acercarse a la cara de la excitada senadora. A continuación, cogió la mano derecha de Padmé y la metió en sus pantalones, para que agarrara su pene. Al sentir su mano sobre su polla por primera vez, ella comenzó a darse cuenta, aunque todavía no pudiera verla, de lo grande y dura que estaba. «La Fuerza es intensa en él», recordó.
Y con esto, la sacó de los pantalones, agarrándola con la mano derecha, y se la restregó por encima de las tetas. Después, agachó la cabeza y empezó a chupar la puntita, haciendo círculos en ella con la lengua.
—Oh, Ani, está tan dura y caliente… —gimió.
—Y es toda tuya —le contestó él, loco de excitación.
Padmé lo miró desde abajo, sonrió brevemente y luego… se la metió toda en la boca, cerrando momentáneamente los párpados cuando la punta alcanzó su garganta. Anakin soltó un gemido, disfrutando de la humedad de su paladar. Ella comenzó a mover la lengua dentro de su boca y alrededor de su polla, mientras le masajeaba los huevos con la otra mano.
—Padmé, me encanta… —balbuceó el joven padawan. Padmé sonrió tanto como la polla se lo permitía (bastante poco), y entonces cerró otra vez los ojos, haciendo fuerzas para meterse también los testículos dentro de la boca.
Anakin entornó los ojos de placer y se quedó petrificado, mirando cómo la senadora tragaba y succionaba.
—Te deseaba tanto, Ani —dijo ella con la boca llena, de tal forma que sonó algo así como: «Teh dehzabba tamhhto, Ahhneh». Y, cuando la punta de su polla le hubo aplastado la campanilla, Padmé soltó un gemido satisfecho y volvió a sacarla para chuparla cuan larga era: de la base a la punta, por un lado y por el otro.
—Padmé, llevo soñando toda mi vida con este momento —le aseguró Anakin, mientras su polla palpitaba con espasmos de increíble placer.
La senadora le chupó un momento los huevos, haciendo ventosa en ellos con los labios, y después le lanzó un salivazo sobre la polla. Y mientras extendía por ella la saliva, preguntó, con una sonrisa pícara:
—¿Quieres probar mi coñito senatorial, Ani?
Sin ni siquiera contestar, Anakin retrocedió y apartó de su camino la falda amarilla del vestido y las enaguas blancas, atisbando por primera vez sus preciosas braguitas doradas de encaje. Sin dudarlo, deslizó una mano por debajo de ellas y sintió al momento su ardorosa humedad vaginal. Padmé lanzó un gemido y echó la cabeza para atrás al sentir los dedos del padawan Jedi sobre su coño.
Anakin separó las piernas de la senadora y metió la cabeza entre ellas, agarrándola fuertemente de los muslos. Cuando por fin tuvo su coño delante de su cara, acercó la lengua y la pasó lentamente por su clítoris, dibujando círculos, mientras ella acariciaba su corto cabello de color arena.
—Padmé, qué bien sabe tu coño… —murmuró él, al mismo tiempo que abría el coño suavemente para meter y sacar su lengua repetidas veces.
Todo el cuerpo de Padmé se estremeció de deleite cuando Anakin introdujo dos dedos dentro de ella y comenzó a masturbarla. Después de unos segundos, el padawan emergió del mar de enaguas que rodeaba a la senadora y le ofreció los dedos para que los chupara. Ella así lo hizo, degustando el rico sabor de su coño, y después continuó relamiéndose mientras se manoseaba las tetas con lascivia.
—Mmm, necesito tu polla dentro de mí, padawan Jedi —le dijo.
Anakin se incorporó, excitado, antes de acercar su polla a su coño e introducirla lentamente. Padmé cerró los ojos al sentir cómo su pene, caliente y palpitante, entraba en ella y llegaba hasta el fondo de su ser.
Él apoyó las manos en la hierba, a ambos lados de ella, y comenzó a mover las caderas arriba y abajo, haciendo que Padmé gimiera sin control. Y esto solo contribuyó a excitar más al aprendiz de Jedi, que apretó la mandíbula y, agarrándola firmemente de los muslos, por debajo de la falda, fue cada vez más rápido. Más duro. Más profundo. Padmé podía oír cómo su cuerpo sudoroso chocaba húmedamente contra el de ella con cada arremetida.
De pronto, le puso una mano en el pecho y susurró:
—Métemela por el culo, Ani. Quiero ser completamente tuya.
Con un gruñido y un escalofrío de excitación, Anakin dio la vuelta a Padmé y la puso a cuatro patas sobre la hierba, recogiéndole la abultada falda amarilla a la altura de la espalda para poder ver mejor las dos nalgas exquisitas entre las que iba a abrirse paso.
Sin esperar un segundo más, la introdujo en su apretado culo y le dio una embestida hacia delante, haciendo que ella gritara a pleno pulmón, como si un nexu del planeta Cholganna acabara de desgarrarle la piel. El grito, que resonó por todo el prado, llamó la atención de varios de los shaaks, que por primera vez dejaron de pastar y levantaron la cabeza del suelo para mirar con curiosidad a la fogosa pareja.
Anakin, ignorante de esto, siguió moviendo las caderas hacia delante y hacia atrás, abriendo poco a poco el apretado culo de la senadora, y agarrando con ambas manos sus carnosas nalgas. A medida que él aceleraba y aceleraba, los tiernos pechos de ella bailaban hacia delante y hacia atrás, temblando como dos flanes de Lothal.
—Mmm, Ani. Me encanta tu polla: es tosca, áspera e irritante —recitó Padmé con voz melodiosa y juguetona—, y me la metes por doquier.
Llegados a este punto, Anakin lanzó un gemido gutural y dio los últimos pollazos dentro del culo de Padmé mientras decía:
—Uff, ¡¡voy a rellenarte de semen!!
—Síii, Ani, ¡dame hasta el último de tus midiclorianos!
—¡Aaaaahhh!
El joven aprendiz de Jedi se inclinó hacia delante cuando su polla ya no pudo más y comenzó a llenar de semen caliente el excitado culo de la senadora. Segundos después, ambos se derrumbaban y caían sobre la hierba, extasiados: Anakin, con su polla aún dura descansando sobre su vientre; Padmé, con el semen brotando lentamente de su ano y manchando su caro vestido primaveral.
Al cabo de medio minuto, unos bufidos y relinchos llamaron la atención de Padmé, quien levantó un poco la cabeza para averiguar su procedencia. Asombrada, vio cómo, a lo largo y ancho del prado, todos y cada uno de los shaaks machos comenzaban a montar a las hembras y a aparearse con ellas con auténtico frenesí. Con una sonrisa de éxtasis, Padmé se dejó caer de nuevo sobre la hierba y descansó.
La temporada de celo había comenzado.