Anaís III
Sigue el entrenamiento de la esclava y la venganza.
Javier sonrió de medio lado. Jamás habíamos hecho esto juntos, pero la verdad es que lo habíamos conversado montones de veces.Éramos algo bastante cercano a amigos. A veces nos pasábamos la tarde conversando juntos en el bosque, el me llevaba la merienda y yo un libro, seguramente en casa todo creían que follábamos, y por eso tampoco les importaba casarme. Si follaba tanto y no me embarazaba seguramente era estéril y una esposa estéril es un fraude. Por tanto era mejor mantenerme soltera y no arriesgarse a que alguien conociera mis locuras en otro lugar.
Javier y yo habíamos tratado varias veces de convencer a alguien de esto. Él mayormente, a alguno de los esclavos.Él no estaba tan interesado en los genitales como si lo estaba en la condición de inmovilización de quien fuera su juguete. Mi caso era bastante similar, no obstante prefería a las mujeres.
Cada vez que Javier la miraba veía el brillo de la malicia en sus ojos. Y temí de momento por Anaís, así que quise aclarar las cosas.
-Esta es la esclava que sorprendí siendo violada hace poco. Hoy no será penetrada. No está lista. ¿de acuerdo?
-De acuerdo- No vi decepción en Javier, el sabía que yo tendría alguna sorpresa. Volteé a mirar a la criatura atada. Anaís se bastante bien cuando una mujer se excita, y tú lo estás, si deseas placer me obligarás a dártelo, créeme que no estaría haciendo esto si estuvieras seca. Además confías en mi, lo sé.
Me acerque a su cuerpo tembloroso y húmedo por la lucha, y besé su cuello, luego sus lóbulos y en ellos me detuve mucho tiempo. La tumbé boca abajo y rasguñé su espalda, la vi temblar de veras. Vi sus nalgas y supe que me moría por castigarlas, pero no hoy. Hoy Anaís entendería en qué clase de viaje me estaba acompañando, qué esperaba yo de ella.
Me acerqué a su oído "Creo que eres hermosa, y no te haría daño sin una razón. ¿Lo sabes no?. La miré y asintió levemente. Si te quito la mordaza serás buena, pues de lo contrario te castigaré y eso dolerá. Volvió a asentir. Saqué el trapo de su boca, se veía algo hinchada y muy deseable. Por supuesto tuve que besarla, tuve que morderla, tuve que lamerla, y luego darle besos cortos una y otra vez.
-Algún día lograré que respondas mis besos. Javier, ven acá.
Ambos tomamos una botella de aceite y lo untamos en su cuerpo, ahora si que no podía verse mejor, iluminada completamente por el reflejo de la luz en su cuerpo aceitoso, ahora era más fácil deslizarse por su cuerpo. Utilicé eso a mi favor para apretar sus pezones una y otra vez.
Javier, penétrala por la boca.
-No! Eso no! Ama él hizo eso y...por favor no!-
Me acerqué lenta y cadenciosamente- Anaís, te dije que tienes que confiar en mi. Si no lo haces te voy a castigar. Última advertencia.
Yo seguía desnuda, me senté en un sillón junto a ella, para que pudiera verme. Mírame y no digas nada, estamos de acuerdo? Javier ven. Se acercó a mi, tomé su pene y lo metí a mi boca, comencé a chuparlo lentamente y mientras lo hacía me toqué yo, de reojo miré a Anaís que miraba pasmada, muy perturbada, y sin duda excitada. Cuando estaba a punto de acabar saqué a Javier de mi boca para que ella me oyera gemir de nuevo, me recosté junto a Anaís y puse mi boca en su oído y acabé así, mientras terminaba la lamía, y ahogué mis gemidos más de una vez en sus pezones. Ella estaba mal mirándome. Mal, mal. Y sonreí internamente.
Ahora ves pequeña que espero. Que explotes de placer. Javier penétrala. El se acercó a ella. y la penetró por la boca, y acto seguido me arrodillé entre sus piernas y comencé a lamerla, se sobresaltó cuando eso ocurrió pero no me importó, estaba atada, no tenía tanta libertad de movimiento. Seguí unos momentos más, pero luego quise ayudarla con el pene de Javier, entonces subí y traté de lamer junto con ella. Luego saqué el pene de en medio y traté de besarla. Y me rechazó. No tenía idea del error que acababa de cometer.
-Te voy a castigar querida, lo lamento, casi tanto como lo lamentarás tú. Seguí lamiendo unos momentos más, cuando ya creí que no podía más de lubricación me detuve en seco. ¡Javier! detente tu también.
Toqué con un dedo el clítoris, tembló, lo hice de nuevo.- Aún no estás satisfecha, no? bueno te comento que estarás así unos días. Javier, ponle esto. Le entregué una especie de masilla, como un emplasto, pequeño, no más grande que un pulgar, destinado a cubrir el clítoris y eliminar cualquier posibilidad de roce, de placer y de orgasmo. Luego de ponerle el emplasto, la amordazó nuevamente.
Abrí la puerta y allí mirando estaba el esclavo que había violado a Anaís, erecto también. Anaís fue cubierta por un panel que permitía ver a donde yo estaba pero no al revés.
-Te esperaba, ponte boca arriba sobre la mesa. El esclavo, más menos del mismo porte que Javier lo miró sorprendido, el aún estaba vestido, pero claramente estaba erecto. Me hizo caso, y acto seguido a acostarse le abrí el pantalón y lo monté, Mientras lo hacia volví a tocarme, ya me dolía mucho el clítoris, pero aguantaba una vez más, sólo una más.
Luego de que acabé, y el esclavo se sonreía, me bajé de la mesa- Date vuelta, te masajearé la espalda. Me hizo caso, quizás creyendo que sería el favorito y que era su día de suerte. Le hice un gesto a Javier y éste se acercó.
Javier, encárgate. Javiera abrió sus nalgas de golpey comenzó a penetrarlo brutalmente.
-Salte completamente de él y vuelve a entrar, así le dolerá más que si te quedas siempre dentro. Sudoroso y arrebatado asintió y me hizo caso, cada embestida era una nueva penetración. El esclavo daba gritos sordos, afortunadamente, porque no lo silenciamos. Las últimas tres embestidas no fueron como lo ordené, pero era comprensible, ya iba a terminar. Mientras desmontaba fui a buscar un cuchillo. El dolor lo paralizaba y su pene no estaba ya tan erecto, lo que me sorprendió pues esperaba que perdiera la erección del todo. aproveché eso, lo masturbé y luego cuando estuvo algo más duro hice tres cortes a lo ancho de su pene, tres cortes muy breves.
-Así voy a cortarte la próxima vez que te sorprenda violando a algún esclavo, y te lo serviré a ti, o a los perros. No me permitirían matarte, cuestas dinero después de todo, pero por esto no me ganaré más que una reprimenda ¿Entendido? Esto jamás pasó. Márchate.
El pobre infeliz subió su pantalón manchado con sangre y salió corriendo.
Corrí el panel tras el cual estaba y no podía verse más estupefacta.
Siempre curiosa, la penetré con un dedo, su gemido y su respingo me dijeron q seguía excitada. Muy bien por mi, así se quedarías toda la noche por desobedecer.
-Lástima hermosa, quería mostrarte hoy lo que era un orgasmo, pero como sigas así, no lo sabrás jamás.
Me pasé la noche entera tocándole los pechos, las costillas y todo lo demás. Con las manos, con la boca, cuando quise besos, me los dio, no sin perder la oportunidad de rogarme que parara. Cuando ya quise dormir, fui a buscar un falo de cuero, que usaba en mis ratos solitarios y la penetré con eso, lo dejé adentro y la sentí moviéndose en un intento inútil de satisfacerse.
-Es para que te acosumbres, reza por no tener un orgasmo sin mi, porque lo sabré y te irá mal. La cubrí y Javier me ayudó a trasladarla a la habitación de junto, la de la esclava criada, y allí durmió, con la puerta abierta para que yo pudiera oír si algo sucedía. Yo dormí como un tronco, como hace mucho no podía.