Anaís I

Una curiosa chica descubre a su esclava favorita siendo forzada por otro esclavo.

Me acerqué a la puerta del cuarto de los esclavos, oí unos gemidos sospechosos, y pensé que podían venir de ella, mi favorita.

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Recuerdo la primera vez que la vi, cuando recién compramos este lote de esclavos, era un niña preciosa, creo que nadie quedó indiferente a su presencia, pero dudo que ella haya notado la mía así como yo la suya. Para los esclavos todos los esclavistas somos iguales, y tienen razón. En cualquier caso ella era diferente, su piel no era tan oscura, no era mucho más oscura que la mía de hecho, tenía un par de pechos muy grandes y que se veían increíblemente suaves, unas piernas muy firmes y un rostro precioso..Dios cuántas noches no me toqué pensando en cada uno de sus bellos rasgos.

La esclava tenía una faz muy exótica, sus ojos eran rasgados, cafés como los de la mayoría, pero tenían una forma especial, sus pómulos eran muy pronunciados y eso me encantaba porque era tan distante a mis propios pómulos, casi inexistentes y finalmente estaba su boca, su preciosa boca, tenía una perfecta forma, era muy pequeña y muy llena, sin ser gruesa, como la mía, pero nunca delgada, era simplemente perfecta, tan femenina, tan pequeña, me pasaba larguísimas noches tocándome, pensando en la parte interior de esos labios arrastrándose por mi piel, por mis pechos, por otros lugares. En ese momento no me imaginaba lo que iba a presenciar unos días después.

No fueron únicamente sus características físicas las que me llamaron la atención, sino también su personalidad, era distinta a las otras esclavas, tampoco teníamos tantas, pero las chicas siempre vestían falda o pantalones muy cómodos y anchos que les permitieran trabajar, ella vestía pantalones que marcaban más sus piernas, eso me permitió verlas bastante y adivinar su forma, intuí que había algo diferente en ella. Sería como yo? Huiría para mirar a sus amigas ducharse? Pa ver el agua correr por sus cuerpos y luego tocarse pensando en ello? Envidiaría, como yo, a aquellos que tuviesen el privilegio de estar dentro de ellas, hacerlas gemir? Lo dudaba, hasta el momento sólo había conocido a otra así, y eso no había terminado bien.

Me sorprendía no verla con nadie, ningún esclavo. Acá se les trataba como perros, por tanto tenían derecho, si es que tenían derecho a algo, a aparearse con quién quisieran, cuando quisieran, como perros, y era común verlos emparejados y luego con bebés, a temprana edad, esta muchacha era joven, pero había visto a otras más jóvenes con bebés en brazos ya.

Trataba de rondarla todo lo que podía. Lo que me permitía mi vida familiar. Mi gran esperanza era verla bañarse desnuda en el río alguna vez.

Debía ser cautelosa, después de lo que me pasó con la última y única mujer en mi vida no me podían sorprender mirando mujeres, nadie iba a obligarme a casarme, tenía un hermano mayor casado y con hijos varones, a nadie le importaba si yo me casaba, pero tampoco podían permitir que generara un escándalo social como la vez anterior, por tanto me vigilaban de cerca y pocas veces podía burlar esa vigilancia.

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Había llegado al cuarto pues por un minuto nadie me miraba y no veía a mi favorita por ninguna parte, debía estar en el cuarto, y cuando me acerqué sentí unos gemidos ahogados, como de una boca amordazada y corrí a mirar, mi depravación asquerosa no se limitaba únicamente a desear mujeres, a una, a varias, a todas, sino que también gozaba mucho de mirar a los esclavos yacer entre sí, en pocas ocasiones había visto a dos hombres, lo que me sorprendía, pero jamás había visto a dos mujeres. No me cuestionaba el tocarme, aunque fuese claramente inmoral, ya había deseado intensamente a una mujer, estaba condenada de todas formas.

Mientras abría la puerta pensaba que lo que más me dolía de la situación era que no sabía su nombre, ni podía preguntarlo, mi familia no tendría idea y los empleados libres me mirarían rarísimo si me interesara en una esclava, aunque fuera sólo en su nombre.

Al entreabrir vi algo que me produjo muchísimos sentimientos encontrados. Mi favorita estaba en el suelo, con los brazos tras la espalda siendo afirmados por otro esclavo, y con el trasero levantado, expuesto, y era penetrada por este, y podía ver por las lágrimas en sus ojos, que ella no disfrutaba. No había visto mucho sexo en mi vida, pero las otras esclavas gemían como cuando uno disfruta un plato de comida, cuando se satisface la sed con un vaso de agua fría. Mi pequeña gemía como cuando tropezaba y me caía, mi pequeña gemía de dolor. Lo que me partía el alma, pero por otro lado, ese salvaje estaba disfrutándola como yo jamás podría, lo más cercano a tenerla que disfrutaría sería ver a ese tomarla y el sí gemía como satisfaciendo su sed, de pronto lo vi salir de ella, su miembro seguía muy duro, y la soltó, ella se paró rápidamente y trató de huir, deseé que lo lograra…deseé que no lo lograra. No lo logró.

Él la cogió del pelo y la tiró al suelo de nuevo, y la abofeteó muy fuerte. Le gritó que o estaba quieta o sería peor.

Se que piensan que soy lo peor, no hice nada por ella…y tienen razón, pero cómo iba a justificar mi presencia allí, como iba a justificar mi interés por ella? Muchas veces había visto esclavos maltratarse entre si y no me había importado, ellos son así, y no hay forma de disciplinarlos, ni siquiera por su bien. Yo era relativamente libre a pesar de mi desviación, pero estaba a poca distancia de un convento o algo peor, como le había sucedido a ella, la única que tuve…

Ella seguía sollozando en el suelo, su hermoso rostro estaba bañado en lágrimas. Se veía tan indefensa, tan pequeña… En ese momento sentí algo dentro, era como hambre, un ansia, nacía de la compasión y del deseo. Había notado también que en su espalda habían unos arañazos grandes que llamaron mi atención, quizás qué podrían ser.

Mientras ella sollozaba él le obligó a abrir la boca y se metió dentro de ella, obligándole a chuparlo. Ella al principio con timidez y asco, paseó su lengua por su pene, y el gemía de forma asquerosa, luego puso sus labios alrededor y comenzó a succionar, mientras arrastaba su boca hacía atrás veía aquella parte interna de su boca, esa parte previa a las encías que es muy suave y resbalosa, pensé que el muy hijo de puta debía estar gozando enormemente el sentir esa piel tan suave en él, piel que debía ser mía.

Pero el muy idiota al parecer perdió la paciencia, no apreció su tacto suave y dulce, y tomándola de la nuca empezó a follarle la boca y ahí mi pequeña empezó a ahogarse a tratar de zafarse, pero él era más fuerte.

Sus pechos se movían mientras la empujaba con la pelvis, ella movía sus brazos a todas partes, tratando de golpearlo tratando de alejarlo, hasta que le pegó, aparentemente, en un testículo, me reí por dentro, ahí el tipo gritó, se separó de ella, aún duro, y la abofeteó de nuevo, ella le escupió, tenía su carácter la pequeña y no se doblegaba tan fácil…pero fue un error escupir, la abofeteó, dos, tres veces y luego le ató las manos, la puso boca abajo y con el peso de su cuerpo la aplastó, algo como esto jamás lo había visto, con el tiempo supe que eso se llamaba violación, y supe que era algo terrible, no obstante ese recuerdo siempre logra que me excite.

Había visto a los esclavos yacer de diversas formas, pero jamás había visto uno que penetrara a la mujer como se penetran los hombres, pensé que eso simplemente estaba prohibido, pero al parecer no. Eso le hizo el bastardo a la pequeña.

Aprisionándola entre el suelo y su peso, aprovechándose de tenerla maniatada, la penetró por detrás, por su trasero, la primera vez demoró un poco en entrar y luego ya fue más fácil para él, al menos eso pienso, porque comenzó a penetrarla más rápido, la pequeña lloraba a gritos, distaba mucho de ser gemidos de dolor, eran alaridos y al parecer hasta a los esclavos les gusta su privacidad así que alargó una mano y con un trapo le llenó la boca.

Cuando ya la hubo silenciado retomó el ritmo de la penetración, cambiaba su propia postura cada cierta cantidad de tiempo, finalmente, cuando ya estaba frenético, la agarró de los pechos, por detrás, y los uso para afirmarse y penetrarla más fuerte, y hacerle más daño…mi pequeña a pesar de parecer casi imposible se retorcía bajo él y lograba moverse, quería zafarse a toda costa. Él aumentó, si era esto posible, el ritmo, lo hizo más duro, durante unos breves segundos, y luego de un gemido entrecortado, terminó, dentro de ella. Estuvo descansando sobre ella unos 2 minutos, luego, tomó su pantalón se lo puso y salió, dejándola atada, amordazada y asumo que muy adolorida. Me quedé escondida tras un arbusto esperando que él pasara y pensé que hacer, evidentemente eso le había dañado, quería curarte, pero no sabía qué hacer exactamente, no sabía siquiera si me convenía hacer algo, barajé incluso la posibilidad de entrar y besar sus pechos. Desde mi inocente punto de vista, en aquel entonces no había nada más placentero que pudiera yo hacer con una mujer que besarle los pechos. Me imaginaba muriendo de éxtasis al morderle los pezones. Evidentemente sabía que aprovecharme de su indefensión era probablemente lo peor que podría haber hecho.

Luego escuché que lo lejos se acercaban más hombres, pero eran hombres libres, empleados de mi padre, si veían así a mi pequeña la volverían a violar, lo sabía, era imposible verla así y no desearla, y ella era una esclava, si escasamente les importaba si un esclavo la violaba, menos les importaría que lo hiciera un hombre libre. No podía negar la excitación que me producía verla así, haber visto lo que había visto, pero no eran tan enferma como para permitir que pasara de nuevo. Así que actué rápido.

Entré de golpe y gritò asustada, seguramente pensó que el violador había vuelto, su rostro al verme era inefable, debe haberle sorprendido verme allí y debe haber pensado que qué podría yo querer.

Al entrar vi cerca de ella un cuchillo enorme, seguramente con eso la amenazó. Lo use para cortar rápido la tela con que la amarró y saqué el trapo de su boca, cogí la ropa que vi más cercana y la ayudé a levantarse, la pobre estaba efectivamente muy adolorida, la hice correr para salir de allí e irnos algo lejos. Corrió desnuda tras de mi, trataba con fuerza de no pensar en tumbarla allí y besarla entera, no mirar embobada sus pechos, o no recordar que junto a un pezón tenía un lunar y que me moría por besarlo y morderlo. Cuando llegamos a un lugar que consideré seguro, junto a los caballos de mi padre, la hice esconderse, y le pedí que me esperara, corrí a casa y saque un par de paños y un cazo con agua hirviendo, traté de correr con el agua y cuando llegué a ella algo había enfriado. La recosté, la lavé con un trapo, la sequé con otro y le puse una manta, la examiné, y la parecer lo único “roto” era aquel último lugar que él había penetrado. Le dije que se volteara y empezó a negar con la cabeza desesperada, pensé en razonar con ella, pero no iba a funcionar y mientras más demorara más posibilidades teníamos de ser sorprendidas, así que se lo ordené. Me miró con odio y se volteó, le ordené que estuviera quieta y por dentro me sentía horrible porque era odiada por mi pequeña. Le pedí que abriera las piernas y lo hizo soltando un puñetazo en la tierra, me odiaba. Y con un trapo con agua hervida comencé a limpiarle, penetré su ano un poco con el trapo mojado, salió ensangrentado, seguí haciéndolo hasta que salió limpio, luego le puse un ungüento de hierba que siempre traía conmigo para cuando me caía, era una hierba cicatrizante. Le pasé el frasco y le dije que se lo echara cuando le escociera, pero con cuidado y sin que nadie la viese. Ahí asintió sorprendida, al parecer entendió que deseaba ayudar. La vestí y le dije que se mantuviera escondida para no trabajar, al menos un día, que yo tenía un plan.

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Al llegar a casa, tomé un libro, salí y volví a entrar procurando ser vista esta vez, no era raro que yo me perdiera por el patio a leer largas horas, y ahora no había transcurrido tanto entre mi salida y todo lo que le había sucedido a la pequeña.

Esperé que llegara la comida y al sentarme a la mesa comenté que la esclava a cargo de mi servicio estaba muy vieja, era muy fea y me asustaba que estuviera algo desdentada, sobre todo porque ella dormía conmigo. Sugerí que sería mejor enviarla a la cocina y traerme a mi a alguien más. Mis padres se miraron entre sí, sabían de mi “problema” pero no podía tener de sirviente a un hombre, simplemente no se podía. Mi madre dijo que no, que no tenía derecho a exigir nada de nada, sobre todo considerando la calaña de hija que era. Mi padre golpeó fuerte la mesa, me miró y dijo que no estaba bien que exigiera nada, pero que estaba peor que mi madre decidiera sin pensar en consultarle nada, y, como suponía, por contrariarle, me dio la razón, tendría sirvienta nueva, pregunté quién sería. “Me dijeron que las mayores estaban todas ocupadas, sabes de alguien que pueda servirme?” dije mirando a mamá, ella miró a papá, quién, a pesar de todo sentía debilidad por mi, me dijo que le daba igual, que eligiera a alguien que no fuera elementar ni en el campo ni en la casa, la esclava que tenía en mente era bastante nueva como adquisición, era perfecta.

-Podría ser una de las nuevas entonces.

-Como quieras, cuál podría ser- dijo papá preguntándole a mamá.

-Hay una que es buena con los animales, la he visto- dije interrumpiendo, arriesgando arruinar todo- me servirá para cuidar a mi perro.

-Mm si, tienes razón, así no volverá locas a las demás esclavas, pero si roba algo de la casa, le cortaré las manos- dijo mi encantadora madre.

Dios, espero que no lo intente, mi madre lo notaría.

-Genial, cuando la traerán? Puedo ir a buscarla yo- todos me miraron sorprendidos, mierda, que tendría yo que hacer cerca de los esclavos- digo, necesito que alguien bañe a mi perro pronto, está muy sucio y hoy hace lindo día.

-Es cierto, el perro huele a rayos, tráela ahora- dijo mamá a la sirvienta blanca y ésta salió. Victoria!

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Estaba en el patio con mi perro esperándola, ella llegó con el pantalón que solía usar, con mirada de sospecha, se acercó lentamente con la cabeza agachada y se paro frente a mi esperando órdenes. Me detuve a contemplarla, cada vez que la veía me sorprendía de nuevo con su rostro, su cuerpo, el color de su piel y la idea de cómo sería su textura bajo mis manos.

-Baña al perro y luego lo llevas a mi dormitorio. Me divirtió profundamente tu expresión interrogativa, tratando de adivinar mis intenciones. Las sabrías pronto.

Cuando entró a mi dormitorio con el perro, cerré la puerta tras ella, y se sobresaltó. Se acurrucó contra la pared. Y me miró con temor.- Siéntate por favor. Apunté la silla frente a la que usaba yo, la de la sirvienta.

-Trabajando acá no volverá a pasarte lo que te pasó hoy. Pero serás mi esclava personal y harás lo que te diga, te has echado el ungüento?

Asintió, sin decir nada, creo que jamás la había oído hablar en verdad.

-Te sientes mejor? Volvió a asentir- volviste a verlo? Negaste

-Me oculté, como me dijo-por fin hablaba, bonita voz, bonita boca, bonito cuello…

-El perro quedó bien, eres buena con los animales, pero la verdad es que te pedí para otras tareas.

-Cuáles ama?

-Cómo ésta. Abrí y dejé caer la bata de baño en la que la recibí quedando desnuda. Quiero que me bañes con un trapo, hazlo rápido como ves- dije apuntando a mis pezones- tengo frío. Me senté junto a una palangana que tenía agua humeante y le extendí un trapo con la mano, lo tomó, claramente turbada y lo mojó, comenzó a frotarme completa.

Avanzó por mis brazos, mi cuello, mis piernas, mis pies, alternaba el trapo con el jabón y luego nuevamente agua, dilató todo lo que pudo el momento de tocar mis pechos y mi pelvis, pero finalmente lo hizo, extrañamente se detuvo en mi espalda, y lo último que lavó fue mi entrepierna, mientras la frotaba no me contuve, no tenía intención de contenerme, de hecho mi intención era la contraria, que ella supiera cómo y hasta qué punto yo la deseaba, ojalá que me deseara de vuelta, pero si no, la tendría de todas formas, sería mía, quisiera o no.

Separé las piernas bastante y comencé a gemir despacio, le pedí que se detuviera, tomé su barbilla y la hice mirarme a los ojos, hacia arriba- Cómo te llamas?

Anaís, respondió.

Bueno Anaís, es tiempo que sepas que no te traje sólo a bañarme a mi y al perro, quédate donde estás frotando, y sigue, pero sin el trapo.