Anaconda

Dedicado a un amigo muy especial al que voy conociendo texto a texto.

Reptas hacia mí ladinamente, sabes que ni quería ni esperaba tu compañía.

Te deslizas y todo se va impregnando de tu esencia, aromas espesos de otras pasiones aún inacabadas, aún impresas en tu piel.

Llegas por la espalda, siempre traicionera aunque tú lo llamas astucia.

Subes por mis piernas, te enroscas, me inmovilizas. Me aturdes cuando frenas en mi pelvis buscando la presa que pretendías devorar.

Tu piel no es tan húmeda ni tan tersa. Tus movimientos obscenos son torpes y desacompasados, sales y entras de mi cuerpo sin producir en mí ningún atisbo de placer, gozo que ya habían conseguido mil amantes en mil noches de húmedas sensaciones.

Siento que tu piel áspera acelera el ritmo, que tus latidos se acompasan a tus movimientos y que tus poros obstruidos por el veneno de tu alma derraman pequeñas gotas de tu néctar masculino.

Llegado el momento del clímax noto como cada una de tus vértebras se tensan hasta lo indecible, yo ni me inmuto, no me proporcionas placer, mi sexo espera aburrido tu despedida o muerte.

Como todos los de tu especie, me abrazas tan fuertemente que invades mi espacio vital, contaminas el aire que respiro para después caer en un largo letargo del que solo te despiertas para acechar a tu nueva presa.

Presa que no seré yo porque ya inmune a tu abrazo y a tu hedor arrancaré tu cabeza para exhibir cual trofeo ganado en guerra desigual, sin vacilación, sin puntos suspensivos.

Disfrute y orgasmo para ti, indiferencia y asco para mí.