Ana y su sorpresa 5
Viaje a lo desconocido, prejuicios olvidados, búsqueda y descubrimiento de diferentes formas de alcanzar el placer a través del sexo y sus múltiples variantes.
En la ducha llevamos a cabo un juego de caricias, besos, mordisquitos... nos lo pasábamos muy bien juntos y ya no sentía ningún tipo de prejuicio ni incomodidad, me sentía bastante liberado y excitado por (una vez más) el mundo de experiencias que aparecía ante mi, gracias a esa maravillosa mujer que tiempo atrás había aparecido en mi vida para poner todo patas arriba.
Entre risas y caricias nos olvidamos de que Ana aún llevaba puesto el butt plug (como ella comentaría cuando le indiqué que asomaba un trozo de goma morada por su ano, nunca te acostarás sin saber una cosa más) de nuestro juego de cama y me interesé en su funcionalidad; ella se puso contra la pared y abrió las piernas para que pudiera verlo de cerca, animándome a sacarlo y diciéndome que era nuestro día y que podíamos hacer lo que quisiéramos.
El agua caía por su espalda como una cascada cuya trayectoria guiaba mis manos y mi boca, hasta que me encontré frente a frente con aquel juguete. Lo saqué lentamente y me llevé una gran sorpresa al ver lo dilatado que tenía el ano; casi podía meter 4 dedos sin dificultad, el diámetro del agujero era superior al grosor de mi herramienta, la cual volvía a estar dura como la roca por los juegos de ducha.
Pasé mi lengua por los bordes y pude ver cómo la sensibilidad de la zona hacía que ese agujerito se cerrara tímidamente a mi tacto, para volver a abrirse un par de segundos más tarde. Separé un poco más las piernas de mi acompañante para tener acceso a su pene flácido y sin pensarlo dos veces lo agarré y me lo llevé a la boca para succionarlo, provocando su sorpresa y que casi perdiera el equilibrio.
Después de unos minutos de sexo oral y penetración anal con mis dedos, me puse de pie y hundí mi barra de carne en sus entrañas; entró sin ningún problema, apenas notaba resistencia de los músculos de su esfínter por la cantidad de tiempo que había llevado puesto aquel butt plug.
Ana gemía ante mis embestidas, completamente pegada a la pared. Como me había vaciado durante nuestros juegos de cama, apenas tenía reservas y mi aguante se había ampliado notablemente, me encontraba mucho más relajado después de tantos encuentros y experiencias vividos en esas horas con ella.
Pasamos un rato disfrutando de aquel juego de dominación y después de ducharnos, volvimos a la cama y aprendí todo lo que tenía que saber para poder tener una relación anal limpia, segura y sobretodo placentera.
Como el sexo supone desgaste de calorías, nos encontrábamos hambrientos y pensamos qué comer; saqué lo primero que pillé de los armarios y preparé una comida digna de un restaurante de 5 tenedores, con la que repusimos fuerzas y disfrutamos de un rato de amena charla y buen vino.
Después de comer nos fuimos al sofá a ver una película y jugar un rato a unos juegos musicales que tenía en mi videoconsola, ya que ella presumía de ser muy buena y tuvo la valentía de retarme... me dio la paliza del siglo.
No todo es sexo en la vida y como castigo por perder la apuesta, nos vestimos y salimos a la zona centro para que probase los mejores cócteles de la ciudad y nos fuéramos de tiendas, pues le debía unas bragas (por las que le había arrancado el viernes por la noche) y de paso le prometí un conjunto sexy nuevo...
En los probadores de una de las tiendas me deleité con un micro-pase de lencería íntima para decidir qué sujetador le quedaba mejor; siempre he dicho que el mejor vestido es la desnudez, pero hay que reconocer que un buen conjunto puede provocar infartos... y los que esta chica se probaba mejoraban con cada uno que se ponía.
El bulto de mi pantalón se hizo demasiado evidente y por primera vez en mi vida (una vez más), tuve una ración de sexo en un sitio público. Apenas duró unos minutos y fue oral-manual, pero fue bastante intensa, el riesgo de ser descubiertos me puso a mil.
Elegimos sus conjuntos y nos fuimos a por ese prometido cóctel, no sin antes pasar por un sex-shop y echar un ojo a sus estanterías llenas de juguetes y material audiovisual...
No sabía que en esta época de internet en cada casa aún se vendían películas en diferentes formatos, pero lo que más me llamó la atención fueron los juguetes; hacía mucho tiempo que no entraba en uno de esos locales y ya que estábamos, aprovechamos para comprar un poco de lubricante y me interesé en algunos artículos, asesorado por Ana, para jugar... así, esa noche no serían los suyos los únicos juguetes que habría en la cama.
Nada más entrar por la puerta de casa, nuestras ropas volaron y volvimos a la comodidad de la desnudez. Las bolsas de las compras fueron a la habitación y pedimos unas pizzas para cenar.
Con unas cervezas y aquellas pizzas, la conversación fue en torno a la posibilidad de que Sara (la compañera de piso y mejor amiga de Ana, para quien no la recuerde) pudiera venir en 2 o 3 días y quedarse hasta el domingo siguiente. Yo recordé que la invitación seguía pendiente y en un acto de extrema inocencia le dije si habría algún problema en que siguiéramos durmiendo juntos y que Sara durmiera en la habitación de invitados, pregunta tonta que provocó sonoras carcajadas.
La única objeción que veía a la visita, aunque estaba encantado de que viniera y conocerla, era que momentos como el que estábamos teniendo ese día (desnudos por la casa y sexo sin preocupaciones de ningún tipo) tendrían que reducirse al ámbito de la habitación y procurando no hacer demasiado ruido. Ana me dijo que no tenía nada de qué preocuparme porque Sara estaba más que habituada a su costumbre de andar desnuda por la casa, pero le recordé que yo no la conocía y me daba un poco de vergüenza; ella me dijo que no pasaba nada, pero que la elección era mía.
La conversación derivó en fantasías eróticas y viejas relaciones, mientras recogíamos la mesa y sacábamos una botella de ron para sentarnos en el sofá y tomarnos unas copas; Ana me reconoció que Sara y ella habían tenido una relación muchos años atrás, pero que no funcionó porque era evidente que lo suyo no eran las mujeres. No obstante, reconoció también que alguna vez ocasional, yendo las dos borrachas, algún beso había caído. Me preguntó entonces por mis fantasías sexuales, diciéndome que si en algún momento era posible, igual podíamos llevarlas a cabo. Admití que nunca me habría imaginado que alguien como ella se cruzaría en mi camino para abrirme las puertas de un mundo de experiencias y que desde aquel primer encuentro en su ciudad, había cambiado mi forma de entender el sexo. Ella se sonrojó, pero insistió en saber qué fantasías sexuales rondaban mi cabeza; me daba un poco de vergüenza hablar de ello porque eran cosas muy personales, pero reconocí la fantasía sexual de prácticamente todo hombre heterosexual (acostarme con 2 mujeres, algo que seguía siendo eso, una fantasía) y entre otras, la de verme ligeramente dominado por una mujer, a lo que ella me dijo que eso se podía solucionar.
En ese momento fui yo quien se sonrojó y me dijo que si no tenía inconveniente en que fuera ella esa mujer, podíamos jugar de nuevo.
Visiblemente excitado, accedí con el cumplido de que nadie mejor que ella para cumplir mi fantasía sexual. Ana se fue a la habitación y volvió a los pocos minutos, embutida en un vestido negro con escote palabra de honor y portando en una mano los juegos de esposas que habíamos comprado aquella tarde, mientras que en la otra llevaba una cinta negra de tela y el butt plug morado.
Me tomó de la mano y me llevó a la habitación, empujándome sobre una cama en la que estaban todos los juguetes suyos y míos; me dijo que era contraria a la violencia, pero que tendría que hacer absolutamente todo lo que ella me pidiera, porque era la que mandaba y yo su esclavo. Quise contestar que no había ningún problema y me silenció con un leve azote en el culo, recordándome que no me había dado permiso para hablar. Acto seguido me guiñó un ojo y me dedicó una sonrisa, realmente se estaba esforzando en cumplir su rol.
Colocándose a horcajadas sobre mi cuerpo desnudo, me ordenó que me pusiera la cinta, al tiempo que ella cogía el tubo de lubricante... eso fue lo último que vieron mis ojos.
Lo que vino después fueron una serie de sensaciones de ser dominado, ya que sé que fui esposado a la cama, me pusieron boca abajo y una serie de cosas frías y tacto suave recorrieron todo mi cuerpo e incluso algunas acabaron atravesando mi esfínter, acompañadas de la advertencia de que no se me ocurriera correrme. Ana hacía bien su trabajo.
Sé que la última cosa que me penetró fue el juguete morado porque noté un cierto dolor al dilatar las paredes de mi ano y se quedó dentro de mi; Ana me ordenó después que me diera la vuelta y mis manos fueron liberadas del cabecero de la cama, pero solamente para pedirme que me pusiera a 4 patas, ya que volví a sentir cómo me esposaba las muñecas en esa posición. Acto seguido me ordenó que abriera la boca y al hacerlo, noté cómo me metía de golpe todo su miembro... cabe recordar que no tiene grandes dimensiones, pero me cogió por sorpresa y me provocó una arcada.
Una vez tuve dentro toda su barra de carne, la orden fue que cerrara la boca y eso hice, dejando mis labios en torno a su grosor; ella empezó entonces a follarme la boca, variando la velocidad para que no pudiera adaptarme a sus embestidas. Tras ordenar que recogiera con la lengua (a ciegas, ya que una vez me la sacó de la boca, no sabía dónde estaba y tuve que buscar a 4 patas, con esposas en las muñecas y tobillos) todas las gotas de su glande, noté que el tapón de mi ano salía de golpe y entraba en su lugar otra herramienta, la cual empezó a follarme sin compasión.
Con una mezcla de nervios y excitación, mi cuerpo apenas podía aguantar las embestidas de aquel trozo de carne que entraba y salía sin descanso, hasta que un torrente de un líquido caliente se derramó por mis muslos. Ana me quitó la cinta y me ordenó que limpiara su rabo chorreante, cosa que hice sin pensarlo 2 veces; acto seguido me liberó manos y pies, con una sonrisa en la cara y preguntando si había hecho bien su trabajo... apenas tenía fuerzas para tenerme en pie, pero como buenamente pude me abalancé sobre su pecho y alzando sus piernas descargué toda mi excitación sobre su ano, sin más lubricante que el líquido preseminal que chorreaba y sin perder tiempo en dilataciones. Colocando la punta de mi miembro en la entrada de su ano y restregando un poco para lubricarlo, en un par de empujones se lo había clavado hasta los huevos; ella soltó un sonoro gemido y usé todas las reservas de fuerza que tenía para regalarle la penetrada más salvaje de su vida, seguida de una monumental corrida sobre sus pechos y su boca. Estaba en mi límite, pero aguanté lo suficiente como para ponerla a tono.
Estaba tan sumamente agotado que tardé casi una hora en poder levantarme. Mientras tanto, Ana me regaló un masaje de cuerpo entero para liberar toda esa tensión acumulada y de vez en cuando, uno de sus dedos se deslizaba travieso entre mis nalgas para jugar con mi respuesta a los estímulos, comentando de vez en cuando que ni siquiera en el mejor de los escenarios habría imaginado que tendríamos un inicio de reencuentro tan salvaje como el que estábamos viviendo.
Entre caricias y besos, el domingo se fue y llegó el lunes...