Ana y su sorpresa 4
Viaje a lo desconocido, prejuicios olvidados, búsqueda y descubrimiento de diferentes formas de alcanzar el placer a través del sexo y sus múltiples variantes.
La noche dio paso a la mañana...
Desperté solo, desnudo, en mi habitación; todo parecía producto de un sueño erótico porque no había ningún rastro de Ana, de su bote de lubricante ni de aquel vestido de complicada cremallera que habría jurado ver en el suelo tan sólo unas horas antes.
La resaca hizo su efecto y mi cabeza estaba un poco dolorida, así que cerré los ojos un poco más.
¿Sabéis esa sensación de haber dormido durante horas y que solo hayan pasado unos minutos? Así me sentí cuando volví a abrirlos, esta vez entre caricias de mi amiga y amante nocturna.
Su cuerpo desnudo se hallaba a horcajadas sobre mi y sus manos recorrían mi espalda con mucha ternura. Quise hacerme el dormido, pero Ana se dio cuenta y se inclinó para besar mi mejilla y darme los buenos días; devolví el saludo y dejé caer una indirecta para que siguiera con aquel agradable pseudomasaje, comentario que captó a la primera y me dijo que en realidad no tenía ningún plan porque todo lo que estaba en el itinerario para el primer día lo había visitado ya, así que no teníamos ninguna prisa.
Siguió con su masaje mientras me pedía disculpas, entre risas, por lo salvaje de su comportamiento la noche anterior. Yo me di la vuelta, nos miramos y nos reímos, diciendo que éramos tal para cual.
Tomé sus manos entre las mías y ella se inclinó para besar mi frente, quedando recostada sobre mi pecho.
El roce de su piel activó mi cuerpo y en pocos segundos noté una importante erección, la cual no podía disimular porque estábamos desnudos. Mi miembro erecto empezó a presionar el muslo de Ana y ella alzó su cabeza para lanzarme una mirada pícara seguida de un ¡ vaya vaya, mira quién se acaba de despertar!
Su mano izquierda, que reposaba sobre mi pecho, no tardó en recorrer el camino hacia mi entrepierna y sus caricias incendiaron mi cuerpo, que empezó a acelerarse y a pedirme una buena ración de sexo mañanero. Fue entonces cuando recordé que durante la noche no habíamos usado protección y comenté mi inquietud a mi amiga, la cual reconoció que tampoco se dio cuenta, pero que no teníamos de qué preocuparnos porque sus últimos análisis habían sido apenas una semana antes del viaje y no había tenido sexo después de nuestra despedida, razón por la cual podía afirmar que estaba completamente sana.
Acto seguido se colocó a horcajadas sobre mi y empezó a realizar una doble masturbación en la que con una mano rodeaba nuestros miembros mientras su cuerpo se movía lenta y sensualmente para acompañar el acto masturbatorio. Era la primera vez que experimentaba eso y la verdad es que era una extraña mezcla de sensaciones, aún había momentos en los que me resultaba extraña la presencia de un pene que no fuera el mío. Extraño, pero muy placentero.
Después de unos minutos de disfrutar de aquella nueva experiencia, Ana se recostó sobre mi cuerpo para besarme y siguió con aquel movimiento que provocaba que nuestros miembros se rozaran uno contra el otro, compartiendo flujos, mientras su lengua paseaba decidida por mi cuello. Aquello era como un sueño, esa mujer sabía cómo llevarme al límite.
Cuando notó que mi cuerpo se tensaba, me susurró al oído una petición para que me diera la vuelta y accedí sin pensarlo, deseando que esas hábiles manos recorrieran mi sensible espalda. Ella no tardó en hacerlo, acompañando las caricias con besos y con el roce de sus duros pezones sobre mi piel. Sus manos recorrían toda mi espalda, desde las nalgas a los hombros y vuelta; estaba deseando que aquella lengua experta decidiera explorar aquel rosado agujerito que una vez me descubrió todo un mundo de sensaciones.
Mientras disfrutaba de aquellas caricias y besos, notaba cómo su erecto pene chocaba contra mis glúteos, impregnándolos de sus líquidos, recordándome que mi herramienta no era la única que estaba en esa cama. Me sentía un poco tenso y Ana se dio cuenta, así que me pidió que me relajara porque no había nada que temer... cerré los ojos y me dejé llevar.
En una de las visitas a mis nalgas, noté cómo me las separaba y sentí algo que resbalaba contra mi ano; no era su lengua, pero tampoco me sentí incómodo. Ana siguió con su sensual masaje y me relajé tanto que no me di cuenta de que su lengua ya jugueteaba en mi agujero rosado y uno de sus dedos se había adentrado en él. Mientras mordisqueaba mis lóbulos y me susurraba cosas al oído, su dedo explorador buscaba algo.
Qué punto presionaría en mi interior, que recorrió mi cuerpo una descarga de placer tan intensa que tuve dificultades para no correrme sobre las sábanas; fue entonces cuando me di cuenta de que me estaba penetrando.
Me puse tenso y ella sacó su dedo; no me sentía mal por lo que acababa de pasar, pero ella se sintió culpable y se puso un poco triste, como la noche en la que descubrí su secreto.
Una vez más había sacado sensaciones que yo desconocía, puntos de mi cuerpo que eran aún vírgenes.
Con un movimiento rápido, me coloqué sobre ella y comencé a besarla, al mismo tiempo que mis manos buscaban sus pechos. Mientras, Ana me rodeaba con sus piernas y las alzaba para dirigir mi erección hacia su dilatado ano, el cual no tardé en lubricar con mi líquido preseminal y penetrar poco a poco. Fue entonces cuando volví a notar sus manos jugueteando en mi culo y me dejé hacer, mientras realizaba mis embestidas. Ella encontró de nuevo el punto exacto y lo presionó, desatando otra descarga eléctrica que esa vez no pude controlar y que me provocó una descomunal eyaculación que me dejó completamente exhausto. Caí rendido sobre su pecho y mi semen corrió por sus glúteos, manchando las sábanas y nuestros cuerpos desnudos; una vez más, ella me sonrió y me dijo que había todo un mundo de posibilidades que yo desconocía, mientras se masturbaba y se corría sobre su vientre.
Después de descansar un poco decidimos darnos una ducha juntos; es bonito pensar que en la cama éramos dos animales sedientos de sexo y sin embargo, fuera de ella éramos dos grandes amigos que podían ducharse juntos y salir a disfrutar de la oferta turística y de ocio que ofrece la ciudad.
Salimos a recorrer las calles y a reírnos de la gente a la que Ana provocaba con supuestos descuidos en los que su vestido dejaba poco a la imaginación. Era divertido estar con ella porque tenía muy poca vergüenza y siempre me susurraba, después de las provocaciones, lo cómico que sería ver a todos esos hombres si se enterasen del secreto que guardaba entre las piernas.
Después de una tarde de paseos y cine friki, fuimos a cenar a un restaurante japonés y después a un local de música en directo para marcarnos unos brindis y mover un poco el esqueleto.
La vuelta a casa, ya de madrugada, la hicimos en un taxi porque estábamos demasiado cansados para caminar. Como el taxista no paraba de mirar el escote de Ana por el retrovisor, ésta me susurró al oído que iba a hacer un último espectáculo de provocación; la vi colocarse el vestido de manera que un supuesto descuido permitió que asomara uno de sus pechos. Yo intentaba contener la risa y rezaba para que el taxista estuviera más pendiente de la carretera que del espectáculo del asiento de detrás, cuando de repente noté una mano que masajeaba mi entrepierna... y no era la mía...
Llegamos a casa tan cansados que mientras yo bebía agua, Ana se quitó el vestido por el pasillo y cayó rendida en la cama, quedándose dormida en pocos minutos, tan sólo vestida con un tanga negro. Ni siquiera llegó a deshacer la cama, se dejó caer encima... me desnudé, me tumbé a su lado y me quedé dormido. Aquella noche tuve un sueño erótico, pero eso es otra historia que relataré en otro momento.
La mañana del domingo llegó y con ella, el más dulce de los despertares. Ana se encontraba entre mis piernas, haciéndome un trabajito oral; al ver que abría los ojos, pausó su trabajito para besar mis labios y darme los buenos días, beso al que respondí con una caricia que recorrió su cuerpo desde la mejilla hasta donde me alcanzó el brazo. Ella me lanzó una sonrisa pícara y fue a su maleta para sacar algunos juguetes que se había traído.
Me invitó a jugar con ella y la única condición era que había que cumplir lo que pidiera; yo accedí y me animó a que cada uno eligiera uno de los artículos que había sobre la cama; me llamó la atención uno muy pequeño con forma cónica y lo cogí. Ana procedió a poner un poco de lubricante y mientras me sonreía, se lo metió entero en el culo y me dijo que servía para dilatar el agujero.
Acto seguido, diciéndome que solo era un juego y que los límites los poníamos nosotros, me tumbó y comenzó a lamer mis huevos y mi miembro, al tiempo que uno de sus dedos se untaba en lubricante y se introducía en mi ano. La sensación placentera volvió cuando empezó a moverlo, pero llegó a su clímax cuando entró algo un poco más grueso, mientras Ana seguía con su trabajo oral.
Cuando mi ano se adaptó al grosor de aquel objeto, Ana me preguntó si quería dar el siguiente paso y con miedo le dije que sí; ella se puso un preservativo, un poco de lubricante y, pidiéndome que me relajara, puso un cojín para alzar mi cadera y colocó su glande en mi ano.
Con un poco de dificultad por mis nervios, su pene acabó entrando y lentamente empezó el movimiento de penetración, mi miembro como una estaca y yo descubriendo placeres hasta el momento desconocidos. Ana me colocó boca abajo para tener mejor acceso y siguió con aquel juego al mismo tiempo que me daba un masaje en la espalda... no sé cuánto tiempo pasó haciéndolo, hasta que mis músculos anales se contrajeron y eyaculé sobre las sábanas, sin haberme siquiera tocado. Había sido un poco incómodo al principio, pero con ella, todo parecía asombrosamente fácil y ahora podía saber lo que ella sentía cuando cabalgaba sobre mi.
Feliz, Ana terminó sobre mi vientre y con una sonrisa y beso en los labios, me dijo que iba a ducharse y me invitó a acompañarla...