Ana y su sorpresa 3
Viaje a lo desconocido, prejuicios olvidados, búsqueda y descubrimiento de diferentes formas de alcanzar el placer a través del sexo y sus múltiples variantes.
Aunque por motivos laborales nos era imposible reunirnos, Ana y yo hablábamos casi a diario, contándonos cómo nos había ido el día y los planes que teníamos para el siguiente, con dosis ocasionales de cibersexo que distaban mucho de las sensaciones que había experimentado en nuestra noche, lejana en el tiempo, pues ya habían pasado nada menos que tres meses desde aquel entonces.
De vez en cuando se unía Sara a nuestras conversaciones; ella era la compañera de piso y mejor amiga de Ana, se conocían desde siempre y ésta fue el apoyo incondicional cuando Ana decidió dar el paso de empezar con los tratamientos hormonales. Entre ellas no había secretos y por supuesto, estaba al corriente de toda nuestra historia, alegrándose mucho por lo feliz que veía a su amiga.
Entre charlas y risas, pasábamos el tiempo y contábamos los días para poder reunirnos de nuevo y poder salir como buenos amigos; llegaron unos días festivos y como tenía que estar localizable por mi trabajo, les propuse a las chicas que vinieran a hacerme una visita, pero a Sara le cambiaron los turnos en su trabajo y tuvo que quedarse, así que solo pudo venir Ana.
No puedo decir que estuviera enamorado de esa mujer incompleta (como le gustaba autodenominarse, a modo de cachondeo), pero deseaba con todas mis ganas que llegase el momento de poder abrazarla y la última semana de espera se me hizo larguísima.
El viernes por la tarde fui a buscarla a la estación y el encuentro fue como si llevásemos años sin vernos... cuando me localizó, vino corriendo hacia mi y nos fundimos en un largo abrazo, seguido de muchos besos y ¡qué ganas tenía de volver a verte!
El trayecto a mi casa lo pasamos planificando esa semana que íbamos a pasar juntos; una vez en casa, le enseñé las estancias y como me daba cierta vergüenza tratar el tema de dónde dormir porque no sabía exactamente en qué punto estábamos, había preparado (por si acaso) la habitación de invitados, ya que mi cama estaba siempre disponible.
Ana venía un poco cansada por el viaje, pero eso no impidió que saliéramos a cenar y a tomar unas copas en plan tranquilo; pronto volvimos a casa porque la semana había sido dura para ella y decía que quería descansar un poco y reponer fuerzas para la visita turística del sábado.
La vuelta la hicimos dando un paseo y se abrazó a mi mientras me hablaba de sus planes y de lo mucho que le hubiera gustado que Sara estuviera con nosotros, ya que nunca había visitado la ciudad y le hacía mucha ilusión el viaje, hasta que en el trabajo le cambiaron los horarios; yo le contesté que no pasaba nada porque la invitación seguía pendiente y si no podía ser a lo largo de esa semana, sería en otra ocasión. Mi casa estaba abierta para ellas.
Otro de los temas (supongo que inevitables) en aquel paseo fue recordar aquella primera noche en la que nos conocimos físicamente y salimos a tomar unos tragos y marcarnos unos bailes... y de cómo acabó todo... nos reímos de aquel momento incómodo en el que descubrí su secreto y me confesó que en aquel momento se sintió muy mal, pero que hizo el esfuerzo de seguir adelante solamente porque yo no le estaba dando importancia al asunto.
Cuando quisimos darnos cuenta, estábamos entrando por la puerta de mi casa...
Propuse tomar la penúltima en el sofá y Ana accedió, así que con un beso en la mejilla, me pidió que preparara las copas mientras ella elegía la música.
Seguimos hablando de aquella primera noche y de aquel curioso desarrollo de acontecimientos.
Casi sin darnos cuenta, nos habíamos bebido media botella de ron y el alcohol se sumó a la charla, calentando el ambiente. Sin darnos cuenta, nuestras bocas se juntaron y nos fundimos en un tímido beso,seguido de una mirada pícara y un beso salvaje en el que se desataron nuestros más primitivos instintos...
Ana fue más rápida que yo y cuando quise darme cuenta, mi camiseta ya había caído al suelo del salón y sus manos estaban a medio camino para desabrocharme el cinturón. Entre respiraciones aceleradas me decía que llevaba casi 4 meses esperando ese momento y yo, que apenas podía reaccionar, intentaba torpemente bajar la cremallera del vestido veraniego que cubría su precioso cuerpo.
Acerté a articular palabra y le dije que era mejor irnos a mi dormitorio, a lo que ella me contestó que me adelantara porque quería ponerse más cómoda. Yo volé hacia mi cama y mis pantalones, que ya estaban desabrochados, quedaron por el pasillo, marcando el camino.
A los pocos segundos de tirarme literalmente sobre la cama, Ana hizo su aparición. Con un movimiento muy sensual se bajó la cremallera del vestido y en medio segundo estaba en el suelo de mi cuarto, dejando al descubierto aquellos pechos tan perfectos que me volvían loco.
Solamente vestida con unas bragas negras, caminó a 4 patas hacia la cama y se subió a la misma, recorriendo mis piernas desnudas con sus labios y terminando de quitarme la ropa interior con los dientes. Mi miembro saltó como un resorte, duro como el palo mayor de un barco y con la primera gota de líquido preseminal asomando por el glande; Ana no se lo pensó 2 veces y se abalanzó sobre él para succionar, lamer y mordisquear mi pene, al tiempo que lo cubría entre sus suaves manos y me masturbaba lentamente.
Me encontraba en la gloria con aquellas atenciones, pero tenía miedo de acabar antes de tiempo con esa fiera sexual que me acompañaba en la cama, así que agarrándola por uno de sus brazos la atraje hacia mi y aproveché para emplearme a fondo en su cuerpo.
Posicionada bajo mi cuerpo, besé y mordisqueé cada poro de su cuello, marcando con mi lengua el camino hacia sus pechos; me tomé mi tiempo para acariciar y lamer aquellos pezones erectos que respondían perfectamente a mis estímulos y marcaban el ritmo de los leves gemidos de mi amante.
Lentamente fui bajando hasta dar con la última prenda que aún cubría su cuerpo, la cual arranqué de un tirón, para sorpresa de su dueña.
Su erecto pene emergió de entre sus piernas y me dio en la barbilla, momento en el que me incorporé para contemplar aquel cuerpo desnudo y ver cómo ella abría y encogía sus piernas para mi, ofreciéndome ese agujero rosado para que me deleitara con él. Yo opté por besar de nuevo sus labios y girar su cuerpo para juguetear con la extrema sensibilidad de su espalda, acertando de pleno en mi elección y provocando escalofríos en todo su cuerpo.
Pronto me encontré de frente con su ano y no pude controlarme, así que abrí con fuerza los glúteos y mi lengua juguetona se adentró entre los mismos para alcanzar aquel agujero rosado que tímidamente se contraía al tacto.
Tras un rato de juegos, Ana se abandonó a sus instintos y con un hábil movimiento consiguió ponerse sobre mi; diciéndome que me preparase, se giró para buscar desde los pies de la cama un bote que había dejado junto a su vestido, momento en el que aproveché para ensalivar uno de mis dedos y penetrarla, arrancándole un sonoro gemido y permitiéndome que masturbara aquel esfínter durante unos minutos.
Con la excusa de estar a punto de correrse sacó bruscamente mi mano y me pidió que me tumbara; con un poco de lubricante untó mi miembro y colocándose a horcajadas sobre mi, se dejó caer sobre él y se lo metió a la primera. La muy zorra estaba tan dilatada que no me dio tiempo a sentir la presión de sus músculos anales en el glande.
Con todo su anillo anal presionando sobre el grosor de mi pene, Ana empezó a cabalgar sobre mi de manera muy sensual, sin prisa, permitiendo que notara dicho anillo recorrer toda la extensión de mi herramienta; era la primera vez que hacía penetración anal sin protección, pero estaba tan cachondo que no me di cuenta hasta la mañana siguiente.
El caso es que no tardé en correrme, soltando una importante cantidad de semen que acabó derramándose por los muslos de esa mujer. Como me sentía culpable por haber terminado antes que ella, recogí con mis dedos toda mi descarga y se la llevé a los labios para que la degustara, ella no dudó en lamer, limpiar y tragar hasta la última gota.
Acabé masturbando y chupando su erecta polla hasta que se corrió y nos fundimos en un beso y un abrazo en el que ambos acabamos agotados y dormidos... desnudos.