Ana y su sorpresa 2
Viaje a lo desconocido, prejuicios olvidados, búsqueda y descubrimiento de diferentes formas de alcanzar el placer a través del sexo y sus múltiples variantes.
… entre besos y caricias, los dos nos quedamos dormidos y la noche dio paso a la madrugada...
Cuando desperté, el cuerpo desnudo de Ana me daba la espalda; por un momento sonreí y creí que había tenido un rarísimo sueño erótico con una transexual, en el que me acostaba con ella e incluso le practicaba no una felación, sino dos, dejando que la segunda vez eyaculara en mi boca.
Me reí de mi mismo y mi curioso cerebro, diciéndome que la mujer que me acompañaba se reiría aún más cuando le contase ese sueño tan extraño.
Me levanté para ir al baño y al volver a la cama, me senté en un sillón frente a la misma, para observar a esa mujer que dormía bocabajo con una dulce sonrisa en los labios; por mi cabeza pasaron toda clase de perversiones, hasta que ella se giró y me di cuenta de que o seguía en mi extraño sueño, o todo aquello había pasado (y estaba pasando) de verdad.
En ese momento pude pensar en frío y me di cuenta de hasta dónde había llegado con mi calentón. Tuve el dilema de qué significaba todo eso, busqué los porqués de haber llegado hasta el final, de haber llevado a esa mujer a mi cama y, aun habiendo descubierto su secreto, haber seguido adelante con todo...
nunca me he considerado una persona de mente cerrada, pero una cosa era respetar la libertad del ser humano y otra muy diferente, saltarme a la ligera todas mis creencias heterosexuales. Aunque daba muchas vueltas a todo, en el fondo no me sentía culpable por lo que había hecho, sentía una extraña liberación, una sensación que no había sentido en mi vida, como si hubiera descubierto una parte de mi que hasta aquella noche se había ocultado en lo más hondo de mi ser.
No tenía muy claro cuál era mi orientación sexual, cómo definirla, pero tampoco me importaba porque por encima de todo había disfrutado y no podía dejar de mirar a aquella mujer incompleta que dormía desnuda en mi cama... no podía quitar ojo a aquellos labios carnosos, a aquella oscura melena, a esos pechos femeninos y casi naturales (aunque estuvieran operados, tanto el tacto como la caída eran muy naturales), ese culito que invitaba a ser eróticamente azotado, esas piernas perfectamente formadas y femeninas que acababan en unos preciosos y muy cuidados pies...
y por muy heterosexual que fuera, no podía quitar ojo a aquel pene flácido que descansaba entre esas delicadas piernas.
Metido en mis pensamientos, desnudo como me hallaba en aquel sillón, empecé a notar que mis miradas hacían volar mi imaginación y mi pene empezó a empalmarse de nuevo, mi cerebro puso en marcha mi creatividad sexual para formar todo tipo de imágenes en mi cabeza, en las cuales hacía toda clase de cosas a Ana.
Empecé a masturbarme cual adolescente, imaginándome cómo recorría todo su cuerpo con mis manos, con mis labios, con mi lengua... me veía atándola a la cama y buscando todas y cada una de sus zonas erógenas, estimulándolas con mi cuerpo y con juguetes, haciéndola sentir mujer...
entonces abrí los ojos y volví a centrar mi atención en ese cuerpo desnudo que yacía sobre la cama de aquel hotel, dormido, pidiendo un poco de calor humano.
Me incorporé y caminé lentamente hacia la cama, pensando en como abordar a esa mujer que allí me esperaba; con mucho cuidado, me tumbé a su espalda y dirigí mis atenciones a ese precioso culito que pedía besos y caricias.
Al encontrarse Ana de lado, no tuve todo el acceso que me hubiera gustado tener y en cuanto mi lengua rozó su glúteo izquierdo, ella tuvo el acto reflejo de cambiar de postura y acabó bocarriba, negándome el acceso a esas carnes.
Sin embargo, no hay mal que por bien no venga y cuando una puerta se cierra, se abre una ventana...
en este caso, se presentaron ante mi dos preciosos pechos y me empleé a fondo con las caricias, los mordisquitos y los besos; no tengo claro si Ana era consciente de lo que le estaba haciendo, pero no tengo duda de que su herramienta sí estaba recibiendo los estímulos porque poco a poco se iba levantando.
Mientras besaba y lamía aquellos pechos, no quitaba ojo del crecimiento de su pene, que aunque no era muy grande, se le antojaba apetecible a esa nueva versión de mi mismo. No tardé en abrir las piernas de Ana con mucho cuidado, para liberar aquel trozo de carne y poder jugar un rato con él; cuando me encontré cara a cara con aquel miembro viril, un primer destello de luz solar iluminó ligeramente la habitación y pude ver que brotaba la primera gota de líquido preseminal, así que retiré con cuidado la piel y pasé suavemente mi lengua sobre el glande para recoger esa gota y ver si realmente disfrutaba con aquello... una vez más, el sabor era raro, pero no desagradable.
Como no quería sobresaltar a mi amante, fui lento y delicado en mis movimientos, pero Ana no tardó en despertar y decirme que le encantaba empezar el día con una buena ración de sexo, aunque en su caso no fuera algo muy habitual; yo dejé mis tareas bucales para besar sus labios y susurrarle al oído que ese día no iba a ser como los demás, pero aunque mis labios se encontrasen en su boca, mi mano y mis movimientos corporales hacían el trabajo.
Quería complacer a esa mujer que tanto me había dado, así que le dije que me pidiera lo que quisiera y yo se lo haría; ella sonrió perversa y me dijo que quería piruleta, mientras su mano alcanzaba mi miembro chorreante y se llevaba un dedo a su boca. Con un hábil movimiento, se colocó bajo mi cuerpo y pronto nos vimos en un placentero 69 en el que su cabeza se hallaba en el borde de la cama y yo la masturbaba mientras hacía movimientos de follar su boca... ninguna mujer de las que había llevado antes a mi cama me había propuesto semejante juego, estaba disfrutando muchísimo.
Ana llegó a su clímax antes que yo y su eyaculación mañanera saltó a mi pecho y a su vientre, provocando un espasmo en su cuerpo que hizo que sus labios se cerraran con fuerza en torno a mi pene; tan sólo unos días atrás, no habría sido capaz de imaginarme en aquella situación, pero ver que esa mujer estaba teniendo un orgasmo tan intenso gracias a mi, me dio el último empujón y saqué mi miembro de su boca justo a tiempo para eyacular sobre su garganta y sus preciosos pechos... la imagen de su cuerpo lleno de leche de los dos me seguía resultando extraña, pero excitante al mismo tiempo.
Nos fundimos en un largo beso y la tomé de la mano para ir al baño a limpiarnos; no dejé que se limpiara, fui yo quien se encargó de esa tarea, mientras abría el grifo de la ducha para bañarnos los dos juntos.
Una vez se calentó el agua, la invité a entrar y yo fui tras ella; nuestros cuerpos desnudos se mojaron bajo aquel chorro de agua caliente, nuestras manos recorrieron con ternura el cuerpo del otro y nuestras bocas se fundieron en otro largo y sensual beso.
Lo que había empezado como un dulce despertar, pronto tornó en una ración de sexo salvaje, pues ella me puso contra la pared, de espaldas, y susurrándome que me fiara de ella, agarró con fuerza mi culo y hundió su cabeza entre mis glúteos. Por un momento me asusté, pero al sentir el tacto de su lengua en mi ano, una corriente de placer atravesó mi cuerpo y me fallaron las piernas, acabando a 4 patas delante de Ana. Ella no paraba de acariciar y lamer aquel tímido agujerito que se contraía como acto reflejo, pero en ningún momento se le ocurrió penetrarme; mi pene flácido se puso como una estaca con aquella estimulación y pronto aquella boca se dedicó a estimularme de otras formas, añadiendo mis huevos y mi pene a aquel juego de caricias y lengua.
Nunca antes me habían rozado el ano, no sabía que era tan extremadamente sensible y que algo tan simple como una caricia podía ser tan sumamente placentero, hasta el punto de que terminé perdiendo las fuerzas y cayendo bocabajo sobre el suelo de aquella ducha, sin llegar al orgasmo.
Ana sonreía y me decía que tenía muchas cosas que aprender sobre mi cuerpo, mientras acariciaba mi cuello con uno de sus dedos; me ayudó a incorporarme y entonces llegó mi turno para vengarme. La puse contra la pared y me puse de rodillas para hacer lo mismo que ella había hecho conmigo, solo que yo sabía que sí tenía luz verde para entrar en ella, así que mientras la masturbaba, ensalivé bien dos de mis dedos y los metí de golpe en su relajado culito. En ese momento ella, que con una mano se apoyaba en la pared y con la otra me agarraba, hizo fuerza y hundió mi cabeza entre sus nalgas, al tiempo que soltaba un sonoro gemido.
Penetré analmente con mis dedos mientras separaba sus piernas y aprovechaba para ir poniendo en práctica algunas cosas que le había visto hacer en estos recientes encuentros sexuales; era consciente de que no tenía ni por asomo su destreza, pero ella me sonreía y disfrutaba con mis esfuerzos. Eso me valía.
Ana y yo salimos rápidamente de la ducha y prácticamente ni nos secamos, ella estaba fuera de sí y me decía que quería polla.
Literalmente, me lanzó contra la cama y de un solo intento, me colocó el condón y se acercó con la clara intención de cabalgar sobre mi. La última vez lo habíamos hecho estilo perrito, esta vez podía verla gozar y moverse.
Sin siquiera coger el lubricante, se sentó sobre mi estaca y en medio segundo la había engullido. Yo noté un calor sobrehumano que envolvía mi miembro, ella ardía, y empezó a cabalgar y a pellizcarse los pezones, mientras yo no podía dejar de mirar aquel pene erecto bailar al ritmo que marcaba su dueña.
Estaba tan cachondo que no tardé en correrme con un sonoro gemido, ahogado por el excitante y salvaje beso que Ana me dio en los labios. No dejó de cabalgar hasta que no pude más y mi pene volvió a su tamaño normal, momento en que ella se levantó, me quitó el condón y recogió con su lengua todos los restos de semen que había en torno a mi glande; yo estaba tan sumamente sensible que un último e insignificante chorrito de semen saltó a su cara en el momento en que me rozó con su lengua.
Estaba agotado por esa sesión de sexo salvaje, pero no me parecía justo que Ana no hubiera eyaculado, así que poniéndola de lado, me coloqué detrás de ella y masturbé ano y pene con mis manos, hasta que explotó en un orgasmo con el que manchó las sábanas...
Descansamos un rato, nos arreglamos y abandonamos aquella habitación que había sido testigo de una de las experiencias más salvajes que he tenido en la vida, el origen de una vida sexual sin prejuicios que me ha llevado a probar muchas formas de placer y a disfrutar del sexo, en todas sus variantes.
Por la tarde cogí el tren de vuelta a mi ciudad y desde entonces, Ana y yo nos reservamos un fin de semana de cada mes para probar cosas nuevas y recordar aquella noche en la que los dos descubrimos una parte de nosotros que teníamos oculta.