Ana y los otros. Diario prohibido CAP 9

El misterio de un comportamiento que no se a donde me llevará ni como acabara todo

En la soledad del cuarto de aseo pude reflexionar sobre la vida que estaba llevando, casi dos horas sumergida en el agua de la bañera y en mis pensamientos fueron suficientes para repasar los últimos meses y la conclusión fue que debía reaccionar para salir del atolladero en que estaba metida, había perdido el control de mi vida y comenzaba a perderme el respeto a mí misma. El sonido del móvil interrumpió estas divagaciones, era Daniel para decirme que ya se había llevado la bolsa de viaje y que no volvería hasta semana santa, no pregunté los motivos aunque no tardé en calcular que serían casi cuatro semanas que no lo vería, ni me inmuté ni quise saber el motivo de tan larga ausencia, simplemente comprobé que se había llevado algo más ropa de la habitual. Pasé el resto de la tarde delante del televisor, recordé que no había comido y después de tomar dos madalenas con un vaso de leche y las pastillas para dormir me retiré a mi cuarto a dormir profundamente.

Esa semana trabajaba de mañanas, los días pasaron rápidamente y yo intentaba no pensar en los chicos ni en lo sucedido el último fin de semana, el sábado estando en el hospital decidí que no tenía ganas de ver a Adama en casa pues estaría con la limpieza y al salir de trabajar llamé a Felipe anunciándole que pasaría de visita, se alegró y estuvimos hablando junto con su esposa hasta bien llegada la noche, recordamos los tiempos en que ambos matrimonios salíamos de excursión y las comidas que hacíamos en su casa. Para celebrar el cumpleaños de su esposa acordamos comer juntos el día siguiente una paella en nuestros restaurante favorito del puerto.

El domingo se presentó espléndido, el sol lucía radiante y los arboles comenzaban a florecer, decidí ir caminando al puerto dando un paseo, aunque no soy de misas entre en una iglesia y me senté unos minutos, tuve una sensación extraña como si alguien me estuviera observando y cuando volví a la calle continué el camino pensando que no estaba tan sola como creía. Llegué al restaurante antes que ellos, el día invitaba a comer en la terraza y elegí mesa porque sabía que Felipe después de una buena comida solía fumar un habano. Cuando llegaron me agradeció el detalle y pedimos un aperitivo antes de pasar directamente a la paella.

Yo estaba sentada frente al matrimonio dando la espalda a la puerta del restaurante, hablábamos animadamente cuando observé que Felipe hacía ademán de levantarse mostrando una amplía sonrisa, atentó extendió su mano hasta alcanzar otra que se le ofrecía, la voz de Eugenia me atravesó como una puñalada

E: Hola Felipe, ¿ que tal por aquí?

F: Buenos días Señorita Eugenia, celebrando los sesenta años de mi esposa con una amiga, que no se si la conoce, se la presento Ana la señora del anterior dueño del negocio y amiga de toda la vida .

Extendí la mano hasta tocar la de Eugenia, nuestras miradas se cruzaron y vi en su cara un gesto de sorpresa que no reflejaba preocupación, todo lo que supe decir fue “encantada”

E: Pues yo he venido con toda la familia a celebrar el santo de papá, ya les ves todos esperando para entrar en el restaurante pues tenemos un reservado, creo que somos dieciséis entres padres, suegros, tíos y los niños.

F:  Pues me alegro, y espero que todo valla bien, felicite a su padre de mi parte aunque no tengo el gusto de conocerle

Cuando Felipe decía esto vi acercarse al médico hacía nosotros al paso de u trote cochinero llevando una niña en brazos

M: Eugenia, te estamos esperando, Buenos días, dirigiéndose a Felipe.

E: Es mi marido y la pequeña, bueno Felipe me alegro de haber te encontrado aquí y de conocer a vuestra amiga.

Les seguí con la vista mientras se alejaban y justo cuando entraban en el restaurante pude observar que el médico volvía su rostro hacía nosotros, cuando habían desaparecido Felipe dijo: Esta es la del coche de Amín, supongo que sabes quien es, contesté afirmativamente y le pregunte como estaba Amín.

No hubo más sobresaltos y acabamos la tarde en un bingo al que solíamos ir en vida de mi marido, ya en casa recordé el encuentro del restaurante y decidí no darle importancia pues ni yo ni Eugenia y su marido podíamos tener interés en remover la mierda en que vivamos. No  entraba a trabajar hasta el lunes por la noche y pasé el día de compras, llené la despensa y la nevera y tuve tiempo de probarme vestidos que guardaba en el armario y hacía años que no me ponía, todo lo que no me iba bien decidí librarme de ello., a media tarde estando en esa labor llamó Felipe por teléfono

F: Hola Ana, ¿Quétal ayer, lo pasamos bien? Te llamaba para comentarte algo que me ha parecido extraño y por eso te lo digo, esta tarde ha venido la señora que te presenté ayer, ya sabes Eugenia la del coche de Amín, no tenía motivo para venir porque ahora no tengo en el taller ningún coche suyo y no ha hecho nada más que preguntar por ti, que ¿Dónde trabajabas?, ¿Qué donde vivías? y si conocías a Amín. Le he contestado que eras la propietaria de la nave pero que no sabía más de ti, supongo que sabes que su marido trabaja en el hospital donde trabajas tú.

Ana: Bueno Felipe, no te preocupes ya sabes que las mujeres somos muy chafarderas y quizás pasaba cerca de allí y ha buscado un motivo para verte, si, cuando le vi ya pensé que trabajaba en el hospital pero pensé que él no tenía ganas de hablar pues dijo que les esperaba su suegro.

F: Te lo he querido decir para que lo supieras, por cierto, ayer no te pregunté por Daniel y no dijiste nada, dale recuerdos, hasta luego.

Sin decirle adiós colgué el teléfono, las manos me temblaban y como una autómata fui en busca del móvil, busqué “Daniel” y marqué compulsivamente, después de varios tonos pude escuchar: el teléfono está apagado o fuera…. No terminé de oír el mensaje.        Necesitaba hablar con alguno de los chicos y llamé a Amín que al segundo tono contesto

A: Si, dime Ana, sin duda sabía que era yo quien llamaba

Ana: Hola Amín, tenemos que hablar

A: Tú dirás

Ana: No, tiene que ser cara a cara

A: ¿pasa algo?

Ana: Tiene que ser personalmente y te lo digo, podemos quedar a las siete y cuarto en el centro comercial o donde tu quieras..

A: Mejor porque no en tu casa…

Ana: No, quedamos en el centro comercial, ven en cuanto salgas del taller y por favor no digas nada a Felipe de que hemos quedado ni que te he llamado

A: Mira, no sé porque es tan urgente hablar y cómo estás muy nerviosa prefiero un lugar más tranquilo y tu casa es el mejor sitio para hablar con calma, porque además no sé el porqué de tantas prisas, ¿pasa algo?

Ana: Como quieras, pero ven en cuanto salgas del trabajo

Estaba alterada y un fuerte dolor me revolvía en el estómago, faltaba una hora para las siete y para calmarme me hice una tila, me vestí para ir a trabajar y esperé la llegada de Amín que apareció puntual a la hora fijada, definitivamente había cambiado su forma de vestir y parecía un ejecutivo más que un aprendiz de mecánico.

A: Me has puesto nervioso con tantas prisas y he pedido a Felipe que me dejara salir quince minutos antes

Ana: Te he dicho que no dijeras nada a Felipe

A: Le he dicho que iba a la autoescuela, ¿Qué pasa que estás tan alterada?, He llamado a Daniel por si sabía algo y me ha dicho que no, ahora llamará, ya me ha dicho que le has llamado un poco antes que a mí pero estaba en una biblioteca

Ana: Por favor, necesito saber que sabe Eugenia sobre mí, sobretodo de mí y de Daniel, si le habéis dicho mi relación con él, que vive conmigo y que es el hijo de mi marido…

A: ¿ A que viene todo esto? No entiendo nada, ¿Qué coño tiene que saber esa tía de todo esto?. A esa nos la follamos y no le vamos con historias ni supongo que las quiere escuchar, no entiendo nada

Ana: Necesito estar segura que no sabe nada y si es así júrame que no le diréis nada de quien soy ni quien es Daniel

A: Joder Ana, no entiendo nada, ya te digo que no he hablado nunca nada con esa tía, ni yo ni Daniel, no sé qué coño te pasa, en ese momento sonó mi móvil, era Daniel y le dije que le llamaría más tarde, tuve tiempo de escuchar que me preguntaba si estaba con Amín antes de colgar, Amín siguió hablando: te juro que esa tía no sabe nada de nosotros ni de Adama ni de ti y no entiendo a qué tanta preocupación, por cierto el sábado la vi y me dijo que teníamos que repetir lo del otro día pero nosotros con ella solos, ya le dije que Daniel no… le interrumpí gritando y no pude contener el llanto, los ojos se me nublaron y algunas lágrimas resbalaron por mis mejillas.

De repente sentí que Amín me abrazaba, sus manos sujetaban mis hombros y su mejilla y la mía se juntaron, aquel abrazo me calmo y me sentí reconfortada sin poder evitar que a mi mente llegara el pensamiento que hacía más de una semana que no sentía placer, no pude evitarlo y mis labios buscaron los del chico que aceptó el reto entregándome los suyos, antes de levantarme para llevarlo a mi habitación pensé que no tenía remedio, me había convertido en una ninfómana que necesitaba sexo por encima de cualquier preocupación o problema en mi vida.

Los dos de rodillas sobre la cama nos fuimos desnudando mirándonos fijamente, tener ante mí aquel cuerpo de hombre joven tan guapo me ponía y solamente por mirarlo ya sentía palpitaciones en mi entrepierna, deseaba que me follara y se lo dije tan claro que no me contuve en decírselo, un ¡fóllame! salió de mi boca y él se mostró receptivo a mi ruego. Ya desnudos puso sus manos sobre mis pechos, nuestras miradas se cruzaban reflejando el deseo que nos teníamos el uno del otros, a tientas busque su polla con mis manos y cuando la encontré la note dura, tanto que no pude evitar mirarla, estaba en su máximo esplendor, mis labios buscaron sus pezones y desde allí lentamente fueron descendiendo hasta la polla,  en ese momento nos dejamos caer sobre la cama y escuché su voz rogándome que se lo hiciera como la última vez.

Sus manos acariciaban mi espalda, yo comencé a saborear con la máxima delicadeza su polla que erguida señalaba el techo, mi lengua recorría los más de treinta centímetros de falo resbalando sobre la carne dura y de color oscuro coronada con un glande color rosado claro, yo me sentía dueña de aquella polla y no me importaba compartirla con otras mujeres, estaba segura que ninguna otra la chupaba como yo, Amín respiraba cada vez más fuerte y no paraba de agradecerme con palabras de aprobación susurrando lo que le estaba haciendo, le rogué que se corriera cuando quisiera porque después le dejaría que me follara de la manera que deseara, cada vez el pene estaba más hinchado y rojizo, la bolsa de los testículos dura como el mármol ya no tenía las arrugas del principio y Amín movía las piernas una y otra vez mientras gritaba que siguiera mamándosela, un alarido como un estruendo salió de su boca y de su boca salieron dos palabra: “me voy”. Pareció un volcán expulsando semen en vez de lava, chorros y chorros de líquido blanco surcaron el aire esparciéndose por la habitación, las últimas gotas ya sin fuerza resbalaban por el falo hasta descansar en el negro y rizado pelo inguinal de Amín.

A: Joder, Ana, cada vez me lo haces mejor

Ana: Te deseo, cuando te tengo delante te deseo, no puedo evitarte, eres un cabrón y tu polla me vuelve loca

A: Bésame, ahora te toca a ti, te voy a hacer lo que me pidas

Ana: Hazme lo que quieras, tengo que ir a trabajar

Se lo tomó como una orden, unimos nuestras bocas y me abandone a su fuerza, él decidió en que postura me iba a follar, como si fuera una muñeca me colocó mirando al techo, abrió mis piernas y se puso sobre mí clavándome la polla en la vagina con cuidado pero con decisión, los dos teníamos las partes húmedas y me penetró con facilidad hasta donde aquel monstruo que tenía entre las piernas pudo. Me la sentí dentro y la sensación me supo a gloria, comenzó a moverse entrando y saliendo, mis piernas rodeaban su espalda y sentí que a cada empujón el falo ganaba algún milímetro de profundidad en mí interior, yo con la vista fija en el blanco techo me disponía a disfrutar entregándome a aquella máquina de dar placer que tenía entre las piernas, todo pasaba lentamente y aunque nos estábamos entregando el uno al otro todavía había calma

Ana: Métemela hasta el fondo

A: Te va a doler,

Ana: Quiero que me hagas sufrir, quiero que me rompas, quiero que me mates de gusto

Obedeciendo mi orden noté como se esforzaba en penetrarme cada vez con más profundidad y me dispuse a aguantar el dolor sabiendo que lentamente se convertiría en placer, a la fuerza de sus empujones yo correspondía clavándole las uñas en la espalda, el me hería abriéndome el coño con la polla y yo me vengaba atravesando su piel con mis afiladas uñas, poco a poco como había pensado el dolor se convirtió en placer, parecía que de un momento a otro me iba a partir en dos y ahora se movía dentro de mí a un ritmo cada vez más rápido, se podía oler el aroma de los jugos vaginales que mi coño segregaba, los dos jadeábamos concentrados en lo que estábamos haciendo y teníamos los cuerpos empapados en sudor

Cruzamos las miradas y noté en su rostro el esfuerzo que estaba haciendo, tuvo fuerzas para hablar

A: ¿te gusta?

Ana: Si, si, si, sigue por favor, mátame de una puta vez, dije mirándole fijamente a los ojos y con rabia

A: ¿ Siempre que quiera follarte te lo vas a  dejar hacer? ¡dime que si!

Ana: Si, siempre, siempre, ¡por favor córrete conmigo! ¡lléname de tu puta leche!

Aceleró el ritmo descontrolándose, el dolor me hacía sufrir pero era más fuerte el gusto y el placer que a cada una de sus sacudidas inundaban mi cerebro, yo gritaba desgarradoramente por la mezcla de sensaciones y él resoplaba a cada penetración, vi próximo el principio del fin cuando mi cuerpo descontrolado comenzó a moverse epilépticamente, me agarré con fuerza a él, cerré los ojos y la oscuridad me dispuse a disfrutar de la cadena de orgasmos que uno tras otro completaron el momento de éxtasis final. Amín todavía siguió moviéndose hasta que se alivió dejando ir en mi interior el semen que le quedaba desde la corrida de hacía unos minutos.

Ambos extenuados yacíamos sobre la cama, podíamos escuchar el palpitar del otro, le besé en la boca y reprimí el deseo de decirle que le amaba porque no era cierto, simplemente le deseaba como deseaba a Daniel o como deseaba a cualquier hombre que yo creyera capaz de darme placer, apenas dos palabras y me levanté para ir al baño, ya bajo la ducha cuando el agua corría por mi piel cerré los ojos y pensé que no me arrepentía de nada de lo que estaba sucediendo en mi vida, deseaba vivir el día a día, la voz de Amín interrumpió los pensamientos, abrí los ojos y lo vi en la puerta del aseo, dijo unas palabras que no entendí y desapareció, una hora más tarde llegaba al trabajo contenta y habiendo olvidado el asunto de Eugenia.

Afronté la jornada laboral totalmente relajada, me dolía el cuerpo pero el recuerdo del placer recibido tenía el efecto de una anestesia, físicamente algo cansada pero tenía ganas de reír y de ser amable con los enfermos y las compañeras, tanto que unos y otras hicieron algún comentario al respecto,  acabada la jornada laboral y cuando volvía a casa pensé que esa mañana coincidiría con Adama y decidí dejarle una nota advirtiendo que intentara no hacer ruido pues yo dormiría en mi habitación. Tomé un vaso de leche caliente y aunque estaba segura que no lo necesitaba ingerí dos pastillas para dormir que hicieron su efecto porque no recuerdo ni como llegué hasta mi cama. CONTINUARA