Ana y el Lobo (3)

Ya no una basura... ahora Mi sumisa

-ANA Y EL LOBO

(3ª Parte)

"… y al final

te ataré con todas mis fuerzas,

mis brazos serán cuerdas para bailar este vals."

"Y al final" E. Bunbury.

Aquella noche era finalmente la noche que tanto quise que llegara. Me invadía un malsano sentimiento de vanidad y al mismo tiempo una gran tristeza, parecida a cuando nos despedimos de un amigo de años, sabiendo que no podremos regresar el tiempo y que nada volverá a ser igual entre ambos. Miré los diferentes detalles y objetos simbólicos que había en la habitación, para que nada faltara, para que todo quedara preparado conforme a mis deseos más escrupulosos. El principal de los símbolos me había sido concedido generosamente por mi Amo, por lo que la luna llena brillaba con toda su intensidad en lo alto de un airoso y raro limpio cielo oscuro. Salí al balcón de la habitación y miré largamente la inmensa alfombra que las luces de la Ciudad de México extendían por el glorioso Valle del Anahuac, formando ríos y cuadros politonales en medio de la negrura de la noche. Suspiré nostálgicamente, sabiendo que esa noche marcaría mi triunfo, y al mismo tiempo yo acabaría perdiendo; pero de eso se trataba todo, precisamente en ello radicaba el triunfo. Miré el reloj que estaba junto a la cómoda y fruncí el ceño con una mueca de desagrado; faltaban aún 15 largos minutos para la hora establecida, y cada minuto se dejaría sentir eterno. Tal vez el tráfico de la ciudad estuviera tan limpio como el aire de esa noche y el trayecto hasta la habitación tomaría menos tiempo, pero yo marqué una hora para la llegada, y eso implicaba ni un minuto antes, ni un minuto después. Bufé por lo bajo y encendí el televisor buscando inocentemente algo que valiera la pena en ese aparatejo, pero nada apareció, y me comprendí condenado a la tortura de la espera y del recuerdo. Cerré mis ojos mientras el cigarrillo se iba consumiendo poco a poco, y fueron llegando a mi mente, uno a uno, todos esos momentos tan intensos.

Las hermosas ropas que entregué a Ana desde el inicio de su entrenamiento fueron cayendo una a una sobre la mullida alfombra de mi recámara, haciendo aparecer su piel desnuda. Tras las primeras semanas de duro entrenamiento, su cuerpo había comenzado a tomar diferentes matices al ir desapareciendo los moretones y las señales de maltrato que ella misma se infringía anteriormente, sin embargo aún faltaba mucho para que alcanzara el atractivo que debió haber tenido si su vida hubiera seguido por caminos diferentes a los que tuvo. A veces, recostada a mi lado mientras dormía, su rostro se contraía y con su débil voz llamaba lastimosamente a su madre en sueños, o mas bien, en horrendas pesadillas, para terminar nombrándola con los dientes apretados, en medio de una mueca amorfa, llena de rencor y de ira.

  • No pienso esperarte todo el día. Termina de quitar tus ropas sin apartar la mirada de tus ojos. Ana acabó de desnudarse, de pié frente a un espejo de cuerpo entero, pudiendo verme recostado en la cama, detrás de ella, observándola, verificando que los resultados de la instrucción fueran manifestándose positivamente en sus carnes jóvenes aún.

  • ¿Qué es lo que ves en el espejo, Ana?

  • A mí, Amo. Veo mi cuerpo.

  • ¿Te gusta? ¿Crees que es hermoso?- ella lo negó solo moviendo la cabeza, de lo cual tomé nota.

  • ¿Qué ves de malo en él?

  • Mi piel, Amo; aún se ve fea y maltratada. Se me marcan los huesos y mis ojos aún lucen hundidos.- Y atrevidamente ladeó su mirada para ver mi reflejo. Otra nota, pero eso podía esperar.

  • ¿Y tus ojos? ¿Qué ves en ellos?- Los volvió a mirar un par de segundos y apartó la mirada.

  • Tristeza, Amo. Eso veo.

  • Sin embargo son hermosos ¿no lo crees, Ana?

  • Si, mi Amo. Pero son como dos hermosas esferas vacías.

  • Menos vacías que hace un mes, Ana. Tú y yo sabemos qué fue lo que les abrió la puerta para que se vaciaran, pero ¿quién decidió secarlos por completo?

Tardó en responder unos segundos, mientras percibió mi movimiento levantándome de la cama y acercándome a ella. – Fui yo, Amo. No solo mis ojos sino toda mi vida.

Esa vez, el chasquido violento del cuero sobre sus nalgas fue solo el principio de la respuesta, mientras que una perversa sonrisa de placer apareció en su rostro.

  • El dolor puede aparecer repentinamente; hay veces que lo buscas y muchas otras no; puede que lo disfrutes obteniendo algo bueno de lo malo que te agrede, pero sin que puedas evitar que llegue y te lastime. Por ejemplo tus nalgas, quedan lastimadas a pesar de que sepas encontrar placer en ello. No todo lo que te llega lo eliges tú misma, pero eres tú quien decide lo que eres y lo que vas a hacer de ti misma – le dije sintiéndome identificado con Rafiki.- ¿Naciste acaso con esa piel pálida y verdusca? ¿Tu cuerpo se hubiera desarrollado así de huesudo y fláccido si tú no le hubieras dado en la madre con tus pendejadas y tu inepta autocompasión?- Ella lo negó moviendo la cabeza, un instante antes de que un nuevo chasquido siguiera al impacto del piel con piel.
  • ¿Acaso yo tomaría un pedazo de basura para que fuera mi sumisa, Ana? ¿Me crees acaso tan pendejo?- le increpé dejando que sintiera el rigor placentero que el flagelo sabe proporcionar.

  • No, Amo. Tú solo buscas lo mejor.- Joder… ¡que astuta lambiscona!, pensé. Mis manos se apoderaron entonces de su cadera, y mis dientes comenzaron a mordisquear sus hombros, parado yo detrás de ella, quien abría los ojos asombrada. Las puntas de mis dedos apenas tocaban y recorrían sus nalgas enrojecidas y subían para pasearse placenteramente por su espalda desnuda. Sentí su piel erizarse por la caricia y mi falo erectarse por el deseo.

  • ¿Te gusta esto, Ana?- le pregunté retórica y vanidosamente.

  • Si, Amo. Se siente rico.

  • Pero evitaste siempre recibir placer. Te consideraste indigna de satisfacer tu cuerpo, y solo porque ahora has aprendido de mi percepción que eres valiosa y una mujer bellísima y no la basura que estúpidamente siempre creíste, es que puedes notar que tu existencia, la felicidad y el placer tienen muchas razones para estar unidos ¿no es así?- Ana asintió en silencio nuevamente.

  • Necesitas mas disciplina, Ana. No querías recibir placer porque eso negaba que fueras lo que tú decidiste que eras. Ahora que sabes y aceptas recibirlo, deberás aprender a negarte a aceptarlo.

  • Espero tus instrucciones, Amo.

  • No apartarás ni un segundo la mirada de tus ojos en el espejo, Ana; y mientras tanto, te masturbarás lo mejor posible, tal como sabes que me gusta verlo. Darás a tu propio cuerpo el placer que merece por lo valioso y hermoso que es. Solo que… no tienes permitido llegar al orgasmo.

Ana quedó un instante viéndose a los ojos, como intentando recuperar en ella el sentido de la autocomplacencia verdadera que tantos años evitó. Ella sabía cuánto me erotiza una mujer masturbándose, pero ella no lo había hecho nunca antes para mi sino por mero accidente, y desde hacía mucho tiempo tampoco para ella misma. Inseguramente comenzó a tocarse las tetas, sintiendo la calidez de su carne y pellizcando sus pezones suavemente. Se dejó sentir a sí misma la suave caricia de sus dedos en el rostro, paseando por sus mejillas, por su nariz, por encima de sus párpados, tal como le gustaba recibirlo de mí. Sus manos sostuvieron cada seno, moviéndolo suavemente, sopesándolo y arrastrando cálidamente la punta de sus uñas sobre la suave piel de su pecho. Bajó una de sus manos para sentir las uñas rozar sus coloradas nalgas, aún calientes por el castigo, sus muslos desnudos vistos en el espejo. Circundó lenta y pausadamente las aureolas de sus senos con sus dedos, previamente humedecidos con su saliva, rodeándolos hasta sentir cada vez más la dureza de sus pezones. Jamás había sentido ella así sus propias tetas, jamás había sentido algo así en ellas, a pesar de los muchos años de masturbarse desde muy pequeña. Ana percibió el placer y el cosquilleo que su tacto provocaba en su piel erizada, y finalmente se atrevió a llevar sus dedos hacia la entrepierna, la cual estaba ya humedecida por el placer que le causaba el flagelo en su trasero.

La feroz erección que me causó el verla arrastrando los fluidos de su vagina hacia su clítoris para facilitar el deslizamiento de sus dedos fue casi inmediata. Ana introdujo lentamente su dedo medio dentro de su coño mojado, dejando salir un lento gemido. Sonrió al percibir las emociones que su propia mirada reflejaba, al ver sus ojos fijamente, ojos de un cuerpo que se daba deliciosamente placer a sí mismo. Quizá fue hasta ese momento en que se hizo consciente de la música que llenaba la habitación, comenzando a posesionarse de ella con sus sonidos sincopados, con la mórbida cadencia surgida de un rico piano, un sax y un bajo profundo y penetrante. Ana sacó su dedo de la vagina y lo llevó a sus labios, para saborearlo y recorrerlo obscenamente con su lengua, como lo hacía alguna de esas veces que me felaba con voracidad, mientras su cuerpo comenzaba a moverse rítmicamente con la música. Saboreó sus propios jugos, olió sus dedos impregnados de ella, excitándose mas con el exquisito aroma a hembra que quedaba en ellos y llevó de nuevo su mano a su entrepierna, para penetrarse nuevamente, mas ya no solo con el dedo medio, sino con dos y luego tres de ellos. Cada vez que se miraba el cuerpo y los ojos en el espejo, su lengua se paseaba por sus jadeantes labios, su mirada se ponía más intensa y en general su expresión la mostraba cada vez más demandante de placer. Los movimientos que al par de minutos comenzaron a aparecer en su cadera fueron acentuándose, ayudándole a sentir como las pequeñas descargas de placer comenzaban a surgir de su perineo para recorrer sus extremidades y erectar hermosamente sus pezones. Osadamente cerró sus ojos por momentos, desobedeciendo mis instrucciones de mirarse, pero disfrutando quizá por primera vez con el satisfacerse, con cogerse a sí misma. Sus suaves gemidos electrizaron mi piel, me excitaron poderosamente y me hicieron anhelar compartir con ella el más provocador intercambio de caricias y humedades. Las piernas de Ana comenzaron a temblar, como queriendo doblarse, ya no por la horrenda vista de su madre envileciéndose, sino debilitadas por el placer y por la proximidad del orgasmo al cual no debía de llegar. Un par de veces los ojos de Ana se abrieron ansiosos, mostrándola a punto de venirse pero haciendo el esfuerzo por evitarlo, tal como era mi voluntad. Para cuando la tercera vez su cuerpo mostró esa cruel lucha por evitarse a sí misma el placer supremo, sintió como mi mano introdujo un pequeño vibrador entre sus nalgas y tocó la entrada caliente de su ano.

El fuerte grito que salió de sus labios pareció que se llevaría su existencia misma, y que sería escuchado muy lejos de la privacidad de la luminosa alcoba. Sus rodillas se habían doblado, carentes de fuerza, incapaces de sostenerse por sí mismas. Mis manos la detuvieron por los brazos para dejar que fuera cayendo lentamente, en medio de continuas exclamaciones de placer y convulsos movimientos. Cuando Ana se levantó del suelo, vio mi risueño semblante; divertido y contento por verla venirse de manera tan potente y tan exquisita. Su mirada satisfecha tímidamente se dirigió hacia mí, esperando instrucciones para demostrarme su agradecimiento por concederle el honor de servirme, el placer de encontrarse. Mi sonrisa en ese instante fue mucho menor que la que seguramente esbozó mi rostro al explotar salvajemente dentro de su cuerpo, algunos minutos después.

Ana siempre logró sorprenderme con la solícita y golosa manera de realizar las tareas que le fueron encargadas durante su entrenamiento; sobre todo las tareas sexuales. Cada viernes, una deliciosa cena me esperaba llegando a casa –a pesar de que nunca vivimos juntos- y siempre encontró la manera de que yo encontrara algún detalle de cariño y de respeto al abrir mis maletas durante alguno de mis viajes. Sé que Ana disfrutó especialmente el pasearse el día entero con ropa corta y sin ropa interior; ella decía que eso la excitaba mucho y que le daba confianza en sí misma para mostrarse, arriesgarse, seducir. Verdaderamente Ana progresó mucho, convirtiendo su estilo, su mentalidad y su autocompasión en meros malos recuerdos.

Por el rostro iluminado con el que aquella vez me vio llegar, pensé que Ana esperaba esa noche que fuera menos estricto con ella y le dedicara algo de tiempo para pasarla juntos; pero no fue así. Cierto es que iba yo regresando, completamente molido de uno de esos campamentos donde pareciera que la naturaleza se empeña en mostrar cómo solo el poder de mi Amo es digno de ser llamado Poder. Los huesos me dolían y sentía el frío causado por el clima y la humedad de mi ropa calándome hasta lo más hondo. Ana estuvo puntual como siempre a la puerta de mi casa, al grado de que cuando yo llegué ella ya estaba ahí. Mientras ella preparaba un aromático café de Coatepec para llevármelo a mi estudio, tomé un cálido baño que me devolviera la vitalidad perdida por el frío y el cansancio. Al salir, Ana ya me esperaba con los ungüentos que ayudarían a mi cuerpo a relajarse. Ella frotó mi cuerpo con suavidad, ungiéndolo con un delicado aceite de aroma almendrado, que de inmediato surtió efecto en mi piel y en mi ánimo. Acaricié su rostro, viendo cómo se iba iluminando, a pesar de que físicamente distaba mucho de ser la mitad de lo que debiera haber sido de haber optado por siempre vivir bien. Su cabello había mejorado mucho, pensaba yo mientras ella seguía frotando entre los dedos de mis pies, pero aún le faltaba vitalidad y el cuerpo necesario para lucir hermoso. Miré el rostro de Ana durante el largo rato que realizó su labor de manera maravillosa, hasta que levantándola de las manos, le dije:

  • Esta noche pienso disfrutar de la más hermosa y placentera sesión de sexo que haya tenido en años- y ella sonrió de la forma mas bella que jamás le haya visto. – Mi cuerpo se regocijará junto al de la mujer mas bella del mundo, puedes estar segura de ello, Ana- y volvió a sonreír orgullosa y feliz, lo cual llenó mi alma de gozo y al mismo tiempo de temor. – Ve y toma un baño cálido, Ana. Te hace falta a ti también- aunque lo cierto es que era mas que un simple baño lo que aún le hacía falta a su cuerpo.

Mientras Ana sentía el agua caliente y las burbujas envolviendo su cuerpo, yo miraba por la ventana fijamente hacia el cielo. Tal vez no sería conveniente continuar con aquello, tal vez fuera demasiado, pensaba yo; pero también alejé esos pensamientos recordando que las cavilaciones se hacen antes de tomar una decisión y de tomar medidas, no después. Un ligero movimiento en la calle acabó por mostrarme que ya era demasiado tarde para eso, que ya no había marcha atrás. Ana regresó a la sala vestida tan solo con un hermoso albornoz blanco, que contrastaba aún con sus piernas flacas y su huesuda constitución.

-¿Qué tal el baño, Ana? ¿Lo disfrutaste?

  • Mucho, mi Amo. Agradezco tu generosidad.

  • Es bueno que ambos estemos complacidos hoy ¿no crees?- dije mirándola sonreír llena de alegría; y agregué con un imperceptible temblor en la voz- La noche apenas empieza, y ya es hora de que el cuerpo reciba la recompensa por el trato duro recibido. Abre la puerta.

Cuando Ana abrió la puerta del pequeño pasillo que une la sala con una de las oficinas se quedó petrificada, con la mirada atónita y sin poder articular palabra.

  • Ella es Loretta, Ana. Salúdala y sírvenos un Glennfiddich a ambos, tú también puedes servirte uno, si gustas.- Frente a ella estaba una hermosa mujer, alta, de cuerpo bellísimo, extraordinaria cabellera castaña oscura y formas perfectas, ataviada con la lencería más fina que realzara la extraordinaria belleza de su cuerpo. Ana bajó la mirada; esta vez no por sentido de sumisión sino por el azoro y la vergüenza. No había decidido yo pasar con ella la noche, sino que había contratado yo una mujer desde mi computadora para que atendiera mis deseos. Ni siquiera había llamado yo a alguna amante conocida, sino que la humillaba llevando a una auténtica prostituta para darme el placer que Ana sabía que podía brindarme. Ana saludó quedamente y apenas conteniendo la ira se dirigió a la mesa de servicio a servir un par de vasos de mi mejor Whisky.

Con mi vaso en la mano, me acerqué a Loretta, descubriendo su cuerpo que estaba vestido tan solo por un lago batón de lino sobre el juego de lencería blanca que adornaba sus formas. La rodee tal como un predador rodea su presa, disfrutando de sus formas con la mirada, antojándome gozar entre sus carnes. Me había yo tomado el suficiente tiempo para escoger a una de las mas bellas y eróticas de aquellas mujeres que se anunciaban como escorts por Internet; mi deseo lo valía, así que en ese momento no dudé en hacerlo. Ante ella, Ana era un mero remedo de lo que debería ser una mujer seductora; si bien como amante y sumisa no tenía nada que pedirles a otras hembras. Sin embargo, la extrema belleza de Loretta contrastaba violentamente con la alicaída figura de Ana, empequeñeciéndola físicamente hasta lo sumo. De la mano guié a Loretta como si fuera una elegante dama en medio de una fastuosa recepción hacia un hermoso sillón que la hizo ver como reina en su trono; tal imagen debió haber hecho parecer a Ana como la humilde sirvienta de aquella beldad. Los tres, sentados cada uno en su respectivo sitio hablamos, reímos y bebimos cómodamente; aunque Ana apenas y tocó el licor con sus labios, tanta era su vergüenza. Por momento parecía que apuraría completamente la copa, pero sus manos no se movían, manteniendo fuertemente asido el hermoso Old Fashioned con su oscuro líquido en el interior. Ya era hora; no solo había que acortar ese momento, sino que también mi cuerpo requería ya de satisfacerse y dar placer.

  • Ana, como te comenté, esta noche voy a tener la sesión de sexo más exquisito que sea posible, con la mejor de las mujeres. Existe lo perfecto y lo imperfecto, la luz y la oscuridad; no toleraré nada menos que la perfección para hoy. Enciende el calentador para los aceites en mi alcoba y cuida que la cama esté lista. Quiero a esa mujer esperándome para cuando acabe de hacer un par de llamadas. Y que aparte de los dos, no haya nadie más en la casa, Ana. ¿Ha quedado claro?

Ana apenas y podía hablar de la vergüenza, pero, muy dentro de sus ojos, vi el repentino destello que aún me ha admirado hasta el día de hoy. Para cuando llegué a la alcoba, el aroma era intenso y exquisito, las tonalidades de luz estaban tal cual las prefiero, y sobre la cama, apenas cubierta con una delgada sábana, estaba Ana, enteramente desnuda, esperándome con una sonrisa desacatadamente retadora y cachonda. Sonreí feliz.

Los ojos de Ana quedaron vendados rápidamente. Sus muñecas fueron atadas a la cabecera de la cama, no con sedas, como algunos prefieren, sino con el rudo cuero de unas muñequeras rematadas por fuertes argollas de metal. Sus tobillos siguieron el mismo camino que sus manos, y en poco tiempo, Ana formaba una hermosa X a la mitad de mi cama. Las rojizas tonalidades que las velas soltaban en la habitación daban a su piel una tonalidad viva y hermosa. En sus labios se reflejaba esa ansiedad por estar vendada que tanto a ella como a mi nos encantaban. El chasquido del flagelo azotando el aire hizo que Ana contrajera su carne, mostrando una feroz sonrisa de deseo. Deslicé la punta del instrumento hacia su piel, acariciando su rostro con ella. Ana movió ansiosamente la cara, buscando encontrar con su nariz el varonil aroma del cuero que tanto le seducía. El tosco instrumento fue tocando suavemente su cuello y sus axilas, sus senos y costados, haciéndome sonreír al verla estremeciéndose cada tanto por la deliciosa sensación de sentirse recorrida así. De la garganta de Ana salían débiles gemidos que me impulsaban a recorrerla cada vez mas, a demostrarle mi complaciente reconocimiento por su leal, dedicada y excelente forma de servirme. A sus oídos llegaban los sordos murmullos de mi voz, diciéndole suave, profunda y convencidamente: -"Que hermosa eres, verdaderamente eres la mejor de las mujeres, Ana"- y veía como sus labios temblaban de gusto y sonreían plácidamente orgullosos. Por momentos, las sensaciones le hacían jalar de las ataduras, intentar desatarse y desbocarse sobre de mí con ímpetu avasallante, pero el chasquido profundo del látigo le hacían calmar sus ansias una y otra vez.

Me alejé un poco de la cama, mirando el excelso espectáculo del cuerpo de Ana desnudo sobre la cama, con la figura que ella tenía sobre el colchón, marcando como cuatro sendas que convergían mórbidamente en su pubis, adornado por cortos mechones de vello castaño. La ansiedad y el placer de lo desconocido mantenían a Ana abriendo y cerrando sus puños y levantando su cadera tratando de encontrar si mi falo estuviera cerca de ella a punto de penetrarla. Su cuerpo detuvo abruptamente todo movimiento cuando a sus oídos llegó el inconfundible sonido de mi fiel Tramontina al desenvainarse. Ella conocía bien la forma y el agudo filo de mi cuchillo de caza preferido, de acero al carbón y gran peso, pues ella misma lo había amolado numerosas veces y lo mantenía cerca de mi equipo de campaña. Su cuerpo se mantenía inmóvil y tenso, en medio de los ricos aromas de sándalo que el calentador producía y bajo mi escrutadora mirada, atenta a cada una de sus reacciones. El frío canto del cuchillo se posó sobre la piel de su vientre, causándole un nuevo estremecimiento y haciéndola jadear ansiosa, para después iniciar su recorrido por sus piernas hasta su pequeño empeine. Fue ahí donde mi muñeca giró el cuchillo, dejando sentir su agudo y peligroso filo sobre la piel erizada de Ana, la cual se revolvía presa de ese delicioso temor que le atraía como un imán. El filo fue marcando delgadas y tenues sendas blancas, sobre su cada vez menos reseca piel; subiendo por sus pantorrillas, por sus muslos y acercándose a su vientre de manera perversa y excitante. Ana solo profería entrecortados jadeos y humildes súplicas tapizadas de ansiedad: - Amo… es delicioso, me encanta… me gusta muchísimo… te lo suplico, toma ya mi cuerpo, cógeme que soy tuya, te pertenezco- sin provocar otra cosa más que mi perversa sonrisa.

Ana sintió de pronto un creciente frío chorreando en los senos y en las piernas, el cual fue convirtiéndose en un ardiente calor que le provocó las más intensa sensaciones. Otras gotas de mi aromático 18 años fueron cayendo una a una en su vientre y en sus brazos, encendiendo un rico fueguito que le generaba voraces deseos. Los pequeños charquitos de Whisky en su piel se convirtieron en arroyuelos cuando sus movimientos hacían correr el líquido hacia otras partes de su cuerpo, extendiendo las sensaciones de placer, y le hacían gemir con mayor continuidad. Ya no detuve mis ansias y dejé que mi boca fuera a beber el licor directamente de su piel, haciendo a Ana arquearse de placer y a pedir con más fuerzas ser completamente devorada. -¡Por favor, mi Amo, cógeme ya… te lo suplico… no aguanto mas! –

Mi boca chupó incansablemente la piel de Ana, impregnada completamente por el licor, mordisqueó su carne y sus costillas vorazmente, lengüeteó ávidamente sus axilas hermosas y finalmente se dedicó a lamer afectuosa y ardientemente su rostro vendado. Cuando mi lengua llegó a la suya, el beso que nos propinamos fue salvaje y demandante. La respiración agitada de Ana se dejaba deslizar por todo mi rostro, llevándome a los sentidos el exquisito aroma de su aliento, y el calor prometido de una hembra salvaje y verdaderamente poseída por la lujuria. Mientras la besaba salvajemente, mis manos soltaron las ataduras de sus manos, permitiendo que ella se arrancara de un solo tirón la venda que tapaba sus ojos. Mis besos y mordiscos fueron yendo hacia sus hombros y senos, los cuales fueron lamidos por mi boca con un deleite exquisito, dejándome expresar los más voraces gruñidos de placer y de deseo. Mis ansias eran demasiadas y no pude contener el apetito por hundirme de golpe entre sus piernas, para lamer su vagina con verdadera voracidad mientras mis manos liberaban sus tobillos de la cama. Las manos de Ana oprimían violentamente mi cabeza contra su entrepierna, haciéndome lamerla más profundamente, y beber entonces de sus flujos codiciosamente. Me separé de su sexo para solo mirarnos a los ojos con una intensidad mayúscula, saboreando sus jugos, tragándolos despacio, preparándonos para el apareamiento más lujuriante que pudiéramos pensar.

No esperamos más, y ambos nos lanzamos contra el otro, jalando mutuamente nuestros cuerpos para enredarnos en un incesante vaivén, yo dentro de su cuerpo, ella alrededor del mío. Ana y yo nos movíamos enfrentando nuestras carnes al choque de las ganas más locas. Mis manos la atraían por las nalgas para embestirla con fuerza y bombearla moviendo mi cuerpo hacia los lados, hacia dentro y fuera de su cuerpo para hacer que mi falo se frotara de mil formas dentro de su chorreante vagina. La excitación era cada vez mayor en ambos; los dos jadeábamos y nos contoneábamos desesperados, disfrutando el placer y siendo presas del paroxismo que todas esas sensaciones nos provocan para cogernos mutuamente sin ningún freno existente. – Amo mío… amo… mi amado LoBo… mi querido amigo…- decía Ana fuera de si, abrazándome y dejándome sentir el riguroso paseo de sus uñas en mi espalda. De pronto, sorprendiéndome, pareció que los manotazos que daba sobre mis nalgas para atraerme hacia ella, se convirtieran en azotes propinados como disciplina. Por un instante, mientras la veía explotar en un orgasmo formidable, mis ojos la observaron detenidamente, y la miré con dolor, con un cariño inmenso, lejos ya de la pasión y del placer con que la miraba segundos antes. –Amo, no llegaste al orgasmo- me dijo preocupada tras reposar varios minutos extasiada- ¿estás bien? Permíteme complacerte como a ti te gusta- me pidió solícita; yo negué con la cabeza. –Tontita, claro que llegué al igual que tú; solo que no pusiste atención a la forma en que lo hice. El placer que me has dado hoy es mayor al que me has dado muchas otras veces, te lo aseguro.

  • Me complace servirte y complacerte, Amo mío. Me da mucho gusto saberlo.- y cerró sus ojos para descansar mientras que mis besos cubrían sus hombros y su rostro.

Martín estuvo de acuerdo y la cita quedó concretada. Esa noche nos fuimos a ver un show musical y después a cenar pasta, lo cual había comenzado a ser de su preferencia. Eligió un excelente tinto mexicano, seco y robusto; tal como lo aprendió para esos casos. Su charla era cada vez más decidida y consistente, cada vez menos tímida y prudente. Me encantaba verla así y me alegraba haber tomado la decisión correcta. Justo a la hora del postre, mientras yo veía con desgano el abundante Tiramisú que no se por qué habré pedido, decidí que había llegado la hora adecuada. - Progresaste muy bien en tu entrenamiento, Ana. Tu habilidad como sumisa debe ser reconocida; pero… he encontrado una veta mayor en ti, y quiero reconocértelo.

  • Muchas gracias, Amo mío. Me honras con tus palabras- me dijo sonriendo alegremente.

  • Hoy que cumples años, quiero hacerte un obsequio muy especial, reconociendo tu valor y lo que mereces.- Hice una seña con la mano y detrás de ella, Martín se acercó, y ostentosamente se colocó un moño sobre el cuello. Ana miraba extrañada, sin saber qué regalo le estaría llevando esa persona que sin duda había sido llamada por mí. Yo sonreí y le dije: - Preciosa, necesitarás quién te ayude en lo sucesivo con las responsabilidades de servirme, y es mi voluntad también que vayas tomando práctica en otro nivel de tu entrenamiento. Él es Martín, un conocido mío al que aprecio mucho. Él es tu regalo, Ana. Me complacería mucho que lo recibieras como tu sumiso.- Ana abrió los ojos y la boca completamente asombrada. -¡Amo!- exclamó azorada. - ¿Hablas en serio? ¿Seré yo su ama?

  • Ana, no puedo obligarte a que aceptes la responsabilidad de tomarlo bajo tu responsabilidad para su entrenamiento y para tu servicio. Eso es algo que tú debes decidir, pero me complacería mucho que así lo hicieras.

  • Amo- me dijo en un tono de voz mas bajo y confidencial - ¿Y… mi sumiso debe hacer lo que a mi se me antoje?- continuó mostrando una creciente sonrisa pícara y perversa en su rostro. Yo reí abiertamente mientras Martín esperaba en silencio y con la cabeza gacha, mostrándose ridículo con su moño verde en el cuello ante todos los comensales del restaurante.

  • Tu sumiso debe obedecer cualquier capricho tuyo, preciosa. Solo ten presente tu responsabilidad para dar órdenes que puedan ser cumplidas y honrar tu persona haciendo que tu sumiso crezca día con día.

Ana exclamó divertida y libidinosa - ¿Hacer que crezca diariamente, mi Amo? Como tú dices siempre…Ni idea tienes-

Yo sonreía divertido al ver la maravillosa manera con que Ana fletaba las nalgas y espaldas de Martín con un grueso cinturón. Él se estremecía gimiendo de dolor y de placer y ella se paseaba alrededor suyo, viéndolo así, inclinado, ofreciendo su cuerpo para que ella desatara sus sádicos deseos en él. Martín volteaba de cuando en cuando para mirarme sonriendo y decirme divertido – Mi Señora es maravillosa, fue una gran idea esta- para estallar ambos en carcajadas sabiendo que había hablado sin consentimiento de ella y que eso le acarrearía mayor castigo y placer para ellos dos. Me levanté de mi asiento y me dirigí a la sala para buscar algo para leer, o algo que me ofreciera una visión más agradable que la de un culo masculino flagelado por su Ama. Me pareció que Ana había nacido para azotar; el tino de sus golpes era prodigioso y proporcionaban esa mezcla de dolor y de gusto que hace a muchos internarse en las oscuras y deliciosas sendas del BDSM. Al poco rato, escuché salir de la alcoba de Ana sus cada vez más comunes gemidos, gemidos de placer y de calentura. Ana se encontraba de pié, recargada de espaldas contra la pared, con una pierna levantada y apoyada contra un butacón, recibiendo una soberbia lamida de vagina por parte de su sumiso. Martín dejaba ir su lengua contra el clítoris y los labios vaginales de Ana, arrodillado ante ella y con las manos sumisamente atadas a la espalda. De cuando en cuando, Ana soltaba un recatado golpe con el cinturón sobre la espalda enrojecida de él, exigiéndole mayor rapidez con sus lamidas, haciendo que el cuerpo moreno y musculoso de su esclavo se cimbrara de gusto.

El primer orgasmo de Ana regó la boca de Martín con abundante fluido, el cual lamió presuroso lo mas que pudo. Ella lo puso entonces de pie, aún maniatado a la espalda, y comenzó a recorrerlo con obscenas lamidas y mordiscos por todo el cuerpo, el cual se mantenía erguido y con las piernas semiabiertas. Su boca voraz dedicó especial cuidado en saborear y sentir en sus dientes la carne de las fuertes piernas de Martín, así como sus enrojecidas nalgas que se cimbraban después de cada tarascón. Terminando de circundar golosamente el cuerpo de su sumiso, Ana dirigió su voracidad al vientre palpitante de Martín, quitando con la lengua el sudor que sus azotes provocaron, sin despegar la vista del falo que se mantenía erecto ante su mirada. Su lengua recorrió gustosa la larga verga de Martín, quien cerró los ojos para sentir mejor las sensaciones que recibía de la boca de su cachonda Ama, la cual siguió con su lengua las líneas venosas del falo que se movía de placer por el tacto rasposo de los labios y dientes de su Señora. Ana fue metiendo despacio en su boca la verga que desde hace un rato lamía, y comenzó a mover su cabeza hacia delante y atrás para mamarla lentamente, extrayendo gemidos intensos de la garganta de Martín. Él evitó en todo momento el intentar zafarse de las ataduras que sujetaban sus manos a la espalda, lo cual podría haber hecho en realidad fácilmente, pero decidió mantenerse sumisamente sujeto y mamado por aquella verdadera experta en el arte del sexo oral. –Doy fe de esto último-

Tras haberlo felado a placer, Ana cubrió el humedecido falo de Martín con un preservativo, para después conducirlo con la cadena que colgaba del collar de entrenamiento del sumiso hacia la cama. Ella se colocó a gatas sobre el colchón, dio un par de lascivas palmadas a sus propias nalgas, y jaló nuevamente de la cadena a su sumiso para que diera el paso que aún los separaba. Ana tuvo la osadía de mirarme directamente a los ojos por un par de segundos, sonrió alegremente y sus labios se movieron en un silencioso "Gracias, mi Amo", para cerrarlos inmediatamente, al sentir como el falo de Martín se introdujo lentamente hasta el fondo de su vagina. Tal vez fue mi imaginación, pero cuando ya llevaba yo varios pasos por la calle, fuera de la casa, podía aún escuchar los salvajes gemidos que Ana profería.

No solo el idiota de Sergio estaba asombrado; Laura misma y los dos hermanos de Ana no podían creer que aquella piltrafa humana que ellos habían visto por última vez hacía poco más de un año fuera ella. Su porte y la firme seguridad con la que hablaba y se movía contrastaban con los lánguidos ademanes con que la vieron expresarse la vez anterior. Laura no podía creer que Ana se presentara a su casa acompañada por ese joven moreno y de facciones que hablaban de una vida sana y productiva, sabiendo que sus amistades no pasaban de ser unos mugrosos e inútiles perdedores. Ana les dijo además sonriendo que recibieran mis afectuosos saludos, lo cual les escandalizó mas aún, sin poder entender cómo es que mantenía una relación conmigo y a la vez se presentaba tan cínicamente acompañada de aquel tipo que manifestaba una obediencia ciega a ella. Sergio quedó encantado con la charla de Martín, finalmente ingenieros ambos, y no podía comprender cómo es que un hombre así fuera el acompañante tierno y exageradamente caballeroso que iba con Ana. Ella gozaba de ver sus expresiones cuando se dirigía secamente hacia Martín, y le ordenaba servirle mas comida, traerle otra bebida e incluso acariciarle los pies cuando se sentaron a charlar en la sala. Una vez saciado el exhibicionismo de ella ante su familia, les contó de sus proyectos, les preguntó alegremente por las novedades de aquel año, y les siguió sorprendiendo con esa actitud resuelta y completamente distinta a la que ellos siempre habían conocido.

Al poco rato, Martín se acercó a su Señora y servilmente le indicó la hora marcada en el reloj. Ana lo envió inmediatamente a traer su abrigo del auto y cuando él desapareció por la puerta, ella entrelazó su brazo con el de Laura y la condujo despacio hacia el pequeño estudio que se encontraba a unos pasos. No fue una charla muy larga, pues el tiempo apremiaba, pero de pronto, Ana respiró fuertemente y miró a los ojos a su madre, sabiendo ambas que ese era un momento muy especial.

  • Todos estos años quise morir, destruirme, mamá. Me sentí la mas vil de las mujeres y solo deseaba que tú y papá vieran cómo me iba destruyendo día con día.

  • Lo se, mi niña. Todos aquí hemos sufrido mucho viendo cómo te ibas destruyendo a diario. ¡Hoy te ves tan distinta!

  • Fue por ti, mamá. Tú, sin saberlo fuiste la que me llevó a todo eso.

  • ¿Cómo puedes decir eso, mi amor?- replicó Laura sorprendida, ofendida y con el miedo que causa una revelación que se acerca. – Jamás hice algo que pudiera dañarte. Solo vivía para ti y tus hermanos.

  • Te vi, mamá. Te vi aquella tarde en los edificios de Copilco- le soltó en el rostro, fría y suavemente, sin que Laura acabara de comprender. – Salí a buscarte porque tenía miedo de perderte, y te encontré desnuda, cogiendo con dos tipos de la manera más vil que pueda haber imaginado, mamá.

Laura se tapó el rostro con las manos, horrorizada y presa de la más completa de las vergüenzas. Ana continuó impasible.

  • Tú eres psicóloga; tú debes saber el impacto que tiene en una niña de 6 años el ver a su madre sodomizada, orinada y tratada como una vulgar prostituta, mientras que en casa siempre se mostró recatada y evitaba hablar de sexo siquiera.- El llanto había llegado rápido al rostro de Laura. – Desde ese día me sentí la mas vulgar de las criaturas, mamá. Tanto tú como papá me daban asco, me generaron la repulsión más grande por mi cuerpo y por mi vida misma. Y solo quise decirte esto, para que lo supieras, pero… hay algo mas que también quiero decirte.

Laura tardó unos segundos en atreverse a descubrir su rostro consternado y cubierto por el llanto. Sus dientes temblaban por el dolor y la vergüenza que sentía ante su hija. Ana mantuvo su mirada impasible, fría y resuelta ante ella, y viéndose madre e hija a los ojos, le dijo finalmente.

  • Tú me destruiste, mamá, pero ahora soy otra. Y te perdono por haberme dañado así, haberme dañado sin saberlo siquiera. Tuve que decírtelo para decirte también que te perdono, y tuve que decir que te perdono para poderte decir algo que jamás había sentido… Te Amo, mamá.

Martín condujo del brazo a Ana, la cual había estallado en llanto a mitad del camino hacia el auto. Hecha un ovillo lloró liberada la mitad del trayecto, musitando "Te Amo, Mamá" una y otra vez. En el asiento delantero, Martín sonreía feliz de ver a su Señora superando la más dura de las pruebas a la que yo le había sometido. Su Ama era verdaderamente una gran mujer, libre y admirable. Extendió su mano hacia Ana para darle un pañuelo desechable con el cual limpiara su rostro para mí, y enfiló el auto hacia el punto convenido por mí, sin prisas, decididamente.

Constaté la hora en el reloj de la habitación en cuanto sonó el llamado a la puerta. Era la hora exacta. Los ojos de Ana mostraban que el llanto había acudido a ellos no mucho tiempo antes, pero su rostro mostraba un rigor menor al que mantenía siempre. Se le veía liberada y apacible, al igual que Martín, quien esperaba instrucciones detrás de ella. Con una señal de mi mano le indiqué mis deseos a Ana y ella volteó de inmediato para decir secamente. – Baja al bar y espera ahí mis instrucciones.- y sin esperar respuesta cerró la puerta.

La cena transcurrió con el relato detallado de la visita a casa de sus padres. En realidad Ana apenas y tocó la roja carne que hermoseaba el plato, en medio de suculentas verduras, frente a una flamante botella de tinto –nacional, por supuesto- que engalanaba el festín previo a aquel gran momento que ella ignoraba aún. – Llama a Martín. Dile que se presente aquí, Ana- Ella obedeció inmediatamente, para después agachar la mirada y preguntarme pícaramente. - ¿Qué planes tiene mi Amo para que requiera la presencia de mi sumiso en la alcoba? ¿Tan bien me he portado hoy?- y ambos sonreímos con cierta complicidad, sabiendo que por ahí iba una de sus mas comunes fantasías. Cuando se cerró la puerta detrás de Martín, yo ya estaba listo detrás del haz de luz que separé de uno de los cuadros que colgaban de las paredes. Llamé a Ana con un ademán, colocándola bajo el luminoso rayo y traté de imprimir un tono solemne a mi voz.

  • Me has servido todo este tiempo con verdadera diligencia, Ana. Estoy muy complacido con la manera en que te has sometido a mí, cumpliendo mis más enviciados caprichos y haciendo tu mejor esfuerzo para lograr cumplir toda tarea encomendada por mí.

  • Mi placer es servirte, Amo. Tu placer es el mío- dijo manteniendo la mirada en el suelo y sintiendo el calor del foco cayendo sobre su cuello.

  • Ser tu Amo ha sido también un gran placer para mi, y una gran prueba, Ana. Y también agradezco el que me hayas respaldado así para conseguir ese propósito. – dije mientras ella levantaba su rostro para mirarme extrañada por el velado sentido de mis palabras. Mi mano alcanzó su objetivo en una pequeña mesa a un lado de mí, y se escuchó el ya conocido sonido del Tramontina al ser extraído de su funda. Ana miró el oscuro brillo del metal en mi mano, y se estremeció recordando aquella noche no tan lejana.

  • Ana, has crecido, y has crecido bien. Hoy puedo ver que no hay diferencia entre tú y yo, y que eres ya aquella gran mujer que siempre me pareciste y que yo soñé, por lo que… no es posible que siendo tan iguales, deba yo dominarte mas.- Ana abrió sus ojos azorada al igual que Martín, quien como fiel esclavo se encontraba de pié, unos pasos detrás de su Señora. Antes de que pudiera replicar, agregué poniendo el filoso y pesado cuchillo en su cuello. – Ana, esta noche es mi voluntad darte la libertad- y corté lentamente el collar de cuero que rodeaba permanentemente su cuello. Montones de palabras se ahogaban en mi garganta, queriendo salir, queriendo ser pronunciadas; algunas para contradecir lo ya dicho, otras para expresar el cariño que se desbordaba en mí por ella. Callamos ambos, y tras tragar saliva y respirar hondo, dejé caer el trozo de cuero en el suelo y sonriendo forzadamente le dije – Hola Lady Ana; hola amiga mía, tanto tiempo sin verte- y nos fundimos en un abrazo, largo e intenso. Nuestras lágrimas caían por nuestro rostro, y ambos reíamos habiéndonos encontrado de nuevo, al final del camino. – Lobito… que bueno que estás aquí.

Caminé lentamente, mirando fijamente los senderos del jardín del hotel de campo en el que estaba. Quise encender otro cigarrillo más, pero preferí regresar a la ciudad mientras Ana desataba sus fuerzas y su pasión sobre el joven cuerpo de Martín. Antes de entrar al estacionamiento, voltee a mirar de nuevo el panorama y di gracias humildemente a mi Amo por concederme el privilegio de haber entrenado a Ana de manera exitosa. Aún era buena hora como para regresar a la ciudad y encontrar a los amigos en el restaurante de siempre. Había que aprovechar la noche pues la caza era propicia en esa fecha… era noche de luna llena.

  • Historia contada con conocimiento y autorización de la protagonista*