Ana y Cesar

El cariño a mi hermano Cesar

Solo quiero expresar unas reflexiones, bueno, más que reflexiones quiero desahogarme. Necesito decir en algún sitio que soy una perdida, una golfa, alguien que no tiene nombre.

Es uno de los momentos más difíciles de mi vida, he hecho algo de lo que debería arrepentirme pero, si no es por miedo al castigo, no tendría remordimiento ninguno. He llorado, he rezado… Y no he encontrado respuestas. Respuestas que me satisfagan, que me justifiquen… Voy derechita al infierno.

Para simplificar las cosas y no extenderme demasiado, intentaré resumir lo que me ha pasado, lo que me ha llevado al borde de la locura y desesperación.

Tengo un hermano pequeño, ha cumplido 16 años hace poco, estudia 4º dela ESOy es muy inteligente. Yo tengo 21 y estudio psicología enla UCM.

Mi hermano, desde que era pequeño, siempre fue un poco raro. Era muy mono, una ricura, pero tenía, a los 3 años, un comportamiento bastante extraño para su edad. Cuando empezó el preescolar al año siguiente, nos dieron, mejor dicho, les dieron a mis padres, la mala noticia de que el niño era sordo.

Fue un auténtico disgusto y el comenzar de un peregrinaje por médicos y hospitales. Le hicieron pruebas de audición, pruebas de no sé qué para terminar en un quirófano, donde le operaron los oídos con la esperanza de lograr una solución a su problema.

La primera sorpresa nos la dio el cirujano a la salida de la intervención.

-Ha ido todo bien, pero lamento decirles que su hijo no es sordo. Tenía un taponamiento crónico de los conductos, le hemos drenado y ahora oirá mejor. La cuestión es que, anteriormente, sí oía. No bien del todo, pero lo suficiente para no considerarle sordo. Lo siento – Dijo el médico a mis padres.

De la alegría inicial, pasaron a la sorpresa y luego a la preocupación. ¿Si no es sordo, qué le pasa?

Vuelta a los médicos, a las distintas opiniones para acabar en Neurología infantil. Tras hacerle de todo, resumiré en que le diagnosticaron TDAH (trastorno de déficit de atención con hiperactividad) y retraso madurativo.

Conclusión, el niño, César, vivía en su propio mundo, no haciendo caso a nadie al punto de parecer sordo, apenas hablaba algo, era incapaz de decir una frase completa y… Vamos, que parecía subnormal.

A partir de entonces empezaron a medicarle con anfetaminas para mejorar su atención, a recibir clases de apoyo de logopedia y de motricidad fina.

Fueron pasando los años, César era un encanto de niño, cariñoso y especial para mi. De igual forma, por su forma de hablar, por su retraso madurativo, fue convirtiéndose en el niño rarito del colegio, poco a poco en un marginado; con el paso de los años, sobre todo al ir al instituto, en un friki. Más bien, el FRIKI, con mayúsculas.

Supongo que gracias a la medicación y a la adecuación curricular, fue sacando los cursos adelante, cada vez con mejores notas. Sin embargo, sus problemas de relaciones sociales fueron agudizándose, cada vez estaba más solo y, en los últimos años, no tenía un solo amigo.

Mis padres  siempre se tomaron el asunto de forma diferente, pero supieron lidiarlo muy bien. El neurólogo les advirtió, al principio, que este tipo de niños hacían muy difícil la convivencia de la pareja, que se producían muchas separaciones matrimoniales y que intentaran hacer todo lo posible por intentar mantener una posición conjunta hacia su hijo.

Mi madre se convirtió en sobreprotectora con César, le mimaba demasiado, siempre encima de él. Mi padre, lo contrario, quería que espabilara por su cuenta, que aprendiera a defenderse solo, no iba a tener siempre a alguien para ayudarle.

Total, papá le metió en clases de judo. Después de cinco años, de llegar a cinturón marrón, de ir a competiciones, mi hermano seguía siendo malísimo, muy querido por los profesores y despreciado por sus compañeros. ¡Qué crueles son los niños!

Le cambió de deporte, intentando buscar algo que se le diera medianamente bien. Pasó por el bádminton, atletismo, fútbol, baloncesto… Cada uno con un fracaso estrepitoso.

El problema de relaciones de César se fue agudizando y en cierto modo lo entendía. Es de esos chicos que sin llegar a ser tartamudos, se aturullan al hablar. Sus pensamientos eran demasiado avanzados para su edad y, para rematar, pensaba más deprisa que hablaba…

Como he dicho, nunca le conocí a ningún amigo, de vez en cuando le encontraba llorando en su habitación por lo solo que se sentía. En otras ocasiones le veía con chicas y me alegraba. Luego me contaba que era el gran confidente de ellas, el típico chico en el que encontraban consuelo pero del que ni se les pasaba por la imaginación tener siquiera un rollete con él, un auténtico “pagafantas”.

Ni siquiera se acercaban a él fuera del colegio, no fuera que si alguien les viera, pensara que eran amigas del friki.

La verdad es que me daba una pena horrorosa, mi pobre hermano era un cielo que nadie era capaz de valorar. Yo era su única confidente aparte de mi padre, única persona en mi casa que parecía entenderle de verdad. Pero los típicos consejos de << Cuando crezcas verás que todo esto es una tontería>> o << Cuando vayas a la universidad verás que la gente es muy distinta y hay de todo>> no le valían a mi hermano para nada.

Otro problema que tenía es que no quería beber, ni fumar, ni hacer botellón, únicas ocupaciones de los chicos de su edad durante los fines de semana. Le veía pasear solo por el pueblo, mirando con envidia cómo se divertían otros, mientras él se aburría como una ostra.

Así las cosas, mi padre le apuntó a un equipo de rugby, con idénticos resultados de los obtenidos hasta entonces. Para papá fue un mal trago porque, viéndole jugar, no es que fuera malo, era peor, tenía miedo y se apartaba. Para mi progenitor fue el no va más.

Papá había sido jugador en la universidad, paracaidista profesional durante cinco años enla BRIPAC(creo que se dice así) y eso del miedo, la cobardía o la desobediencia lo llevaba fatal.

Le puso las pilas a mi hermano y él, más por miedo que vergüenza, empezó a dejarse literalmente los cuernos en los cinco minutitos que le sacaban cada partido. Lo curioso es que, al año siguiente, fuera César el que quisiera seguir, había mejorado bastante y ya no era el último mono del equipo.

Pero excepto en esos momentos en los que era feliz, su vida transcurría asquerosamente monótona, aburrida y solitaria.

Yo era cada vez más solícita con él, intentaba que me contara sus cosas y fantasías y sé que me estaba muy agradecido.

El principio del cambio, el inicio de mi viaje a los infiernos empezó un buen día en el que César tenía 14 años. Estaba solo en su habitación y entré a decirle no recuerdo qué. Me lo encontré con su cosa en la mano, haciéndose una paja mirando algo en el ordenador.

Me puse muy colorada, nunca había pensado en la pubertad de mi hermano y en las necesidades típicas de esos años. Le eché una bronca de escándalo y luego se lo dije a mis padres. (Ahora que lo pienso, ¡que chivata!)

Mi padre le dijo a mi madre que no hablara de eso con César, que él se encargaría ya que, suponía, entendía más que ella de eso. Para mi pasmo, no le dijo nada de hacerse pajas o no, sólo que eso era algo privado y, si tenía necesidad, fuera lo suficientemente discreto como para que nadie le pillara en esa tesitura.

¡Joder! Si me llegan a pillar a mi, segurito que me la montan. Bueno, la cuestión es que no me produjo ningún morbo ni nada el ver al mi hermano, sólo me hizo ver lo solo que se sentía.

Después de estar un mes sin hablarme por haberme chivado, las cosas, con calma, volvieron a la normalidad. Le prometí a mi hermano que jamás lo haría de nuevo, que contara conmigo para todo lo que quisiera.

Cuando cumplió 15 años, todo seguía igual excepto una cosa. El retraso madurativo parecía totalmente superado, le tuvieron que aumentar mucho la dosis que tomaba de anfetas, pero eso hizo que fuera mucho más atento en clase, con lo que apenas le hacía falta estudiar.

Pero no le hizo mejorar en temas de dicción. Recuerdo a mi padre diciéndole que intentara hablar más despacio, pensar antes de hablar… De poco le valía.

Por mi parte, intentaba que me contara sus cosas, sus ideas… Es cuando, realmente, me di cuenta de lo inteligente que era. No era capaz de articular tres frases seguidas con coherencia, pero tenía un pensamiento que, algunas veces, ya quisiera yo para mí.

También me daba pena que, al estar tan solo, sus relaciones sexuales fueran nulas y es aquí donde metí la pata hasta el fondo. Intenté que se soltara conmigo en este tema, por lo menos saber si le gustaba alguna chica, si tenía oportunidades con alguna, aunque fuera la más golfa. Pero nada, el pobre estaba tan desplazado que no tenía forma de encajar en ningún sitio.

Además, él ya tenía catalogadas a tres tipos de chicas en el colegio. Las pijas, las chonis y las normales. A las pijas no las soportaba por su superficialidad y estupidez, a las chonis por su ordinariez y ligereza de cascos. Quedaban las normales pero no había ninguna que se acercara a menos de cinco metros de él.

Se me ocurrió entonces la feliz idea de enseñarle algo de las mujeres, qué pensamos, cómo actuar ante nosotras. Le decía que si una chica le decía una cosa, lo que podía significar, si actuaban de determinada manera, cómo comportarse él…

Lo que no planifiqué es que él incluyera temas sexuales, el pobre estaba súper salido. Le intenté explicar un poco cómo tocar a una chica, cómo besarla, cómo acariciarla y donde… aquí creo que fui una tonta del culo o que él, aun sabiendo que era bastante listo, me dio sopas con onda.

Así, un día en su habitación, sin darme cuenta, me fue llevando al tema de las demostraciones prácticas, yo lo único que pretendía era enseñarle, no sé si lo hizo a propósito pero, en un momentito, me encontré sin camiseta, solo en sujetador, diciéndole qué parte de las tetas tenía que acariciar y cómo.

Poquito después, yo misma me había quitado el pantalón quedándome en bragas, intentando señalarle los lugares erógenos y de mayor estímulo para nosotras. Un par de minutos después estaba desnuda del todo porque veía (eso creía yo) que César no acababa de enterarse.

No me fijé en el bulto que se le había formado en su pantalón, yo seguía enfrascada en mis explicaciones. Llegó lo inevitable, me pidió, de esa forma tan tierna que él tenía, le dejara tocar algo de lo que le estaba enseñando.

Me mosqueó un poco, bastante tenía yo con estar desnuda delante de él pero no me pareció ilógico. Sólo, para aumentar un poco el morbillo y no sentirme tan en desventaja, le hice desnudarse a él.

Le dio mucha vergüenza pero viendo que yo esta así, al final se decidió. Me dejó impresionada el tamaño de su pene para la edad que tenía, pero no le di más importancia.

Empezamos la lección práctica. Le dije donde acariciarme, cómo besarme… Antes de terminar la explicación, ya le tenía dándome un morreo en toda regla con una de sus manos en mis tetas. Sé que tengo un pecho precioso, no es por vacilar, una cara bastante graciosa, unos ojos verdes ideales y un cuerpo que, sin ser el de una miss, está estupendo (Mi hermano dice que soy una creída). De hecho, sólo debería ser un poco (o bastante, mido 164 cms) más alta para ser modelo.

Conclusión, César me comía ávidamente la boca y me sobaba de forma desenfrenada. Le indiqué cómo ir con un poco más de calma con los besos, cómo mover su lengua en mi boca… Cómo estimularme los pezones…

Cinco minutos después, el pobre se corrió sin haberle tocado siquiera. Je, fue gracioso. Se quedó mucho más tranquilo y un tanto avergonzado. Con más besos y caricias, se fue calmando mientras su pobre virilidad se desinflaba por momentos.

Seguí con la faena, le fui indicando cómo chuparme los pezones. Después de hacerme bastante daño y tener que corregirle varias veces, consiguió ponérmelos como pitones. No me di cuenta de cómo me estaba embalando yo misma. Casi sin querer, le fui bajando la cabeza hasta mi zona más íntima.

Le dije que me tocara con suavidad, que me lamiera en mi hoyito metiendo la lengua. Que con mucha, muchísima delicadeza me chupara el clítoris. Que me metiera un dedo en la vagina y frotara el fondo y las paredes con él.

Se comportó como un alumno aplicado, fue todo cariño y, en menos que canta un gallo, estaba al borde del orgasmo. Notaba su lengua, notaba su dedo… Notaba como se me contraía el periné y como me corrí apretando su cabeza contra mi entrepierna.

Le subí agarrándole la cabeza, tendiéndole encima de mí, le abracé muy fuerte y le besé. Me saboreé a mi misma y no sé a qué me supo. Sólo que estaba cada vez más excitada. Puse a César boca arriba, me senté encima de él y sin más miramientos, cogí su polla y me la metí hasta el fondo.

¡Joder qué gusto! Casi me vuelvo a correr de la impresión que me produjo. Mi hermano tenía cara de alucinado, le cogí las manos y se las puse sobre mis tetas, haciendo que me las acariciara y estimulara mis areolas y pezones con los dedos.

Yo me movía de delante a atrás, intentando frotar mi nódulo de placer contra él. Estaba sintiendo muchísimo gusto así que seguí un buen rato. Gracias a Dios, César aguantaba, pero no sabía por cuánto tiempo.

Notando un cosquilleo en la zona genital, empecé a moverme más rápido, de vez en cuando, él levantaba las caderas metiéndome su pene más dentro… Noté cómo se corría en mi interior, cómo me llenaba de leche, cómo aceleré todo lo que pude antes de que se le bajase la polla y cómo me corrí otra vez.

Fue fabuloso. Me tumbé encima de él y le besé, al principio con cierta furia para pasar a hacerlo con mucha suavidad. Así estuve un rato largo, le besaba, le acariciaba la nuca con las uñas… Y me di cuenta de que su pene volvía a estar duro dentro de mí. Eso si que fue una sensación maravillosa, notar como crecía dentro.

Le giré poniéndome yo debajo. Le cogí su pene, me lo puse en la entrada y le animé a empujar. Fue bastante torpe pero encantador. Con mis manos en sus caderas intenté marcarle un ritmo que a mí me gustara, no tardó en llevarlo a cabo.

Seguimos un rato, yo me aproximaba a otro clímax pero veía que mi pobre hermano se estaba agotando. Me puse a cuatro patas y le dije como colocarse detrás de mí. Agarrando su miembro con una mano, le ayudé a volvérmela a meter.

Me agarró de las caderas y empezó un delicioso martilleo de mi coño. Le cogí una de las manos y me la llevé al clítoris…

-Frótame ahí – le dije –Haz que sienta más.

Al principio era un poco brusco y me apretaba demasiado fuerte, le dije que se llenara de saliva los dedos y que lo hiciera un poquito más suave. Aprendió enseguida. Ahí estaba yo, siendo penetrada por una polla nada despreciable, acariciada en el clítoris, sintiendo espasmos de placer… Correrme como lo hice fue una liberación, creo que grité de placer… Pero él seguía y seguía…

Intenté apartarle la mano de mi botón, estaba súper sensible… Llevó ambas a mis tetas, me pellizcaba los pezones… Y, sobre todo, seguía machacándome la vagina sin descanso…

Agarré la almohada para no chillar mientras tenía otro orgasmo… Luego vino otro, y otro aun más seguido. Me dejé caer boca abajo pero César seguía encima de mí, me seguía taladrando…

No sé ni si era yo o no, estaba perdida en un mar de sensaciones, me venía un orgasmo y, sin haber terminado, empezaba otro. No podía más, quería que parara, me estaba dejando totalmente agotada… Pero él seguía y seguía, no paraba, yo me corría…

No recuerdo cuanto duró aquello, en los días de mi vida había echado un polvo parecido… Esto era la hostia. Para cuando se corrió César yo no sabía ni donde estaba. Noté los espasmos de su pene en mi interior y su gruñido al lado de mi oreja.

Como buenamente pude, le hice bajarse de mi espalda, estaba asfixiada, no sabía que había pasado realmente para poder correrme de esta manera… Giré la cara para mirarle, tenía los ojos brillantes y no pude por menos que darle un beso de agradecimiento.

-Ha sido una lección maravillosa, no sabía lo que era esto y es genial. En la próxima intentaré hacerlo mejor -  Me dijo mi hermano con cierto agotamiento.

Entonces me di cuenta. Me había follado a César, mi propio hermano. Me levanté corriendo y, desnuda como estaba, recogí mi ropa y fui al baño. Estuve mucho rato en la ducha, intentaba limpiarme, lavar mi conciencia que en aquel momento me martilleaba.

Empecé a llorar, a llorar como nunca había hecho. Mis lágrimas se confundían con los chorros de la ducha.

César llamó a la puerta del baño, hacía media hora que estaba aquí dentro.

-¿Ana, estás bien? – Me preguntó desde el pasillo. Su voz me llegó amortiguada.

Cerré los grifos del agua y salí de la bañera.

-Si, si, no te preocupes –

Estuve un rato más en el baño. Al salir, gracias a Dios, no estaba al otro lado. Me fui a mi habitación encerrándome en ella.

No me podía creer lo que había hecho ¿Estaba loca? ¿Cómo se me había ocurrido acostarme con César? No me explicaba qué había pasado, sólo le estaba enseñando, sólo quería que no se sintiera tan solo, sólo quería demostrarle que era su hermana, que tenía en quien confiar, a quién contarle las cosas.

¿Y ahora? ¿Cómo me iba a volver a hablar? Me tenía que considerar una golfa, una puta, una de esas “chonis” como él las llamaba. ¿Y si pretendía repetir? Eso había dicho ¿no?.

Dios mío, Dios mío, Dios mío. ¿Qué iba a hacer a partir de ahora? No podía volver a mirarle a la cara, no me atrevía a salir de mi cuarto. Estuve encerrada mucho tiempo, ni siquiera fui a comer o cenar con tal de no enfrentarme a mi hermano. Cada vez que venía a llamarme le decía que no me encontraba bien.

Al cabo de un par de días, mi padre llamó a la puerta. No tuve ninguna excusa para no dejarle pasar. Me encontró en una situación lamentable, los ojos rojos e hinchados, el camisón arrugado, sin ducharme en dos días…

-Bueno Ana – Me dijo papá sentándose en el borde de la cama – Ahora me vas a decir qué te pasa, y no es una pregunta – Fue autoritario pero con muchísima dulzura en su voz.

Era curioso, siendo mi madre la buena y mi padre el autoritario, cuando había un problema, era él el que tenía la paciencia, el que sabía escuchar, el que no perdía nunca los nervios.

Le miré, estaba serio y expectante, me puse a llorar en su hombro… ¿Qué podía decir?

Me dejó tranquila durante un buen rato hasta que, con mucha ternura, me levantó la cara, me secó las lágrimas y me dio un beso en la frente.

-¿Y bien? ¿Me lo vas a contar? Tengo cierta idea de lo que ha podido pasar, si quieres llamo a César y lo hablamos entre todos –

Casi se me caen las bragas del susto. ¿Cómo podía saber algo? Dudaba mucho que mi hermano hubiera hablado con alguno de mis padres sobre esto. Yo creo que fue un farol, pero me lo vio en la cara.

-¿Hasta dónde llegaste? – Fue su siguiente pregunta, mucho más serio. Sólo pensé en que me había pillado. Y él lo supo. En ese momento me di cuenta de que lo sabía.

-Mira hija, lo primero que vas a hacer es ducharte y vestirte, luego me vas a acompañar a la farmacia a no ser que estés usando algún método anticonceptivo y después, vamos a hablar, a hablar de verdad. –

Yo lo flipaba, me había calado antes de abrir la boca…

Me miró serio pero, viendo mi desconcierto, sonrió con amargura diciéndome

-Más sabe el Diablo por viejo que por diablo. Te espero en el cuarto de estar, date prisa.-

Hice lo que me pidió. Al salir, mi padre estaba solo, esperándome. Me llevó a la farmacia, explicó a la farmacéutica la situación mientras yo, toda colorada, me moría de vergüenza. Estaba en el límite de las 72 horas, así que nos dieron una caja con dos pastillas que empecé a tomar allí mismo.

Salvado el primer problema, papá me llevó a una cafetería, se pidió una copa de brandy que bebió de un trago, pidiendo la siguiente. Con la que me iba a caer encima, el brandy me lo hubiera tomado yo, pero me tuve que conformar con un refresco.

Me intenté analizar a mí misma antes de decir nada. El polvo con César había sido maravilloso y tuve que reconocer que quizás no había sido tan inocente como me quería hacer ver. Hubo tanta ternura, tanto cariño que me desbordó. Y tanto placer…

Pero todo esto no se lo podía decir a papá.

-Papá, de verdad, no sé que me pasó. Estaba con el pobre César intentando explicarle algo de chicas… Siempre está tan solo el pobre… Y eso, que no sé, no sé qué pasó, yo le explicaba, él me preguntaba más…-

Se me volvieron a saltar las lágrimas mientras mi padre, serio, intentaba asimilar la información que ya sospechaba.

<> Pensé. Me va a castigar para siempre. ¿Y si me echa de casa? Dios mío, ¿qué voy a hacer? ¿Cómo he podido ser tan puta?...

¿Y si me follo a papá? Seguro que entonces no me podría hacer nada. Medio sonreí al imaginarlo pero, al mirarle, me di asco. Estaba el pobre hombre pasándolo fatal, sus hijos se habían acostado y no sabía qué hacer. Supongo que también pensaba en cómo decírselo a mi madre…

¡Qué puta era! ¿Cómo había podido pensarlo siquiera? Volví a llorar con más fuerza, no podía haber caído más bajo. Al final, papá me miró, me cogió una mano e intentó ser lo más amable posible…

-Mira Ana, sabes que lo que has hecho es algo que no podemos tolerar. Sin embargo, también veo que sólo te ha movido el cariño por tu hermano, y eso es algo digno de elogio. Ahora viene la segunda parte de la cuestión. ¿Vas a hacerlo otra vez? –

Contesté rápidamente entre hipos

-No papá, de verdad, te lo juro, no lo volveré a hacer nunca más. –

Me miró no muy convencido.

-Te lo pregunto a ti porque ya sé que César estaría dispuesto a repetirlo siempre, le dijera lo que le dijera, es chico y sé cómo piensa. ¿Pero tú? Eres la mayor, tienes 21 años y deberías saber controlarte. No sé si me puedo fiar de ti. – Papá estaba verdaderamente preocupado.

¿Y yo, realmente, estaba dispuesta a cumplir mi palabra? Creo que sí, por mi padre haría lo que fuera. Aunque el polvo con César había sido tan alucinante…

¡Dios! ¿No podía pensar de forma más sensata? Tenía que quitarme ese polvo de la cabeza.

Mi padre volvió a hablarme.

-Bien Ana, no te voy a castigar, sé que tú misma entenderás las cosas y sabrás comportarte en consecuencia. A tu madre no le voy a decir nada, no sé cómo se lo tomaría, será nuestro secreto. A tu hermano… No sé si decirle algo a tu hermano. Por si acaso, que no se quede a solas contigo. –

Nos fuimos de allí a casa, yo iba mucho más tranquila, no me habían castigado. Incluso mi padre había sido muy comprensivo… Me volví a sentir mal por haber pensado en hacer algo con él con tal de evitar consecuencias fatales para mí. Sólo esperaba poder cumplir la palabra dada a papá.

Han pasado algunos meses, he cumplido mi palabra pero no aguanto más. Nunca había sido una chica fácil, había tenido un novio, había hecho el amor con él, el primero y último de mis amantes. Pero ahora todo el mundo me considera una golfa y con razón.

Me follo a todo lo que se menea, me he pasado por la piedra a media clase de la facultad, tíos o tías, intentando sentir algo parecido a lo que sentí con mi hermano. Y nada, nada es comparable. Cuantas más personas pasan por mi cama, más le echo de menos. No quiero acabar siendo el hazmerreir de todos, la tía más fácil, la más puta.

Creo que voy a hablar seriamente con papá, no le va a hacer ninguna gracia pero espero que comprenda cómo me siento y me de permiso para acostarme con César. Si es así, me perderé con mi hermano, si no, me perderé por él.