Ana, mi vecinita (I)

En cuanto entró por la puerta, hice que se desnudara completamente. Sin mediar palabra, poco a poco se fue quitando su faldita con flores, la camiseta, el sujetador blanco a juego con el diminuto tanga que por unos pocos segundos parecía no querer separarse completamente de su rosada almejita...

VECINITA I

En cuanto entró por la puerta, hice que se desnudara completamente. Sin mediar palabra, poco a poco se fue quitando su faldita con flores, la camiseta, el sujetador blanco a juego con el diminuto tanga que por unos pocos segundos parecía no querer separarse completamente de su rosada almejita. Al tiempo de caer la última de sus prendas al suelo, saqué un bote de aceite Johnson, con el cual cubrí cada parte de su cuerpo: empezando por sus brazos y el cuello, bajé lentamente por su espalda, sin olvidarme de sus pequeñas pero dulces peritas, y aproveche para dar un pellizco en uno de sus rosados pezones, aunque sin duda la parte que más tiempo me llevo fueron sus piernas; con decir que para cuando llegue a la parte más sensible de las mismas, su entrepierna, parecía que alguien ya había untado ese coñito, aunque después de probarlo, no era exactamente aceite… Lo cierto es que en ese momento me moría ya de ganas de penetrar a mi inocente y rubia vecinita, dado que sus azules ojos me lo pedían a gritos, pero todavía no era el momento, quería seguir más lejos con nuestro pequeño juego.

Conociendo lo pudorosa que era, cogí su mano y la arrastré hasta el balcón. Ella me pedía por lo bajo que por favor no se lo haga allí, que le daba vergüenza que alguien pudiera verla. Al llegar allí, la invité a que mirara hacia abajo, mientras que desde atrás la abracé fuertemente. A continuación, aproveché por un lado para sujetar con fuerza sus dos tetas, cuyos pequeños y rosados pezones parecían mucho más hinchados que antes, y por detrás dejé que sintiera por un momento mi polla, la cual no hace falta que diga se alzaba erguida pidiendo a gritos salir a jugar. Un gemido se escuchó de su boca, el cual acalló con su mano. Le susurré al oído si estaba caliente, a lo que me respondió que sí, que necesitaba tenerme dentro ya.

Yo había colocado estratégicamente un sillón allí, en el cual hice que se sentara, y colocara sus piernas una en cada lado, dejándome un perspectiva perfecta de su inflamado y chorreante chochito. Sus cachetes estaban rojos, mezcla de la excitación y la vergüenza, mas perdí el sentido en ese momento, y hundí mi cara en su entrepierna. Debo decir que si el morbo tuviera un sabor, sería el de su totalmente depilado coñito, y a juzgar por sus gemidos, ya poco le importaba el lugar y la posible presencia de vecinos cotillas. Lo cierto es que no sé cuánto tiempo pasó, pero llego un momento en el que casi a gritos me pedía que por favor la penetrara, mientras sus piernas temblaban y sus fluidos me inundaban la cara y el sillón.

Yo me levanté, y la invite a que me acompañara dentro, a pesar de su insistencia para que “se la metiera toda hasta el fondo”. Una vez dentro la situé en un sillón, y le dije: “Quiero que acabes el trabajo de mi lengua con tus deditos, quiero ver en vivo y en directo un orgasmo de mi putita” (a partir de ese momento, durante todo el día, y muy a su pesar, ese sería su apodo, mi putita). A continuación, saqué mi dura polla del pantalón, y sin decir nada se la metí en la boca. Por lo visto, su boquita no era tan profunda como después comprobaría que era su chichi, dado que un ataque de tos intentó sin suerte interrumpir su labor, aunque rápidamente sujeté con fuerza y sin mucho respeto su pelo, y la obligué a metérsela casi por completo. A diferencia de las películas, en su boquita no había espacio para todo mi miembro, aunque eso no detuvo mi mini-violación del primer (que no último) de sus agujeritos.

Desde mi plano, podía ver como se frotaba el clítoris con la mano completa, como sus piernas tiritaban, como sus tetitas eran retorcidas por mi mano, y como mi polla luchaba por invadir su garganta. Ante este espectáculo, pocos fueron los minutos que tarde en inundarle la carita al completo, su boca y parte de sus tetas de mi leche. Su reacción fue intentar taparse la cara, mas no deje que eso pasara, quería ver la cara de mi putita pintada con mi brocha.

A raíz del fuerte orgasmo, caí a su lado, y me tomó unos segundos recuperar el control de mi cuerpo, y a juzgar por su agitada respiración, ella no había sido una mera observadora, sino que el placer había sido mutuo. A continuación la levante en brazos, la felicite por lo ocurrido, y la llevé hasta el baño donde lavé su carita y parte de su cuerpo. Después de beber algo de agua para contrarrestar los efectos del caluroso verano y del ejercicio físico, la invité a que se pusiera su faldita y las braguitas, junto a una camisa blanca y tacones, pues daría comienzo el primero de nuestros juegos de rol, al fin y al cabo, esto es solo el principio de la historia…

CONTINUARÁ