Ana, mi hija (1)

Mi hija padecía graves alteraciones psicológicas y no sabía cual era la raiz del problema.

Ana, mi hija (1)

El metro en Madrid a esta hora es asfixiante. La salida de las oficinas, de los comercios… Son las ocho de la tarde… Los asientos están ocupados por personas mayores, excepto dos; se han sentado una pareja de jóvenes mal educados, gastándose bromas pesadas, hablando a gritos y molestando a los pasajeros…

Dos transbordos más y podré salir a respirar el aire de la noche. Un toque en mi nalga me alerta, un hombre de unos cuarenta años me mira desafiante; no tengo ganas de bronca, le dirijo una mirada y un gesto despectivo; me alejo empujando a los usuarios que me cierran el paso. Miro atrás, ha desistido, no se ha movido de donde estaba…

Dos estaciones más; cambio de línea, carreras por los pasillos subterráneos… Sube escaleras, baja escaleras, unas mecánicas otras no… Otro andén… Tres minutos para el siguiente tren… Dos paradas más; otro cambio de línea y me bajo en la siguiente…

Me he acostumbrado a no pensar demasiado, sobre todo en mi vida; la rutina es buena para no pensar, haces las cosas mecánicamente. De todos modos mi existencia es sumamente aburrida…

Llevo un libro, una novela de amor, en el bolso. Normalmente salgo más tarde y hay ya poca gente, así puedo leer sentada en los vagones… Hoy no…

Hoy he pedido permiso para salir dos horas antes, de la pequeña tienda de ropa donde trabajo como dependienta, bueno, soy la única dependienta, puedo decir que soy la jefa de las dependientas. Sonrío hacia dentro, me he hecho un chiste aunque no me hace mucha gracia.

No me encuentro bien, me duele la cabeza y seguramente he pillado la gripe. A la dueña no le ha sentado bien; que se aguante, como yo aguanto las horas que me paso atendiendo y además tengo que quedarme, tras el cierre, para recolocar el género y cerrar la caja.

Una bocanada de aire frío acaricia mi cara, me gusta, me encanta el olor de Madrid, claro que no tengo muchas referencias para comparar. Solo conozco Sevilla y Valencia.

Tengo treinta y ocho años y solo he vivido para trabajar y para cuidar de Ana, mi hija, mi amor, cualquier sacrificio es poco para mi niña… Mi Ana…

Andando por las calles, ahora animadas por la gente que va y viene, voy haciendo un repaso a lo que ha sido mi vida hasta ahora.

Me quedé embarazada con diecisiete años de un vecino de la casa donde vivía con  mis padres; Alberto… Lo conocía desde pequeña… Él tenía treinta y cuatro años, me doblaba la edad, yo era una niña; él vivía solo. Trabajaba en el mercado de entradores, donde tenía un puesto que heredó de sus padres. Marchaba a trabajar de noche y volvía a medio día, después de comer. Sus padre se fueron al pueblo años atrás…  Mi madre limpiaba su piso y algunos días le preparaba la comida.

Desde niña, siempre que me veía en su casa, me daba algún puñado de caramelos, frutos secos,  una manzana, un melocotón… Era muy cariñoso conmigo y yo entraba en su casa sin reparos. Me gastaba bromas… Me decía lo bonita que era, que no podía ser tan inocente, que no sabía nada de la vida, que me enseñaría… Y me enseñó; vaya si me enseñó…

Un día, bajaba por la escalera y al pasar por su rellano vi la puerta abierta, me extrañó, me acerqué y entré llamándolo por su nombre. Me llevé un susto al verlo salir, por el pasillo, desnudo, con el aparato colgando. No reaccioné. Me quedé paralizada. Él, al verme, también se asustó. Pero reaccionó, se acercó, me cogió de la mano y cerró la puerta del piso.

— ¡Vaya corte! Me he dejado la puerta abierta y me estaba duchando cuando te he oído… Adelita —  me dijo — no le cuentes a nadie lo que has visto. Te meterías en un lio y a mí me buscarías la ruina — Como yo seguía sin reaccionar, me dijo

— ¿No habías visto esto nunca? — Y me puso mi mano sobre su miembro…

— No… No he visto… — Balbuceé.

— Pues mírala bien, tócala… — Me tenía cogida la mano por la muñeca y la movía arriba y abajo… — Tú te haces pajillas ¿A que sí? — La pregunta me hizo ponerme roja de vergüenza, porque me las hacía, o al menos eso creía yo.

Una amiga mía me habló de cómo se hacía las pajillas y yo, sola en mi casa, intenté probar.

— Acaríciala, mira como se pone grande… ¡Pero di algo chiquilla! No tengas miedo, no te va a pasar nada… ¿Lo ves?… Mira como me la has puesto — Se le había puesto muy grande; bueno, a mi me lo pareció… — ¿Te gusta?

— Ssii — Fue mi respuesta.

— Pues sigue moviéndola; mira así… — Era la primera vez que veía y tocaba un miembro masculino… Y me gustaba su textura suave, su calor…

Guió mi mano moviéndola sobre su verga durante unos segundos, no mucho tiempo; y se corrió…

— ¡Aaaggg! ¡Ay… que gusto Adelita! — Me sobresaltó su descarga, mi mano se llenó de semen.

Yo no sabía que era aquello. Me asusté… Era la primera vez en mi vida que veía salir la leche de un pene.

— No tengas miedo chiquilla… Esto que has visto es el secreto de la vida. Esta lechita dentro de tu chochito… ¡Pum! Una nueva vida a este mundo — Yo seguía callada, sin saber que responder. Aquello era nuevo para mí.

— Ven conmigo Adelita. — Pasó su brazo por mis hombros y me llevó hasta su habitación — Deja que te dé un beso criatura, no tengas miedo, no te va a pasar nada… Verás cómo nos divertimos.

Me besó. Primero en la frente, en la cara, después en los labios, mientras me sujetaba suavemente por los brazos. De pie, enfrentados…

— Vaya, no sabes besar… ¿Quieres que te enseñe?  — Mi cara ardía. Asentí con la cabeza y continuó besándome, me hizo abrir la boca y su lengua se apoderó de mí.

Sus manos ya no estaban quietas. Me acariciaba el cuerpo, las caderas; provocaba sensaciones nuevas que me encantaban.

Me desabrochó el vestido que llevaba puesto y me quedé en combinación… La sacó por la cabeza… Cerré los ojos… Temblaba como cuando tenía frio, pero mi cuerpo estaba ardiendo…

No llevaba sostén, no lo necesitaba… Cuando bajó mis bragas fue cuando me sentí  indefensa y supe que no podría negarme a nada. Yo seguía de pie, abrí los ojos y lo vi arrodillado ante mí mirando mi triangulito peludo.

Se acercó, lo besó… Aspiró muy fuerte y a partir de ese momento…; no tengo claro que sucedió. Son como fotogramas en los que lo veía sobre mí; una sensación de escozor en mi vagina… Como cuando tienes muchas ganas de orinar…

Recuerdo que desperté tendida en su cama. Él, desnudo, a mi lado… Roncaba.

Repetimos más veces… Me gustaban las sensaciones que me producían sus besos, sus caricias. Cuando me penetraba se corría enseguida… Yo me quedaba esperando algo más; no sabía que era… Cuando lo hacíamos sentía lo mismo que cuando yo me tocaba con la mano o apretaba mis muslos… Una sensación agradable pero nada más.

A los dos meses de mi primera vez me faltó la regla; mi madre no me había explicado nada sobre el sexo; ella era medio analfabeta; apenas era capaz de deletrear y, según me decía, nunca había leído un libro. Mi padre era jornalero, trabajaba en lo que le salía, peón de albañil, jardinero; era muy grande, muy fuerte… Muy bruto…

Cuando se enteró de que estaba preñada me dio una soberana paliza; me llamó de todo, desde puta, guarra, calienta pollas, que era la vergüenza de la familia… Menos mal que mi madre salió en mi defensa y aún así tuvieron que atenderme en el ambulatorio, donde me dieron cinco puntos de sutura, por un golpe en la cabeza. Todavía tengo la cicatriz… Tuve que decir que me había caído por las escaleras…

Todo su afán era saber quién era el padre; y se lo dije… Vaya si se lo dije… Si no, me mataba…

Fue a buscar a Alberto y… lo encontró… Le dio una somanta de mamporros y a los quince días estábamos casados.

Pero no nos queríamos… No sé lo que es el amor; por eso me gustan las novelas rosa, donde las chicas se enamoran locamente de sus príncipes… Yo no he sabido nunca lo que es entregarse en cuerpo y alma a un hombre. Debe ser cuestión de suerte y yo no la he tenido.

Alberto usaba mi cuerpo. Creo que en un par de ocasiones, antes de casarnos, llegué a sentir algo… más… Y ya está… Después nada.

Cuando me buscaba me ponía los pelos de punta, porque sabía que yo pasaría un mal rato; así que trataba de escabullirme y pasaban meses sin hacer nada. Mis escusas eran las típicas… me duele la cabeza… estoy con la regla…

Yo sabía que mi marido andaba con putas. Le descubrí números de teléfono anotados con marcas extrañas, yo llamaba y respondían mujeres que se enfadaban mucho  si no les decía nada… También las vecinas me lo contaban; que si lo habían visto por tal o cual sitio abrazando y besando a una mujer…

Me daba igual… bueno no… mejor…; así me dejaba tranquila…jamás le recrimine por ir con fulanas. En el fondo me hacían un favor.

Un día… Desapareció… Así, como suena… Mi Ana tenía doce años por aquel entonces.

Lo busqué; me dijeron que había vendido el puesto del mercado que había heredado de sus padres y un amigo suyo me dijo que… que no lo buscara, que se había ido y no quería saber nada de mí, de mi hija y de mi padre… Sobre todo de mi padre… Que para entonces ya estaba mayor y no suponía un peligro para él. Pero eso él no lo sabía.

¡Y me sentí libre por primera vez en mi vida!

Busque trabajo en lo que fuera, de pinche en un restaurante, camarera en bares, limpiando escaleras; hasta que encontré, el que ahora tengo, en la tienda de ropa.

Mi mayor problema, Ana; mi pequeña empezó a deprimirse. Lo achaqué a la desaparición de su padre. Pediatra, psicólogo, psiquiatra… Un vía crucis.

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Dos años después de la desaparición de mí marido murió mi padre de un infarto y mi madre se quedó sola. Su piso en la sexta planta y en el mismo bloque, dos más abajo, vivimos nosotras dos.

Unos meses después de faltar mi padre, una noche al regresar de mi trabajo, vi un gran alboroto en el bloque. Policía, ambulancia… Mi madre se había tirado por el balcón.

Mi hija sufrió mucho con la desaparición de su padre. Y agravada por la muerte de su abuelo, con el que estaba muy encariñada. Y la puntilla fue el suicidio de su abuela…

El psicólogo del colegio me dijo que sufría una depresión grave. No quería ir a clase, no quería salir a la calle… Yo le preguntaba por qué y me decía: “Porqué soy fea y gorda”. No había quien la sacara de ahí.

Ya lleva cuatro años sin salir de casa; ahora los médicos dicen que sufre “agorafobia”; que tiene pánico a los espacios abiertos; además de padecer “dismorfofobia”;  que es un trastorno que hace que una persona se vea a sí misma o a una parte de su cuerpo de manera totalmente distinta a cómo es en realidad. Esa parte en cuestión o el cuerpo por completo se ve feo, deformado y grande... no se tiene una visión real por lo que provoca una obsesión que conduce a la depresión, a la angustia…

Lo cierto es que me tiene muy preocupada. Llevo años cuidándola sin saber cuándo se pondrá bien.

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Por fin en casa; en el piso todo está ordenado, Ana se preocupa mucho de tenerlo todo bien colocado. Se encarga de la limpieza, la comida… Es muy buena y nos llevamos muy bien… Si no fuera por sus manías… El piso es normal, tres dormitorios, dos baños, salón terraza… Ana se queda sin respiración cuando sale a la terraza…

Está todo oscuro… Excepto una tenue luz por el pasillo que sale de mi cuarto.

— ¡Ana! ¿Dónde estás? — Grito preocupada.

— ¡Aquí mamá, en tu cuarto! — Responde mi niña.

Y ciertamente, está en mi cuarto… Desnuda en mi cama, acariciándose la chuchita…

Me mira con cara de niña traviesa.

— Ven mamá, siéntate aquí conmigo, vamos a hablar…

— ¿De qué cariño? ¿Qué haces desnuda y tocándote ahí?

— ¡Me da gustito! ¿Tú no te tocas?

— No mi vida. Yo no hago esas cosas… ¿Por qué haces esto Ana?

— Veras mamá… Vi una peli en la televisión donde hacían estas cosas, lo probé y me gustó; pero… falta algo… no llego al… ¿Tu sabes lo que es un orgasmo?… Papá te hacía cosas, lo sé porqué os vi algunas veces. Él se subía encima de ti y…

— ¡Niña cállate! ¡No sabes lo que dices! — Le grité… Su carita se entristeció.

— Mamá… No te enfades conmigo… Necesito saberlo, sentirlo. Tengo diecinueve años y no sé cómo es eso del sexo… Todos hablan de ello como algo maravilloso y yo…

— ¡Tú tendrías que salir a la calle, relacionarte con chicos y chicas de tu edad, echarte novio y…! ¡Joder! ¡Follar! — Le chillé y tras soltar la frase me ahogaba en llanto… Tuve que salir del cuarto y refugiarme en el sofá del salón.

Seguía sollozando cuando Ana se acerco, se había cubierto con una camiseta hasta las rodillas; se sentó a mi lado y me hecho el brazo por encima de los hombros; yo aún lloraba.

— Perdóname mami… Lo siento… No quería hacerte llorar… — Cubría mi cara, mi frente, con sus besos.

— Perdóname tú a mi cariño. Hace un rato, cuando venía andando, recordaba que tu abuela no me había hablado nunca de sexo, que yo no sabía nada… Y yo he hecho lo mismo contigo… Tienes razón, no hemos hablado nunca de sexo y ya eres una mujer…

— ¡Vaya! ¡Menos mal que te has dado cuenta! — Su sonrisa iluminó la sala.

— Ana, mi vida; te quiero y no puedo verte sufrir encerrada aquí, sin salir de casa, sin conocer gente ni ver mundo… Quiero cambiar eso pero… necesito tu ayuda; tienes que hacer un esfuerzo…

— Lo hago mamá. Cuando tú te marchas a trabajar y me quedo sola, intento salir a la calle pero… Apenas cierro la puerta de casa y me alejo dos pasos hacia el ascensor… Me ahogo, es como si me aplastaran el pecho y se me escapa el aire, no puedo respirar, el corazón se me acelera y creo que me voy a morir…

— ¡Hija mía! — Nos abrazamos llorando las dos…

— Una vez conseguí llegar hasta el ascensor y bajar a la calle. Se me doblaron las piernas y me caí al suelo. Vicente, el vecino del quinto, me vio y me levantó. Me acompaño hasta la puerta de casa, entré, le di las gracias y le pedí que no te dijera nada para no asustarte.

— Yo me pregunto ¿Cómo has llegado a esto? ¿Qué ha pasado en tu vida para que tengas tanto miedo a la calle, a la gente? — Lancé la pregunta por enésima vez y esperé.

— Mamá… no te he contado nunca las cosas que me pasaban en el colegio — Me dijo con gesto compungido.

— ¡¿Qué cosas cariño?! ¡¿Qué te pasó?! — Pregunté alarmada.

— ¿Sabes lo que es el bullying mamá? — Me pregunta muy seria.

— No cariño, no he escuchado nunca esa palabra. ¿Es inglés?

— Sí mami, es ingles y significa… acoso escolar… Se burlaban de mí, me llamaban gorda, fea… Me decían que mi padre nos había dejado para no vernos por lo feas y gordas que éramos tú y yo… Y más cosas… — Me abrazó y estallo en un llanto convulso. No podía hablar, temblaba como un animalito asustado… Y yo me asusté aún más…

— ¡¿Pero quién te insultaba?! ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Qué más te hicieron? — Las preguntas salían de mi boca como latigazos. La indignación me cegaba.

Cogí a Ana por los brazos y la separé de mí para mirarla cara a cara. Estaba asustada por mi reacción.

— ¡No debía haberte dicho nada! — Y de nuevo se echó a llorar.

La acogí en mis brazos. La tranquilicé besándola y acariciando sus cabellos… ¿Fea? ¿Mi niña fea? ¡Era preciosa! Su carita redonda, ojos grandes, como su padre, una naricilla recta… Perfecta.

¡Y además gorda! Mi Ana mide un metro sesenta descalza y pesa sesenta y cinco kilos. No está delgada pero ¿Gorda?… Con doce años estaba algo más gordita, pero ¿gorda? … No podía creerlo.

La rabia me corroía el estomago. Sentía como fuego en el pecho… ¿Quiénes eran los hijos de puta que habían destrozado la vida de mi pequeña…? Intenté calmarme para no atosigarla…

— Perdóname Ana, mi amor, no sabía nada y me ha indignado lo que me acabas de contar,  lo que te han hecho. Al decirme tú esto he recordado que a mí me paso algo parecido con doce o trece años — Me miraba atentamente

—  ¿Qué te pasó? — Preguntó con candidez.

— Pues un niñato, que era el cabecilla de una pandilla, empezó a meterse conmigo. Me insultaba, me tiraba la cartera, los libros, al suelo y cuando me agachaba a recogerlos me subía el vestido por detrás. Llegó a meterme las manos por debajo de la falda, en medio del pasillo, en el colegio para bajarme las bragas… Con ellas en los tobillos me empujó y caí al suelo enseñándolo todo… Una gracia para hacer reír a los cabrones que lo acompañaban. Yo creí que me moría de la vergüenza; tendida en el suelo con todo el culo al aire…

— ¿Y qué hiciste mami? — Preguntó con su carita llorosa.

— Pues que se lo dije a mi padre y él; ya sabes que era algo bruto; me llevó a la puerta del colegio, le dije quienes eran; me dijo que me marchara a casa… y se fue tras ellos… El matón de mierda no fue a clase en una semana. Decían que se había caído por una escalera… Nunca más se metieron conmigo.  Y es lo que debías haber hecho tú. Decírmelo; te habría ido mejor en la vida cariño…

— Mamá, en aquella época tú estabas buscando a papá, no sabias nada de él. Andabas como loca sin saber lo que le había pasado. Yo no quería aumentar tus preocupaciones y…

— Tienes razón eso ya no tiene remedio mi vida… Ahora nos toca recuperar el tiempo perdido… Vamos a cenar y cuando estemos más tranquilas, me cuentas todo, sin dejar nada atrás. Quiero saber todo lo qué te hacían y quien o quienes eran los cabrones que te amargaron la vida… — Nos abrazamos y ya más calmadas pusimos la mesa y cenamos; sin hablar, cada una absorta en sus pensamientos…

Cuando terminamos y recogimos cogí su mano y me la llevé a mi habitación. Normalmente dormíamos cada una en su cama, pero en ocasiones lo hacíamos juntas. Jamás pensé en nada sensual entre nosotras. Para mí el sexo era algo innecesario, creía que la gente le daba una importancia excesiva.

Excepto algunos intentos antes de conocer a Alberto, no me he tocado nunca… No he sentido la necesidad de hacerlo.

— Ana… Mañana empezaremos un curso de formación sexual. Hoy le he dicho a la dueña de la tienda que me encontraba mal y que, a lo peor, tenía gripe. La llamaré y no iré a trabajar en dos o tres días. Aprenderemos las dos que es eso que tan importante parece.

— Lo que tú digas mamá pero…

— Nada Ana… Esta noche lo dejamos, es muy tarde… Mañana será otro día. — Besé su frente y cerré los ojos.

Intenté dormir pero la ira me dominaba. Todo lo que había sufrido mi niña era consecuencia del acoso de unos desaprensivos mal nacidos… Años de sufrimiento de disgustos, medicamentos inútiles… Ideas locas, venganzas macabras, deseos de matar a los cerdos que habían amargado la existencia al amor de mi vida. A mi pequeña… ¿Cómo puede haber gente tan malvada para hacerle algo así a una niña tan frágil, tan indefensa…?

El dolor que sentía dentro de mí era insoportable. En algún momento lloré de rabia, de frustración y Ana se dio cuenta. Se movía a mi lado; tampoco dormía.

— Ana, ¿estás despierta? — Dije en voz baja.

— Sí mamá, no puedo dormir… ¿Quieres algo?

—Yo tampoco tengo sueño… — Respiré profundamente — Dime qué hacías cuando llegué esta noche, cuando estabas aquí en la cama… desnuda…

— Me da vergüenza mami, pero… — Se giró hacia mí, yo me puse boca arriba — La otra noche, después de acostarnos, tampoco podía dormir. Era tarde. Me levanté y puse la tele. Había una película con escenas de sexo. No lo vi claramente pero me imaginé lo que hacía una chica, sola en su cama. Se tocaba ahí abajo, frotando con la mano. De pronto se retorció, como si le hubiera dado un ataque epiléptico… Cuando se tranquilizó puso una cara de felicidad que… — Vi la expresión de su cara.

— Bien… Como de todos modos no tenemos sueño vamos a empezar el curso ahora mismo. No debe darnos vergüenza… No nos vemos; no nos tocamos. Cada una se lo hará sola y… a ver qué pasa… ¿Te parece? — Ana se revolvió en la cama. Creí captar una risita nerviosa…

Me saqué el camisón y tuve que quitarme las bragas, no dormía nunca sin ellas. Una costumbre que heredé de mi madre. Me quedé desnuda sobre la cama. La verdad es que me resultó agradable acariciar con mis dedos los labios de mi chucha. Estaban secos pero después de unos toques empezaron a humedecerse… Un torbellino de emociones dispares me atosigaban. Me preguntaba… ¿Está esto bien? ¿Hago lo correcto? ¿Cómo puede acabar esto? ¿Puede ser malo para Ana?…

Me giré dando la espalda a mi niña. Seguía acariciándome allí abajo…

Mi hija debía estar haciendo lo mismo… Llevábamos un rato así… Ana se movía, su respiración se aceleraba… La mía también. Sentía su aliento en mi espalda… Su cuerpo se pegó al mío, su mano pasó bajo mi brazo y acarició mi pecho. El pezón se endureció, sus dedos lo pellizcaban con suavidad.

No puedo expresar lo que sentía en aquel momento.

De pronto fue como una explosión, un golpetazo en mi cabeza, en la espalda, un calambre que me recorría desde mi pubis hasta la coronilla… Un gemido surgió, imparable, de mi pecho, un grito que yo intentaba contener sin lograrlo… Miles de estrellitas en mi cabeza, fogonazos… Un inmenso placer que me obligó a encogerme, temblando,  en posición fetal con mi mano aun hundida entre mis muslos, empapada, creía haberme orinado… No me importaba… Era la primera vez que sentía aquella sensación y era maravillosa…

Ana sufrió también algo parecido… Un rugido desgarrador a mi espalda lo confirmaba…

— ¡¡Aaaggg!! — Gritó, abrazada a mi espalda.

Temblaba; se movía espasmódicamente. Sus rodillas encajadas tras las mías, se abrían y cerraban golpeando mis nalgas. Su mano, como la mía, entre sus muslos…

Durante unos minutos no hablamos, solo oíamos nuestra respiración acelerada hasta que poco a poco nos fuimos calmando.

Me giré hacia ella. Nos abrazamos. Besé su frente y acaricié su mejilla…

— ¿Qué has sentido mamá? — Pregunto con un hilillo de voz.

— No lo sé Ana. Te juro que es la primera vez en mi vida que me pasa esto… ¿Y tú?

— Lo mismo. Nunca había sentido algo así… Pero ha sido maravilloso… He visto estrellitas en mi cabeza… Y un gusto… ¡Mamá te quiero!…

— Y yo a ti mi vida… Creo que hemos conseguido llegar al primer orgasmo de nuestra vida y sí… Ha sido fabuloso… Ahora entiendo que la gente busque este placer…

Seguimos abrazadas y así nos quedamos dormidas…

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La luz me hizo abrir los ojos, no habíamos cerrado las cortinas y el sol entraba a raudales por la ventana. Acurrucada junto a mí, Ana dormía plácidamente. Era guapa mi hija. De pronto recordé lo que me había confesado mi niña… El verdadero motivo por el que se encontraba en estas condiciones.

Aparté un mechón de cabello de su cara. Ya tenía que cortarle el pelo, lo tenía muy largo… Se movió y se destapó… Estaba desnudita… Continué descubriendo su cuerpo… ¡Era tan lindo!… Y esos cerdos la llamaban fea y gorda…

Al despertar y darse cuenta que estaba destapada y desnuda se cubrió con la sábana, asustada… Pero al verme sonreír se calmó y se destapó del todo…

— ¿Estoy gorda, verdad mamá? — Preguntó con tristeza…

— No, mi vida… No solo no estás gorda sino que tienes un cuerpo precioso, y una cara muy linda… Eres muy hermosa y vamos a hacer cosas que te convencerán de lo que te digo…

— ¿Qué vamos a hacer qué? — Puso cara de extrañeza.

Me desnudé ante ella, la acerqué y deposité un beso en sus labios… Sus ojos espantados me hicieron reír… Ella se sumó a la risa y me devolvió el beso. Un piquito, supe más adelante que lo llamaban.

En mi mente surgían las ideas desenfrenadamente. ¿Era atracción sexual lo que sentía en este momento por mi hija? No, creo que no. Era un inmenso amor sin sentirme atraída por su cuerpo. No la deseaba, solo sentía cariño, afecto…

Lo que sucedió anoche fue una experiencia maravillosa, pero solo eso. Una deliciosa sensación que yo no relacionaba con mi hija. Mi cuerpo había reaccionado ante la excitación que yo me había provocado con mi mano, con mis dedos… Por supuesto que estaba deseando repetirla, pero no lo asociaba al contacto con Ana. De haber estado sola hubiera sido lo mismo… ¿O no? ¿La mano de mi hija en el pecho influyó? ¿Bueno y si así fue qué?… En aquel momento era mi pequeña, a la que amamanté y protegí; al parecer no lo suficiente… De nuevo la rabia se apoderó de mí.

— Vamos gandula. Vamos a desayunar que tengo que salir de compras… — Ana también estaba pensativa…

Nos levantamos y preparamos el desayuno; cuando terminamos me vestí y dejé a Ana recogiendo…

Fui de compras y al regresar a casa, cerca de las dos de la tarde, encuentro a Ana como anoche. Desnuda en mi cama, pero esta vez dormida en posición fetal, con la mano derecha en su pubis. Un hilillo de saliva caía por la comisura de sus preciosos labios sobre la almohada.

Me acerqué y le moví un pie para despertarla… Se sobresaltó, se sentó en la cama…

— ¡Mamá, ya estás aquí…! Yo…

— No digas nada cariño… Te has hecho una pajita, o un dedito, así creo que lo llaman… No pasa nada. ¿Has disfrutado?

— ¡Puff mamá! ¡Que si he disfrutado! Me he hecho… No sé cuantos deditos, me he corrido no sé cuantas veces… He perdido la cuenta… Me imaginaba a xxxxx el actor de la tele novela haciéndome cosas…

Estaba entusiasmada… Sus ojos brillaban de felicidad… Había descubierto un mundo desconocido para ella y… también para mí.

Pero lo más importante era que, por primera vez en mucho tiempo, la veía entusiasmada con algo, la vi feliz… Pensé que tal vez esto serviría para romper el caparazón en el que se había encerrado y que nadie había logrado abrir.

— Me alegro por ti, corazón… Vamos a comer… Ponte algo que te vas a resfriar…

Tras la comida, tomando un café, le enseñé lo que había comprado. Un DVD. Varias películas porno piratas… Dos consoladores de tamaño normalito, unos quince centímetros de largo, lubricante… En fin, lo que consideré necesario para aprender a ¿Follar? Sin necesidad de recurrir, al menos por ahora, a ningún hombre.

La cara de Ana era un poema… Los ojos muy abiertos, abrazando con su mano el dildo que le gustó, el de color negro…

— Mamá, esto no puede caber por ahí abajo… Es muy grande… — Decía incrédula.

— Sí hija, sí cabe; piensa que tú has salido por ahí abajo. Imagínate lo que puede caber…

La verdad es que cuando estaba a punto de  parir le pregunté a mi madre por donde saldría la niña… No podía creer que por un agujero como el mío pudiera salir un bebé. Su respuesta fue: — ¿Por dónde va a ser maríahigo? — No me dijo nada más…