Ana, la Vecina (7)

-¿Está tu marido por aquí?-. Miguel, con los brazos cruzados por detrás de la nuca y desnudo como su madre le trajo al mundo, goza viendo a Ana elegir vestuario para el día.

-¿Está tu marido por aquí?-. Miguel, con los brazos cruzados por detrás de la nuca y desnudo como su madre le trajo al mundo, goza viendo a Ana elegir vestuario para el día. A Ana no le gusta demasiado que el chaval se la quede mirando, porque, bueno, sabe que tiene algunos excesos repartidos por el cuerpo, y que sus pechos no son tan bonitos como hace unos años y porque tampoco tiene una colección de lencería sexy como para lucirla.

-No, no volverá hasta el sábado por la mañana. Y tú, ¿no tienes clase?-. Ana cuenta hasta tres antes de girarse y quitarse la bata, que deja pulcramente doblada sobre el respaldo de una silla. Ahora mismo, Miguel le está mirando el culo, lo sabe y la pone nerviosa.

-¡Hay cosas más interesantes por aquí!-. ¿Qué diablos tendrá Ana para ponerlo así de bruto? Acaban de echar un clavo y Miguel tiene otra vez la polla tiesa, y eso que Ana solo se ha quitado la bata. La mujer abre el cajón de la ropa íntima, buscando uno de sus conjuntos más monos. Todo sea para que Miguel no la vea con unas bragotas cómodas...

-Nos van a pillar...-, dice Ana, tratando de cubrir su desnudez con las manos que sujetan el conjunto. Al girarse descubre que Miguel se está masajeando la verga, lentamente. -¡Ay, Miguel! No seas guarro-. Ana nota que se le suben los colores y que se le seca la garganta. Hay otra parte de su cuerpo que se humedece al momento.

-¿Guarro? Me pones muy tonto, Ana-. Miguel descapulla el aparato delante de Ana. –Anda, ven un ratito-.

-No, que ya es muy tarde-. Ana se pone las bragas, cubriendo el triángulo peludo y sintiéndose un pelín más cómoda ahora.

-Ana...-. Miguel juega ahora con sus pelotas. –Mira como está...-.

-Ya la veo, Miguel. Es difícil no verla-. La cosa de Miguel es grande, bastante más que la de Paco, y está libre de pelos, lo que la hace parecer más hermosa aún. Y es recta como una flecha, mientras que la de su marido está doblada a un lado. Ana se coloca las copas cubriendo los pechos, escondiendo de paso la hinchazón de sus pezones. Que hace un poco de frío, sí, pero es que Miguel en bolas... Pero no. Tiene que ir a hacer la compra y no puede perder más tiempo.

-Pues si no vienes tú, tendré que ir yo-. Miguel y su verga se acercan tanto y tan rápido que Ana se echa para atrás instintivamente.

-¡Miguel! ¿Qué...?-. No hay tiempo para decir nada más, porque el chaval coge la cara de Ana con las dos manos, inmovilizándola para que el beso que le planta caiga en el sitio exacto. Miguel empieza saboreando las comisuras de los labios de Ana, y luego repasa el labio superior para entretenerse en el inferior a continuación. Ana jadea. Hace años que no la besan así. Nunca la han besado como lo hace Miguel, y para cuando recupera un poco el control, el chaval ya ha encontrado la lengua de Ana. Y sus manos están en sus hombros y descendiendo. Ana se da cuenta que se ha rendido, y de que está más que lista para Miguel. -¡Miguel...!-. Ana levanta los brazos, permitiendo que las caricias del joven se extiendan de sus hombros hacia el pecho. Apenas la deja respirar. Siente que su amante la levanta, la gira y la deja frente al espejo. A Ana le entra una enorme vergüenza al verse reflejada, que se compensa un poco al descubrir la mirada lasciva que Miguel le lanza a la grupa de la mujer. Y entonces, Ana siente la polla de su chico rozándose contra las bragas, y las manos de Miguel levantando las copas del sujetador. ¡Dios, qué duros tiene los pezones! ¡Y qué sensibles!

-¡Cojones, Ana! ¡No puedo parar de tocarte! ¿Qué me das?-. Los susurros cálidos de Miguel acaban de encenderla. Ana no tiene muy claro que sea cierto todo lo que Miguel le dice, porque no le parece normal que un adolescente como él, con un buen cuerpo, guapete y simpático, se vuelva así de loco con una cuarentona como ella, algo llenita, con arruguitas y desde luego no tan llamativa como cuando era joven. Pero verlo así, como un pulpo, buscando todos los recovecos del cuerpo femenino, y sobre todo, la demostración palpable de la excitación que le provoca, la llena de orgullo. Miguel le baja las bragas hasta la rodilla. Ana suspira. Las manos del chico abandonan las peras, poniendo carne de gallina allí por donde resbalan, hasta que se quedan firmemente agarradas al culo de la hembra. Ana cierra los ojos, y aguanta un berrido cuando el cabrón del muchacho le pega un lametón desde el capuchón del clítoris hasta el ojo del culo. ¡Madre mía! Paco hace años que no le hace nada parecido, y sin embargo a Miguel parece darle un placer especial estar ahí, pasando esa lengua por sus partes secretas.

-¡Qué rico lo tienes, Ana!-, farfulla Miguel. La mujer siente que no solo le excita la feminidad. Miguel la pone en órbita en todos los planos.

-¡Es tuyo, Miguel! ¡Haz lo que quieras con él!-.

-Y tú querías ir a la compra...-. Ana contempla orgullosa la barbilla brillante de su macho a través del espejo, y las mejillas coloradas, y el deseo en las pupilas. Ana acomoda su grupa a la altura adecuada, sin dejar de observar los manejos de Miguel. El chico agarra la verga por la base, apuntando entre las piernas de Ana. ¡Qué pena que le haya dejado las bragas por las rodillas, porque lo que le pide el cuerpo es separarlas todo lo que pueda!

-¡Ohmmm!-, jadea la hembra. Miguel entra despacio, gozando cada milímetro que le mete a la hembra. Cuando la tiene dentro entera, la mantiene ahí, palpitando.

-¿Bien?-. Miguel pone sus manos sobre las de Ana, enlazando los dedos.

-¡Sí... muy bien!-. Miguel sale, despacio, y entra, despacio. Ana levanta la cabeza con los ojos cerrados, mugiendo bajito para que no la escuche todo el vecindario. Miguel sabe follársela, desde luego. Miguel sabe llevarla un poco más allá del límite. El chaval borra la existencia de Paco con un par de caricias.

-¡Ana!-. Miguel percute con fuerza contra las nalgas de la mujer, a la que va empotrando contra la cómoda y el espejo. Las tetas de Ana rebotan a un ritmo frenético, sacudidas por los empellones del chico. -¡Ana!-.

-¡No, Miguel! ¡Espera un poco!-. Ana está muy cerca, y quiere llegar con el miembro del macho bien enterrado entre sus carnes. El chico crispa los dedos.

-¡Joder, Ana... yo... estoy a punto!-.

-¡Solo un poquito más!-, pide Ana. Miguel lleva la diestra a la entrepierna. Ana lo siente reptando entre el pelo, tomando posesión de su coñito abierto en busca del botón mágico. -¡Ah! ¡Sí! ¡Ahí, ahí!-.

-¡Ana!-.

-¡Sí, yo también...!-. Ana se corre unos segundos antes que Miguel, y como siempre hace, intenta frenar las caricias de la mano y las embestidas de la polla. Pero el chico está verraco perdido y sigue martilleando una, dos, tres veces, más, entre los gemidos e hipidos de Ana, bramando como un toro. Ana siente que el macho le inunda el interior con su caldo caliente, y se siente mujer. Eso hace que todo merezca la pena, hasta que Miguel la vea en cueros, porque saber que es capaz de llevar al mozalbete a ese éxtasis es de lo mejor que ha sentido en su vida... unos segundos después, cuando Miguel la saca, sucia de lo suyo y de lo de ella, es cuando se reprocha que no debería dejar que se corra dentro. No puede permitirse un desliz, y está haciendo muchas tonterías últimamente.

-¡Ay, Ana! ¡Perdona, pero no he podido...!-.

-No te preocupes-. Ana nota los reguerillos de semen fluyendo desde su conejo por la parte interna de los muslos. Pelea por sostenerse en pie y recuperar el ritmo normal de la respiración. Miguel se deja caer en la cama.

-¡Joder!-, jadea. -¡Fabuloso!-.

-Voy a la ducha... otra vez-, anuncia Ana, quitándose las bragas y el sujetador. Ahora no siente nada de vergüenza, con el semen de Miguel resbalando por su piel, pero no está cómoda por el riesgo que corre.

-¡Voy contigo!-.

-¡No! Tú te vas a clase-. Ana casi pierde la compostura. Acaba de follársela y vuelve a mirarla con ojos de loco salido. ¡No tiene freno, el chico! –Espero que te hayas marchado antes de que salga de la ducha. ¡Y deja de mirarme el culo!-.

-¡Jolín, Miguel! ¿Me estabas esperando?-. Ana, cargada de bolsas, se asusta cuando siente la presencia de alguien casi encima de ella.

-Claro-. El chico agarra las bolsas de una mano, abriendo la puerta con la otra. El imbécil se apresura a llamar al ascensor. –No hago otra cosa en todo el día-.

-Pues córtate, anda-. Ana avisa porque su hijo está ahí. Pero cuando entran en el espacio reducido, Ana deja paso para que Miguel se coloque a su espalda. Le encanta saber que Miguel la tiene dura por ella, y espera ansiosa el momento en que su macho acaricie su culo.

-¡Ops!-. La sacudida del ascensor la sorprende, pero más la mano de Miguel. Hoy no es una caricia suave, hoy le acaba de plantar toda la palma entre las cachas. Ana se muerde el labio al sentir que la mano de Miguel es mucho más osada que otras veces. Si no llevara vaqueros, las yemas de los dedos le estarían rozando el chumino. Aguanta un jadeo cuando los dedos empiezan a moverse, cangrejeando por ahí, y siente el aliento de Miguel pegado a la oreja. Ana no se da cuenta, pero separa las piernas para que Miguel tenga más campo de acción.

-Espera, deja que te ayude-. Miguel coge las bolsas con una sonrisa de cabronazo que hace que a Ana se le caiga el alma a los pies. ¡Jesús! Está más que mojada. Su hijo sale disparado hacia la puerta de la casa. parece mentira que solo tenga cuatro años menos que el chaval que se la folla...

-¡Joder, Miguel!-, farfulla Ana, notando incómoda la humedad de sus braguitas.

-¿Qué? ¿No te gusta?-. El cabronazo se divierte. -¿Se te han puesto duros?-. Ana se cubre rápidamente los pechos con los brazos. ¡Claro que los tiene para cortar cristal! Y bien que lo sabe... –Así me tienes todo el día-. Miguel adelanta la pelvis. Ana descubre el bulto.

-¡Ay, Miguel!-.

-¿Nos vemos luego?-.

-No. No puedo-.

-¡Mierda!-.

-Ya...-.

-¿Bajarás la basura?-. Ana deja las bolsas en el recibidor.

-Solo si tu también lo haces-.

-Pues seré un buen hijo...-. Miguel no hace otra cosa que asomarse al hueco que se forma sobre el último botón de la blusa de Ana. La mujer, cachonda por el fregao del ascensor, sabe lo que quiere su amante. Echa un ojo al pasillo y se suelta el botón. Miguel abre la boca y levanta la mano.

-Luego, esta noche-, promete Ana, cerrando la puerta con una sonrisa traviesa pintada en la cara.