Ana, la hermana de mi mujer

¿Sin querer terminamos en la cama?

Les cuento esto a ustedes porque sé que de alguna manera son parte de esta historia. Hace un par de años que leo todos los día los relatos que envían, supongo también que imaginarán cómo terminan estas sesiones. Nunca pensé que tendría nada interesante para contar. Estoy en pareja hace cuatro años, tenemos una "saludable" vida sexual, placentera pero normal. En la cama en ocasiones tenemos la costumbre de imaginar que otra persona nos acompaña, generalmente una mujer, sin embargo nunca llegamos a concretar estos juegos.

Ana había sido mi compañera en la universidad, tiene veinticuatro años, dos menos que yo. Ella fue quien me presentó a María, mi mujer, su hermana que también le lleva dos años. Mentiría si dijera que nunca me había fijado en ella, pero siempre estuvo de novia; por mi parte María es la luz de mis ojos desde que estamos juntos, mi compañera.

Hace dos semana, un Domingo por la tarde, habíamos ido a comer con María a casa de mis suegros. Ellos se habían ido de vacaciones, así que solo estaban su hermano de quince y Ana. Luego de comer un asado –esto ya les dará una idea de qué país soy y creo que es un error, uno nunca sabe quién puede llegar a leer esto-, nos sentamos al borde de la pileta a tomar sol. Hablábamos del calor, de la cantidad de turistas que habían venido ese verano a Mar del Plata, es decir de nada. María estaba en una reposera con el sol de frente a mi lado por lo que tenía los ojos cerrados. Ana se había puesto un short rojo ajustado, mientras charlábamos tenía sus piernas abiertas y no pude evitar que mis ojos se clavaran primero es sus caderas y luego en los labios de su concha. Imagino a esta altura que estarán imaginando una orgía en la pileta, una fiesta con las dos hermanas...nada más alejado de la realidad. Crucé mis piernas para ocultar mi calentura, hubiera sido complicado explicarle a María esa erección.

Pasó la tarde, tomamos mate y dejamos que el día se nos escapara. Mi mujer me preguntó en una par de ocasiones si me ocurría algo, nada, era mi respuesta, tengo un poco de sueño. La verdad era otra, no podía de dejar de pensar en Ana. Quería que no hubiera sido una casualidad, pensar que ella había querido provocarme, seducirme; nada hacía suponer nada por el estilo, ni siquiera ese short que me había vuelto loco, si quisiera llamar mi atención se hubiera puesto la bombacha de la malla... Estaba desencajado.

A las ocho, llamaron los padres de mi mujer para avisar que no volverían hasta el Martes. María se acercó y me pidió que nos quedáramos en la casa, no quería que sus hermanos estuvieran solos. Suspiré y le dije que no había problema, esa semana empezábamos las vacaciones, mi plan era ir a la playa, pero aún tenía esa imagen grabada en mi cabeza. María se acercó y me dio un beso, me agradeció y su mano se apoyó en mi pija, a la noche vas a tener tu premio. Sonreí y pensé que al menos tendría oportunidad de estar cerca de Ana.

Luego de comer nos sentamos los cuatro a ver una película. Al terminar, cerca de la medianoche, mi cuñadito nos saludó y se fue a dormir. María saludó, me susurró en el oído un te espero y se fue a acostar. Le dije que fumaba un cigarrilo y la acompañaba. Ana había quedado sentada en un sillón doble justo frente al televisor. Desde cerca, solo con la luz tenue de la pantalla, la veía con las piernas dobladas contra su cuerpo, llevaba un pijama de verano un poco más largo que short que usaba a la tarde, pero un poco más suelto. Quería mantener mis ojos en la tv para evitar la tentación, pero no podía. Otra vez mis ojos se clavaron en ella, por los bordes de su pijama alcancé a ver el algodón de su bombachita blanca, otra vez mi pija quería explotar. Ella me miró y me invitó a sentarme a su lado para ver mejor. Le agradecí, le contesté que estaba bien; me moría por tenerla cerca pero no hubiera podido moverme sin que notara que estaba al palo. A la media hora, se levantó para despedirse, tenía aún el perfume de su baño, se acercó para saludarme, con un abrazo como siempre, inocente, casual. Olvidé mi calentura y contesté su abrazo, sentí mi verga apoyada en su vientre, no pude soltarla, sabía que podía condenarme, pero no podía soltarla. Estuvimos así no más de diez segundos, lo suficiente sin embargo para sentir la suavidad de sus brazos desnudos. Nos besamos con ternura, como siempre, como amigos que éramos, casi en la comisura de los labios y cada uno se fue a su cuarto, sin decir palabra.

Tardaste mucho, me dijo María al llegar al cuarto, te estaba esperando. Me desnudé y me metí en la pequeña cama. Gracias, me dijo; sentí su mano bajar hasta encontrarse con mis huevos, sus dedos acariciaron mi pija que estaba por estallar, sabía que ibas a esperar este momento me susurró María. Le dije que me daba vergüenza, sus hermanos estaban durmiendo en los cuartos de al lado, era cierto. Se puso sobre mi, sentí su pequeño cuerpo desnudo sobre el mío, me dijo que estaba bien, pero igual merecía un premio. Me besó en los labios y comenzó a bajar recorriendo mi cuerpo con paciencia y ternura hasta llegar a mi verga, la recorrió con la lengua y comenzó con suavidad a chuparla, mientras que con su mano la sostenía y me masturbaba. Sin desearlo cerré los ojos, era Ana, con sus short rojos, como a la tarde con su boca abierta y mi pija en su boca. No pude más, te deseo dije, mi leche le cubrió la cara. Ella se rió, estabas caliente parece. Le respondí con una sonrisa y me dormí.

El jueves de esa semana, María se levantó temprano para ir con sus amigas a la playa. Como nunca me cayeron del todo bien preferí quedarme en el departamento. Cerca del mediodía Ana llamó para venir a buscar un vestido que le había prestado a María para un casamiento el mes anterior; le contesté que no estaba, pero si quería podía venir a buscarlo. Había pasado cuatro días desde el Domingo, en mi cabeza aún persistían esas imágenes, pero sabía que eran mías y así debían permancer.

A la media hora bajé a recibirla, llevaba un vestido de verano, suelto, por sobre las rodillas. Se veía debajo la bikini, es probable que luego se fuera a la playa.

Cerré la puerta, ella se dirigió al cuarto, adiviné su culo por debajo de la tela. Mierda, me dije, no otra vez. Querés un café, me escuché decir, ¿por compromiso? Dále.

Nos sentamos en el living y lo tomamos casi sin cruzar palabra, estaba tan nervioso que no recuerdo cuál era su actitud; me molestaba saber que la calentura me estaba ganando. Gracias, me dijo, te ayudo a lavar las cosas y me voy. Sin decir nada, levanté mi taza y me dirigí a la cocina. Te pasá algo, me preguntó. Nada, ¿por? No sé, estás raro. Es que no estoy durmiendo bien, le dije. Vos y mi hermana como conejos- se reía como una niña. La miré y me sonreí. Nunca me había gustado que María contara cuestiones referentes a nuestra intimidad, con nadie, mucho menos con su hermana, pero esta ocasión lo dicho sin duda le interesó a Ana en algún lugar.

Abrió la canilla y comenzó a lavar las tazas, el azúcar y el café los guardamos del otro lado, la cocina es angosta y al pasar detrás de ella sentí su perfume y mi mirada se detuvo en su cintura, creo que ese fue el momento donde mi conciencia cedió por completo. Tomó el repasador para secarse, al tenerlo en las manos acerqué las mías para sacudirme los rastros de café, ¿o sería para acariciarla? Nuestras manos se sintieron, debo decir que mis manos sintieron las suyas y comenzaron a acariciarla, el repasador había dejado de ser una excusa para convertirse en un cómplice. Sentía su piel suave, mis dedos recorrían los suyos y morían en sus palmas. La acerqué contra mi cuerpo y acomodé su cadera contra mi; me sentí morir, un adolescente cerca de una mujer por primera vez.

Mis brazos la tomaron por la cintura y nuestras miradas se cruzaron en silencio, no había en el universo nada más que ese silencio. Sin decir una palabra apoyó su cabeza contra mi pecho, cerré los ojos y comencé a acariciar su pelo. Así estuve unos segundos o una eternidad hasta que mi mano bajó hasta su espalda, mis manos tomaron los breteles y supe que no había retorno. La besé con ternura, su respiración se desvanecía, sus ojos estaban cerrados. Era un beso tímido, leve. Mis manos deslizaron su vestido que dejó desnuda la espalda, la acaricié hasta llegar al borde de su bikini, una mano buscó su entrepierna y sentí la humedad sobre la tela. Mi dedo se deslizaba a lo largo de su concha. La veía disfrutar, extraviada con los ojos cerrados, con la punta de dos dedos comencé a acariciar su clítoris, todavía por sobre la tela. Abrió los ojos y pidió más. Sin soltarla, por miedo a que despertara, la lleve hasta un sillón donde la senté.

De rodillas entre sus piernas, la besé en los labios y corrí su corpiño, sus pequeñas tetas tenían los pezones erectos, besé cada centímetro con delicadeza, nada violento debía ocurrir. Mis dedos corrieron su bobacha lo necesario para ver sus labios húmedos, mojé mi dedo con saliva y lo apoyé deslizándolo para abrirlos. Con suavidad mi lengua buscó su clítoris, mis manos acariciaban sus tetas; ella cerró sus ojos. Besé esa concha como nunca lo había hecho, sabiendo que un mal movimiento podía dejarme sin nada. Humedecí en su boca mi índice, sin dejar de chapársela lo metí, lentamente comencé a cojerla, entraba y salía sin que mi lengua se desprendiera entre sus gemidos cada vez más fuertes, dos dedos entraban y salían, me tomó de la cabeza y me pidió que no parara, seguí por favor me dijo con los ojos fuera de sí. Mis dedos entraban y salían, imaginaba que era mi pija, el ritmo era cada vez más descontrolado, la sentí gemir, un gemido que era un suspiro, mis labios se apretaron a su concha con firmeza para sentirla acabar en mi boca, su cuerpo cedió y se deshizo en el sillón mientras sus piernas me abrazaban. No saqué mi mano, no quería que volviera a este mundo. Su mano buscó el cierre de mi pantalón, la ayudé para dejar mi pija al aire, la tomó con su mano, estaba dura, quizás como nunca.

Comenzó a recorrerla, iba y volvía con su mano desesperada, quería arrancarla creo. Tuve ganas de encajársela en boca, de verla chapármela, pero quería que tuviera la mejor cojida de su vida. La levanté de su culo y la llevé hasta el cuarto, no sabía si tomaba pastillas, de todas maneras, no la hubiera cojido sin forro. En la mesa de luz tenía algunos, la recosté sobre la cama, se desnudó y abrió las piernas, cójeme por favor me rogó. Me puse el forro al verla con las piernas abiertas pidiendo pija, a mi cuñada pidiendo pija, sentí que podía llegar a acabar, por si acaso sostuve sus piernas con mis manos y comencé a chupársela de nuevo. Mis dedos se perdían ya en su concha, supe que era el momento. Me recosté sobre ella, tomó mi verga con su mano, está enorme me dijo (sabía como tratar a un tipo). Mi pija entró, la sentí apretada, no era virgen, pero pensé que hacía tiempo no se la garchaban.

Comencé a cojerla, la besaba y sentía a mi pene entrar y salir, perderse en esa humedad. Me incorporé un poco y mientras la cojía despacio, mi mano buscó su clítoris, quería verla acabar. Se agarraba las tetas y cerró de nuevo los ojos, su cadera se contrajó, sus gemidos anunciaban otro orgasmo, retiraba mi cadera de ella, la penetré hasta el fondo y nos fundimos en un abrazo mientras acababa con mi pija dura dentro de ella. Al relajarse giramos en la cama y quedó sobre mi, todavía clavada, la alcé por las axilas y la sostuve en el aire para ver sus labios abrirse y cerrarse cada vez que mi pija se movía. Ahora me toca a mi, Comencé a cojerla con fuerza, su mano se apoyó en su concha , comenzó a agitarse de nuevo, la sostuvé con más firmeza, mi pija entraba y salía, quería destrozarla, su mano restregaba su clítoris, estaba por acabar de vuelta, me clavó los ojos, acabame ya grito, les juro que sentí su concha aferrarse a mi verga, exploté, mi leche llenaba el forro y gimió en ese momento, estábamos acabando juntos, alienados, fuera de control. Mis brazos cedieron y ella se desplomó sobre mi.

Dejé mi pija todavía dura en el calor de su concha mientras nos dábamos un beso con los ojos cerrados, tal vez por no decir ni pensar nada.

Hace una semana de esto. Nos levantamos y no recuerdo qué hicimos. No viene al caso qué pensé luego, que pasó al volver María, solo quería compartir este polvo con ustedes...tampoco sé qué o cómo cambiará (si es que cambia) mi vida; sí estoy seguro de que ese polvo merece ser compartido.