Ana, la buena esposa (21)

Una desatada esposa se sumerge en retorcidas experiencias en busca de placer y poder.

Ana, la buena esposa (21)

Después de la piscina, de lo sucedido con Juan de Dios, decidí que necesitaba descansar, despejarme. Tomé una siesta. Dormí una hora y luego inicié de nuevo aquel febril viernes. Era hora. Necesitaba enfocarme. Me tomé otra ducha, la tercera del día. Fue corta y de agua bien fría. Necesitaba espantar el maldito calor del verano, el calor que emanaba de mi cuerpo. A pesar de que Juan de Dios me había regalado un orgasmo seguía con la temperatura muy alta. No sé qué me pasaba.

Al salir del baño, tomé mi teléfono y llamé a mi jefe. Necesitaba hablar con él.

—Aló —le escuché decir.

—Soy yo.

—Lo sé ¿Qué quieres?

Parecía serio, demasiado formal.

—¿Estás con tu mujer? —le pregunté.

Hubo un segundo de duda, de incómodo silencio.

—Sí. Así es.

—Pensé que se iba a visitar a tus hijos.

—Sí. Lo hará… un rato más.

Se escuchó la voz de una mujer. Jorge respondió que estaba atendiendo una llamada de gerencia. Mentiroso, pensé.

—¿Entonces, nos vemos en la noche? —le pregunté.

—Por supuesto.

—¿Tienes todo preparado? —pregunté.

—Sí. Todo está listo ¿Y tú? ¿Tienes todo listo?

—Por supuesto —respondí jovial.

—Muy bien…

Jorge se notaba nervioso, incómodo. Me dieron ganas de molestarlo, de jugar.

—¿Sabes? Ahora, estoy desnuda —le dije

Mi jefe no dijo nada.

—Me estoy recostando en la cama. Mi cuerpo todavía está húmedo de la ducha… mi pelo está mojado. He estado tomando el sol al lado de la piscina. ¿Qué crees? ¿Lo hice desnuda o con traje de baño?

—No lo sé —respondió más nervioso.

—Pues tendrás que adivinar…

Hubo silencio al otro lado del teléfono.

—He estado algo nerviosa por lo de esta noche… algo excitada. Aquí en la cama, siento que mi cuerpo está como loco. Me imaginas aquí desnuda, con ese cuerpazo que tanto desnudo sobre la cama, con mis labios rojos sin pintar, con mis manos sobre mi abdomen… acariciándome.

—¿Por qué me cuentas eso?

—Porque quieres saber, Jorge… estoy segura… porque quieres imaginarme desnuda ¿no? Yo sé que me imaginas desnuda…

Mi jefe tosió, se aclaró la garganta.

—Si…

—Estoy desnuda y ahora acaricio con una mano mis senos. Estoy acariciando mi pezón —le digo al teléfono.

Escucho a su mujer. Le pide que le alcance un pantalón, que le lleve la maleta. Él le dice que lo hará, pero necesita pasar al baño.

—Estoy estirando mi pezón con dos dedos… se siente súper bien.

—Sigue… sigue contándome —dice Jorge.

—He puesto el teléfono en altavoz; así puedo usar mis dos manos.

Se escuchan sus pasos y una puerta.

—Continúa, Ana… cuéntame qué haces… como en los viejos tiempos…

—Mis dos manos acarician mis tetas… y las apretó como tú las apretabas… ¿Te acuerdo como agarrabas mis tetas? Bien fuerte… si… yo lo recuerdo. Ensalivo mis dedos para pellizcar mis pezones… quedan brillantes con mi saliva.

—Me saqué la verga… estoy tocándome —confesó mi jefe.

—Eres un pervertido, Jorge —sonreí.

—Lo soy… cuéntame ¿Qué haces ahora?

—Ahora, llevé la mano derecha hasta mi clítoris… con la yema de mis dedos acaricio un poco… suavemente… que rico… se siente súper rico.

—¿A qué hueles, Ana?

—Eres un pervertido, Jorge… ay… ah… con tu mujer esperando y tú masturbándote y preguntando esas cosas… aaahhh…

—Respóndeme, Ana ¿A qué hueles? —insistió mi jefe.

Me acaricié con las dos manos, paseando mis dedos por mi sexo. Me di unos segundos y llevé un par de dedos a mi nariz. Y respondí:

—Huelo a cerda, a puta.

—Si… chúpate esos dedos, llévate esos dedos sucios hasta esos morros carnosos… hacia esos gruesos labios que me vuelven loco… chupa esos flujos maravillosos… hazlo por mí, mi puta.

Lo hice. Me llevé dos dedos a la boca. Cerré mis labios gruesos sobre las falanges y chupé. Los dedos que se habían paseado por mi coño, los dedos llenos de un flujo pegajoso, de un flujo que olía a mí. Sentía el sabor de mis dedos, de mi coño. Mientras lo hacía los dedos de mi otra mano se enterraban en mi sexo, entraba y salían, dándome placer.

—Aaaahhhh —gemí, gemí mucho.

—Estás caliente, puta —susurró.

—Si… lo estoy... aahhh… me estoy metiendo dos dedos en el coño… bien profundo… ah… aaaahhh…

—Si… mételos… hazlo….

Seguí haciendo lo que pedía mi jefe, lo que pedía mi cuerpo. Sobre mi cama, la cama matrimonial que compartía con mi esposo, mi mano estaba en mi coño. Estaba muy caliente… no me había demorado nada es estar excitada de nuevo. Estaba mojada y la cabeza me daba vueltas. Me imaginación empezó a estallar, en destellos. Me imaginaba follando, con Tomás Matías, con mi jefe, con Juan de Dios, con los rugbistas del equipo de mi esposo, con un cliente, con el enemigo jurado de mi esposo… si, con Jürgen Killman, con ese feo, musculoso, pervertido, pero bien dotado rugbista. Me imaginé su enorme verga. Me imaginé un montón de monstruosas vergas, en todos los colores, de verdad y de mentira. Si. Quería una verga.

—Quiero una verga —dije.

—Aquí la tengo… tu verga… —le escuché decir a mi jefe.

—Dámela… la quiero…

—Aquí está… la estoy meneando en tu honor… si, Ana… si, mi puta… me calientas… quiero tenerte, quiero llenar de semen tu cuerpazo… quiero llenarte tu vientre de mi semen.

El teléfono estaba sobre la cama, a medio metro. Podía escuchar como Jorge jadeaba por el auricular. Su respiración era fuerte, entrecortada. Apreté uno de mis senos mientras atacaba con furia mi clítoris.

—¿Te vas a correr? —le pregunté.

—Ya no falta nada…

Entonces, se escuchó la puerta. Era la mujer de mi jefe. No podía recordar su nombre. ¿Qué haces ahí, Jorge?, preguntó. Ya estamos atrasados. Sal ya del baño.

—Ya voy mujer. Ya voy —le escuché decir a su mujer. No me dejas ni cagar tranquilo, respondió mi pervertido superior. Yo estaba seguro que no había dejado de masturbarse. Y si no era así, yo lo quería con la verga en su mano pensando en mí.

—Que no te detenga tu mujercita, campeón —le provoqué —. Sigue masturbándote pensando en mí, en tu putita. Yo estoy metiéndome un montón de dedos en el coño por ti… estoy desnuda y caliente…

—Lo hago… mi verga está dura… —susurró más bajito—. Te imaginó desnuda, provocándome, haciendo cosas locas para mí.

—¡Quiero que me folles! Aah… Quiero que me la metas en todos lados…

—Te culearé… esta noche te follaré… —continuó susurrando—. Te follaré duro, como a una puta… como un par de putas… A ti y a Julieta…

Empecé a correrme.

—Si… siiiiii…. a las dos… a las dos putitas… si… ah… mmmmmmggghhh… si… A las dos…

—A las dos… aaaaaaghhhh —mi jefe también se corrió.

Me tomé unos segundos para disfrutar de mi orgasmo. Me llevé los dedos empapados a la boca y los chupé.

—Me estoy lamiendo mi corrida… estoy chupando mis dedos, jefecito —dije al teléfono—. Ojalá fuera tu corrida.

—Esta noche, mi putita… esta noche —contestó Jorge.

Le lancé un sonoro beso por el auricular.

—Chao, mi campeón… ahora ve a dejar al aeropuerto a tu cornudita —dije risueña y coqueta, como una muchachita maliciosa—. Anda a dejarla para que puedas venir a follar a una mujer de verdad.

—Lo haré, amor mío —dijo Jorge—. Hoy vas a ser mía.

Sonreí y le lancé otro beso. Corté. Por alguna razón artera estaba muy muy alegre.