Ana, la buena esposa (16)

Una hermosa mujer maquina para satisfacer sus deseos a espaldas de su ausente marido.

Ana, la buena esposa (16)

1

Sólo había un único problema en mi acuerdo con mi jefe. Jorge quería que hiciéramos un trío, invitar a otra mujer a nuestra noche especial. Había elegido a una de nuestras becarias, una inocente y hermosa universitaria que trabajaba para mí. Su nombre era Julieta. Por tanto, mi misión era seducirla y entregársela a Jorge. Algo que no sabía muy bien cómo iba a hacer.

Pese a todo, contaba con la suerte de mi lado. Julieta se había acercado a mí desde hacía algunos meses en busca de cubrir unas horas libres y ganar algo de dinero extra. De esa forma había terminado trabajando para mí. Aquello era poco habitual. La becaria estudiaba para ser publicista y yo era abogada. No tenía nada que ver con el tema de la publicidad. Por lo tanto la había empleado como una secretaria privada. A Julieta no le había molestado, de hecho parecía agradecida por el empleo.

El caso es que Jorge me había hecho su indecente proposición y yo, aunque me había negado a la idea de follar con mi jefe en un principio, había previisto que era necesario adelantar soluciones y había cambiado mi actitud con Julieta. Sin demasiados titubeos de mi parte, me había acercado a la guapa becaria de cabellos rojos y ojos verdes. Al principio, de forma profesional. Dandole encargos muy reales. Pero después había empezado a desdibujar intencionalemente la línea entre lo profesional y cierta intimidad. Le había encargado ocuparse de algunas nimiedades en mi presencia, la había invitado a almorzar, a comprar ropa. Habíamos compartido muchas horas esos días y me había transformado en su amiga. Lo que había sido muy efectivo ahora que había decidido aceptar la propuesta de mi jefe y tenía la necesidad de meter a Julieta en nuestro trío. Tal vez mi actitud parece traicionera y cruel, pero yo tengo que pensar en mí. De todas formas iba a asegurarme que Julieta no saliera lastimada, que disfrutara todo lo posible.

Desde mi escritorio, sola en mi oficina, escribí un mensaje a Julieta para confirmar nuestra cita de esa misma tarde. Había quedado con la becaria para comer algo y salir de compras. Al recibir su respuesta y confirmar aquella salida, tuve que recomponer mi estado de nerviosismo. Era algo urgente que debía hacer.

2

—Señora Ana, ¿Dónde vamos ahora? —preguntó Julieta cuando apareció en mi oficina.

Esa tarde Julieta llevaba el pelo bien atado en una coleta. Iba vestida con una camisa blanca y una falda azul hasta la rodilla. Sus zapatos tenían un pequeño taco cuadrado. Era la imagen de la correcciión y el profesinalismo.

—Vamos por un tentempié y luego a las tiendas del centro de la ciudad —dije—. ¿Te parece?

Mi becaria asintió. Julieta rara vez me negaba algo, al menos en lo laboral. Tampoco nunca había rechazado una invitación a comer. Tenía alguna rencilla o problema con algún otro becario. Pero eso era algo normal porque al ser una chica muy guapa. Además, al estar de novia tenía que rechazar muchos acercamientos indebidos. Creo que mi presencia la hacía sentir protegida.

Salimos de la oficina en mi BMW y paseamos un rato. Aprovechamos para conversar, ver que nos apetecía hacer. Al final, decidimos seguir caminando por el centro de la ciudad y ver desde fuera una tiendas recién instaladas. Mientras veíamos los escaparates, no podía dejar de pensar en Jorge Larraín y sus condiciones. Que el trato incluyera a Julieta me parecía cruel, pero también conveniente. Que mi jefe se la quisiera follar me haría sentir menos abusada y también menos puta. La guapa universitaria había llamado la atención de Jorge. Tal vez por la cabellera pelirroja y el sensual cuerpo (tenía un culito precioso). Que Julieta estuviera de novia bien podría haber influido en la mente morbosa de Jorge. Sea cual fuera la razón, él quería que Julieta accediera a participar en un trío.

La universitaria seguramente no tenía en mente follar con su supervisora y con un tipo de cincuenta años. Yo misma, a su edad, no tenía en mente acostarme con viejos, con gente que me doblaba la edad. Mis novio nunca habían tenido más de treinta años. Pero eso había cambiado. Desde hace uno o dos años, desde que estoy en este bendito trabajo, mi nivel de depuración es bastante más bajo. A pesar de ser una mujer joven y hermosa, de tener un adonis como marido, de poder tener a cualquier hombre que quisiera, hoy en día debo confesar que he follado a varios viejos, incluso un juez de unos setenta y cinco años.

En cierto sentido, he caído muy bajo, no lo puedo negar. Pero uno cae para poder elevarse más alto. Al menos eso era lo que me decía a mi misma. No sé si fue Jorge u otro de mis amantes a quien le escuché por primera vez esa frase. Ahora, me veía en la necesidad de hacerla esa frase mía e introducir a Julieta en el juego sexual de mi jefe. Y sólo tenía menos de dos días para hacerlo. Algo nada fácil. Pero estaba determinada a conseguirlo.

3

Nos detuvimos a comer algo en un restorán de la zona. Julieta y yo estuvimos bebiendo sangría y unos sándwich en un pequeño lugar del centro. Conversábamos animadamente, hablando como buenas amigas. El alcohol ayudó a soltarnos, a derribar las barreras de jefa y subordinada. Después de comer aprovechamos de extender nuestro paseo por la ciudad. Yo sabía exactamente donde quería ir, así que nos encaminé por una calle cercana y luego a través de un paseo peatonal.

—Mira eso —le dije a mi becaria, apuntando una pequeña y discreta tienda—. Entremos.

—Pero eso es…

Julieta abrió los ojos bien grandes. Era un sex shop. No le di tiempo de reaccionar y la obligué a seguir mi paso. Gracias a Dios las dos estábamos achispadas, porque tal vez no hubiéramos entrado a aquel lugar de otra forma.

La tienda estaba bien iluminada y con espacios bien distribuidos, caminamos entre estantes y mesones con algunas revistas y libros de índole sexual. Luego entramos a la sección más dura, con objetos que llamaban la atención: trajes de cuero, látigos, consoladores en decenas de formas, un anaquel con un buen surtido de cintas eróticas; también aceites, velas, antifaces, máscaras y muchas otras cosas más. Era un antro muy surtido y colorido, atendido por un hombre y una mujer de unos treinta años, tal vez esposos por los anillos que lucían en las manos. Pero esto último era una suposición mía.

—Vaya —dijo Julieta—. Este es un lugar… interesante. Nunca había entrado a una tienda de este tipo.

—Pues para mí no es la primera vez. No le cuentes a nadie —confesé, guiñándole un ojo.

—Pues tú tampoco cuente que he estado aquí —dijo Julieta—. Pronto me casaré y mi novio no sé si aprobaría que ande en sitios como este.

—Será nuestro secreto —afirmé—. En todo caso, no está mal ver algo interesante para tu despedida de soltera.

Julieta abrió los ojos, avergonzada. Me detuve frente a un mesón. Julieta me seguía a unos pasos. Juntas examinamos unos consoladores enormes, uno negro y otro de un plástico transparente.

—Vaya si es grande —dijo Julieta.

—Pues sí.

Nos quedamos como atontadas, cada una con un consolador en la mano. La verdad es que era vergonzoso pero divertido. Julieta y yo reíamos nerviosas con cada nuevo artículo que encontrábamos. Realmente la gente de aquella industria era bastante ocurrente.

—Te puedo hacer una pregunta —le dije a Julieta.

—Claro.

—Pues… a propósito de toda estas… herramientas, ¿Tienes alguna fantasía? —pregunté.

—¿Fantasía?

—Fantasía sexual —acoté.

—Pues… no sé…

Noté a Julieta dubitativa, así que intuí que debería sacrificarme un poco para lograr que entrara en confianza.

—Mira… te pregunto porque yo… bueno, también tengo mis fantasías –confesé.

—Mmmmmm —murmuró Julieta, algo avergonzada.

—Te cuento mi fantasía primero —dije—. Así te animas tú después.

Julieta se quedó pensativa. Bajó la mirada y se mordió el labio. Pero de inmediato, sonrió.

—Ok. Tu primero —contestó, entrecerrando sus ojos y prestándome toda su atención.

Sonreí, un poco nerviosa. A pesar que era parte de mi estrategia para acercarme a Julieta estaba nerviosa, con la boca seca. Tragué saliva y me aclaré la garganta.

—En realidad, es una fantasía que no le he contado a nadie, ni siquiera a mi marido —aseguré—. Soy de una buena familia; siempre fui muy tímida y recatada, así que por supuesto es algo que nunca realicé. Además, ahora estoy felizmente casada y sería imposible hacer esas fantasías realidad.

Hice una pausa.

—Mmmmmm… ¿Es muy sucia esa fantasía? —preguntó Julieta.

—¿Sucia? No, no creo que sea sucia —respondí—. Solo algo atrevida para alguien como yo.

—¿Atrevida?

—Sí. O menos a mí me parece que las fantasías son atrevidas.

—Bueno, ¿Y cuál es esa fantasía? —preguntó Julieta.

Me sorprendió el apremio de mi becaria. Realmente se le notaba interesada. Mire alrededor. Estábamos lo suficientemente alejadas de los dueños, que nos observaban desde el mostrador, para que nos escucharan.

—Muy bien —continué—. Es algo vergonzoso… espero que entiendas que es sólo una fantasía.

—Claro. Lo entiendo —se apresuró a decir Julieta, mostrándose más serena.

—Mi fantasía... es… bueno… —me tomé un segundo para que la muchacha me prestara toda su atención—. Mi fantasía... era... estar con un hombre y una mujer. Hacer un trío.

—¿Un trío? —Julieta repitió mis últimas palabras. Lo hizo en voz alta, así que le hice un gesto para que bajara el volumen de la voz.

— Si, un trío —dije—. Supongo que lo que realmente quería era probar una mujer, pero me resulta algo extraño o innatural estar con una mujer sin la presencia de un hombre ¿entiendes?

Julieta se quedó muy pensativa, bajó la mirada y luego se mordió el labio. Me pareció singular su reacción.

—¿Te parece malo lo que dije? —le pregunté—. Creo que bebí demasiada sangría y he empezado a hablar tonterías. Disculpa si te parece escandaloso. Espero que sea nuestro secreto.

Mi becaria se mantuvo un momento en silencio. Después, se relajo. Sonrió al fin.

—Disculpa, Ana. No te estoy juzgando —dijo Julieta—. Me sorprendió tu confesión, es todo. No me hubiera imaginado lo que me has contado.

—Sí. Supongo que todos tenemos fantasías que jamás podremos cumplir —reconocí.

Julieta se quedó en silencio.

—Bueno… ¿Y tú? ¿Cuál es tu fantasía, Julieta? —la interrogué con algo de malicia.

—Yo…

Se quedó en silencio.

—Julieta, me has hecho confesar algo muy vergonzoso. Así que es tu turno de sacar a la luz tus más candentes secretos —le susurré al oído, sonriendo—. ¿Acaso no somos amigas?

Se sonrojó. Pero de inmediato se animó a hablar.

—Mi fantasía es parecida a la suya —dijo Julieta.

—¿Cómo parecida?

—Quisiera estar con una mujer antes de casarme… solo para experimentar —afirmó—. Me gustaría probar un poco antes de casarme.

La verdad es que Julieta mostró muchas más firmeza en su respuesta de la que hubiera imaginado. Su sinceridad y la simpleza de su fantasía me dejaron sin palabra. No obstante, ahora empezaba a vislumbrar al fin una oportunidad muy clara de seducir a mi becaria.

—Es una suerte que seas soltera todavía —aseguré, y luego seguí en tono de broma—. Si te hubiera conocido antes de casarme hubiéramos podido cumplir nuestras fantasías ¿verdad? O tal vez no, porque mi fantasía es hacer un trío. No sé si te atreverías a tener uno.

—No lo sé —susurró.

Mi becaria no dijo nada más. Pero no fue un no rotundo. De inmediato noté que su mirada se encendía de una forma en que no había visto. Me pareció que todo sucedía demasiado rápido. No estaba preparada para algo así. Además, se suponía que todo esto era para liarme en un trío con nuestro jefe, no para follarme a mi becaria por mi parte. Me alejé y tomé un consolador negro y con una suave rugosidad. Fui al mostrado y lo compré. Estuve un rato esperando a tramitar el pago. De esa forma aproveché de enfriar las cosas.

En tanto, la pelirroja siguió recorriendo la tienda. Se detuvo frente a un estante. Cuando me acerqué Julieta estaba mirando una colección de misteriosos audios. Leí el título de la recopilación. Decía: JOI, jerk off instruction.

—¿Instrucciones de masturbación? —traduje—. ¿Qué es eso?

—No estoy segura —respondió—. Pero creo que es lo que se lee.

Hicimos las consultas al dueño. Eran audios y videos donde hombres o mujeres, hablando de forma sugerente, comandaban al oyente a masturbarse según determinadas instrucciones. Era un concepto interesante, nunca había escuchado de aquello.

—Esto del JOI es un descubrimiento, Julieta —aseguré, medio en broma medio en serio—. Vamos, compremos uno.

— No, señora Ana —dijo Julieta, abriendo cierta distancia entre nosotras con lo de señora.

Me molestó su terquedad, o su falta de valentía. Para demostrarle algo de valor compré un audio de JOI. Específicamente un JOI con seis narraciones, la mayoría para hombres, pero también con un par de historias dirigidas a mujeres. Salí satisfecha de aquel sexshop, con un consolador y el audio erótico.

—¿Qué vas a hacer con eso? —me preguntó Julieta.

—No lo sé. Pero camino a tu casa iremos escuchando algún audio —afirmé—. Seguro será muy divertido.

Julieta me miró con incredulidad. Sin embargo, no tardó en sonreír. Su ojos brillaban con un toque pícaro.

—Al final no hemos ido de compras —nos habíamos subido al BMW y empezamos a salir del estacionamiento.

—Es verdad —Julieta respondió.

—¿Qué tal si mañana

vamos

de compras?

Julieta se tomó unos segundos para responder.

—Tengo clases en la universidad casi todo el día. Salgo a media tarde.

—Pues cuando quedes libre me mandas un mensaje y quedamos en algún lugar a comer algo. Y luego a las tiendas. Quiero ver algo para salir de fiesta. Tal vez, aprovechando que mi marido no está en casa hasta el lunes, podamos salir a bailar. Tal vez el viernes en la noche ¿Qué te parece?

La becaria se tomó otra vez un tiempo en responder. Yo encaminé el BMW por la avenida, camino a casa de Julieta.

—Tal vez. Es una buena idea —respondió

—. Me encanta bailar

.

—Muy bien.

Entonces, puse a reproducir el audio de JOI. Julieta abrió los ojos; sonrió. Yo también le sonreí. Nos dio un ataque de risa. Estábamos muy nerviosas mientras escuchábamos el audio erótico. Mientras conducía por la ciudad, las dos permanecimos en silencio. Sin duda, yo estaba cada vez más caliente. Tenía unas ganas de masturbarme terribles (pese a que me había masturbado en la oficina hace algunas horas atrás). Definitivamente, me hacía falta la verga de mi esposo. O qcualquier verga, pensé.

Mientras seguíamos escuchados ese JOI, me pregunté qué pasaba por la mente de Julieta. No los sabía con seguridad. Pero sus ojos verdes estaban brillantes. Me observaba y yo le devolvía una sonrisa cómplice. Sus senos medianos, ocultos en la camisa de trabajo, me parecían más grandes. Tal vez era idea mía. Su falda azul me parecía más ajustada y notaba sus largos muslos. Al llegar a su casa, el ambiente en el interior del auto era denso. Mi piel ardía.

—Nos vemos mañana —dije.

—Si.

—Ten una buena noche, descansa —me empecé a despedir.

Julieta se quedó mirándome en el asiento de copiloto. Yo hice el movimiento para despedirme con un beso. Ella se movió hacia a mí. Nuestras caras se acercaron y sin proponérmelo le dí el beso en la boca. O quizás fue ella quien lo hizo. No estaba segura. El contacto duró un segundo como mucho, pero fue algo potente. Dubitativa, algo sorprendida, me separé.

—Nos vemos mañana —dijo Julieta, algo nerviosa también.

—Si.

Ella se bajó del BMW y caminó a su casa. Realmente era una muchacha alta y muy guapa. Su culo era una maravilla. Le sonreí cuando se volteó antes de entrar por la puerta. Luego puse en marcha el BMW. De camino a casa puso otro JOI. Me sentía muy caliente.