Ana

Un juego erótico que termina... con quien no debe.

Comida en casa. Pasta a la boloñesa. De postre helado y para beber cerveza con gaseosa. Me gusta cocinar y más cuando tenemos visita: la cocina es una efímera obra de arte, la única que, de verdad, llena el estómago. La comida en la cocina y el café en el salón-estudio; nuestra casa es muy pequeña pero acogedora y decorada con muy buen gusto. El de ella, claro, el mío es un desastre.

Elena viene a casa de vez en cuando desde que nos conocimos en un grupo de teatro aficionado, hace unos meses de esto. Enseguida congeniamos los tres, pero en especial ella y yo, tal vez por las horas de ensayo que tenemos a nuestras espaldas, el cansancio de las mismas y el susto del estreno. Es una relación diferente la que se crea en este tipo de actividad; ni mejor ni peor, diferente.

La conversación es intrascendente, tal vez sobre el teatro, pero nada en lo que haya que concentrarse demasiado. Me dedico a dejar vagar mi mirada por la habitación, por la gata, por ellas. Ana vestida con una falda corta, que se le sube al estar sentada en la butaca, y una blusa blanca, casi transparente y sin sujetador. De vez en cuando me mira y sonríe; me deja ver sus bragas rosa de una manera casi imperceptible: sabe que me excita como, de hecho, lo hace.

La charla sigue. Elena va vestida de rojo, la broma al llegar a casa era casi obligada: camiseta de punto y pantalones de lino, ceñidos en la parte de arriba y sueltos por abajo. Como nosotros, ella está descalza y apoya los pies en la mesita de té. Ana sigue con su pequeño juego conmigo, discretamente, y yo encantado con él. Sólo hay una cosa que me preocupa y es que nuestra invitada descubra mi alegría por el divertimento con mi pareja.

Suena el teléfono y Ana se levanta y camina hacia el pasillo para descolgarlo. En ese momento me giro un poco para mirar de frente a Elena y, de paso, intentar disimular un poco mi erección. Ella, sin dejar ni un momento la conversación se echa hacia atrás en el sillón y se coge uno de sus pies. Y en ese momento casi me falta el aire: a través de la tela del pantalón y de su ropa interior puedo apreciar perfectamente su sexo, prácticamente cada pliegue, cada protuberancia. Tardo unos segundos en apartar la vista y mirarla de nuevo a la cara. Sigue hablando, parece que no se ha dado cuenta de mi azoramiento. Sin embargo no me es posible mantener la mirada tan alto y, tal vez para comprobar si no era una ilusión, mis ojos vuelven a rodar hacia su entrepierna: es una de las visiones más increíbles, más excitantes que nunca he tenido el placer de observar. Mi fuerza de voluntad lucha con mi deseo de mirar, de recrearme en tan bella estampa. A duras penas consigo no dejar morir la conversación aunque apenas sé de qué demonios estamos hablando.

Llega Ana. Casi suspiro aliviado por su retorno porque realmente la situación se estaba volviendo muy incómoda. Nos dice que se tiene que ir, que han surgido unos problemas con un paciente en el hospital y la han llamado de urgencia; apenas se pone una chaqueta y viene hacia mí y me da un beso mientras me susurra:

Mantente así para mí para cuando vuelva- y, como sin querer, desliza su mano rozándome el pene: está tan duro que no me lo puedo creer.

Sale corriendo de casa y nos quedamos solos Elena, la gata y yo. El silencio cae sobre nosotros como una sábana, ligera y fresca. Ella sigue en la misma postura pero apoya su brazo en el respaldo del sillón y su cabeza sobre él, mirándome. Su melena, negra, lisa, cae en cascada sobre su hombro, su pecho y le cubre parte de su cara. Está seria, decidiendo algo. Alarga su mano.

¿Por qué no vienes? – dice- Estás muy lejos

Durante unos instantes dudo; después me levanto. Ella, ahora, sonríe abiertamente. Su mano sigue levantada y, al llegar a su altura me sujeta, acariciando mi muslo hasta que la posa en mi nalga.

¿Qué va a decir tu novio?- pregunto casi como último recurso antes de lo inevitable

Sonríe

Lo mismo que Ana.- su mano me acaricia suavemente- Pero, por favor, si vamos ha hacerlo, no hablemos, ¿vale? Y si no quieres me marcho ahora mismo.

Ya no hay dudas. Me agacho un poco y beso sus labios con delicadeza, como se hace cuando no conoces esa boca, ese sabor. Ella responde inmediatamente y el fuego nos recorre pasando a través de nuestras bocas, de nuestras lenguas. Sabe a deseo. Sabe a sexo.

Con clama bajo mi mano hasta su sexo y lo cubro con ella. Elena se tensa y gime. Ahora no veo, siento sus labios, el elástico de su braga: casi siento la humedad que la inunda. Ella no pierde el tiempo y su mano libre me sujeta el pene, duro, tenso, a punto de estallar. Comienza un leve movimiento de vaivén a todo lo largo haciendo que se tense más si cabe. Mi mano, casi sin pensarlo, comienza a trazar pequeños círculos sin separarse ni un instante de la tela. Ella comienza a jadear. Con la otra mano le sujeto la cabeza porque no quiero que acabe este maravilloso beso, este baile de sensaciones. Pero no hace falta: ella tampoco deja de besarme, de probarme. Estalla en un orgasmo profundo, largo, extenuante y sus gemidos, jadeos, gritos los vierte en mi boca y yo los bebo insaciable. Cuando termina, nos detenemos en un momento de recuperación: ella tiene que renacer después de esta dulce muerte.

Pero apenas pasa un momento ella comienza a mover su mano de nuevo. Pero ahora ya no lentamente, ya no suavemente. Sujeta mi pene de la mejor forma posible y me masturba rápidamente, con ansia. Se despega de mi boca y, como por ensalmo, baja mi ropa y consigue que mi piel entre en contacto con la de su mano, húmeda y caliente. Yo me yergo y mi pene surge en todo su esplendor, a punto de reventar. Cuando ella nota la llegada de mi orgasmo atrapa mi glande con la boca y pega su lengua contra él: mi final es arrebatador. Siento que mi fuerza vital se me escapa mientras ella la bebe con ansia, con placer. Al terminar ella me suelta y me mira, sonriendo. Es preciosa. Pega su cara contra mi pene y me abraza. Yo me agacho lo más posible y correspondo a su abrazo.

Nunca había hecho esto.- me dijo en voz baja, casi en silencio- Nunca había engañado a nadie. Pero es que me lo habéis puesto muy difícil con vuestros jueguecitos eróticos. Eso no se hace con las amigas.

¿Te diste cuenta?- le pregunté en el mismo tono

¡Que si mi me di cuenta! ¡Me habéis excitado como hacía tiempo que no lo estaba!

Si, también me di cuenta de eso.

Me abrazó con más fuerza, y se mantuvo en silencio. Su pelo olía a frutas del bosque y su respiración era entrecortada.

¿Y ahora, qué vamos ha hacer? Yo quiero a Luis

Yo también a Ana. Quiero seguir con ella

Yo también.

Me separé un poco y la miré a la cara. Estaba radiante, con un velo de preocupación en los ojos, pero feliz. Su piel olía como huele la piel de una mujer después del placer, después de la pequeña muerte.

Pues entonces no se lo diremos. Y tampoco lo repetiremos- le dije con dulzura

Ella sonrió y dijo que sí con la cabeza y me volvió a abrazar.

Pero ahora quiero hacer el amor contigo. Quiero sentirte dentro.

Lentamente nos quitamos la ropa y, desnudos, son tumbamos sobre la alfombra y comenzamos, de nuevo, a besarnos.