Ana 4 Azulejos color piel
Historia de un incesto
Los demas capítulos estan en mi perfil y en mi blog)
-¿Hoy tampoco vas a comer?
-No tengo hambre -respondió Ana, evasiva.
-Estás muy pálida últimamente Ana, no me digas que te estás haciendo anoréxica o algo así -El tono de su madre mostraba más irritación que preocupación sincera.
-Comí unos alfajores en el colegio -Trató de sonar decidida pero la verdad es que se sentía desfallecer.
Su madre hablaba -…que hoy en día las chicas quieren estar todas raquíticas, pero vos ya estás delgada Ana, no necesitas perder peso.
-Ya se, ¡dios! es que ya comí ¿no escuchas? -Se levantó con un exabrupto de rabia nada común en su carácter siempre reprimido, y se fue a su habitación. Se acostó, haciéndose un bollo en la cama e intentó superar el mareo que le sobrevino. Su corazón parecía estar cansado, como si cada latido le costara energía que no poseía.
Debería tomar algo al menos… Algo con azúcar. Cuando su madre se fuera a trabajar, tomaría un poco de coca cola de la heladera, se dijo.
Ojala se fuera pronto, deseó. Y así fue. Al poco tiempo escuchó la puerta delantera cerrarse. Su madre no tenía tiempo ni ganas para lidiar con una hija con desordenes alimenticios. Mucho menos para preguntarle siquiera el porqué de su problema.
Era enfermera y con frecuencia también solía tomar trabajos de enfermera particular. Ana reflexionó, confusa, que su madre probablemente ganara más dinero que su padre, que trabaja de albañil de manera bastante irregular.
¿Por qué seguía con él? ¿Por qué no lo dejaba? ¿Por qué no se la llevaba lejos de él?
Quería levantarse pero aún no se sentía con fuerzas. Se sentía enferma, y el miedo terrible que había estado sintiendo los últimos días la invadió de nuevo…
¿Y si estaba embarazada?
Se tapó los ojos con las manos y empezó a mecerse en la cama, sollozando. No podía soportarlo. No podía ni pensarlo.
Sus recuerdos estaban fragmentados, esparcidos… como virutas de cristal que se clavaban en ella cuando menos lo esperaba, invadiéndola, trasportándola a esa cama…
y se repetía en respuesta que no había ocurrido, que no era real. No era real. No era real. Y así lo creía por momentos, dando como resultado que ya no estaba segura de qué había ocurrido y qué no. Había partes de lo sucedido que no recordaba en absoluto.
¿Y si su padre no usó protección? ¿Y si el condón se rompió?
-No, por favor dios, por favor, por favor -siguió meciéndose en la cama, murmurando la plegaria una y otra vez, abrazándose, hasta que no le quedaron lágrimas y el agotamiento le impedía preocuparse por nada.
Era un limbo. Un limbo vacío en el que deseaba quedarse, pero no duraba. Después de un tiempo indefinido, se levantó despacio y se sentó en el borde de la cama. Cuando se estabilizó se puso de pie y lentamente fue hacia la cocina, abrió la heladera y bebió un poco de gaseaosa de la botella. El azúcar hizo efecto inmediatamente y se sintió mejor, pero al segundo sorbo se le revolvió el estómago. Debía comer algo…
No se animaba a comer. Todavía veía el agua del inodoro teñida de rosa cada vez que orinaba, y tenía mucho miedo a…
No. Tenía verdadero pánico a defecar. Estaba segura de que al hacerlo se lastimaría. Aún le dolía el…
Ana se estremeció, cerrando los ojos. Ni siquiera podía decirlo en su mente. Su estómago dio otro vuelco. Metió la botella en la heladera y cerró la puerta. Se quedó quieta con la mirada perdida en un rincón…
Su padre no había en eyaculado en su vagina. Trató de aferrarse a ese pensamiento, pero le habían enseñado en clase de educación sexual que de todos modos podía ocurrir un embarazo. Sintió que la gaseosa le subía por la garganta y se inclinó hacia el lavado para vomitar, pero solo tuvo un par de arcadas. Abrió la canilla para humedecerse la cara, y se enjuagó la boca.
Tenía que comer algo … pero aún no. Aguantaría lo más que pudiera.
Permaneció inmóvil, con la cabeza inclinada, viendo el agua de la canilla correr cuando escuchó a un coche detenerse frente a la casa.
Una ola de pánico la invadió. Cerró la canilla y se metió de prisa en su habitación cerrando la puerta suavemente. Tomó su mochila y metió dentro el monedero donde apenas si tenía dinero y abrió la ventana.
Escuchó a su padre abrir la puerta de entrada y se apresuró, con cuidado de no hacer demasiado ruido, a salir por la ventana. Una vez del otro lado, deslizó otra vez la ventana sobre su marco, cerrándola. Se quedó agachada al costado de la casa unos segundos. Su padre ya estaba en la cocina. Su corazón martillaba con fuerza, y dio un sobresalto cuando escuchó del otro lado de la ventana como alguien golpeaba despacio la puerta de su habitación.
Agachada, caminó por el costado de la casa hasta alcanzar la parte delantera, y con el corazón en la boca pisando lo más despacio que pudo, salió por la cerca de entrada deseando que su padre estuviera de espaldas a la ventana de la cocina.
A medida que se alejaba de su casa la invadía una sensación de euforia y no pudo evitar correr un poco. Al fin llegó a la esquina y una vez que la dobló se sintió a salvo.
Se apoyó en la puerta de un garaje con una mano en el pecho, intentando tranquilizarse. Lo último que quería hacer era marearse o descomponerse.
Tenía la presión baja. No podría caminar hasta donde quería ir, tendría que tomar el colectivo.
-¿Y… cómo se toman?
-En la caja están las indicaciones. –le respondió la mujer con cara de pocos amigos.
-Ah… ok. Gracias -Ana salió de la salita, con la caja de anticonceptivos en su mano. Abrió la mochila y los metió dentro. Leería las instrucciones en el colectivo o en algún lugar tranquilo.
¡Qué incomodo había sido! Ana habría jurado que las personas que estaban sentadas en la pequeña salita esperando por su turno, la miraron disgustados cuando pidió los anticonceptivos. No sabía si lo habían hecho realmente, pero así lo había sentido.
Hace tiempo había escuchado que en las salitas daban preservativos y pastillas gratis. Cuando se acordó de esto, se sintió casi desesperada por ir cuanto antes.
Ojala ya las hubiera estado tomando … se dijo, ojala fuera estéril.
Caminó hasta la esquina, miró hacia ambos lado de la calle y cruzó hacia una plaza con juegos para niños. Se sentó en una de las las hamacas y miró a su alrededor. Había una mujer con dos niños jugando más allá. Nadie más. Tomó su mochila y se la puso en la falda y extrajo de ella la pequeña caja. La abrió dentro de la mochila por si se le caía algo. Por nada del mundo quería ir otra vez a pedir otra caja… al menos hasta el mes próximo.
Sacó el papel de las instrucciones y lo leyó línea por línea, con toda su atención. Lo leyó varias veces. Luego tomó la caja, metió el papel dentro y la guardó en la mochila otra vez.
Se quedó abstraída mirando la arena que cubría el piso debajo de sus pies. Se quedó ahí una hora entera.
¿Ya se habría ido su padre? Él no solía quedarse en su casa mucho tiempo. No de día al menos, pero su horario era totalmente irregular.
Ana se puso de pie y decidió que ya era hora de que comiera algo. Una fruta al menos… Tenía tarea que hacer también, en unos días tendría una prueba.
No había nada que pudiera hacer, solo esperar. Las pastillas se comenzaban a tomar justo después de la menstruación, y para eso faltaban dos semanas.
Se puso de pie y se dirigió a la parada de colectivo.
Cuando llegó a su casa, sus padres discutían. Se los escuchaba desde afuera. Esperó a un intervalo en la discusión, tomó aire y golpeó la puerta. Su madre le abrió sin mirarla, y se puso a hacer la comida, parecía furiosa. Ana sin hacer contacto visual con nadie, entró, cerró la puerta detrás de ella y se dirigió a su pieza.
Estaba entrando en la habitación cuando la voz de su padre la hizo sobresaltar -¡¿Estas son horas de llegar?! -Le espetó -¿Dónde andabas?
Ana sin girarse dijo casi tartamudeando -Con unos compañeros… Teníamos que hacer un trabajo práctico. -Esperó un segundo por respuesta, y al no recibirla, ingresó en su pieza, refugiándose.
Apoyada en la puerta escuchó a su madre decir irritada -En algo raro anda… no come, anda de mal humor… no se…
Su padre no respondió.
Ana se tapó los oídos y se tiró sobre su cama boca abajo. Sentía un odio desbordante por todo. Por todos. Por ella misma. Quería desaparecer. O que desparezcan ellos. Quería tener algún lugar al cual ir. Quería…
Lloró silenciosamente hasta quedarse dormida, agotada. La voz de su madre preguntándole si quería cenar la despertó.
-No, ya comí.
-Ana… -su madre sonaba preocupada desde la puerta, y eso era más de lo que podía aguantar.
-¡Déjame dormir! -le gritó y se cubrió mas con las mantas.
Su madre permaneció unos segundos en la puerta, vacilante y luego la cerró, dejándola sola y en la oscuridad.
Cuatro días después.
Hace ya una semana que Ana lo estaba evitando. Carlos estaba impaciente y preocupado. Cada vez que llegaba a la casa, ella parecía desaparecer. Y luego estaba su mujer…
Carlos la observó. Le estaba gritando por algo, recriminándole cosas sin importancia… al menos pare él.
Últimamente lo estaba cansando, no tenía ganas de soportar sus histeriqueadas y despliegues emocionales. Antes los toleraba de buen grado, era una manera de descargarse… Y luego podía desquitarse con ella sexualmente. A ella le gustaba que la tratara así, él lo sabía.
Pero Ana… dios ¿cómo podía volver con su esposa después de probar a Ana…? No se la podía sacar de la cabeza.
-¡Callate Claudia, me estas cansando!
Pero no se calló, de hecho se puso más insoportable ahora que él había respondido después de ignorarla durante todo su espectáculo.
La bofeteada le volteó el rostro. Carlos sintió una punzada de culpa, no había tenido intención de pegarle tan fuerte.
Su esposa parecía perpleja, lo miró con lágrimas en los ojos.
Ahora era cuando él se acercaba, le pedía perdón y la llevaba a la habitación… Y sin embargo le espetó -¡Te dije que la cortaras! -tomó aire -Me tenés harto… ¿Ves lo que me hiciste hacer? -Hizo un gesto con la mano -Te pasa por histérica.
La mujer parecía ir a contestar algo cuando la puerta de entrada se abrió sobresaltándola y se apresuró a girarse.
Ana, con la mochila a un hombro y con el guardapolvo sobresaliendo de debajo de una campera que le llegaba abajo de la cadera, entró con la cabeza gacha. Cerró la puerta y fue directo a su habitación. Su madre permaneció de espaldas a ella, ocultando su rostro.
Después de eso ambos se quedaron en un silencio tenso mientras Claudia preparaba la merienda para su hija. En un momento Carlos observó como Ana ingresaba en el baño con los toallones para bañarse, siempre con la mirada en el piso. Estaba pálida y ojerosa.
Apretó los dientes y deseó que su mujer desapareciera. Que la partiera un rayo, lo que sea.
Su deseo no tardó en cumplirse. Su esposa terminó de preparar el café con leche y unos sándwiches y en silenció tomó su bolso y salió furiosa de la casa.
Ana se metió en la bañera llena de agua caliente y se relajó lo más que pudo sabiendo que su padre estaba del otro lado de la pared. Había tomado la costumbre de bañarse solo cuando su madre estaba en casa.
El pensamiento de que su padre no participaba tanto en las peleas conyugales le vino a la mente… últimamente solo escuchaba la voz de su madre gritando hasta el cansancio. Ana trató de recordar sobre qué pelearon el día anterior… No pudo. ¿Cómo podía ser? Estuvieron horas… ¿sobre qué era?
Ana bloqueaba las peleas. Eran algo abstracto en su mente… como una pintura en el trasfondo de su vida a la que se había acostumbrado y ya no notaba.
Un portazo la trajo de nuevo al presente. Suspiró aliviada… su padre se debía de haber ido dejándolas solas para merendar.
Ya casi había vuelto a comer con normalidad, aunque aun sentía algunas molestias en su cuerpo. Tomó el jabón y comenzó a enjabonarse. Con cuidado se animó a inspeccionarse. Deslizó una mano por su sexo y despacio introdujo un dedo. Entraba con facilidad. Lo sacó y repitió lo mismo en su ano. Después de bañarse se pondría crema ahí, para que se le curen las fisuras. Sintió una repentina sensación de desmayo al recordar el papel higiénico manchado de sangre. Cerró los ojos con fuerza, desviando ese pensamiento.
Tomó la esponja y comenzó a exfoliarse con dedicación. Aún no había menstruado , y la preocupación la asaltaba en momentos inesperados, pero como todo, estaba aprendiendo a bloquearse de eso también.
Lo peor era en el colegio. A veces estaba mirando su carpeta y se colgaba… luego algo le llamaba la atención y era como despertarse. Miraba a su alrededor, y no sabía cuánto tiempo había pasado. Era una sensación extraña, ni buena ni desagradable, solo extraña.
La puerta del baño se abrió.
Ana se tensó de los pies a la cabeza, y abrió los ojos de par en par. Una sombra alta se veía a través de la cortina.
-¿Quién está ahí? –preguntó con voz tensa a pesar de saber la respuesta.
Su padre descorrió la cortina de un solo movimiento, Ana apenas llegó a cubrirse los senos.
Quiso decir algo, pero estaba engarrotada de pronto. Se apretó abrazándose las rodillas mirando hacia abajo.
Su padre se quedo ahí parado mirándola con una mano aún en la cortina, hasta que soltó un largo suspiro.
-M…me estoy bañando. -murmuró ella.
-Me has estado evitando hace días -la voz de su padre sonaba acusatoria.
A su madre le hubiera gritado un « ¿no te imaginas por qué?» Pero a él… a él no podía ni mirarlo. Los ojos se le llenaron de lágrimas.
Su padre se quedó inmóvil un rato más y luego, con un suspiro de frustración se sentó en el borde de la bañera -¿Estás bien? -preguntó con voz áspera.
Ana asintió después de un momento. Solo quería que se vaya, que la dejara sola.
Su padre permaneció en silencio, un silencio tenso que la estaba a punto de quebrar como si fuera una copa de cristal.
Él estiró una mano y le acarició la mejilla, y sus lágrimas se desbordaron.
Retiró su mano, alejándose de ella y por un momento Ana creyó con alivio que se iba a ir, pero no era así. Con su vista periférica vio que se quitaba la camisa, quedando solo en remera. Se encogió más sobre si misma.
Carlos dejó la camisa sobre los toallones y se agachó al lado de la bañera. Después de unos segundos de mirar intensamente el cuerpo de su hija, metió la mano en el agua y fue directo a su entrepierna.
Ana apretó las piernas con fuerza. -¿Qué haces? ¡No!
-Solo quiero ver si estás bien Ana -dijo con voz ronca hundiéndole la mano entre las piernas, y a pesar de que ella las cerraba con toda su fuerza, pudo abrirse camino.
Se retorcía, debatiéndose entre sacarle la mano y cubrirse los pechos. No tenía fuerza suficiente así que se cubrió los pechos y apretó las rodillas cerradas lo más que pudo.
La mano de su padre le comenzó a masajear su clítoris apretando toda esa zona en círculos lentos pero decididos. Ana cerró los ojos tratando de no sentir nada, y al mismo tiempo deseando poder desconectar su mente y entrar en ese limbo que tanto anhelaba.
Él la acarició y masajeó hasta que sus piernas se empezaron a acalambrar.
-Basta… no… –Sollozó retorciéndose, pero él no se detuvo.
Tener los músculos contraídos le estaba produciendo espasmos involuntarios. Resistió lo más que pudo pero finalmente se distendió.
Cuando él sintió que aflojaba las piernas no se hizo esperar y sondeó su vagina hasta encontrar la entrada a su cuerpo y le metió un dedo hasta el fondo provocándole una sacudida.
Suspirando de placer apoyó la cabeza sobre la garganta de su hija y comenzó a penetrarla despacio.
Ana dejo caer la cabeza en el borde de la bañera y se quedó quieta, con la mirada perdida en los azulejos color piel, sintiendo como su padre la masturbaba.
Al principio se sintió como si le estuvieran metiendo la mano en la boca o en alguna otra cavidad. Era como un examen vaginal brusco. Pero a medida que pasaban los minutos, la fricción comenzó a calentar su sexo.
Ahora la penetraba con dos dedos . Sentía que su vagina le apretaba pero con el jabón y el agua caliente, sus dedos entraban y salían sin dificultad.
Su padre jadeaba sobre su cuello y en un momento Ana se dio cuenta de que él tenía la otra mano metida en sus pantalones. Observó cómo se sacaba el miembro erecto e hinchado hacia afuera y comenzaba a masturbarse al mismo tiempo que la masturbaba a ella. Volteó el rostro hacia los azulejos otra vez.
Sus dedos la penetraban con fuerza, llegando hasta el fondo, cada vez más rápido. Cerró los ojos e intentó no contraerse ni moverse… ni pensar.
Le besaba el cuello y la parte de sus senos que sobresalían de sus manos, que no llegaban a cubrirlos.
De pronto sintió como le apresaba una mano arrancándosela de su pecho, dejando al descubierto un pezón sonrosado que inmediatamente cubrió con su boca húmeda. Él la chupó con fuerza y Ana tembló involuntariamente.
Intentó librar su mano del agarre de su padre cuando vio que se la llevaba a su miembro. La cerró en un puño, pero el pulgar masculino le abrió los dedos sin dificultad y le aplastó la palma abierta contra su pene.
Ana pudo percibir como su padre se estremecía bajo su tacto. La lengua sobre su pecho la lamia con fuerza y un sollozo se le escapó sin querer. Volvió a dejarse caer hacia atrás, permitiéndole a su padre que restregara su mano contra su miembro.
Le llevaba la mano desde los testículos hasta la punta, de arriba hacia abajo, moviendo una piel suave que cubría un músculo duro. No quería tocarlo, le daba asco . Sus dedos se humedecieron cuando tocaron el glande y ella se estremeció pero no pudo retirar su mano. No podía hacer nada.
La boca de su padre se abrió paso hacia su otro pecho, y Ana dejo caer el brazo en el agua, sin resistencia.
El vapor, el agua caliente, la estaban adormilando. A pesar de que tenía todos los músculos aflojados su cuerpo se sacudía cuando los dedos dentro de ella tocaban algún punto especialmente sensible, o cuando la boca de su padre le succionaba un pezón como si intentara mamarla.
De repente él le metió otro dedo más provocándole una punzada de dolor y la contracción involuntaria de sus músculos internos le desencadenaron el orgasmo.
Carlos se dio cuenta y le hundió los dedos completamente para luego comenzar a bombear dentro y fuera de su vagina a toda velocidad mientras la comía los pechos, hambriento.
Hizo lo que había hecho las otras veces… la exprimió. La penetró sin parar mientras el cuerpo de su hija se tensaba y no paró ni un segundo mientras ella se sacudía y retorcía convulsionada.
El orgasmo la arrasó, sus ojos se giraron hacía arriba, y su mente se desconectó por un momento infinito.
Cuando volvió en sí, su padre la seguía penetrando y chupándole los pechos. Tragó saliva -Para… para… –gimió.
Carlos detuvo la penetración, pero dejó los dedos en su interior, sintiendo como la vagina de su hija palpitaba.
Ana notó que su mano, la de ella, estaba mojada y pegajosa. Su padre se seguía masturbando lentamente, resbalando la mano femenina por su miembro cubierto de semen. Se quedó pasiva, con la cabeza de lado, esperando a que la soltara para poder salir de la bañera pero tuvo un presentimiento al sentir el miembro húmedo debajo de su mano, el cual aún seguía duro e hinchado.
Finalmente su padre levantó la boca de su pecho y le retiró la mano de su interior, para luego acariciarle el clítoris, haciéndola estremecer. Lo sentía sensible y le latía.
Metió esa mano debajo de ella como si fuera a tomarla en brazos y tanteando en el fondo de la bañera, sacó el tapón. El nivel del agua comenzó a descender.
Después de acariciarle la mejilla Carlos se puso de pie y contempló a su hija…
Ana se cubrió los pechos y lo vio a través de sus párpados caídos. Su padre respiraba pesadamente y tenía una mirada extraña… entre atormentada y excitada. Su tamaño parecía llenar todo el pequeño baño. El miembro aún erecto sobresalía de sus vaqueros, y su ropa estaba machada de líquidos seminales.
La invadió el pánico de nuevo. Intentó pararse también y alcanzar la punta del toallón pero él le cortó el paso agachándose sobre ella obligándola a sentarse otra vez, mientras volvía a poner el tapón en su lugar.
Ana vio con desesperación como su padre se erguía y comenzaba desvestirse.