ANA - 31 - Alivio
Un nuevo capitulo en la serie Ana.
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Observé al profesor de matemáticas preguntándome si lo haría así con su esposa. Me pregunté lo mismo mientras contemplaba a la profesora de lengua, tan reservada y educada. ¿Lo haría así mi mama también? Apreté los ojos tratando de desviar esa imagen. No quería pensar en eso.
Las ultimas semanas se veían borrosas en mi memoria. No estaba segura de lo que había hecho ayer, o el día anterior, o hace 15 minutos. De alguna manera me levanté por la mañana, fui al colegio, y miré al frente como todos los demás. Mejor que los demás, de hecho. De vez en cuando tenia que recordarme mover, o desviar la vista hacia la ventana. También debía recordarme bajar la mirada cuando los profesores preguntaban algo. Tenía que estar atenta, pues era una de las que mas le preguntaban cosas. Gradualmente esto estaba cambiando, aunque no tan de prisa como quisiera. Seguían prestándome demasiado atención. ¿Por qué esperan tanto de mi? ¿Por qué esperan tan poco de los demás?
Poco a poco mi mente se fue aclarando hasta que pude pensar en lo que había ocurrido. Y ahora me encontraba en un ciber buscando pornografía. No era raro, solía ir a un ciber cada vez que faltaba al colegio, pero nunca había buscado pornografía. La única que había visto había sido sin querer, gracias a esos anuncios que se abren solos cuando tocas un botón. Por eso lo primero que hacia cuando me sentaba en una computadora era fijarme que los parlantes estuvieran apagados. Revisé los parlantes 5 veces, y me aseguré que mi computadora no se viera desde las demás, solo entonces ingresé las palabras en el buscador.
No era tan ingenua, yo ya sabía que había gente que lo hacía de ese modo, pero no sabía cuánta… Había paginas y paginas de sexo anal. Había sitios web dedicados a eso exclusivamente. Incluso parecía ser una de las categorías favoritas. Con el corazón latiendo de prisa, volví a revisar los parlantes y me puse los auriculares antes de darle play a un video. Apareció una chica parada en medio de un amplio living. Estaba vestida de colegiala, con dos colitas y mini falda, a pesar de que parecía tener alrededor de 30 años. La cámara se puso a dar vueltas a su alrededor, capturando su cuerpo desde todos los ángulos. Adelanté el video, y la imagen cambió drásticamente. Contraje las piernas al ver como la zamarreaban entre dos hombres. Uno le metía el pene en la boca y el otro por atrás. Minimicé la ventana y me fijé que nadie estuviera mirando en mi dirección. Estaba segura de que había algo en mi que gritaba “¡Porno! ¡Porno!”, pero nadie pareció darse cuenta. Maximicé la ventana y seguí mirando el video hasta el final.
Sin saber qué pensar, busqué otro video y le dí play también. De vez en cuando lo pausaba para fijarme que nadie estuviera cerca de mi cubículo. Me vi un par de videos mas, adelantándolos en algunas partes, repitiendo otras, y luego cerré el navegador y me quité los auriculares. En mi interior se sentía como un río corriendo a toda velocidad. Tragué saliva y noté que estaba acalorada. Apreté las manos contra mis mejillas y esperé unos minutos a que se me pasara antes de ponerme de pie. Los dedos me temblaban cuando le alcancé las monedas al cajero. De pronto me pregunte si él podía ver lo que yo había hecho en la computadora. ¿Lo podía ver en su computadora? ¿Lo podía ver en mi cara?
El aire fresco acarició mi piel mientras salía del ciber y me dije que no era probable que monitoreara cada computadora. ¡Debía haber mas de 50 en ese lugar! Con un suspiro empecé a caminar hacia mi casa. La cabeza me daba vueltas con confusión. Traté de comparar mi experiencia con lo que había visto en los videos y pronto los recuerdos estrujaron mis entrañas, impidiéndome caminar. Me senté en un paredón angosto que era mas bien el borde de una gran ventana y saqué el celular de mi bolsillo, solo para ocupar mis manos en algo.
Me hice consciente de la sensación constante que intentaba bloquear. La sentía todo el tiempo, especialmente cuando me sentaba. Apreté el celular y me repetí mentalmente que no era tan drástico. Visualicé los videos en mi mente, concentrándome en las partes mas violentas. “¿Ves?” me dije, intentando consolarme, “El cuerpo puede soportarlo. Puede soportarlo… Solo tenes que acostumbrarte.”
Eso me había dicho mi papá la ultima vez, cuando yo me había quejado. “Mientras mas lo hagamos, más pronto dejará de dolerte”. Guiándome por lo que acababa de ver, tenía razón. Los hombres en los videos eran brutos, pero a las mujeres no parecía importarles. Por la manera en que gritaban, desquiciadas, pidiendo más… era obvio que les gustaba. Y todo parecía ser fácil y… limpio. No lo entendía. A mi me había dolido las primeras veces. Aún me dolía… aunque era verdad que me estaba acostumbrando, incluso al dolor.
Desde aquella primera vez, hace algunas semanas, mi papa siempre quería terminar penetrándome por atrás. Para cuando acababa, la sabana estaba empapada con mi saliva, mis lagrimas y la humedad en mi entrepierna. Me costó reconocer que la ultima vez había sentido algo muy intenso, a parte del dolor. Mezclado con el dolor. Cuando fui al baño, mi vagina estaba tan húmeda que me tuve que limpiar tres veces. Incluso ahora podía sentir la humedad entre mis piernas a pesar de que esos videos me habían parecido horribles. “¿Que significa..? ¿Que significaba eso?” Era como si mi mente estuviera desconectada de mi cuerpo.
Ojala tuviera alguien con quien hablar de estas cosas… pero no la tenía. ¿Y acaso la gente habla de estas cosas? A dos casas a mi izquierda había una cooperativa en donde entraban y salían personas, éstas ultimas cargadas con bolsas de mercadería. “¿Hablaran de esto mientras empujan el carrito de las compras?” No lo creía. Esto era un secreto. Tal vez era el secreto de todos. Tal vez estas cosas eran mas normales de lo que yo pensaba, y yo lo estaba exagerando solo porque pensaba que era la única a la que le pasaba.
Este ultimo pensamiento logró tranquilizarme, a pesar de que contradecía todas las esperanzas que había guardado en mi corazón hasta ahora. Yo quería creer que la gente era buena. Yo quería creer que el amor era bueno. Y quería creer que el sexo y el amor eran lo mismo. Tal vez estaba equivocada. Tal vez era una niña. Una niña tonta que no entendía nada.
Mientras regresaba a casa, esa tarde, me repetí mis conclusiones una y otra vez hasta que empecé a creerlas. Ahora cuando pensaba en esos videos, ya no sentía tanto miedo. Sentía alivio. Porque yo no era la única. Yo no era la única…
-¿Vos no sos la hija de Mónica?
Me giré con el corazón en la boca.
-¿Mónica Garrido? ¿La que tiene rulos, rubia…?
-S-Si… -respondí mortificada. Había tardado demasiado como para improvisar una mentira y mi cerebro había dejado de funcionar.
-¡Ya me parecía! Yo soy Marta, no se si te acordás de mi, trabajaba con ella en el hospital. ¿Te acordás? Bah… eras chiquita la ultima vez que te vi ¡Mira que grande de estas! ¿Y cómo anda tu mama? ¿Siempre igual? ¡Que mujer mas simpática! Siempre de buen humor, yo nunca he visto a una mujer mas alegre que tu mama…
Asentí y sonreí dura como una piedra. -Si, ahí anda, siempre igual…
-¿Y que haces por acá? ¿Viniste a darte la vacuna de la gripe? ¿Qué edad tenes ya? Y, ya debes tener 16…
-17 -respondí, recordando la edad que le había dado a la doctora que me recetaba las píldoras.
La mujer alzó las cejas sorprendida. -¡Cómo pasa el tiempo!
“
Siguiente” interrumpió una voz.
-Pase usted -le dije a la mujer, en un momento de lucidez.
-¡Nooo, querida! anda vos nomas -respondió con una amable sonrisa, pensando que me estaba haciendo un favor. Me quede un segundo congelada, sin saber que hacer. Al fin la impotencia se instalo en mi y fui hacia la mujer del escritorio. Quise decir otra cosa, pero no se me ocurrió nada.
-Vengo… por las pastillas. Anticonceptivas -agregué atropelladamente mientras mi cara se ponía al rojo vivo. Casi podía ver a Marta abriendo la boca de par en par, pero no me giré para verificarlo. Me hicieron pasar a un consultorio y para cuando salí, Marta ya no estaba.
Saliendo de la salita solté el aire como si hubiera estado conteniendo la respiración. Tal vez lo había hecho. Ir a pedir las píldoras una vez por mes no se había vuelto más fácil. Pensé, una vez mas, en usar el dinero que me había dado mi papa para ir a la farmacia pero, como las veces anteriores, deseché la idea. ¿Cual sería la diferencia? Pasaría por los mismos nervios e incomodidad, y encima tendría que pagar. Tal vez lo haría si fuera mi dinero, pero no lo era…
Y ahora, mas que nunca, no podía dejar de tomar las pastillas. Había pasado un momento horrible hace unos días… Sin previo aviso, había sentido el líquido caliente en mi interior y en mi aturdimiento lo interpreté de la peor manera. Mi papa se desplomó sobre la cama a mi lado, totalmente agotado, ignorando mi estado. Estaba congelada de pánico y tardé mucho en poder levantarme e ir al baño. Me senté en el inodoro y contraje los músculos sin saber qué esperar. Pero no había sangre ni suciedad como había temido, solo restos de lubricante y algo que parecía crema blanca. Fue recién entonces cuando me di cuenta de que se había quitado el preservativo en algún momento.
Claro que no me podía quedar embarazada a causa del sexo anal, pero no podía arriesgarme. Cuando mi papá se excitaba parecía capaz de cualquier cosa, incluso de olvidar usar protección. Ya lo había hecho una vez, y aunque yo había estado indispuesta y era poco probable, me podría haber dejado embarazada. No quería pasar en mi vida por los nervios que había pasado aquellas horribles semanas. Hice un gesto, y desvié mi atención hacia el paisaje a mi alrededor. Ya no quería pensar en esto…
Estaba llegando a casa cuando recordé a Marta, lo que me causó una nueva punzada de vergüenza y temor. Viajaba en colectivo casi 40 minutos para llegar a esa salita, que era la mas alejada del hospital donde trabajaba mi mama, y aún así me cruzaba con alguien que la conocía. ¡No puedo tener mas mala suerte! pensé, pero pronto me corregí: sí podía tener peor suerte… recé para que Marta no tuviera el teléfono de mi mama ni la confianza como para llamarla y decirle con su voz de vieja chusma “¿A que no sabes adonde me crucé a tu hija?”
Nadie respondió cuando golpeé la puerta de entrada, por lo que tuve que usar mi llave. Suspiré de alivio al encontrar la casa vacía, aunque no estuve del todo tranquila hasta que llegó mi mama. Apenas entró, supe que no había hablado con Marta, pues hubiera sido incapaz de ocultarlo. Me retiré a mi habitación pensando que tal vez, por una vez, había tenido algo de suerte.
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