Ana 29 Diente de león
Nuevo capítulo de la serie Ana.
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Estábamos las tres sentadas al pie de la escalera: Jackeline, Yamila y yo. La única que hablaba era Jackeline, contando todos los detalles de la gripe que la había obligado a estar en cama durante casi dos semanas. Cuando al fin había regresado al colegio, nos había encontrado a Yamila y a mi sentadas en la escalera. Su expresión había sido casi cómica, mirando a la pobre Yamila como si fuera una traidora, pero yo me apresuré a saludarla lo más bien y a decirle que se sentara con nosotras. Ella lo dudó solo un segundo. Me costó un par de preguntas y fingido interés, pero una vez que logré que comenzara a hablar, no se había detenido.
-¿Se nota que perdí 4 kilos? -me preguntó con entusiasmo mientras íbamos para el salón.
-Se te nota un montón -le dije, aunque la verdad se veía exactamente igual.
Cuando llegamos a nuestros bancos, hubo un momento de indecisión pero lo resolví dejando que se sentaran ellas juntas. Yo me senté sola en el banco de adelante. No quería darle excusas para que se ofendiera de nuevo, aunque noté que Yamila hizo un gesto como si hubiera preferido sentarse conmigo y no es difícil entender porqué; para el tercer recreo Jackeline la ignoraba completamente y solo me hablaba a mi. Me contaba todas esas cosas que no me había podido contar en las ultimas semanas, incluyendo algunos chusmeríos sobre su primo Ramiro.
Y así, nuestra amistad se había retomado de una manera tan estúpida como se había interrumpido. Con la diferencia de que ahora teníamos que cargar con Yamila.
En lo que al estudio se refiere, seguía sin poder resolver los problemas que la profesora de física nos dejaba como tarea. Dos veces había ido a la biblioteca con la intención de retomar el hilo, pero no lograba concentrarme mas de dos páginas seguidas. Y tenía que estudiar un manual entero si quería alcanzar a los demás.
Bah, los demás estaban tan perdidos como yo en su mayoría. Pero yo no era la mayoría. No estaba acostumbrada a ser parte del montón en este sentido, y no me gustaba. “Pronto lo haré. Pronto lo retomaré…” me prometí una vez más, mientras regresaba a casa en colectivo.
Cuando llegué, dejé la mochila en mi habitación y fui a bañarme. Últimamente me bañaba todos los días. Sentir como el agua caliente golpeaba contra mi cuerpo era uno de los únicos placeres que había tenido en mi vida. Eso y dormir hasta tarde, pero estas no eran las razones por las que ahora me duchaba a diario. Es que me sentía mas cómoda estando siempre limpia. El único momento en el día en el que me sentía realmente limpia, era cuando salía de la bañera y me envolvía en las toallas. A partir de entonces mi incomodidad iba creciendo hasta que ya no me soportaba. También había empezado a lavarme la ropa todos los días. El mas mínimo olor a transpiración me molestaba. Me provocaba algo en el estomago. Era lo mismo que me pasaba con la comida; cuando tenía comida en el estómago, me sentía sucia.
De pronto cerré los ojos con fuerza, como hacía cada vez que me sobrevenían recuerdos e imágenes de los días anteriores. Me asustaba pensar que lo que ocurría se estaba volviendo algo tolerable, como una rutina. Las dos veces que mi papa me había llevado a su habitación habían sido casi mecánicamente iguales. El lunes, con muy pocos preliminares, me había doblado boca abajo sobre la cama y me había penetrado. Yo permanecí lánguida como las veces anteriores, concentrada en no pensar en nada, pero ese día, unos minutos antes de acabar, retiró su pene de mi vagina y luego lo frotó contra mi ano. Yo me puse en tensión y cuando empujó me contraje y retorcí quejándome.
–
¡No! No-
–
Ya, quedate quieta –dijo él sujetándome contra la cama mientras intentaba encajarse entre mis nalgas. Me retorcí de nuevo.
–
Esta bien, esta bien –desistió después de un momento y sujetándome por la espalda me volvió a penetrar por la vagina y continuó enérgicamente hasta acabar, provocándome ardor y algo de dolor.
Como si no tuviera suficiente ansiedad, ahora tenia un nuevo temor. Mi estomago se retorcía con pánico ante la futura penetración anal que con toda seguridad llegaría, me negara yo o no. Lo que recordaba de aquella primera vez era suficiente para provocarme mareos. La sangre, el dolor y los desgarros que volvían a ocurrir cada vez que iba al baño… No quería pensar en eso. Pero debía hacerlo si no quería pasar por lo mismo otra vez. Antes de salir de la bañera, me pasé la esponja entre las nalgas pero era en vano. Nunca me sentiría limpia en esa zona.
Envueltas en toallas, entré a mi habitación, dispuesta a vestirme e irme antes de que mi mama se fuera, dejándome sola con mi papá. Estaba atándome los cordones de las zapatillas cuando mi puerta se abrió.
Mi papa se apoyó en el marco, cruzando los brazos sobre su pecho y me observó sin decir nada durante varios segundos. Tragué saliva pensando que tal vez mi mama se había ido sin que yo me diera cuenta pero entonces escuché sus pasos en la cocina y suspiré de alivio. Mi papá siguió mirándome con gesto irritado, y entonces sonrió.
-Vení para acá -dijo haciendo un gesto con la mano. Un segundo después salía de mi habitación. Me levanté apresuradamente y lo seguí por el pasillo hacia la pieza del fondo.
Había dos piezas sin acabar en la casa, una llena de chatarra, y la otra casi llena de chatarra que mi papa usaba de taller. En el medio había una gran mesa de madera con incontables quemaduras de soldador y manchas de grasa.
-Tengo que pintar esas maderas de ahí -dijo señalando unos tablones delgados y largos que descansaban sobre la pared. -Tienen que estar listas para dentro de unos días y yo no tengo tiempo… ¿Me ayudas?
Confusa y aliviada por su pedido, afirmé con la cabeza varias veces incapaz de hablar. Él fue poniendo las maderas sobre la mesa, y luego me alcanzó una lata de pintura y un pincel.
-No pintes los bordes, porque sino no las voy a poder encajar entre si -dijo mientras hacía palanca con un destornillador hasta abrir la tapa de la lata. -Hoy las pintas de un lado, mañana del otro.
-Esta bien -susurré entusiasmada. Tenía muchas ganas de pintar algo, aun si se trataba de unas maderas comunes. Solo el tener un pincel en mi mano era divertido.
Mi papa me dejó sola y yo me puse a la tarea. Tardé dos maderas en agarrarle la mano. El truco era pintar no a lo largo, sino a lo ancho, desde el centro hacia los bordes para que no se chorreara la pintura por los costados. En un momento vino mi mama a ver qué hacia y arrugó la nariz.
-¡Uff, que olor! Mantené esta puerta cerrada que no quiero que se vaya el olor para allá, ¿me escuchaste?
-Si…
-Che ¿no es mejor que te cambies de ropa? A ver si te manchas… Bueno, yo me voy. Vuelvo tarde.
-Chau… -le dije distraídamente mientras seguía pintando. Estaba tan entretenida que perdí la noción del tiempo. Debían de haber pasado horas cuando la puerta del pasillo se volvió a abrir. Alcé la vista y me encontré con la mirada de mi papá.
-¿Todavía estas con eso? -preguntó sonriente mientras se acercaba a grandes pasos. Las inspeccionó apenas por encima de mi hombro y luego me abrazó. -Están perfectas. Gracias -dijo dándome un ruidoso beso en la mejilla. A pesar de todo, me tranquilizó saber que las había pintado bien.
Mi papa me abrazaba cariñosamente, pero pronto metió una mano bajo mi remera.
-Aún… aún me falta del otro lado.
-Del otro lado las pintas mañana, ya hiciste suficiente por hoy -dijo sin soltarme.
-Termino ésta nomas.
El suspiró contra mi cuello y me soltó.
-Terminá esa y listo por hoy ¿Entendido?
Afirme con la cabeza, y suspiré yo también cuando se alejó por el pasillo. La ultima madera la pinté super lento, aunque no sirvió de nada. Ya había acabado, y ahora tenia que ir al comedor donde estaba él. Miré a mi alrededor sin saber qué hacer con el pincel y decidí que lo mejor era preguntarle. Lo dejé apoyado en el borde de una repisa, y me dirigí hacia el comedor. Mi papá estaba sentado en el sillón, viendo la televisión. Abrí la boca para decirle algo, pero la volví a cerrar porque me había olvidado de lo que era. Él se golpeo la rodilla, invitándome a que me acercara.
-Me tengo que bañar -dije dando un paso hacia atrás.
-¿No te bañaste ya?
-Si pero… tengo olor a pintura.
-A ver -dijo haciendo un gesto para que me acercara. Cuando lo hice, me agarró por la cintura y apretó su cara contra mis pechos.
-No tenes olor a nada -dijo al fin, exhalando.
-Me-me quiero bañar igual.
-Te bañas después -ordenó cortante, dando por terminada la cuestión. Metió una mano por debajo de mi remera, y empezó a manosearme los pechos. Desvié la mirada y el cuerpo se me tensionó, divido entre el deseo de huir, y el recuerdo de que alguna vez había decidido que lo mejor era quedarse quieta, y aguantar. Mi papá me alzo la remera y empezó a besarme los pechos con total naturalidad. Las rodillas se me aflojaron.
Ambos nos sobresaltamos cuando escuchamos un coche estacionar frente a la casa. Mi papa tragó saliva, pero no me soltó hasta que tocaron a la puerta. Recién entonces me bajo la remera, apretando los dientes.
-Puta madre… -murmuró por lo bajo, mientras se ponía de pie y me empujaba hacia mi habitación. No me hice rogar, me apresuré a entrar en mi habitación y no volví a salir hasta que mi mama me llamó para cenar.
Al otro día me levanté temprano para terminar de pintar las maderas, solo para encontrar el pincel seco como una piedra en la repisa donde lo había dejado. Lo golpeé contra la pared y era como golpear un cacho de plástico. Estaba totalmente petrificado.
-Rayos… ¿Y ahora qué hago? -Volví a la cocina y le pregunté a mi mamá pero me dijo que no tenía idea si había otro pincel. Desilusionada, volví al taller y deje el pincel sobre la repisa otra vez. Luego fui a buscar las toallas y me metí en el baño para ducharme.
Cuando llegué del colegio, cansada y con hambre, me olvidé completamente de las maderas. Fue recién después de merendar que me dirigí a la habitación del fondo a mirarlas. Estaban lo suficientemente secas, así que las di vuelta, una a una. Mi mama se despidió a gritos mientras salía de la casa rumbo al hospital, y yo me quedé sola.
No se si estaba preocupada, solo se que cuando llegó mi papa me sobresalté como un gato al que le arrojaran agua.
-¿Hay alguien? -preguntó desde el comedor. Fui a su encuentro, retorciéndome las manos. Sonrió al verme.
-¿Estabas pintando?
-No. Es que… no tengo pincel.
Me miró arrugando el entrecejo -¿Y el que te dí?
-Se secó.
-¿Cómo que se se…? -dejo la frase sin terminar, mientras me pasaba de largo por el pasillo. Al ver el pincel, lo agarró y lo golpeó contra el borde de la repisa.
-Ah, pero vos sos una pelotuda. ¿Como vas a dejar esto así?
Di un paso hacia atrás, alarmada por su repentino cambio de humor.
-Me lo olvidé.
-¿Te lo olvidaste..? ¿No ves que no sirve más? ¿Que hago con esto ahora, eh? ¿Donde me lo meto a este pincel? -de pronto lo arrojó contra la pared, asustándome -¡La puta madre que me pario! ¿Para que te pido algo yo, para qué..? Decime.
-Pensé..
-¿Que pensaste, eh? ¿Qué mierda tenes en la cabeza? ¡¿Como vas a dejar un pincel con pintura al aire libre?! -gritaba gesticulando con la mano como si fuera a pegarme.
Hundí mi cabeza entre mis hombros, dispuesta a cubrirme en cualquier momento. -Fue sin querer. No sabia… -pero ya no me escuchaba. Se dedicó a caminar en círculos alrededor de la mesa, escupiendo puteadas al piso. Y a mi. Las palabras “estúpida, tarada, pelotuda…” resonaban en mis oídos.
-Tomá -dijo cuando se cansó de gritar, sacando un billete de su bolsillo. -Vas ahora mismo a la ferretería de acá a 5 cuadras, y compras una brocha nueva. ¡¡Y mas te vale que esté abierto!!
Agarré el dinero, me puse una campera, y salí corriendo de la casa, reprimiendo las ganas de llorar a cada paso. Tenia el estomago revuelto. Durante todo el trayecto recé al cielo por que estuviera abierto, pero cuando llegué, encontré la ferretería cerrada. Respire profundamente, intentando controlar el pánico que se empezaba a apoderar de mi cuerpo. El sol se había escondido ya, dejando solo una luz celeste-azulada que pronto desaparecería del todo. Mire a mi alrededor, preguntándome si habría quizás una ferretería que todavía estuviera abierta, pero no sabía de ninguna mas que ésta. Y claro que estaba cerrada, eran las 9 de la noche. Descompuesta, empecé a caminar de regreso a mi casa pero cuando llegué, fui incapaz de abrir la puerta de entrada.
Arrastrada por la costumbre, me escondí al lado de la casa, contra la pared de mi habitación. Me deje caer en el piso, y me envolví las rodillas con los brazos, para conservar el calor. ¿Cuantas tardes y noches, y días incluso, había pasado así, esperando a que mis padres dejaran de pelearse a los gritos? Gran parte de mi infancia parecía haberla pasado escondiéndome. Sola. Solo yo y el piso, la pared, los yuyos que crecían al borde del cemento. Arranqué un diente de león y lo aplasté contra la pared, embarrándola con su color, recordando… “ANA” escribí en letras amarillas que, yo sabía, serían borradas por la próxima lluvia. Como si nunca hubieran estado allí.
A mis espaldas se escuchó el sonido de la puerta de entrada, y luego el del motor del auto de mi papá arrancando. El alivio que recorrió mis venas incluso me hizo olvidar cuánto tiempo y frio acababa de pasar. Me levanté, y después de sacudirme la ropa, ingresé en la casa por la puerta de atrás ya que solía estar abierta de día. Sabía que solo estaba posponiendo el enfrentamiento con mi papá así que, sin saber qué hacer, me puse a buscar por todos lados. Había tantas cosas en esa habitación/taller, tanta chatarra, herramientas, maderas, toda clase de cosas apiladas en todas partes, que no sería raro si hubiera también un pincel por ahí. Incluso creía recordar haber visto uno, me dije a mi misma, mientras abría cajas de herramientas, cajones y cajas de cartón.
Cada vez que pasaban un auto por la calle, mi pánico se disparaba. En cualquier momento podría regresar, y no sabia cómo iba a reaccionar cuando le dijera que la ferretería estaba cerrada. O tal vez si lo sabía, y por eso tenia tanto miedo.
Después de media hora buscando, encontré una botella llena de thinner y se me prendió la lamparita. El thinner era como el quitaesmalte, recordé. Yo había visto a mi papa limpiarse las manos con ese liquido muchas veces. Esperanzada, agarré una de las latas vacías que había tiradas en un rincón y metí dentro el pincel seco que yacía tirado donde mi papá lo había estrellado. Luego le eché thinner hasta que el diluyente cubrió todo el pelo del pincel y cerré bien la botella. Tenia un olor muy fuerte así que lleve la lata al patio y la escondí detrás de una caja de madera. No quería que nadie la viera hasta saber si había funcionado o no.
Justo en ese momento, llegó mi papá.
-¡Ana! -gritó mientras ingresaba en la casa. A pesar del miedo, me apresuré a ir a la cocina, desechando la idea de huir. No podía huir por siempre.
-¿Donde estabas? -preguntó en cuento me vio.
-Acá. Estaba acá.
-¿Conseguiste el pincel?
Me agarré las manos -Es-estaba cerrado.
Tardó unos segundos en reaccionar, y yo supe que era un volcán a punto de estallar.
-Las… las puedo pintar mañana. Mañana…
-¿Sos estúpida o me estas tomando el pelo? -dijo mirándome amenazador. -¿Eh? ¿Me estas tomando el pelo?
-No, no..
-¡Te dije que las necesitaba para mañana! ¿Que tenes en la cabeza? Te pido algo simple, y no lo haces… ¿Te costaba mucho hacer algo bien, por una vez en tu vida?
-Perdón, perdón…
-¡Deja de pedir perdón, la puta que te pario! -Traté de agacharme cuando dio un paso hacia mi pero me levantó tirando de mi pelo. -¿Te pensás que así va a arreglar todo, eh? ¿Pidiendo perdón? ¿De que me sirve tu perdón? ¿Que hago yo con tus lagrimas, de que me sirven?
Caí al piso cuando me soltó, dejándome el cuero cabelludo adolorido. No me animé a levantarme, mientras él se acercaba y se alejaba, gritando a todo pulmón. Solo cuando pensé que se había calmado, me puse de pie y traté de escabullirme hacia mi habitación.
-¿Te di permiso para que te fueras a tu habitación? -dijo atrapándome por el brazo y zarandeándome -¡¿Eh?!
-N-no, no.
-Sentate ahí -ordenó arrojándome hacia el sillón. Luego cerró la puerta de entrada con llave y apagó la luz. Ahora el fluorescente de la cocina y la pantalla del televisor eran lo único que iluminaba el comedor. Sentada en el sillón, me abracé la cintura.
-Sacate las zapatillas.
Empecé a desatarme las zapatillas pero terminé sacándomelas de un tirón. Mi papa se llevó las manos a la cintura y comenzó a desprenderse el cinturón.
-¡No, por favor!
-Calmate, -dijo con un gesto de la mano -no te voy a pegar. Calmate… -se fue a su habitación y volvió un momento después. -Sacate el pantalón.
-Por favor…
-Sacatelo, o te lo saco yo.
Como no me movía, se arrodilló a los pies del sillón y me desprendió el jean con rudeza. Luego tiró de él hacia abajo.
-¡Levanta el culo! -gritó cuando no pudo bajarlo por mis caderas. Al fin me lo quitó, dejándome las piel irritada. Traté de aferrar mi ropa interior pero no pude evitar que me la quitara también.
-No seas estúpida -mascullo apartando mis manos. -Ya te he visto desnuda. -Tiró mi ropa interior donde estaban mis zapatilla y mi jean, y me sujetó por debajo de las rodillas. Solté un jadeo cuando levantó mis piernas, haciéndome caer de espaldas sobre el sillón. Flexionó mis rodillas hacia atrás hasta que me dolían los músculos, exponiendo mi entrepierna sin ninguna protección.
-Te debería pegar… -murmuró mirando mi vagina -pero no lo voy a hacer. -Tragué saliva, mortificada. Mi cabeza chocaba contra el respaldo del sillón, y casi no podía respirar. A continuación me soltó una de mis piernas que cayó hacia un lado, y se puso a masajear mi clítoris con la punta de los dedos provocandome un escalofrío nervioso.
»¿Querés que te pegue? ¿Eh…? ¿Preferirías que te pegue con el cinturón? -preguntó mientras movía sus dedos suavemente sobre mi parte mas sensible. Desvié la mirada, intentando no sentir nada. Los ojos se me humedecieron, y los parpados se me cerraban. De repente se chupó dos dedos y los sumergió en mi interior. Yo me estiré, tratando de alejarme, pero el simplemente empujó y los metió hasta el fondo.
-¿Preferirías que te pegue con el cinturón? -repitió con voz cruel mientras flexionaba sus dedos en mi interior. -¿Eh? Decime, ¿Que preferís…? ¿Preferís esto… -hundió y sacó sus gruesos dedos varias veces -¿O preferís que te pegue con el cinturón?
Como no contestaba, retiró los dedos y se quitó el cinturón de un tirón.
-¡No, no…!
-Ah, o sea que preferís esto… -volvió a meter sus dedos en mi interior. -¿Eh..? ¿Si o no? ¡¿Si o no?!
-Si -susurré con la cara roja de vergüenza.
-No te escuché.
-Si…
Removió sus dedos en mi interior, una y otra vez, hasta que cualquier resto de resistencia desapareció de mi cuerpo. No podía pensar, no me podía mover. Todos mis nervios estaban a flor de piel. Todos mis sentidos saturados.
Finalmente retiró los dedos, no sin antes mostrarme la humedad. -¿Ves eso…? Eso significa que te gusta..
Mantuve la mirada perdida mientras se desprendía el pantalón y se colocaba el preservativo. Volví a sentir sus manos aferrándome por debajo de las rodillas, levantando mis piernas hacia arriba hasta que casi tocaban mis hombros.
“
No, así no… así no.” Estábamos en el comedor, había demasiada luz. Mi cuerpo estaba doblado de una manera vergonzosa. Mis piernas abiertas de par en par y mi vagina totalmente expuesta.
Mi papá encajó su pene en la entrada, y lo deslizó hasta el fondo de mis entrañas en un solo movimiento haciéndome gemir sin querer. Se mantuvo inmóvil unos segundos, hundiendo sus dedos en mis piernas, y luego comenzó a moverse despacio, retirándose para después hundirse más profundo que nunca.
Mi pulso se disparó, y la cabeza comenzó a darme vueltas. Parpadeé abrumada, sin saber qué hacer con mis manos o mi mirada. No podía evitar mirarlo. Cada vez que empujaba en mi interior, mi cabeza chocaba contra el sillón, empujando mi cuerpo hacia el, provocando que su pene llegara mas adentro. El estaba sobre mi, aplastándome, y yo no podía girar la cabeza hacia el costado. Me sentía desnuda. Sin defensas. Sin piel.
Después de unos cuantos embistes, abandoné todo intento de controlar mis gestos y deje que mis ojos se abrieran y se cerraran a voluntad, mientras mi cuerpo se mecía a causa de los potentes empujones. Suspiros involuntarios se escapaban de mi garganta a causa de la compresión y descompresión de mi vientre.
Gradualmente las penetraciones fueron haciéndose más rápidas, hasta que tomaron un ritmo frenético, haciendo que mis fluidos salpicaran el sillón. Me apretó las piernas con fuerza, y entonces lo sentí explotar en mi interior, jadeante, con las venas del cuello hinchadas con sangre, como a punto de reventar.
Su piel estaba húmeda y había un fuerte olor a sudor cuando al fin retiró el pene de mi vagina, dejando un vacío adolorido en mi interior. Lo apoyó sobre mi vientre y se sacó el preservativo derramando su semen sobre mi ombligo. Yo tragué el nudo en mi garganta y cerré los ojos, alarmada sobre lo que estaba ocurriendo. Cuando al fin me anime a abrirlos, me encontré fugazmente con la mirada de mi papá, pero fue suficiente para sentir un golpe de vergüenza en el estomago.
El me soltó entonces, dejando caer la pierna que aun sostenía, y se incorporó resoplando.
–
Andá a lavarte –dijo sin mirarme, haciendo un ademan en dirección al baño. –Y después anda a hacer la tarea… o lo que tengas que hacer.
Esa noche di vueltas y mas vueltas en la cama, sin poder dormir. Intentaba relajarme pero el corazón me latía frenéticamente y no lograba calmarlo. No por primera vez, escuchaba mi pulso en mis oídos. Apreté las palmas contra mis ojos hasta que vi fuegos artificiales, y luego me tiré del pelo. Alcé las rodillas hasta hacerme un bollito, contrayendo y aflojando las piernas convulsivamente, sin poder estarme quieta. En un momento me levanté de la cama, y me puse a caminar en círculos por la habitación. Luego me acosté otra vez y observé el techo durante un largo tiempo. De pronto me acordé de las maderas a medio pintar en el taller, y no pude sacármelas de la cabeza. Todo había sido por eso, por mi estupidez. Mi papa necesitaba esas maderas para mañana…
Seguí dando vueltas en la cama, hasta que ya no pude aguantar mas. Hice las mantas a un lado y empecé a vestirme. Luego fui hacia la ventana, la abrí y salté fuera de la casa sin hacer ruido. El aire fresco de la noche me puso la piel de gallina. Levanté la vista al cielo y observé las millones de estrellas que llenaban la negrura sin lograr iluminarla.
“
Millones de estrellas” me repetí a mi misma, mientras caminaba agachada hacia el patio. “Millones de estrellas…”
La luz proveniente del patio del vecino fue suficiente para encontrar la lata con el pincel. Lo agarre con cuidado de no salpicarme y lo apreté contra la pared. ¡Se había ablandado! Lo froté hacia arriba y hacia abajo contra la pared, hasta que casi toda la pintura seca se salió, dejando el pincel bastante limpio. Tanteé la puerta de atrás pero estaba cerrada, así que volví a la ventana de mi pieza, y me metí dentro con dificultad, ya que tenia que sostener el pincel en una mano. Salí de mi habitación de puntillas y me dirigí a la habitación del fondo. Cerré la puerta del pasillo con cuidado, y prendí la luz.
Mientras abría la lata de pintura, me di cuenta de mi estupidez. ¿Para que había salido por la ventana si podía haber venido por adentro de la casa? Realmente era una estúpida.
A la mañana siguiente…
-¡Ana, veni para aca!
Era la peor manera de levantarse. Temblando de pies a cabeza, me vestí a toda prisa, tratando de adivinar qué era lo que había hecho mal ahora. Pensé que habían quedado bien, pero quizás estaba demasiado cansada para saberlo. Amanecía cuando al fin me había acostado a dormir. Las había pintado con muchísimo cuidado, pero tal vez había cometido un error sin darme cuenta. Tal vez estaba mal limpiar el pincel con thinner, tal vez estaban demasiado blancas, tal vez les había puesto demasiado pintura y no secarían a tiempo. Tal vez les había puesto muy poca…
Cuando llegué a la habitación del fondo, mi papá me recibió con las manos en la cintura.
-¿Cuándo pintaste esto? -preguntó molesto, señalando las maderas puestas en fila.
-Ayer -respondí con una vocecita.
-¿Ayer? ¿Ayer cuándo? ¿Después… ?
-Ayer a la noche.
Me miró juntando las cejas. -¿Por que? -preguntó confundido, aunque no entendí porqué.
-Es que… dijiste que las necesitabas para hoy.
Se quedó en silencio durante algunos segundos, y yo seguía sin saber si me estaba retando o no. Extendí mi brazo, temblorosa, y le alcancé el billete.
-¿Qué es eso? -preguntó con voz ronca.
-Es el dinero del pincel. No lo usé al final.
-Quedatelo.
-Pero..
-Quedatelo -dijo cortante y luego suavizó su tono. -Es tuyo, por haberme ayudado.
Mantuve el dinero en el aire un segundo, indecisa, y finalmente lo metí en mi bolsillo otra vez. Mi papa no se movía, como si también estuviera indeciso. Entonces carraspeó, y comenzó a levantar las maderas de la mesa para apilarlas en vertical contra la pared. Hice un gesto nervioso cuando vi la forma de una mano negra sobre ellas.
-¿Ehm? -Preguntó siguiendo mi mirada e hizo un chasquido con la lengua cuando vio la mancha de grasa. Se miró la palma y luego la restregó contra su pantalón. -No importa igual… Esto es base, después hay que volver a pintarlas arriba -comentó como si nada mientras las seguía apilando. -Al final no las tengo que usar hoy… no hay problema.
Todo lo que decía o hacía me estaba haciendo daño por algún motivo y necesitaba alejarme. Comencé a caminar hacia mi habitación pero su voz me detuvo en seco.
-Ana… -llamó. Dejó la madera a un lado y extendió una mano hacia mi. Me acerqué con el cuerpo tieso de pies a cabeza. Cuando estuve cerca, él dio un paso y me abrazó con fuerza. Me sostuvo así varios segundos antes de hablar. -Perdoname… -dijo frotándome la espalda, y un escalofrío me recorrió. -Soy un tonto. A veces pierdo la paciencia… digo cosas que no pienso en realidad. -Me rodeó el rostro con las manos y acercó su frente a la mía. -Yo te quiero mucho, ¿sabes eso, no? -Lágrimas empezaron a caer por mis mejillas sin ninguna razón. -Shh… no llores, perdoname. Es que a veces… pienso que sos mas grande. Se que no entendés muchas de las cosas que hago. Pero mas adelante las vas a entender…
Asentí, a pesar de que tenía razón. No entendía porqué hacía las cosas que hacía. Tampoco entendía las cosas que yo hacía, o las cosas que sentía.
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