Ana 27 – Intemperie

Capitulo 27, de la serie "Ana".

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Ana 27 – Intemperie

-Profesora, ¿está bien esta nota..? Yo me saqué dos 7’s y un 6. ¿No debería tener un 7 en el trimestre?

-La nota esta

bien

. -Me respondió con tono cortante. Tragué saliva y me senté en mi banco sin valor para insistir. Bastante me había costado animarme a preguntarle si se había equivocado con mi nota. «Un 6». En física. Era la primera vez en mi vida que desaprobaba una materia. Ya sabía que no me iba a sacar un 10, pero realmente pensé que iba a llegar al 7.

No importa,” me dije, tratando de restarle importancia “con que me saque un 7 y un 8 en los dos trimestres que faltan, no me llevaré la materia a diciembre.” Pero este pensamiento solo logró deprimirme aun más ¡Todavía faltaban dos trimestres más! A veces me parecía que había pasado un siglo desde marzo hasta ahora, pero la verdad es que recién acababa de completar el primer trimestre del año.

Micaela se asomó a mi banco, donde me sentaba sola, para espiar en mi boletín. -Que raro de vos, Ana. ¡Siempre te sacas 10! ¿Qué te pasó?

Me encogí de hombros deseando que se callara. -No estudié.

-¡Que raro!

-¿Y vos que te sacaste? -le pregunté, pero me arrepentí cuando me pasó un boletín repleto de 10’s y 9’s. -Wow, re bien… -le dije sin mucho entusiasmo a una chica que se había largado a llorar en 8vo por haberse sacado un 8. No, yo no sería tan dramática. Y sin embargo tenía el estómago revuelto…

Me giré hacia el banco de atrás y aproveché la ocasión para hablarle a Jackeline. -¿Cómo te fue?

-Todos 7’s, un 6, un 5, y un 4, en matemáticas -dijo como si nada, acostumbrada a sacarse esas notas.

-¿Y vos Yamila? -realmente no me importaban sus notas. Me pasó su boletín y observé con sorpresa que tenía todo aprobado con 7, menos gimnasia donde le habían puesto un 5. Justificadamente, ya que Yamila prefería dejar pasar la pelota de handball en lugar de atraparla, y no corría ni aunque le pagaran. Pero esto pinchó mi ego ¡Ella había aprobado física y yo no! -Re bien, todo aprobado -le felicité mientras se lo devolvía, y me di la vuelta.

No debería haber faltado el jueves, pensé molesta. Había olvidado completamente que ese día había repaso general de física. Nunca antes había necesitado el repaso para dar una prueba, pero al parecer ahora si lo necesitaba. Iba a tener que internarme en la biblioteca…

Me la pasé todos los recreos en el baño, tratando de convencerme de que un 6 no era el fin del mundo. “¿Que importa? Todos se sacan malas notas alguna vez.” Si, todos… menos yo. Yo era la que siempre se sacaba 10, o 9, en su defecto. Siempre había odiado que me tildaran de nerd, pero ahora me daba cuenta de que me había acostumbrado a la etiqueta. Como una prenda fea que te obligan a usar una y otra vez hasta que, fea o no, no te la queres sacar más. Ser inteligente en el colegio era lo único que me hacía sobresalir, y lo había perdido. Ahora… ahora estaba a la intemperie.

Me froté los ojos, a punto de llorar. ¡¿Como podía afectarme tanto una estúpida nota?! Pero es que ¿qué otra cosa tenia? ¿Qué mas hacía de mi vida que ir al colegio? Todo lo bueno parecía existir solo en un futuro que nunca llegaba. No tenia a amigos, no tenía a nadie… No me divertía, odiaba la fiestas, odiaba los cumpleaños y odiaba la gente. Y nada de eso era verdad. Me odiaba a mi misma… Quería ser otra persona, quería ser diferente. Todos los demás parecían ser o hacer cosas interesantes, menos yo. Lo único que constataba el correr de mis días era el colegio. Si reprobaba… todo perdía el sentido.

¡Basta! No seas melodramática, no pienses en esto ahora, me dije. No podía llorar ahora. Después, cuando llegara a casa. Encerrada en uno de los inodoros del baño, a punto de que sonara el timbre para entrar al salón, no podía.

De alguna manera fueron pasando las horas y al fin llegó la hora de la salida. No había llorado, pero poco me había faltado un par de veces. Una burbuja de depresión me envolvía mientras cruzaba la calle hacia la parada de colectivo sin levantar la mirada del piso. Este día no iría caminando a casa. Me sentía un poco descompuesta por lo que quería llegar cuanto antes y acostarme a dormir. Quería cubrirme con las mantas hasta la cabeza y fingir que el mundo no podía encontrarme ahí.

-¡Ana!

Me detuve a la mitad de la calle y luego me apresuré a cruzar cuando un auto me tocó bocina. Enfoqué la vista en la vereda de la plaza y lo vi. Ahora no lo estaba imaginando, mi papa me esperaba de pie, al lado de su auto rojo.


-Te llamé tras veces, ¿no escuchaste?

-No.

-¿Que te pasa…? -preguntó entonces, suavizando su tono de voz. -Estas paliducha.

Me alce de hombros en respuesta, y me subí al coche. Seguramente me observaba ceñudo, pero no lo miré para asegurarme. No podía. Me apreté contra la puerta, y giré el rostro hacia la ventana. El auto se puso en marcha unos segundos después y nos alejamos del colegio. No pregunté a donde íbamos. ¿Qué importaba? ¿Qué diferencia hacía que me llevara a casa o a algún motel alejado? La misma cosa iba a ocurrir ¿Qué importaba el lugar?

Pero yo sabía que importaba. La primera vez había sido en un motel, o como se llamaran esos lugares, y la primera vez había sido traumática. Tragué saliva, y un leve temblor sacudió mi cuerpo. Ya no estaba tranquila, y en realidad no lo había estado nunca. El pánico comenzó a treparse por mis pies. Mi papa pareció darse cuenta porque estiró un brazo hacia mi y me acarició la cabeza, cariñosamente. Después me acomodó el pelo detrás de la oreja y retiró la mano cuando el semáforo cambio de rojo a verde.

Hoy estaba especialmente sensible, y si me volvía a tocar, me pondría a llorar. El coche se detuvo de pronto, demasiado de pronto, y miré con sorpresa que no nos habíamos alejado tanto de la plaza. Aún estábamos en el centro de la ciudad, estacionados frente de un bar.

-¿Querés jugar un pool? -me preguntó señalando el ventanal donde se veían las mesas de juego. El alivio casi me mareó. Afirmé con la cabeza y lo miré fugazmente a la cara, por primera vez en días.

Bajamos del coche, donde deje la mochila, e ingresamos al bar. En realidad era un club, que tenía un bar en la parte de adelante, con mesas de pool, metegoles, y un televisor donde varios hombres veía un partido de fútbol. Los bares siempre tenían un ambiente en común para mi. Era un ambiente masculino, que repelía. Como los talleres de autos, o las zonas de construcción donde se acumulan muchos albañiles… Pero, como tenía muchas ganas de jugar al pool, bloqueé esas cosas.

Nos sentamos en una mesa, y mi papa pidió dos cortados. Yo me hubiera dejado la campera puesta, pero ahí dentro hacía mucho calor así que la deje sobre el respaldo de la silla. Me pasé las manos por los brazos, incómoda por llevar una remera manga corta, aunque al menos era una remera holgada.

-¿Y como vas en el colegio? -preguntó predeciblemente, mientras le daba un sorbo a su café.

-Bien -respondí automáticamente. No le iba a decir nada de física. Nunca habíamos tenido esa confianza, y no tenía ganas de escuchar un sermón sobre la importancia de mis estudios, otra vez.

Mi papá, al igual que mi mama, había abandonado el secundario en su adolescencia. Mi mama lo retomó tiempo después y lo completó en un año con notas sobresalientes. En cambio mi papa nunca lo retomó. Esto siempre me confundía. No podía pensar en mi mama como alguien inteligente, mucho menos como alguien más inteligente que mi papá… y sin embargo era rápida para algunas cosas.

-¿Te peleaste con alguna amiga? -siguió mi papa de pronto, regresándome al presente.

-No -respondí toqueteando los saquitos de azúcar que nos habían traído con el café. ¿Por qué me preguntaba eso?

-¿Te peleaste con algún chico..?

Molesta y avergonzada, sacudí la cabeza. -No.

-¿Y qué te pasa?

Me alce de hombros otra vez y tragué el nudo en mi garganta. ¿Desde cuando le importaba si me pasaba algo? ¿Por qué no podía ignorarme como antes? Mi comportamiento no debía ser muy diferente de el del resto de los días.

En ese momento entraron en el lugar un grupo de chicos de mi edad. Felices y ruidosos, su presencia pareció despejar un poco el ambiente rancio del bar. Yo me encogí en mi silla, deseando que ninguno de ellos me conociera. Es que era triste. Ellos estaban ahí entre amigos, y yo estaba sola con mi papá. Éste me miró con curiosidad, después miró al grupo de adolescentes y arrugó el entrecejo.

Cuando nos dirigimos a las mesas de pool, elegí la mas alejada. Ahora que los veía mejor, esos chicos parecían ser de ultimo año de secundaria, así que probablemente no estaban enterados de mi existencia. Mi papa seguía con expresión ceñuda, y de hecho no la abandonó durante toda la partida. Cada vez que era mi turno, él se ponía detrás de mí, con gesto molesto. No entendía qué estaba haciendo mal como para disgustarlo y me fui poniendo cada vez más nerviosa. A medida que avanzaba el juego jugaba cada vez peor hasta que no lograba darle a ninguna bola.

Acababa de pifiar por tercera vez cuando caí en la cuenta de lo que ocurría: él se ponía detrás de mi para cubrirme de la vista de los demás cuando yo me inclinaba hacia adelante. Un rubor de vergüenza calentó mis mejillas. Avisé que tenía que ir al baño y después de dejar el taco sobre la mesa verde, me apresuré hacia al baño de damas. Una vez dentro golpeé el piso con el pie, molesta.

¡¿Por que todo tenía que tener un significado sexual?! ¿Por qué no podía simplemente jugar al pool sin tener que preocuparme por estas cosas? Me cubrí la cara con las manos, rememorando mi comportamiento pero ahora viéndolo desde la perspectiva de mi papá, y los ojos se me llenaron de lágrimas de bronca ¡¿Cuántas maneras hay de inclinarse hacia adelante?! ¡Yo no lo había hecho a propósito! Solo estaba pensando en darle a la bola correspondiente, pero su reacción me hacía sentir como si yo fuera una descarada que se anda exhibiendo por ahí. De pronto tuve la impresión de que todos los hombres del lugar me habían estado mirando fijamente desde que había ingresado en el establecimiento, a pesar de que esto no podía ser verdad.

Ahora ya no quería jugar. No quería estar en este lugar. Miré el pequeño ventiluz cubierto por un mosquitero de metal, el cual era la única entrada de luz en el oscuro baño y sacudí la cabeza. No había escapatoria. Cerré los ojos con fuerza, y traté de bloquear la incomodidad que sentía. Esperé unos minutos a que se me desvaneciera un poco el rubor, y finalmente salí sin mirarme al espejo. Clavé la vista en el piso mientras pasaba de largo a los chicos que jugaban, reían, y se divertían tanto que parecían estar grabando una publicidad para la televisión, mientras yo me acercaba a la mesa donde esperaba mi papá.

-¿Estas bien? -preguntó cuando estuve cerca. -¿Estas descompuesta… otra vez?

-No. -Un segundo después, recapacité -Si, me siento un poco mal.

Pensé que tal vez me llevaría a casa y me podría acostar por el resto del día, pero no lo hizo. Pidió algo de comer y me dijo que probablemente era porque no comía lo suficiente. Mientras hacían los tostados jugamos otra partida a pesar de que yo había perdido todo el interés. Ahora, cada vez que era mi turno, me fijaba antes que no hubiera nadie detrás mio, y si acaso no era posible hacer un tiro sin apuntarle a alguien con mi trasero, golpeaba la bola blanca lo más rápido posible y me volvía a erguir. Mi papá empezó a relajar su expresión malhumorada y al cabo de unos tiros dejó de vigilarme. Yo me relajé también y empecé a jugar un poco mejor. En un momento entré como en trance, y metí 4 bolas seguidas. ¡Iba a ganar, por primera vez!

Hicimos una pausa para comer y la verdad es que, después de comer el tostado, me sentí bastante mejor. Me pasó la única parte del periódico que me interesaba y nos pusimos a leer en silencio. De pronto era como siempre había sido. Sin mucha comunicación, pero cómodo. Bueno, no cómodo, pero tolerable. Mi padre siempre me había intimidado, desde pequeña.

Seguimos la partida de pool y a pesar de mi ventaja, terminé perdiendo de todos modos. El trance se había roto. Metí la negra por error y ahí acabó todo.

-¿Me lo puedo llevar? -susurré mientras me ponía la campera, señalando la mitad del tostado de jamón y queso que había sobrado. Asintió con una sonrisa, y lo metí disimuladamente en mi bolsillo después de envolverlo con servilletas.

Oscurecía cuando me llevó a casa al fin. Mientras viajábamos en silencio decidí que no había sido una tarde tan mala. Incluso había olvidado mi depresión sobre reprobar física. Pero mi tranquilidad se evaporó cuando noté que nos estábamos alejando de casa, en lugar de acercarnos. Miré hacia atrás, hacia la calle donde mi papa debía haber doblado y mi estómago dio un vuelco. Me acomodé en mi asiento de nuevo, y traté de contener el pánico.

Recorrimos la ciudad durante 10 minutos más o menos, hasta detenernos en un barrio desconocido para mi. Frente a nosotros, cruzando la calle, había un establecimiento parecido a un hotel, pero más pequeño. Mi papa apagó el motor pero yo lo podía seguir escuchando en mis oídos.

-¿Qué te pasaba hoy? -preguntó con voz suave, después de un momento.

-Nada -respondí automáticamente.

-Cuando salías del colegio, parecías triste por algo.

Alcé mis hombros y los dejé caer. -No me pasaba nada.

Permanecimos en silencio mientras los segundos pasaban. Desvié la mirada hacia la calle, al otro lado del parabrisas, sin realmente verla.

-¿No me vas a decir..? -murmuró con la voz que usaba cuando yo era pequeña.

-Es que n-no me pasa nada -contesté con dificultad. Se me estaba cerrando la garganta.

-Algo te pasa Ana, te conozco.

Apreté mis manos sobre mi falda, nerviosa. -Estoy bien.

Él estiro el brazo y rozo el dorso de sus dedos contra mi mejilla suavemente.

-¿Por qué no me decís? ¿Mmm..? ¿Es sobre algún chico…?

-¡No! -sacudí la cabeza, negando con desesperación -Es que no me pasa nada. No me pasa nada, de verdad.

-¿Y por qué estas llorando?

Me limpié las lágrimas que pendían de mi barbilla. -No se. Porque… po-porque estoy cansada.

Tomé aire profundamente, una y otra vez, intentando controlar el llanto, pero las lágrimas seguían cayendo por mis mejillas. Él se acercó mas a mi y me las limpió con la punta de los dedos.

-Shh. Esta bien… Tranquila.

-Quiero ir a casa -dije entre lágrimas, sin poder contenerme. Su cara estaba a centímetros de la mía. Me miró con el ceño arrugado sin decir nada, mientras seguía limpiando mis mejillas.

-Quiero ir a casa. -repetí débilmente.

-Es mejor acá Ana… -dijo suspirando. -Más tranquilo.

Me acarició el pelo y luego me rodeó el cuello, acariciándome con el pulgar. Junté lo ultimo de mis fuerzas y repetí otra vez.

-Quiero ir a casa.

Tensó la mandíbula y un segundo después me soltó, golpeando el volante con frustración -En casa esta tu madre con una

amiga

-murmuró entre dientes. Se apretó el muslo a través del jean y se acomodó en el asiento, impaciente.

-Ana, yo se que te pasa algo -dijo clavándome la mirada. -Aunque no me lo quieras decir. Pero al menos dejame consolarte, ¿eh? Un ratito nomas…

Se volvió a acercar y me rodeo el rostro con las manos. Tragué saliva y todo en mi interior comenzó a deshacerse. Pasó el pulgar por mi mejilla y acercó su cara a la mía -Dale, vamos un rato. Un ratito nomas. No vamos a hacer nada que vos no quieras hacer.

Un escalofrío me recorrió. Era la segunda vez que escuchaba eso, y la primera había sido en el peor día de mi vida. Quería alejarme, pero no encontré fuerzas para moverme. Él continuó acariciándome el cuello con los dedos y los ojos se me cerraron fugazmente. Cuando los abrí y enfoqué la mirada, él se apresuraba a bajar del coche. Rodeó el auto de prisa y abrió mi puerta. -Vamos, un ratito -dijo con una sonrisa mientras me tendía la mano.

Contrariada, dude un segundo antes de bajar. Él me agarró la mano inmediatamente y tiró de mi hacia la entrada del lugar. Noté que mi pelo caía suelto sobre mi espalda. ¿Cuando me lo había soltado? De pronto la sensación de astronauta me envolvió, dándome la impresión de que flotaba en lugar de caminar. Me escondí detrás de él mientras pedía y pagaba la habitación y me dejé abrazar cuando me pasó un brazo por los hombros, como si fuera algo muy normal.

Cuando llegamos a la habitación me hizo pasar a mi primero y luego cerró la puerta detrás de si. Guardó la llave en su pantalón y se dejo caer en el borde de la cama con las rodillas separadas. Me recorrió con la mirada, poniéndome la piel de gallina.

-Hay un baño… -dijo después de aclararse la garganta -¿Querés ducharte?

Miré en dirección al baño, confusa y él sonrió de nuevo, apretándose la pierna.

-Anda a ducharte. Yo te espero.

Dispuesta a dilatar la llegada del sexo lo más posible, obedecí e ingresé en el pequeño baño. Mientras me desvestía, vigilé la puerta con temor. Se me ocurrió que tal vez me había dicho que me bañara para hacer que me quitara la ropa. Pero cuando acabé de desvestirme no había entrado así que ingresé en la ducha. Me enjaboné y enjuagué con velocidad, ya que no podía relajarme en un baño ajeno al de mi casa. Me puse una toalla en el pelo y otra en el cuerpo, y entonces no supe que hacer. Quería vestirme de nuevo, pero dudaba que eso fuera lo que mi papa quería. Me senté sobre la tapa del inodoro y esperé sin hacer nada. Al rato golpearon la puerta e inmediatamente después entraba mi papa en el baño.

-Me-me estaba por vestir -respondí apretando la toalla sobre mi pecho.

El hizo un chasquido con la lengua como si yo fuera una tonta y me tendió la mano. Tiró de mi hasta ponerme de pie y me llevó hasta la cama. Hizo que me recostara sobre ella y sin preámbulos abrió la toalla que me envolvía, como si fuera un envoltorio. El frío endureció mis pezones y erizó mi piel. Me cubrí los pechos con las manos y eso le hizo sonreír otra vez. Me acarició desde el cuello hasta mi cadera, y luego metió la mano entre mis piernas, pasando los dedos por la parte interna de mis muslos, estremeciéndome.

-Abrí las piernas -dijo con voz ronca, dándome un apretón en esa parte sensible. Cuando las abrí un poco subió la mano hasta mi sexo y masajeó mi vagina con sus dedos. Tragué saliva y dejé caer las rodillas hacia los lados. Mi papa se arrodilló en el borde de la cama y terminó de abrirme los muslos. Separó mis labios íntimos con los dedos y a continuación me pasó la lengua. Me sacudí involuntariamente, y abrí mucho los ojos. Mi corazón se desbocó mientras pasaba la lengua por mi sexo. Traté de contener las sensaciones en mi interior y el esfuerzo hizo brotar lágrimas de mis ojos. Creo que tuve un orgasmo, pero como no apreté las piernas ni me moví, fue como si hubiera pasado de largo. Las lágrimas mojaban mis oídos cuando al fin dejó de restregar su boca contra mi entrepierna. Un momento después ya me estaba penetrando. Estaba tan húmeda que su pene resbalaba sin esfuerzo hacia adentro y hacia afuera. Mientras se hundía en mi interior, me pasaba la lengua por la oreja y el cuello, murmurando cosas, como que yo era muy dulce y que me quería.

Finalmente dejó de murmurar y se limitó a jadear mientras me aplastaba contra el colchón. No duró mucho, unos minutos y ya había acabado. Me hice un bollito en la cama y me cubrí con las sabanas, esperando a que la habitación dejara de girar a mi alrededor. Contraje los músculos, sintiéndome extraña. Tenía la impresión de que el pequeño agujero entre mis piernas se había agrandado tanto, que podía sentir el aire frío en mi interior, junto a un vacío que nunca antes había notado.

Cuando mi papa regresó del baño, me hizo ponerme boca arriba y se acostó a mi lado. Me acarició suavemente al principio, pero pronto empezó a manosearme. Se colocó sobre mi, y besó mis pechos durante largo rato, hasta que se le endureció el pene lo suficiente como para volver a hacerlo. Me dijo que me diera la vuelta y para mi fue mejor así. De esta manera no tenía que mirarlo. No tenia que hacer nada, la verdad. Esta vez tardó más en acabar. Su aliento caliente golpeaba contra mi nuca, y sus empujes golpeaban contra mis nalgas, haciendo un sonido de palmada. Apoyé los nudillos contra mis labios y me aflojé lo más posible, perdiéndome en el ir y venir, que me mecía rítmicamente. Cuando al fin eyaculó por segunda vez, sudado y sofocado, yo me sentía inflamada e insensibilizada.

Como las veces anteriores, una vez que acabó, me pregunté por qué no había hecho nada para impedirlo. Me preguntaba por qué había sido tan fácil que él hiciera todas esas cosas conmigo. Pero no encontraba ninguna respuesta, era como si yo no hubiera estado ahí realmente y para cuando me encontraba a mi misma, ya era demasiado tarde.

Cuando llegamos a casa, se me cerraban los ojos de cansancio, algo que no me pasaba desde niña. No tenia recuerdo del trayecto que acababa de recorrer. Desorientada, bajé del coche arrastrando mi mochila y me tambaleé hacia la familiar puerta de mi casa. Mi mama abrió enseguida, quejándose sobre algo “que la cena estaba fría ya…”, pero yo seguí camino hasta mi habitación y me deje caer sobre la cama. Apenas llegué a sacarme las zapatillas y desvestirme, que ya me había dormido.

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