Ana - 25 – Regalo

Historia de un incesto. Explícito.

Era jueves. Estábamos teniendo una merienda en familia, algo poco habitual ya que mi papa no solía estar en casa a esa hora. Mientras comíamos y mi mama hablaba de algo que había escuchado en la televisión, mi papa permanecía taciturno en el sillón. A pesar de que no decía nada, o justamente por eso, a mi me pareció que estaba impaciente y cuando mi mama anunció que se iba estuve a punto de decirle que me dejara en el centro. Me puse de pie pero las palabras no salieron de mi boca. La observé con desesperación mientras salía de la casa y tragué saliva cuando la puerta se cerró tras ella.

Volví a sentarme en la silla, con el cuerpo tieso. No había sido solo el miedo a un posterior castigo lo que me había paralizado. También era que, como creía que mi papa quería estar a solas conmigo, una parte de mi quería complacerlo. Quería ser una buena hija, aún en contra de mi propia voluntad. Este pensamiento irracional me trastornó pero no tuve mucho tiempo más para pensar al respecto. El coche azul arrancó y unos segundos después se alejaba calle abajo.

Yo volví la mirada al televisor y tomé otro sorbo de te con leche casi frío. Mi papa seguía sentado en el sillón a mis espaldas y todo mi cuerpo parecía estar expectante de algún movimiento.

Finalmente se puso de pie casi con desgana, aunque yo sabía a estas alturas que eso era solo apariencia, y después de cerrar la puerta con llave se acercó a mi. Rodee la tasa con ambas manos y clavé la vista en el liquido mientras sentía su presencia, en mi espalda. Volví a tragar saliva cuando sus dedos me rodearon el cuello y me acariciaron el cabello hacia atrás. Traté de tomar otro sorbo pero apenas pude tragar. Apoyó ambas manos a los lados de mi cuello y empezó a rosarme la piel de abajo de mis oídos con el pulgar. Con manos temblorosas deje la tasa en la mesa antes de que se me cayera al piso y me quedé inmóvil, intentando controlar mi respiración.

–Veni… –dijo después de unos minutos, cuando ya todo mi ser vibraba con alarma, y esperó a que me pusiera de pie.

Lo hice sin pensar y entonces me rodeó con los brazos y me frotó la espalda repetidas veces. Mantuve la mirada en el piso todo el tiempo. Mientras me abrazaba y mientras me empujaba hacia su habitación. A pesar de haber aceptado conscientemente que iba a intentar soportarlo en lugar de luchar, no pude evitar clavarme en el piso antes de cruzar el umbral. No importó, me rodeó con un brazo por adelante y me empujó desde atrás con su cadera, apretándome contra su entrepierna. Así llegamos hasta el borde de la cama, mientras me besaba el cuello y la nuca. Un escalofrío me recorrió el cuerpo y me sentí empalidecer.

Rodeada por su fuerte brazo, con el otro me desabrochó el jean y me bajó el cierre. No hice ya ademán de protegerme. Giré el rostro hacia la pared y aflojé los brazos a los lados. Su mano se movió sobre mi ropa interior y luego dentro de mi bombacha, y contraje las piernas sin querer. Sacó la mano y después de pasarse los dedos por la lengua, volvió a meterlos debajo de mi ropa interior. Me alzó con mas firmeza cuando se me aflojaron las rodillas. Sosteniéndome así, me masajeó el clítoris con la punta de los dedos y luego bajó hacia la entrada de mi vagina y frotó hacia arriba y hacia abajo. Después volvió sobre la parte mas sensible e hizo pequeños círculos sobre mis nervios. Mi corazón se había desbocado en algún momento y mi entrepierna parecía latir con calor. Ya no podía escuchar ni percibir nada más allá de esas sensaciones enfermizas.

Cuando estuve lo suficientemente aturdida, retiró su mano y luego de tironearme el jean hacia abajo, me hizo caer sobre el borde de la cama, doblándome. Como recordando algún dolor antiguo, contraje las piernas mientras me terminaba de bajar el jean y la ropa interior hasta los tobillos. Me acarició las piernas y me penetró fugazmente con los dedos antes de alejarse hacia la cómoda. Pensé en dos cosas; en que era raro estar en esta posición mientras la luz anaranjada del atardecer se filtraba por las persianas, y pensé que ojala usara ese líquido lubricante que había usado la otra noche, aunque pronto no pude pensar en nada más.

Finalmente lo sentí sobre mi, contra mis muslos… podría haberlo observado también, pero no quise enfocar la vista. Agarrándome por la cintura, restregó la punta de su pene por toda mi entrepierna, y entonces empujó contra la entrada. Contuve la respiración mientras se iba metiendo dentro de mi hasta que al fin zafó hacia adentro. Dejé caer la mejilla contra la colcha de nuevo. Decidí que no había sido tan doloroso como había esperado.

Fue simple. Solo tuve que quedarme quieta en la cama recibiendo los embistes de mi papa, de vez en cuando soltando un jadeo o limpiándome una lágrima o la saliva que se me escurría por la comisura de los labios. Tal vez porque esto que ocurría ya había ocurrido antes, mi mente permaneció alerta durante todo el proceso. No perdí la noción del tiempo, como las otras veces, ni de como el pene se introducía trabajosamente, amoldando mi entrada a su tamaño, y se frotaba contra el lado interno de mi vientre. Al principio, cada penetración doblaba los bordes de mi vagina hacia adentro y hacia afuera, provocando dolor, pero poco después ya estaba insensibilizaba. No es que ya no hubiera ardor, sino más bien que mi cuerpo lo hizo a un lado como algo a lo que mis nervios se habían acostumbrado a sentir.

Así permanecí, laxa pero en movimiento, ya que mi papa me empujaba hacia arriba en la cama con cada penetración, hasta que finalmente se recostó sobre mi espalda y comenzó a hundirse entre mis piernas con insistente brusquedad hasta eyacular bien en el fondo de mi vientre. Me aplastó durante varios segundos, manteniendo su miembro palpitante en mi interior, hasta que al fin se puso de pie, retirando su pene y dejándome húmeda e inflamada.

Suspiré de alivio y me sorprendió escuchar mi respiración entrecortada como si estuviera a punto de llorar. Recién entonces me di cuenta de que el corazón me latía agitadísimo, y la cabeza me daba vueltas. Inspire aire profundamente para calmarme. No se qué estaba haciendo mi papa mientras tanto, pero entonces lo vi salir de la habitación hacia el baño, supuse.

Conté hasta tres e hice el intento de levantarme. Apoyándome contra la cama, estiré el brazo lo mas que pude tratando de alcanzar los bordes de mi pantalón sin agacharme. Cuando lo logré, me subí el jean hasta arriba y permanecí de pie contra la cama mientras me estabilizaba. Apenas estaba destrabando mis pies del suelo cuando mi papa regresó a la habitación.

–¿Que pasa? –Preguntó después de cerrar un cajón de la cómoda.

Levanté la vista hacia él, que me miraba como esperando algo y luego la baje al piso. Quería salir de esa habitación, pero no estaba segura de perder el apoyo de la cama.

–¿Te pasa algo? –Preguntó como si nada hubiera pasado.

No aguanté mas. Dando pequeños pasos, me alejé de la cama tan lentamente como rápido quería huir. Me fui apoyando contra la pared hasta llegar al baño y, una vez dentro, me desplome sobre inodoro. Sentía humedad entre las piernas y eso no ayudaba ya que, hasta que lo viera, mi mente me hacia creer que era sangre. Me apresuré a decirme que, a estas alturas, era muy poco probable que fuera sangre. La ultima vez no me había sangrado nada.

Me repetí esto varias veces pero mi mente no era capaz de convencer a mi cuerpo. Estaba segura que había sangre entre mis piernas, y la idea me hacia desfallecer. Decidí que lo mejor era fijarme cuanto antes y así sacarme las dudas.

Me erguí un poco, lo suficiente como para bajarme el pantalón hasta las rodillas, e inspeccioné mi bombacha. Suspire aliviada al verla limpia, y en solo unos segundos una ráfaga de energía me sobrevino, haciéndome sentir muchísimo mejor.

Me limpié con agua fría en el bidet, y después me fui a mi habitación para cambiarme de ropa interior. No se donde estaba mi papa. Yo me cambié la ropa, y me hice un bollito en la cama. A pesar de que no pensaba en nada en particular, estaba como a la espera de que él entrara en la habitación a hacer algo, a decirme algo. Pero no lo hizo. Permanecí acostada hasta que llegó mi mama unas horas después. Dormitaba cuando me avisó que la comida estaba sobre la mesa. Sintiéndome débil y extraña, descorrí las sábanas y salí de la cama como sonámbula. Me puse un pantalón limpio, y abrí la puerta insegura. Salir de la oscuridad total de mi habitación a la luz brillante del comedor fue como entrar en un mundo paralelo. Cuando mis ojos se acostumbraron a la luz, vi a mis padres sentados en la mesa, como cualquier otro día, mientras el televisor llenaba la casa de ruido y voces excesivamente fuertes.

–Dale, veni a comer hija, –dijo mi mama mientras señalaba mi plato –hice ravioles, acá tenes el queso.

Me acerqué arrastrando los pies, y me deje caer en la silla. No estaba segura de poder comer. Permanecí tildada un momento con la mirada en el plato, preguntándome qué estaba haciendo ahí. Entonces el olor de los ravioles llegó a mi nariz, unos ravioles de ricota con nueces, mis favoritos, y mi estómago gruñó con hambre. Mi mama se rió a mi lado y comentó algo que no entendí. Me restregué los ojos con los dedos y tomé un par de sorbos de 7up fría para despejarme. Bostezando agarré el tenedor, que de pronto parecía tan complicado como palitos chinos, y me metí un trozo de raviol en la boca.


Una semana después.

–Toma, vos lleva las facturas, y yo llevo el mate.

Agarré el plato de vidrio con facturas que me alcanzaba mi mama, y observé la puerta cerrada frente a mi. No quería ser la que la abriera. Ella regresó de la mesada con el termo en brazos, y después de girar los ojos hacia el techo entró en la habitación de mi papa.

–Holaa… –Saludó mientras prendía la luz ya que las persianas estaban cerradas.

Hice un gesto ante sus voz chillona. Mi papa de por sí odiaba que lo molestaran, o peor, que lo despertaran mientras dormía y sentí una punzada de pánico cuando su cuerpo se removió bajo las sábanas.

–¿Duerme el cumplañero…? –preguntó mi mama, innecesariamente, mientras se acercaba a las ventanas. Dejó el termo sobre la mesa de luz y, para completarla, descorrió las persianas para que entrara la luz del mediodía.

Mi papa largó un gruñido por lo bajo pero finalmente se sentó en la cama con un suspiro resignado. Se pasó una mano por la cara para despabilarse y entonces nos sonrió con ojos somnolientos.

Yo trague saliva mortificada y el estomago se me encogió al percibir la molestia reprimida detrás de su sonrisa. Era como si tuviera un sexto sentido para sentir todo lo que él no mostraba. Un sentido que parecía estas hipersensible últimamente. Mi mama, en cambio, no solo no notaba nada sino que la mayor parte del tiempo parecía hacer exactamente aquellas cosas que, a estas alturas, debería saber irritaban a mi papa.

–¡Feliz cumpleaños! –Le felicitó con demasiada efusión, como para corroborar este hecho. Le dio un pico en los labios, se hizo a un lado para dejarme pasar. Yo bajé la vista hacia el plato que llevaba en las manos y me acerqué tan tiesa que casi tropiezo.

–Feliz cumpleaños –Susurré y lo besé en la mejilla, pero el me rodeó con los brazos y me alzó hasta sentarme sobre la cama.

–Gracias. Mmm, que rico –dijo en referencia a las facturas.

Era peor que todos los años anteriores. Siempre me incomodaron los cumpleaños. Nunca sabía qué hacer ni qué decir, las cosas que involucraban entusiasmo no me salían con naturalidad. Siempre parecían falsas, yo… parecía falsa, y eso me hacia sentir culpable después.

Pero eso no era lo único que me incomodaba esta vez. No era eso lo que estaba a punto de hacerme temblar.

–Ahora vuelvo –Dijo mi mama, saliendo apresuradamente de la habitación. Tardó solo unos segundos en volver, pero fue suficiente para que mi papa me pusiera la piel de gallina con su mano en mi espalda. Ella regresó con un paquetito envuelto de regalo, y se lo entregó a mi papa. “De parte de las dos” aclaró.

Yo me hubiera alejado, pero me tenían arrinconada en la cama entre los dos. Mi mama no me había dicho qué le había comprado a mi papa este año, pero solo había dos opciones: o un perfume o un reloj. Y probablemente fuera un perfume ya que el reloj de mi papa era bastante nuevo.

Él abrió el paquete como si, al igual que yo, ya sospechara su contenido y efectivamente, era un perfume.

–Gracias, –dijo con decepción apenas disimulada. –¿Lo elegiste vos? –Preguntó girándose hacia mi, con un sutil tono de burla. El sabía muy bien que yo no lo había comprado, solo lo preguntaba para hacerme sentir culpable. Y funcionó. Alcé los hombros nerviosa sin saber qué decir. Él me rodeó la espalda con un brazo y me besó cerca de la oreja.

–Gracias.

–De nada. –Susurré.

Agradecí cuando mi mama intervino en la escena para cebarle un mate a mi papa, lo que hizo que él tuviera que retirar el brazo de mi espalda. Algo en los movimientos excitados de mi mama me hizo pensar que tal vez hasta ella había notado la burla y la decepción ante nuestro regalo.

Esta era otra de las razones por las que no me gustan los cumpleaños, y la razón por la que temía el de mi papa, especialmente. Él nunca parecía conforme con las atenciones y los regalos que recibía y siempre dejaba ver su decepción bajo sus gestos. A mi mama no parecía afectarle en absoluto, o mejor dicho, no le afectaba más allá del momento, pero a mi me hacia sentir enferma de ansiedad.

Aún recordaba el cumpleaños de hacía unos años cuando, con el regalo entre sus manos, papa había comentado con tono apesadumbrado “cómo me gustaría recibir algún día algo hecho con cariño, algo hecho a mano…”

Yo, que debía tener unos 11 o 12 años, sonreí tímidamente encogiendo mis hombros, incapaz de procesar el dolor que me causaron sus palabras. Acostada en mi cama horas después, había llorado hasta quedarme dormida. Para el día del padre ese año, que era dos meses después de su cumpleaños, le hice un dibujo con lápices de colores.

Mi papá lo recibió con apenas mas entusiasmo que el perfume o el reloj impersonal, incluso me pareció ver la misma sonrisa falsa de siempre. Aún así, me agradeció cariñosamente y, después de halagar mi dibujo, lo pegó en la alacena de la cocina para “poder mirarlo todos los días”.

Dos días después lo encontré tirado en el piso boca abajo, con una marca de zapatilla encima. Aún me dolía algo en el pecho al recordarlo. Lo levanté y limpié lo mejor que pude, y lo guardé con la esperanza de que notara su ausencia. Nunca lo hizo.

La experiencia, junto a muchas otras, me había dejado una profunda inseguridad, siempre temerosa de cual sería su reacción ante mis actos. Nada de lo que hacia parecía ser suficientemente bueno.

Después de varias rondas de mates y comer demasiadas facturas, mi mama preguntó de pronto:

–¿Por qué no hacemos algo hoy? ¡Podemos ir al cine!

Yo solo quería terminar el día lo mas rápido posible y pensé que tal vez ir al cine no era mala idea. Estaríamos los tres juntos, lo que me daría relativa tranquilidad y haría del día algo memorable, lo que era bueno ya que se trataba de un cumpleaños. Además… yo quería ir al cine. Realmente no salíamos hace tiempo.

–¡Vamos! Hace rato que no vamos al cine… –insistía mi mama ante la falta de entusiasmo de mi papa, quien era mas bien hogareño y no le gustaba mucho salir. Yo había salido a el.

Finalmente lo convenció y, después del almuerzo, los tres salimos en coche rumbo al cine. La tarde trascurrió sin mas sucesos que mencionar que la irrealidad que me causaba verme junto a mis padres, actuando como si fuéramos una familia perfectamente normal. Mis papas eran realmente expertos en llevarse bien en público. Eran tan simpáticos que dudaba que alguien se imaginara qué tan distinto se comportaban tras puertas cerradas.

Nadie me creería…

Mientras esperábamos que empezara la función en la cafetería del cine, miré a la gente a mi alrededor, contemplé y escuché a mis padres y en el hecho de que el lugar estaba excesivamente iluminado y eso hacia daño a mis ojos.

Nadie me creería…

Durante la cena que le siguió a la película, cuando fuimos a un restaurant y comimos una enorme pizza rellena, rodeados de familias y parejas y niños pequeños haciendo bulla. En medio de esta escena ruidosa y alegre lo pensé también.

“Nadie me creería…”

Pero después de comer intenté bloquear estos pensamientos. La comida había estado demasiado rica como para estropearla sintiéndome enferma. Quise, por este día al menos, fingir con mis padres. Seguir la corriente y mimetizarme, junto a ellos, con las demás familias, parejas y niños… con el murmullo de voces y el sonido de cubiertos y risas y alegría. Aparente alegría, que reinaba a nuestro alrededor.


Cuando llegamos a casa, agotados los tres, sentí un gran alivio de que el día estuviera a punto de acabar. Ya había acabado, de hecho, pues eran la mas de las 12 de la noche. Me saque la campera en mi habitación y luego fui al baño a lavarme los dientes y la cara. Cuando salí del baño tuve un momento de ansiedad ya que pensé que debía ir a saludar a mi papa antes de irme a dormir, por su cumpleaños. Mi mama entro en el baño después de que yo saliera, dejándome indecisa en el pasillo.

Mi papa no estaba en el comedor, debía estar en su pieza. Una vez más, pudo más la inseguridad y el deseo de ser una buena hija y me acerque vacilante hasta su puerta. Mire dentro y lo encontré recostado con un brazo bajo la cabeza y los ojos cerrados.

Quise decir algo, pero no supe qué. ¿Buenas noches…? ¿Quedescanses...? Todo lo que se me ocurría sonaba extraño o falso. Entonces él abrió los ojos y me encontró paralizada en su puerta. Me apresuré a bajar la vista hacia el suelo.

–Ve-venía a saludar–

–Veni –dijo con voz demandante mientras me extendía su mano.

Después de dudar un segundo, me acerqué con la intención de darle un beso en la mejilla pero cuando estuve a su alcance me tomó del brazo y tiró de mi hasta hacerme caer sobre él. Hundió su cara en mi cuello y me abrazó casi estrujándome. Me mantuve rígida durante un momento y entonces aflojé el cuerpo. No solo mis músculos se aflojaron, sino también algo en mi interior. Era como si mi piel se hubiera disuelto. Estábamos tan apretados que podía sentir su pecho hinchándose con oxigeno como si se tratara de mi propia respiración, y cuando tragué saliva, me abrazó con mas fuerza.

La puerta del baño se abrió y al instante mi papa me liberó. Me apresuré a darme la vuelta y alejarme para que no viera mis ojos llorosos. Sin hacer contacto visual con mi mama, me refugié en mi habitación y cerré la puerta. No fui directamente a la cama. Mientras mi vista se acostumbraba de nuevo a la oscuridad, tomé varias bocanadas de aire, pero no pude evitar que mis lágrimas se derramaran. No sabia qué sentía. Estaba nerviosa, hipersensible… molesta. Me senté en el borde de la cama y froté mis brazos como si tuviera frío, tratando de sacarme la sensación. Desistí después de unos minutos y me metí bajo las mantas. Ahogué el llanto contra la almohada hasta que estuve lo suficientemente agotada como para poder dormir.


De pronto hubo luz en mi habitación. Abrí los ojos desorientada y me di la vuelta. Mi papa estaba parado al lado de mi cama. Lo miré con ojos dormidos y me restregué los párpados con los dedos. Estaba tan confusa que ni siquiera sentí miedo.

–¿Que.. que hora es…? –murmuré mirándolo desde mi almohada.

El me observó unos segundos sin decir nada y entonces se acercó a mi. Instintivamente me alejé hacia la pared, no para hacerle espacio sino para alejarme. Él se sentó en el borde de la cama y alzó una mano hasta mi cabeza. Empezó a descorrer mi cabello hacia atrás, despejando mi cara y luego me acarició la mejilla con la punta de los dedos. Había algo paternal en su tacto y eso provocó que se me humedecieran los ojos. Sin saber que hacer, me agarré las manos nerviosas sobre mi vientre y me quede quieta.

–¿Sabes qué me gustaría para mi cumpleaños…? –susurró muy bajito mientras me acariciaba la mejilla –que estuviéramos los dos solos, en algún lugar…

Tragué saliva convulsivamente en respuesta. Él inspiró profundo por la nariz y bajó sus dedos por mi cuello hasta mi pecho. Apoyó la palma sobre la curva y con la punta de los dedos me acarició las clavículas y los hombros, luego fue bajando por mis brazos hasta mi cintura. Me sobrevino un escalofrío y no pude evitar dar un vistazo en dirección a la puerta, aunque no la podía ver ya que estaba detrás de mi.

–Esta cerrada –respondió él, malinterpretando mi pánico y a continuación comenzó a descorrer los bordes de mi remera hacia arriba –No hagas ruido…

Con el cuerpo tembloroso, me retorcí y crucé los brazos sobre mis pechos. Sus manos salieron de debajo de mi remera y me recorrieron los brazos suavemente. Y suavemente también, me sujetó una muñeca. Yo apreté con más fuerza y me seguí abrazando.

–Vamos… –susurró acariciándome con el pulgar de la mano que me sujetaba. –¿Te da vergüenza…?

Abrí los ojos y sin mirarlo, asentí. Lo sentí acomodarse sobre el borde de la cama y un segundo después estiró el brazo sobre la cabecera de mi cama. La luz del velador desapareció, dejando la habitación a oscuras.

La mano sobre mi muñeca hizo más presión, deshaciendo mi abrazo sin esfuerzo y sujetó mi mano contra el costado de mi cuerpo. Aún tenía el otro brazo libre pero no me alcanzaba para cubrirme, y un segundo después tenía su mano bajo mi remera y sobre mi piel.

Forcejé solo un segundo y entonces inspiré aire con fuerza. No tenía el corpiño puesto por lo que su mano estaba directamente sobre mi. Mi brazo contraído no le impidió abrirse paso hacia mi otro pecho así que, no habiendo razón para seguir luchando, lo dejé caer flojo hacia un lado.

Me acarició y amasó los pechos con una mano mientras mantenía la otra sobre mi muñeca. Pasó su pulgar por el pezón, y cuando se endureció, lo pellizco con sus dedos. Me tragué un gemido y giré el rostro hacia la pared, aunque no la veía. Poco después me soltó la muñeca, dejando un hormigueo al liberar mi circulación, y me levantó la remera del todo hasta el cuello.

Pestañeé despacio al sentir el aire sobre mi piel, y ni siquiera moví las palmas de mis manos, que yacían blandas y hacia arriba, cuando bajó su boca hasta mis pechos. Primero me besó con la boca abierta, restregando la lengua por toda la superficie de los pezones y luego me sujetó los pechos con las manos haciendo que las puntas sobresalieran hacia arriba. Entonces se metió un pezón a la boca y lo succionó suavemente. Tomé aire y alcé la cabeza durante un segundo para luego dejarla caer. Mi cuerpo quería contraerse pero yo puse todas mis fuerzas en mantenerme floja. Aun así, no pude evitar retorcer los pies cuando volvió a chupar al punta del pezón, y luego lo tironeó hacia arriba, antes de soltarlo.

Hizo muchos círculos con la lengua alrededor de la punta y volvió a succionarlo, esta vez con mas fuerza. Lo chupó, y amasó entre los labios estirándolo hacia arriba y entonces cortó la succión de pronto, liberando mi pezón. El sonido, como de sopaba, rompió el silencio de la noche y por un momento tuve miedo de que mi mama escuchara algo. Pero pronto no pude pensar en nada más que en la oscuridad y en la succión hambrienta que ahora estaba en mi otro pezón.

Ya no sabia ni donde estaba, no sentía la cama debajo de mi ni podía escuchar nada mas que mi circulación en mis oídos. La oscuridad a mi alrededor parecía mecerse hacia un lado y hacia el otro. Una mano se metió entre mis piernas y después de manosear mis labios íntimos me penetró con un dedo primero luego con dos. Abrí los ojos de par en par mientras la penetración entre mis piernas y la lengua sobre mis pechos se entremezclaban haciendo que mis nervios vibraban a punto de hacer cortocircuito.

Tardé varios minutos en notar que la otra mano de mi papa se sacudía en su falda. A través de mi neblina mental me di cuenta de que se estaba masturbando, y los ojos se me humedecieron.

Finalmente y después de un tiempo desconocido, sus dedos entre mis piernas laxas aceleraron el ritmo, al igual que su mano en la oscuridad, y mientras succionaba uno de mis pezones, se sacudió repetidamente sobre mi hasta ahogar un gemido contra mis pechos. La mano en mi vagina dejó de moverse, dejando los dedos profundamente enterrados en mi interior, mientras recobraba el aliento.

Mi clímax en cambio nunca llegó… mi vientre latía y mi vagina se sentía tan húmeda como mis pechos, pero también había un cansancio en mi, como si el orgasmo ya hubiera pasado aunque no lo recordaba. Era como si mi cuerpo hubiera sido rebalsado de alguna manera y ya no entendía lo que le ocurría.

Mi papa dejó la cabeza sobre mi pecho varios minutos antes de separarse. Mi vientre se contrajo cuando desenterró los dedos de entre mis piernas. Escuché un carraspeo y luego un leve crujir de la cama cuando se puso de pie y salió de la habitación. Conté hasta tres después de que la puerta se cerrara y, después de bajarme la remera, abracé la frazada entre mis pechos y me puse de lado. Ni siquiera rememoré lo acababa de ocurrir, simplemente cerré los ojos y caí dormida.

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