Ana (2)

Si habeis leido ana 1 esto continua la historia de mi vida sexual

ANA 2

Esto es otra historia porque, a partir de aquel día, abiertamente ya, además de lo que era la

"clase normal", que seguía dándomela, teníamos otra clase"muy particular". El primer día después del que conté en el relato anterior, cuando faltaban unos 15 minutos para terminar la clase, sin mediar palabra entre nosotras, como si tuviésemos trasmisión del pensamiento, cerramos la puerta (no sé cual de las dos corrió primero al poner el cerrojo) y, después de unas caricias previas, le pedí si podía ver y tocar sus preciosos pechos. No había terminado de decirlo cuando ella ya los había sacado de su nido.

Al principio, casi con miedo y luego más decididamente, empecé a acariciárselos. Ella me dijo que, si quería, podía besárselos. Puse mi boca y mis labios allí y ella, ansiosa y como fuera de sí me cogió la cabeza y me la sumergió en aquella maravilla. Besé, acaricié y chupé como una loca. Con mis labios y con mi lengua noté como sus pezones, ya duros y erguidos en su estado natural, empezaban a crecer y crecer cosa que me excitó aún más de lo que ya estaba. En pocos segundos se pusieron como piedras de duros y noté que los míos, aún incipientes, surgieran de mis pechitos como dos flores nuevas que me hacían daño con el roce de la ligera ropa que tenía encima.

Continué chupando y acariciándolos pero, al notar sus pezones grandes y duros, no pude resistir la tentación de mordisquearlos con cuidado, con sumo cui dado pues temía hacerle daño Ella, por el contrario, me animaba a que continuara, cosa que yo hice con sumo placer. Creo que nada más con ese juego tuve mi primer orgasmo de la tarde. Noté mis braguitas empapadas.

Deseaba, al mismo tiempo, seguir con lo que estaba haciendo, para lo que empleaba mi boca, mi lengua y mis dos manos y retirar una de ellas para buscar mi pequeño clítoris para poder acariciárlo pero no quería, o más bien tenía miedo, de interrumpir el espectáculo del que estaba disfrutando viéndola a ella con los ojos semicerrados, contorsionándose como una posesa fuera de sí lo que, al tiempo, me producía tam bién un inmenso placer a mí. Sin poder contenerse y ya sin recato, bruscamente se subió la falda y empezó a acariciarse por encima de las bragas con una mano mientras con la otra trataba de bajarselas. Yo, al notar lo que estaba sucediendo, le pregunté si me dejaba ayudar la. Ellas, casi en un mumullo, me dijo:"Sí, por favor". Bajé una de mis manos para ayudarla a deshacerse de la prenda y poder participar también.

Cuando ya tuvo sus bragas a la altura de los tobillos, ella cogió mi mano y la dirigió hacia donde yo ya sabía gracias a sus sabias enseñanzas y mi propia experiencia. Conseguí que alcanzase un fabuloso orgasmo. Cuando acabó, aún jadeante, me introdujo en una nueva práctica que consiguió que fuese el día más inolvidable de mi vida (por eso recuerdo todos los detalles):me sentó sobre la mesacamilla, me subió la falda, me bajo las bragas y me practicó el primer cunilingus de mi vida casi adulta.

Cuando recuerdo la escena, aún hoy, con acariciarme un poco ahí, vuelvo a tener un orgasmo. Creo que fue el día, la hora, el instante y el momento en que decidí que, definitivamente, sólo me gustaban las mujeres. Cuando nos arreglamos los vestidos para salir de la salita recuerdo que me abracé a ella y le dije: "Te quiero Merche". Ella me contestó, medio llorando me dijo:"No seas tonta, eres aún muy pequeña para saber lo que es el amor. Pero me gusta que me lo digas porque yo sí te quiero a ti y me haces muy feliz". Me besó en los labios y se despidió diciéndome: "Hasta mañana amor mío y hasta siempre mientras tu quieras y nada me impida seguir viéndote".

Y así seguimos durante aquellos casi tres maravillosos meses. Tocase clase de lo que tocase, al terminar teníamos después otra clase de amor y sexo. Poco a poco yo ya sabía casi todo lo que se podía saber para dar y recibir placer. Al día siguiente en que ella me practicó el cunilingus cuando le pedí que me dejase hacerle yo lo mismo. Sólo preguntó que si estaba segura de querer hacérselo y si no me daba asco. Le dije que no y que cómo se le ocurría pensar que ella me podía dar asco.

Mientras le contestaba esto, ella ya se había subido la falda, y bajado las bragas mientras se deslizaba hacia el borde de la silla, tanto como pudo, de forma que quedaba sino horizontal, sí en una diagonal que me permitía acceder con facilidad a donde ambas queríamos. Me invitó a acercarme sonriendo y me puse de rodillas entre sus muslos de forma que mi cabeza quedaba a la altura de su deliciosa vagina. Me la cogió entre sus manos y me guió por caminos que mi boca y lengua desconocían, mientras con palabras y gestos me enseñaba lo que debía hacer. Me gustó todo:la textura de los tejidos que mis labios y lengua recorrían, los sabores–nuevos para míque llenaban mi boca, mi paladar, mis sentidos y hasta mi cerebro. Aquello, aquellos sabores y líquidos que no había probado jamás (porque los de mis amigas niñas eran casi insípidos e inodoros.

Y sólo los había probado sin siquiera metiendo la lengua en el"recipiente orgininal"sino, tan solo, chupándome los dedos )me volvían loca y me emborrachaban. Y quería más y más y seguía lamiendo y succionando del aquel nuevo manjar que se me acababa de ofrecer. La otra cosa que más me gustó fué el extasis inmenso que Merche alcanzó pese a mi escasa experiencia o quizás excitada precisa

mente creerme casi inocente. No hace falta decir que, cuando se repuso un poco, me devolvió el placer de la misma forma En una ocasión–que luego repitió al acabar la clase le preguntó a mi madre si íbamos a ir a algún sitio aquella tarde. Al contestarle que no, le preguntó si le permitía llevarme a su casa para presentarme a su madre. La mía dijo que sí, que encantada. Fuimos a su casa. Me presentó a su madre como una alumna suya. Hablamos las tres un poco y en seguida, Merche le dijo a su madre que tenía que enseñarme algo.

Me llevó a su ha bitación, cerró la puerta con el cerrojo y se puso un dedo en la boca, como indicándome si lencio, mientras sonreía con complicidad y cierto gesto de malicia. En silencio empezó a des vertirse. Por primera vez pude ver su hermosísimo y sensual cuerpo completamente desnudo. Cuando acabó, esperó unos instantes, como para que yo me deleitase de lo que estaba viendo y gozase y disfrutase con la visión.

Después se acercó a mí y me ayudó a desnudarme. Cuando acabó, abrió su cama y me acostó en ella, tumbándose a mi lado. Primero, sin decir nos una palabra, nos abrazamos en silencio un rato. Cuando nos separamos ligeramente creo que yo ya había tenido un orgasmo nada más que por la sensación de sentir todo su cálido cuerpo apretado fuertemente contra el mío, uno de mis muslos entre los suyos, nuestras vagi nas tocándose, rozándose, mis manos acariciando sus redondas y hermosas nalgas y sus pechos tocando lo que, no tanto después, serían los míos. Después nos dedicamos a "poner en práctica" todo lo que yo ya sabía más lo que había aprendido con ella clase, poco a poco y en fases y días distintos y medio a escondidas.

No sé cuánto tiempo pasamos juntas, el tiempo que estuvimos amándonos pero debió ser bastante –más de una hora porque nos sorprendió y nos sacó del ensueño la madre de Merche llamando con los nudillos en la puer ta mientras le decía:¡Pero hija ¿sabes la hora que es ya?. Quedaste en ir al colegio esta tar de y ésta niña tendrá que volver a su casa!. Merche le dio nosequé explicación mientras se levantaba, indicándome que hiciese lo mismo y me vistiese. Cuando acabamos me dijo: ¡Anita te juro que hacía muchos años que no disfrutaba tanto! ¿te gustó a ti?. Le contesté que claro que sí, que había sido el día más feliz de mi vida y dijo que repetiríamos. Cuando llegué casa más yo era la niñamujer más feliz del mundo. Aquella noche creo que mi vagi na debió sangrar de las veces que me masturbé pensando en mi adorada Merche.

Pero la felicidad es pasajera y nada dura eternamente. Durante todo verano todo continuó igual o mejor entre Merche y yo. En mi casa hacíamos lo que podíamos, que no era poco y, de vez en cuando, íbamos a la suya dónde, sobre todo si no estaba su madre, nos pasaba el tiempo sin que nos diésemos cuenta. Yo era feliz con Merche, no sólo por lo que hacíamos y disfrutábamos juntas, sino porque, además, ya avanzado el verano y mi experiencia, me trataba ya como una joven y no como a una niña. Me contaba cosas íntimas suyas, de mujer a mujer como si yo fuese una igual, no una adolescente precoz. . Nuestra intimidad llegó a ser tan grande que, a veces, parecíamos una pareja adulta y estable. Pero llegaron los exámenes de Septiembre. Aprobé y en Octubre tenía que empezar el bachillerato en el colegio de mon jas dónde había hecho la primera enseñanza. Merche regresaba a sus clases de profesora en el Instituto Público de dónde era titular del puesto.

Todavía, en el poco tiempo que quedaba de Septiembre y el principio de curso sobre el 8 de Octubretres semanas escasas tuvimos la oportunidad de reunirnos en su casa varias veces y revivir y rememorar lo que habíamos sentido, vivido y amado durante el verano. Pero empezaron las clases y por escasa distancia que había entre mi colegio y mi casa, que estaban muy cerca, y su casa y sobre todo, por mis horarios, no era normal que al salir del Colegio que fuese hasta el centro a buscarla ni en mi casa me dejarían llegar tan tarde. Por eso sólo nos veíamos ocasionalmente casi todos los sábados o domingos, eso sí, buscando estar solas. Así estuvimos al principio del nuevo curso. En diciembre yo cumplí los once años y, con sorpresa y alegría, noté que mi anatomía empe zaba a cambiar con rapidez.

Mis pechitos, que eran ya grandes para mi edad, empezaron a crecer más y más. Observé con gusto que mis pezones se excitaban con facilidad y surgían de ellos duros, grandes y puntiagudos, tanto que se marcaban bajo mi ropa. Mi madre también observó esto y me hizo que empezara a ponerme un sostén o brassier de jovencita. Uno de los cambios que más me satisfacía era ver que mis ralos, escasos, pelos púbicos empezaron a poblar con rapidez mi zona vaginal y pronto tuve como un pequeño bosque que veía crecer y me encantaba. Todos los días lo contempla ante el espejo e, incrédula, pasaba mi mano por encima como para asegurame de que seguía allí y que no se caía. El otro gran cambio fue notar que, cuando estaba muy excitada, me masturbaba o hacía el amor con Merche, el liqui do que segregaba ya no era como lo que hasta entonces manaba, que era casi tan insípido y claro que parecía agua, sino que era algo mas espeso y lechoso.

La primera vez que noté el cambio, casi instintivamente, remoje mis dedos y me los llevé a la boca saborear aquello y probar si se parecía en algo al delicioso sabor que encontraba en la entrepierna de Merche. No me supo igual pero me agradó pues se parecía mucho a aquél néctar de ella del que yo disfrutaba y con el que se emborrachaban todos mis sentidos. Mis cambios cada día me agradaban más. Merche también los notó pues en más de una ocasión me comentó:"Anita, querida, te estás convirtiendo en una mujercita de verdad".

Como a mí se me hacía muy duro poder estar con ella sólo un día o dos a semana se me ocurrió un pequeño plan maquiavélico pero, antes de ponerlo en práctica, necesitaba el consentimiento de ella. Cuando se lo conté al principio no le agradó la idea. Pero ante mi insistencia y tras hacer que ella repasase conmigo lo bien que estaba planeado y que no tenía fallos, accedió a que intentase poner en práctica mi idea. Esta era bastante simple: aunque en el colegio iba bien y tenía buenas notas, empezaría a fallar en las dos materias que eran su especialidad hasta que, con algunos suspensos en las mismas, en mi casa sugerirían o lo sugeriría yo misma que necesitaba clases particulares hasta que me pusiese al día en aquellas materias.

Lo puse en práctica y, efectivamente, a la tercera o cuarta semana con suspensos me pregunron que me pasaba. Yo, con la cara más inocente que pude, dije simplemete:"No sé. Es que no me gustan o no me entran bien esas dos asignaturas. ¿No os acordáis que ya el año pasado fallé en lo mismo?. La táctica dió el resultado que yo esperaba. Mis padres comentaron entre sí y, luego conmigo que tendrían que buscar una profesora o profesor particular pero se pre guntaban quién podría ser porque, ya empezado el curso, no sería fácil encontrar uno. Entonces yo, otra vez inocentemente, sugerí: ¿Y por que no preguntáis primero a la señorita Mercedes?. Quizás, si ella no puede, sepa de alguien". La idea les pareció perfecta y se pusie ron en contacto con ella.

Ella, como estaba al tanto de mi proyecto y para evitar todo tipo de sospechas, al principio dijo que no le iba a ser posible o que le sería muy difícil por razón de su horario en el Instituto pero que buscaría a alguien que pudiera darme las clases. Ante la insistencia de mi padre diciéndole que la prefería a ella por lo bien que me había ido con su ayuda dijo que tra

traría de organizarse y que contestaría al día siguiente. Mi padre se lo agradeció y me contó los detalles de esa conversación.

Al día siguiente llamó ella y dijo que había encontrado dos días posibles en la semana que tenían que ser martes y viernes pero que a nuestra casa solo podía venir los martes y que los viernes tendría que ir yo a la suya aunque ella podría traerme de vuelta a casa. Ambos días tendría que ser entre las siete y media y ocho y media de la tarde aproximadamente porque quizás habría días en que se retrasase algo por sus obligaciones en el Instituto. Mi padre, tras consultarlo con mi madre y conmigo, le dijo que estaba de acuerdo. Se pusieron de acuerdoen los detalles y, de esa forma, Merche y yo volvimos a reencontranos dos veces fijas por semana aparte de la escapadas de sábados y/o domingos. Yo iba a su casa en autobús o tranvía (todavía había) y ella me devolvía a mi casa en su pequeño coche. Como yo realmente iba bien en las asignaturas que utilicé como coartda, podíamos emplear prácticamente casi toda la hora de clase en hacernos el amor.

Pero incluso esto duró poco:

Un día, durante la comida con mis padres oí que hablaban, con medias palabras, de Merche. Lo hacían casi en clave para que ni yo ni mis hermanos más pequeños nos enterásemos de que iba el tema. Así todo, capté lo suficiente para saber que había surgido en la ciudad  una ciudad de provincias de hace treinta años en aquella España un "escándalo" relacionado con ella. Mi disgusto fue tal que no pude terminar de comer. Y en cuanto mi padre salió para atender su negocio y mi madre se dedicó a sus cosas de la casa (criadas, hijos pequeños, compras, etc) yo cogí el teléfono y llamé a Merche, rogando que fuese ella la que lo cogiese y no su madre. Tuve suerte. Lo cogió Merche aunque casi no reconocí su voz. . Tenía la voz en ronquecida. Me reconoció inmediatamente y me dijo, con voz llorosa, :¿Qué te pasa cariño? Le dije que no era a mi, que había oído algo y que quería saber que le pasaba a ella. Solo me dijo:"No puedo contártelo por teléfono porque anda mi madre alrededor y casi no me habla ¿Puedes venir a mi casa el sábado sobre las once de la mañana, que estaré sola?. Le dije que sí y ése sábado fui a verla. Me abrió la puerta todavía vistiendo bata y camisón. Me costó un poco reconocerla porque, aunque tan bella como siempre, estaba demacrada y ojerosa. Me hizo pasar rápidamente. En el saloncito que antecedía a su habitación me dijo, casi con frialdad :"Si te doy asco te lo cuento aquí mismo en dos palabras.

Y si tú eres todavía la única persona a la que no le doy asco, pasamos a mi habitación y te lo cuento mientras nos acostamos como siempre". Yo, entre asustada y escandalizada, le contesté :"Pero Merche ¿cómo me vas a dar asco si eres la persona que más quiero?. Ella suavizó su gesto amargo, dulcificó su cara, sonrió y hasta pareció que le disminuían las ojeras. Me hizo pasar a su habitación. Su cama estaba aún por hacer. Se quitó la bata y el camisón y me indicó que la acom pañase. En cuanto estuve desnuda, me acosté a su lado y nos abrazamos.

Antes de explicar me nada, me dijo: "Tenemos una hora y media antes de que vuelva mi madre, así que tranquila. ". Después, y todavía sin decirme nada de lo que ocurría, metió su cabeza entre mis incipientes pechos y se puso a llorar. Yo no sabía que hacer pues nunca me había visto en una situación así. Instintivamente empecé a acariciarle la cabeza y la nuca como si fuese uno de mis hermanos pequeños cuando cogía un berrinche. Al cabo de poco se calmó, levantó la cabeza de mi pecho y me dio un beso en la boca.

Después me dijo:"Antes de hacer nada o de que te cuente nada, contéstame una cosa: ¿alguna vez te he hecho daño, quiero decir daño grande que no puedas olvidar o perdonarme? Le dije:"No, jamás ¿Cómo puedes tu preguntarme eso a mí?"Añadió"Otra cosa más:aparte de lo nuestro:¿soy y he sido una buena profesora?. Le contesté sin dudarlo: "Claro que sí. Gracias a ti aprobé el examen de Estado y conseguí entender, por fin, cosas de matemáticas y física que nadie me había explicado nunca bien. Y eso se lo puedo decir a quien sea". Me dijo:"Gracias, pero no hace falta. Con que me lo digas tú me basta".

Entonces cogí yo la palabra y dije:"Pues entonces cuéntame que pasa y que te pasa". Me contestó:"Como no tiene ya arreglo y tampoco me importa ya te lo voy a contar en pocas palabras para que tengamos tiempo para algo más bonito. Mira, como tu sabes muy bien, no me gustan los hombres. Me gustan las mujeres. Ni siquiera las niñas. Tú has sido algo muy especial en mi vida y te considero ya una mujer joven. Pero te juro que desde que vine destinada a ésta ciudad jamás, jamás, nadie me ha visto tener una relación con ninguna mujer ni, menos aún, con una alumna. Tu eres un caso aparte y me consta que lo tuyo y lo mío sólo lo sabemos tu y yo. Sé que tú no les has dicho una palabra ni a tus padres porque hace mucho me habrían despedido o algo peor  ni a nadie. Pero en el Institu

to hay un hijo o una hija de puta (o uno de cada) que me han acusado ante el Claustro de Profesores de ser lesbiana. No han podido presentar una sola prueba pero el mal ya está hecho. Esta es una ciudad pequeña de provincias donde todos se conocen y todo, bueno, malo, regular, cierto o falso, se corre de voz en voz. Por ello el Claustro y el Director me han dicho que, aunque no pueden hacer nada contra mí, ni expedientarme ni nada de nada, dadas las circunstancias y los recelos que provoco ahora en algunos padres para que sus hijas ven

gan a mi clase, sería conveniente que pidiese el traslado. Como aún me queda algún amigo y sabía que esto se estaba cociendo desde hacía tiempo, yo ya había pedido el traslado. Me lo han concedido y me voy. Mi disgusto es porque nadie de quien está detrás ha dado la cara ni nadie me ha dicho quien me acusa. Y con esto se acabó el tema. Vamos a lo nuestro que es más divertido. Sólo siento que no volveré a verte. Una cosa más:¿de verdad no me odias por haber abusado de ti?Yo le contesté:"Mira Merche, también en pocas palabras.

El primer día que me hiciste algo yo fui feliz. . Yo ya no era tan inocente como parecía. Ya había tenido ex periencias con niñas de mi edad. Incluso, en una o dos ocasiones, había masturbado a un primo mío y a un amigo suyo mayores que yo, que medio me obligaron a hacérselo.

No me gus tó nada y desde entonces sólo me dediqué a las niñas o jovencitas que me gustan y a las que les gusta esto tanto como a ti y a mí. Además me has enseñado cosas que yo no sabía y a sen tir como si fuese una mujercita. En el tiempo que te conozco he sido y me has hecho la mujer más feliz de éste mundo. Y ahora vamos a jugar nuestro juego porque sino voy a ponerme a llorar al pensar que no te volveré a ver. "

Dicho y hecho. Durante una hora muy larga nos hicimos todo lo que nos apeteció. Antes de que volviese su madre nos despedimos para siempre, llorando las dos sin poder parar. Fué la última vez que ví a Merche. A los pocos días se trasladó sin su madre a un Instituto casi en la otra punta de España. Es el día de hoy que la quiero, pienso en ella y me pregunto que ha brá sido de ella. También desde aquel día odio con todo mi corazón a todo el se mete en la vida privada de nadie.

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o preguntarme algo puede dirigirse a: anasdd@terra.es