Ana (1)
Relato real de la vida de la autora con algunas gotas de imaginación para rellenar los vacios que los años causan en la mente.
ANA 1.
Empezaré diciendo que me llamo Ana y lo que cuento no es ficción sino parte de mi propia vida. Tengo 40 años. No soy una belleza, al menos no me considero tal, pero tengo una cara y un cuerpo que aún provocan miradas, silbidos y hasta palabras más o menos obscenas cuando voy sola por la calle. Mido 1, 64165. Tengo una cara ovalada pero no demasiado. Mis ojos son grandes, almendrados y de color castaño claro, igual que mi pelo. Mi piel es de color miel es color miel, ni demasiado clara ni oscura y se pone color bronce cuando tomo el sol.
Peso entre 56-57 kg. Tengo unos pechos no inmensos pero quizás sí un poco grandes para mis medidas lo que me trajo problemas ya desde pequeña porque eran el centro de atención de casi todo el mundo. Mi trasero es casi perfecto, de forma de media naranja perfecta. Quizás, con los pechos, lo que más llama la atención de la gente son mis piernas y muslos que, aunque no demasiado largas por mi estatura, sí están perfectamente torneados y los muslos son duros, llenos y rotundos. Me olvidaba: mi nariz es pequeña y clásica, mis labios muy llenos y sensuales.
Lo que voy a empezar a contar se remonta a hace unos 30 años.
Por razones lógicas he cambiado los nombres de las personas pues la mayoría, sino todas, aún viven y no es mi intención descubrir la vida privada ni la intimidad de nadie.
Desde muy pequeñita seis, siete años noté que mi sensualidad y sexualidad estaba muy desarrollada para mi edad. Hasta el punto que sorprendía a mis amigas y amigos. En una palabra:era demasiado precoz. . Esto me llevó a que, ya desde entonces, me gustasen los contactos aunque fueran accidentales con mis amigas y amigos y, sobre todo, los "toqueteos" intencionales con mis amigas e, incluso, con algunos niños de nuestra edad. En esos años y hasta los 10, llegué a hacer exploraciones "más profundas" de nuestros cuerpos con quienes eran mis amigas más "íntimas" y aprendí a masturbarme teniendo desde esa edad consiguiendo satisfacciones que me resultaban muy agradables trasladandome a otro mundo y que llegué a practicar mutuamente con algunas amigas de mi edad que también habían descubierto ese maravilloso mundo.
Recuerdo mis dos experiencias más profundas en éste sentido y las circunstancias en que se
produjeron. La primera vez fue cuando vino a jugar a casa como otras tantas veces una amiga llamada Dolores, Lolita para todo. Era por la tarde y mis hermanos pequeños estaban con
nosotras. Después de cansarnos y hasta de aburrirnos de jugar a las cincuenta cosas de siem
pre decidimos jugar a "papás y mamás". Lolita y yo seríamos los "papás" y mis hermanos pe
queños nuestros hijos. Estábamos en una salita de estar que empleábamos para jugar. Escogimos un sofá como cama y buscamos algo con que taparnos "mientras dormíamos". La niñera que cuidaba de nosotros más bien de mis hermanos al ver lo pacíficos que estábamos nos facilitó encantada una vieja manta. Bajamos las persianas parcialmente, dejando la salita en media penumbra. Lolita y yo nos acostamos bajo la manta y lo que no recuerdo fue que se sucedióponía que tenían que hacer "nuestros hijos". Hasta ahí creo que que lo habíamos hecho todo inocentemente. Pero la cosa cambio cuando nos encontramos muy juntas, en penumbra y tapadas por la manta. No recuerdo si nos habíamos quitado las falditas para simular mejor que era la noche o que estas eran muy cortas. El caso es que como el sofá no era demasiado ancho nuestras piernas y muslos quedaron en contacto íntimo y nuestros cuerpos muy juntos.
Lolita y yo ya habíamos"jugado"a investigar en nuestros cuerpos pero nunca habíamos sen
tido tan cerca e íntimamente el calor de nuestros cuerpos. Sé que a los pocos minutos empe
mos a sentirnos muy a gusto las dos. Tanto que se acercó uno de nuestros"hijos" a decir algo y las dos al unísono le contestamos que más tarde porque "ahora" estábamos durmiendo.
Y fingiéndonos dormidas, empezamos a acariciarnos primero los muslos, luego el lugar dónde empezaban a notarse los bultitos que más tarde serían nuestros pechos, dándonos ligeros besos en la boca amparadas y protegidas por la penumbra, para terminar buscando nuestras vaginas, muy húmedas pese a nuestra juventud, y terminar masturbándonos mutuamente. Es ta maravillosa sensación de estar en otro mundo la rompió bruscamente uno de mis herma nos que, quizás debido a la penumbra, tropezó con algo, se cayó y empezó a llorar y sangrar por la nariz. . La chica que nos cuidaba terminó nuestro"sueño"levantando las persianas pa ra atender a mi hermano. Y ahí se terminó la magia de aquella tarde aunque a Lolita y a mi nunca se nos olvidó.
La otra ocasión fue recién cumplidos los diez años. Una tarde un matrimonio muy amigo de mis padres vinieron de visita con su hija Lucía, que era más o menos de mi edad y, a diferen cia de mi, muy morena, con preciosos ojos negros. Estaba tan desarrollada como yo aunque era un poquito mas pequeña. Éramos amigas pero no muy íntimas porque íbamos a diferentes colegios y nos veíamos con poca frecuencia.
Pasamos la tarde juntas, jugando, hablando y escuchando música. Al empezar a anochecer, cuando sus padres estaban preparándose pa ra regresar a su casa, les llamaron por teléfono para avisarles de que el padre o la madre de uno de ellos no recuerdo exactamente había sufrido un ataque de corazón y estaba ingresado en un hospital. Su intención era ir inmediatamente pero surgió el problema de Lucía: tenían que llevarla antes a casa. Surgió mi madre salvadora y les dijo que por que no dejaban que Lucía se quedase a dormir en casa y añadió: "Ana tiene una habitación solo para ella y una cama muy grande".
A los padres les pareció bien y ellos y mi madre le pregunta ron a Lucía si ella quería quedarse. Dijo que sí y sus padres se fueron. Al cano de un rato ce namos y poco después mi madre acompañó a Lucía a mi habitación. Yo la seguía. Al llegar a mi cuarto mi madre le dio a Lucía a elegir entre mis prendas de noche. Yo, salvo que hiciese mucho frío, me gustaba dormir en una camisones muy ligeros y cortos, por encima de la ro dilla.
Ella, como éramos de las mismas medidas, optó por un camisón como los que yo usaba. Mi madre la ayudó a desnudarse yo noté que ella tenía algo de pudor al verse desnuda ante dos personas extrañas pero rápidamente se puso el camisón. En ese breve espacio de tiempo pude ver que tenía un perfecto cuerpecito con un culito redondeado y perfecto. Cuando terminó de ponerse el camisón mi madre le enseñó y la acompañó al baño más cercano que, realmente, estaba al lado de la puerta de mi habitación. Cuando ella regresó fui yo la que me dirigí allí. Me lavé los dientes y oriné pero, por alguna razón del subconsciente, después me lavé aquella zona pues no quería oler a orín. Volví a mi habitación y me encontré Lucía sen tada en el borde de mi cama hablando con mi madre. Mi madre se despidió de nosotras y nos deseó que pasásemos una buena noche. Cuando cerró la puerta Lucía me preguntó muy edu cadamente que lado de la cama prefería. Yo le dije que solía dormir a la derecha, donde te nía una pequeña librería al alcance de la mano y una radio.
Ella me dijo que mejor así pues ella quedaba más cerca de la puerta por si necesitaba ir al baño durante la noche. Nos metimos en la cama y, primero con la luz encendida y luego con ella apagada, seguimos hablan do y contándonos cosas. Las normales: los chicos que nos gustaban, los que nos hacían caso, las compañeras a las que envidiábamos por guapas o desarrolladas y. . . cosas así. Al cabo de un rato le dije que estaba cansada y que iba a intentar dormir. Nos quedamos en silencio las dos. Yo no tenía sueño en absoluto. Lo que sí tenía era el cuerpo de Lucía desnudo grabado en mi retina y en mi mente. Empecé a hacerme la dormida haciendo, poco a poco, que mi res piración fuese más espaciada, lenta y profunda, mientras pensaba cómo acercarme a ella físicamente pues desconocía cuál podía ser su reacción. Decidí intentar algo inocente. Lenta mente y sin que ella lo notase, me subí el camisón hasta dejar mis muslos al descubierto.
Después de un rato, cuando yo ya "dormía profundamente" mientras que notaba que ella se guía despierta, quizás porque extrañase la casa y la cama, hice un movimiento "involuntario"en mi sueño, moviendo mi pierna y muslos izquierdo para dejarlos pegados al suyo derecho. Esperé pacientemente a ver cual era su reacción. No hubo ninguna. Yo, imperceptiblemente, apreté un poquito más mi muslo y me quedé inmóvil, como si durmie se profundamente. Al cabo de unos minutos sentí que ella introducía su mano entre su mus lo y el mío, como intentando separarme. Lo empujó ligeramente y yo respondía separándome uno o dos centímetros. Mi sorpresa fue cuando noté que lo que quería era levantarse el camisón hasta su estómago como yo lo tenía y que mi presión le impedía hacerlo pues se lo su
jetaba entre ambos muslos. Y aún fue mayor cuando noté que ahora era ella la que volvía a buscar el contacto con mi pierna. Puede sentir toda su suave y cálida piel en contacto con la mía. Suspiré en sueños profundamente y empecé a excitarme más de lo que ya lo estaba pe ro seguì fingiéndome dormida. Y esperé pacientemente. Al cabo de pocos minutos noté que su cuerpo, aunque muy quedamente, se movía rítmicamente y con él, el colchón. No tuve que pensar mucho para saber qué estaba sucediendo. En ese momento hice como que me despertaba bruscamente y le pregunté: ¿Qué te pasa, te encuentras mal?. Mi dijo muy cortada "No, no, estoy bien". Dejando ya toda simulación crucé mi brazo derecho por encima de mi cuer po y buscar su mano donde creía que se encontraba. No me había equivocado pues, por mie do a que yo lo notase, ni había tenido tiempo a retirarla de su vagina. Allí la encontré y pusé mi mano sobre la suya. Me volví hacia ella, la besé en la mejilla y le pregunté:"¿Te gusta ha
cer "eso"?A mi mucho. ¿Me dejas que te ayude?" Aunque seguíamos con la luz apagada, por el calor que empezó a despedir su mejilla supe que se había sonrojado hasta la raiz de su pelo con mi pregunta. La pobre Lucía no se atrevía a articular palabra. Suavemente retiré su mano de donde la tenía sustituyéndola por mis dedos y comencé a acariciarle la zona púbica mientras la llenaba de besos en la mejilla. Ella no sólo no se resistió sino que abría sus pier nas para que yo trabajase más cómodamente. Entonces busqué en su interior su pequeño clí toris y empecé a acariciarlo suavemente. Ella empezó a agitarse nuevamente al tiempo que buscó con su mano la parte de mi de mi cuerpo que no estaba ya cubierta por el camisón. Metió su mano pero siguió subiendo hasta alcanzar mis pequeños pechos, empujando hacia arriba mi ya subida prenda de dormir.
Yo detuve lo que le estaba haciendo y busqué también sus pechos que eran algo más pequeños que los míos. Nuestros camisones estaban ya enrollados casi en nuestros cuellos y nos re sultaban incómodos. Ella encendió un segundo la lamparita de su mesa y con una sonrisa en su boca me preguntó:"¿Por qué no nos los quitamos?"Yo le dije que sí pero que los guar dásemos cerca, debajo de las sábanas, para volver a ponérnoslos y que no nos descubriesen por la mañana. Así lo hicimos y volvimos a apagar la luz. . Primero nos abrazamos fuertemen te y buscamos nuestras bocas y su interior por primera vez. . Después, continuando los besos, nos acariciamos mutuamente los pechos y cuando las dos estuvimos más que excitadas, nos masturbámos también mutuamente varias veces. De pronto, cuando ya llevábamos un largo rato jugando con nuestros sexos, oímos pasos en el pasillo.
Rápidamente nos separamos tumbándonos boca arriba y con las sábanas cubriéndonos hasta el cuello. Oímos que la puerta se entreabría un poco dejando entrar un poco de luz. Y oimos la voz de mi madre que le decía a mi padre: "Fijate: duermen como dos angelitos". Cerraron la puerta y cuando oímos que los pasos se alejaban, Lucía y yo soltámos simultáneamente una pequeña carcajada. Volvimos a nuestros juegos y, cuando notamos que empezaba a invadiros el sueño, tomamos la precaución de volvernos a poner los camisones. Dormimos profundamente hasta que por la mañana entró mi madre para despertarnos para el desayuno.
Se dirigió especialmente a Lucía por su calidad de invitada para preguntarle si había dormido bien. Ella contestó que sí, que perfectamewnte. Mi madre añadió:"Es que parece que tienes cara de cansada". Y Lu cía le contestó: "Es que estoy tan bien que me gustaría quedarme en la cama media mañana". Mi madre nos dejó para que nos aseásemos y vistiésemos. En ese lapsoLucía me dijo si volveríamos a vernos. Yo le dije que seguramente. Pero por el cambio de colegios y cincuen ta cosas más pasaron muchos meses antes de que nos volviésemos a encontrar y, para entonces, nuestras vidas habían cambiado mucho.
. . . . . . . . . .
Pero lo que determinó mis tendencias y gusto real fué lo que viví entre los diez y trece años.
Cuando tenía diez suspendí en Junio un examen para iniciar el bachillerato. Tenía que aprobar por obligación de mis padres en Septiembre porque querían una niña e hija especial que fuese un año adelantada con relación a las demás. Para ello contrataron una profesora del Instituto que había formado parte del Tribunal que me había suspendido. La conocían por una amistad común. Con esos antecedentes yo casi la odiaba antes de conocerla de cerca.
Se llamaba Mercedes. Me daría clases de lunes a viernes, de cuatro a cinco de la tarde, entre mediados de Junio y mediados de Septiembre, que era cuando yo tenía que examinarme otra vez. .
Ella tenía fama de guapa entre los hombres y, también lo admitían las mujeres. Yo, la verdad, entre los nervios del examen y que era uno de los miembros del Tribunal no me había fijado demasiado. El primer día que apareció por casa pude comprobar que, efectivamente, era muy guapa. Tenía el pelo castaño claro, su cara ovalada, clásica, con una nariz perfecta. Sus ojos grandes también ovales almendrados, color miel oscura y tenía un precioso tipo aunque yo no podría decir las medidas porque, entonces, yo ni sabía lo que era eso en una mujer. . Era de estatura alta para aquella época 1, 66 a 1, 68 y, de cerca, resultaba resultaba realmente guapa y atractiva aunque yo solo recordaba la cara seria y, para mi, odiosa que, detrás de la mesa de un Tribunal de examen, no pestañeaba ni movía un músculo de la ca ra. Tenía unos 26 a 28 años y fama de buena profesora y lo era.
Desde aquél primer día y, de acuerdo con mi madre, eligieron para las clases una pequeña salita de estar que había en el primer piso del chalecito en que vivíamos y, por tanto, alejadas del ruido y bullicio que mis hermanos pequeños organizaban jugando y gritando en el jardín. Nos presentaron formal mente y entramos en la salita, sentándonos una al lado de la otra en una mesa camilla. Dimos una clase seria y formal.
Cuando la tuve tan cerca, a mi lado, rozando los muslos la miraba, casi de reojo y no sé si me enamoré de ella pero lo que sentí era algo muy parecido. Para mí era guapísima y muy dulce. Ya no tenía la cara de "póker" del Tribunal y son reía con verdadera dulzura cada vez que me corregía en algo. Por primera vez la veía como mujer y no como a una profesora.
Era verano e iba con ropa ligera. Su pecho me llamaba poderosamente la atención Me pa
recía precioso y me atraía como un imán pues, sin ser excesivamente grande, casi se le salía por encima del sostén y de la blusa. Pasó la hora de clase y nos despedimos hasta el día si guiente. Y al día siguiente, lo mismo. Y al otro y al otro. . . Pasaron así unas dos semanas. Co
mo el calor del verano aumentaba, cada día venía más ligera de ropa quizás demasiado pa
ra aquella época con una falda más corta que, al sentarse, me dejaba ver y disfrutar de la mitad de unos hermosos muslos. Yo me volvía loca sólo con verla y verlos y aprovechaba pa ra, debajo del faldón dela mesa. camilla, subir más mi ya pequeña faldita para dejar más par
te de mis muslos en contacto con los de ella. Mi instinto y mi deseo hacían que mi mano ten diese a posarse sobre ellos, pero el miedo me lo impedía. Pues bien, cuando llevábamos aproximadamente dos semanas y ya teníamos cierta confianza me había dicho que, en vez de "señorita" la llamase Mercedes o Merche y que la tutease sucedió que un día, cuando sólo faltaban quince minutos para terminar la clase, se levantó y se dirigió a la puerta. Yo creí que iba al baño, que estaba muy cerca, pero para mi sorpresa al llegar a ella, echó el cerrojo y volvió a sentarse a mi lado.
Cuando lo hubo hecho, me invitó a ponerme de pie frente a ella, me miró de arriba abajo con una sonrisa, me levantó la faldita, me bajó las braguitas y puso su mano sobre mi pequeña vagina. Me la acarició dos o tres veces, de arriba abajo, por fuera, con cariño y delicadeza mientras sonreía con dulzura. Luego me dijo que sacase la punta de la lengua. Yo lo hice. Ella hizo lo mismo. Me acercó a su boca y, nada más que con la punta de la suya, rozó la mía dos o tres veces. Después me subió las braguitas, colocó la faldita en su sitio y sin explicación alguna miró el reloj, dijo que ya era la hora, se despidió y. . . punto.
Y digo punto porque allí empezó mi tormento:me acosté aquella noche físicamente sóla pe
ro mentalmente con ella a mi lado durante toda la noche. No sé las veces que acaricié todas las partes y puntos de mi cuerpo que me producían placer. No sé a que hora conseguí conciliar el sueño y, cuando me dormí, fué con el deseo de que llegase la clase de las 4 de la tarde.
Llegó el siguiente día. Durante la mañana, a pesar de que había ido a la playa con mis hermanos, mi madre y mis amigas, el tiempo se me hizo eterno. No me apetecía ni acariciar a una de mis amigas que era de mi "gremio". Volvimos a casa. Comimos. Yo miraba el reloj a cada momento. Llegaron las 4 de la tarde. Y las 4 y media. Y las 5. Y Mercedes no apareció. Mi ansiedad se convirtió en desilusión primero y en enfado después. En mi casa sólo comentaron: "¡Que raro que no haya venido Mercedes y que no haya avisado!".
El día siguiente fue igual o peor aún porque tampoco vino ni llamó mi querida Mercedes. A la hora de cenar con mis padres surgió el tema. Mi padre dijo: "Quizás está mala, voy a llamarla". Y así lo hizo. Cogió el teléfono y contestó su madre que dijo que, efectivamente, estaba enferma. Su madre preguntó a mi padre si quería hablar con ella. (Yo pensaba no sin razón que las ausencias de Mercedes se debían a que ella tenía miedo a que yo hubiese contado lo sucedido entre nosotras). Mi padre dijo que sólo quería saber si estaba enferma y que realmente quien quería hablar con ella era yo. La madre dijo que esperase un momento. Mi padre me pasó el teléfono.
Mercedes se puso y le pregunté que cómo estaba. Me dijo que mejor (al ver que era yo, luego me lo confirmó, se desvanecieron sus temores)y me dijo que si quería que podría venir ya al día siguiente a lo que yo contesté que sí, que por qué no iba a venir. Al día siguiente, a las cuatro en punto, estaba en casa. Pasamos a la salita. Empezamos la clase. Ella no hizo la menor mención de lo sucedido hacía tres días. Yo me acerqué a ella más que nunca y apoyé mis muslos contra los suyos presionando como nunca lo había he cho. Pero todo sin resultado. Ella no se inmutó. Entonces yo, que ya no sabía de qué iba la clase pues sólo podía pensar en ella, cuando solo quedaban quince minutos para terminar, me levanté, fui a la puerta y eché el cerrojo. Ella me preguntó como sorprendida:¿Qué ha ces?. Yo, poniendo la cara más inocente que pude dije simplemente:"Como el otro día". Vol
ví hacia mi silla y ví que ella me miraba entre incrédula y sorprendida. La expresión le du
ró segundos. Y luego me dijo. "Eres una niña demasiado caliente. ¿Tu crees que no he nota do desde el primer día las miradas que me echabas y que no sentía tus muslos rozarse con los míos?. Seguro que ya has jugado al y con el sexo con alguna amiga. Por eso el otro día no pude más e hice lo que hice". Le contesté que sí que era verdad lo que me decía y añadí: "Pero es que tu me gustas mucho, me gustas de verdad y contigo me siento mayor". No lle gué a sentarme. Antes de llegar a mi silla, me cogió y abrazó.
Después, mientras mantenía medio abrazo, buscó mi vagina y empezó a acariciármela, mientras me besaba la cara y en los labios, introduciendo ligeramente su lengua en mi boca. Al poco tiempo me produjo un orgasmo que no olvidaré en mi vida. Después, armándome del valor que me daba saber que ya éramos "cómplices", le dije:¿Puedo ver "lo tuyo?. Dudó otra vez unos segundos, pero ella ya sabía también que podía contar conmigo para cualquier cosa. Sólo me dijo, a modo de comentario, mientras se subía la falda y bajaba las bragas: ¡Esto es nuestro secreto ¿no?!.
Ni siquiera espero mi respuesta porque la tenía ya en mis ojos, en mi petición, en todo mi cuerpo y en mi evidente excitación. Abrió las piernas y me dejo ver lo que me pareció la vagina más bonita que había visto nunca(y lo era porque las que yo conocía eran de niñas im púberes o de alguna adolescente tan precoz como yo y a la que le gustaban ya los juegos se xuales tanto como a mi): tenía un hermoso pelo púbico limpio, tan cuidado como el parterre de un jardín, que es lo que me pareció en aquel momento. Instintivamente mi mano fue ha cia aquél sitio que me parecía mágico y prohibido, lleno de frutos nuevos que yo nunca había probado, y traté de acariciarlo. Ella me ayudó. Se abrió los labios, cogió mi mano y dirigió mis dedos hacia el clítoris, enseñándome lo que tenía que hacer. No tardé en aprender el ritmo que a ella le gustaba más que unos pocos segundos.
El resto, aunque con las de mi edad, ya lo había practicado. Ella tardó poco en empezar a estremecerse. Cuando estaba ella al punto del orgasmo, cogió mi cabeza y me besó metiendo su lengua en mi boca, haciendo que luego hiciese yo lo mismo.
Creo que se asustó más que yo misma porque, cuando alcanzó el orgasmo, sus quejidos eran tan fuertes que, al terminar, miró con miedo el reloj y luego ha cia la puerta cerrada por si alguien hubiese oído al go y viniese para ver si sucedía algo. Cuando comprobó que nadie se había oído nada de nada yo ya sabía que era imposible porque todo el mundo estaba en la planta baja, se arregló, me besó otra vez y se despidió di ciendo en broma: ¿Quieres que vuelva mañana, cariño mío, mujercita mía?. No le respondí con palabras. Como única contestación sonreí y pasé mi mano por encima de su falda a la altura de sus partes sexuales.
Y al día siguiente volvió. . . pero eso ya es otra historia.