Ámsterdam (2)

¡Vamos! No te estoy pidiendo que te desnudes, te lo estoy ordenando...

Permanecí quieta, sorprendida, sin decir nada ni desabrocharme un botón.

¡Vamos! No te estoy pidiendo que te desnudes, te lo estoy ordenando. Voy a estar bastante ocupado y quiero ver si merece la pena dedicarte mi tiempo. Quiero ver tu cuerpo. No tienes derecho a negarte a nada, aunque si quieres puedes irte ahora mismo. – Sus dedos golpearon mis sienes mientras me negaba el derecho a la negación. – No tenemos mucho tiempo. ¿Prefieres que abra la puerta y te deje marchar?

Espere – dije titubeante. Me decidí a empezar por la camiseta ajustada. Había mirado mi escote con descaro y creo que mis pechos siempre han fascinado a mis amantes. El sujetador era de encaje. Mientras aún mantenía la camiseta en mi mano buscando dónde dejarla, noté unas manos en los hombros que me volteaban y hábilmente me desabrochaban el sujetador.

¡Levanta los brazos! – Sin darme cuenta estaba mostrándole mis pechos y lejos de contentarse, su mirada seguía apremiándome para que terminase de desnudarme. Quitarme los vaqueros ceñidos en aquél minúsculo habitáculo iba a ser una proeza. Al quitarme las sandalias, sentí el suelo plastificado y agradecí haber sido lo suficientemente previsora al ir al salón de belleza a depilarme con cera antes de comenzar el viaje. Permanecí sólo vestida con el tanga y evitando su mirada exploradora. Rompió el tanga tirando con ambas manos y me dejó desnuda y sin saber qué hacer con mis manos. – Ya te compraré otro …o no. Tal vez no lo necesites

Sujetó mis manos a mi espalda con su izquierda mientras su diestra iba recorriendo mi cuerpo, no tanto buscando mi excitación, como comprobando cómo tomar las curvas de mi cuerpo. Una mano golpeó mis muslos para que se abrieran y comprobó que pese al nerviosismo de mi cara, mi sexo nadaba en felicidad.

¡Agáchate! – Separó los cachetes de mi culo y avergozándome me preguntó - ¿Hace más de una semana que nadie usa tu culo?

No tienes derecho

Sí lo tengo. – Volvió a golpearme las sienes y noté que aceptaba la idea. – Ahora vístete con esta ropa. – Sacó de su maletín una minifalda y un minitop que harían volverse a Escrivá de Balaguer y pasarse una semana mortificándose. – Antes de embarcar, te vi y te imaginé con este conjuntito del escaparate de Zara. No pude evitar comprártelo.

Se oyeron unos golpes en la puerta. Una azafata preguntó:

¿Necesitan ayuda?.

No. Enseguida salimos. Mi mujer necesitaba cambiarse de ropa. Se había manchado.

Se volvió a mí mientras me vestía aturdida:

  • Estoy en el hotel Amstel Inter-Continental Ámsterdam. Puedes ir con tus amigos hasta las ocho de la tarde. A esa hora te espero en el hotel. Ve vestida como estás ahora. Si tienes frío, puedes ponerte una chaqueta encima y venir en taxi. No puedes ponerte ropa interior en todo el día. – Acto seguido me metió un billete de 50€ en el escote, se supone que para gastos, aunque en cierto modo me hizo sentir prostituida. Cuando sentada en mi asiento guardé el billete, ví que tenía un número de teléfono móvil escrito y un "eres mía" en el anverso, al lado del número de su habitación. Mi amiga seguía durmiendo, lo que me permitió olvidarme de qué excusa darle para mi cambio de vestuario.

El avión empezó la maniobra de aterrizaje casi a los cinco minutos de sentarme y cuando volví a abrir los ojos Él ya había desaparecido por más que intenté localizarlo. Recogimos los equipajes y seguimos al guía del paraguas azul hasta nuestro hotel. Me aseé y fui a comer con el grupo. Mi amiga, que me conoce bien, me preguntó un par de ocasiones si pasaba algo, extrañada también al no reconocer mi vestuario, aunque en ninguna encontró una respuesta sincera. Supongo que la duda ante lo que haría esa noche la llevaba escrita en la cara. No pronuncie casi palabra durante el día, y casi no conseguía guardar en mi cabeza las imágenes de todo lo que íbamos viendo. La hora se iba acercando y mi cabeza volaba inventando una excusa para librarme sin dar pie a preguntas incómodas. Pero cuando quise darme cuenta eran ya las ocho y no estaba muy segura de en que parte de la ciudad estaba el hotel y cuanto tardaría. Así que entré en el primer taxi que se acercaba, le di la dirección al taxista y por la ventanilla le dije a mi amiga un escueto: "nos vemos mañana" mientras veía como se iba alejando en la distancia preguntándome a gritos a donde iba. Mañana tendré que dar explicaciones, pensé una milésima de segundo, aunque en ese momento no tenía tiempo para perder en pensar eso.

Cuando el taxista paró le di rápidamente el importe de la carrera y entré casi corriendo en el hotel y me metí en el ascensor. Pulsé el botón de la séptima planta y noté como me temblaban las piernas mientras el ascensor empezaba su marcha.

(continuará)

Persephone_83@hotmail.com