Amos de la noche (2)

Hazla gemir de placer y dolor. Lame su cuerpo en busca de minúsculas heriditas en las que se esconda su sangre. Embriágate con su primer amor, con su última copa. Para un poco de vez en cuando y mira sus ojos. Observa como crece en ella la ilusión de que todo ha acabado y el temor de no volver a sentir lo mismo. Vuelve entonces a beberla suavemente, rompe sus ilusiones, libérala de sus temores.... llévala hasta el límite una y otra vez hasta que sea imposible el retorno y entonces comparte conmigo su sangre y tu placer

Amos de la noche (2ª Parte)

Hambre. Se que tienes hambre. Lo veo en tus ojos de la misma forma que veo como te asusta esa hambre. Te asusta porque te supera, te domina. No tiene nada que ver con lo que tú creías que era el hambre. Esa sensación de desazón que notabas cuando te apetecía comer. Tampoco es comparable a las señales que tu cuerpo te mandaba las veces, pocas, muy pocas, en las que no pudiste atenderlo en sus primeras demandas de alimento.

Esto es otra cosa. Sabes lo que necesitas. Sabes que lo necesitas con un ansia endemoniada. Todo tu cuerpo te lo pide. No es ya el estómago ni esas indeterminadas "tripas" sino toda tú. Cada milímetro de tus cabellos tienen hambre. Cada poro de tu piel, cada destello de tu mirada, cada latido de tu corazón, cada ondulación de tus caderas, cada contracción de tus músculos, cada bocanada del aire que inspiras.... toda tú sabes lo que necesitas. Necesitas Sangre.

No debes temer a tus instintos, solo ellos te mantendrán viva. Sin ellos estarías perdida. Se que al principio es difícil. Todos hemos pasado por eso aunque en algunos casos haga tanto tiempo que nos parece imposible que hubiera una primera vez. Algún día te contaré la mía.

Pero hoy es tu día, tu primera vez. Yo te ayudaré, no temas. Antes de empezar debes tener claras dos cosas. La primera es que la mayoría de las leyendas que corren por ahí sobre nosotros tienen poco de cierto. Entre ellas esa que dice que nuestro único placer, nuestro único alimento nos lo da la sangre. En absoluto. Podemos comer o beber como cualquiera. Podemos mantener relaciones sexuales como cualquiera, bueno como cualquiera no, mejor que la mayoría pero ese es otro tema. Sin embargo no hay mejor sabor que el de la sangre, no hay bebida que nos embriague más que la sangre, no hay orgasmo comparable al que viene acompañado de la sangre. Nada nos llena como la sangre, sin ella estamos perdidos.

Con el tiempo aprendes a controlarte, a dosificarte. Con un pequeño sorbo aquí y otro allá estarás satisfecha, plena. Pero al principio.... al principio todo te parece poco, nunca te sacias, siempre quieres más, más, más.... hasta reventar. Como ves no somos tan diferentes a los humanos ¿no crees?

Te dije que te aclararía dos cosas. Pues bien esta es la otra: somos depredadores. Olvídate de conseguir la sangre de ninguna otra forma. No somos carroñeros. No podemos alimentarnos de cadáveres mejor o peor conservados ni de sustitutos artificiales más o menos perfeccionados. No hay nada, absolutamente nada, que pueda sustituir al placer de la caza. A veces pienso que lo que realmente nos alimenta es eso, la adrenalina que nuestro organismo produce ante la perspectiva de una víctima aterrada a la que acosar y dar caza. Y cuanta más pelea presente, cuanto más luche, cuanto más se resista, mejor sabor tendrá su sangre, más fácilmente podremos absorber su vida, sus vivencias, sus recuerdos.

El miedo de tu mirada no consigue camuflar las ganas que tienes de hacerlo. Te delatan tus ojos ansiosos, tu boca temblorosa, tu piel erizada, tus músculos tensos.... estás preparada para la caza. Es el momento de buscar tu primera víctima.

Ahí la tienes, tu primera víctima. No te precipites. No te dejes llevar por la urgencia de tus deseos. En esto, como en todo, hay que controlar el placer. Si no lo haces así se desborda, te supera y estalla y habrá acabado antes de que te des cuenta, privándote del lujo que supone saborear lo que estás sintiendo.

Así que hazme caso. Acecha a la presa, acósala, provócale inquietud. Consigue que perciba tu presencia y sus instintos más primarios salgan a la luz. Observa como su cuerpo tiembla mientras sus músculos se tensan y su vello se eriza. No sabe lo que pasa, que es lo que la pone en peligro, pero está segura del peligro. Sabe que se juega la vida y eso la aterroriza. Pero también la atrae como un imán. Ha dudado entre huir o plantar cara. Ahí selló su destino. Bueno, seamos justos, jamás habría conseguido escapar de nosotros pero esa duda la hace mucho más apetecible ¿no te parece? Siempre son más atractivas las que gustan de caminar por el lado salvaje de la vida, las que buscan un huequecito entre lo tenebroso y lo morboso. Algunas tienen suerte y encuentran algo o alguien que las satisfaga y las llene. Otras tienen aún más suerte y dan con nosotros.

Te confieso que suelo elegir a mis presas con más edad que esta. Me gusta que lleven mucha vida a sus espaldas, que tengan mucho que transmitirme. Pero para una neófita como tú es preferible algo más simple. Esta jovencita te saciará, llenará tus huecos, calmará tus deseos... sin llegar a sobrepasarte, sin saturar tus células, sin anular tu voluntad. Así que ahí la tienes, está a punto. Su cuerpo está saturado de adrenalina, las hormonas borbotean en su sangre. Ni ella misma sabe que la domina más sin el pánico ante lo que presagia que va a sucederle o la ansiedad ante la promesa del placer que va a dar y recibir.

Clava tus dientes en su cuerpo y empieza a sorber lentamente, no tengas prisa. Saborea cada gota, cada recuerdo, cada sensación. Haz tuyos sus mejores amantes, su primer beso, todos sus orgasmos. Vive dentro de ti la primera vez que se masturbó, siente sus dedos, tus dedos, acariciando su clítoris, tu clítoris. Ve a través de sus ojos esa polla que por primera vez buscó su garganta, inundándola, atragantándola. Saborea ese semen mezclado en su sangre, saborea su miedo y su pasión.

Hazla gemir de placer y dolor. Lame su cuerpo en busca de minúsculas heriditas en las que se esconda su sangre. Embriágate con su primer amor, con su última copa. Para un poco de vez en cuando y mira sus ojos. Observa como crece en ella la ilusión de que todo ha acabado y el temor de no volver a sentir lo mismo. Vuelve entonces a beberla suavemente, rompe sus ilusiones, libérala de sus temores.... llévala hasta el límite una y otra vez hasta que sea imposible el retorno y entonces comparte conmigo su sangre y tu placer. Amemos y matemos juntos.