Amoríos de un cornudo empedernido 3
Tercera entrega de las memorias de un cornudo empedernido, descubriendo una fascinante secuencia de otra corneadora suya,maravillosa.
AMORÍOS DE UN CORNUDO EMPEDERNIDO
3
Queridos míos colegas cornudos, admirables corneadores y maravillosas corneadoras nuestras; tal vez recordéis que en mi primera confesión os hacía partícipes de que gracias a mi reencuentro con Lola (y con su consentimiento), me había dispuesto a contar viejas historias nuestras de amores y cuernos. Vais sabiendo cómo fue alguno de ellos, y del tremendo gusto que nos daba a los dos, a ella ponérmelos y a mí que me los pusiera; pero lo mismo es cierto que, al paso de los años, cuatro después del emparejamiento, entre nosotros había más momentos de infierno que de paraíso y por eso se rompió la relación, toda relación, por mucho, pero mucho tiempo.
Durante ese periodo de paréntesis entre nosotros, ella y yo, como es natural, tuvimos y aún tenemos alguna que otra puerta abierta; por ejemplo la que os voy a descubrir ahora para incitar vuestro morbo, que es el mío. Así que acompañadme, o mejor: acompañadnos a Sara y a mí a Palma de Mallorca. Estamos ya en el siglo XXI, por sus primeros años. Hemos viajado a la isla para celebrar que dos personas como nosotras , amantes de la independencia y del sexo por igual, llevemos tres meses de permanencia continua, diaria no pero sí constante... y estemos aún en esos trances tan excitantes de ir descubriendo secretos, intimidades y prácticas de la otra persona antes de habernos conocido.
Sara es mujer hembra super atractiva según el canon: Morena, pelo largo negro hasta mitad de la espalda, alta: 176, sensual y guapa, divertida y, “cuando ella quiere”, más caliente que el agua hirviendo y más puta... ¡Tú no sabes cuánto, cariño! me dijo entonces muchas veces cuando yo le piropeaba su afición al golferío.
La cena, oyendo el mar, ha sido magnífica. Morbosa. Sara tiene 35 años y yo 50. Su cuerpo, su porte es de los que paran a los tíos cuando la ven por la calle para mirarla, o se vuelven cuando pasa y comprueban si su culo se corresponde o no con la delantera... Se me olvidaba: talla 100 de sujetador, que en ocasiones no se ponía.
Por dos poderosas razones. La primera y fundamental: Le encantaba sentir en sus tetas las miradas lascivas de los hombres diciéndole con la lengua de los ojos cómo las deseaban. Y la segunda y accesoria: No le hacía falta, las mantenía firmes por sí, sin sujetador, grandes y erectas.
Por eso he disfrutado tanto al entrar en el restaurant, percibiendo cómo el repiqueteo de sus tacones levantaba expectaciones múltiples, de concupiscencia o de envidia, por el explendor de su espalda desnuda o por la generosidad su escote inmenso, ¿¡cómo no sería!? (y lo comprobé con el primer camarero que llegó a servirnos), que el muchacho, de pie a su lado, sentada Sara, a la vez de preguntar qué deseábamos no apartaba su vista de aquel insinuante balcón de par en par abierto, tanto que, desde su perspectiva, le podía ver el flequillo superior de su triángulo divino, saltando por encima de sus bragas.
Ciertamente, desde la llegada, lo hemos gozado todo: el lugar, la comida, las copas, las veladas o atrevidas insinuaciones de cuantos servidores vinieron a traernos cosas, pero que en realidad venían a ver las tetas de Sara... todo aquella noche tenía muchísimo morbo; y llegué a pensar, a fantasear, que alguno de aquellos apuestos muchachos era cómplice suyo y me lo tenía reservado para los postres.
Como casi siempre, en mis predicciones, me equivoqué, no iban por ahí los tiros. Hubo, sí, un postre extraordinario, fabuloso, inesperado y muy duradero; hasta hoy llega su sabor de lo fuerte que era y es. Pero era, otro postre:
Durante la cena le he hablado a Sara, a modo de voluntaria confesión, de ciertas historias mías, anteriores, con mujeres y algún hombre. Ella me ha escuchado con atención y, al cabo de mi torpe retahíla, me toma por las manos, me mira, me sonríe y me dice:
Cariño, ¿tú porque crees que yo te sugerí que hiciéramos este viaje a Mallorca? Y yo, de verdad intrigado, le confieso que no lo sé. Entonces, con una de sus manos en las mías encima de la mesa y la otra debajo del mantel haciendo diabluras, después de darme un besazo colosal, la sospechosa declara:
Es mi regalo para esta noche: Hace más de un mes que te lo quería entregar, pero creí que sería mejor dejar correr el tiempo y hacerlo en condiciones , si llegaba, como ha llegado, la ocasión propicia. Cariño, por esa afición tuya tan loca que le tienes a los cuernos, creo que te va a gustar oírme, precisamente aquí, esta noche.
Son cosas mías, que me pasaron a mí, de esas que a ti te excitan tanto para tus pajas. Tú sabes -continuó-, eso sí lo sabes, que desde los 16 en adelante tuve que buscarme la vida. Pues bien, al cumplir los 17, ese mismo verano y hasta los 26, me vine a trabajar en garitos de noche, de mayo a octubre. Trabajaba desde las 12 de la noche hasta las seis de la mañana.
A esa hora salía puestísima y con muchas ganas de marcha. Miraba a mi alrededor, cariño mío, y con este cuerpo... no tenía más que elegir a quien quisiera; y ninguno me dijo que no. A ver, ¡cómo yo podía! cada madrugada escogía a uno distinto, porque no me gustaba que estos polvos me creasen dependencia, y además cada día había hombres nuevos y guapos, fuertes, con espaldas anchas, a quienes no me costaba nada seducir con estas tetas y un coño que no se hartaba nunca.
Supondréis (y suponéis bien) que oyéndola, servidor tenía un empalme brutal. Termina ella su verídico relato, pido la cuenta; y Sara, como es su costumbre, la revisa; en tanto el camarero, firme a su lado, no quita ojo de sus pechos... Aprovecho mientras y mentalmente también yo hago números, pero otros números: De los 17 a los 26 son diez años. De mayo a septiembre son cinco meses que si los multiplicas por diez dan 50. A treinta días: 50 x 30= 1500 posibles madrugadas follando. Pon que solamente, entre unas cosas y otras, lo hiciera 10 días por mes = 500 tíos, más de 500 pollas diferentes, en esos lujuriosos ocho años, obtuvieron placer de mi adorable Sara, y se lo dieron a ella.
Obviamente, ningún mérito de presencia, podía atribuirme por semejante hazaña de mi compañera en su zorra juventud; pero sí, a partir de saberlo, pude alcanzar una inmensa satisfacción, de la que vengo y sigo presumiendo (y pajeándome); al recordar qué más de quinientos hombres, anteriores a mí, conocieron, conocían la boca y los ojos y las tetas y el chocho de Sara, por haber follado con ella en aquellas playas.
¿No era para celebrarlo? Así lo hicimos. Naturalmente en las mismas playas, quince años después y también hasta pasada la hora del amanecer follando, echándole azúcar y canela al postre. Mas aún faltaba la guinda…
(continuará)