Amores lejanos

Le bajé los pantalones y sin advertencia, me metí su precioso trozo en la boca y empecé a chuparlo como poseída, no con la delicadeza que acostumbro, sino de inmediato. Mariano jadeaba mientras yo disfrutaba la textura de aquella gloriosa verga

  1. Amores lejanos

Día 28

No voy a contar cómo fue que Marido descubrió lo de Alejo. Fue una imprudencia mía, loca como estaba por él, loca por completo y sí, quizá con ganas de hacer lo que ahora estoy haciendo. No contaré lo duro que fue superarlo y, para él, perdonarme. Nunca sabrá que fui yo quien sedujo a Alejo, yo quien ansiaba cogérmelo. Nunca sabrá que aquello salvó nuestro matrimonio. Nunca sabrá que estuve otra vez, casi un año, sin más verga que la suya, ni sabrá que se de ciencia cierta que necesito vergas, pero que las buscaré, las tendré con suma discreción y cuidado.

La verdad es que en cuanto ví a Mariano me enculé durísimo. Yo estaba en su ciudad por cuestiones de trabajo (ya se habrán dado cuenta, jajjajaaj) para negociar algo con el gobierno de un estado del sur. Lo que importa es que al terminar el trabajo del primer día, él llegó por nosotros para ir a un bar: tres amigas saldríamos y una de ellas, casada, nos pidió permiso para hablarle… así que mientras ella se embellecía, yo que soy relativamente rápida para esos menesteres, charlaba con él en el loby del hotel. Me habló de su ciudad, una ciudad espléndida; me habló de su trabajo, que tenía que ver con la vida cultural de su ciudad… y yo lo miraba. Sus ojos brillaban en la penumbra y él brillaba con ellos, imaginé sus labios en mi cuello y sus manos de finos dedos en mi nuca.

Lo miraba mirarme. ¿Cuánto dura una cerveza? Aquella alcanzó para hacerme creer que me miraba de manera especial. No es que lo entendiera de inmediato, de hecho, necesité varias semanas para entenderlo racionalmente, pero una parte de mi lo entendió. Lo entendió, porque se creó una corriente inmediata de atracción. Y yo lo miraba.

Bajó mi amiga, su amante, y luego la tercera chica que nos acompañaría y partimos a un bar de copas. Me senté junto a él, del otro lado de mi amiga, y lo vi brillar. Envidié a mi amiga cuando él la besaba, cuando le hablaba a dos centímetros de su rostro, cuando acariciaba la piel enfundada en unos jeans hechos sólo para sus interminables piernas.

Pero Dios existe y mi amiga no baila. No soy una gran bailarina, ya lo he dicho, pero me defiendo. Mariano, en cambio baila más que bien y me llevaba entre sus brazo mientras mi pantaleta se iba empapando y yo, aunque no debía, aunque sabía bien que por varias razones no debía, me seguía enamorando. La cercanía de su cuerpo felino, de movimientos de tigre, me permitía estrecharme contra su pecho sólido como una montaña.

No bailamos más de tres canciones. No quería enamorarme perdida. No quería, pero uno no manda en esas cosas. Solo tres canciones, demasiados minutos de contacto, de roce de nuestros cuerpos, de sentir sus fuertes brazos desnudos, calibrar su cintura. Cada una de las terminales nerviosas de mi cuerpo, por una u otra vía, recibía el estímulo de su baile “Es mío, no seas puta”, me dijo mi amiga cuando nos sentamos, con una sonrisa torcida. Y yo lo recordé: esa noche no era, no podía ser mío.

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Esa noche no dormí. No me preocupaba saber que en la habitación de al lado, Mariano se estaba cogiendo a mi amiga, sino las múltiples razones por las que no podía, no debía ser mío. Desnuda, me rozaba con el lino de las sábanas y casi me hice daño con el consolador que a veces llevo a mis viajes.

Regresé a la capital sólo por un día y volé al extremo norte. Solo pensaba en Mariano, solo en Mariano y no podía concentrarme en el trabajo, el trabajo que seguíamos haciendo, para el mismo grupo, con la misma gente. No podía concentrarme y todo me salía mal, pero el tercer día, que tenía la tarde libre milagrosamente, gracias al FB (¡inició la era del FB, FB bendito!) encontré en la misma ciudad en que yo estaba, a Salvador, un antiguo alumno con el que me mantenía en contacto por FB. Me gustaba, me encantaba su acento norteño, sus ojos de golondrina, su esbelta figura y tras largo día que incluyó carne a la parrilla y partido de beisbol, terminamos haciendo el amor en mi hotel. Desde que empecé a besarlo, desde que acaricié sus piernas de futbolista, pensé en otros labios, en otras piernas... en los labios y las piernas de aquel sureño que me había hechizado. Cuando mi amigo del norte me penetro, cuando la verga de Salvador se deslizo dentro mío, era la verga de Mariano la que mágicamente me penetraba. Aquel chico casi desconocido, apenas tocado durante el baile, aquel de los ojos milagrosos y el fuerte pecho, los velludos brazos escote mágico; aquel, cuya mirada me imantaba; aquel, cuya magia me hacía descreer de la ciencia.

Regresé otra vez a la capital, a mis labores cotidianas. Busqué pretextos para escribirle sobre diversas cosas y encontré pretextos para que me escribiera. Bendito FB… que tuve que cancelar, porque Marido llegó a sospechar. Pasaron diez meses. Dirán que es un recurso literario pero en esos meses no dejé de pensar en Mariano…. Y a veces, también en Salvador. La verdad es que ahora pienso en Salvador cada vez más, pero esa es otra historia.

Pasaron diez meses de fantasías desesperadas, los últimos diez meses en que realmente intenté serle fiel a Marido. Por fin, volvieron a enviarme a la ciudad de Mariano. Esta vez, yo sola. Solo estaría un día y una noche y apenas tuve tiempo de invitarlo a cenar, rezando, poniendo veladoras a la imagen de San Judas Tadeo. “Que venga, que cene conmigo” Que cenara conmigo, sólo eso pedía, que cenara... y le hablé por teléfono.

Aceptó la invitación y yo preparé los pretextos para la gente que me invitó: “Estoy muerta. Ni hambre tengo”. A las nueve me dejaron en el hotel. Me retoqué un poco el maquillaje, cambié mi traje sastre por un vestido rojo de tirantes, de una sola pieza, me puse las tangas de guerra y una chaqueta de cuero negra, como las medias, y a las nueve y media estaba en la mesa del restaurante en que nos habíamos citado. Me pedí una cerveza bien fría y traté de apagar mis fuegos, mis íntimas fantasías. “Sólo cenaré con él –me mentía a mi misma- sólo cenaré”.

Tres horas después, pasada la medianoche, en un pequeño y hermoso bar, tres horas después de mirarlo, de desearlo, de querérmelo coger, de ver que él no daba paso en firme, le pregunté: “¿Puedo besarte?” Y no dejamos de besarnos el resto de la noche, hasta llegar al hotel, dos horas después, yo empapada y feliz. Ya había masajeado su verga por encima del pantalón, su mano había subido por mis muslos, su pecho había sido besado por mi boca, mi vagina estaba empapada y su pito espléndido en su grosor.

Tan pronto entramos, le bajé los pantalones y sin advertencia, me metí su precioso trozo en la boca y empecé a chuparlo como poseída, no con la delicadeza que acostumbro, sino de inmediato. Mariano jadeaba mientras yo disfrutaba la textura de aquella gloriosa verga. Le fui quitando los zapatos, los calcetines, los pantalones, sin dejar de mamársela de abajo a arriba. Le empecé a besar los huevos, de tamaño normal, las ingles, le apreté las nalgas, que son pura fibra, y regresé a la verga, hasta que él se movió, me levantó en brazos, me acostó, me desnudó a zaprpazos y me la metió, dejándome los ojos en blanco. Poco a poco entró toda y él embistió con fuerza, cada vez con más fuerza, viniéndose en tremendo orgasmo al mismo tiempo que el mío.

Pero cuando me sacó la verga, aún la tenía durísima. Se la cogí y empecé a chupar y a succionar tan hermosa verga para pronto sentarme en ella, empalada de arriba abajo, gozando aquella noche interminable que abrió  mi vida a tres meses de enamoramiento total: sí, amaba, amé, amo a Mariano tanto como, al mismo tiempo que amo a Marido. Sí se puede.