Amor y vallenato.
Dos argentinos. Un músico abandonado, y un muchacho de ojos de fuego. Amor y sexo al ritmo de un vallenato colombiano
AMOR Y VALLENATO
“No puedo ocultarlo ya no, no puedo ocultar que te amo no puedo evitarlo, no puedo fingir….
”Mi dulce amor” Los inquietos del vallenato.
Mi viejo se dio cuenta que algo malo me pasaba. Yo no le había dicho nada, porque mi vida era (o eso creo) un secreto bien guardado. Notándome deprimido, me regaló primero una “tablet” que yo ni había pensado en comprar, y después me invitó a pasar una temporada de dos semanas en las playas de Rodadero en las cercanías de Santa Marta, en Colombia.
La “tablet” la recibí con gusto pero el viaje a Colombia no me entusiasmó tanto al principio, no porque el lugar no sea hermoso o porque no me gustaran la playa y el sol, sino porque, aun tenía esperanzas que Leandro me llamara arrepentido, y quisiera volver conmigo. Leandro es mi ex pareja, que me dejó por un jugador de fútbol que fue transferido a Rusia para jugar en un equipo moscovita.
El otro motivo por el cual , no me entusiasmaba la invitación fue que no era para mí solo sino que era una operación “al por mayor”, mi viejo iba a festejar sus cinco años de matrimonio con su segunda mujer, Aída Hortensia Pedregosa Quijano , sus dos hijas casadas, Noelia y Patricia, sus yernos Abel y Andrés, y los tres nietos , dos chicas de 15 y 9 años , Debby y Melany , y el nieto varón, hijo del primer matrimonio de Patricia, Lucas de 19 años.
Me llamo Didier, en homenaje a mi abuelo materno francés del mismo nombre, y tengo 23 años recién cumplidos. Vivo con mi madre desde el divorcio de mis viejos y no tengo hermanos. En consecuencia no me hacía ninguna gracia, tener que compartir dos semanas con la señora Aida, su voz gangosa y sus caprichos de nueva rica, y con el resto de la familia de esta señora, dos hijas consumistas y poco felices, amantes del botox y de la liposucción, sus maridos bastante ricos pero medio ordinarios y cursis y los tres chicos a quienes mucho no conocía pero que imaginaba parecidos a sus respectivos progenitores o sea muy hincha pelotas.
Al cabo de unos días, entendí que Leandro no volvería, que el verano se me venía encima, que mi madre no ponía obstáculo a mi viaje ( ella necesitaba un poco de libertad y espacio me dijo) y que por lo tanto la invitación de mi viejo era mi única escapatoria. Pondría distancia, tomaría sol, leería un par de libros y por la noche exploraría la vida nocturna de Santa Marta y de Rodadero, para ver si me enganchaba algún macho, para sacarme el afrecho acumulado.
El día del viaje, llegamos muy temprano al Aeropuerto Internacional de Ezeiza , por imposición de mi viejo que siempre piensa que vamos a perder el avión. Yo no había desayunado y tampoco Lucas, asì que cuando llegamos, me dijo de ir a tomar algo. Entramos a un barcito y yo ordené y pagué un café con leche y un cortado, con dos medias lunas para cada uno. Ahí lo tuve frente a mi por primera vez, y el muchacho me rompió todos los esquemas, era educado, tranquilo, más que bello, hermoso, no se lo creía. Además, sonreía dulcemente, era bien masculino, y me miraba, con esos ojos de fuego que al mismo tiempo eran húmedos, y yo al principio desviaba la mirada, pero luego me encontré con esos ojos y no supe más que quedarme mirándolo.
El vuelo a Bogotá fue muy bueno y yo me senté en un asiento de los de dos al lado de una mujer colombiana que viajaba con su bebé de cuatro meses que por suerte se portó muy bien.
Más atrás venían mi viejo, y el clan de la Pedregosa completo, todos con ropa nueva, zapatillas nuevas, extensiones capilares nuevas cubiertas con capelinas nuevas, grandes anteojos de sol de marca las mujeres, risotadas sonoras de los yernos y caprichos de la dos nietas. Del nieto no escuché nada más Todavía en mi boca saboreaba el café compartido y las miradas entrecruzadas. Pensé todo el viaje, en esos ojos marrones enormes y en esas pestañas que más de una mujer envidiaría. Tenía buen físico y era casi tan alto como yo, educado, cortés, simpático y… me encantaba. La sola idea de que era un imposible para mí, me calentó mucho durante el viaje. Lucas…
Al llegar a Bogotá pasamos al puente aéreo de Avianca y de allí tras la subida a otro bus que nos llevó a un paraje distante del Aeropuerto, dónde nos esperaba el avión, de allí partimos a Santa Marta donde nos esperaban dos camionetas contratadas que nos llevaron hasta Rodadero. En el bus del puente aéreo Lucas se paró a mi lado y en algún momento nuestros cuerpos se tocaron y él me sonreía y yo que nunca sonrío, me sentí obligado a hacerlo y a mirarle esa boca de labios gruesos y sensuales. Te comería la boca a besos pensé y disimuladamente me arreglé la bragueta para que no se notara que estaba con la pija dura.
En Santa Marta, mejor dicho en Rodadero que queda cerca, la Pedregosa, poseía dos apartamentos grandes con vista al mar, y mi viejo había alquilado uno más pequeño en otra ala de la torre con dos habitaciones y una sala también con vista al mar, para mí. Sos un muchacho grande y nos imaginamos que querrías privacidad, me dijo la Pedregosa guiñándome su ojo derecho bizco, el que mira hacia el Pacífico sombreado de azul marino mezclado con lila de los Alpes, igual que el ojo izquierdo, el que a veces mira hacia el Atlántico.
Aunque no le tenía simpatía a la vieja, al menos el detalle de que no me obligaran a convivir con su familia era un alivio y lo vi bien. Quedamos con mi papá que nos veríamos en la playa y que almorzaría con ellos cuando quisiera pero que era libre de disponer de mi tiempo como me pareciera mejor.
En el viaje en la camioneta hasta la playa no pude dejar de notar que Lucas llevaba unas bermudas blancas muy ajustadas y bastante cortas, que mostraban una piernas largas , bronceadas, musculosas y ligeramente cubiertas con vellos escasos y muy suaves, El ´”nene” estaba re fuerte pensé mientras disimuladamente le miraba el culito (juega al rugby me dijeron) , y el bulto prominente (no se qué deporte practicaría con eso pero estaba muy bien “desarrollado”). A pedido de su abuela, siempre tan atenta a todo, Lucas me acompañó hasta mi departamento para ayudarme con el equipaje, que incluía mis raquetas de tenis, ayuda que no rechacé por obvias razones. Abrí las dos cortinas de la sala, y el sol que entró a raudales le iluminó la cara el cuerpo, la sonrisa, las piernas etc. y me morí de amor. Al abrir la puerta del departamento le di las gracias y él me dijo de nada con una sonrisa inmensa y tímida a la vez.
Cuando depositó mi valija más pequeña en el suelo me preguntó si necesitaba algo más y me miró a los ojos desde lo profundo de sus ojazos oscuros y yo que hubiera querido contestarle si, te necesito a vos , sentado en mi cara, le dije no, muchas gracias. El me sonrió otra vez tímidamente y se fue. Lo último que vi fue su culito redondo envuelto en aquel bermudas blanco
Cuando se fue, recordé esas nalgas duras y redonditas, el bulto pronunciado, esas piernas peluditas y bronceadas, y esa mirada que te comía con su intensidad y me hice flor de paja en la ducha. Lucas……
Claro que tendría que evitarlo. Claro que no tendría que demostrar de ningún modo mi interés o mi atracción por él, y menos en frente de su abuela, su madre, y toda la parentela y especialmente enfrente de mi viejo.
Lucas había anotado el teléfono de línea de mi departamento para pasárselo a mi padre, y por eso no me extrañó que me llamara a la noche para salir a explorar Rodadero, Santa Marta y alrededores.
Como decirle : si bebé quiero caminar por la playa descalzo y en bolas con vos, y llevarte de la mano, y cuando nos cansemos de tanto caminar, mirar al cielo, a las estrellas y las constelaciones y coger como conejos, pero me abstuve. Pudo más la represión, y pretexté una sinusitis que me traía dolor de cabeza para decirle que no podía salir. Noté su desánimo, su decepción: después de todo, aunque yo era un tipo algo más grande que él, era casi un contemporáneo, y la perspectiva de pasar todo el tiempo con sus primas tontuelas, mi viejo, su abuela y los dos matrimonios no le entusiasmaría.
Cuando corté con Lucas, me arrepentí. Está bien, por ahí el chico no era gay pero yo no hubiera perdido nada conociéndolo mejor. Y quién sabe……
A la mañana lo encontré en la playa. Lucas estaba solo leyendo un libro bajo una sombrilla no muy grande. De cerca me di cuenta que leía a Paul Auster y me asombró. El chico tenía buen gusto literario. Pero más me llamó la atención su cuerpo marcado, su bronceado previo, la belleza de sus pies, apenas apoyados en la arena. Nos saludamos y él me sonrió sin rencor, como si mi desplante de ayer ya lo hubiese olvidado. Me preguntó amablemente por mi sinusitis y me invitó a quedarme, me tiré sobre su misma manta y el me hizo un poco de lugar. No sé si era yo, o éramos los dos, pero había una tensión sexual terrible. Al menos yo, tenía una calentura indisimulable. El casi no levantaba la cabeza del libro pero cuando lo hizo, se sacó los anteojos y me miró. Una mirada de igual a igual. No desafiante pero si intencionada. Hubiera querido besarlo ahí y en ese momento. Más tarde, cuando llegó su madre con su marido, Lucas le dejó las cosas a ella y me propuso caminar por la playa. Estaba contento y yo trataba de no ilusionarme por su alegría. Caminamos y hablamos mucho, el preguntándome sobre mi música (integro una banda de rock), sobre mis planes, sobre mi vida privada. No puedo creer que estés solo, me dijo casi sin mirarme, con ese lomo… (Alaba mi físico, un punto a favor pensé) Yo le preguntaba a él y no sin cierto disimulo trataba de saber si estaba solo, si tenía novia, si salía mucho, y el casi con la misma timidez de siempre me confirmaba su soltería, y en un acto de arrojo, sus ganas de enamorarse. En estas épocas, que alguien de su edad me confesara algo así, era totalmente inusual. De una gran honestidad. Y si, por ahí era heterosexual, eso lo explicaría todo….
Nos sentamos en un barcito y sonaba música colombiana, Lucas le preguntó al camarero que música eras esa: vallenato, le contestó. Tomamos cerveza, y nuestras miradas se cruzaban y yo debo confesar que no le podía mantener la mirada. Me gustaba su pureza, e llamaba la atención su sencillez, me volvía loco su cuerpo. Puto, te estás enamorando me decía a mí mismo: la sola idea me inquietaba y para no pensar en nada de eso me ponía a mirar al mar, inmenso brillante, desbordante de espuma. Se hizo un largo silencio. El pagó y me preguntó ¿Vamos? , y yo hubiera querido decir con vos voy hasta el fin del mundo pero apenas dije : si, vamos. Después entramos al mar, y ver su piel bronceada salpicada de espuma me calentaba horrores. Su cuerpo firme, sus piernas fuertes, su culito espectacular……… Quise ser agua , ola, espuma del mar, un alga para tocar su piel, y acariciarlo todo.
Esa misma noche me preparé para salir (por supuesto que solo : iba a buscar sexo): me bañé, me puse mi ropa de conquista, una buena colonia, bajé de la tablet las direcciones de un par de lugares gay nocturnos y llegué en un taxi bastante más rápido que lo que yo creía. Era temprano y en el primer lugar que entré, un bar de ambiente, había pocos parroquianos Pedí un trago y me senté a mirar a la gente. Un mulato muy bien puesto me guiñó un ojo y lo mismo hizo un gordito de sonrisa muy blanca y ojos rasgados.
Era como la una y media de la mañana cuando entré a una disco, llamada con el nombre de un planeta, Saturno, Neptuno o algo así y estaba como era de imaginar todo muy oscuro o en penunbras, tocaban música en español, lo que me llamó la atención. En un momento le pregunté a un flaco con cara de casado de trampa y de ser local si eso que tocaban era vallenato, esa música de la zona de la costa, tan popular allí y con letras muy sentimentales cantadas a toda velocidad con voces de tenor muy altas. Me dijo que si y me invitó a bailar. Me llamo Mauricio y soy de Valledupar, la cuna del vallenato, me dijo. Dije que no sabía cómo se bailaba y el flaco que después comprobé que bailaba muy bien insistió en que el me iba a conducir.
Mauricio de Valledupar y cara de casado bailaba suave y no me pisó ni una vez, pero no me gustaba y cuando llegó el tercer tema iba a decirle que me iba a tomar algo, cuando lo vi. Era Lucas entrando. Y al verlo, por un lado sentí ternura, algo raro, pero más que nada, miedo que me viera y me reconociera. Era Lucas, si, el bello y jovencísimo Lucas, muy bien producido, con unos jeans celestes bien ajustados y una camisa abierta que mostraba un torso marcado con una cadena gruesa y zapatillas nuevas y yo me desesperé y salí corriendo del lugar. Pero el me vio. Sé que me vio y yo, sin despedirme de Mauricio que ensayaba un paso de baile complicado, me puse a correr hasta que tomé un taxi y me volví al departamento. Que mala suerte la mía pensé, el chico me había visto bailando con un tipo en un bar gay, y yo había huido. No pensé en la data más importante que cabía extraer de lo ocurrido: el chico era gay. Y además había confirmado que yo también lo era.
Al rato se largó a llover, uno de esos aguaceros del trópico, una tormenta caribeña en la que el cielo tronaba, los relámpagos deslumbraban, los rayos caían amenazantes y la lluvia espantaba… Un vendaval de aquellos.
Pensé en Lucas. En la tremenda tormenta que se había desatado. Ojalá estuviera ya de regreso en su departamento. Que no se mojara, que no le pasara nada. Pero ¿Qué me estaba pasando? ¿Me estaba enganchando con el nieto postizo de mi viejo?
Cuando más tarde tocaron a la puerta, prendí la lámpara de noche y salí disparado hacia la entrada y ahí lo vi, empapado hasta los huesos temblando, pero a salvo, el alma me volvió al cuerpo y lo abracé con alivio como toda bienvenida, y me mojé todo el cuerpo, lo hice pasar, y traje dos toallas de baño. A él lo sorprendió mi abrazo pero casi no podía hablar. Yo no podía mirarlo sin avergonzarme no sé si del abrazo espontáneo y fuera de lugar o de mi alivio por saberlo a salvo y no paraba de secarlo. No quería que se enfermara. Me miró y me dijo. boludo, dejá de secarme. Ve voy a dar una ducha caliente y después hablamos. Se desnudó sin problemas. Me sacó el toallón con fuerza. Entró al baño que tenía una ventana que también daba al mar, abrió la ducha y por un rato escuché el rumor del agua caliente caer sobre su cuerpo, el ruido de la lluvia goleando los vidrios y el ruido del mar muy a lo lejos.
Yo solo atiné a secarme y a levantar su ropa mojada del piso. La ropa olía a su perfume , a su piel , a la lluvia. Lucas salió secándose el pelo y me miró, antes de decirme: te voy a matar boludo. No lo sentí como amenaza sino como una especie de catarsis Demasiadas emociones para una sola noche. Fui hacia él, y me empujó contra la cama como apartándome de sí. Me miró con rabia y preguntó: quién te crees que sos: el rey de España? ¿ Quién crees que soy yo: un alcahuete hijo de pu….,? ¿Por qué saliste corriendo del boliche? ¿De qué tenés miedo? ¿De mi? Soy gay como vos…. Y asumido, terminó. Te vine corriendo a pie y no te alcancé agregó. Gritaba y me miraba con esos ojos negros que quemaban, y yo sabía porque alguna vez tuve su edad y su ira, que si yo le contestaba algo, el no podría contener las lágrimas. Lo dejé insultarme sin defenderme. Sin contestar nada. Pero tenía ganas de devolverle sus palabras y decirle que por favor se fuera. Mi vida ya era una complicación si él. Y que derechos tenía para enojarse o para criticar mi condición de gay en el closet?
Caminé hasta el balcón y la lluvia golpeaba contra los vidrios y yo temblaba. La habitación estaba a oscuras y él se sentó en una silla al lado de mi cama, como si esperara mi respuesta y exhausto por todo lo ocurrido.
Pasó un rato y se levantó y acercando su boca a mi oído, me dijo que lo perdonara, que no había querido ofenderme, que se sintió muy humillado por mi conducta, rechazado y triste.
Sin darme vuelta le tomé la mano y no estaba fría pero al principio estaba tensa. Después me acarició los dedos con los suyos, acercando sus labios a mi mejilla derecha, y ahí me dí vuelta y un relámpago iluminó el cuarto y comenzó a caer un aguacero más fuerte que el anterior , que tapó cualquier palabra que pudiéramos decir.
Agarrado de la mano le dije que por favor volviera a su departamento que diéramos por terminada esta situación, que yo no quería pelearme con él, que yo era así, un gay escondido, que no había pasado nada, que no podíamos estar juntos, que yo no quería tener líos con nadie. Que no obstante la atracción que yo sentía, tal como estaban las cosas era imposible seguir. Me gustás nenito, le dije . Entonces me dijo con su voz fuerte, Nenito nada, vos te crees, boludo (remarcó la palabra con énfasis cargado de ira) que vos a mi no me gustás? Y ahí su voz y sus ojos abrieron lugar al llanto contenido antes, y tomando aliento agregó: desde que te vi que no dejo de pensar en vos, tarado….
El nieto de la vieja Pedregosa no dejaba de insultarme al mismo tiempo que con una ternura rabiosa adolescente y apasionada como ya había olvidado que existía, me confesaba que yo le gustaba.
Prendí la luz de la lámpara, lo abracé, por toda respuesta y el apoyó su cabeza en mi hombro. Temblaba. Sequé sus lágrimas. Le acaricié el pelo como uno acariciaría a un niño, pero era diferente, acaricié su pelo húmedo como pidiéndole perdón. Le di unas bermudas y una remera mías y le pedí que se fuera, era muy tarde y no quería pelearme con él ni con nadie. Estaba agotado y ya no podía pensar bien. Mañana la seguimos le dije y tomando coraje, le di un beso en la boca, un beso chiquito, dulce, casi inocente. Un beso que se demoró demasiado en sus labios para que el no notara mi temblor, y él lo devolvió con dolor, con la pasión de su juventud, abriendo mi boca con sus labios y su lengua y repitiendo ese primer beso muchas veces hasta dejarme aturdido, emocionado, y con la pija al palo. Cuando se fue, levanté su ropa, el toallón y me abracé a ellos del modo que hubiera querido tenerlo abrazado a él.
Por la noche mientras la lluvia no dejaba de caer, en la oscuridad del cuarto me volvía su imagen, la cara con la que me miró al irse, la dulzura con que me había besado. Y me abracé a la almohada repitiendo su nombre. Afuera seguía lloviendo y la lluvia golpeaba en las ventanas para que yo no me durmiera del todo.
A las siete menos cuarto de la mañana, me levanté, me di una ducha y el agua tibia me despertó, e intenté poner mi cabeza en su lugar en relación a Lucas: recién lo conocía, era muy joven, gay declarado, pariente postizo de mi viejo, pertenecía a una familia insufrible, y yo como el gran boludo que era, me había ilusionado con él, a punto de sentirme enamorado….
Qué fuerza extraña me impulsaba siempre, a ser el puto iluso que creía enamorarse del primero que le hacía “ojitos”, del primero que lo miraba sin desdén, del primero que le ofrecía una sonrisa amistosa, del primero……
Pero me estaba enjabonando la pija cuando tocaron el timbre. Al principio no le hice caso: estaba bien que era un sitio tropical donde la actividad empieza tan temprano, pero que a las siete y cuarto te toquen a la puerta mientras te estás higienizando “las partes”, me cayó muy mal . Especialmente cuando siguieron tocando el timbre. Insistentemente. Me enjuagué como pude, me lavé las manos, me puse la toalla alrededor de mis zonas sensibles y descalzo caminé hasta la puerta. Era Lucas. Cara de sueño, pelo sin peinar, los ojos brillantes y hecho una pila de nervios. Este chico es medio histérico pensé mientras lo hacía pasar y aguantaba que me mirara de arriba abajo como si nunca hubiera visto a un tipo desnudo, cubierto con una toalla…, bueno lo admito un tipo en toalla y con la pija parada……
Hola le dije y él me dijo hola, y me miró el bulto y me miró a la cara y me dijo que no había podido dormir pensando en mí…. Lo miré y le dije que yo tampoco había podido dormir bien y entonces, el me arrancó la toalla y me llevó a la cama y se tiró a mi lado y se sacó la ropa (mi bermudas y mi remera prestados) y se abrazó a mi cuerpo desnudo, se estrechó en mis brazos y apoyó su cabeza en mi pecho como un niño que busca caricias. Esos gestos suyos me mataban. Y yo lo abracé en contra de toda la lógica de mis ideas de la primera hora, y me dejé abrazar mientras nos quedábamos dormidos, profundamente dormidos, su piel suave y apenas peluda entibiando mi piel fría por el baño a medio tomar. Su piel desnuda pegada a la mía, buscando mi protección, mi compañía, mi contención. Yo buscando lo mismo.
Dormía y su respiración era tranquila y yo lo sentía en mi piel, lo deseaba, lo necesitaba , y no quería moverme para no despertarlo , y él se acurrucaba a mí en sueños y yo me sentía como loco, abrazado a su cuerpo, oyéndolo respirar , viéndolo dormir. El se dio vuelta y abrió los ojos y me dijo “lindo”, primera palabra dulce que me decía. Lindo, y buscaba mi boca y yo la suya, y el beso fue brutal, salvaje, como solo puede ser el beso de dos hombres calientes el uno por el otro. Besos que se hacen lengua y saliva, y labios y cuello y tetillas, beso que se hacen pijas que se tocan y manos que se despliegan por el cuerpo del otro. Besos que se hacen palabras gastadas y antiguas que se hacen nuevas, “lindo”. Y le tomo la cara y le beso los ojos, y el aprieta mis manos contra su cara y quiero decirle que lo amo y el me lo impide porque besa mi boca con frenesí, tragándose mis palabras.
Toco su piel tibia y compruebo que no es un sueño, beso su boca y el me devuelve los besos con intensidad y pasión, lo abrazo, me abraza, cubre mi nuca con su mano y me inmoviliza. Nos miramos, como viejos conocidos o como dos absolutos desconocidos, y recorro con mis manos su cuello, sus hombros, la columna vertebral, la suavidad de su culo, la calidez de su orto, la sublime suavidad de sus piernas apenas peludas.
El se levanta apenas de mi cuerpo con la pija dura y húmeda y me besa el pecho, el cuello, los hombros, suspiro, lame mis tetillas, gimo, me sigue besando las costillas, los flancos, el vientre plano, y baja del ombligo a mis vellos y de ahí a mi pija y a mis huevos. Los huele, los muerde suavemente y finalmente se apodera de mi verga y se la come hasta donde puede. Siento su lengua, su boca, su saliva apropiándose de mí, absorbiendo mis humedades y mis calores y gimo y grito y le pido perdón, y él con mi pija en su boca levanta esos ojos de fuego y me mira , y me desafía a soportar su asedio, su acoso, la exquisita succión de sus labios y yo gimo, tiemblo, le pido que siga, que siga , que siga.
Después me bajo hasta su pubis y lamo su pija , que es gruesa, dura, ardiente. Lamo sus jugos, beso su cabecita, huelo su deseo, su leche , su fuerza, y es el ahora el que gime, suspira, goza, y digo su nombre y me sabe a miel , a leche, a dulce de frutas. Soy feliz.
Al dia siguiente pretextamos ir a conocer la quinta de San Pedro Alejandrino en Santa Marta donde murió Bolivar, pero nos quedamos en mi departamento con las ventanas y persianas bajas y un cartel de no molestar en la puerta. Si , porque el departamento tiene servicio de mucamas….
Descubrilo entre mis brazos, sentir su agitación mientras recorro con mi boca hasta el último milímetro de su piel, es un milagro. Se le pone la piel de gallina y comienza a gemir, y lo beso enloquecido por todas partes, lamo sus pies, sus rodillas, el interior de sus piernas, hundo sus huevos en mi boca y siento su desesperación, respiro y chupo su pija dura, tremendamente dura , mientras él me dice palabras entrecortadas que me suenan a segui, así , así ahhh seguí, y su pija hincha mis mejillas, y sé que en cualquier momento va a estallar, y la suelto y en mi saliva queda el sabor de su verga ardiendo, y el me busca , busca mi espalda, mi culo, se recuesta boca arriba , levanta mis piernas, las flexiona y con una voz que no le reconozco me dice “ te voy a romper el culo” y no lo rompe pero lo dilata, lo estremece con sus entradas y salidas y yo gimo y grito, y le pido que no pare que no se detenga, que continúe que se desahogue en mi orto, que deje su leche en mis entrañas, que no deje de meterla y sacarla y aprieto mi culo a su pija salvaje y el se viene, se viene y grita ese orgasmo como si fuera una manera de salvarse y nos besamos largamente, sudados, sedientos, cansados. Más tarde me lo cojo yo, quizás más tranquilo hundiendo mi carne en su carne joven, haciéndolo gemir y suspirar y putear y maldecir y decir cosas que me enloquecen. Bombeo en su culo, golpeo sus nalgas, y él las echa hacia atrás para que mi verga se hunda más, para que no me vaya, para que nunca me vaya, pero me vengo, me vengo, toda la leche que tenía guardada en caja de ahorro y en plazo fijo y en la cuenta corriente, y caigo exhausto sobre él y él me abraza su pija mojada contra mi vientre, sus manos recorriendo mi espalda. Cae la tarde y estamos aún unidos por nuestras piernas y brazos, diciendo palabras cada tanto, besándonos.
En el viaje de regreso, no sé cómo se sienta a mi lado, y nos cubrimos con mi manta para viajar tomados de la mano, ajenos al mundo, a miles de metros de altura, pero respirando el mismo aire.
Cuando le apagan las luces le digo que lo amo y el me dice lo mismo y se queda dormido, profundamente dormido. Atrás, mucho más atrás oigo al resto de la comitiva y sus risotadas Aida cuenta chistes verdes, y los yernos la festejan. Yo me acurruco en los hombros de mi amor y me quedo dormido.
galansoy. Un relato de amor , al ritmo del vallenato. Ojalá les guste. G.