Amor y fidelidad hasta que los cuernos nos separen
Sonia se casó a los veintiocho años prometiendo amor y fidelidad hasta que la muerte les separara y con esa convicción alimentó su matrimonio, sin embargo, esos principios que creía tan firmes ya no los tiene tan claros tras doce años de una relación que ha ido debilitándose con el paso del tiempo.
Sonia se casó a los veintiocho años prometiendo amor y fidelidad hasta que la muerte les separara y con esa convicción alimentó su matrimonio, sin embargo, esos principios que creía tan firmes ya no los tiene tan claros tras doce años de una relación que ha ido debilitándose con el paso del tiempo.
No es una mujer guapa, pero es el conjunto de sus cualidades lo que la hace interesante. Tiene cuarenta años. Es delgada, de pelo castaño, aunque ahora, con el tinte se ha hecho rubia porque ya hace algunos años que las canas la obligan a usarlo. Sus pechos son pequeños y el sujetador sólo cumple la función de que los pezones no se le marquen a través de la ropa. Viéndolo como una ventaja, es porque nunca se le caerán. Unos ojos de un color avellana y unos labios delgados se enmarcan en un rostro enjuto y puntiagudo. Junto a las cualidades físicas se le pueden añadir las intelectuales. Aunque es introvertida y reservada con su intimidad, no por ello deja de ser una mujer de mundo. Es profesora de historia del arte en la facultad de historias y jefa del departamento, además de haber colaborado en diversas investigaciones.
A pesar de haber recibido decenas de proposiciones indecentes por parte de sus compañeros, nunca contempló la opción de un flirteo con ninguno de ellos. Ella siempre se aferró a su contrato y a ese amor incipiente de los primeros años. Por el contrario, su marido es un petulante que se cree superior a los demás, pero sobre todo, superior a ella, aunque si se profundiza en su psicología, se puede adivinar que esa actitud es un complejo de inferioridad frente a ella. Muchos de sus amigos así lo creen y así se lo han hecho saber a Sonia, pues también muchos de ellos han sabido ver en ella su valía y sus cualidades como mujer. Alberto es comercial. Se dedica a captar clientes para una empresa de impresión y, a decir verdad, es muy bueno en su trabajo, sin embargo, su erudición no va más allá de sus conocimientos laborales. A nivel intelectual, no le llega a la suela del zapato a su esposa, en cambio se diría que es totalmente al revés, dada su soberbia. Su verborrea es pomposa y rimbombante, en su lugar, su esposa es una persona sencilla y llana que no ha tenido nunca la pretensión de aparentar más de lo que es, al contrario, al profundizar en su interior se descubre el vasto y profundo pozo de sabiduría que encierra.
Son las seis de la tarde, y al terminar su clase Sonia espera a que salga hasta el último de los alumnos para cerrar la puerta. Va a su departamento, recoge sus cosas y se dirige a la salida, pero está lloviendo a raudales. Lo que empezó con una fina lluvia se ha convertido en un diluvio y ha salido de casa sin paraguas, por consiguiente, hasta la parada del metro son trescientos metros que tiene que recorrer cruzando una auténtica cortina de agua. Se queda en la puerta mirando un cielo que parece muy enojado y quisiera arrojar todo lo que tiene acumulado de golpe, de modo que no le queda otra alternativa que esperar a que remita.
Detrás de ella sale un alumno suyo que se ofrece a llevarla con el paraguas hasta su coche y de él a la parada, y en vista de sus escasas opciones, decide aceptar.
Santi es un buen alumno, jovial, extrovertido y educado. Tiene veintitrés años y lo ha tenido en sus clases durante dos trimestres, uno el año anterior y otro el actual. Aparte de esas virtudes, es un chico atractivo a quien se le suele ver habitualmente con alguna alumna revoloteando a su alrededor.
El paraguas no es muy grande, por lo que Santi coge a Sonia del hombro para que se arrime lo máximo posible a él, de tal manera que se mojen lo mínimo hasta que lleguen a su coche. Al llegar le abre la puerta y Sonia entra, y en unos segundos Santi ya está sentado en el asiento del conductor.
Una vez que están en la parada del metro, ella le agradece el detalle de acompañarla y él se ofrece a llevarla hasta su casa y, pensando que se ahorra diez paradas en las que posiblemente tenga que ir de pie entre empujones y codazos, acepta gustosa, es más, al señalarle la ubicación de su casa, coincide en que viven relativamente cerca.
Ya en la portería de su finca, muy amablemente, Sonia vuelve a darle las gracias por ser tan cortés y sale del vehículo intentando mojarse lo mínimo, coge su abrigo y su maletín, saca sus llaves como puede del bolso y ante la incomodidad, se le caen por la rejilla del alcantarillado. Ahora tendrá que esperar durante horas hasta que venga Alberto de viaje, quizás tres, quizás cuatro, si no son más, de manera que Santi se ofrece a que espere en su apartamento hasta que regrese. Es un apartamento compartido con otro compañero que cursa empresariales, pero últimamente no está pasando las noches allí porque se queda en el de su novia, por tanto, a Santi le viene de perlas, ya que tiene muy buen feeling con su profesora de historia del arte y se encuentra muy a gusto a su lado. Por el contrario, Sonia piensa por un momento que aquello es un error y que no debería ir al apartamento de un alumno, ni siquiera en unas circunstancias como aquellas, aunque… —¡Qué demonios! ¿Por qué no he de ir?— Se pregunta. —No hay nada de malo en ello. ¿Qué he de hacer, esperar en una cafetería hasta que vuelva mi marido no se sabe cuando?— Y ante la respuesta evidente decide aceptar. Así pues, Santi dirige su automóvil hasta su apartamento.
Sonia se percata al instante de que no se esperaba ninguna visita ese día, dado que el desorden en todas las estancias así lo confirma. Santi se disculpa por la batalla campal que parece haber tenido lugar allí, pero ella piensa que es normal en un estudiante que su vivienda parezca una leonera. Rápidamente quita la ropa sucia y algunos cachivaches que molestan y le ofrece algo de beber.
—Un café está bien —señala.
Sonia está sentada en el sofá con las manos entre sus muslos evidenciando sin querer su timidez y parece una adolescente en su primera cita a solas con un chico. Santi está sentado al otro lado del sofá manteniendo cierta distancia de seguridad e intentando no invadir su espacio vital. Su profesora se da cuenta que es todavía más extrovertido de lo que en apariencia parece, pero tampoco lo conocía tanto para saber como es realmente. Él le cuenta someramente su vida y Sonia hace lo mismo sin entrar en demasiados detalles. Podría decirle que se casó muy enamorada y que en la actualidad su matrimonio es una mierda. Podría también contarle que apenas tenían sexo, aunque tampoco sabría explicarle exactamente por qué. Quizás él disfruta de alguna aventura en sus viajes, quien sabe, como tampoco sabría indicarle en qué momento desapareció la química entre ellos. Podría afirmar sin mucho error de cálculo que está más de tres meses sin tener sexo, y eso es motivo más que suficiente para aventurarse con el muchacho que tan bien parecido es. Además, todo indica que sus intenciones son las mismas.
—¿Por qué no?—
Sonia le mira fijamente intentando que su timidez no entorpezca sus pretensiones. Quiere dejarla de lado para que la deje sentirse mujer. El muchacho le devuelve la mirada y se acerca un poco hacia ella. Sonia está receptiva, demasiado. Hace mucho tiempo que no tiene sexo y el apuesto joven que está frente a ella está revolucionando sus hormonas. Se acercan un poco más hasta que sus labios se juntan y sus bocas se abren para que sus lenguas se entrelacen.
El cuerpo de Sonia empieza a bullir. El prolongado beso estimula todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo. Sus pezones se endurecen, incluso, de forma dolorosa. Sus labios vaginales se abren como los pétalos de una rosa en primavera. No hay remordimientos, sólo aprobación.
Las manos de su alumno cogen sus pechos, sin embargo no hay mucho donde agarrar, no obstante, sus pezones son extremadamente sensibles y Sonia abandona el beso para poder liberar un reprimido gemido, suspirando de nuevo al reencontrarse con sensaciones casi olvidadas. Una mano sube lentamente por su muslo hasta que se detiene en su sexo. Nota un apretón, pero con el pantalón puesto no tiene la sensibilidad que desea. Quiere desnudarse y facilitarle la labor. Quiere que la posea y sentir su carne dentro, pero el joven parece tener otros planes y quiere seguir con el beso, intercambiando su saliva y haciendo sonoros sonidos mientras le come la boca. Ahora sí, sus manos empiezan a desabrocharle la blusa, después el pantalón. Su impaciencia la obliga a ponerse en pie para terminar de quitarse ella la ropa. Ahora él puede contemplar su exótica belleza. Se ha quedado únicamente con sus braguitas blancas, no son de lencería, son sencillas, de algodón, pero ajustadas a sus caderas parecen de lo más sexi.
Santi se levanta también del sofá y hace un gesto con la mano un tanto vulgar, como si pretendiese recolocar su entrepierna. Sonia se percata de ello y piensa que su erección está tirando de algunos pelillos. Se aproxima a él e intenta ayudarle a desnudarse. Él se quita el suéter y a continuación ella le quita la camiseta y pasea sus manos por su fibroso pecho, después desciende las manos y le desabrocha el pantalón vaquero y, mientras lo hace puede notar la protuberancia que forma su bragueta y que alberga al preso que desea ser liberado, pero los botones se le resisten por la falta de práctica y él tiene que acudir en su ayuda. Cuando ambos terminan de desnudarse por completo, Santi parece extasiarse de la delgadez de Sonia, hasta el punto de parecer que esté desnutrida, pero a él le gusta su físico, prueba de ello es el miembro que apunta firmemente hacia ella, adornando su percha.
Sonia nunca ha hecho el amor con ningún otro hombre que no sea su esposo. De jovencita disfrutó de algunos escarceos y tocamientos con otros chicos, pero nunca más allá de eso y con nadie tan atractivo como el joven que está ahora delante de sus ojos y a su disposición.
Ambos cuerpos se acercan y se unen en un abrazo en el que cada mano recorre la fisionomía de su pareja buscando cada rincón sin que quede ninguno por explorar. Santi recuesta a su profesora en el sofá y se coloca encima de ella besándola de nuevo, pero esta vez su boca busca el lóbulo de su oreja y la lengua se pasea por él, después desciende por el cuello provocándole hasta dolor en los sensibles pezones. A continuación la lengua se pasea por el hombro, bajando por el brazo para dar un pequeño salto hasta sus pezones. Ni en sus mejores tiempos su esposo le provocó tantas sensaciones de placer en rincones en los que aparentemente no tendría por qué encontrar deleite, pero allí había estado siempre cada recoveco a la espera de ser atendido por una experta lengua.
Tras un largo recorrido por su anatomía, deambula por los alrededores de su sexo, pero sin llegar a posarse en él, sólo circunvalándolo una y otra vez hasta hacer que Sonia se retuerza y contornee sus caderas buscando la esquiva lengua que parece no querer libar sus mieles.
—¿Por qué la tortura de ese modo?— No aguanta por más tiempo aquel suplicio, así que deja de lado la timidez, aferra su cabeza y la presiona contra su sexo, moviendo sus caderas en busca de la huidiza lengua. Parece que ya ha encontrado el botín. Ahora recorre los pliegues de un sexo completamente abierto y mojado. No recuerda haber estado tan excitada, ni haber sentido tanto placer sin ser penetrada jamás. Es inaguantable. Entonces aparta bruscamente su cabeza y de piernas abiertas le pide que la folle. La vergüenza ha desaparecido dando paso a la concupiscencia. No desea más preámbulos. Le duele el cuerpo de tanto placer inconcluso. Santi se incorpora y se pone de pie. Parece que ha llegado el momento tan deseado por Sonia, en cambio dirige su miembro a la altura de su boca para que reciba el mismo tratamiento. Sonia contempla maravillada el pistolón que le apunta, y al abrir la boca, sus labios abrazan el miembro que acaba adentrándose buscando la humedad del interior. Su alumno cierra los ojos y es quien profiere los gemidos ahora.
Sonia ha sido partícipe innumerables veces, sin ella saberlo, de las fantasías de Santi, pero éste jamás pensó que podrían hacerse realidad. Aparte de introvertida, siempre le ha parecido una mujer que marca una línea inquebrantable entre profesor y alumno, pero ahora, desde su posición, contempla como su profesora está engullendo su polla y está deleitándose con ella sin remilgos. Los jadeos del aventajado alumno empiezan a delatarle y sin remedio estalla dentro de su boca. Rápidamente su profesora intenta zafarse de las descargas que inundan su boca y parecen querer ahogarla. Cuando lo consigue, los trallazos continúan impactando en su rostro unos tras otro y ella tiene que cerrar los ojos, pero poco a poco la presión disminuye hasta que finaliza el riego.
Santi se disculpa por su incipiente falta de tacto, pero sobre todo por la rapidez. Ella se levanta y se dirige al lavabo sin saber ni siquiera donde está, pero tras una indicación de él, lo encuentra. Ahora se pregunta si todo aquello no ha sido un error. Deseaba que culminara en algo más sensual y placentero, y no ahogándose y con su cara bañada de leche. Podía haber parecido en un principio que Sonia era la alumna y Santi el profesor, y toda la sensibilidad que consideraba que manejaba, se desvaneció cuando desparramó su esencia sobre su cara, sin contemplar tampoco sus necesidades. Le duele el clítoris de no haber rematado tanta excitación en un clímax. Necesita correrse y liberar todo el desasosiego que la invade. Pensándolo fríamente, considera que le da igual la falta de sensibilidad de la que ha hecho gala su alumno en el último momento. Sale del baño dispuesta a violarlo si es necesario, pero cuando aparece en el salón se detiene en el acto al observar que Santi está hablando con su compañero de cuarto. Ella se queda petrificada. No sabe como taparse y lo hace con sus manos de una forma un tanto cómica. Sonia dirige la mirada a uno y a otro sin saber qué está ocurriendo ni tampoco qué hacer, ni a qué atenerse. El compañero de piso de Santi repasa con su escrutadora y lasciva mirada la desnudez de Sonia haciéndola sentirse muy incómoda.
—Este es Álvaro, mi compañero de piso— le anuncia Santi, como si aquella situación fuese lógica y natural, pero ahora Sonia quiere que la tierra se la trague, desaparecer de allí, todavía no sabe como, pero quiere huir. Busca su ropa para vestirse y no la encuentra. Le parece que todo aquello es una broma de mal gusto. Le pide su ropa a Santi suplicándole, casi llorando y él la abraza tratando de consolarla, de modo que estalla en un llanto provocado por tanta tensión acumulada. Ambos se abrazan, mientras Sonia nota la dureza de su miembro sobre su vientre, lo cual vuelve a desconcertarla y se hace un poco atrás advirtiendo su erección fuera de lugar en ese momento. Al mismo tiempo, por detrás siente como unas manos apartan su cabello y una lengua se desliza por su cuello, entretanto, un falo erecto se posa entre nalga y nalga. Sonia se queda paralizada y rígida. Su cabeza es un mar dudas. Todo aquello es surrealista y piensa que quizás está soñando y pronto despertará comprobando que es como un mal sueño fruto de su imaginación por tanta abstinencia sexual, pero el pene que intenta por detrás abrirse paso en su sexo la saca de su abstracción. Santi pega su boca a la de ella y se funden en un morreo, entretanto ella siente como la verga de Álvaro empieza a bombear y sus manos se aferran a sus caderas. Tiene muchas dudas por lo que está haciendo o, mejor dicho, por lo que está dejando que le hagan, pero la excitación acude en su ayuda y se abandona al deleite. Álvaro la inclina para que se apoye en el sofá y la verga de Santi vuelve a buscar el calor de su boca.
Ni en sus sueños más húmedos podría haberse imaginado una situación semejante. Quizás debería hacerse un selfie y enseñárselo a su esposo por haber sido tan capullo durante tantos años, aunque quizás él también disponga muchos selfies que enseñarle a ella.
Santi coge su cabeza con las dos manos aproximándola en cada embate mientras le folla la boca y en cada acometida, una arcada la acompaña y le señala que si cruza el umbral vomitará. Entretanto, Álvaro está extasiado embistiendo por detrás y contemplando la panorámica de las exquisitas nalgas de la profesora de su compañero de piso. Santi abandona la boca de la docente y se sienta en el sofá con su erección bien visible y la anima a sentarse sobre él y, a pesar del placer que su compañero de piso le está otorgando, no lo duda. Se zafa de él y se sienta sobre su alumno. Los gritos y jadeos se adueñan del lugar y Sonia se abandona a un merecidísimo y liberador orgasmo que la hace gritar como nunca antes lo había hecho. Está exhausta, en cambio, sus amantes están en plenas facultades para seguir con su fiesta. Santi permanece debajo pistoneando en el sexo de Sonia sin darle ninguna tregua y, aunque su orgasmo ha concluido, el continuo meneo de la polla bombeando en su interior provoca que siga deleitándose de ese percutor incansable. Al tiempo que ella empieza a saltar, iniciando una nueva cabalgada, vuelve a encontrarse con una verga amenazante en su cara y la coge con la mano para masturbarla, ahora sin ningún pudor. Pronto su boca se adueña de ella intentando satisfacer al garañón del mismo modo que su montura la está satisfaciendo a ella. Un dedo lubricado incursiona en el pequeño orificio que le hace dar un respingo, pero no logra librarse de él, sino todo lo contrario, el dedo se hunde poco a poco en su ano. No es una sensación dolorosa, pero sí extraña, pese a ello, el placer que le está aplicando el miembro de Santi mitiga la extraña sensación hasta que otro dedo se une a la fiesta intentando ensanchar el canal. Sonia está confusa. Sabe lo que significa y lo que viene a continuación. No está segura de querer experimentarlo hasta que nota que la sensación comienza a ser agradable e incluso placentera, y pronto es otro dedo el que se une al festín. Sonia deja de moverse, son sus amantes los que hacen el trabajo. Su atacante se coloca de cuclillas en el sofá detrás de ella, acerca el glande al pequeño orificio y presiona ligeramente mientras desaparece y se escucha un pequeño gemido de protesta obviado por el agresor de su retaguardia. Éste escupe sobre su falo y presiona un poco más consiguiendo que desaparezca otro buen pedazo de verga en su cavidad, acompañado también de otro pequeño grito, y así sucesivamente hasta que su esfínter logra alojar al intruso. Poco a poco los movimientos se van acelerando y se convierten en embates, coordinándose ambos sementales y consiguiendo darle a la docente la follada de su vida.
Nunca antes ha practicado el sexo anal, puesto que siempre lo ha considerado como algo antinatural. Ahora, no solo está disfrutándolo, sino que está deleitándose con un estupendo sándwich que le están aplicando dos gamberros. Algo impensable unas horas antes.
El salón del apartamento se ha convertido en el salón del sexo en el que gritos y jadeos dan fe a los vecinos de lo que está ocurriendo en el pequeño apartamento. Sonia grita de placer con las dos pollas incrustadas en sus entrañas dándole duro, y los dos jóvenes bufan como toros bravos intentando satisfacer a la tímida profesora.
Sonia siente que pude correrse, pero el orgasmo es huidizo y se hace de rogar. Los dos garañones aceleran las embestidas al percibir que su orgasmo está cerca y cuando parece conseguirlo entre gritos y resuellos, ambos se dejan llevar expulsando toda la euforia acumulada en sus entrañas. Álvaro abandona el orificio y se sienta en el sofá extenuado, Sonia se zafa de su montura, coge su bolso y desaparece en el baño para lavarse. Santi se queda al lado de Álvaro de piernas abiertas, con los brazos extendidos y el miembro regresando a su estado de reposo.
Mientras Sonia se lava hace balance de lo ocurrido e intenta localizar algún destello de culpabilidad, pero no lo halla. Se encuentra totalmente colmada y satisfecha y está casi segura de que no será la última vez. El teléfono suena, lo coge y es su marido anunciándole que tardará más de lo esperado, quizás a media noche. No le dice que no tiene llaves, probablemente le da igual porque una chispa se enciende en su cabeza. ¿Por qué no?