Amor y Calentura Travesti

Irónico, cuando me acarició el pequeño pene, más hombre me pareció... Es que sólo un verdadero macho puede amar y gozar a una travesti...

*Historia ficticia, para adultos.

*Perdona por la falta de tildes y diéresis sobre las “u”. Es un glitch del sistema.

AMOR Y CALENTURA TRAVESTI   por KarlaLisbeth22

–Creo que es hora de que te encargues por fin de Nico. Por eso te llamo, porque está incontrolable. Esta vez es en serio, Melvin. Tendrás que encargarte de él estos meses. Nico necesita a su padre, una figura masculina, alguien que ejerza autoridad sobre él… Mel, Nico te necesita… es tu turno ahora., –me dijo Alicia, mi ex esposa. Su voz traicionaba la angustia que intentaba ocultar.

–¿Estás segura que al dejarlo conmigo no lo estás castigando? ¿No te has puesto a pensar en que tal vez el viaje le haría bien? –le pregunté.

–No… Nico no puede acompañarnos en el viaje. No cuando se porta como lo hace. Aun sin viaje, es hora de que te encargues de él.

–Muy bien, Alicia; en ese caso, no te preocupes más. Nuestro hijo estará bien. Vivir conmigo en Atitlán no es lo mismo que irse de viaje lejos de aquí, pero estará bien. Quisiera que Nico pudiera ir contigo, sin embargo. Quisiera que todos pudiéramos ir

–Mel, ésta no es la ocasión para hablar de ello. De hecho, ya hablamos todo lo que había qué hablar. Sólo cuida a Nico. Y por favor, dile adiós a Helen cuando vengas por él. Recuerda que no te verá durante un largo tiempo.

–No te preocupes, hablaré con ella. Estaré allí el sábado, a… ¿las 11:00 está bien? Ok, me despediré de Helen y me traeré a Nico conmigo.

–Mel, ¿estás seguro de que puedo sacar a Nico de mi mente todos estos meses? Por supuesto, lo llamaré de vez en cuando. No puedo olvidar que también necesita a su madre. Es sólo que ahora te necesita más a ti.

–Creo que deberías dejarlo en paz por un tiempo. No te amará menos, ni pensará que no lo amas si no lo llamas. Recuerda, estará a mi cargo. Estará en buenas manos. Disfruta tu viaje y la compañía de Helen. Yo haré lo mismo con Nico.

–Bien, hasta el sábado entonces… Errr.. Fíjate que Gerardo (su pareja actual) estará en casa el sábado… saldremos de aquí hacia el aeropuerto. ¿Podrás quedarte afuera, en tu auto? Enviaré a Helen allí contigo, para que te diga adiós. Gracias. Ah, Mel, otra cosa: ¿te puedes quedar aquí uno o dos días? ¿Para asegurarte de que todo esté bien? Y no se te olvide, prometiste chequear la casa lo más seguido que puedas.

–Sí, lo haré. Olvídate de la casa, de nuestro hijo, de todo. Sólo disfruta el viaje. Todo estará bien… Adiós, Alicia.

–Adiós, Mel.

Y eso fue todo. Después de colgar, continué con mi soledad y pensamientos. Pensaba en cuánto había cambiado mi vida… me preguntaba cuánto más iría a cambiar

Ahora tenía la custodia de Nicolai, de 17 años. Mi ex esposa ya no podía con él. En realidad, no había podido nunca, desde nuestro divorcio, cinco años atrás. Ojalá que el chico no tomara muy mal el no poder viajar con su madre y hermana, y Gerardo, su futuro padrastro. El viaje tenía que ver con el trabajo de Gerardo, un ex amigo mío. Esa es otra historia, sin embargo.

El sábado, dejé la soledad y la quietud de mi casa en las orillas del lago de Atitlán, y manejé hacia la capital para recoger a Nico, y decirle adiós, por un largo tiempo, a Helen, mi hija mayor, de 19 años.

Ya allá, adentro del auto, cerca de mi anterior residencia, hablé con mi hija un buen rato. Helen me dio las llaves de la casa y toda la información que su madre creyó oportuno comunicarme. Deseándonos que nos fuera bien a ambos, nos despedimos. Creo que no lloramos porque estábamos acostumbrados a vivir separados. La chica me visitaba una vez al mes, si bien nos iba. Nico, menos que eso.

Luego llegó un taxi y Alicia, Helen y el %&#@%# de Gerardo se marcharon en él; curioso, los tres llevaban un mínimo equipaje de mano. Tal vez cuando vas a viajar por muchos países no necesitas llevar mucho. Metí entonces mi viejo auto al garage, detrás del de mi ex mujer. Era obvio lo bien que le iba con Gerardo. Sólo bastaba ver su auto, de modelo reciente.

Entré a la casa, por primera vez en mucho tiempo, y me ocupé de algunos detalles menores antes de confrontar a mi hijo. Con él había hablado hacía más de un mes, después de su ultima visita. Deberíamos, y queríamos, comunicarnos más y mejor pero creo que ambos nos sentíamos un poco incómodos con eso. Cuando Nico se había quedado conmigo, era obvio que era contra su voluntad. Fue por ello que no insistía mucho en que me visitara. Ojalá ahora nuestra relación mejorara.

Después de indagar en la cocina, me senté en un sofá de la sala. Sabía que Nico bajaría de un momento a otro. Este era un asunto que concernía a los dos. Entre más rápido saliéramos de él, mucho mejor.

Luego de unos minutos, oí sus pasos, desde las gradas, a mis espaldas. Me volteé un poco para verlo.

A pesar de que lo sabía, ver a Nico me impactó. Mi ex esposa tenía muchísima razón. El chico necesitaba una figura paternal. Le urgía, para ser más específico.

–Hola, papá, –me dijo, a mitad de los escalones de madera.

El chico bajaba lentamente las gradas, sus manos en los bolsillos traseros de sus jeans. Oh, esos jeans no podían ser suyos, con seguridad. Yo no sabía mucho de la moda juvenil actual, pero estaba seguro de que esos ajustados jeans no habían sido diseñados teniendo a chicos en mente. No, esos jeans habían sido hechos para jovencitas, para exhibir lo que la naturaleza les había brindado. Además de lo apretadísimos que eran (¿cómo se los pondrían las chicas? ¿cómo se los habrá puesto Nico?), el estilo era de cintura baja, demasiado baja diría yo.

De seguro, esos provocativos pantalones de lona pertenecían a Helen. A propósito, los movimientos que Nico realizaba al bajar las gradas también parecían pertenecer a su hermana. No era un movimiento exagerado de caderas, pero mi hijo las movía como si fuera una niña muy contenta con su feminidad. Algo ayudaban los jeans, que acentuaban la gracia con que Nico se contoneaba. Además, viéndolo bajar tan lenta y delicadamente era como ver a una niña hacerlo con tacones altos. Sí, aunque no podía verlos, Nico traía zapatos de tacón alto. El sonido que hacía con ellos era inconfundible. Me pregunté si esos tacones eran de su madre o de su hermana. Tal vez eran de él.

Ese largo cabello sí era suyo, eso era evidente. Era largo y sedoso. Más largo, más sedoso y más rubio desde la ultima vez que había visto a mi hijo. Más largo de lo que su madre debería haberle permitido. Pero como ella había dicho, Nico había empeorado. Demonios, el cabello de Nico era más largo que el de su hermana. Parecía mejor cuidado y hasta más hermoso, también.

Había otros detalles… Sí, Nico necesitaba no una sino cientos de figuras paternales.

Cuando al fin terminó de bajar -ni siquiera Helen bajaba esas gradas así, tan lenta y femeninamente-, mi hijo me sonrió. Eso ya era algo. Al menos no estaba furioso o encerrado en sí mismo. Tal vez había aceptado lo que significaría vivir conmigo por un largo tiempo. Tal vez sólo disfrutaba los ultimos momentos de su libertinaje.

Como dije, su cabello era rubio ahora. Totalmente rubio. La ultima vez había tenido unas franjitas rubias mezcladas con su castaño natural. Sí, por esa época Nico no andaba tan mal. Ahora, apenas podía creer que ese chico recogiéndose una hebra de sus hermosos cabellos y colocándosela detrás de una oreja en evidente gesto afeminado era mi hijo. Seguidamente, como lo hacen las mujeres, colocó sus brazos sobre el pecho, bajo unos inexistentes senos, ladeó la cabeza y me vio con curiosidad.

–Te miras bien, papá, ¿te hiciste algo? –me dijo, sonriendo de nuevo, con una voz suave, agradable…;  no era la voz de una chica, obviamente, pero era mas femenina que masculina.

Sin esperar respuesta, se dio vuelta y caminó lentamente hacia un ventanal al lado de la puerta. Pensé en preguntarle no si esos jeans eran de su hermana, sino por qué los llevaba puestos, pero me contuve. No tenía sentido alguno y de repente sí eran de él. Que los había comprado, quiero decir. A pesar de que Nico se miraba la mar de bien con esos jeans, éstos eran de mujer. El mundo debe andar algo mal cuando los chicos se ven bien con pantalones del sexo opuesto.

Mi hijo no era mujer, con mucho, pero ¡diablos!, caminaba como una: dando pasitos delicados, colocando un pie exactamente enfrente del otro, moviéndose con gracia, caminando lentamente… sin dejar en ningun momento de contonear las caderas con atractiva feminidad. Esos jeans de cintura baja, stretch y ajustados hasta la exageración me permitieron ver algo más. Por supuesto, Nico no estaba usando boxers o calzoncillos. A través de esos apretadísimos pantalones pude ver el contorno de una de esas diminutas tanguitas que las chicas usan con ese tipo de jeans, para que no se les mire cuando se inclinan o sientan. No había necesidad de que mi hijo se sentara o inclinara, sin embargo, para que se le viera la ropa íntima. ¡Ese calzoncito era tan notorio! Pero si llevar jeans y tanguitas para jovencitas a quienes les fascina mostrar las caderas era poco, Nico tenía una o dos cositas más.

Obviamente, la chaqueta de lona que traía puesta era muy coqueta, muy corta y muy mona como para ser una prenda masculina; tampoco eran masculinas la gracia y la naturalidad con que Nico la lucía.  Debajo de la chaqueta, que usaba abierta, mi hijo traía una especie de top, de color blanco, muy suelto y muy corto, algo como para usar en el gimnasio o en la intimidad del dormitorio, si se es mujer, es decir. Pero como dije, ¿qué sabía yo de la moda juvenil? De repente, andar medio enseñando las tetas en la calle era lo que hacía furor entre las chicas de hoy.

Después de ver quién sabe qué en la calle, el chico se volvió hacia mí. Vi entonces que traía puesto algo debajo de ese top, que casualmente era bastante transparente, el top digo. Ese algo era muy parecido a un brassiere. No, esos tirantes y esos triángulos sobre sus tetillas eran eso, un brassiere. Un brassiere blanco lleno de encajes que, casualmente, era también transparente. Tontamente, me pregunté por qué se había molestado poniéndose ese top encima de su sostén. Si lo que quería era andar enseñando las tetitas, bien podría haberse quedado sólo en sujetador.

Sonriéndome una vez más, se sentó enfrente de mí, con toda la gracia y belleza de una joven mujer; después de que cruzó sus piernas, pude ver los zapatos que llevaba, unas sandalias negras, entre elegantes e informales y con tacones de aguja realmente altos. Ver las uñas de sus pies pintadas en un color vino ya no me impactó tanto. Como tampoco lo hizo el ver que las uñas de sus manos, largas y perfectamente cuidadas, también estaban pintadas, en el mismo tono vino. Ni siquiera les presté mucha atención a sus cejas perfectamente depiladas, ni a los aretes de aro que llevaba.

–¿Te despediste de tu mamá y de tu hermana? –le pregunté, dejando para más tarde lo que tenía que decirle. Tenía la impresión de que Nico había estado encerrado un largo tiempo en su habitación y que hasta ahora había salido.

–Papá… me he estado despidiendo de ellas desde hace mucho, –fue su enigmática respuesta.

Irguiéndose un poco, siempre sentado tan coquetamente en el sofá, Nico se tomó la mata de cabello con una mano, con la otra se sacó una banda o un moño color rosa que guardaba en una bolsa trasera de sus jeans, y se hizo una colita de caballo con la eficiencia de una chica de verdad. Cuando efectuó esa maniobra, su top diminuto y flojo se le subió en su pecho. Si hubiera sido una muchacha, el nacimiento de sus senos, o gran parte de éstos, habría sido visible. Nico no era una muchacha, pero igual vi la banda inferior del brassiere que llevaba puesto. Si el chico se dio cuenta de mis miradas hacia su pecho o no le importó en absoluto o lo disimuló muy bien.

–Claro que sí, papá. Me despedí de ellas. Lloré incluso… es decir, las tres lloramos, a pesar de que nos hicimos las fuertes… –continuó. No le costó incluirse como una mujer más. De repente creía que esa era la realidad, que él era una mujer más. –Y no papá, no le dije adiós a Gerardo. Tengo tiempo de no hablarle al idiota...

Preferí no decirle nada, ya que no quería influir en sus sentimientos sobre el #%##% idiota. Pero me sentí muy bien con que el chico lo odiara, aunque fuera por diferentes razones.

–Papá, hay calor. ¿No te molesta si me quito la chaqueta y me quede sólo en top? –me preguntó.

Sin esperar respuesta, como si nada, se quitó la prenda y se quedó sólo con esa mínima playerita corta. Era obvio que el chico había estado trabajando en su cuerpo, en sus abdominales, especialmente. Su cintura era estrecha y en su estómago mostraba unos cuantos musculos que se verían fenomenales en una chica. Bueno, no se veían tan mal en él.

–Oh, lo siento, papá, qué tonta soy… ¿Deseas un café o alguna otra cosa? –me preguntó, poniéndose de pie y dirigiéndose a la cocina. Nunca pensé que vería a mi hijo caminar de la misma manera que su hermana. O su madre. O cualquiera otra mujer, suficientemente femenina y sexy para mover sus caderas y proclamar con ellas que ser mujer era lo mejor que le podía pasar a un ser humano.

Me extrañó lo natural que el chico se veía; al verlo de espaldas, caminando así, la escena no parecía anormal.  Era como si tuviera todo el derecho en el mundo de andar con una tanguita sexy que se le marcaba perfectamente a través de los jeans o con un top que le permitía enseñar su sexy sostén.  Sí, todo parecía tan normal… Tal vez eso era lo que buscaba el chico. Hacer normales sus desplantes maricones.

–Creo que debería acostumbrarme a servirte y atenderte… –me dijo desde la cocina. –Así que, ¿deseas algo? ¿Comiste ya? ¿Te preparo algo formal?

–Sólo café, gracias. Sabes, Nico, tenemos que hablar, –le dije, haciendo un esfuerzo enorme por contener mi reacción ante el comportamiento mariquita de mi propio hijo.

–Sí, lo sé… ahorita estoy contigo… –me contestó con su voz afeminada.

Está de más decirlo, pero igual, lo diré: Nicolai, mi hijo, era un mariquita, un jotito, un pato, un trolo, un hueco, un puto… unos de esos chicos que no están muy contentos con ser eso, chicos. Pero su madre estaba en lo cierto: definitivamente, Nico había empeorado. Aunque viendo cuán niña se miraba ahora, la verdad es que había mejorado. Sí, esa imagen tan femenina y coqueta que veía ahora era, con certeza, muy diferente a lo que yo había visto y sabía de Nico, si bien la ultima vez que me visitó, hacía dos meses, su comportamiento había sido más afeminado que de costumbre. Su actitud ahora era totalmente la de un marica sin la menor esperanza, ni el menor deseo, de redención. Nico tenía ahora un aire de fragilidad, gracia y delicadeza femenina que antes sólo soñaba con poseer. Se veía que había tomado con mayor seriedad el interés por su persona física, como mujercita, es decir.

Por supuesto, siempre había pensado que Nico era más, mucho más, que sólo un chico amanerado. Ya lo había visto con ropas de Helen algunas veces, pero eso se encontraba dentro de lo aceptable quizá: ropas como un suéter, una playera, unos jeans, nada escandaloso. Algo me decía que eso era pura fachada. Para mí que el chico era una real marica cuando se quedaba solo en casa o en la intimidad de su habitación. Mi ex esposa y mi hija también sabían que Nico se vestía de mujer, con las ropas de su hermana especialmente. Segun Helen, Nico era muy cuidadoso cuando lo hacía, pero cualquier mujer es mucho más cuidadosa que un chico jugando a ser mujer. Y no hay travesti en el mundo que NO deje huellas de su comportamiento maricón. Pero a decir verdad, un chico algo afeminado que ocasionalmente se vestía de chica no era el fin del mundo. Y mientras lo hiciera discretamente, los demás estábamos dispuestos a fingir que nada pasaba.

Sin embargo, nunca me imaginé que iba a verlo hecho toda una mujer, como ahora. Nunca lo había visto con el pelo tan largo o caminando de la forma en que lo hacía ahora. Jamás lo había visto con un brassiere puesto, ni usar abiertamente una tanga tan diminuta y llamativa. Nunca había hablado tan afeminadamente y nunca había hablado de él mismo como una chica.

Después de que me trajo café, le añadió azucar y me lo sirvió, todo con la naturalidad y destreza propia de una mujercita acostumbrada a hacer eso, como una hija tal vez, se sentó de nuevo enfrente de mí. ¿Cómo le haría para moverse y actuar con tanta delicadeza? ¿No se cansaban las chicas, o ciertos chicos, de actuar así? ¿No se aburrían?

–¿Qué hiciste para alterar tanto a tu mamá, –le pregunté, aunque tenía una leve idea de lo que había acontecido.

–Papá… puedes imaginarte lo que hice. ¿No te lo dijo? De todos modos, no creo que quieras oír de ello, –dijo, riéndose. De la misma forma que Helen se reía a veces, con risitas infantiles, muy femeninas.

–Bueno, tenemos mucho tiempo por delante. Podemos empezar a hablar de ello justo ahora.

–Lo que hice no fue nada grave… Empece a ponerme faldas y vestidos de Helen, a pintarme, a usar tacones, a ser Nicole… esa soy yo, papá: Nicole.

–Con razón estaba tan alterada tu madre. Y bonito nombre, a propósito. Pero sabes que todo eso tiene que parar, ¿verdad?

–Sí, lo sé. Por eso es que voy a vivir contigo. No lo tomes a mal, pero pudo ser peor. Y bueno, creo que estoy muy chica para vivir sola.

–¿No querías ir con tu mamá a ese viaje?

–Para ser sincera, no… no quería. Quizá sí, si las cosas fueran diferentes. Si pudiera ir como mujer. Pero como eso no era posible, sólo les habría arruinado el viaje. Igual, quedarme contigo no será tan mal… creo… –dijo, con algo de indiferencia. Sí, al final le daba lo mismo en dónde vivir. En ningun lugar podría ser la niña que deseaba ser.

Nico entonces ajustó algo debajo de su top, el gesto clásico de una chica arreglando su brassiere. Viéndolo atentamente, no dije nada. Preferí preguntarle sobre su maquillaje, sobre la carencia de él, quiero decir. A pesar de sus ropas, sus tacones, su pelo, sus uñas pintadas y todo lo demás, Nico no llevaba maquillaje, sólo delineador de ojos y, luego de mi pregunta, un poco de rubor natural. Cuando oyó mi pregunta, se sonrojó como una manzanita.

–Papá, me estaba cambiando cuando llegaste… no quería que me vieras tan… tan… ya sabes… tan mujer… Estaba en brassiere, quitándome la pintura cuando llegaste… decidí ponerme algo y bajar contigo… aun sin maquillaje, es obvio lo marica que soy… espero que no te moleste… tanto

–Nico, ya que lo mencionas tan casualmente, como si fuera algo normal, traes puesto un brassiere. Una prenda que las mujeres usan para sujetar sus senos… ¿por qué te pondrías uno tu? Y ya que estamos en eso, las ropas que traes son de tu hermana, o de tu mamá… son de mujer es a lo que quiero llegar. Hijo, ¿qué pretendes? ¿Alterarme como lo hiciste con tu madre? ¿Intentas demostrar algo? ¿Estás desafiándome? Por lo que me cuentas, estabas vestido de mujer antes de que yo entrara a la casa. ¿ Te vieron tu madre y hermana como estás ahora?

–No, papá. Traía puestas diferentes ropas… no de la clase que piensas, no ropas de chico. Los jeans me los puse luego. Papá, tenía falda, otros tacones, medias incluso. Y como te dije, estaba toda maquillada… Quería despedirme de ellas como mujer. Eso era todo.

–¡Nico, espera un minuto! Tu madre, o Helen, mejor dicho, no me dijo nada sobre eso. ¿Cómo lo tomaron. ¿Te dejó tu mamá hacer eso? ¿Te permitía vestirte de mujer?

–Por supuesto que no. ¿Por qué crees que me dejó bajo tu custodia? Ah, y Helen estuvo feliz por tener una hermana. Mamá sólo abrió la puerta para decirme adiós. Ni siquiera me vio. Aunque como te dije, las dos lloramos, lo que no le impidió decirme que tu harías un hombre de mí. A propósito, papá, esto lo estoy haciendo porque tengo que irme a vivir contigo. Quería llevarme un buen recuerdo y hacer memorables estos ultimos momentos

–Pues lo estás logrando, hijo. Es una buena manera de decirles adiós a errr… estas características tuyas. Ya sabes, Nico, tienes que dejarlo

–Sí, lo sé. Pero papá, no creas que vas a tener un hijo normal. Sabes que no lo soy.

–Yo tampoco soy un padre perfecto. Pero, dime ¿por qué te quitaste la falda? ¿Las medias? ¿La pintura? Si esa es tu forma de despedirte de tus… hábitos, habría esperado que te dejarías ver hecha toda una mujer

–¿Papá? ¿Qué dices? ¿Hablas en serio? Estoy más que segura que no querrías verme tan femenina como estaba antes. Papá, adoro las faldas. Me vuelven loca. Pero no tan loca como para dejar que me vieras con una puesta. Aunque así como ando ahora me arriesgo a que me mates

–¿Matarte? ¿Qué tontería es esa? Pero sí, pareces muy mujer, aun sin falda. Y no, no soy tu madre. Yo lo habría enfrentado, como ahora.

–Papá, todo lo he hecho muy discretamente. No he andado por allí exhibiendo lo marica que soy. A pesar de que a Helen no le importaba y estuvo contentísima todo el tiempo, no andaba detrás de ella para demostrarle lo mujer que me sentía. Igual con mamá. Apenas me vio. Sólo me aseguré de que supiera que en mi cuarto había una hembrita. No sé por qué siempre me ignoró. Tal vez porque sabía que tu te encargarías de mí.

Luego de un incómodo silencio, me preguntó:

–Papá, ¿qué hubieras hecho tu? Si no me hubiera cambiado de ropas… ¿si hubiera bajado de falda, medias y todo lo demás?

–Nada. Es asunto tuyo. Sé qué clase de chico eres. Quizá me habría sorprendido, pero no más que verte así como estás ahora. Aun me lo pregunto, ¿por qué te cambiaste?

–Papá, es una falda. Sólo las mujeres las usan. Es cierto, estos son pantalones de mujer, pero una falda es… tan… ay, de hembras… ¿Ves? ¡Me muero por ellas! Pero, ¿estás tratando de decirme que podría haberme quedado en falda? ¿Qué podría hacerlo ahora? ¿Y no te alterarías, no me golpearías, ni me matarías, ni nada?

–Ja, ja… ¿Por qué haría eso?

–Papá, ¿estás insinuando que yo podría andar toda linda con faldita y no irías por allí matando gente en masa? ¿Podría ponerme una mini? ¿Tacones más altos?

–Bueno, tenemos que platicar antes… pero sí, creo que eso es lo que te estoy insinuando… No… ¡te lo estoy proponiendo!

–¡Papá! ¿Hablas en serio? Papá, ¡qué lindo eres! ¡Te amo, papá! –exclamó muy emocionado cuando vio que lo que le decía era en serio. Tanto se emocionó que, sin perder por un segundo su decoro femenino, se puso de pie y se sentó a mi lado, riéndose con esas sus risitas locas; luego puso sus brazos alrededor de mi cuello y me estampó un beso muy femenino, muy de hija, en la mejilla. Nico parecía y era tan femenino en ese momento que en realidad hasta olía a una joven mujer, y no me refiero sólo al perfume de chica que se había puesto. Había algo en él, una esencia de mujer, que le brotaba por los poros.

Mi hijo actuó entonces, como lo que era, una loca. Ya se ponía de pie, ya caminaba de aquí para allá, sin creer todavía lo que le había dicho. Lo observé detenidamente. Nico era esbelto, aunque su cuerpo grácil y delicado tenía todavía una capa de grasa infantil que de hecho le venía bien, para su imagen femenina. La mayor parte de esa grasa radicaba en sus caderas, las que se veían muy bien con esos jeans ajustados. Con sus 100-110 libras y su 1.60 m de estatura, Nico tenía ganada la mitad de la batalla. Además era muy apuesto, o hermosa, depende de las ropas que llevara. Ahora precisamente, el chiquillo era toda una hermosa niña de 17 años. No necesité mucha imaginación para saber que se vería muy bien con falda, medias y tacones más altos.

–Nico, cálmate, aun tenemos que hablar, –le dije. Esta vez se sentó a mi lado, con una sonrisa que hacía maravillas en su carita de chiquilla bonita.  –Muy bien, hijo, seré honesto contigo. Lo menos que quiero es causarte algun sufrimiento. Para ello necesito que seas sincero conmigo. ¿Piensas llevar ropas de mujer a mi casa?

–… Sí, papá. Sabes que pretendo hacer eso. Brassieres y calzoncitos, por lo menos… ropa de dormir… Pero si puedo, algunas faldas, blusas… tacones… Aun no sé qué voy a hacer, pero debes imaginártelo… como te dije, no podría ser el hijo que deseas, aun cuando lo quisiera… Papá, ¿no podríamos llegar a un acuerdo?

–En eso estoy, hijo. Dime, ¿te vestirías de chica si tuvieras la oportunidad, digamos que yo tuviera que venir a la ciudad? ¿O no hay necesidad de realizar esa pregunta?

–No, la respuesta es obvia. ¿Sabes, papá? Me prometí a mí misma por lo menos dormir todas las noches con ropas de noche de mujer. Eso habla por sí solo

–Sí, lo sé… Muy bien. Escucha. Creo que podríamos llegar a un arreglo. Tal vez puedas ser una chica cuando yo no estoy o en ocasiones especiales… no lo sé todavía. Pero déjame decirte algo: por razones muy poderosas de mi parte, te dejaré hacer algo ahora mismo. ¿Sabes qué? Tu hermana dejó un inmenso guardarropas en su cuarto, al igual que tu mamá. ¿Te da eso alguna idea en tu cabecita?

–¿Papá? ¿Te sientes bien? ¿Qué tratas de decirme? ¿Me estás mencionando todas las cosas que Helen y mamá dejaron sólo para hacerme sufrir?

–Ja, ja… Nunca haría eso. No, lo que te propongo, aunque no lo creas, es que subas al cuarto de tu hermana para pintarte y verte más bella, luego de ponerte otros tacones, un lindo vestido o una falda y una blusa de verdad… Por supuesto, te pondrás antes esas lindas cosillas que las niñas usan

–Papá, ¿de veras puedo hacer eso? ¿Ser mujer? ¿Ser Nicole? ¿Ser linda… coqueta… ser tu hija?

–Sí, puedes ser Nicole…¿Por qué no vas ahora al cuarto de Helen a cambiarte y ser la niña más linda del barrio? Vamos, hazlo… Entre tanto, yo subiré a la habitación de tu madre, a arreglar unos asuntillos… ¿Sale?

El rostro del chico brillaba de felicidad, por supuesto. La sonrisa de Nico era hermosa y él mismo parecía ya una hermosa chica. Muy feliz, se dirigió al cuarto de su hermana; a mitad de las gradas, volvió a verme y me lanzó un beso al aire; luego siguió contoneándose delicadamente, como la linda niña que se sentía.

Le llevó su buen tiempo arreglarse, pero obviamente, quería brindarme una buena impresión. Desde que, de regreso en la sala, oí su rítmico y femenino taconeo, me pregunté cómo sería la belleza que se dirigía hacia mí.

–¿Papi? –dijo desde arriba, antes de atreverse a bajar las gradas. Todo este tiempo había hablado como un marica muy afeminado lo haría, pero ahora su voz, sin sonar enteramente como la de una chica, era más femenina; de hecho, se parecía bastante a la voz de Helen.

–Sí, cariño, puedes bajar, – le dije, como si le hablara a una hija antes de mostrarse por primera vez en vestido largo. O en su primera salida con su novio. Sabía que el vestido o la falda que mi hijo traía puesta estaba lejos de ser larga y que sus nervios no eran producidos por una cita con un chico, pero igual sentí que era una joven mujer la que estaba a punto de bajar los escalones.

Con más gracia y feminidad que antes, si eso era posible, Nicole bajó por las gradas como un ángel del Cielo. Como un angel mujer, es decir. Ah, tanta belleza, tanta juventud, tanta dulzura deberían estar en un cuerpo de mujer… Y no, mi hijo no era lo que yo había imaginado. O mejor dicho, era más, mucho más de lo que había imaginado. Nicole no tenía sólo alma de mujer. En esos momentos era una, qué importaba que le faltara o sobrara algo. Y el vestido que traía, de color rosa y pegado a su delicado y, no sé de dónde curváceo cuerpo, le quedaba perfecto. Tal vez era demasiado corto, desde mi posición al pie de las gradas tuve fugaces y fragmentadas visiones  de un calzoncito celeste, todo encaje, todo transparencia, todo delicia… pero eso, precisamente, era ser mujer

Las piernas de mi hijo eran bellísimas, sin nada que envidiarles a las de su hermana, o a las de su madre, y eso ya es decir algo. Si fuera por esas hermosas piernas y el gusto de lucirlas, Nicole era tan mujer como cualquiera otra. Se veía, además, que las cuidaba religiosamente, quién sabe desde cuándo. Para piernas como esas fue que se inventaron la minifalda y las medias de seda y los tacones altos

Si no fuera porque al frente Nicole era tan plano como un muchacho –no había rellenado para nada las copas de su brassiere-, habría jurado que la hermosa jovencita bajando las gradas tan femeninamente era… eso, una jovencita, quien se veía espectacular en pantyhose color natural y zapatos formales, de tacón alto, con una trabita en el talón. Por supuesto, Nicole tenía todo lo demás y más. Su carita se veía preciosíma con ese bien aplicado maquillaje; definitivamente, el chico sabía pintarse, no le sobraba ni le faltaba nada y como mujer se veía fantástica, muy femenina y muy contenta de ser una mujer. Apenas podía reconocer a mi hijo en esa envoltura de gracia y belleza.

El chico estaba nervioso, eso era evidente, mas no por presentarse vestido como la linda jovencita que parecía -era obvio que tenía algunas horas de vuelo en eso de vestirse-, sino porque se estaba presentando ante su padre. Hasta la marica más plantada sentiría pánico en esos momentos.

Después de bajar, de sonrojarse un sinfín de veces, de mostrarme la linda sonrisa de chiquilla que tenía, de darme un beso en la mejilla y de sentarse de la forma en que una linda damita lo haría, se relajó lo suficiente para tener una conversación casi normal conmigo. Me encantaba como me decía “papi”, de la amorosa manera en que Helen lo hacía.

De repente, me preguntó en dónde estaba el truco.

–Sí, papi. El truco. Estoy segura de que ocultas uno. Hay algo que no me has dicho. No hay un solo padre en el mundo que permitiría a su hijo hacer lo que yo hago. Así que, papito lindo, dime cuál es el truco.

–¿Truco? No hay truco alguno. Eres libre de ser Nicole hoy… Y mañana… Y cuando quieras. Sí, puedes ser una niña todos los meses por delante. Estoy seguro de que te encantará ser mujer todo el tiempo. No tendría el menor problema viviendo con una hija. Creo que me gustaría más.

–¿Una hija? No puedes hablar en serio, papi. ¿Yo, una mujer? ¿Todo el tiempo?

–Hablo en serio, hija. Hay algo que debes saber antes, sin embargo. Y NO es un truco. Tu puedes ser Nicole, independientemente de lo que voy a decirte… sólo me pregunto cómo lo tomarás. Es un asunto muy importante.

–¿Qué es, papi? ¿Una mujer? ¿Vives con una mujer? ¿Es eso?

–¿Una mujer? Ja, ja… Ya quisiera yo… No, Nicole; me temo que es algo más serio que eso. Espero que lo tomes bien

–Te lo aseguro, papi. Si tu puedes tomar tan bien que soy… bueno… ya sabes… una mariquita… yo puedo tomar bien cualquier cosa… ¡Ay, no! ¡No te habrás metido a la política!

–¡Eso jamás! No, no es tan grave, aunque bien podrías alterarte un poco. Si no estás de acuerdo con lo que voy a decirte, yo entenderé. Nada va a cambiar, te lo prometo. Tu podrás ser Nicole siempre. ¿Estás lista?

Cuando me contestó que sí, me quité la gorra de béisbol que traía puesta. Raro, tanto a Helen como a Nicole no les llamó la atención ese detalle –jamás me habían visto con una antes. Me quité luego los ganchos de pelo y los barretes que sujetaban mi cabello y lo dejé libre. Mi largo, sedoso y rubio cabello. No era tan largo como el de Nicole -apenas me llegaba a los hombros-, pero estaba tan bien cuidado como el suyo. El estilo en que lo llevaba era un corte de mujer, un estilo paje con puntas que me rozaban el rostro. El peinado no sólo me daba cierto atractivo, me quitaba unos cuantos años.

Nicole se sorprendió bastante, a pesar de que siempre he llevado el cabello un poco largo. Esto era diferente, sin embargo.

–¿Papi…? Tu cabello es largo… te lo pintaste de rubio… y lo llevas en un estilo de mujer… papi, pareces una mujer… –me dijo, en un tono apenas audible.

–¿Te gusta, nena? –le pregunté, con una voz muy diferente a la usual. Mejor dicho, con un tono de voz muy diferente. La voz era la de un hombre, el tono, el de una mujer. O así intenté que saliera, al menos.

–¿Papá…? Pareces una… señora… ¿Por qué hablas como… una? Ah, y sí tienes un lindo pelo, me gusta… –me dijo, arqueando sus bien depiladas cejas, mientras sus ojitos bien pintados me veían con asombro.

–¿De veras? ¿Te gusta mi pelo, mi amor? ¡Qué linda eres! Si supieras todo lo que me costó que creciera. Ay, y qué piensas de mis uñas? Al menos puedo presumir de tenerlas más largas que las tuyas… ¿De veras no las notaste…? –le pregunté, con una voz aun más delicada que la anterior.

–¿Papá?  Tus uñas… ¡son lindas! ¡Y largas! ¡Y bien cuidadas! ¿Te pusiste brillo en ellas? Nunca las vi. ¿Cómo las escondiste?

–No lo hice. Fue sólo que no tenías razón alguna para chequearlas. Ay, querida, ojalá te guste lo que tengo aun que mostrarte

En seguida, muy para su sorpresa, me quité las pantuflas que traía y extendiendo un brazo hacia el piso, al lado del sillón, tomé un par de lindas sandalias de tacón alto, que había prestado del cuarto de mi ex. Nicole exclamó algo ininteligible cuando vio las bien cuidadas y bien pintadas uñas de mis pies. Se sorprendió más cuando me puse los tacones.

–¿Ves, Nicole? No sólo a ti te encanta llevar tacones altos… –le dije, mientras el chico asimilaba la sorpresa; viéndome de pies a cabeza se dio cuenta entonces de que llevaba pantalones de dama y una blusa muy similar a la camisa que llevaba antes, todo ello tomado del cuarto de mi ex esposa; también notó que me había puesto maquillaje, de manera discreta, pero era maquillaje al fin. Nicole había estado tan “ensimismada en sí misma” (como diría un escritor novato), tan encerrada en su imagen de mujer, digo, que no se había fijado en que a su padre también se le caía la mano.

Mi hijo quería preguntarme y decirme un millón de cosas, pero de sus labios bellamente pintados no salió una sola palabra.

–Nicole, lo que intento decirte con todo esto es que deseo ser tu madre. Siempre lo he querido, ser tu mamá… Pero bueno, mejor tarde que nunca

–¿Cómo? ¿Por qué? ¿Cuándo…?  –comenzó a preguntar con una voz apenas audible.

–Cálmate, nena. Te lo explicaré todo después. Pero ¿qué dices de mi deseo de ser tu mamá? La hermosa madre de una hermosa hija… –le dije, para aliviar un poco la tensión.

–¡Dios mío! Tu, ¿mi madre? Ehhh, creo que necesito algo fuerte… ¿Me permites tomarme un trago? ¿Uno suave? Realmente lo necesito

–Yo también, nena. Los serviré, –le dije, caminando tan sensualmente, si es que no más, que él. El chico me miró como si estuviera viendo al ExtraTerrestre. Creo que si hubiera visto un ovni estaría menos sorprendido que ver a su padre con el pelo largo, pintado de rubio y cortado en un estilo de mujer, así como con tacones y ropas de mujer.

–Cariño, tómalo con calma… a muchos padres nos hubiera gustado más ser madres… –le dije, cuando regresé y le serví una copita de licor.

–Ahora sé por qué dicen eso de tal palo, tal astilla…–me contestó, con el vaso en la mano, de la forma en que una chica agarraría un vaso, y tomándose el contenido como una, con pequeños tragos, apenas humedeciendo sus labios femeninos.

–Nena, ¿me acompañas al cuarto de tu mamá? Seguiremos hablando allí. Me muero por ponerme una falda… no lo hice para no alterarte tanto, pero ya no aguanto más, necesito ponerme una de inmediato; me entiendes, ¿verdad? A mí también me vuelven locas las faldas.

Por supuesto que me entendía y así me lo indicó. Creo que ni las mujeres saben tanto como las maricas de la necesidad de ponerse faldas o vestido, de enseñar las piernas, de ser femeninas, de sentirse hembras

Los dos subimos lentamente las gradas –no podíamos menos con esos tacones.  Era increíble ver cómo nos contoneábamos, y no era sólo a causa de los zapatos. Ya dentro de lo que había sido también mi habitación por un tiempo, me acerqué al espejo entero del closet mientras Nicole se sentó sobre la cama, cruzando sus piernas. Se veía que estaba más relajada ahora, aunque aun no salía completamente de su asombro.

Dándole la espalda me quité la blusa que llevaba puesta y que había cumplido ya su propósito. A través del espejo vi la sorpresa en su cara bonita y bien maquillada cuando vio mi brassiere rosado. Por supuesto se había imaginado o sabía que llevaba uno, eso si no lo había notado a través de la tela de la blusa blanca. Pero fue hasta que lo vio cuando reaccionó.

–Errr… ¡Tienes puesto un brassiere…!

–Como tu llevas puesto uno… ¿No es maravilloso, nena? ¡Ay, me encantan los brassieres! ¡Qué importa que tengamos pechos pequeños! –exclamé, con abierto entusiasmo de loca ¡Es que llevar sostén es tan lindo! ¡Lo más lindo es que no hace falta ser mujer para usar uno!

–Sí, es bonito usar brassiere… –me contestó Nicole. –Es tan de mujeres… o maricas… Y como ambos, o ambas, sabemos, no eres mujer. ¿Vas ahora a decirme por qué actuas como una mariquita?… Se supone que la loca aquí soy yo

–¿Por qué actuo como una marica? Bueno, por la misma razón que tu, cariño. Porque soy una. Una marica, una loca, una travesti… Tu y yo lo somos. Maricas. Te lo juro, no estoy actuando, ni lo hago para beneficio de nadie. Eso es lo que soy. Una mariquita. Una loca de 40 años. A tu edad era una marica. Ahora sigo siendo una. Supongo que siempre lo seré. Sé que es una sorpresa, pero tu mejor que nadie puede entenderlo. No deberías pensar mucho en ello. Sólo intenta aceptarlo, –le dije, mientras me abrochaba, sobre ese precioso brassiere, una de las lindas blusas escotadas de mi ex. Me encantaba cómo dejaba ver la prenda íntima a través de la tela fina y sedosa. Ay, ¿por qué a las locas nos interesarán esos detallitos? Que se nos vea el brassiere, que se nos marque bien el calzoncito, que se nos miren algo las tetitas

–Claro que puedo entenderte. Es más, me encanta que haya otra marica en la familia. Pero necesito que me expliques todo… Y sí, me gustaría que fueras mi madre, pero tenemos que platicar… –me dijo. Se veía que ahora estaba más calmado. Lo admiraba. Enterarse de que tu papá es una mariposona es impactante, aunque tu mismo seas una mariposita.

–Sí, en un minuto platicamos, mi amor. Sólo déjame ponerme más femenina. Lo necesito. ¿Podrás soportarlo? Si quieres me esperas afuera, mientras me cambio. O si quieres pídeme que deje de ser el gran maricón que soy. No te preocupes, yo entenderé. O puedes enloquecer, salir corriendo y gritar todo lo que quieras. ¿Quieres que detenga esta locura?

–¿Por qué haría eso? ¿Por qué me preguntas si puedo soportarlo? Ji, ji, como si no llevara puestos un vestido, ropa íntima de mujer y maquillaje. ¿Cómo podría ponerme histérica porque tu te vas a poner ropas de mi mamá? Claro que puedes ponerte lo que quieras. Por mí puedes andar desnuda, si lo deseas, aunque preferiría verte vestida. Lo que quiero es que me cuentes todo. Apurate por favor.

–Lo haré. Gracias por entenderme. Sólo déjame estar vestida para la ocasión. ¿Puedo vestirme aquí, enfrente de ti?

–Si a ti no te molesta no veo por qué no… Igual, estamos en el mismo bote y como dicen, se nos hace agua. Quiero verte ya vestida, así puedo llamarte “mami” ya y ser en verdad tu hija.

–Eso es lo que pretendo, nena; como te lo dije, me muero de ganas por ser tu madre… Y bien, ya que las dos somos loquitas, deberías ayudarme a escoger una linda falda. Estoy segura de que conoces muy bien las ropas de tu madre.

–La verdad es que sí. Estoy más concentrada en las ropas de Helen, sin embargo. ¡Nunca pensé que te iba a decir eso y hacer lo que estamos haciendo! –me dijo, con las mismas risitas femeninas de antes. –Creo que ésta te vendrá bien, mami… A mí se me hace que te vas a ver bien rica con ella…  –me dijo, dándome una lindísima falda color rosa, corta pero no tanto. Eso sí, era bastante apretadita.

–Me quedará, mi amor, no creas que soy tan novata en esto de las faldas. Y ahora, señorita, dése vuelta para que su madre pueda quitarse estos pantalones y se ponga esta falda adorable, –le dije, riéndome del mismo modo que él. Cuando te sientes hembra, te sale tan fácil.

–Vamos, mami, soy mujer también. Y si vamos a vivir, como creo que vamos a hacerlo, como madre e hija, bien podríamos empezar a perder la verguenza en este momento. De hecho, mami, no te creas que soy una mosquita muerta.P uedo ser toda una damita, pero tengo también mi lado picarón. No te molesta, ¿verdad? <![if !supportLineBreakNewLine]> <![endif]>

–Para nada, hija. Para serte sincera, me gustas que seas así y no Nico, el chico callado y algo baboso. Pero, mi amor, ¿de veras te gustaría que yo fuera tu mami? Es decir, ¿podrás aceptarme si actuo como una mujer todo el tiempo?

–Ya lo hice, mami, aceptarte. Sólo apurate así me puedes contar todo, –me dijo, como si una mujer no iba a tomarse su tiempo para vestirse.

Bueno, desvestirme enfrente de Nicole era un tanto incómodo, pero podría decir con certeza que era una niña crecidita. De todos modos, ver a su nueva mami en tanguita no era tan escandaloso. Sobre todo, y como ella misma había dicho, Nicole era bastante liberada. Mucho, mucho más que como Nico.

–¡Mami! ¡Guauu! ¡Vaya si no te gustan los calzones sexis! Ah, y ya sé de dónde me vienen las nalgas que me ando echando. Mami, ¡tienes un lindo culito! Esas nalgas van a ser la delicia de los hombres

–Ay, mi amor, no es para tanto. Pero gracias de todos modos. Mis caderas son mi mayor orgullo, mi amor. Como hombre y como mujer. A tu madre le encantaban mis nalgas. A tu otra madre, quiero decir. Ella solía bromear sobre mi culito, a veces decía sentirse como si estuviera con otra mujer.

–A decir verdad luces bastante como mamá. Por detrás, al menos… y bueno, eso es lo más importante, ¿no?

–Ay, cómo quisiera lucir como ella… en todo.  Pero como te habrás dado cuenta, no fuimos la típica pareja. No éramos el clásico hombre más alto, más fuerte, mayor que la mujer. Ella es más alta que yo, tenemos la misma edad y pesamos alrededor de las mismas 120 libras. Sus ropas me quedaron siempre bien, a excepción de ya sabes dónde… –le dije, mirando y tocándome las pequeñas tetitas que la naturaleza me dio.

–Sí mami, sé de qué hablas, –me dijo, mirándose inconscientemente su pecho plano como el de un muchacho y ajustándose un tirante de su sostén.

Mientras me maquillaba en el tocador de mi ex, comencé a hablarle de mí. Nicole me ayudó con el delineador y las sombras de ojos. Al fin estuve lista, nada glamorosa por supuesto –necesitaba medias por ejemplo y muchas cosas más–, pero al menos me sentí suficientemente cómoda y femenina para tener esta conversación con mi hija–hijo. Salimos de la habitación, bajamos lo más mariconamente que pudimos hacia la sala, nos reímos como las locas que éramos y nos apreciamos femeninamente la una a la otra.

–Mami, ¿por qué no damos una vuelta en el auto? Afuera es más divertido… y tanta belleza no debe quedarse en casa, –me sugirió mi hijo cuando, al fin, terminamos de bajar.

–Cariño, déjame decirte que no soy una experta en salir vestida de mujer. No luzco muy bien de todos modos y necesito mucho más que lo que llevo puesto para actuar como la madre de una linda niña.

–¡Mami! ¡Tampoco soy una experta! Y si bien es cierto que podrías mirarte mejor, a mí me pareces linda. E igual pensaría cualquier hombre. Especialmente si te mira por atrás. ¿Me prometes que saldremos más tarde? ¿Esta noche, quizá?

–Gracias por lo de linda, mi amor, pero todas las hijas ven hermosas a sus madres. Y bueno, no te prometo nada, pero de repente salimos. No soy una veterana en salir como mujer, pero créeme, lo he hecho antes sin mayores problemas.

Nicole me abrazó entonces. Tal vez él necesitaba ese cariñoso abrazo más que yo, pero ese dulce gesto me conquistó. Así, abrazadas, permanecimos unos minutos, dejando que nuestras feminidades se entremezclaran. Qué lindo y qué fácil era dejar aflorar nuestros sentimientos. Como hombre no podría haberlo hecho jamás. Sí, era lindo ser mujeres.

Después, sentadas juntas en el sofá, madre e hija tuvieron una conversación. Le dije todo. A pesar de que algunas personas en mi vida supieron algo de mi trasvestismo, en formas y épocas diferentes, él era en realidad el primer ser humano a quien le abría totalmente mi alma.

Le conté cómo había empezado a usar las ropas de su tía Carolina desde los 11 años, y cómo continué con esa “afición” toda mi vida; cómo de joven pude vestirme casi diariamente e incluso tener algo parecido a una segunda vida, a una vida de mujer, con alguna gente, quienes si bien supieron que yo no era la linda señorita que parecía ser, no les afectó mucho saberlo. Le conté a mi hijo, también, cómo había interactuado con chicos y que en un par de ocasiones hasta bailé con ellos; le confesé que había sido una coqueta con los hombres y que casi me había comportado como una chica verdadera de mi edad, es decir estuve a punto de meterme con un chico. Siempre me quedó la duda de lo que pudo haber sido. Sin embargo, lo mío eran las mujeres, sólo ellas, le dije, como si él no lo supiera. Aun así, me vio todo raro.

Le dije que había dejado de vestirme muchas veces y que lo había retomado, con más ganas que antes. El que es marica siempre vuelve, y más maricón que antes.

Le conté que me había enamorado de su madre, pero que eso no impidió que continuara con mi hábito, ya que incluso después de casado me seguía vistiendo, ahora con las ropas de ella. También le dije que el divorcio no tuvo que ver nada con mi amor por lo femenino, que había dejado de hacerlo algun tiempo antes de la separación, y que, en la actualidad, gradualmente estaba haciéndolo de nuevo. Le hablé de mis miedos, deseos y emociones respecto de vivir algo más tangible que usar ropa interior de mujer y de vestirme como una en ocasiones, incluso saliendo a la calle un par de veces. Eso, le aclaré, no era suficiente para mí.

Le dije, por ultimo, que soñaba con vivir como una mujer, aunque fuera por unas horas, y que estaba muy emocionado porque eso podía ser ahora una realidad. Mientras más lo consideraba, más seguro estaba de que era posible. Haría y arriesgaría todo –finalicé– sólo por ser una mujer. No podía dejar pasar esa oportunidad. No podíamos, ni él ni yo.

Después de un momento de silencio, el chico lloró. Yo también. Cuando nos dimos un reconfortante abrazo, descubrimos que nos unía un lazo más poderoso que la sangre. Me dijo que, por supuesto, le encantaría que yo fuera su madre. Y que deseaba con todo su corazón ser una joven mujer, ser mi hija, aunque fuera por sólo unos días, horas o minutos. Para él sería el Cielo si pudiera ser Nicole por unos meses, como parecía que iba a suceder.

Hablamos bastante. Con su lenguaje franco me contó cientos de cosas sobre él. Y al final tomamos y reafirmamos la decisión de ser mujeres. Yo sería Melissa Rosas. El sería Nicole Melissa Rosas. Yo sería su madre. El sería mi hija. ¡Cómo deseábamos ya empezar nuestra nueva vida! Estábamos emocionadas por empezar a usar nuestros enormes guardarropas. Teníamos cientos de ropas. Y todo lo que dos mujeres podrían necesitar. La verdad es que estábamos felices de que Gerardo se hubiera llevado a Alicia y a Helen en un viaje largo. Bueno, no tanto por eso sino porque nos habían dejado todas sus cosas de mujeres. Con sorpresa descubrí que ahora que era una mujer, ya no insulté ni odié a Gerardo. Piensa en lo que podría pasar si más hombres fuéramos mariquitas

Había un pequeño problema, sin embargo. Había estado tan emocionado con mi futuro como una dama, que nunca pensé en cómo iba a llevarme todo esas cosas de mujeres a mi casa en Atitlán. Tendría que hacer varios viajes o, lo más normal, alquilar un vehículo, un camión, para llevarnos todo de una vez. Pero feliz como estaba, era muy pronto para interactuar con la gente como una fémina. Y por supuesto, el tipo o los tipos del camión se darían cuenta de que no trataban con una digna dama sino con un indigno maricón. ¿Qué podría hacer?

Nicole me sugirió quedarnos a vivir en la casa, pero, naturalmente, la idea era atractiva pero irrealizable. El unico lugar en el que podríamos vivir relativamente en paz era a la orilla del lago, donde la poca gente que conocía podría tal vez aceptarme como Melissa, eso si me veía forzado a mostrarles a la mujer en mí. Tenía confianza en que podríamos vivir como mujeres, sin que nadie se enterara. Me encantaba que Nicole fuera tan linda como una chica de verdad, porque podría ayudarme con algunos asuntos y así evitarme el contacto innecesario con la gente. Pero al final, yo tenía la disposición de ser la señora Rosas cuando se necesitara. Como lo había sido cuando me teñí y arreglé el cabello, en un salón de belleza. No estaba dejando escapar esta oportunidad unica de vivir como mujer. De hecho, los ultimos días había estado viviendo como una. Como ahora, cuando hasta sentía que era la feliz y orgullosa dueña de una vagina y no del pene ese escondido debajo de mi tanguita.

Pero genitales aparte, necesitaba un transporte para llevarme ropas, clósets, tocadores y camas de allí. Todo eso no tenía uso ahora y qué lástima desperdiciar esas cosas tan lindas y femeninas. No sabía si las iba a devolver en el futuro, ahora sólo me interesaba vivir ya como mujer. De todos modos, mi ex me había dicho que tomara todo lo que necesitara. Y daba la casualidad que Nicole y yo necesitábamos todo eso.

Mientras buscaba una solución, Nicole y yo nos dedicamos a preparar el almuerzo; con maternal placer, descubrí que mi nueva hija no era una cabeza hueca; era linda, coqueta y vanidosa, tal vez más que una chica de verdad, pero también sabía mucho sobre ser una mujer. ¿Cómo había hecho para aprenderlas?  Tal vez Helen, su hermana, y Carolina, la mía, eran iguales; mi hermana sólo sospechó que yo tenía un fuerte lado mariquita, pero igual me enseñó muchas cosas de mujeres, incluso después del divorcio, cuando tuve que vivir por mi cuenta. Ah, si todas las hermanas hicieran eso con sus hermanitos

Después de almorzar, ligeramente como las damas lindas que nos sentíamos y queríamos vernos, comenzamos a preparar lo que nos llevaríamos. Nicole, sin darme ninguna explicación, me dijo que podría tener la solución al problema del transporte. Eso me llenó de esperanza, así como de inquietudes sobre la vida de un travesti joven en estos tiempos. Tal vez las cosas habían cambiado un poco y ahora los mariquitas eran más aceptados. Tal vez Nicole tenía amigos. Tal vez había compartido con alguien su secreto y ese alguien podría ayudarnos. O tal vez arreglaría este pequeño problema siendo Nicolai. O tal vez yo tendría que regresar a ser hombre de nuevo y solucionar así el problema.

Luego de un buen rato de apilar ropas y objetos, descansamos, nos bañamos y dispusimos cambiarnos. ¡Ibamos a salir a la calle! De nuevo, bajo la mirada atenta de la nena, me dediqué a lucir como toda una señora bonita. Nada glamoroso, sólo una dama elegante, sexy y tal vez deseable. Quizá, y eso era discutible, la falda negra que llevaba era muy corta para una dama, pero cuando tienes las piernas, hay que enseñarlas. Una blusa negra, de seda, medias oscuras, tacones altos, ropa íntima negra y mucho maquillaje y accesorios completaban mi imagen femenina. ¡Ay era tan lindo ser doña Melissa Rosas! No me veía tan mal (como si no lo supiera), y de todos modos no me importaba si la gente pensaba que era una señora poco agraciada. Lo que me importaba era sentirme mujer.

Fue entonces el turno de Nicole de cambiarse, así que nos fuimos al cuarto de Helen; allí tuve ocasión de ver lo linda y liberada que Nicole era, ya que sin tanta pena se desnudó y se cambió de calzoncito y sostén enfrente de mí. Todo con una gracia y belleza que ya quisiera para mí. La verdad es que cuando tienes alma de mujer no te importa andar con tus encantos al aire con alguien de similares condiciones. Nicole, como yo, tenía un pene pequeño que, la verdad, no se le miraba tan mal con lo femenino que el chico se veía. No era el momento de pensar en el futuro lejano, pero de corazón deseé que encontrara una mujer como su madre, su verdadera madre. Alicia, mi ex, podría haber sido un montón de cosas pero nunca me hizo sentirme mal con el diminuto miembro con que me tocó venir al mundo. A riesgo de contar mis intimidades, puedo decirles que a juzgar por la forma en que mi ex disfrutaba mi pequeña verguita, ésta le parecía gigantesca, si es que estaba preocupada por las medidas de un pene. Tal vez no tenía lo que más le hubiera gustado, pero trataba de que lo que tenía le gustara. Ojalá mi hijo tuviera la suerte que tuve con ella. O creí tener. Al final no había importado.

Pero bueno, con una minifalda rosada, muy apretadita y cortita y una blusita ombliguera, Nicole era una bomba; a diferencia mía, que con unos calzones y medias me había fabricado un pequeño busto, Nicole decidió salir así, con sus encantos naturales, que eran muy pocos. Pero igual se veía linda, como una chiquilla bien formada en espera de desarrollar un poco más; así que, con mi hija vestida de tal modo que iba a quitarle el aliento a los chicos, y la madre a los mayores, nos metimos al auto y salimos.

Luego de dar unas vueltas, fuimos a un centro comercial; como era sábado había mucha gente, pero eso nos ayudó a pasar tan inadvertidas como una bella dama y una linda adolescente pueden pasar. Estoy segura de que la gente, cuando nos vio con esas ropas lindas, nuestros bolsos, nuestros tacones y nuestra actitud de hembras, jamás dudó de que éramos mujeres bien nacidas, si es que pensaron algo. Igual, tuvimos que concentrarnos mucho para no parecer muy nerviosas.

Al igual que muchos años atrás, cuando yo salía y aparentaba ser una chiquilla bonita, nadie vio raro a Nicole; el chico fue visto, y mucho, pero de la manera en que los hombres miran a las chicas. ¡Ah, me sentía tan feliz por él! Por supuesto, después de ver a la hermosa niña nadie pensaría que la dama acompañándola no era su madre, o por lo menos una mujer tan respetable como atractiva. ¡Fue increíble! Luego de un rato de ver tiendas, nos sentamos por ahí, sólo disfrutando ser mujeres y practicando para la gran aventura: ir de compras como tales. Estaba segura de que Nicole tenía ya experiencia en ello, pero eso no se comparaba a cuando lo hiciera con su madre.

De regreso en nuestro vecindario, Nicole me pidió que pasara por un pequeño parque infantil Me pregunté por qué se sonrojó al realizar su petición.

–¿Hay algo que quieras hablar con tu mami, cariño?

–Err… no, mami. Bien, creo que sí, pero dame un momento… –me dijo, sonrojándose de nuevo. Me había hecho detenerme en la acera opuesta al parquecito y diciéndome que regresaría en un minuto, se bajó del auto. Me preocupé al ver a mi nena haciendo algo sola, pero entendí que, definitivamente era su vida; tal vez mi hija no era tan tímida como su madre, yo,  lo había sido a su edad.

Con certeza, Nicole no lo era. O tal vez, a juzgar por la forma en que actuaba, la niña había vencido su timidez. Vi a mi hijo cruzar con determinación la solitaria calle hacia el parque y no podía creer qué tan bien se miraba con esa faldita, meneándose toda ella, pero en especial sus nalguitas redondas, con esas piernas tan bonitas, su grácil cuerpo despidiendo juventud, belleza y sensualidad. Como me lo había dicho, ¡de tal palo, tal astilla!

Y entonces, fui testigo de la más impactante escena de mi vida. ¡No podía creerlo! Casi me desmayé, allí al volante del auto. No sabía qué hacer o pensar. De veras, me trastorné totalmente. Si hubiera podido moverme, habría bajado del auto a rescatar a mi hija.

Nicole, mi hijo, ahora mi hija, TENIA NOVIO! Mi hijo era… ¡gay! ¡Ahora mismo, la nena se besaba con un hombre!

Supongo que si de veras hubiera sido una madre real y/o Nicole una mujer de verdad no me habría shockeado tanto. ¡Pero esa niña era un hombrecito y se besaba con otro chico! ¡Sentí morirme! A pesar de que mi hijo y yo compartíamos el mismo fetiche y que en las ultimas horas nos habíamos acercado tanto una a la otra, lo que veía era algo para lo que no estaba preparado

Un joven, un poco mayor que Nicole, lo había estado esperando. Nicole se acercó a él y como una pareja real de novios se besaron; el otro chico besaba con pasión, mi hijo, con cierta reserva, pero aun así noté que se entregaba todo en cada beso. Me pregunté cómo actuaría cuando nadie lo estaba observando. Cuando “su mami” no estaba apenas a unos metros de la escena. Cuando su padre, vestido de mujer y madre, no se encontraba cerca.

De todos modos, Nicole, quizá después de recordarse que yo andaba por ahí, interrumpió los besos de su afectivo novio y, obviamente, debe haberle dicho que alguien los observaba. El otro chico se sorprendió, por supuesto. Me pregunté qué le habría dicho mi hijo. Algo así como “Cielo, mi mami está en el carro…” o “Mi amor, no me vayas a andar tocando las nalgas, mi mami nos observa…”.  El muchacho debió haber entrado en shock. Menos mal que la novia no le dijo que no era su mamá de verdad, sino su papá jugando a ser madre, o si no el chico se hubiera muerto del susto. La pareja platicó por un momentos más; les agradecí en mi interior que ya no se hayan besado.

Entonces, Nicole regresó a donde yo estaba. Esta vez, para beneficio de su novio, seguramente, caminó más provocativamente. No lo culpé. Yo habría hecho lo mismo, si hubiera sido gay y tuviera un novio atrás de mí, viéndome el trasero.

Hablando del novio de la nena, no sentí para nada lo que un padre normal hubiera sentido. No sabía lo que las madres sentían con los novios de sus hijas pero estaba seguro de que no era lo que yo estaba experimentando. No sentí ni celos, ni tristeza porque mi niña era ahora una mujercita.

Casi me desmayo con mi reacción. Debería haber estado celoso por lo menos, ya que en el fondo yo era un padre viendo a su supuesta hija besuquearse con un muchacho.

Pero no, el maricón de su padre se fijó en cuán bien parecido el chico era y en que, si la nena iba a tener novio, al menos éste se veía formal, de buena familia y era buen mozo. Sí, Nicole tenía un buen gusto en lo que correspondía a hombres. No me puse a pensar que el novio era gay también; a mí me terminó pareciendo una escena de lo más normal. Más cuando veía a Nicole caminando sensualmente con esos taconcitos y esa mini que le dejaba enseñar sus lindas piernas, mientras el otro chico lo miraba de la manera en que los muchachos le miran las nalgas a sus novias. Me puse a pensar que de seguro ambos no habían tenido muchos momentos como éste. Nicolai no podía ser Nicole todo el tiempo.

–Mami… esto es de lo que te quería hablar… –me dijo, ruborizándose todo cuando se acercó a la ventanilla del vehículo. A pesar de que su novio estaba atrás, o quizá por ello, Nicole se inclinó para hablarme. Obviamente, a la niña le gustaba enviar señales. Por el interés que el chico mostraba, se veía que las estaba interceptando. Vaya que no había otra gente viéndola enseñar la tanguita y las nalgas.

–Nena… ¡tienes novio! –me las arreglé para decirle, todavía viendo al muchacho. ¿Cómo había hecho la chiquilla para conseguirse ese hermoso ejemplar masculino? Sí, como mujercita Nicole era atractiva, pero aun chicas de verdad sólo podían soñar con un chico tan lindo, tan bien parecido, tan atlético, tan sensual

–Sí, ¿no es lindo, mami? –me dijo, de todas las cosas que pudo decirme, y volviendo a ver a su enamorado. Este hizo como que no había estado chequeando la mercancía.

–Mi amor, ¡esto es realmente una sorpresa! A ver cuando me das la receta para conseguirme uno de esos machitos… Es una broma, hija. Ya sabes, para aliviar un poco la tensión del momento. Como te dije, es una sorpresa

–¿Segura que es sólo una broma, mami? Pero, fíjate Erick y yo hemos sido novios por algun tiempo… Y bueno, quiero presentarlos… quiero que se conozcan

–¡No hablas en serio, mi amor! ¡Soy un hombre! Me he sentido muy hembra todo el día, pero eso no me cambia la cosita que tengo allá abajo. De seguro tu novio se escandalizará. Aun cuando fuera tan moderno y comprensivo como parece ser, ¿qué hay de mí? No quiero que nadie me vea vestido de mujer. Nadie de la ciudad o relacionado con la familia. Nadie

–¿Mami? ¡Estás dispuesta a salir del closet en Atitlán! Y mami, Erick es verdaderamente comprensivo. Mami, ¡es mi novio! Quiero decir, soy un chico, como él. ¿Qué más comprensivo puede ser un hombre?

–Lo siento, mi amor, pero tendrás que respetar mi decisión en este asunto. Ok, tendré que aceptar lo de tu noviazgo con un chico y estoy segura de que ahora habrá un par de cambios en nuestras vidas, pero por favor déjame afuera de esto. No vas a ir con ese chico y decirle que tu padre está aquí, con maquillaje, falda, tacones, tetas postizas y todo lo demás. Lo que haré ahora es manejar por aquí durante un rato; ya que andas de novia, quédate con tu chico y haz lo que tengas qué hacer. Nena, no soy tan moderna ni tolerante, lo admito, pero no tengo ningun problema con que tengas novio.

–Gracias, mami, sabía que entenderías. Pero hay un problema: Ya le dije a Erick sobre ti; él no tiene ningun problema con que seas hombre. Mami, ¡él me ama! Es un chico lindo. ¡Con seguridad no va a pensar nada mal de su propia “suegra” linda!

Me reí con eso. Esto era serio, sin embargo.

–Mami, mi secreto está seguro, –continuó. –Es nuestro secreto, mío y de él, en realidad. Como puedes imaginártelo, nuestro amor es de los que hay que mantener oculto. Así que tu secreto también está seguro con Erick. Mami, te sentirás mucho mejor después de que lo conozcas. Recuerda, ahora eres una madre, tienes que conocer a mi novio.

–Todavía no lo sé, mi amor. Encuentro difícil de creer que un chico tome con indiferencia algo como esto, aun cuando esté enamorado de ti

–Mami, él quiere conocerte. Y no hay problema alguno, te lo aseguro. Incluso su papá es de mente abierta. El sabe que somos novios

–¿Qué? ¿Me estás diciendo que ese señor sabe que su hijo es el novio de otro chico y no lo toma tan mal?

–Sí, eso. El es moderno y educado. Sólo quiere que su hijo sea feliz. De hecho, Erick decidió hablarle de lo nuestro, ya que no vive con él sino con la mamá. Nos enamoramos cuando vino de visita. Por supuesto, Erick pasa ahora mucho más tiempo con su papá. Tal vez sea por eso que el señor nos acepta, ahora que, prácticamente, tiene a su hijo aquí todos los días.

–Si seguimos así, querrás también presentarme a tu “suegro”, –bromeé, preparándome para lo peor.

Sí. Lo iba a hacer. Iba a conocer a mi yerno, desde un punto de vista femenino. Supuse que Erick estaba mejor preparado para conocer a un travesti que la mayoría de la población.

–Con gusto te presentaría a mi suegro, mami. Creo que eso es imposible, sin embargo. <![if !supportLineBreakNewLine]> <![endif]>

–¿Sí? Seré curiosa, nena, ¿por qué es imposible? No me dijiste que el señor era muy liberal? Sí te ha tratado y sabe lo de ustedes creo que no habría problemas. No que quiera conocerlo, que quede claro.

–Es muy bueno conmigo y nos ha ayudado bastante. Dos chicos enamorados, en una relación prohibida, necesitan mucho apoyo y comprensión. Me encanta mi suegro, lástima que es mayor, ¡me hubiera enamorado tan fácilmente de él! Ay, es tan hombre! Mami, ¡es una broma!

–¿Segura que es una broma? Bueno, si es tan buen hombre como dices no veo cómo podría escandalizarse conmigo

–No, él te aceptaría… en realidad, cuando digo que es imposible es por ti

–¿Por mí? Como te dije, nena, no permitiré que nadie en esta ciudad sepa que ahora soy Melissa, una hermosa señora, pero si yo quisiera eso (y no veo cómo podría quererlo), el padre de Erick parece el hombre ideal para hacerlo

–Mami, es que él te conoce… como hombre, quiero decir… tu lo conoces, o conocías bien. Don Roberto… ¿Recuerdas?  El señor de la casa de atrás.

–¿Don Roberto? ¿El tipo alto, fuerte… err… bastante guapo que vivía atrás? Ay, nena, ya sé por qué te emocionaste cuando lo nombraste. Sí, cualquier mujer le tiraría el calzón con sólo verlo. Sí, me acuerdo de él. ¿Cómo olvidarlo? Digo, era mi vecino, tengo que acordarme dé él. Sí, se divorció de doña Vilma… había un par de niños… ¿Tanto tiempo ha pasado? ¿Por qué se habrá divorciado doña Vilma de él con lo…?

–Ay, mami… mi novio sigue esperando… solito y triste… Mami, ¿qué dices? ¿Lo llamo y te lo presento ya, mami? ¿Sí?

–Pues no se mira muy enojado con estarte viendo el calzoncito… Pero bueno, si estás segura de que tu novio me mantendrá el secreto, ¡ni modo!

–Cielo, ¡ven a conocer a mi mami! –le gritó entonces Nicole a su novio.

El muchacho se acercó, un tanto turbado. Era normal. No todos los días se conoce a la futura suegra. Eso sí, el chico era un mango, como decimos en Guatemala de los hombres atractivos. ¡Un mango que mi hija lamía, chupaba y mordisqueaba! No sé por qué me sonrojé cuando pensé eso. Mal pensada que es una.

Y bueno, me bajé del auto con toda la gracia y delicadeza de que fui capaz y al igual que mi hija, no tuve reparo alguno en enseñar parte de la mercancía, mis muslos enfundados en medias de seda esta vez. ¡Ah, que bello es ser mujer! Por supuesto, mi yerno fingió que no había visto nada, aunque los ojos se le salían de las órbitas. Me preparé entonces para dejar que el segundo ser humano ese día viera la gran maricona que era yo.

–Cielito, te presento a mi mami… Mami, él es Erick, mi novio… Estoy tan feliz de que ustedes dos se conozcan… lo había imaginado de una manera diferente, ¡pero ésta es mucho mejor!

Me esforcé mucho por representar mi papel de mujer y madre de la novia, así que no extendí mi mano antes que él; por si no lo saben, niñas travestis, cuando les presenten a un hombre, deben dejar que éste les ofrezca primero su mano; nomás no se vayan a agarrar el pie u otra cosa.

–Mucho gusto en conocerla, señora Rosas. Ya veo de dónde viene la belleza de Nicole, –me dijo, pero en lugar de ofrecerme su mano, se acercó y me besó respetuosa, pero afectuosamente, en la mejilla. El chico no sabía qué tan feliz me hizo con su galantería. O tal vez sí.

–Gracias, Erick, gusto en conocerlo. Me llamo Melissa, por si desea llamarme así. Por si no lo sabe, el buen gusto de mi hija también es herencia mía… –le dije, de todas las trivialidades que pude haber dicho y muy para la sorpresa de los enamorados.

La verdad es que no fue tan mal el momento. Erick se mostró muy amable conmigo, ni modo, no le quedaba de otra. Pero aun así, parecía que de veras le agradaba haberme conocido. Sentados en una banca de ese parque, platicamos de esto y lo otro. Pronto me acostumbré a los “doña Melissa” del chico y tanto me gustaba que me tratara como mujer que me quedé allí con ellos un largo rato. Era una extraña, pero dulce, situación esa la de ser una mujer mientras compartía con mi hijo y su novio. Tuve que reconocer que yo había nacido para ser una señora y estaba segura de que había tomado la decisión correcta al transformarme en mujer y madre. Pero por supuesto, los jóvenes querían estar a solas, así que procedí a retirarme. No pude sino pensar en que con seguridad, los chicos iban a salir a la noche y se iban a divertir, y a besar, y a toquetear… ¡Suertuda la nena!

Sin embargo, Nicole me sorprendió diciéndome que se iría conmigo, ya que en la casa teníamos tareas pendientes. Se miraba que a la nena se le mojaba la tanga por el chico, pero era capaz de dejarlo por irse a trabajar a casa. Vaya, mi hijo estaba resultando ser más mujer que muchas mujeres de verdad. Justo entonces, Erick se ofreció a ayudarnos, para lo que se necesitara y por supuesto para la mudanza. Pensé en que no lo hacía sólo para ganar puntos conmigo, sino de veras quería darnos una mano (¡ay, por mí agradecida!). Después de todo éramos dos mujeres solas. Y se veía que estaba loco por Nicole. Como dije, ¡suertuda la nena!

Ambos me ofrecieron entonces la solución al problema del transporte. Don Roberto, el padre, podría conseguir un camión en la empresa en donde trabajaba. Me sentí aliviado un poco, pero me di cuenta también que esto representaba uno o dos problemitas, como dejarlo verme hecha toda una dama. ¿Podría hacer eso? ¿Dejar que viera cuán marica un hombre puede llegar a ser?

Ya en la casa, las chicas nos pusimos ropas cómodas y luego de empacar y de merendar con Erick,  Nicole me pidió permiso para salir al porche con su novio un rato. Sí, Nicole era una hija linda. Si yo hubiera sido ella, me hubiera ido a mi cuarto con el jovencito, sin decir nada. Es una broma, amigo lector.

Mientras tanto, la preocupación me carcomía: no sabía qué hacer con el transporte. Tal vez don Roberto nos facilitaría el camión, ojalá sin que me viera, pero ¿de allí qué? Ni Erick ni yo habíamos manejado un vehículo así. Pero igual, como mujer no iba a andar manejando uno de esos monstruos. ¿O sí? ¿Qué tan difícil podría ser? ¿Qué iba a hacer?

Esa noche, luego de que Erick se marchó y de que ambas nos comimos una ensalada, mi hijo compartió conmigo sus emociones y experiencias, especialmente con su novio. Era muy lindo ser su confidente mientras él y yo disfrutábamos nuestra primera noche juntas, como mujeres; los dos teníamos puestos dos lindos y sexys numeritos de las anteriores mujeres de la casa; Nicole un negligé blanco, yo una linda batita transparente, negra, llena de encajes y esos detalles tan lindos de la ropa de mujer. Nos sentíamos tan bien como madre e hija que no nos incomodó en absoluto no llevar brassiere debajo de esas prendas y mostrarnos ambas las tetitas. Por supuesto, no me extrañó ver que la niña tenía algo creciditos los pezones, como si algo o alguien se los estimulara. La verdad es que se veían bien, tanto que me hubiera gustado que los míos fueran así, paraditos y grandes.

Nicole, con francas expresiones, me contó que Erick tenía que ver bastante con su deseo de vestirse como mujer y de vivir como una. También me habló sobre su relación. Lo unico que le dije fue que debería disfrutar andar de novia, pero que tuviera cuidado de ser lastimado. Con tacto, insinué que ambos deberían ser cuidadosos, al momento de tener relaciones sexuales. Mucho me temía que los chicos tenían sexo ya, ¿cómo no? Parejas normales lo hacían muy jóvenes, ¿cómo no iban a hacerlo dos chicos? Me sorprendí cuando me contó que todavía no lo habían hecho, si bien se morían de las ganas por hacerlo. Se moría por coger con su novio, fue lo que exactamente me dijo. Se me subieron los colores cuando lo oí hablar tan abiertamente, pero la verdad es que para que íbamos a andarnos con hipocresías.  Eso de coger era un gran paso para ambos, me contó, pero consideraban estar suficientemente preparados para ello. De hecho, esperaban unicamente una ocasión especial. Podía ser uno de esos días, me dijo pícaramente. Sólo pude desearle que lo disfrutara como la mujer que se sentía.

Si mi hija iba a entregarse a su novio, pensé, ¿por qué no podía yo dejar que un hombre me conociera? Y bueno, si tanto quería vivir como mujer era justo que empezara a mostrar que tenía los ovarios bien puestos. Tenía que ganarme el derecho de ser Melissa Rosas. No podía pasarme la vida escondiéndome detrás de mis propias enaguas. Así que decidí enfrentarme a un hombre y a todo lo que eso conlleva. Le propuse a mi hija que invitáramos a don Roberto y a Erick a cenar la noche siguiente.

Nicole no cabía del gozo. En ese mismo momento llamó a su novio. Padre e hijo aceptaron venir. Por supuesto, Nicole se encargó de decirle la verdad sobre mí. Segun lo que me contó, no sólo no le importaba en absoluto, estaría encantado de conocerme. ¡Ay, la que me habían metido! No. Corrección: ¡Ay, en la que me había metido! Hay ciertas cosas que nos fluyen muy fácilmente a las locas.

Yo apenas pude dormir de la erección, digo de la emoción. ¡Iba a conocer y a cenar con un hombre! Bueno, ya lo conocía y cenaríamos junto a los hijos de ambos, pero éste era sin duda un gran paso para mí. ¡Un paso en tacones altos! Lo peor era que a pesar de mi temor y ansiedad, realmente quería ver a don Roberto. O para ser más exacta, que él me viera. Quería que me viera en mi vestido más bonito. Quería que viera que era una mujer si no bonita, al menos agradable. ¡Quería tantas cosas! ¡Mi primer día como señora y ya andaba pensando mariconadas! Pero, ¡que lindas mariconadas!

El día siguiente se fue volando. Para diversión de Nicole, la mayor parte del tiempo me la pasé arreglándome, probándome vestidos y faldas, cambiando de look una y otra vez… Ella andaba en las mismas, aunque no tanto como yo. A pesar de lo informal de la reunión, Nicole y yo queríamos lucir muy bien. Mi hijo y yo terminamos usando unos adorables vestidos formales, pero pudo ser cualquier cosa. Lo importante era que nos sentíamos bellas… deseables… y como la nena diría, cogibles… Y sí eso no es ser mujer, no sé qué pueda serlo.

También tuvimos que demostrar en la cocina qué tan mujeres éramos y creo que lo hicimos bien. No tanto en la exquisitez de la comida, sino en el fervor con que lo hicimos, ya que cocinábamos para dos hombres. Era algo sencillo lo que preparamos, pero me quedé admirada ante las habilidades culinarias de mi hija. La verdad es que la niña estaba decidida a ser una excelente esposa. Ese era su sueño, me confesó, casarse, tener su casa, tener niños… Al verla tan ilusionada, algo de su sueño se me contagió. Una ilusión me nació en ese momento: Ser mujer toda la vida. ¡Si tan sólo pudiera!

La verdad es que había estado nerviosa todo el bendito día, pero conforme la hora de la cena se acercaba me sentía como una quinceañera en su primera cita. La ansiedad por presentarme ante don Roberto me mataba, pero el hecho de que su hijo era el novio del mío, suavizaba un tanto la situación. Además, tenía que agradecerle el haber sido tan lindo con Nicole. Pero sí, era raro estar allí en la casa, con un lindísimo (y cortísimo) vestido negro, medias, tacones y todo lo que una dama tendría puesto, esperando que un hombre llegara y me viera, y preguntándome qué iba a pensar dicho hombre de mí.

Estaba en la cocina cuando padre e hijo tocaron el timbre. Escuché los taconcitos de Nicole cuando se dirigió a abrir la puerta y la oí saludar a don Roberto y luego besarse con su novio; pude notar que don Roberto era bastante amable con mi hijo, diciéndole que se veía bien, llamándolo con nombres cariñosos y mostrándole afecto. Y luego, Nicole anunció que iría a buscarme. ¡La hora había llegado! Esto era definitivamente mucho más difícil que cuando dejé que Nicole primero y Erick, después, me vieran. Nicole hizo y dijo todo lo posible por calmarme, pero lo unico que logró fue que fingiera estar calmada, que creo es lo mismo. Así que luego de arreglar mi brassiere strapless y mis pequeños senos postizos, gesto simbólico de valentía femenil, salí a cumplir con mi destino de maricón.

Ambas caminamos como reinas de belleza, por supuesto, mientras nos dirigimos hacia ellos, esperándonos aun en el vestíbulo de la casa. No sé por qué me dio por menear más las nalgas, si los caballeros estaban al frente, pero igual lo hice. ¡Cómo me sonrojé cuando vi que mi hija y yo teníamos su completa e incondicional atención! Hasta podría haber jurado que a padre e hijo se les caía la baba por nosotras. A mí que si más y se me cae otra cosa cuando vi a don Roberto. Sí, lo confieso. Sentí que el calzón se me caía cuando lo vi. Yo misma me sorprendí de mi reacción. Sabía que era una mariposona pero no sabía qué tanto. Don Roberto me pareció… ¡guapo! ¡Don Roberto me gustó! ¿Tan mujer me sentía?

A pesar de los años de conocerlo y de que lo había saludado de lejos unos meses atrás, nunca reparé en que don Roberto era bastante apuesto. ¡Ay, esa su sonrisa masculina me estaba derritiendo! Aparté mis ojos de él un momento para saludar de besito a su hijo y luego de esto, fue momento de ver de qué estaba hecha. Aparentando una tranquilidad que no sentía, acepté la mano que me ofrecía y le brindé mi mejor sonrisa y yo creo que hasta la lengua. No sé por qué me sonrojé como una colegiala al verlo.

–Señora Melissa, es un placer verla, –me dijo con una voz tan masculina que me sentí más maricona de lo que era. Era imposible no sentirse vulnerable ante un macho de esa talla.

–Don Roberto, gusto de saludarlo. Tanto tiempo de no vernos, ¿verdad? –le dije, con mi mejor voz de mariquita. Juraría que jamás fue tan femenina. Es que don Roberto era… impresionante. ¿Había sido siempre así? ¿Tan abrumador? ¿Tan… hombre?

–¿Puedo llamarla Melissa? –me preguntó, mirándome fijamente a los ojos… por un segundo. Su mirada recorrió seguidamente todo mi cuerpo y hasta podría jurar que me desnudó con la vista. En venganza, hice lo mismo con él. Ojalá no hayan pensado nada mal de mí cuando resulté ruborizándome como la casta doncella que era.

–Roberto, llámeme como usted quiera… –le contesté, manteniendo la mirada en la suya, aunque hubiera preferido mantenerla más abajo. Reparé entonces en que mi mano estaba aun en la suya, pero extrañamente no me molestó. De hecho, se la apreté un poquito.

–Melissa, gracias por ser tan hermosa. Gracias por ofrecerme su casa y su amistad.

–Roberto, es usted tan encantador… Pero, ¿no es esto muy serio? –le pregunté, riéndome coquetamente.

–Melissa, por favor, nunca deje de reírse así

–¡Uau! Mi amor, yo creo que aquí estorbamos… Ven, vayamos a sentarnos –bromeó Erick con Nicole al vernos todos empalagosos. El chico bromeaba, ¿verdad? Igual, tomó a mi hija de la mano y se marcharon a sentarse a la sala, dejándonos solos.

No podía creer que un hombre me estaba meneando la silla. Un hombre que nunca significó nada para mí y a quien ahora veía bajo otros ojos. ¿Por qué me afectaba tanto? Y más importante aun, ¿por qué parecía afectado por mí: una maricona con algunos años de vuelo? Eso sí, era madurita y todo, pero lo que tenía lo tenía bien puesto. ¿Tal vez era eso lo que lo afectaba?

Pero tuve que admitir que el caballero era un caramelo. Ojalá no me fueran a dar ganas de chuparlo. De unos 45 años, aun levantaba polvo. Ay, cuando pensé en esa palabra, “polvo”, me sonrojé una vez más y le sonreí coquetamente. Como dije, el hombre me afectaba. Era más alto que yo, aunque no tanto; sin embargo, si me quitaba esos zapatos con tacones de 6 pulgadas, me vería chaparrita a su lado. A pesar de estar un poco gordito, se veía muy bien o eso me pareció. Usaba bigote y en general su apariencia era distinguida. Le quedaba bien andar de saco, sin corbata.

¿Había sido Roberto siempre tan especial? ¿O algo había cambiado? Aunque no conversamos mucho antes, jamás me pareció tan encantador como ahora. Sí, esa era la palabra. Encantador. Había algo de magia en él. ¿O era en mí?

Ay, me sentía tan frágil junto a él. Cuando me miraba parecía observar más allá de ese lindo vestido. ¡Ojalá y viera la bellísima tanguita negra que llevaba y ese adorable brassiere! Dios mío, ¡debí haberme puesto más bonita! Por mi parte, cada vez que lo veía, me parecía más hombre, más alto, más fuerte, más rico... ¿Qué? ¿Dije rico? ¿Qué pasaba conmigo? ¿Puede una marica volverse más marica? Si es así, ¡ay qué bueno! Me di cuenta entonces que me sentía toda una dama solamente porque don Roberto era tan hombre que no me quedaba de otra. De hecho, ya no me acordaba para nada de mi pequeño pene. Hasta podría haber jurado que me había salido una vagina. Así, tan hombre, era don Roberto. En ese momento, cual macho y hembra, nos complementábamos a la perfección.

¿Cómo me recordaría don Roberto? ¿Importaba en realidad el pasado? Ojalá no se acordara del insignificante hombrecillo del ayer y se concentrara en la bella señora del ahora. Eso era lo que hacía, de hecho, y al parecer, al macho ese a unos centímetros de mí le gustaba lo que veía. Ay, ese gesto suyo de tomar delicadamente mi mano (todo ese tiempo la había tenido en su manaza de hombre) y besarla me conquistó. Debo haber cambiado de colores unas cien veces mientras realizaba ese gesto galante. Y no, no me había salido vagina. Una cosita atrapada en el interior de mi tanga hizo un débil intento por liberarse de esa prisión de encajes negros.

Con mi mano aun en la de él, bueno… con ambas manos en las de él (don Roberto creía en el progreso y los avances), intercambiamos lisonjerías y romanticismo por un buen rato. Yo no tuve el menor reparo en decirle que lo encontraba un hombre muy atractivo, con algo de misterio y que sí, me gustaría conocerlo mejor. El, por supuesto, me dijo todo lo que había que decirle a una mujer y más. Con mucha pasión y deseo, me dijo que le encantaría llevarme a la cama y hacerme el amor una docena de veces. No me lo dijo así tan claro, pero una sabe de eso. Juraría que vi aparecer un bulto en su entrepierna, pero tal vez fue mi imaginación.

La verdad es que había algo en el aire, y no era el olor del estofado. Entre nosotros había química. ¿Era Roberto gay como su hijo? ¿Lo era yo? ¿Acaso importaba? ¿No podíamos ambos ser lo que éramos y gustarnos? ¿Nos gustábamos?

Después de lo que pareció una dulce eternidad, decidimos unirnos a los chicos, quienes se besaban con pasión y desenfado. Roberto me ofreció su brazo y yo, como la marica que era, lo acepté de inmediato. Pensé en qué lindo era que un hombre sea galante contigo y pensé en las veces en que yo había sido ese hombre galante. Pero que seas tu a quien llenan de atenciones y galanterías es mil veces mejor.

A pesar de que mis tacones les advertían a los enamorados que sus padres estaban cerca, se siguieron besando como si nada. Fue hasta que nos sentamos enfrente de ellos que rompieron el hechizo de su pasión juvenil. Los admiré por no ser tan introvertidos como yo, por ejemplo. Se amaban y se lo demostraban. Ojalá yo pudiera… ¿Yo qué? Un pensamiento se formaba en mi cerebro, en el hemisferio femenino sin duda, pero lo deseché de inmediato. Era un pensamiento dulce, pero aterrador… algo que tenía que ver con ese macho cerca de mí.

La verdad es que la pasé muy bien con Roberto allí, a mi lado. Esa fue la tónica de la velada. Desde los primeros tragos que Erick sirvió, hasta que nos despedimos. Me sentí muy bien atenderlo, mientras Nicole lo hacía con su prometido. La comida, la conversación, la cordialidad, la alegría, las chicas y los chicos… todo fue perfecto.

A pesar de que para entonces don Roberto me caía muy bien, fue un momento embarazoso cuando me invitó a ir afuera y yo acepté sin pensarlo. Los chicos se sonrieron pícaramente, antes de besarse como si no lo hubieran hecho en toda la noche. Lo peor fue cuando me ofreció su mano y no la soltó en todo el trayecto hacia el porche, en donde tampoco la soltó.

Estar con él era bonito, pero no tanto como cuando habíamos sido un grupo, casi una familia. A pesar de que lo encontraba fascinante, como mujer no me sentía muy relajada con él cerca. Tal vez porque sentía que me tenía en su poder. Que podría haber hecho conmigo lo que le diera la gana. No sé que habría hecho yo si se hubiera propuesto algo.

–Melissa, ¿puedo verla mañana? Ahora que la conozco, sé que no podría vivir sin usted. Se lo juro, –me dijo, mintiéndome pero yo, ingenua cuarentona, le creí. Ay, ¡una nunca aprende!

–Roberto, ¿está seguro de que le gusto? Le recuerdo, no soy una mujer. No tengo mucho que ofrecerle, ni siquiera estos senos pequeños son míos… –me atreví a decirle. De repente el vino, la cercanía y mis actitudes de mujer le habían hecho creer que yo era una hembra. No era absurdo creer que él pensaba así. Yo misma creía entonces ser una hembra de verdad.

–Estoy seguro de que me gusta, Melissa. Y me gusta lo que me ofrece. ¿Le parece que venga mañana?

–Si lo quiere Roberto. Yo también quiero conocerlo. Quería ver al hombre que ha sido tan dulce con mi hija, pero ahora me gustaría saber más de usted. Sólo quiero advertirle algo. Nunca tuve novio, ni pretendientes, ni nada. Nunca he estado con un hombre. No sé qué es y no sé cómo actuaría si se diera el caso. Tal vez nunca llegue a ese extremo. ¿No le importa? ¿Podría ser mi amigo? ¿Sí? Gracias, Roberto.

Entonces me dijo que podía contar con él para cualquier cosa. Que no me preocupara del camión; el sábado lo traería, nos ayudaría con la mudanza y lo conduciría hasta Atitlán. De repente, hasta pedía permiso en la empresa y se quedaba unos días en algun hotel cercano. ¿Estaba yo de acuerdo con eso? Por respuesta, le di un besito muy cariñoso. En la mejilla, por supuesto. Aunque para ser sincera, no me hubiera molestado darle un besote y hasta un mordisquito en otra parte. Novata como era, me pregunté si los pelos de esa parte me harían cosquillas. Hablo de su boca y de su bigote, por supuesto.

Cuando nos despedimos, luego de larga conversación romántica, su beso en mi mejilla duró más de lo normal y no fue tanto en la mejilla sino en el cuello, pero igual me agradó. Llamamos a los chicos y todos nos dijimos adiós. Cuando nuestros novios… err… digo el novio de Nicole y mi amigo se fueron por la calle hacia su casa, ambas nos quedamos viéndolos entre suspiros. Tan pronto como entramos, Nicole me exigió que le contara todo lo que habíamos platicado. Como buenas mujeres, chismoseamos y hablamos de hombres hasta el cansancio. Esa noche tampoco dormí muy bien, pensando en don Roberto y en sus pelos.

No me costó mucho cambiar de planes y quedarme en la ciudad una semana; igual, hasta el sábado podíamos irnos a Atitlán. Aunque quedarme fue aburrido, vivir como Melissa me ayudó bastante. Algo tuvo que ver que don Roberto iba a visitarme todas las noches, si voy a ser sincera. Ah, fueron días hermosos, no lo niego. Puedes imaginártelo. Largas veladas, largas conversaciones, cortejo, regalos, flores, llamadas… La verdad estaba feliz de haber encontrado un buen amigo. Eramos amigos, ¿verdad?

Y bueno, al fin nos marchamos a la casa del lago. El sábado en la mañana, las dos chicas, de cortos y apretados pantaloncitos de lona, nos fuimos con nuestros hombres. Nicole, al lado de Erick, quien se llevó mi auto. Yo, junto a Roberto, quien manejó el camión. Lo mejor fue que los hombres hicieron todo el trabajo. Lo unico que nosotras hicimos fue ponernos bonitas y preparar unos sandwiches para el camino. Ahhh, ¿no es lindo ser mujeres?

Luego del viaje, en el que ni Roberto ni yo nos cansamos de ver el paisaje, es decir, mis piernas y muslos desnudos él, su pecho fuerte y peludo yo (andaba de playera) y otras cositas, y luego de acomodar todo, de almorzar y descansar, decidimos dar un paseo por un sendero solitario paralelo al lago. Aun no habíamos hablado al respecto, pero de seguro que los chicos iban a pasar la noche con nosotras. ¡Sería emocionante saber que cerca dormía un hombre!

En el paseo, Nicole y Erick iban adelante, con la alegría y los ánimos de la juventud. A ratos se tomaban de la mano, a ratos se abrazaban y casi siempre se besaban, con bastante pasión diría yo. Era difícil creer que esa chiquilla de minifalda y bonitas piernas era un chico

Por el contrario, no era difícil creer que la mujer al lado de Roberto era un hombre, pero yo tenía lo mío. La verdad es que no me miraba tan mal con la mini que llevaba puesta. No sé por qué, en tácito acuerdo, Nicole y yo nos pusimos faldas cortas para salir con los hombres. ¿Queríamos enseñar algo? ¿Queríamos facilitar las cosas por si algo pasaba? ¿Queríamos que pasara algo? Ah, el instinto femenino

Los adultos íbamos un tanto más despacio, observando los alrededores, disfrutando el aire puro, apreciando la compañía del otro… Como el buen amigo que era, Roberto me llevaba de la mano, lo que me brindaba un soporte para caminar por el sendero cubierto de hierba; al igual que Nicole, llevaba zapatos de tacón bajo, pero aun así le agradecí su apoyo.

Luego de doblar un recodo, había un paso algo difícil formado por 3 pequeñas gradas naturales. No se dificultaba tanto bajar por allí, pero cualquier dama que se precie de serlo, especialmente con un hombre al lado, encontraría desagradable abrir mucho las piernas para descender. Viendo mi predicamento, Roberto, quien ya había bajado, me tomó del talle, me cargó y me posó sobre el suelo, todo ello sin despeinarse.

Riéndome nerviosamente, le agradecí su galantería. También le pedí algo:

–Roberto, suélteme ya… hace mucho que estoy en el suelo, –le dije. Sus manazas estaban aun alrededor de mi cintura y eso… eso… me ponía… inquieta, por llamar de algun modo lo que sentía al estar tan cerca de él.

–Sólo la soltaré si me permite llevarla del talle todo el caminito éste… se me hace tan delicada, Melissa, tan necesitada de un hombre… y su cinturita es tan atrayente

–Roberto, no soy tan delicada ni necesito tanto a un hombre, pero igual le agradezco su interés. Aun así, creo que con dejarlo que me tome de la mano es suficiente

–Con usted, Melissa, nada es suficiente

–¿Roberto…? Ay, usted no sé lo que quiere conmigo… pero bueno, ya que insiste tanto, si quiere lo intentamos

Y entonces me pasó el brazo derecho por la cintura, mientras yo me pegué a su cuerpo, por supuesto, mientras me adaptaba a (y disfrutaba) esa nueva situación… Usurpando el lugar de alguna legítima mujer, comencé a dejarme llevar por Roberto. Mientras el señor se metía la mano libre en un bolsillo de su pantalón (lo que me pareció sospechoso), yo crucé mis brazos debajo de mi busto natural. Por alguna desconocida razón, esa vez no llevaba nada dentro de las copas de mi brassiere. ¿Presentía que algo iba a pasar? ¿Tal vez que alguien iba a quitarme el sujetador? ¿Tal vez iba a terminar desnuda, tendida sobre la hierba, con alguien encima de mí? ¿O yo sobre alguien, montándolo? ¿Y por qué me hacía tantas preguntas?

–Roberto, no cree que su mano está muy abajo… usted dijo que me tomaría de la cintura, no de la cadera –le dije, luego de un rato. En efecto, si bien no me tocaba las nalgas, estaba casi allí. Y bueno, siempre hay que mantener el decoro. Si hubiera tocado algo, la tirita de mi tanga, por ejemplo, o una de mis nalgas carnosas, hubiera pegado el grito en el cielo… de gusto. Soy mariquita, ¿recuerdan?

–No exagere Melissa, pero si quiere, ¿puedo abrazarla? ¿Mi brazo sobre su hombro?

–Bueno… nomás no vaya a ir bajando sus dedos sobre mis… ya sabe

Así fue mejor. Aunque si voy a ser sincera, extrañaba la cercanía de su mano sobre mi nalga. De repente y se animaba a deslizar sus dedos por mis tetitas. ¡Ay, no! ¿¡Qué tan marica puede volverse una!? El caso es que disfrutaba al máximo ese momento. Me sentía frágil, pero protegida, relajada, pero excitada, asustada, pero aventurera… Era una contradicción, como la misma condición que me dominaba: una personalidad femenina que se había apoderado de mi cuerpo de hombre.

Por ello, por el estrógeno desbocado en mis venas, poco pero más poderoso que mis hormonas masculinas, hice algo que las mujeres hacen todos los días con sus hombres. No sé cómo ni por qué, pero después de un rato me dieron ganas de pasar mi brazo por la cintura de Roberto; tal vez quería sentir qué era formar una pareja o tal vez era otro paso más hacia la mariconez total e infinita.

A pesar de que realicé ese gesto por confianza, como una muestra de que me agradaba su cercanía, el caso es que no fue un gesto inocente, sino más como una travesura. Tal vez haya sido algo muy íntimo lo que hice, no sé, sin embargo, creo que no era para lo que me pasó. Me sentí como si perteneciera a él. Es más, lo que sentí fue algo… ¡sexual! Cuando Roberto me estrechó más al sentir mi gesto cariñoso, experimenté un piquetazo eléctrico que se concentró en mi pubis, pero que extrañamente se irradió placenteramente hacia cierto orificio en mi parte trasera. Claramente, un delicado órgano escondido bajo mi tanguita despertó de un prolongado letargo. Tanto despertó que se me dificultó el caminar. ¡Cielos! Y si eso había pasado sólo porque un hombre me abrazaba, ¿qué iba a pasar si me tocaba un par de cosas?

La verdad es que para entonces ya no temía que Roberto fuera a tocarme y hacerme algo, ya ni me lo preguntaba siquiera. Como la excelente mariquita que era, sólo esperaba que Roberto me hiciera algo, y pronto. Pegar nuestros cuerpos así era un buen principio, pero por supuesto esperaba más, muchísimo más. Qué tan lejos podríamos llegar no dependía de mí. Roberto podría hacer conmigo lo que le diera la gana y más. Y yo me dejaría. Es más, lo alentaría a hacerme algo si él no se mostraba muy dispuesto.

Debido a mi verguita maricona, parada como nunca antes había estado, no pude caminar más. Trata de hacerlo con un calzón super apretado y tu pene en plena erección y me entenderás. Sin mencionar que un bultito bajo la falda le puede bajar puntos a cualquier imagen femenina. Así que me detuve debajo de una arboleda, tratando de que Roberto no se diera cuenta no sólo de cuánto me había afectado nuestra cercanía, sino de mi tan poco femenina reacción. Aunque pensándolo bien, jamás me había sentido tan femenina. ¡Un hombre me estaba enloqueciendo! ¿No es eso ser mujer?

Igual, estaba toda avergonzada. La cara me ardía de lo sonrojada. Para ocultarle a Roberto mi femenina debilidad, pegué mi cuerpo, de frente, al suyo y coloqué mi rostro bajo su hombro, casi en su pecho. Cuando me preguntó qué me pasaba, solo pude reírme con unas risitas locas y nerviosas que a saber de dónde me salieron. El insistía en preguntarme y yo continuaba escondiendo mi rostro y pegándome más a él, mientras me reía igual.

–Es algo de mujeres, –pude decirle, luego de un largo rato.

El caso es que no sólo no me disminuía la erección, ésta parecía aumentar. En busca de liberación, mi pene chocaba contra la tela de la tanguita, lo que me causaba un agradable dolorcito y el deseo inmenso de que alguien cerca de mí me lo sobara. Y así dicen que la erección  es señal de virilidad. Ja, ja

–Melissa, ¿está excitada? No sabe qué tan feliz me hace eso, –me dijo con entusiasmo, como si le hubiera dicho que estaba embarazada de él, y en un tono que denotaba que él también se calentaba… y no por el sol. No fue difícil para él darse cuenta de mi incipiente e incontrolable calentura. Como les conté, mi pene no es grande, pero parado y tieso como estaba el muy maricón, era notoriamente visible a través la tela de la faldita; además, como yo estaba tan pegada al cuerpo de Roberto, esa erección afeminada era más que evidente.

–Melissa, me gusta que se le salga lo hembra… y como aquí tiene a su macho para lo que necesite, déjeme ayudarla…  –me dijo, con voz jadeante.

No sabía qué iba a hacer. Tal vez se iba a separar de mí, tal vez me iba a llevar en sus brazos mientras me bajaba la calentura (era tan alto y fuerte que podría haberlo hecho fácilmente), tal vez me iba a hablar de cosas aburridas, como deportes, carros o noticias, para que mi mente divagara en asuntos no carnales

Jamás pensé que iba a hacer lo que hizo, aun cuando debido a la naturaleza del incidente,  a que éramos adultos y a que teníamos ciertas necesidades físicas, pude haber anticipado su reacción.

Así, pegados el uno a la otra, en un experto movimiento, Roberto me levantó la falda hasta las tetas, metió su mano en medio de nosotros dos, encontró mi calzoncito y sobre la tela de éste me tocó durante unos momentos el órgano mujeril (porque de viril nunca tuvo mucho y ahora, ya nada); luego introdujo descaradamente su mano dentro de las braguitas y me agarró el penecito, poniéndomelo en posición vertical, dejando que la tela ajustada del calzón me lo sujetara; en esa posición, me acarició por unos momentos el nucleo vital de mi mariconez, o sea mi verguita; sus dedos también jugaron con el triangulito de mi vello pubico unos instantes… luego me arregló la tanguita,  tanto adelante como atrás, me apretó de nuevo el penecito (lo que me hizo proferir un gritito tan maricón como placentero), dejó caer la faldita y me la acomodó… y… eso fue todo… como si sólo le hubiera arreglado, no sé, la blusa a la esposa

Yo me quedé allí, sobre su hombro, jadeando y estremeciéndome a causa de esas sensaciones prohibidas. Alcé mi rostro para ver al afortunado primer hombre en tocarme allí abajo, pero la verguenza me hizo bajar los ojos en coqueto y recatado gesto. Apenas tuve tiempo de ver una sonrisa y una tranquilidad que desmentían lo extraño de su acción. ¡Le había tocado la verga a otro hombre! Era cierto, dicho hombre andaba en mini, ropa íntima femenina, blusa y zapatos de mujer, y todo lo demás, pero ello no cambiaba el hecho de que no era una mujer, aunque en ese momento se sentía con más derechos y obligaciones que una.

Yo estaba entre sorprendida y agradecida con el comportamiento del caballero. En el fondo, lo que Roberto había hecho era meterme mano o medirme el nivel de aceite de la manera más desvergonzada, no me que molestara mucho que quede claro. En realidad, había sido… rico. Con mucha pena y verguenza tuve que admitir que esas caricias, fugaces y subrepticias como fueron, me habían gustado más que el toque delicado de una mujer. Si no me crees, déjate tocar por un chavo, ya verás qué tan deliciosamente diferente puede ser. Aunque creo que le predico a los ya convertidos

–¿Y bien? ¿Qué piensa? –le pregunté luego de unos minutos, mi voz traicionando lo profundamente afectada  que me encontraba. Ya no tenía un bulto tan visible debajo de la faldita, pero continuaba excitada. No podía dejar de pensar en su toque masculino. E irónico, mientras más pensaba en su acción, más hombre me parecía. Amar y gozar a una travesti es algo que sólo un verdadero macho puede realizar.

–Es muy linda, Melissa… especialmente de allá abajo… me gusta su cosita… mucho… Se lo demostraría ahora, pero los chicos pueden sospechar… –me dijo, visiblemente turbado esta vez. Alrededor de nosotros, todo era tranquilidad: un plácido viento, el quieto sonido de la naturaleza, la brisa acariciante del lago… En nuestro interior, una tormenta se fraguaba

–No se debería preocupar por nuestros hijos, Roberto. ¿No deberíamos de concentrarnos sólo en nosotros? Ah, y de seguro deben andar por las mismas… –le dije.

Extraño, el pensar que Erick pudiera estar metiéndole mano a Nicole no me molestó en absoluto. Lejos de ello: me calenté un par de grados más. Lo raro fue que andaba con la pijita que me dolía de lo tiesa que se encontraba, pero sentía una extraña y agradable necesidad de ser tocada allá atrás… Parecía como si mi órgano y mi culito estuvieran conectados.  Parecía como si a mi ano le llegaba un tardío pero sabroso despertar sexual. No sé… el hoyito lo sentía caliente, mojado, ansioso de algo duro, tieso, rico y ardiente. ¿Qué podría tener esas características?

–A mí tampoco me importa mucho lo que los chicos piensen, –me contestó. –Ellos tienen su vida, nosotros podemos tener una, Melissa… Pero igual, éste no es el lugar que he pensado para que usted y yo

–¿Para que usted y yo que? –le pregunté. –Roberto, ¿me quiere para algo?

–Melissa, la deseo… usted lo sabe… Ahora sé que usted también lo quiere

–Roberto, no sé qué quiera, pero de que quiero algo, lo quiero… pero sí, éste no es el lugar… Y mire, ya que me manoseó el equipo, y le gustó, déjeme decirle algo: ojalá y no le vaya a gustar más que otra cosita que le tengo por ahí… –le dije, guiñándole,  como si él no supiera que me refería a cierto tunelito rico e inexplorado, cuya entrada se me mojaba más y más cada vez

–Todo, absolutamente todo, me gusta de usted, Melissita… pero tiene razón, no se preocupe, esa otra cosita es lo que me trae loco… Lástima que no podemos ahora… ¿o sí?

–No, no… aquí no… He esperado casi 40 años para esto, bien puedo esperar un tiempo más… Venga, sigamos caminando… y gracias por ayudarme… ya sabe… con mi palomita… Y Roberto, tiene usted un talento innato para tocar el órgano… –le dije. En ese momento me sentía mañosa, traviesa, picarona

–Se le agradece el cumplido, señora. Me imagino que tiene usted más talento que yo, sin embargo; ojalá le guste la flauta, bien podría brindarme un recital más tarde… Le cuento, a mí lo que más me gusta es guardar el instrumento en un estuchito lindo, apretadito y caliente… ¿tiene usted uno?

Y así, en un toma y daca de lo más cachondo, continuamos por el sendero silvestre. Ahora me llevaba de la mano, mientras yo seguía excitada hasta las cachas. Aun con mi penecito en posición vertical me era difícil caminar como la dama que era. La verdad es que la ereccioncita esa ya me dolía. Pero ni modo, eso me pasaba por llevármelas de muy macha. Mientras caminaba con ese hombrote a mi lado me pregunté si de haber estado solos habríamos tenido el tiempo y la voluntad de ir a la casa y echarnos todos los polvos de que Roberto fuera capaz. ¿O era esto sólo una emoción pasajera? ¿Un momento de debilidad homosexual para ambos? ¿O era de veras el asunto? ¿Me urgía de veras un hombre? ¿Y por qué volvía a hacerme tantas preguntas?

Curiosos por saber qué estarían haciendo los chicos, bajamos otro recodo hacia una pequeña planicie, con muchos árboles, muchos arbustos y mucha hierba, ideal para esconderse y hacer un par de travesuras, si ya no aguantas llegar a casa. Para advertirles a los muchachos sobre nuestra presencia y no encontrarlos en plena faena, en caso hubieran perdido la cabeza, Roberto silbó una melodía. Pero no, los enamorados no estaban a la vista sino detrás de unos árboles. No sé que hayan estado haciendo, pero cuando los vimos, los dos tenían una cara de inocentes que de seguro deben haber hecho algo más que sólo estarse agarrando los respectivos penes. Nicole, sentada delicadamente en el pasto, estaba toda sonrojada y debe haberme visto igual porque me sonrió pícaramente. La nena supo de inmediato que no era la caminata la razón de mi aliento entrecortado. A propósito ella hablaba igual, como si hubiera estado realizando ejercicios muy agitados. Tal vez yo fuera mal pensada pero ver de pie a Erick, al lado y muy cerca de la carita de la nena, me despertó ciertas sospechas.

Pero en fin, me senté a su lado, de la misma forma que ella, muy delicadamente, nuestras piernas recogidas debajo de las falditas para no mostrarles el calzón a los hombres, aunque nos moríamos ambas por hacer exactamente eso.  Yo ya no sabía qué hacer con mi verguita parada, sólo con ver a Roberto se me mantenía así y hubiera dado no sé qué porque él, el culpable de esa rigidez mariquita, la aliviara. Casi me vengo cuando me lo imaginé mamándome mi verguita mojada… Sin embargo, allá atrás, mi entradita anal no me daba ya un momento de sosiego… mi culito, poseído por la fiebre homosexual, se encontraba en la etapa  triple A de la mariconez: Ardiente Ansiedad Anal. Y el unico remedio conocido era, ya saben, algo tieso, carnoso, jugoso, sabroso y caliente, mejor si largo y grueso. Vaya que tenía el alivio a mano.

Los hombres conversaban entre sí y nos miraban discretamente las piernas, con la leve esperanza de vernos nuestros trapitos íntimos. Por supuesto, para premiar su interés, abrimos las piernas para que nos vieran un par de segundos las tanguitas. Sin verlos, ambas nos reímos pícaramente. Ahhh… el viejo juego de la seducción

Nicole, en susurros, me preguntó algo:

–Mami… ¿no se te subió la presión o algo? Estás toda colorada y respiras fuerte… ¿No será que necesitas recostarte y descansar?

–Nena, necesito recostarme pero no para descansar… Y sí, se me subió la temperatura… el motorcito me echa humo de lo caliente, –le contesté en el mismo tono.

–Ummm… yo creo que necesitas meterte algo, mami... no se te vaya a fundir el aparato, –me dijo, con risitas locas.

–Yo creo que un buen supositorio me caería muy bien, aunque me temo que voy a necesitar algo por la vía oral; a estas fiebres hay que atacarlas por todos lados, –le dije, riéndome igual que ella.

Entonces, Erick le propuso a su papá ir a echarle un vistazo al lago desde una peña cercana. Tuve que cerrar los ojos para no ver al hombrote ese mientras se alejaba. Ay, si ver esa espaldona me calentaba más, de seguro iba a estallar si le viera otra cosa. La verdad es que padre e hijo estaban rebuenos; no pude menos de admirar también al joven. Sí, la nena y yo éramos unas maricas suertudas.

–Mami, estás que se te derrite el helado por don Roberto, ¿verdad? No me cuentes los detalles, pero ¿qué pasó allá arriba entre ustedes? ¡Picarones! Aunque pensándolo bien, ¡cuéntame todo!

–Sólo si tu me cuentas que pasó aquí… Cuando nos acercamos con don Roberto, imagínate, al aire libre y todo, pero se sentía un fuerte olor a algo, como a esa cosa que les sale a los hombres

–¿Semen? Ji, ji… Yo pensé lo mismo de ustedes… Pero, en serio, ya sin chismes, cuéntame todo. Ay, me muero por saber que te hizo don Roberto

–Pues nada, hija, nada. Sólo me tocó… err… ya sabes, mis partes de mujer

–¡Mami! ¡No tienes que ser tan anticuada! Don Roberto te tocó el gallito… (así es como pienso de esa cosita sobre mis labios vaginales)… ¿Y qué más? ¡No me digas que se echaron un rapidín! Mami, ¿te la metió?

–Ay, yo que más quisiera. No, mi amor, eso fue todo. Sólo me tocó mi tesorito. Pero con eso ando que se me chorrea.  Sin mencionarte que la panochita allá atrás está que grita porque le hagan algo. La verdad es que ando con el gallo parado desde hace horas, hija. Y como bien sabes, puede ser un poco molesto. A propósito, nena, ¿la traes parada tu también?

–Mami, ¿por qué crees que no me muevo de aquí? La verdad es que ya me duele de lo dura que está. ¡Y no me baja! Y yo también ando por atrás igual que tu. El coñito me destila de las ganas. Peor con lo que me cuentas, pero… ¿y luego? –me dijo, pasándose discretamente una mano sobre el pubis y deslizándola luego un par de dedos hacia su ano. Yo tuve que hacer lo mismo. ¡Ay, hombres malos, lo que nos hacen!

–Pues bien, Roberto, luego de que me la paró, de lo más tranquilo me la tocó

–¿Te bajó el calzón? –me preguntó Nicole, repitiendo su gesto anterior, aunque no tan discretamente como antes. Se veía que andaba hirviendo. Y bueno, yo no me andaba quedando atrás, así que también me acaricié un poco. Esta vez también me toqué la panochita anal. ¡Parecía un volcán ! Precisamente, un chorrito de lava me salió de allí y me humedeció la tirita trasera de la tanga

–Ay, hija, no tuve tanta suerte. No, Roberto sólo me levantó la falda y me metió la manota para acomodarme la verguita hacia arriba, adentro de la tanguita. Así la cargo, la verguita, pero ya no aguanto ese dolorcito. Ahhh… me la estuvo sobando por unos momentos… fue tan rico… Y bueno, eso fue todo… espero contarte más dentro de un rato

–Pues yo pensé que había pasado algo más. ¿No se la tocaste, mami?

–No, sólo… la sentí… –le dije, rememorando esos sabrosos momentos. La nena como que me vio el pensamiento porque se acarició el coñito trasero… yo creo que se metió un dedo hasta el fondo

–Ay, mami, ¿por qué seremos tan huecos? –me preguntó, cerrando su ojitos pintados y pasándose la lenguita por los labios, mientras daba gemiditos. Ah, por si no lo sabes, hueco es maricón en guatemalteco.

–Bueno, si no puedes ser mujer al menos sé lo más hueco que puedas. O como dice una hermosa historia que leí por allí: “Mejor una travesti desnuda que una mujer vestida”. Y la linda chica que escribió eso tiene razón, es mejor ser una marica bonita y no una mujer fea… –le dije, aunque no sé si me escuchó, tan concentrada en algo estaba. Al igual que ella, me acaricié con sumo gozo la panochita peluda y mojada

–Ummm… La tiene grande, ¿verdad mami? –me preguntó, saboreándose algo imaginariamente.

–Sí, se le nota. Es mucho, mucho más grande que mi cosita. Me dijo que ésta le gustaba, pero no sé que pensará de ella, ahora que ya sabe de qué tamaño es

–¡Mami, qué importa! Eso es lo lindo de ser mariquita, no tienes que demostrarle nada… ¿Para que nos podría servir tenerlas grandes? Como sabes, yo también soy pequeña, bastante pequeña… Mami, si don Roberto la tiene del tamaño de Erick o más grande, ¡ya te sacaste la lotería!

–Por supuesto, conoces bien el pene de tu novio, con todos sus pelos y señales… –le comenté, saboreándome también algo imaginario.

–Desde el primer día, mami y sí, lo conozco bien… Especialmente los pelos, si sabes a lo que me refiero. Ay, esos pelos, siempre se te meten en la boquita… Mami, no te vas a escandalizar, ¿verdad? No me he entregado a Erick pero eso no impide que le haga y me haga algunas cosillas… pues eso fue lo que le hice ahora, mamársela… en eso andábamos, pensando en que ustedes hacían lo mismo, cuando se asomaron y tuvimos que parar… al pobre le deben doler los testículos… De repente y los dos se fueron a hacerse la paja… sabes que los hombres no aguantan mucho tenerla parada, ¿verdad?

–Los inutiles… Pero ¡no¡ ¡No pueden hacernos eso!

–Ojalá que no. Si se la hacen, los matamos. Vaya, mami, lo hembra te fluye tan fácilmente. Ah… y mami, ya no aguanto más… Y no me refiero a tener el gallito duro… El coñito me está matando… Tengo que darle algo, mami. Justo ahora me exige una verga dura, gruesa y sabrosa. Yo de aquí no me levanto siendo más una potrilla ¡sino toda una yegua! ¡Quiero que me hagan mujer! –exclamó, con intenso, pero natural, ardor mariquita.

–Te entiendo, mi amor. Imagínate, a mis años y todavía una señorita. Y no, de aquí tampoco me levanto virgen. Ando tan urgida como tu, si no es que más, el gallito ya me rompe el calzón y la raja la cargo mojadísima, ya no puedo esperar más… No, no puedo… ¡Quiero probar hombre ya mismo!

–Mami, ¿no sería lindo si las dos perdemos la virginidad al mismo tiempo? ¿Qué dices? ¿Qué nos hagan mujeres simultáneamente? ¿Que nuestros machos nos den la primera gran cogida? Ay, lo siento, mami… Me dejé llevar por mi entusiasmo de maricón

–Por la calentura, diría yo. Pero no te preocupes, nena, está bien. Eso es lo que los hombres hacen. Cogernos. Y eso es lo que quiero, que un chavo me dé mi primera gran cogida. Pues por mí, bien… ¿Qué tal ahora? Quisiera hacerlo en casa, pero cuando la concha te exige un pene, no tienes otra sino ponerte en cuatro patas y abrir las nalgas. Y total, para dejar de ser niñas cualquier lugar es bueno. Como decía mi abuelita, aunque era para otra cosa: “si te dan ganas en el monte, haz lo tuyo sin pena; sólo ten cuidado de qué no se te vaya a meter un animal…”

–Ji, ji… ¡si la abuela hubiera sabido que eso precisamente va a pasar! Pero, mami ¿y si sólo nos desahogamos un poco ahora, sin que nos las metan? Tal vez sería una buena oportunidad para que aprendas a mamarle la vergota a mi suegro.

–Ay, m’ija, cómo si fuéramos a aguantar sin que nos la metan. A mí ya me revientan los huevitos de la calentura y no estoy nada dispuesta a que me trabajen sólo con la mano. Para mí que dejemos que los hombres estrenen culitos hoy.

–Ay, mami, dentro de un rato seremos mujeres hechas y derechas. Y andaremos todas adoloridas… Sabes que nos va a doler, ¿verdad?

–Nena, me dolería mucho si no me doliera. ¡Ya no aguanto las ganas de sentir ese dolor!

–Yo tampoco, mami. Y vaya que tenemos chavos que nos quiten la gana. Hablando de quitar, ya no soporto el calzón, me aprieta mucho el gallito. Yo me lo saco, el calzón… me gustaría que un hombre me lo quitara, pero esto les facilitará las cosas

–Hija, yo también me saco la tanga, ya habrá otras ocasiones en que nos desnuden… ahora sólo dejemos libres a los mariconcitos… me pregunto cuánto aguantarán nuestros machos cuando nos vean los gallitos parados al aire

Y así, delicadamente, a pesar de lo necesitadas que estábamos de andar sin nada debajo de la falda, nos quitamos los calzoncitos y nos quedamos con nuestros encantos desnudos bajo las minis. Fue un gran alivio tener nuestros gallitos erectos sin nada que los aprisionara. Nuestras tanguitas, blancas y virginales, mojadas y olorosas a mariquita caliente, quedaron allí en medio, entre nosotras, mientras con las piernas abiertotas, en descarado ofrecimiento, esperábamos a los machos. Sólo de imaginarme lo que podría pasar, se me chorreó aun más la panochita rectal. Segun me contó Nicole, a ella también le destilaba mares su agujerito virginal.

Cuando los hombres se asomaron por la vereda silvestre, nuestros penecitos maricas comenzaron a moverse, como saludando a los machos, como sometiéndose a los penes de ellos, penes auténticos, como si anticiparan la gran cogida que los hombres les iban a propinar a esas putitas sin calzón ni verguenza tendidas allí en la hierba.

Estoy segura de que aun si no nos hubieran visto desvergonzadamente desnudas bajo las faldas, padre e hijo se hubieran arrojado sobre nosotras. No sé de que hayan hablado pero de seguro deben haber decidido que aunque fuera una mamada nos sacaban. A mí podrían haberme sacado las que quisieran y lo que quisieran y la nena no se quedaba atrás en ganas.

El caso es que a ambos se les paró, y no el corazón, porque se detuvieron a un par de metros de nosotras, quienes ya no estábamos tan delicadamente sentadas. Sin la menor verguenza, madre e hija enseñábamos nuestras verguitas, gracias a lo corto de las falditas y gracias a lo putonas que nos sentíamos. La verdad es que esos machos tenían una vista de águila; ¡ver nuestras pijas diminutas desde esa distancia! ¡Nosotras apenas nos las veíamos!

A los machos se les comenzó a caer la baba al vernos y, desvergonzados como todos los hombres, se sacaron los miembros a través de la abertura de sus pantalones. ¡Dios mío, qué vergotas!, exclamamos al unísono la nena y yo, mientras abríamos nuestras boquitas, no en gesto de asombro, sino en expreso deseo de tragarnos esas trancotas. No hacía falta tener buena vista para ver esos portentos de carne y sangre masculinas. Al mismo tiempo, ambas nos pasamos una mano por los gallitos maricones, mientras los hombres comenzaron a caminar lentamente, sus gigantescas pijas en sus manos. Nicole y yo nos recostamos sobre la hierba y abrimos las piernas lo más que pudimos, mientras nos desabotonábamos las blusas.

Ambos se abalanzaron sobre nosotras. Roberto pesaba bastante, pero con gusto soportaba sus más de doscientas libras de deliciosa masculinidad; ay, ese gordito olía rico, a semen, a hombre, a macho… Por primera vez en mi corta vida supe qué era besarse con un hombre y adoré su aliento, su barba de un día raspándome la piel, su lengua sometiendo la mía, su bigote haciéndome cosquillas, nuestra saliva mezclándose, nuestros labios chupándose y mordiéndose

Sus manotas que si más me rompen el brassiere de lo ardoroso de sus caricias; corriéndome la prenda hacia arriba, dejó mis pequeños senos desnudos y me los mamó hasta el cansancio; mientras yo me deshacía en gemidos y quejidos de placer, mis pezoncitos se endurecían al contacto de su boca. Ojalá me quedaran así, paraditos. Al lado mío, la nena enloquecía bajo el rico cuerpo de su novio y, tal vez más urgida o más directa que yo, le pedía que le metiera ya la verga, que para eso la tenía parada y chorreante, el novio… ¡Vaya si no estaba caliente mi hija!

Roberto se bajó diestramente el pantalón y los calzoncillos a las rodillas, me levantó la falda, movió hacia un lado la parte delantera de mi tanga y se colocó encima de mí; no sé cómo saqué fuerzas de mi calentura para decirle que qué rico era sentir su enorme pija sobre mi clítoris, pero que me moría por que me la metiera por el ano, que me hiciera mujer cuanto antes, que me desvirgara, que me convirtiera en su yegua cuanto antes y otras muchas putadas que a saber de dónde me salieron. Es que no sabes de lo que eres capaz hasta que te cogen.

Mientras su gloriosa hombría se daba besos con mi gallito, creí morirme de la sensación: era tan prohibido, tan anormal, ¡tan rico! Su falo aplastaba a mi cosita y me hacía gemir cuando lo pasaba por mis huevitos; a veces se deslizaba hasta mi entradita de amor y placer, como reconociendo el terreno; distinguía claramente entonces cómo mi ano se contraía en expectación lujuriosa.

Pero por supuesto, me moría por succionársela, para que vean que no soy vulgarota. Tanto como me gustaba sentir su enorme miembro en mi área maricona, me moría por metérmelo en la boca. Era tan grande ese pene que apenas me iba a caber la punta, pero yo haría hasta lo imposible por tragarme entero a ese animal. Así que, escuchando mis ruegos por que me acercara la pija a la boca, se acomodó con sumo cuidado encima de mí, a la altura de mi rostro y desde allí me ofreció ese fruto prohibido de placer homosexual. Aunque más parecía un vegetal que fruto, ya que tenía la forma de un gigantesco pepino. Igual se me antojaba delicioso. ¿Sería dulce? ¿Saladito? ¿Agridulce? ¿Has saboreado tu un pene, querido lector? ¿A qué sabe un hombre? ¿Por qué te sonrojas?

¡Madre de los maricas, qué delicioso mamar una pija! A mí me pareció saladita esa verga, pero también tenía un matiz agridulce que me enloqueció; el aroma, ahhh, ese dulce olor a macho erecto jamás podría olvidarlo; cómo deseé que el sabor de esas gotitas de manjar masculino saliendo de esa cabezota se quedara para siempre en mi paladar… Mis labios y lengua jamás disfrutaron tanto como en ese momento, cuando hacía lo que nunca pensé hacer, mamar, mamar y mamar. Tenía por supuesto alguna experiencia en mamar una vagina, hay algo de machorra en todas nosotras las maricas, pero lo que probaba ahora era incomparable. ¿Por qué, San Maricón, por qué? ¿Por qué no me dejaste probar un pene hacía 25 años?

Por el rabillo del ojo, veía cómo Nicole se chupaba la trancota de su enamorado, ambos en la misma posición que nosotros. Con más experiencia que yo, la chica se tragaba casi toda la pija de Erick; la verdad es que éste se cogía a mi hija por la boca. Ay, cómo envidié a la nena, pero entendí que muy pronto a mí también me meterían una verga hasta las tetas. De repente y hasta me crecían.

Calientísima y mamona, a veces me sobaba el gallito, a veces me lo sobaba Roberto; pero fue una sorpresa agradable cuando sentí el toque de una mano diferente en mi clítoris. Era mi yerno, quien en frenético gesto homosexual y audaz decidió tocar a la sabrosa de su suegra maricona. No me sorprendí cuando Roberto le dio a Nicole también una rica tocadita. Las putitas, en profundo agradecimiento, nos tragamos más las gordas pijas de nuestros machos.

No se cómo ambas parejas terminamos en sendos ricos 69s. No sé cómo, porque jamás el pene ese en mi boca se salió de ella; el caso es que ambas mariquitas nos encontramos arriba de los hombres, chupándoselas mientras ellos nos lengueteaban los clítoris hombrunos. Mira, si nunca te la ha mamado un hombre no entenderás por qué Nicole y yo interrumpíamos nuestro sagrado deber de mamar para gritar en inconmensurable placer maricón. ¡Ay, ay y ay!

Oyeme, ¡QUE RICO ES QUE TE LA CHUPE TU HOMBRE! Como te dije, machorra como fui en mis años mozos, sabía qué era que me la mamara una mujer, pero esto, esto que vivía ahora, esto que hacíamos un hombre y yo, esto de ser una travesti mamando y siendo mamada, esto no tiene comparación alguna. Me vas a disculpar pero un 69 entre una marica y un hombre es lo segundo mejor que hay en la vida. Aun no lo sabía entonces, pero poco después me iba a enterar de qué era lo primero, lo mejor, lo más delicioso… eso para lo que todos nacemos

No sé ustedes, pero yo sí sé muy bien qué es un 69 cruzado. En realidad no sé si era un 6969, 6699, 9966, o a saber qué putas, pero el asunto es que, sin saber cómo, yo, sobre Roberto, terminé mamándole la verga a Erick, y Nicole, sobre su novio, se vio chupándosela a su suegro. Les dejo a su imaginación calenturienta cómo le hicimos para terminar en esa extraña pero placentera posición; igual, yo no me di cuenta de nada, sólo de que hacerle sexo oral a Erick era extra delicioso, quizá más que a Roberto.

Y como sé que a ustedes no mucho les gustan estas descripciones de sexo animal y candente, pasaré al punto principal de ese encuentro sexual: la desvirgación de las locas mamonas y putonas, a manos (o penes) de sus vergudos, digo… verdugos.

Luego de otras volteretas, cabriolas, maromas, piruetas y contorsiones, en las que las chicas, desnudas ya, nos vimos mamando ya a uno u otro de los machos y hasta lamiéndoselas a los dos mientras la otra se toqueteaba las tetitas y el gallito, fue momento de entregarnos sin reservas al macho de la especie. Humedecidas con saliva masculina, las putitas les dimos las nalgas a nuestros hombres, humedecidos a su vez con nuestras lenguitas mariconas.

Por vez primera me monté en burro. Y si por mi hubiera sido, jamás me hubiera bajado del mismo. Para mi primera cogida decidí estar arriba, así que agarrando esa monstruosa verga (mi mano apenas alcanzaba a rodearla), de frente a mi amante, comencé a deslizarme por ella. ¡Señor de todos los maricones, cómo me dolió sentarme en esa pija! Y eso que apenas empezaba la verdadera acción. Si no fuera por que me sentía en ese entonces la marica más grande del mundo y que estaba obstinada en que me cogieran y me la metieran hasta el fondo y que quería más que nada en el mundo ya no seguir siendo una doncella, porque eso era a pesar de los años, si no fuera por eso, decía, habría dejado de sentarme en ese enorme falo parado y mejor lo hubiera seguido mamando.

Pero no, yo quería cumplir con mi destino de marica, destino que, tonta de mí, había rehuido por muchos años, pero a toda loca le llega su pene. Y ese pene me mataba, desgarrándome las entrañas, violando mi canalito virginal, lastimando mis intimidades, pero dándome un placer infinito, el mejor placer de mi vida, el placer de dar placer

–Suegrita, ¡qué sabrosa tiene la coña! ¡Ahhh, queeeé rico…! –exclamó jadeando Erick, mi yerno, o ex yerno, quien en durísimas acometidas me metía centímetro a centímetro su gorda y larga verga tiesa.

Sí, era Erick, el jovencito, quien desvirgaba a la travesti madura. No sé cómo pasó, pero terminamos gustándonos mucho. Tanto le atraía y tanto me gustaba que inconscientemente decidimos que él iba a ser mi desvirgador. ¡Ay, y qué rico me cogía!

No, no crean que Nicole y Roberto estaban tristes o molestos. Ellos también habían descubierto un profundo gusto por el otro. La niña decidió que fuera un pene maduro el que la desvirgara. El pene de su suegro, no el de su novio. ¡No por algo nos dicen locas!

Poco a poco me fue entrando la vergota de mi marido (me sentía tan marica que ya me hacía la esposa de Erick), acomodándose en ese receptáculo de gozo homosexual; yo no sé quién de las dos putonas gritaba más, pero era un escándalo. Sí, Nicole y yo gritábamos como poseídas, pero es que estábamos siendo poseídas por el más rico par de penes de Guatemala y de América. Eran tan largos que nunca terminaban de entrar en nuestros coñitos maricones. Jamás me imaginé que me iba a doler tanto pero descubrí cierta disposición para ese tipo de dolor. ¡Me encantaba el dolor de ser cogida!

¡Ah! Cuando veía a Nicole montada sobre su macho y meterse el pene de éste a como diera lugar me excitaba tanto que casi me venía. Verla así, con su piquito total y horizontalmente erecto, verla tan ardiente, tan deseosa de realizarse como mujer, me llenaba de orgullo maternal. Increíble y absurdo, también me enorgulleció ser la primera madre que perdía la virginidad junto con su hija. Esta, precisamente, me miraba con un rostro que, además de proclamar el jubilo que sentía por su desvirgación, expresaba su satisfacción por ser marica. “¿No es lindo ser una loca y que te cojan?”, parecía decirme con su rostro, perlado con gotitas de sudor producto de la faena sexual. “Sí, es tan rico que te den por el culo” le contesté en el mismo lenguaje silencioso de las putitas maricas.

Sí, era extremadamente maravilloso ser marica y que te destapen el conducto anal con una enorme pija. Pero Nicole y yo íbamos más allá de eso. Ambas nos sentíamos putas. De veras. Ambas estábamos tan calientes que queríamos sentir no una, sino dos vergas en nuestras apretadas vaginitas traseras. Imagínate, apenas podíamos con una y ya queríamos otra. Como tener dos pijas en nuestros hoyitos era un tanto difícil, la nena y yo hicimos lo más próximo a eso, aunque decidimos que uno de esos días, o más tarde, si la calentura era mucha, practicaríamos la doble penetración. Ya sabes, hay que expandir los horizontes.

Pues bien, como aun estábamos un tanto estrechas analmente, luego de que los enormes falos de los muchachos nos llegaron hasta el hipotálamo (quién sabe dónde está eso, pero ahí sentía la cabezota del pene de Erick), y por consiguiente la nena y yo ya teníamos roto nuestro himen anal, por lo que éramos ya mujeres completas, luego de estar profundamente penetradas, digo, y ambas llorábamos de placer y dolor, como las putitas que éramos cambiamos de macho. Agarrándonos los inservibles gallitos, nos pusimos de pie y procedimos a sentarnos en una pija diferente. Nos moríamos por saber qué era ser cogida por otra tranca.

La verdad es que la excitación por hacerlo con alguien prohibido fue tan grande que si más me vengo cuando sentí el trozo caliente de Roberto puyarme las intimidades anales. El dolor y el gozo fue el mismo, sin embargo. Pero fue sumamente delicioso hacerlo con mi suegro y consuegro a la vez. Así estuvimos por unos 10 minutos, los machos cogiéndonos como si no hubiera mañana ni después. Las locas ya ni voz teníamos para gritar y gemir de dolor. Se los juro, el ano y las paredes de éste me dolían sobremanera pero como una muela que te molesta, me dolía pero no quería que me la sacaran. Sólo detuve la gran cogida de Roberto porque quería que Erick, mi verdadero macho (aunque Roberto no cantaba nada mal las rancheras) acabara dentro de mí y me hiciera acabar. Lo mismo pensaba Nicole quien deseaba que Roberto terminara de hacerla una putita.

Luego de nuestra tercera sentada y cuando los huevos de los machos chocaban contra nuestras nalgas y ya casi se metían en nuestras panochitas, los huevos y los machos, fue el momento supremo de nuestras realizaciones como maricas. Con sumo placer y orgullo, dejamos de ser vírgenes para volvernos putas calientes y sabrosas. En medio de mis gritos salvajes me las arreglé para decirle a mi macho que me venía. No sé cómo había aguantado tanto, si tan rico que es acabar cuando te penetran y te parten el culo en dos.

–¡Erick, me vengo, me vengo! ¡Apurese, quiero acabar con usted! ¡Cójame, cójame! –exclamé, moviendo mi ano para apretar el falo de mi amante y sintiendo cómo en mi interior se me venía  un chorrete de crema maricona que, sabía, me iba a dar más placer del que nunca sentí en mis pocos años de vida.

–¡Ahh! ¡Ahh! Ahorita mismo la acompaño en su placer, suegrita linda… ¡Síííííííííííí!  ¡Acabemos juntos! ¡Tráguese esto, suegra sabrosa! ¡Ahhhhhhhhhhh! ¡Qué rica putona es suegra! ¡Qué rica eeesssss!

Al mismo tiempo, oía las exclamaciones de Nicole, a quién también le venía la eyaculación maricona, y las putadas de Roberto quien, vulgar como todos los hombres, llamaba de puta para arriba a la exseñorita. Al igual que yo, sin embargo, mi hija gozaba con que la llamaran así. Es bueno tener una identidad definida.

Y al fin, entre gritos animales de las desvirgadas, y putazos de los machos, todos acabamos. En el momento ese de la eyaculación colectiva nacieron 2 mujeres, dispuestas a amar y ser amadas como tales, dispuestas a coger toda la vida como hembras y dispuestas a morir con los calzones puestos (aunque sería mejor SIN ellos). Nicole y yo unimos nuestras voces de maricas en un solo grito de placer, satisfacción y felicidad. Ese grito debe haberse oído en todos los pueblos alrededor del lago y quién sabe lo que la gente habrá pensado al escucharlo. De repente y así es cómo nacen las leyendas. A lo mejor detrás de la historia de La Llorona, por ejemplo, hay una maricona a quien se la cogieron de lo más rico. El caso es que no ha habido ni habrá mujer en el mundo más feliz que nosotras maripositas por esa suculenta, aunque dolorosa, desvirgación.

Yo sentí como si en la concha tuviera una manguera gruesa que bombeaba hectolitros de manjar hirviente de macho ; el semen de Erick golpeó mi conducto anal y se desparramó por mis interiores hasta llegarme a las orejas, porque las sentí calientes. O tal vez fue sólo una premonición de lo que podría pasarme en el futuro. Yo no sé de dónde le salió tanto jugo a mi hombre, porque no sólo me inundó mis intimidades anales, sino formó un charco debajo de mi culito destilante. Splash, splash, splash hacían mis nalgas y huevos mientras terminaba de exprimir la pija chorreada de mi dueño.

Mientras acababa, el papito chulo debajo de mí me ayudó con mis juguitos de marica. Formando una especie de “V” invertida con los dedos índice y medio de una mano, me los acercó a mi gallito para que lo metiera entre ellos, como si fuera un juego de billar. Ah, los machos y sus juegos. El caso es que sus dedos me ofrecieron suficiente presión para que mi corrida fuera la más rica de mi vida, aunque no importaba mucho. Lo verdaderamente importante era que mi macho había gozado enormidades y estaba contento con mi desempeño como putita. Ninguna mujer lo habría hecho mejor.

Así nos quedamos, las dos chicas sobre los pechos de nuestros machos; ambas jadeábamos, gemíamos y suspirábamos, con los penes de nuestros amos aun dentro de las coñitas. Ahhh, la satisfacción post coital era tan deliciosa como la cogida misma

A los pocos minutos, esa cosa en mi culito comenzó a ponerse dura de nuevo… con una sonrisa de picardía me erguí sobre mi macho  y

Puedes imaginarte el resto de esa tarde, del siguiente día, de la semana, de nuestras vidas enteras… Ese acto fue el preludio de una semana de interminables cogidas  que casi nos llevan, a las chicas, al hospital, pero qué bueno hubiera sido morir de tanta penetración anal y bucal. Imagínate, ¡morir de una sobredosis de semen!  Y de allí al Cielo de las Maricas, a seguir follando, como dicen los peninsulares.

Pero no creas que la reina madre y la princesa sólo pensábamos en andarles dando las nalgas a nuestros maridos. Oh, bueno, a quién engañamos. Sí, sólo pensábamos en eso. ¿Qué marica no lo hace? El caso es que el sexo fue la base sobre la cual los cuatro construimos una vida de compañerismo, amor y alegría. Erick se quedó conmigo al final de esa misma semana, mientras Nicole se marchó, con su cama, su guardarropa, su tocador y su marido. Fue algo triste ver a la niña irse a vivir con su macho,  pero qué le íbamos a hacer, así es la vida. Además, ella estaba super feliz de vivir como una mujer casada, como lo estaba yo con mi muchachón. Erick se encargó de manejarme el negocio (el otro, el que tengo en Atitlán) y tanto prosperamos que ahora yo me dedico sólo a ser ama de casa y a estar linda y caliente para cuando mi maridito regresa del trabajo.

Pero por supuesto, en nuestra felicidad de mujeres casadas (aunque para el mundo yo soy la madre de Erick, y Nicole la hija de Roberto) hay una sombra: Alicia, mi ex, quien comenzó a tener serias sospechas de que algo andaba mal con su exesposo e hijo. Hace un par de días me envió un mensaje desde San Francisco, USA, en donde ahora se encuentran, diciéndonos que Gerardo viene este sábado a ver qué onda entre nosotros.

Nicole y yo le prometimos que hablaríamos con él a calzón quitado.

Y eso haremos. Con el permiso de nuestros maridos vamos a mostrarle de que estamos hechas las mariconas. No sé cómo vaya tomar Gerardo ver a dos travestis desnudas, ardientes y cogelonas, quienes le brindarán una terapia sexual que ni en sueños ha tenido. No, Gerardo no se nos va vivo sin que nos dé una 10 buenas cogidas. La verdad es que mi hija y yo andamos desde hace días con el gallito parado sólo de pensar lo que haremos con ese hombre. Para ser sincera, Gerardo es un papi chulísimo. Yo no lo dejo ir sin chupársela, sin que me penetre, sin sentir qué es lo que siente Alicia con ese macho. Nicole anda en las mismas o peor que yo. Curiosa como siempre ha sido, le vio la pija varias veces. Ahora mismo me repite lo grande, gorda, larga y rica que es y al oírla me toco el coño con furor, mientras la nena se soba el clítoris.  Lo cierto es que siempre estuvimos medio enamoradas de él y ahora es nuestra oportunidad de demostrarle cuánto nos gustan los hombres altos, fornidos y vergudos como él. Somos maricas,  ¿recuerdan?  Casadas, pero maricas.

Con la gran orgía que tendremos no pretendemos que Gerardo se quede con nosotros como un amante, aunque nos encantaría. Tampoco que a su retorno le mienta a Alicia diciéndole que todo está bien (hasta su próxima visita, ji, ji…), aunque eso también nos agradaría.

Lo que queremos es, primero, que nos lleve a los cuatro a San Francisco (sí, como siempre las mujeres tenemos que andar haciendo todo por los hombres). En segundo lugar, decía, que convenza a Alicia y a Helen, mi hija, de ser las damas de honor en nuestro matrimonio, yo con el sabroso de Erick, Nicole con el apetitoso Roberto.  Entonces todos seremos felices.

Gerardo tiene que hacerlo, si quiere seguirse cogiendo a dos sabrosas putitas mariconas toda la vida.

¿Quién no querría eso?

Bye, amiguitas y amiguitas. Ahí les cuento

San Francisco, USA. Mayo de 2005.

(¡Ya estamos aquí)