Amor vincit omnia

Vive el momento porque es nuestro, nos pertenece, y nunca regresará más. ¿Mañana?. Mañana queda muy lejos...

Después de cuatro meses de inactividad, recobro mi contacto con vosotros, mis queridos lectores. Gracias a todas y todos los que habéis valorado mis relatos, alguno de los cuales aún se mantiene en el "top 100", meses después de su publicación. Gracias también a todas y todos los que me habéis dejado vuestros comentarios. Y mi agradecimiento más especial a quienes me habéis escrito. De veras, me habéis hecho sentir muy bien con vuestras palabras, y no podré pagaros nunca por ellas, salvo con este humilde fruto de mi imaginación. Espero que os agrade.

  • Pero… ¡Alex!. ¡Qué sorpresa!. Pasa, pasa.

Cargué mi enorme bolsa de viaje hasta el salón de la casona de gruesas paredes de piedra, seguido por mi hermana Sandra.

  • ¿Cómo es que no me has avisado de tu llegada? -su rostro se volvió un sí es no es pícaro-. Imagina que me hubieras encontrado en buena compañía

A Sandra se le forman dos hoyuelos en las mejillas cuando sonríe. Me abrazó y depositó dos besos en mis mejillas. Mis labios se posaron en uno de aquellos hoyuelos, pero cuando besé su otra mejilla, el otro había desaparecido. Con las manos sobre mis hombros, se apartó para mirarme:

  • Te encuentro muy bien. Has adelgazado un poco, pero por lo demás, estás estupendo

Sandra sí que estaba estupenda. Hacía dos años que no nos veíamos, y parecía más madura, más mujer… Su rostro había abandonado definitivamente los rasgos de la primera juventud, y ahora mostraba una belleza serena y adulta. Incluso las casi invisibles arruguitas que se estaban formando en las comisuras de su boca, -que no tenía la última vez que la vi, o en las que no me había fijado- se me antojaban terriblemente seductoras. Era difícil entender por qué, con aquella cara y aquel cuerpo, seguía aún sin pareja. ¿O quizá?...

  • ¿Hay alguien en tu vida? -pregunté-.

Ella me miró, y su semisonrisa tenía un punto de tristeza:

  • No. El final de mi relación con Marcos fue muy doloroso. Me hizo demasiado daño, como para que quiera volver de nuevo a poner mi vida en manos de nadie

Sacudió la cabeza, como queriendo alejar de su mente recuerdos desagradables:

  • ¿Y tú?. Me dijiste que te habías separado de Lena, pero no me diste ningún detalle. ¿Quieres hablar de ello?.

Me sorprendí a mi mismo contándole los sórdidos pormenores. Le abrí mi corazón por completo, sin ocultarle para nada que cuando supe de su infidelidad, estaba dispuesto a perdonarla creyendo que solo sería un capricho, que finalmente volvería a mí… Hasta que, cuando se lo reproché, ella se rió en mis barbas, y me dijo que no le bastaba con un solo hombre, que pronto se acabaría su historia con él porque ya se había cansado, pero que después habría otro, y otro… todos los que se le antojaran. Hice en silencio las maletas, y me marché de la que había sido nuestra casa, sin una palabra, sin volver la vista atrás ni una sola vez.

  • Aquello fue hace solo seis meses, pero me parece que ya ha transcurrido un siglo -concluí-.

Sandra me miraba con los ojos ligeramente húmedos:

  • ¿No has sabido nada más de ella?.

  • No sé como pudo conseguir el número de mi nueva casa, porque no viene en la guía, pero hace cosa de un mes comenzó a llamarme. Yo me limitaba en cada ocasión a colgar cuando reconocía su voz, y finalmente cesaron las llamadas. No sé con quién anda, ni qué es de su vida.

La miré de frente a los ojos:

  • Pero, ¡bueno!. ¡Ya está bien de hablar de mis problemas!. ¿Cómo te va en este pueblucho de mala muerte?.

  • No es un pueblucho, como tú dices. Tiene más de 12.000 habitantes, y la clínica es nuevecita, la inauguraron solo un par de meses antes de que yo consiguiera la plaza de médico en ella. Trabajo mucho, ya sabes que tenemos muchas más cartillas de las que deberíamos, pero al menos aquí conozco a las personas por su nombre, y la mayor parte de las veces no preciso para nada mirar la historia de un paciente para saber sus antecedentes, sobre todo los más mayores, que veo muy frecuentemente.

  • La parte mala, -continuó-, es que en la ciudad no me enteraba siquiera de cuando fallecía alguien, y aquí sí. Resumiendo, consultorio de 8 a 14, y por la tarde hago las visitas no urgentes. Leo mucho, paseo por el campo y, en general, no puedo decir que sea completamente feliz, pero al menos vivo en paz conmigo misma.

Su mirada dejó de ser ensoñadora, y a sus ojos volvieron las chispitas luminosas que yo recordaba:

  • Bueno, pero dime: ¿Cómo es que te has decidido a venir?. Últimamente, no sabía nada de ti, salvo cuando te llamaba por teléfono. Me tenías muy abandonada, para ser tu única pariente cercana

Lo pensé unos instantes. Realmente, había sido un impulso. Simplemente, me encontré con un vacío mes de vacaciones por delante, para el que no tenía ningún plan, y de repente, la imagen de Sandra vino a mi mente. Sin pensarlo siquiera, metí algo de ropa en una bolsa, tomé el auto, y… allí estaba.

  • Pues me pillas por dos días -replicó Sandra-, sólo porque mi sustituto para las vacaciones estuvo indispuesto, y ello me ha obligado a retrasar mi salida.

  • ¿Te ibas fuera? -pregunté-.

  • Sí, tengo una reserva en un hotel muy tranquilo de Levante, que conozco de otras veces.

  • ¿Sola?.

  • Sí, ya sabes: largas caminatas por la playa antes de que se llene de gente, siesta después de la comida

Se le iluminó el rostro de repente:

  • Oye, ¿por qué no te vienes conmigo?. Mira, paso tanto tiempo sin compañía, que a veces me he sorprendido hablando en voz alta, y al menos tendría quién me diera conversación. Y tú y yo tenemos mucho de qué hablar, que hemos de ponernos al corriente de nuestras vidas

Lo pensé unos instantes. Pocos. Solo que tendríamos que ir antes a mi casa, a recoger algo más de equipaje.

Después de cenar "huevos cogidos el mismo día por la señora Custodia, de su corral" -me explicó Sandra- y una ensalada, cuyos productos imaginé también procedentes de la huerta de alguien del pueblo, nos sentamos frente a frente en dos butacas. Sandra había abierto en mi honor una botella de vino blanco que guardaba en el frigorífico, y teníamos entre nosotros las dos últimas copas. Ella tenía la vista perdida, que repentinamente enfocó en mí:

  • ¿Cómo es posible que nos hayamos distanciado tanto?. ¿Recuerdas que cuando éramos más jóvenes ninguno de los dos tenía secretos para el otro, que compartíamos hasta las cosas más íntimas?. Y ahora, llevábamos más de dos años sin vernos

Era cierto, pero yo no podía tampoco explicarlo. La vida, el hecho de que ella se casara muy joven con aquel… a pesar de que a mí nunca me cayó bien, y eso dio lugar a la primera discusión seria de nuestra vida de adultos. Los recuerdos se agolparon en tropel en mi mente.

Eran más de las tres de la madrugada. Aquel fin de semana no había hecho planes de salir, y además los exámenes finales estaban cerca, de modo que me había quedado en casa estudiando. Me desperté algo después de la una, con la cabeza apoyada en un libro de texto, y decidí acostarme, quedándome dormido de nuevo instantáneamente; pero algo me había sacado de mi profundo sueño: Sandra sacudía suavemente mi hombro. Me despejé al momento. Algo le pasaba. No había más que ver su llanto silencioso, aunque su rostro no expresaba sufrimiento.

  • ¿Qué tienes, Sandra?.

  • Soy maravillosamente feliz

Las lágrimas corrieron a raudales por sus mejillas. Las sequé con el borde de la sábana que me cubría.

  • ¿Eres feliz, y lloras?.

Sandra se tendió en la cama a mi lado, boca arriba:

  • Alex, nunca nos hemos ocultado nada, y esto tengo que compartirlo con alguien, porque estoy desbordada. Luis me ha hecho mujer esta noche, y ha sido la experiencia más maravillosa de mi vida.

Se volvió ligeramente, y se abrazó a mi cuerpo. Sentí sus firmes senos jóvenes apoyados sobre mi pecho, y me embargaron un sin fin de sentimientos. Ternura, acompañada de una extraña punzada de celos, y otra cosa… me estaba excitando sin poder evitarlo. Le acaricié suavemente la frente. Y ella se quedó dormida en mis brazos.

  • ¿Alex? -Sandra sacudía una mano ante mis ojos-. Estás muy lejos de aquí

  • Estaba recordando detalles de nuestra vida en casa de papá y mamá -respondí, aún sonriendo interiormente por el recuerdo-.

  • Y, ¿qué recordabas concretamente? -preguntó ella-. Por tu expresión, algo agradable

  • ¿Sabes? -respondí-. Uno de los mejores recuerdos fue el de la noche en que me despertaste para decirme que habías conocido tu "primera vez".

Sandra enrojeció ligeramente.

  • A la mañana siguiente no podía siquiera mirarte a la cara -recordó-. Me desperté a las ocho, afortunadamente, porque imagina si mamá nos hubiera encontrado allí juntos

Titubeó unos instantes:

  • Te habías destapado durante la noche, y estabas… bueno, completamente desnudo. Y yo… Dejémoslo, por favor -había enrojecido aún más-.

  • Bueno, no fue la primera vez que estuve desnudo contigo en la cama.

Sonreí con el recuerdo, que había estado profundamente enterrado en mi mente hasta entonces:

No puedo precisar exactamente cuando fue, pero Sandra debía tener como seis años, y yo no más de ocho. Nuestros padres nos obligaban a dormir un rato de siesta después de comer, cosa que ambos odiábamos profundamente.

Era verano, y hacía un terrible calor. Sandra y yo andábamos por casa medio desnudos, ella solo con sus braguitas infantiles con florecitas, y yo con uno de mis pequeños slip, y así nos habíamos acostado. O nos habían acostado, porque mi madre nos condujo a la cama por la fuerza, y nos dijo que no quería oír ni una mosca durante la próxima hora.

Mi slip tenía el elástico muy flojo, y en algún momento se me debió bajar. No recuerdo cómo ni en qué instante, pero sí que un rato después tenía mis genitales arrimados a uno de los muslitos de Sandra.

  • ¿Qué es esto? -preguntó poco después con extrañeza, bajando la mano hasta ponerla en mi pequeño pene-.

  • ¡Ah!, es tu "cola" -dijo con cara de suficiencia-.

Por aquél entonces, nos bañábamos juntos -"para ahorrar agua, que no están los tiempos para tirar nada" según decía nuestra madre-, de modo que nuestros cuerpos no tenían apenas secretos para el otro. Pero sucedió algo que no había experimentado antes: mi "colita" se puso ligeramente tiesa, y la agradable sensación del contacto con el cuerpecito de mi hermana se incrementó. Yo no entendía todavía el porqué, pero lo cierto es que sentía el impulso de apretarme aún más contra ella.

  • ¡Uffff, quita! -Sandra me empujó ligeramente-. Me das calor. ¿Por qué te arrimas tanto a mí, cabeza hueca?.

  • No sé -respondí-. Es solo que me da gusto estar así.

Ella me echó una de aquellas miradas con el ceño fruncido que venían a significar "estúpidas cosas de chicos".

  • En serio, -le insistí-. Prueba tú. Bájate las braguitas y arrímate, verás que gustito da.

Ella me miró con cara de incredulidad. Pero hizo lo que yo le había dicho.

  • Pues no siento nada -me dijo tras unos segundos-. Eres un idiota.

Se echó encima de mí, e intentó tirarme del pelo, Pero yo me resistí, con lo que ella pasó una de sus piernecitas sobre mi cuerpo intentando inmovilizarme, y repentinamente, se quedó muy quieta. Luego, se movió tentativamente, rozándome el muslo con su sexo.

  • ¡Oye!, pues es cierto -musitó admirada-. Siento cosquillitas en mi "chichi".

Y entonces ocurrió el desastre. Mi madre abrió por sorpresa la puerta, y nos pilló de aquella guisa. Y lo que es peor, con mi pequeño pene todo lo tieso que se puede tener a esa edad, asido por una de sus manitas.

Hasta mucho después no alcancé a comprender por qué se enfadó tanto, ni por qué nos propinó una bofetada a cada uno, mientras nos llamaba de todo.

Y nunca más volvió a haber baños juntos. Y se acabaron las siestas, y esa fue la única parte buena de aquello.

La voz de Sandra me sacó de mi ensoñación:

  • Parece que esta noche vas a sacar a relucir los más sórdidos recuerdos de nuestra vida, ¿no?. Pues yo también tengo uno… Nunca te lo conté.

Aquella noche había tenido la primera discusión seria con Marcos. Yo no podía mirar a la cara a ningún hombre, porque como él lo advirtiera, ya teníamos la bronca: "que me ponía en evidencia como una puta, que sí quería mirar a alguien ya le tenía a él, que era lo suficientemente hombre"

(¿Cómo pude no darme cuenta?. ¿Cómo estuve tan ciega, y me enfadé con Alex cuando me dijo que no era bueno, que yo no era la única, y que aquel hombre me haría sufrir?).

Bueno, lo cierto es que hice señas a un taxi que pasaba a la puerta de la disco, y a pesar de que Marcos trató de impedírmelo, me desasí de él, y entré en el auto. Y aquello hizo que volviera a casa mucho antes de lo acostumbrado.

Nada más abrir la puerta, oí la voz de Alex en un tono desacostumbrado. No entendía las palabras, sino que solo distinguía como un murmullo. Pensé que hablaba por teléfono con Dulce, su medio novia por aquel tiempo. Y yo tenía que desahogarme con alguien, contárselo todo, a ver si de aquel modo se me deshacía el nudo que se me había formado en el pecho. Total, que me fui hacia su habitación.

La puerta estaba entornada. Seguro que Alex no había previsto que yo volviera tan pronto, y nuestros padres habían ido al pueblo, a conocer a una nueva sobrina, que acababa de nacer.

Me quedé en el mismo umbral, paralizada. Alex estaba completamente desnudo, arrodillado ante Dulce, que mostraba de igual modo su cuerpo poco más que adolescente sin ninguna ropa, tendido en la cama. Ella tenía los ojos cerrados y los labios entreabiertos, gimiendo tan bajo que yo no la había oído hasta ese instante.

Y Alex acariciaba la piel femenina con una ternura… Rozaba apenas con la punta de sus dedos las facciones de ella, descendiendo poco a poco. Y sus labios musitaban como una letanía que era preciosa, su amor hermoso, que la quería con locura

Las manos de Alex estaban ahora en el vientre de la chica, que comenzó a debatirse, ansiando sin duda… Se detuvieron morosamente en la cara interior de sus muslos, y la chica comenzó a elevar la pelvis en su dirección, y sus pequeños quejidos eran ahora jadeos excitados. Ella abrió mucho las piernas, entregándole su sexo, sin duda ansiando tenerle dentro

Mis manos habían ido sin querer a mis pechos, que me estaba frotando insensiblemente, y la humedad escurría por mis muslos. Por fin, cuando el dedo pulgar de Alex comenzó a frotar el clítoris de la muchacha, sentí el impulso de huir de allí, como si ello pudiera sustraerme a mis deseos. Porque por un terrible instante, ansié ser yo, y no Dulce, la que se encontrara en aquel lecho, y que fuera mi sexo el que recibiera la ternura de las caricias de mi hermano… Porque nunca nadie me había tratado con tanta delicadeza y suavidad.

  • ¡Vaya!, de modo que me pillaste con Dulce, ¿eh?. No sabía yo de esa faceta tuya de voyeur

Sandra tenía las manos sobre el rostro, ocultando sus mejillas encendidas.

  • Pues sí, ya ves. Pero que conste que pensaba que estabas solo, y por eso me atreví a entrar en tu habitación. Pero me fui inmediatamente a la mía, sin querer ver nada más, que quede claro.

(No había dicho exactamente la verdad, pero no dije nada).

Sandra miró entonces su reloj de pulsera:

  • ¿Sabes qué hora es?. Pues son más de las doce, y mañana tengo que madrugar.

Se puso en pie, y se dirigió a la habitación libre. Durante unos minutos, se afanó retirando la funda, y tendiendo sábanas limpias.

Luego me besó ligeramente en una mejilla, y me dejó solo, tras cerrar cuidadosamente la puerta a su espalda.

Sandra había elegido para sus días de descanso un hotel tan tranquilo y silencioso como su propia casa. Aunque en aquella población se juntaban más de cincuenta mil personas en verano, el "mogollón" quedaba lejos, y apenas se sentían los ecos de las voces y la música de las innumerables terrazas abarrotadas de gente. Y ello, sólo cuando la brisa venía desde la cercana sierra, porque de otro modo, el silencio era absoluto, salvo por el suave murmullo de las olas rompiendo en la cercana playa. Pero eso lo supimos después. Llegamos alrededor de las cinco de la tarde, después de una parada en un área de servicio de la autopista, donde hicimos una larga sobremesa después del almuerzo.

Sinceramente, no había pensado en algo que resolvió mi hermana con absoluta tranquilidad, sin consultarme en ningún momento: yo no tenía reserva, pero sólo caí en la cuenta de ello al llegar a la Recepción, cuando entregó su documento de identidad al hombre que atendía el mostrador.

  • Aquí dice habitación doble para uso sencillo -indicó el empleado-. Supongo que sabe usted que para dos personas el precio es ligeramente superior

  • Sí, ya contaba con ello, no se preocupe -respondió Sandra sin dudar un instante-.

Luego, debió creerse obligada a explicármelo, cuando el mozo que acarreó las maletas nos dejó solos:

  • Me ha parecido una estupidez pagar doble, pero es que además sería un verdadero milagro que tuvieran otra habitación libre. Total, somos hermanos, hay dos camas, y no es nada del otro mundo

Yo no respondí, a pesar de que un estremecimiento recorrió todo mi cuerpo.

Una hora después, en la playa, tuve ocasión de admirar las formas de Sandra, cubiertas solo con un escueto biquini. Recorrí con la vista sus pechos erguidos, sus bien formados hombros, su vientre apenas redondeado, sus sensuales caderas, sus muslos… Como una ráfaga, pasó por mi mente el recuerdo de aquella única vez en que había visto su cuerpo completamente desnudo, pero lo aparté rápidamente. En otra ocasión y con otra mujer, me habría hecho a mí mismo el firme propósito de hacerla mía, pero se trataba de mi hermana. Y aunque -recordé con un nuevo cosquilleo en el bajo vientre- aquella noche dormiríamos en la misma habitación, su precioso cuerpo me estaba vedado.

Sandra parecía relajada y feliz. Sonreía de continuo, y charlaba por los codos, sin duda desquitándose de los cuatro años de mutismo, desde que se había separado de Marcos.

Al salir de la playa camino del hotel, nuestras manos se rozaron impremeditadamente. Aún me pregunto por qué entrelacé mis dedos en los suyos, pero a partir de aquel momento y durante el resto del día, cuando no íbamos cogidos de la mano, ella iba tomada de mi brazo, o yo la abrazaba por la cintura mientras caminábamos. Ninguno de nosotros hizo el menor comentario sobre ello, sino que a ambos nos pareció de lo más natural.

Al llegar a la habitación, nos empujamos como críos pugnando por entrar al baño delante del otro. Evidentemente, permití que ella se duchara primero, pero durante unos instantes, nuestros cuerpos estuvieron varias veces en contacto en nuestra fingida pelea, y me excité sin poder evitarlo, recriminándome a mí mismo mi impropia reacción.

Después, sentado en la cama, y mientras oía correr el agua a través de la puerta cerrada, imaginé de nuevo su cuerpo recorrido por regueros de líquido, y mi excitación creció varios puntos. Abrí una cerveza que tomé del mini-bar, y salí a la terraza, intentando distraerme.

Su voz me llamó repentinamente desde el interior de la habitación. Estaba en pie, envuelta en una enorme toalla de baño, y con otra más pequeña enrollada en su cabeza a modo de turbante:

  • Dúchate tú ahora, mientras yo me visto.

Mientras me enjabonaba someramente, quitándome de la piel los restos de sal y arena, mi pene se mantenía casi horizontal, a pesar de mis esfuerzos por evitarlo, intentando pensar en otras cosas. Finalmente, cerré completamente el agua caliente, y permití que el líquido frío recorriera mi cuerpo, hasta calmar mi deseo y hacer disminuir mi erección.

Volví a la habitación con el mismo "atuendo", esto es, toalla enrollada a la cintura. Sandra estaba ya vestida, sentada en su cama, abrochándose las sandalias. Tenía subida la falda hasta bastante más arriba de medio muslo, permitiéndome contemplar una pequeña porción de la entrepierna de sus braguitas de color rosa. Y el efecto del agua fría desapareció inmediatamente.

  • Puedes vestirte sin cuidado, que me mantendré de espaldas, -gritó ella alegremente-.

Mi pene surgió de bajo la toalla, de nuevo completamente horizontal. Y el hecho de estar sin ropa detrás de Sandra, que hablaba sobre un restaurante que anunciaban en un folleto que había tomado del hall del hotel, incrementaba aún más mi excitación. Me volví de espaldas a mi vez, hacia el armario, intentando ya desesperadamente pensar en algo que no fuera la presencia de Sandra a dos metros de mi cuerpo desnudo.

Finalmente, terminé de vestirme.

  • Ya puedes volverte -le indiqué, aún de espaldas a ella-.

  • Y, ¿cómo sabes que no me he vuelto antes? -preguntó con voz de malicia-.

  • Allá tú -repliqué-. El espectáculo no habrá sido demasiado sugerente

  • Pues te conservas muy bien -Sandra me estaba recorriendo con la vista de arriba abajo-. Si no fuera tu hermana, te "tiraría los tejos".

Salimos riendo de la habitación, de nuevo cogidos de la mano, como dos novios.

Después de la cena en el restaurante que ella había escogido, estuvimos paseando descalzos por la playa solitaria y a oscuras. Después de unos titubeos, Sandra me abrió su corazón, como había hecho yo la noche en que me presenté inopinadamente en su casa. Supe entonces de los malos tratos de Marcos, que la golpeó en varias ocasiones, solo porque ella se permitió rebatir su opinión. De las noches de temor, esperando que él no volviera de mal humor a las tantas, porque entonces, saturado de alcohol, la insultaba y vejaba por cualquier motivo, o sin él.

  • ¿Cómo pudiste aguantarlo? -pregunté al fin, atrayéndola contra mí-.

Sandra recostó su cabeza sobre mi hombro, mojando mi camisa con las lágrimas que surgían a raudales de sus ojos.

  • Yo misma no lo sé. A la mañana siguiente me pedía perdón, me decía que cambiaría, me prometía mil cosas… Durante unos días volvía a casa temprano y sin haber bebido, me colmaba de atenciones y regalos, y era todo como al principio… Pero finalmente, tornaba siempre a las andadas. Y un buen día, algo se rompió dentro de mí. Después de una de sus escenas nocturnas, mientras roncaba como muerto en la cama después de haberme… violado es la palabra, cogí lo más imprescindible y me fui a un hotel. Y no he vuelto a verle, salvo una vez para recoger el resto de mi ropa de su casa, y me hice acompañar por la policía.

  • Aún entonces me rogó, se puso de rodillas y me suplicó que regresara, pero mi decisión era firme. No podía volver a aquello, por nada.

Se apretó aún más contra mí, y clavó en mis ojos su mirada húmeda:

  • ¿Sabes?. Creo que me ha hecho mucho bien contárselo a alguien. Era como un veneno que me corroía por dentro

Y entonces la besé ligeramente en los labios, y retornamos abrazados y en silencio al hotel.

Cuando volví al dormitorio, después de una rápida ducha, Sandra -que había utilizado de nuevo el cuarto de baño antes que yo- estaba acostada, cubierta con una sábana subida hasta algo más arriba de sus pechos, que abultaban el tejido. No quise recrearme en los detalles de la silueta de su cuerpo, para que mi media erección no incrementara su tamaño. Ella apagó la luz, y yo dejé caer la toalla que me cubría, me puse a tientas únicamente el pantalón corto del pijama que había dejado previamente sobre mi cama, y me acosté a mi vez. La oscuridad era prácticamente absoluta, pero a pesar de ello, mientras me cambiaba, de nuevo me excité por la conciencia de mi desnudez, esta vez aún más cercana a Sandra, porque yo me encontraba entre las dos camas gemelas.

El sueño se negaba a llegar. Tumbado boca arriba, con las manos entrelazadas tras la nuca, era consciente de la respiración de mi hermana, de los pequeños sonidos del roce de su cuerpo con las sábanas, así como de los ligeros crujidos de la cama en cada ocasión que se movía.

Al principio, traté de apartar de mi mente las turbadoras imágenes mentales de su cuerpo tendido a menos de un metro del mío. Unos minutos después de acostarme, mis ojos se habían hecho a la casi absoluta oscuridad, y el ligerísimo resplandor que conseguía entrar en la habitación, por encima de las cortinas opacas completamente corridas, era suficiente ya para distinguir los contornos del cuerpo de Sandra tumbada de costado, de frente a la cama que yo ocupaba, por más que no podía percibir los detalles. Luego, sin duda alentado por el leve perfume que me llegaba desde la otra cama, me dejé llevar. Imaginé desnudo entre las sábanas aquel cuerpo que había visto esa misma tarde con solo dos mínimas prendas cubriendo sus encantos. Imaginé mis manos recorriendo su piel, del mismo modo que en mi escena con Dulce que ella había evocado dos días antes. Imaginé la gloriosa plenitud de sus senos, la oscuridad de su pubis entre sus muslos entreabiertos

Traté de nuevo de alejar de mí aquellas sensuales imágenes. Había sido un error acompañarla a aquel lugar, y otro aún más grave compartir con ella el dormitorio. Mañana mismo trataría de ver si quedaba otra habitación libre, porque no podía permitir ni por un día más que su cercanía infundiera en mí aquel deseo prohibido.

Y en aquel momento, sus dedos rozaron levemente mi rostro.

  • Tú tampoco puedes dormir

Atrapé aquella mano entre las mías, y posé mis labios en su muñeca. Su pulso agitado palpitó levemente bajo mis labios durante un instante.

  • Sí, yo también estaba despierto -repliqué en su mismo tono bajo, casi íntimo-.

  • Estaba pensando… -comenzó ella-.

  • Un euro por esos pensamientos -repliqué yo, tratando de dar a mis palabras un tono ligero-.

Pero mi voz sonó entrecortada, embargado como estaba por la emoción. Su mano estaba ahora abandonada en mi cuello, leve como una pluma. Y yo sentí el irrefrenable deseo de tocar su piel; extendí uno de mis brazos, y la punta de mis dedos rozó levemente sus labios. Su mano dejó mi rostro, para entrelazar sus dedos en la que yo tenía ahora posada sobre una de sus mejillas, muy cerca de su boca, y que ella deslizó hasta que el dorso quedó apoyado un poco más abajo de su cuello, en el inicio de su pecho. Y mi mano percibió ahora el latido acelerado de su corazón, no demasiado lejos del lugar donde su suave piel estaba en contacto con la mía.

  • ¿Recuerdas que te conté como sin querer os vi a Dulce y a ti haciendo el amor? -preguntó con voz ligeramente turbada-.

  • Sí. Eso fue el día que llegué a tu casa.

  • Me da mucha vergüenza contártelo, pero no fui del todo sincera contigo… No me retiré inmediatamente, como te dije, sino que me quedé paralizada, sin poder apartar mis ojos de vuestros cuerpos, durante mucho, mucho tiempo.

  • ¿Mucho, mucho?. ¿Cuánto, concretamente? -pregunté-.

  • Bueno, -la voz de Sandra sonaba azorada-. Este… bien, hasta el final.

La boca de Alex siguió ahora el camino que antes habían recorrido sus dedos por la piel de Dulce. Se entretuvo mucho tiempo en sus mejillas, su barbilla y su cuello, hasta llegar por fin a uno de los pequeños senos de aréolas muy oscuras, con los pezones inflamados en su centro. Tomó uno de ellos entre sus labios, y se mantuvo sobre él, sin duda lamiendo la dura rugosidad, para luego dedicarse al otro de igual modo. Dulce tenía las manos en la nuca de mi hermano, y su cuerpo se debatía de cintura abajo, completamente entregada.

La lengua de Alex lamía el pequeño hueco de su ombligo, y los gemidos de la chica incrementaron su volumen. Cuando por fin llegó a sus muslos, de nuevo Dulce abrió las piernas, sin duda ansiosa de sentir la caricia sobre su sexo inflamado de deseo.

Y por fin, la boca de Alex se detuvo sobre el clítoris de la muchacha, y sentí su orgasmo como si fuera mi cuerpo el que se estremecía en aquella cama, al impulso de las oleadas de placer que sin duda la recorrían

Las dos bocas se unieron nuevamente. Luego ella tomó a mi hermano por las axilas, obligándole a tenderse encima de su cuerpo. Alex, sin duda también al mismo límite de su ansia, se ayudó con una mano para enfrentar su pene a la vagina que le esperaba, ávida de sentirle en su interior. Y luego sus caderas se contrajeron, muy poco a poco, y se quedó quieto abrazado al sudoroso cuerpo femenino.

No hubo gestos de dolor, ni queja alguna cuando mi hermano la penetró, sin duda profundamente. Solo un gesto de expectación en el rostro de la muchacha, que le miraba amorosamente mientras él tomaba posesión de su cuerpo. Luego, Alex comenzó a moverse cadenciosamente sobre ella, muy despacio, mientras seguía depositando pequeños besos en su rostro.

Pocos minutos después, era de nuevo Dulce la que contorsionaba su cuerpo bajo el de mi hermano, y sus quejidos iban incrementando progresivamente su volumen, hasta convertirse en chillidos excitados, que se tornaron poco después en lamentos rítmicos, hasta terminar en un prolongado grito, mientras se aferraba con brazos y piernas al cuerpo masculino que la cubría.

Luego, ambos se relajaron sobre la cama, aún enlazados, jadeando audiblemente.

Hubo un silencio. La piel de Sandra bajo mis dedos parecía recorrida por pequeños escalofríos. Sus dedos seguían entrelazados entre los míos, y su mano temblaba.

  • Bien, ya que estamos de confidencias… -comencé-. Nunca te había dicho tampoco que sí advertimos tu presencia. Fue después de que… bueno, "después". Dulce abrió los ojos por un instante, y se puso seria, con los ojos muy abiertos. Me dijo que le había parecido ver durante un momento una persona observándonos en el hueco de la puerta entreabierta. Yo le dije que era imposible, que tú eras la única que podría haber llegado, pero que te habríamos oído entrar.

  • Tanto me insistió, que finalmente me levanté y, desnudo como estaba, sin tener conciencia de ello, me fui derecho a tu dormitorio.

  • ¡Oh, no! -gimió avergonzada Sandra-. ¿Llegaste a entrar en mi habitación?.

  • Me quedé bajo el marco de la puerta.

  • Entonces viste… -insinuó mi hermana, absolutamente turbada-.

La única luz de su habitación procedía de la ventana, que tenía los visillos corridos, y por la que entraba la claridad del alumbrado público de la calle. La ropa de Sandra estaba desperdigada a los pies de la cama, y ella yacía tendida boca arriba, completamente desnuda, y con las piernas muy abiertas.

Una mano intentaba ahogar los gemidos que pugnaban por salir de su boca, aunque de cuando en cuando bajaba para masajear furiosamente sus pechos. La otra mano se movía arriba y abajo frenéticamente en su entrepierna. Tenía un número indeterminado de dedos introducidos en su vagina, y se contorsionaba en los primeros espasmos de lo que sin duda era un intenso clímax, gimiendo en tono audible.

Mi cordura me decía que debía irme de allí, pero algo me mantenía inmóvil, sin poder apartar la vista del cuerpo desnudo de mi hermana. En ese momento, sentí en mi espalda el roce de la piel de Dulce, que me había seguido sigilosamente, salí de mi parálisis y me retiré rápidamente. Porque la vista de la sensual masturbación mi hermana me había calentado hasta un extremo que yo no habría creído posible solo unos momentos antes, reciente como estaba mi coito con Dulce.

  • ¿Qué sentiste? -preguntó Sandra muy bajito-.

(No había caso de ocultarle nada, cuando tan a las claras estaba que Sandra se había excitado tremendamente al contemplarnos a Dulce y a mí haciendo el amor…).

  • Te voy a ser muy sincero -expliqué lentamente-. De no haber estado Dulce allí, creo que habría cometido una locura. Durante unos segundos, sentí un impulso casi irresistible de tenderme sobre tu cuerpo, cubrirte de caricias y penetrarte.

(¿Fue la mano de Sandra la que condujo la mía hasta que quedó apoyada sobre uno de sus pezones increíblemente erectos, bajo la sábana, o fue mi propia mano la que se deslizó hasta allí, sin que yo conscientemente lo hubiera pretendido?. No lo sé, sinceramente).

Fue como cuando se produce una pequeña grieta en un embalse, y el agua irrumpe por ella, y su presión termina derribando el dique, que lo arrastra todo a su paso.

Acaricié lentamente aquella dureza con el dorso de mi mano durante unos instantes. Y eso fue como abrir la grieta del muro, y el dique se vino abajo estrepitosamente. No pensé, simplemente me dejé llevar por la intensa emoción que sentía. Mis dedos se deshicieron del abrazo de los otros dedos, y posé decididamente la palma de la mano sobre la turgencia de aquel seno palpitante, que solo abandonó el dulce contacto los segundos precisos para ayudar a despojarme de la pequeña prenda de dormir que era toda mi vestimenta.

Me arrodillé entre las dos camas gemelas, y pasé uno de mis brazos por debajo del cuello de mi hermana, mientras la otra se introducía nuevamente bajo la sábana, para encontrar el cuerpo desnudo de Sandra, y recorrer la totalidad de aquella piel que recibió mi roce con su casi impalpable vello erizado.

Mi boca buscó los otros labios entreabiertos, posándose en ellos con un beso con el que quise transmitir todo lo que sentía en ese momento: excitación, sí, pero también una clase de amor que no había conocido hasta ese instante, o cuya existencia me había negado a mí mismo. Y una ternura infinita.

No sé si sabré explicarlo: era el deseo de un hombre que está a punto de poseer a una mujer por primera vez, pero era también el cariño de quienes han compartido durante muchos años vivencias, penas y alegrías. Era amor filial, que curiosamente no sentía en conflicto con el otro amor carnal que me impulsaba a recorrer la dulzura de su piel entregada a mis caricias. Y tenía la extraña sensación de recobrar algo… que nunca había poseído.

No sé cuanto tiempo estuve así. En algún instante me levanté, para tenderme de costado con mi cuerpo en contacto con el otro cuerpo, que temblaba violentamente entre mis brazos. Ninguno de los dos hablaba, embargados como estábamos de una emoción sin límites. Y nuestros labios parecían no poder perder su unión, y las lenguas se enredaban en el fragante interior de su boca.

En un momento determinado, advertí que Sandra había pasado una pierna sobre las mías, y su sexo humedecía uno de mis muslos. Su mano bajó entonces a tomar mi dureza entre sus dedos, en un remedo de aquella otra ocasión, la primera en que nuestros cuerpos entonces infantiles estuvieron en contacto, piel contra piel, sin el estorbo de ninguna ropa entre ambos.

Pero ya no éramos niños. Y esta vez éramos perfectamente conscientes del deseo que nos embargaba a ambos. Estrechamente abrazados, rodamos hasta que mi cuerpo quedó sobre el de Sandra, que cruzó las piernas en torno a mis caderas, como si quisiera evitar que su hermosa desnudez perdiera el contacto con la mía.

Ninguno de nosotros necesitábamos de preliminares, sino que por el contrario, nuestros sexos sentían el ansia infinita de encontrarse. Sandra elevó ligeramente la pelvis, y mi pene se introdujo poco a poco en su interior, sin ayuda alguna, como si no fuera la primera vez. Y así me sentía, a pesar de que dos días antes, seguramente habría rechazado con horror la sola idea de gozar del amor de mi hermana.

Nuestros cuerpos se movieron cadenciosamente, acoplados en el ritmo perfecto de dos viejos amantes que conocen perfectamente los resortes del placer del otro, aún cuando nunca antes se habían encontrado en un acto de amor.

Más allá del infinito placer que me ofrecía el aterciopelado abrazo de la vagina de Sandra, me embargaba un intenso sentimiento de amor, también infinito. Y el mejor acicate para mi gozo, era percibir junto a mi oído los roncos jadeos de mi hermana, abandonada en los primeros estremecimientos de su orgasmo, que finalmente explotó como un castillo de fuegos artificiales, llevándonos a ambos más allá de cualquier límite, en otra dimensión en la que solo contaban nuestros cuerpos fundidos, convulsos en la entrega sin reservas al otro cuerpo, donde la satisfacción de nuestro deseo era solo un medio, no un fin en sí mismo.

De nuevo, tiempo después, habíamos encontrado la misma postura que en aquella otra ocasión en que iniciamos juntos la exploración de los misterios del sexo, aún cuando en nuestra corta edad no tuviéramos conciencia de ello. Yo recorría con la yema de mi dedo índice el nacimiento del cabello de Sandra, en su frente. Ella a su vez, acariciaba dulcemente mi pene, que había perdido tiempo atrás la dureza de mi entrega a su amor. Y yo sentía desesperadamente que debía contarle aún algo, para que no quedara ya ningún secreto entre nosotros:

  • ¿Sabes?. La noche de tu boda con Marcos no pude dormir. Varias veces vino a mi mente la imagen de tu precioso cuerpo en los brazos de aquel animal, pero me decía a mí mismo que solo era mi antipatía hacia ese hombre lo que me hacía rechazar la idea de que estuviera tomando lo que era su derecho como esposo. Ahora lo tengo muy claro: eran unos celos espantosos, porque habría querido ser yo el que conociera la dicha de tener tu cuerpo, de unirme a ti en unos esponsales que me estaban vedados

Sandra sonrió con tristeza, posando un dedo sobre mis labios para obligarme a callar:

  • La noche de mi boda, después de un rápido coito sin placer alguno, estuve en vela hasta el alba, y mi mente volvía una y otra vez a la imagen de tu cuerpo desnudo arrodillado frente a Dulce, haciéndola conocer un gozo que a mí no me era permitido. Y yo no me engañé a mi misma como tú hiciste, porque deseé intensamente en aquellos momentos, aunque solo hubiera sido por unos minutos, aunque fuera lo último que hubiera conocido en mi vida, entregarme a ti y experimentar el mismo amor que le ofreciste a ella.

Nuestros labios volvieron a unirse. Después, nuestros cuerpos exigieron de nuevo la satisfacción de nuestro renovado deseo. Tendida sobre mí en esta ocasión, y otra vez estrechamente abrazados, Sandra y yo volvimos a experimentar la gloria de dar y recibir el placer más completo que ninguno de nosotros había sentido.

Más tarde, calmado que no saciado nuestro deseo, Sandra clavó en mí sus ojos asustados y brillantes de lágrimas:

  • Mi pobre Alex… ¿Qué vamos a hacer ahora?...

En esta ocasión fui yo el que selló sus labios con un beso:

  • ¿Recuerdas aquella tarde en que te ayudé con tu latín?. -reí ante la evocación-. Nunca te gustó, ¿verdad?: "dum loquimur, fugerit invida. Aetas: carpe diem, quam minimum credula postero" (1).

Sandra se apretó aún más contra mi cuerpo, con una sonrisa nostálgica, antes de recitar a su vez:

  • "Rumoresque senum severiorum, omnes unius aestimemus assis. Soles occidere et redire possunt. Nobis, cum semel occidit brevis lux, nox est perpetua una dormienda" (2).

Ahora me tocó a mí sonreír. Aparentemente, mis esfuerzos por meter en su linda cabecita el odiado latín, finalmente habían servido de algo.

  • Carpe diem, mi amor. Vive el momento, porque es nuestro, nos pertenece, y nunca regresará más. Mañana queda muy lejos.

  • Solo importa una cosa -concluí-. Que, pase lo que pase en ese mañana tan lejano en el que ahora no quiero pensar, nunca, ¡óyeme!, nunca más consentiré estar separado de ti

(1) "Mientras hablamos, huye el envidioso tiempo. Aprovecha el día, y no confíes lo más mínimo en el mañana". (Horacio, Odas I, 11, 7-8).

(2) "Vivamos, querida Lesbia, y amémonos, y las habladurías de los viejos puritanos nos importen todas un bledo. Los soles pueden salir y ponerse; nosotros, tan pronto acabe nuestra efímera luz, tendremos que dormir una noche eterna". (Catulo 5, 1-6).

A.V. Abril de 2004.

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