Amor sobre Ruedas

Acababa de salir de cumplir el servicio militar obligatorio y nunca imaginé lo que vendría con esas dos señoras elegantes.

AMOR SOBRE RUEDAS

Esta historia me sucedió hace unos años y empezaré contándola de esta forma:

Al acomodarme en el asiento junto a la ventanilla las pude mirar con detenimiento. La que estaba a mi lado era una mujer mayor, que pasaba largamente los cincuenta, pese al afán por disimularlo que manifestaba su excesivo arreglo. Un hermoso rostro y un cuidadoso peinado insistían en restarle años. Era una de esas señoras de aire seductor y amable, que conoce los privilegios de la riqueza, pero que no ha podido impedir los rígidos pliegues que en su rostro ha dejado la sucia batalla por mantenerla.

Soy la señora Enma, me dijo.... como si yo perteneciera al elenco de sus servidores y debiera saberlo.... ella es Teresa, mi hija.

Teresa me miró; conducía el automóvil.... tenía unos treinta años y un pelo rubio ceniza, apenas ondulado. Llevaba un vestido blanco de tela muy leve casi transparente, por donde asomaban unos muslos largos, bronceados por el sol. Era una mujer hermosa, distante, con algo de salvaje en sus gestos, que la hacía deseable.

Viajábamos lentamente por una carretera rodeada de pequeños bosques y ambas sonreían misteriosamente cada vez que se miraban. Iniciamos una conversación intrascendente, pero no lograba sentirme cómodo, apretado contra la puerta delantera para no molestar a mis anfitrionas. De tanto en tanto el muslo de la señora Enma rozaba mi pierna, lo que atribuí a la incomodidad que ocasionaba el que viajáramos tres personas delante. Traté de conseguir una nueva posición, pero el muslo de la señora estaba contra mí. Eran meses de cuartel y de deseo reprimido que empujaban por salir, por lo que comencé a excitarme.

De pronto, levantó su falda hasta la mitad de la pierna y la cruzó encima de mí.... no podía creerlo.... esa elegante señora se frotaba contra mí como una gata en celo.... sentí un latigazo de excitación.

La observé sorprendido... me miró entonces de arriba abajo.... ya no sonreía.... sus ojos estaban llenos de lujuria y eran como un metal barato y vulgar.

Su rostro firme exudaba una sensualidad enfermiza, sólo su cuello delataba que había alcanzado el final de su madurez.... los dientes brillaban a través de los labios entreabiertos y húmedos y de su boca salía una risa ahogada y un quejido vicioso. Yo estaba inmovilizado, como el títere de una escena al que van a comenzar a mover.... La señora mostraba ahora sus muslos al descubierto, bronceados como los de Teresa; no poseían el aire provocativo y ardiente de los de su hija....comenzó a mover en círculos lentos sus caderas y apretaba sus piernas mientras su mano, con las uñas plateadas, recorría nuevamente mis muslos, por debajo de la chaqueta, echada sobre mis piernas y avanzando como un reptil tenso.

Sus pechos subían y bajaban agitados, bajo la finísima blusa de seda marrón... mi pinga comenzaba a estallar... la tela del pantalón estaba hinchada, mostrando a su cautivo transformado en un bulto prominente que pedía a gritos que lo liberaran, pero mi sorpresa era tal que no podía actuar.... aquella señora era mucho mayor que mi madre.... jamás había fantaseado un contacto sexual con mujeres de esa edad.

Sus dedos hurgaban sobre mi bragueta y casi sin darme cuenta estaban internándose, acariciando suavemente mi falo con una pericia sublime, como no había conocido, presionándolo entre sus dedos, arrancándolo de pronto bruscamente del pantalón para dejarlo afuera.... palpitante.... abriendo su orificio en latidos cada vez más intensos... cuando me dí cuenta que la señora tenía mi vergaza en su mano recubierta de anillos a la vista de su hija, me aterroricé.... todo aquello había sucedido a oscuras, protegidos por una charla intrascendente que todos habíamos resuelto mantener como si nada.

Pero, Teresa... la miré desesperado, casi buscando su complicidad y su disculpa.... había sido su madre y no yo quien iniciara todo este juego. Allí estaba, con mirada implorante, con la pinga al aire sacudiéndose al borde de explotar, frotada por los dedos habilidosos de su madre, buscando la mirada de la hija que ordenara que todo esto cesara de una vez y haciéndome bajar, seguramente, en mitad del camino y reprochándole a su madre su atroz conducta.... pero Teresa, con la mirada congelada en su hermoso rostro me fue mirando despacio, como se mira a la víctima de un sacrificio conocido.... y cuando sus ojos verdes, enmarcados en largas pestañas finalmente me miraron, la sonrisa se amplió. Solo eso.... hizo un mohín como de no entender nada y un gesto de aprobación irónico cruzó por su rostro quemado por el sol.

En manos de aquellas dos mujeres, madre e hija, celebrando un rito licencioso, me sentía apenas un objeto.... instintivamente miré a la puerta del automóvil pensando en bajar, pero el flamante automóvil no tenía manivela en ninguna de sus puertas... todo había sido retirado cuidadosamente.... Por un momento la excitación se cruzó con el miedo....

La señora Enma retiraba ahora mi prepucio para mostrarle a su hija la cabezota inflamada de mi pinga. Teresa que conducía con una mano, se levantó su falda mostrando un calzoncito diminuto y que con ligero movimiento de los pies sobre los pedales lo dejó caer hasta el piso, mostrando entonces un vellón sedoso y rubio que cobijaba la grieta carnosa que sobresalía entre sus rizos. Fue abriendo con los dedos de su mano aquellos labios generosos y se introdujo un dedo con lujuria.... la madre frotaba su mano cada vez más rápido sobre mi verga, presionándolo de tanto en tanto en su base para retrasar la eyaculación, alternativamente masturbaba a su hija y me reclamaba con voz imperativa: "quiero esa leche ahora".... sentí que subían por mis venas ríos de lava candente como un volcán en erupción que no tuviera orificio de salida. Me quemaba cada milímetro de su lento recorrido..... subía, subía hasta estallar....

La señora Enma se inclinó sobre la cabeza de mi pichula en el momento preciso que me retorcía en un estertor final y con un gemido ronco derramaba borbotones de leche sobre su rostro. El semen corría sobre su maquillaje y le cerraba los ojos. La punta húmeda de su lengua me lamía frenéticamente como un animal hambriento y lamía su propio rostro para engullir hasta la última gota. Teresa aullaba sin soltar el volante en una crispación violenta mientras tres de sus dedos se revolvían, desesperados en el interior de su vulva.

Pero aquello sólo comenzaba.... las señoras estaban dispuestas a que su "conejillo de Indias" pasara por muchas otras pruebas.... era el principio de un larguísimo ritual que no alcazaba todavía a comprender.

La señora oprimía aún mi pájaro en su mano y lo sacudía como si diera órdenes con él. No sólo no mostraba signos de fatiga, sino que permanecía hinchada de deseo como un objeto más de los que en su vida obedecían ciegamente sus caprichos. Teresa, tensa, agitada, extendió la mano mojada aún por sus manipulaciones y comenzó a desabrochar la blusa de su madre. Brotaron dos senos oscuros y grandes como frutas maduras, de pezones amplios y carnosos... ella suspiró y sacó aún más los pechos. Teresa acariciaba las tetas de su madre con dulzura, rozando los pezones, aprovechando la humedad de su mano. El olor a sexo que brotaba de ellos era salvaje y pleno. La señora Enma me tomó por detrás y me obligó a lamerlos.... lamí como un ternero, mientras recorría la curva de sus senos cansados y oprimía con mi mano el que quedaba libre.... estaba sometido por mi propia excitación a la penosa tarea de hacer gozar a esta señora mayor.

Con algo de rabia contenida mordí uno de los pezones mientras clavaba mis uñas en el otro... la señora se estremeció y en su boca se dibujó un rictus victorioso y procaz. Fue empujando entonces mi cabeza hacia abajo hasta alcanzar su oscuro pubis... era grande y flácido y un flujo pegajoso había corrido entre sus muslos, por el asiento hasta el piso. Levantó sus piernas apoyando sus tobillos en el parabrisas; separó los muslos todo lo posible y llevó mi cara contra su sexo.

Casi no podía respirar... frotaba su enorme raja moviéndose enferma, en círculos menores, estirándose, retorciéndose, empujando mi cabeza, abrazándola como una tenaza, con sus muslos blandos hacia el fondo de su vientre. La abracé por el culo... puse mi lengua lo más dura posible y comencé a chuparla.... sacudía su clítoris redondo y gastado.... entraba y salía por sus labios mientras uno de mis dedos se introducía en su ano. "Así, mi animalito..... así, mi niño.... así, así....." gritaba..... su jugo vulvar se mezclaba con mi saliva.

Teresa mientras tanto se inclinaba sobre las tetas de su madre sin dejar de mastubarse y las besaba ardorosamente abriendo su boca como tragarlas enteras y volvía rápidamente la atención del volante. Teresa se masturbaba con una maestría inigual.... con dos dedos abría su concha hasta deformarla dejando al aire lo más rojo de su carne encendida y el clítoris, que colgaba libre, lo oprimía entre los nudillos de sus dedos. Los gemidos crecientes de la madre, sus jadeos; las frases incoherentes, sus sacudidas frenéticas sobre mi cara, anunciaban su crispación final. Entre estertores e insultos, la dama levantó su culo en el aire con los pies estirados ahora sobre el tablero y se vació en un largo rugido, mientras torrentes de jugo me inundaban la cara.

Lentamente se fue relajando, recomponiendo su figura..... la cabeza todavía echada sobre el respaldo del asiento, disminuyendo poco a poco la presión de sus muslos sobre mi cabeza.... una mano de la señora se deslizó en mi pelo y comenzó a acariciarlo; su respiración era todavía agitada. Pude salir de mi encierro y ver a Teresa, convulsionada, el rostro rígido, agitando su mano libre entre las piernas, levantando el culo a punto de estallar..... extraviado de deseo sentí que me unía con aquellas mujeres algo definitivo.

Me coloqué al lado de Teresa mientras su madre se sentaba junto a la puerta.... la sangre se agolpaba en mi pinga, dura, roja, palpitante.... puse mi mano en la hermosa hendidura y comencé a acariciarla.... aquello si era lo que yo necesitaba. Teresa tomó mi pájaro en su mano y lo sacudió con fuerza. Introducí los dedos en lo más profundo de su vulva y rocé con ellos las paredes de su grieta, abriéndolos y cerrándolos..... cuando volví sobre su clítoris, aprisionándolo con la yema de mis dedos, Teresa no pudo más, se conmovió como al borde de un ataque, se sacudió profundamente y exhaló un gemido apoyada sobre el volante..... sus piernas temblaban sin control. Lentamente la ayudé a desviar el automóvil hacia un lugar apartado de la carretera, bajo una frondosa arboleda.

Teresa apretaba sus muslos sin poder parar.... me eché sobre ella, nos acostamos en el asiento y le introduje mi pichula ardiente a punto de estallar otra vez.... sentí sobre la cabeza de mi verga una sacudida feroz, como si un monstruo vicioso se la tragara para siempre. Me hundí en su vientre con golpes profundos y ella se venía en orgasmos sucesivos e incontenibles.....

Su madre, reclinada en el suelo, miraba el lugar exacto en que la vulva de su hija era perforada y lamía los jugos que de ambos brotaban..... Teresa siguió sacudiéndose un momento más.... se estiró.... silenció un último gemido y explotó en un grito larguísimo y salvaje mientras su espalda se arqueaba. No podía aguantar más... la cogí de sus caderas para hundirme más y la penetraba con furia hasta estallar.... sentí que la leche me fluía en forma interminable y regaba su caliente entraña. Permanecimos sacudiéndonos durante algunos minutos, mientras el semen salía por los lados de su concha y la madre los recogía con la punta de su lengua.

Pude entonces mirarlas detenidamente: la señora Enma guardaba, pese a los años, una atractiva figura; su cuerpo sin duda había sido espléndido. Tenía algo flojo el vientre y sus muslos habían perdido esa firmeza codiciada, pero su rostro y sus pechos, aunque cansados, eran todavía codiciables para cualquier hombre. Un aire distinguido le restaban años; le daba ese toque de juventud fresca que era su atractivo final.

Teresa en cambio, era una hembra en su apogeo... rubia, espléndida, de pechos enormes y turgentes, con dos aureolas rosadas que remataban en botones redondos y pequeños; sólo el mirarla desprendía sobre mi pene temblores eléctricos... recostada sobre el asiento, abandonada, el vientre tenía una armonía perfecta: amplio, pleno, como una fruta lista para chupar.

Los muslos de Teresa, largos y firmes como sus pantorrillas, remataban en unos tobillos elegantísimos como sólo algunas señoras muy distinguidas suelen poseer... ella tenía esa exacta mezcla de corrupción y elegancia que puede enloquecer a cualquiera.

Quiero que vengas con nosotras a casa – dijo con voz imperativa la señora Enma, sacándome de mis contemplaciones. Mientras acomodaba sus ropas y sin esperar respuesta le ordenó a su hija: ... vamos!. Teresa, sin bajar siquiera su falda, puso en marcha el auto. Yo había quedado en medio de aquellas dos mujeres y marchaba con ellas a un lugar desconocido, sin haber podido siquiera hablar.

Pero yo.... me quejé.

Ayuda a Teresa... me contestó sin oírme la señora, mientras sacaba de la guantera un enorme consolador rugoso y me hacía depositario de aquel instrumento envidiable. Como si fuera un oficiante fiel que conoce es resto del ritual, me incliné sobre Teresa y con una mano le fui abriendo cuidadosamente los labios de su conchita. Cada dedo era como una serpiente de fuego que la recorría... Retrasé la colocación de la enorme verga, acariciando cada pliegue de su chucha, sintiendo como mi mano se iba cubriendo de sus licores, cómo su clítoris palpitaba como una lengua cálida.

Teresa se abría, necesitaba de algo que la llenara para siempre y yo sabía que desde aquella tarde mi pasado se borraba, que su placer sería el mío. Recorrí una y otra vez los labios encendidos de su sexo.... ella jadeaba como una perra, con la boca abierta; cuando le apoyé la gorda cabeza del aparato me clavó sus uñas en la mano, empujando para que se la enterrara toda... contra el tapizado claro del coche, el rojo botón de su clítoris era una flor escandalosa.... le deslicé adentro apenas un par de centímetros, sólo entonces me dí cuenta de que su madre había abierto la bragueta de mi pantalón y sacaba un miembro de venas hinchadas que, liberado de su encierro oscilaba entre sus manos.... sentí su boca aproximarse y la cabeza de mi pinga que se escurría dentro de su garganta.... empujé entonces el consolador hasta el fondo del sexo húmedo de Teresa, que separa sus muslos para poder resistir el empuje de semejante pieza. Teresa, gimió retorciéndose en un intento de rechazo de aquello que en el fondo de sus entrañas le producía a la vez placer y dolor... oprimí un poco más e hice girar una vuelta completa el instrumento rugoso dentro de su vientre. La veía temblar, agitar sus cabellos, clavarme las uñas a lo largo del brazo, mover su lengua con lascivia.... tenía una belleza increíble y el espectáculo me crispaba de deseo.

Su madre se masturbaba sin dejar de mamar mi pichula con gula, haciéndome sentir el impacto vibrante de su lengua caliente, dando vueltas en su boca, mientras succionaba con una energía tal que por momentos parecía querer arrancar la cabeza inflamada de mi verga. Sus largos dedos se hundían en el vientre mientras su boca tragaba una y otra vez mi falo palpitante.

Desde mi mismo fondo un torrente comenzaba a subir... ella oprimía mis testículos.... un río de leche que necesitaba canales más amplios que los que tenía, amenaza con brotar...

Comenzamos a movernos al unísono... nos sumergimos juntos en las profundidades del placer, en un abismo de rabia y excitación. Madre e hija sacudían sus sexos en oleadas enfebrecidas, oficiaban juntas todos los excesos de sus sentidos; gemían como gatas en celo, refregaban cada centímetro de su piel, separaban y apretaban sus muslos, la mirada perdida en un pozo de lujuria sin fondo...

Teresa se crispó sobre mi mano, hundió las uñas hasta sacarme sangre y emitió un largo quejido mientras su sexo se abría y cerraba sin freno... un volcán furioso subió por mi verga hinchada, la puse en la chucha de Teresa tratando de penetrarla al mismo tiempo que el consolador.... poco a poco fui metiéndola en su culo con la ayuda de su madre quien no dejaba de chuparme los huevos y mi ano.... una vez adentro empujaba con fuerza con ambas armas de artillería: el consolador por la concha y mi pichula por el culo.... Teresa ya no aguantaba más hasta hacer blanquear los ojos... derramé mi semen en lo profundo de su culo en el momento justo que la madre exhala un largo suspiro en medio de una brusca contracción. Ardiente, la señora Enma dejó caer su cabeza en el asiento del coche con la boca entreabierta con la que recogía con la lengua fuera todo el torrente líquido que emanaba de nuestros sexos....

Saqué mi pinga humeante de su refugio, aún sacudiéndose con una gota blanca, como un trofeo temblando en la cresta enrojecida .... me incorporé sobre el asiento y se la dí a beber a Teresa, sellando una alianza que me hundía fuera del tiempo....

Unos minutos más tarde, bordeando un sendero de altos pinos, llegamos a una enorme mansión, donde nos saludó al entrar un viejo jardinero. Teresa me sonrió, me miró largamente y acarició mi mano.... Tu nueva casa, dijo....