Amor por teléfono ¿Un trío?

Como hay muchas peticiones de que siga y no hay dos sin tres... Pero ya se acaba aquí esta historia.

Amor por teléfono - ¿Un trío?

1 – La primera noche

Aquella primera noche que pasaba con Fermín salimos a comer algo y volvimos a mi cueva. Cuando estaba en la calle, llamó a su casa y habló con su madre. Le dijo que iba a pasar la noche en casa de un amigo porque tenía que estudiar mucho para el día siguiente. Me dio la sensación de que a la madre no le gustó la idea, porque le oí insistir y pedírselo por favor. Le dijo que era muy importante y, poco a poco comenzó a sonreír, me miró y me guiñó el ojo.

  • ¡Jo, tío! – me dijo - ¡Se lo ha tragado! ¡Estaremos juntos toda la noche!

  • ¡Vamos, vamos a la cueva! – lo cogí de la mano -. Tengo ropa para que te cambies mañana cuando nos duchemos. Somos más o menos iguales de talla.

  • No importa, cariño – sonrió -, me da igual ponerme la ropa de hoy. Ya me cambiaré en casa.

Bajamos al piso tomados de la mano y entramos despacio. Encendí la luz y cerramos la puerta.

  • Esta vez no nos van interrumpir – le dije -; pienso apagar el teléfono. Si hay alguna llamada importante, que la repitan mañana. No quiero separar mi cuerpo del tuyo ni un segundo.

  • ¡Desnudémonos ya! – me miró de cerca a los ojos -; no soporto ahora tenerte a mi lado vestido.

  • ¡Je! – le di un beso -. Mañana hay clases ¿No pensarás que estemos desnudos todo el tiempo?

Nos echamos a reír hasta que noté que comenzaba a ponerse muy serio.

  • ¡Oh, no!, Gerardo, cariño – casi lloraba - ¡Mañana me encontraré a Ortiz allí! ¡No sé qué va a pasar!

  • ¿Ah, no? – le dije seguro -; las cosas así deben resolverse hablando. Si te asusta encontrarte con tu mejor amigo, déjame a mí que yo lo solucione. Llegaremos al campus juntos. Tú te quedarás a la entrada esperándome y yo buscaré a Ortiz. Sé qué tengo que decirle para que todo vuelva a la normalidad. No me gustaría que perdierais vuestra amistad, pero debe saber que ha podido hacerte mucho daño. Se ha aprovechado de tu situación para intentar quedarse conmigo. Está claro que le gusto mucho, pero tú eres mi vida.

Me abrazó muy contento y comenzó a tirar de mi ropa:

  • ¡Quítatela, quítatela ya! ¡Por favor! – me deseaba tanto como yo a él -. Sé que tú sabes mejor que yo hablar estas cosas para que todo salga bien. Me podía haber engañado, pero ya está claro que yo soy Fermín y te quiero con toda mi alma. Haz lo que tú creas conveniente mañana, pero disfrutemos ya, desde este instante.

Nos desnudamos a toda prisa y nos fuimos a la cama besándonos desnudos y agarrados por la cintura.

  • ¿Sabes, cariño? – hablé con mi boca puesta en sus labios -; he tenido aventuras, claro, no soy virgen con la edad que tengo, pero esto no es lo mismo.

  • Yo… - no separó su boca de la mía - ¡Bueno, ya lo sabes! Lo he hecho algunas veces con un vecino que tenía antes y, como Ortiz sabía lo mío y me ha visto a veces muy mal…lo hemos hecho. Pero me pasa lo mismo que a ti. Aquello era follar; satisfacerse. Esto es amarse. No es igual.

  • Creo que vamos a disfrutar mucho – le sonreí -, pero me correré muy pronto sólo de saber que te tengo en mis brazos.

  • ¿Y eso te importa? – exclamó - ¡Repetimos hasta que nos caigamos de sueño!

  • Ya – comencé a acariciarlo -, pero si te tengo a mi lado no voy a poder dormir.

  • ¡Vamos! – me besaba por todos lados -, no me hagas esperar más.

Nos echamos en la cama y nos abrazamos besándonos, acariciándonos nuestros miembros duros y húmedos, pellizcándonos suavemente los pechos. Estábamos muy emocionados y todo se improvisó. Bajó su cabeza besando todo mi pecho y terminó haciéndome una mamada. Yo no quería correrme tan pronto, pero tenía razón, había mucha noche para repetir. Me corrí como a cañonazos en su boca y él se incorporó, me sonrió y se tragó mi leche para luego besarme. Hice lo mismo. Bajé mi boca por su pecho hasta su polla preciosa. No pude aguantarme al verla tan cerca y percibir su olor. Olía su piel; desprendía un aroma que algunas veces me había llegado a la nariz en clase. Era él; no me cabía la menor duda. Me la metí en la boca y unté todo su líquido por el glande rosáceo para comenzar mi primera mamada al ser que más había deseado en mi vida. Se agarró a mí cuando empezó a sentir placer, encogió las piernas y me apretó el pecho y con los dedos de su pie comenzó a acariciar mi polla. Se balanceó respirando sonoramente y aguantando gritos de placer hasta que se tensó y noté su leche caliente en mi boca. Era la primera vez que lo hacía, pero me quedé mirando sus ojos de miel y me tragué su leche. Me sentí muy feliz y sonreí abiertamente.

Volvimos a un abrazo largo y no dejamos de besarnos. En poco tiempo, ya estábamos los dos preparados para más. Le di la espalda y cogí su polla acercándola a mi culo. Me abrazó fuertemente y me mordió en el cuello mientras buscaba mi agujero y comenzó a apretar. Yo apreté hacia atrás y lo sentí entrar dentro de mí.

  • ¡Fóllame con todas tus ganas, por favor!

  • Sí, amor mío – me dijo al oído -, vamos a darnos todo el placer que tengamos dentro. Voy a apretar, no te asustes.

  • Hasta el fondo, hasta el fondo – le dije -; te quiero entero dentro de mí.

Sentí dolor, pero todo se convirtió en placer y, justo cuando se corrió, la saqué de allí, le di la vuelta y ocurrió lo mismo. No, no era igual follar que hacer el amor.

Nos aseábamos un poco y seguíamos. No recuerdo algo que no hiciéramos hasta que noté el sueño en sus ojos, nos abrazamos y nos dormimos besándonos.

2 – Encuentro con el enemigo

Por la mañana, cogimos el metro y tomamos café en "Los piratas". Cuando llegábamos al campus, se echó Fermín en una columna a esperar. Era la idea. Yo entraría antes a hablar con Ortiz para preparar el encuentro con su amigo y suavizar la situación. Me sentí mal. Tenía que decirle a alguien que había hecho teatro por tenerme, que yo ya tenía a Fermín y que lo amaba antes de que me llamase por teléfono.

Caminé despacio y buscándolo por todos lados para acercarme a él amistosamente. De pronto, lo vi en la puerta de la facultad hablando con otros dos y volvió la cara un momento y me vio. Corrió asustado por un camino que rodeaba al edificio, pero por mucho que corrí yo, llegué al final y no lo encontré allí. Miré por atrás confundido. No había sitio posible allí para esconderse; ni plantas ni ventanas ni puertas. Me volví nervioso a mirar hacia atrás. Allí sí había arbustos, pero procuré que viera que no estaba enfadado.

  • ¡Ortiz, por favor! ¡Sal! – grité - ¡Sólo quiero hablar contigo! Sé que lo has intentado todo para estar a mi lado y eso me gusta. Lo único que quiero es hablar ¡Por favor! ¿Dónde te has escondido? Te prometo que lo que quiero es que sigas siendo el mejor amigo de Fermín. Lo has ayudado mucho; lo has acompañado mucho y lo has consolado. También quiero que sepas que me gustas. Sólo quiero que entiendas que a Fermín lo tengo todo el día a mi lado y me enamoré de él hace tiempo. Pero jamás te voy a dar de lado; al revés, seamos amigos ¡Por favor!

Fui mirando por debajo de los matojos y no pude evitar echarme a llorar sonoramente.

  • ¡No me hagas esto, por favor! – grité -.

De pronto, se movieron unos arbustos y salió al camino delante de mí mirándome extrañado. Yo estaba llorando sin decir más nada y le tendí mis brazos. Se acercó a mí caminando despacio y, cuando lo tuve cerca, di unos pasos hacia él y lo abracé.

  • Te quiero, Ortiz – le dije -, solucionemos esto de alguna forma.

  • Me siento culpable de todo – dijo fríamente -; he intentado engañar a mi mejor amigo, pero ¿sabes por qué?

  • Me parece que sí lo sé, pero dímelo tú, ¡por favor!

  • Te quiero.

No dije nada. Nos besamos un rato y lo dejé que me tocase. No podía rechazar tajantemente a alguien que estaba enamorado de mí.

  • ¡Mira, Ortiz! – le dije -; vamos a dejar las rencillas aparte ¿Vale? Tanto Fermín como yo queremos que hablemos los tres. Eso no es nada extraño. Reunámonos y digámonos la verdad de lo que sentimos cada uno. Sin tapujos. Nadie se va a molestar, ¡te lo aseguro! Ahora todo depende de ti.

Me miró con tristeza. Sabía que me había perdido:

  • No voy a negarme a algo que me parece más que razonable. No soy un hijo de puta. Te quiero demasiado para decirte que no. Vamos a reunirnos y pongamos las cartas sobre la mesa pero

  • ¿Qué pasa? – me extrañé - ¿Cuál es el pero?

  • ¡Por favor! – aguantó el llanto - ¡Déjame besarte un poco más!

  • ¡Pues claro! – lo abracé - ¡Vamos, tócame sin miedo! ¡Bésame! Sé que estás enamorado de mí. Todo se aclarará.

Le acaricié su miembro duro y se echó a llorar en mi hombro.

  • ¡Venga! – le dije -, vámonos ya y faltemos a clase hasta hablar todo lo que queramos. ¡A ver si nos van a ver ahora a los dos besándonos y vamos a ser la comidilla de todos durante el resto del curso!

Me miró sonriendo.

3 – La reunión

Tomé a Ortiz por la cintura y me lo llevé hacia afuera del campus para encontrarnos con Fermín. Cuando se vieron, Fermín se acercó a mí y agachó la cabeza y Ortiz se volvió de espaldas disimulando su llanto.

  • ¡Vamos, amigos! – les dije -; no hay que avergonzarse de nada. Las cosas pasan muchas veces de la forma que menos esperamos. Ortiz, aquí tienes a tu mejor amigo; no ha cambiado. Y tú, Fermín ¿de qué te avergüenzas?

  • Él es tu novio – gimió Ortiz -; no quiero meterme donde no me llaman.

  • Haces bien, Ortiz – lo tomé por la cintura -, pero aquí te estamos llamando ¡Vamos! Abraza a tu amigo, no te guarda rencor.

Se volvió precipitadamente y se echó sobre Fermín abrazándolo:

  • ¡Perdóname! – dijo -, algunos sentimientos no se pueden evitar.

Fermín le levantó la cara tomándola por su barbilla y lo miró a los ojos:

  • Somos tres amigos, Ortiz – le dijo con cariño -, vamos a hablar y ya verás cómo encontramos solución para todo ¿vale? ¡Dame un beso!

Ortiz lo miró asustado y miró a su alrededor. Se notaba que estaba pensando en toda aquella gente que pasaba por allí y en cómo iban a mirarlos si se besaban.

  • ¡No es necesario que le comas la boca, hombre! – le dije quitándole importancia - ¡Dale un besito y será el signo de que hacéis las paces ¿no?

No lo pensó un segundo. Se acercó a Fermín y lo besó en los labios y dejó ver una sonrisa.

  • ¿Veis? – comenté - ¡No pasa nada! ¿Os gustaría que nos sentásemos en "Los piratas" a charlar?

  • ¡No, no! – exclamó Fermín - ¡Me da vergüenza! ¡Las paredes oyen!

  • ¡Pues, hijo – le dije bromeando -, no conozco otro sitio para una reunión de este triunvirato que la cripta! Allí podemos hablar con claridad sin que nadie se entere de nada.

  • ¿La cripta? – se extrañó Ortiz - ¿Pensáis ir al cementerio a hablar?

Nos reímos y acaricié el cuello de los dos.

  • No, Ortiz – aclaré -, mi apartamento es como una cripta. Un semisótano donde nadie nos va a ver ni nadie va oír lo que hablemos. Eso sí… sinceridad ante todo. No vale tapujos. Antes me has dicho que había que poner las cartas sobre la mesa. Yo comenzaré, si hace falta, poniendo el as de bastos.

Se echaron a reír y nos abrazamos los tres. Sus rostros habían cambiado de expresión y hablábamos normalmente. Los empujé despacio para atravesar la calle y tomar el metro. Los dos me miraban sonriendo, cada uno a un lado y agarrados por la cintura.

Cuando entramos en mi piso, me miró Ortiz sonriendo:

  • Es sombrío, sí – dijo -, pero no me parece una cripta.

  • Sentémonos alrededor de la mesa – dije – y hagamos algo parecido a un cónclave.

  • Pues… - me miró Fermín dudoso -, me da la sensación de que vas a tener que empezar a hablar tú.

  • Yo empezaré – les dije -, no hay más que poner en claro lo que ha pasado y luego acordar lo que va a pasar ¿Estáis de acuerdo?

Los dos movieron la cabeza asintiendo pero sin hablar. Los miré sonriendo, los agarré a cada uno con una mano y me incliné a un lado a besar a Fermín y al otro a besar a Ortiz. Sonrieron.

  • ¡Bien! – quise abrir la sesión naturalmente -, vamos a tener que hablar bastante, supongo, y me da la sensación de que seré yo el que más tenga que hablar. A ver…Los tres somos gays, nadie lo duda, y a mí me gustan muchos tíos; es normal ¿no? Lo que pasa es que tener a Padilla de compañero era para mí un martirio. Lo que yo sabía de él es que tenía novia y pensaba casarse joven.

  • ¡Bah! – dijo Ortiz -, eso fue una voz que se corrió para que nadie pensase que era gay.

  • Lo sé ya, afortunadamente – miré a Ortiz -, pero tú le diste la clave. Lo has ayudado mucho porque lo veías mal. También sé que os habéis acostado juntos, pero un polvo…¿quién no lo ha echado con algún amigo? Sí pensamos, querido Ortiz, que pusiste la llamada como privada para que yo no supiese su número.

  • No es así – me aclaró -; pensé que quizá él no quería que supieses a la primera llamada quién era. No lo hice con segundas intenciones, pero puedo decirte que marqué tu número con el mayor dolor de mi corazón. Me gustabas tanto, que pensaba que te quería. Pero he visto llorar y darse cabezazos contra la pared a Fermín por ti. Lo he consolado muchas veces y no niego que cuando hemos follado lo hemos hecho para sentirnos los dos más tranquilos.

  • Yo quise que supieses mi número – intervino Fermín -; pensé que podrías llamarme, pero primero quería saber si estabas, por lo menos, un poco interesado.

  • ¡Aclarado ese tema! – dije -, y ya me imagino el por qué Ortiz siguió llamándome como si fuese Fermín. Te parecerá una metedura de pata, pero también es un signo de interés. Lo malo de eso es que tú no sabías que yo ya estaba con Fermín. Ahora me encuentro en una encrucijada y no sé por dónde tomar. No me refiero a quedarme con uno o con otro. Esto que voy a decir lo siento, pero es la pura verdad. Yo ya estaba enamorado de Padilla, mi compañero, pero pensaba que jamás lo iba a conseguir. Enterarme de que él estaba enamorado de mí

  • Yo eso lo entiendo muy bien – dijo Ortiz -, he aguantado a Fermín muchas noches llorando y casi histérico. No sabía que hacer para decirte algo tan simple. Así que le obligué a que hablase contigo por teléfono. El resto, ya lo sabemos.

  • Pues viene entonces ahora el dilema – apreté sus manos -, porque aunque amo a Fermín con toda mi alma, no puedo negar que me encanta Ortiz y lo quiero. Poneos en mi lugar

  • A mí no me importa, cariño – dijo Fermín -, yo no pienso cambiar tus ideas.

  • Yo creo que la pareja sois vosotros – dijo Ortiz -. Estoy enamorado de Gerardo, pero la vida es así ¿Qué voy a hacer?

  • Yo no voy a engañar ni a uno ni a otro – dije -, lo repito, me enamoré antes de Fermín, es verdad, pero no me gustaría hacer pasar a Ortiz un martirio. Propongo algo que os puede asustar, pero no se me ocurre otra cosa. Depende más de vosotros que de mí. Es sencillo. Dejemos claro que mi marido es Fermín, pero ¿por qué rechazar el amor que me da Ortiz?

Hubo miradas de confusión entre ellos.

  • A ninguno de los tres nos va a asustar acostarnos con otro – expliqué -: Fermín se ha acostado con Ortiz y conmigo, aunque una sola vez, pero

  • ¡No, no me importa lo que pienses, cariño! – me sonrió Fermín -; si quieres tener a Ortiz entre tus manos…¡No puedo decirte que no! Es íntimo amigo mío.

  • Ahora viene la decisión más difícil – los miré asustados - ¿Os importaría hacerlo los dos conmigo?

Se quedaron primero sorprendidos por mi decisión, pero los dos dijeron al unísono. «¡Pues claro que no!».

  • ¡Joder, Gerardo! – dijo Ortiz -, la primera vez que lo hagamos me va a costar trabajo.

Lo miré seriamente a los ojos y le sonreí:

  • Dime algo bueno que no cueste trabajo, chaval.

  • Entonces… - dijo Fermín intrigado - ¿a ninguno de los tres nos importa hacerlo juntos?

  • Me parece que no, bonito – besé a Fermín y luego a Ortiz -; hagamos una prueba. Dejemos la vergüenza ahí afuera. Desnudémonos ya.

  • ¿Vamos a hacerlo ahora? – se asustó Ortiz -.

  • ¡Pues claro! – le dije -, cuanto más lo pienses, peor.

Me levanté y empecé a desnudarme. Los dos me miraron un poco serios, pero se levantaron de la mesa y comenzaron a quitarse ropas. Tengo que confesar que como era la primera vez que veía a Ortiz desnudo, lo miraba disimuladamente, pero mi compañero de clase no iba a poder nunca dejar de ser mi amante; mi marido como decía Ortiz.

Nos quedamos en calzoncillos. Es verdad que Ortiz usaba boxers de colores llamativos. Me acerqué a ellos, los tomé por la cintura y nos fuimos a la cama. Las caricias comenzaron a aparecer por todos lados y las posturas cambiaban constantemente. Era natural que Ortiz me tocase más que Fermín, pero la diferencia era poca. Por mi parte, no escatimé beso ni caricia a Ortiz ni a Fermín. Cuando nos corrimos los tres, luchamos en broma y reímos como nunca. Cuando vi que ellos se besaban como me besaban a mí, me sentí muy tranquilo. Sin celos, sin preferencias, habíamos conseguido amarnos los tres.