Amor por teléfono - ¿Sigues ahí?

Continuación del relato por petición explícita de torke. Con vuestro permiso, a él se lo dedico.

Amor por teléfono - ¿Sigues ahí?

1 – Contacto

Estaba sentado en la mesa frente a Fermín y nos mirábamos a los ojos casi sin decir nada. Era la primera vez que miraba a sus ojos de otra forma; eran claros, del color de miel. Aunque en clase, donde lo conocía como Padilla era bastante tímido, me pareció más tímido aún. De vez en cuando, sin decir nada, me miraba fijamente a los ojos y sonreía. Después de hablar cuatro cosas sin importancia le agradecí que se hubiera atrevido al encuentro y le pedí que comenzásemos a hablarnos para conocernos mejor. Me miró sonriendo y vi aquel gesto que tantas veces había visto en clase. Cuando sonreía, sus ojos se cerraban un poco y asomaban sus dientes perfectos.

  • ¡Verás! – me dijo -, me alucinaba tenerte a mi lado en clase, pero quería tenerte a mi lado siempre y no podía dar ese paso. Me encargué de decirle a Romero que tenía novia y que pensaba casarme lo más pronto posible. Ya sabes cómo es ese tío; dile un secreto y ya lo sabrá toda la clase. Tenía pánico a que se supiese que yo era gay. Poco después, ya lo sabía Ortiz, que sí que es un amigo en el que sé que puedo confiar. Se acercó a mí extrañado de aquella noticia y me preguntó por qué había corrido aquella voz. Él sabía muy bien que eso era absolutamente falso.

  • Nadie ha notado nada raro en ti en clase – le contesté extrañado -; ni siquiera yo podía imaginarme que tus sentimientos eran esos. Pero no sabes cuánto me alegro de saberlo.

  • Es que tú nunca me has mirado insinuante – me dijo -; ni siquiera te he visto un gesto o una mirada fuera de lugar.

  • No, es cierto – le aclaré -, siempre que miro a alguien que me gusta lo hago con mucho disimulo. Siempre que te he mirado en clase o fuera, estabas pendiente de otras cosas y tenía que dejar de mirarte si no quería caer enfermo. Ya es una tortura amar a alguien, que te la coloquen al lado un montón de horas y que no puedas decirle nada. Era imposible que te hubieras dado cuenta de algo.

  • Ya – encogió los hombros -, pero tenerte a mi lado me estaba poniendo enfermo a mí también, se lo dije a Ortiz y, me vio tan mal un día, que me quitó el teléfono, marcó unos números y me dijo que hablase contigo cualquier cosa. No sabía que había puesto la llamada como privada. Tampoco sabía qué te iba a decir. Entonces bajé mi voz y la disimulé para que no la reconocieras. ¡Fíjate qué tontería! Pensé que si te decía que te quería en inglés, me daría menos corte.

  • En cierto modo – dije confuso -, tu voz me era conocida, pero es cierto que la disimulaste muy bien.

  • Estaba asustadísimo – abrió los ojos mucho -, no sabes cómo me temblaban las piernas

  • Me lo imagino – bajé la vista -, pero eso ya ha pasado ¿no?

  • Ufff, sí – sonrió -; me ha costado mucho trabajo, pero no me ha costado trabajo decidirme a venir a verte. Me di cuenta de que tenías interés por mí y de que lo estabas pasando mal. Ahora ya no tengo miedo. Me encanta mirarte a los ojos, tu sonrisa, tu ropa, tu cuerpo… Ya te he dicho que me parece que estoy totalmente enamorado de ti.

  • Pues tal vez no me creas – le dije -, pero en clase hay dos o tres que me gustan, pero a ti te tengo al lado. Te he mirado de arriba a abajo muchas veces y me he empalmado al segundo. No sé si lo recuerdas, pero te dije que había uno que me volvía loco… Eres tú.

Sonrió y me pareció tan contento que casi empezó a reír de los nervios.

  • Sé que no eres de aquí y tienes un apartamento – me dijo -; me lo han dicho. Yo vivo con mis padres.

  • No sé lo que piensas, Fermín – pensé mucho lo que iba a decir -, pero aquí en el bar, mirándonos uno al otro tontamente, no hacemos nada.

  • Lo sé – acercó su mano a la mía sin tocarla -, pero no me pidas que yo tome ninguna iniciativa; me corto.

  • Seguro – respondí al instante -; lo sé porque a mí me pasa lo mismo, pero si queremos que la gente nos deje en paz… creo que no hay más que un sitio donde podemos estar sólo tú y yo.

En ese momento sonó el teléfono y, había tal ruido en el bar, que le pedí perdón a Fermín y corrí para salir a la calle. Al llegar, miré el número ¡Imposible! ¡No podía ser! ¡Era el número de Fermín! Miré hacia adentro del bar y le vi allí sentado con cara de felicidad mirando a todos lados ¿Quién llamaba?

Descolgué el teléfono con pánico.

  • ¿Sí?

  • Hola, Gerardo – oí -, soy Fermín.

  • ¡Ah, vale! – dije -, espera un segundo.

Miré otra vez al bar y vi a Fermín jugando con una servilleta de papel. Sus dos preciosas manos estaban sobre la mesa y miraba sonriente a los lados. Tragué saliva para tranquilizarme y serené mi tono de voz.

  • Dime, Fermín – contesté - ¿Cómo va la cosa?

  • ¡Bueno! – dijo la misma voz de siempre -, sigo pensando un poco… ya sabes.

  • ¡Sí, claro! – le dije -, esperaré el tiempo que necesites.

  • Por eso te llamaba – dijo apurado -, vete del bar porque no voy a poder ir. No quiero dejarte esperándome. Te avisaré hoy mismo para quedar otro día. ¡Perdóname!

  • ¡Bueno! Mañana empiezan otra vez las clases – volví a mirar a Fermín -, no quiero que te preocupes; ni siquiera por las listas. No voy a buscar tu nombre para saber quién eres. Te lo prometo.

  • ¡Gracias! – se alegró -, pensaba pedírtelo.

  • ¡No te preocupes! – no sabía con quién hablaba -, voy a esperar a que tú te decidas. Me comportaré como siempre.

  • Gracias, Gerardo – lo noté contento -; pronto nos conoceremos, te lo prometo.

Colgó cuando iba a decirle si iba a tener que esperar mucho tiempo, pero que no me importaba. Entonces… ¿con quién estaba yo hablando en la mesa? Era mi compañero Padilla, pero no sabía si se llamaba Fermín y, por los cotilleos, sabía que tenía novia y pensaba casarse, pero algo me decía que su timidez indicaba algo muy diferente. Me miraba como mira un chico enamorado. Tuve que pensar con rapidez. Allí adentro, tenía muy de cerca al chico que más me gustaba de la clase y sabía que necesitaba tanto como yo un contacto más íntimo; acercarnos y conocernos. Me propuse olvidar la llamada y seguir por dónde iba, pero ¿con quién había estado hablando en la mesa?

2 – Incertidumbre

Entré en el bar. Se estaba llenando demasiado. Fermín me siguió con la vista clavada en mí desde que me vio y noté su alegría cuando vio que me sentaba otra vez frente a él. Necesitaba acariciar sus cortos cabellos castaños, quería acariciar su cuello y su rostro, rozar sus labios, tenerlo entre mis brazos y, a ser posible, conocer todo aquello de su cuerpo que nunca había visto; ni siquiera cuando hacíamos deporte. No pude evitarlo y agarré sus manos, pero las retiré quitándole la servilleta. Sonrió porque sabía que no había hecho aquello para quitarle nada, sino para darle algo.

  • No esperemos más aquí – dijo -, empieza a agobiarme tanto ruido. Busquemos esa soledad y esa paz que nos espera en algún sitio ¿Quieres?

  • Te lo he dicho con un gesto – contesté -; creo que me has entendido. Voy a pagar el café y nos vamos.

Me levanté a buscar a un camarero entre una masa de gente que hablaba muy fuerte. Estuve intentando que me cobrasen lo antes posible y pensé, incluso, en pagar otro día, pero me atendieron en ese momento. Cuando pagué, salí de entre los grupos de estudiantes vociferantes y...¡Oh, no! ¡Fermín no estaba en la mesa!

Se me encogieron las tripas y corrí a la calle a buscarlo. Miré hacia arriba y hacia abajo de la calle. Lo busqué entre la gente que formaba la cola de un autobús. Me parecía ver su chaquetón de color verdoso en cada cuerpo que me rodeaba. Volví al bar cuando noté que iba a romper en llantos y entré bajando mi mirada para acercarme a un sitio escondido; los servicios, quizá. Pero cuando fui a abrir la puerta, se abrió sola. Lo encontré frente a mí sonriente y su sonrisa fue desapareciendo al ver mi gesto. Me tomó de la mano y tiró de mí hasta el servicio de caballeros.

  • ¡Me da igual lo que piensen! – me acarició las mejillas - ¡Dime qué te pasa, por favor!

Por primera vez, nuestros labios se unieron en un beso largo mientras que yo no podía dejar de llorar.

  • ¡Amor mío! – me secó las lágrimas - ¿No irás a dejarme ahora, verdad?

  • ¡No, no! – le aseguré mirándole e intentando sonreír - ¡No pienses eso! Soy un tonto gilipollas. Cuando no te he visto sentado a la mesa, te he buscado por todos lados. Pensé que todo esto no era más que una broma de mal gusto.

  • ¡Lo siento! – me abrazó fuertemente -, sólo pensé que mientras pagabas tenía que mear; no podía aguantar más. Pero esto me demuestra que es cierto que sientes algo por mí, porque yo me he sentido muchas veces así.

Sonreí y le dije que aquel no era el lugar más apropiado para un primer beso. No echamos a reír y salimos de allí. Sin embargo, no había olvidado la llamada que había recibido. Fuimos muy juntos dando un paseo hasta el metro y comencé a averiguar qué pasaba.

  • Fermín, cariño – le dije - ¿Traes el teléfono?

  • ¡No! – contestó parándose y mirándome extrañado - ¿A qué viene esa pregunta? Estoy por fin contigo… ¿para qué lo quiero? Noto que te pasa algo.

  • No tiene importancia – quise desviar el tema -, estoy nervioso.

  • ¡Cálmate, mi vida! – me acarició el hombro. Pronto estaremos juntos por primera vez y espero que lo estemos para siempre.

Estaba muy preocupado. Alguien quería gastarme una broma o todo aquello no era más que un teatro.

  • ¡Fermín, tesoro! Te quiero más de lo que yo pensaba – no me importó que la gente me viera besarlo en plena calle -, pero me ha ocurrido algo que no entiendo. No me importa tu nombre, ni tu apellido; me importas tú; sólo tú. Pero… ¡Joder, no quiero que pienses que desconfío de ti!

  • ¿Qué te pasa? – lo vi apurado - ¿A qué viene esa angustia cuando ya me tienes?

  • ¡Verás! – le dije mirando a todos lados -, no quiero que me tomes por un desconfiado, pero… ¿Tienes alguna forma de confirmarme que tu verdadero nombre es Fermín?

  • ¿Cómo? – se extrañó -; claro que lo tengo, pero ¿por qué quieres que te lo demuestre?

Sacó su cartera del bolsillo trasero de su pantalón, la abrió y me entregó su documentación algo enfadado.

  • ¡Toma, anda! – dijo -, ahí tienes todos mis datos.

No quise mirarlo, pero mi mirada pasó velozmente por el documento. No tuve tiempo nada más que de ver parte de su nombre, pero era, sin duda alguna, Fermín Padilla… y algo más.

  • Te pareceré un desconfiado – le dije -; necesito besarte y tenerte entre mis brazos y acariciarte y pellizcarte hasta darme cuenta de que no estoy soñando.

  • ¡No, mi vida, no! – me miró sonriendo -, no estás soñando; sientes lo mismo que yo. Noto inseguridad; inseguridad en no saber corresponderte y darte todo, todo lo que tengo; lo que siempre he deseado. Olvidemos esto.

3 – Dos en uno

Hicimos el viaje mirándonos y sonriéndonos. Me agarré a la barra vertical del vagón y allí se agarró él pegando su mano a la mía y moviendo sus dedos con disimulo para acariciar mi mano. Le hice un gesto para que mirase hacia abajo. Estaba empalmado, de tal manera, que me lastimaban los calzoncillos. Me sonrió entornando sus ojos y me agarré a la barra sobre su mano. Fuimos todo el tiempo uno frente al otro; en silencio, sonriéndonos. Hacíamos el amor con nuestras miradas y el roce de nuestras manos delante de toda aquella gente ajena a lo que nos estaba pasando.

Al salir del metro, recorrimos el camino a casa un poco más aprisa. Las calles estaban más solitarias y me cogió de la mano. Lo miré feliz y la apreté con la respiración acelerada. Finalmente, entramos en mi casa, bajamos los escalones de la entrada y abría la puerta.

  • Pasa, cariño – le dije señalando con mi mano -, esta es tu casa; nuestra casa.

Entró en silencio y comprendió que no era un piso muy soleado y que estar allí solo mucho tiempo me tendría que sacar de mis casillas.

Nos quitamos los chaquetones y, por fin, nos abrazamos y nos besamos al cerrar la puerta.

  • ¡Vamos! – susurró -, quitémonos tanto disimulo y tanta máscara. Desnudémonos. Necesito pegar mi cuerpo al tuyo.

  • Sí – musité - ¡Cuánto antes! ¡Vamos!

Cada uno se quitó su ropa, pero mirando siempre cómo se iba dejando ver la piel que, sin haberla visto antes, nos parecía intuir. Cuando estábamos en calzoncillos, lo agarré de la mano y lo acerqué a la cama. Nos sentamos en ella y un abrazo salpicado de besos nos dejó caer sobre las sábanas y entrelazamos nuestras piernas.

  • ¡Por fin! – dijo -; creí que jamás iba a llegar este momento.

  • Este momento – le dije yo -, no es más que el comienzo. Ya nos hemos entregado. Ahora, cumplamos nuestra rendición con amor, devoción y entrega.

  • ¡Joder! – rió suavemente - ¿Quién me iba a decir a mí que al final todo iba a ser tan fácil?

  • Ahora empieza lo difícil, Fermín – nos acariciábamos los rostros frente a frente -; tenemos que mantener esto mucho tiempo. Espero tenerte a mi lado toda la vida.

  • Sí, sí, yo también – me besó -, pero no como en clase.

Comenzó entonces un baile erótico y acompasado: sin prisas, sin pensar en que existen máquinas a las que llamamos relojes. Llegó el momento en que nuestros cuerpos comenzaban a convertirse en uno y se incorporó Fermín hasta acariciar mis calzoncillos y todo lo que había debajo. Yo llevaba unos slips de color amarillo fuerte, los tomó por el elástico y tiró de ellos con suavidad hasta sacarlos de mis pies. Los arrojó al suelo y me miró embobado:

  • ¡No me imaginaba tu polla tan preciosa!

Me acarició un poco y me incorporé yo a quitarle los suyos. Eran de color azul. Tiré también de ellos con cuidado y me quedé mudo al ver una polla tan perfecta rodeada de un bosque de vello castaño y unos huevos bastante grandes. Saqué sus calzoncillos como él lo hizo y los arrojé al suelo. Con ansiedad, volvimos a acercar nuestros cuerpos uniéndonos en un suave quejido y en un suspiro que no fue más que el comienzo de nuestras respiraciones aceleradas. Le puse mi mano sobre su pecho.

  • Tu corazón vibra.

Seguimos sin prisas aquel baile, que ya se había convertido en sexual y besé su cuerpo desde el pelo más alto de su cabeza hasta la punta de sus pies. Respiró aceleradamente cuando mis labios pasaron sobre su polla y sus huevos besándolos y se relajó cuando besé sus pies; dedo por dedo.

  • ¡Sí, Fermín! – le dije al oído - ¡Te quiero! ¡Te amo!

  • No pienses que repito lo que me has dicho, amor – dijo él -, pero no sé otras palabras: ¡Te quiero! ¡Te adoraría como a mi dios! Lo haré.

En ese momento, sonó mi teléfono, que estaba en el bolsillo del chaquetón.

  • ¡Déjalo! – le dije -; ahora lo apagaré.

Sin embargo, se cortaba la llamada y volvía a sonar.

  • ¡Joder, coño! – dije levantándome -; es que no lo dejan a uno ni follar en la intimidad ¡Odio los teléfonos!

Cuando tomé el teléfono en mis manos, vi que era el número de Fermín ¡Santo Dios! ¿Cómo iba a hablar allí con un "Fermín desconocido" teniendo al real en mis brazos?

  • ¿Sí?

  • Hola, Gerardo – oí -, soy Fermín.

Me quedé mudo y fingí una leve sonrisa sin decir nada.

  • ¿Gerardo? – insistió -, soy Fermín ¿Sigues ahí?

  • ¡Ah, sí! Perdona – contesté -; te pido, por favor que me llames dentro de… ¿dos horas?

  • ¿Qué te pasa? – me dijo angustiado - ¿Es que no quieres hablar conmigo? ¡Por favor!

  • Sí, sí – miré a mi amor desnudo -, es que ahora mismo estoy reunido. Perdona. Llámame luego. Adiós.

Colgué el teléfono y lo apagué volviéndolo a guardar en el chaquetón. Pero Fermín había notado mi nerviosismo.

  • ¿Quién era? – preguntó -.

  • ¡Joder! – intenté zafarme - ¡Vaya un momento para pedirme apuntes!

  • Sí, muy malo – miró a otro lado -, pero ¿quién era?

  • ¿No estarás celoso, verdad? – me eché en la cama - ¡Me jode que la gente me interrumpa en momentos importantes; y más como este.

  • No soy celoso, amor mío – volvió a abrazarme sonriente -, sé que estabas muy solo y también sé que, de momento, sólo me tienes a mí.

  • Te equivocas en algo, mi vida – apreté su cabeza contra mi pecho -; no necesito a nadie más si ya te tengo a ti. Soy yo el que te pido que no me dejes.

Seguimos nuestro juego de amor, pero noté que Fermín ya no estaba tan tranquilo. Tomé una decisión drástica. Me separé de Fermín, con todo el dolor de mi alma, y me levanté a coger el teléfono. Fermín me miró asustado.

  • ¿Qué haces, cariño? – preguntó asustado - ¿Por qué vas a llamar ahora?

  • Te equivocas, Fermín – le dije ya echado a su lado -, te quiero tanto que no voy a dejar que pases un mal rato creyendo lo que no existe.

Encendí el teléfono, esperé ese tiempo corto que tarda en funcionar y busqué las últimas llamadas.

  • ¡Mira esto! – le entregué el teléfono - ¡Es tu número! Mira bien el día y la hora de las dos últimas llamadas recibidas ¿Cómo me has llamado si estabas conmigo?

  • ¡Joder! – exclamó - ¡Mi teléfono lo tiene Ortiz! ¿Cómo no has notado nada?

  • ¿Nada de qué, Fermín? – le dije -. ¡La voz es la misma y dice que es Fermín! ¡Usa las mismas frases, las mismas expresiones! Tú eres el que tiene que saber qué coño está pasando.

  • Te juro que no entiendo esto – se asustó - ¿Por qué iba Ortiz a hacerse pasar por mí?

  • ¡Verás! – le dije mirándole con mimo -; cuando estabas conmigo en el bar, me llamó y dijo que me fuese de allí, que no podría ir a verme. Pero tú ya estabas frente a mí ¿Comprendes? Ahora ha llamado intentando hacerme creer que no quiero nada con él… o contigo ¡No lo entiendo!

  • Espera, espera, Gerardo – me dijo pensativo -; él fue el que marcó tu número y puso la llamada como privada. Quizá no quería que supieses mi número. Pero ante tu reacción, volví a llamarte dejándote ver mi teléfono. Yo no hubiese querido ocultarlo; te quiero. Me encantó que me llamases interesado por mí. ¡Explícame! ¿Cómo te iba yo a decir que no me esperases en el bar si ya estaba allí contigo? ¿Cómo te voy a llamar si te tengo en mis brazos?

  • ¡Joder! – le miré incrédulo -; no sé si piensas lo mismo que yo.

  • Me parece que sí, amor mío – dijo -; mi mejor amigo, Ortiz, no sabía que yo ya estaba en el bar. Hay una forma de saberlo, creo.

  • ¡Mira! – levanté un poco la voz -. Me da lástima de quitarme de encima a ese Fermín que me llama ahora ¿Sabes por qué? Porque yo te quiero a ti; a ti; te llames Pepito o Segismundo. Pero no me gusta que me engañen. No dudo de ti… pero ¿qué hago?

  • No despreciarlo – me miró muy serio -; no me gustaría que me hiciesen eso a mí; pero no quiero perderte. Es Ortiz; podría jurarlo. No lo desprecies; no me gustaría que si está enamorado de ti lo pasase muy mal, pero se ha equivocado de método; no soy tan tímido ni tonto. Piensa en algo que lo descubra, que lo haga sentirse culpable de esto que me está haciendo, pero no quiero que lo hagas sufrir.

  • ¡Eso es imposible! – me sentí muy mal -; si lo hago descubrirse como culpable de este juego, va a sufrir. Eso no puedo remediarlo.

  • ¡Por supuesto! – me miró fijamente -, pero está jugando con mis sentimientos; está intentando hacerse pasar por un Fermín atormentado para darte lástima y que no vengas a mí, sino que vayas a él.

Pensamos los dos en una solución, pero apagué el teléfono y pasamos los momentos más bellos que podíamos imaginar en nuestras vidas. Después de una unión tan perfecta como aquella, de un amor demostrado al milímetro y de un pequeño descanso. Me puse a acariciar el miembro de Fermín con delicadeza y con todo mi amor. Y algo se le pasó por la cabeza.

  • ¡Oye, Gerardo! – se incorporó a mirarme -; Ortiz es mi mejor amigo y, según veo, ha querido engañarme para conseguirte. Me hubiera hecho mucho daño; lo sabes. Pienso que la única forma de que lo comprenda es que yo mismo le hable.

  • Pero… ¿qué le vas a decir?

  • Si llamo desde tu teléfono – dijo -, pensará que eres tú. Entonces, yo sé lo tengo que decirle. Pondré el altavoz para que lo oigas, pero, por favor, permanece en silencio.

Sabía que aquello era muy difícil, pero, quiero ser sincero, yo amaba con toda mi alma a Fermín y alguien estaba intentando separarme de él, así que le dije a mi amor, a lo que yo más quería en esos momentos, que hiciera lo más conveniente.

Me hizo levantarme otra vez y encender el móvil. Esperamos unos momentos y llamó a su propio teléfono para hacerse pasar por mí.

  • ¿Fermín? – preguntó con voz susurrante -, perdona mi falta de atención contigo.

  • No importa, Gerardo – le contestó -; comprendo que no siempre se puede hablar claramente.

  • Eso, eso – le dijo - ¿Tú puedes ahora hablar claramente?

  • Sí, de verdad – le contestó el otro - ¿Por qué lo dices?

  • ¡Verás!... – se quedó pensativo -; puede que te extrañe mi pregunta pero… Tengo una fantasía… y me gustaría saber de qué color tienes tus slips.

  • ¿Qué dices? – le respondió el otro asustado -; no me importa decírtelo, pero me da corte. Ya me conoces algo.

  • Sí, claro; te voy conociendo – dijo Fermín -; no me gustaría preguntarte esto, pero me tienes muy deprimido y…ya sabes

  • Sí, sí, te entiendo – respondió -; me da vergüenza decírtelo, pero no quiero que pienses que soy demasiado tímido.

  • Entonces… - pensó un poco - ¿No te importaría?

  • ¡No! – respondió el falso Fermín -; sólo uso boxers de colores llamativos. No me gustan los slips nada. Me molestan.

  • ¡Jo, qué lástima! – dijo Fermín con cierta sorna -; yo sólo uso slips de color azul.

  • ¿Cómo? – reaccionó el suplantador - ¿Quién eres? ¡No eres Gerardo!

  • No, Ortiz, no soy Gerardo – cambió la voz -, te has acostado varias veces conmigo y sabes que sólo uso slips azules.

  • ¡Fermín!