¿Amor para olvidar?

Me encuentro completamente aturdida. No podía ser el poder sentirme tan feliz y a la vez sentir una angustia que me hacía temblar todo el cuerpo y qué decir de mi cabeza, estaba a punto de estallar.

Me encuentro completamente aturdida. No podía ser el poder sentirme tan feliz y a la vez sentir una angustia que me hacía temblar todo el cuerpo y qué decir de mi cabeza, estaba a punto de estallar. Y es que no era para menos. Me encontraba ante un gran dilema y no sabía como resolverlo. Mi corazón tenía claro que debería hacer, pero mi mente no lo llegaba a admitir.

Antes de volver a ese momento en el que mi mente parecía explotar, conviene hacer un repaso de las vivencias que he tenido en estos últimos años. Tomemos como punto de partida ese fatal accidente que se llevó de este mundo al ser que más quería. A partir de aquí, mi vida no tenía sentido. Todo me daba igual y todo carecía de interés. Y en esta falta de interés entraba, desde luego, el abrirme e intimar con personas del género masculino. ¿Quién me iba a decir que me iba a encontrar en esta disparatada situación? Ni en sueños lo hubiera imaginado. Lo cierto es que hasta hace muy poco mi acercamiento o interés hacia los hombres ha sido nulo.

En primer lugar voy a presentarme: mi nombre esMercedes aunque todo el mundo me llama Merche. He cumplido, no hace mucho, treinta años y como podéis imaginar mi estado civil es el de ser viuda. Ya va para casi tres años que mi marido tuvo ese terrible accidente de automóvil en el que pedió la vida.

Cuando se produjo el fatal desenlace, llevaba un año felizmente casada y mi marido era todo para mí. Era un buen hombre que me quería y yo le correspondía. Formábamos una pareja muy unida y nos entendíamos muy bien en todos los terrenos. Por si alguno lo piensa, también en ese nos compenetrábamos divinamente.

Hasta aquí, nada sorprendente que se salga de lo común o de haber sido vivido por muchísimas personas. Por añadir algo, decir que la muerte de mi marido me causó una terrible depresión con varios meses de inestabilidad emocional. No podía soportar mi situación y tampoco me ayudaba el vivir en el domicilio conyugal. Éste se me venía encima.

Mi hermana por parte de padre, bastante mayor que yo, más que proponerme, me obligó a ir a vivir juntamente con nuestro padre, que también era viudo. Residía en un piso pequeño, pero que muy bien nos podía servir a los dos y además, estaba muy cerca del piso que residía ella, por si la necesitábamos. Y es que desde la muerte de mi madre, la segunda mujer de nuestro padre, he sido como una hija para esta hermana.

Mi madre murió, a causa de un cáncer maligno, cuando tenía cuatro años y recayó en mi hermana el tener que cuidarme, mientras nuestro padre cumplía con sus deberes laborales. Y bien que lo hizo hasta que contrajo matrimonio y se fue a vivir al piso de su marido. Tampoco me desatendió estando casada. Siempre que podía, venía a verme y aparte de de preguntarme como iba con todas las cosas, me hacía acompañarla para hacer alguna compra o dar un paseo.

Tras la muerte de mi esposo,  todavía se volcó más a mí si cabe,  y en verdad me vino bien el cambio propuesto por mi hermana. Animada, tanto por ella como por nuestro padre, fui normalizándome y conseguí salir de la terrible depresión que nadie sabe, si no la ha sufrido, que se siente.

Me incorporé al trabajo y de vez en cuando salía a pasear con alguna de las pocas amigas que me quedaban. Mi vida social, aparte de mi familia, era más bien escasa. Si que algunos compañeros de trabajo pretendían que saliese con ellos, pero no estaba para esos menesteres. No sé si llega a ser del todo verdad, pero por lo que veía, puedo decir que se acercaba y mucho a esto que sigue: hay algo en los hombres que se les enciende más de la cuenta, cuando creen tener a su alcance una joven viuda desamparada y si ésta es físicamente atractiva, más todavía.

No es que quiera dármelas de ser una gran belleza, pero modestia aparte, no creo estar nada mal o por lo menos eso me dicen las personas más allegadas y también, por lo que deduzco, al apreciar las caras babosas que al verme, se les queda a algunos mirones.

Lejos de pretender tener relaciones con nadie, mi vida se centró en el trabajo y para explayarme un poco, me apunté en un gimnasio en el que un sobrino mío ejercía de preparador físico o monitor.

Daniel, que es así como se llama el hijo de mi hermana, tiene veintiséis años y es un joven muy apuesto. Por lo que veía en el gimnasio, se llevaba a las chicas de calle o por lo menos, veía el enorme interés que causaba entre ellas.

No me apunté al gimnasio por iniciativa propia, sino porque mi hermana, como siempre hacía ante mis indecisiones, más que recomendarme me presionó a que asistiera, comentando que me iría bien hacer ejercicio. Lo cierto es que fue verdad. Además de encontrarme mejor físicamente, me despejaba bastante la mente.

Hasta aquí no había nada de particular que se saliese de lo habitual. El trabajo me iba bien, seguía saliendo con algunas amigas y el gimnasio me servía bastante como entretenimiento.

¿Qué es lo que ha sucedido para encontrarme ahora en este dilema tan enorme?

Quizás deba recordar mis comienzos en el gimnasio. Me lo pasaba bien y alternaba los ejercicios que realizaba en la sala de  maquinas, con diversas clases de gimnasia. Por cierto, estas las impartía mi sobrino.

Hasta aquí todo bien. Mi sobrino, aparte de ser un chico atractivo, era un buen monitor. Me hacían muchísima gracia los comentarios de las chicas sobre él en el vestuario. Todas o casi todas, estaban prendadas de su cuerpo y eso me enorgullecía. Desde luego el chico lo valía.

Solo había una cosa que me incomodaba, y es que en las clases mi sobrino se acercaba a todas las mujeres para corregir alguna postura, pero a mí nunca lo hacía. Y no es que yo lo hiciera todo bien, más bien en algunos ejercicios era algo patosa, pero  parecía que para mi sobrino yo no existiese.

Me  desconcertó completamente su comportamiento en una de las clases de step. Nos hizo poner dos plataformas y en uno de los movimientos tropecé y me caí de bruces. No se como lo hizo, porque parecía estar pendiente del resto de las participantes y no de mí, pero de inmediato lo tuve a mi lado para saber que me había pasado.

Al no poder levantarme por sentir dolor en el tobillo, me cogió en brazos y se dirigió a la enfermería. No se que pasó por mi mente, pero verme llevada como si fuera una pluma y sentir cerca de mí su cuerpo sudoroso, me produjo una sensación que no alcanzaba a entender. Me tendió en la camilla y solicitó que me atendieran lo antes posible. Se acabó la clase para mí y para él. Verdaderamente me sentía segura y arropada en su compañía. No se separó de mí ni un momento.

Fue simplemente un esguince sin mayores consecuencias, pero desde ese tropiezo algo me sucedía que no me explicaba. Mis ojos iban dejando de ver en el monitor a mi sobrino, y veían solamente a un hombre estupendo que se llamaba Daniel.

Los comentarios de las chicas en el vestuario sobre Daniel ya no me hacían tanta gracia. Me daba la sensación de que me querían arrebatar algo que me pertenecía.

Así seguí un tiempo. Mi mente no dejaba de pensar en Daniel y aunque a él lo veía quizás más atento conmigo que de costumbre, no veía que estuviese tan interesado por mí, como inexplicablemente, parecía estarlo yo por él.

No podía ser, ¿qué me pasaba? Era el hijo de mi hermana y debería ser el último hombre en quien poner mis ojos, pero por lo visto, aunque no quieras, hay ciertas cosas que no consigues dominar ni controlar.

No lo llevaba nada bien. Una parte de mí quería dejar de ir al gimnasio para no verle, pero otra parte con mayor fuerza, se negaba en redondo dejar de contemplarlo y ver su sonrisa, cuando cruzaba conmigo algunas palabras.

En esas estaba, dándole y dándole vueltas a la cabeza casi volviéndome loca, porque no entendía como la figura de Daniel se me había metido tan adentro, hasta que llegó el día del cumpleaños de mi hermana.

Cumplía cuarenta y ocho años y lo iba a celebrar, según me dijo, con una sorprendente merienda-cena. Allí nos fuimos mi padre y yo a festejarlo a su casa. Era un día invernal de esos heladores que es preferible no salir de casa, pero era el cumpleaños de mi hermana y por nada del mundo iba a defraudarla.

Fue una bonita y animada fiesta en la que nos encontrábamos toda la familia, y como no, también estaba Daniel. La protagonista era mi hermana e intenté pasar lo mas desapercibida posible y no se me notase el rubor que me producía la presencia de Daniel. Más o menos así sucedió. Algunas miradas le hice de forma comedida, pero al ver que él se daba cuenta, dejé de prestarle atención, sobre todo, para que evitar sonrojarme.

La reunión se prolongó más de la cuenta y la noche se echó encima. Casi estaba a punto de decirle a mi padre que era hora de irnos, cuando mi hermana se adelantó para decir:

-Nuestro padre no puede irse a vuestra casa ahora con el frío que hace y menos encontrándose algo enfriado, así que será mejor que se quede a dormir aquí.

-¿Pero dónde? –le pregunté ya que el piso carecía de habitaciones libres.

-En la habitación de Daniel y que él te acompañe a vuestra casa y duerma en la habitación de padre.

¿Qué decía mi hermana? ¿Ser acompañada por Daniel y encima dormir solos bajo el mismo techo? No podía ser, no lo podría soportar.

-Anda, déjalo, ya le abrigaré bien y llevo a padre a casa.

-Que no, que padre no va a salir de aquí, faltaría más.

-Pero a Daniel no le gustará.

-¿Cómo no le va a gustar? ¡Daniel! –exclamó llamando a su hijo.

Daniel se había marchado a su habitación, pero no tardó en presentarse junto a nosotras hermoso y radiante como un atardecer. Su cara brillaba y no sabía si era fruto de mi imaginación o a consecuencia del alcohol que habíamos tomado, aunque sin llegar a pasarnos, algo digerimos.

No fue una sugerencia de mi hermana a su hijo, ni plantearle si le parecía bien, más bien fue una imposición al decirle:

-El abuelo se queda en casa, que no es bueno que salga a la calle con este frío tal como está, así que vas a acompañar a la tía a su piso y duermes allí.

Daniel no movió un músculo, ni articuló una sola palabra. Su madre fue la que dejó zanjado el asunto diciendo:

-Venga, no te quedes aquí como un pasmarote y trae el abrigo de tu tía y marMerches antes de que haga más frío.

La verdad era que en la calle hacía un frío del demonio. Nada más salir de su piso dije a Daniel:

-Siento que te hayamos sacado de tu habitación y discúlpame, por el hecho de que  tengas que acompañarme a estas horas y con este frío.

-No tienes por qué disculparte. Te acompaño con muchísimo gusto. Y agárrate a mí y así sentirás un poco menos el frío

Me entró un sofoco al invitarme agarrarle a su brazo, pero le hice caso e incluso para paliar el frío, me hizo apretarme más él. Así llegamos a mi piso. Era una distancia corta entre ambos pisos, pero no sabría decir si se me hizo el trayecto largo o corto.

No había quitado la calefacción y dentro del piso hacía buena temperatura. Entré en él temblando y aunque en parte era por el frío callejero, más había que atribuírselo a ese estado de nerviosismo que tenía metido en mi cuerpo. No sabía muy bien por qué llegaba a estremecerme, o sí lo sabía. Por si Daniel se había dado cuenta de mi agitación, quise achacársela toda al frío.

-¡Qué frió más espantoso hacía en la calle! –exclamé y seguí diciendo-. Tengo los pies completamente helados.

Una vez nos despojamos de los abrigos, Daniel me tomó de la mano y acercándome a una silla me  dijo:

-Ven siéntate y déjame aliviarte del frío.

Me quedé perpleja a lo que siguió, Me vi sentada y él de rodillas ante mí. ¿Qué se proponía? Enseguida lo supe. Me descalzó y puso sus manos sobre mis pies masajeándolos. Aunque llevaba puestas unas medias, estas no impedían el llegar a sentir un goce especial. Cerré mis ojos y me dejé hacer. No solo sus manos se centraron en mis pies, también se desplazaban a lo largo de mis piernas acariciándolas suavemente. Era cómo estar en un dulce sueño. Tuve que despertar al oírle:

-¿Como te encuentras ahora?

¿Qué como me encontraba? En una nube le hubiera dicho, pero mi insólita reacción fue acercarme a él, poner mis dos manos en su cara y darle un beso en la frente.

-Gracias Daniel, eres un cielo –le dije mirándole a los ojos.

Él no separó su mirada de la mía. Mi corazón comenzó a latir desmesuradamente cuando vi que su cara se iba acercando más y más a la mía. Se detuvo, nuestros rostros se encontraban a pocos centímetros el uno del otro. Su mirada seguía clavada en mí y yo me encontraba como hipnotizada. No tardaron sus labios en posarse a los míos.

¿Qué hacer en ese momento? No salía de mi asombro, era algo que me produjo una sensación de bienestar y placer como hacía mucho tiempo no la había experimentado. No me dio tiempo a reaccionar porque Daniel se separó de mí diciendo:

-Perdona Merche ha sido un impulso.

No sabía que decirle, porque el corazón me iba a estallar, pero algo innato tenemos las mujeres para salir de ciertos apuros y le contesté:

-¿Y a qué se debe ese impulso? Si se puede saber.

-Lo siento, ya se que no  debería haberlo hecho –me contestó disculpándose.

Pero al igual que salimos de ciertos apuros también decimos cosas que después nos podemos arrepentir.

-No, si no me ha parecido mal, pero te pregunto que te ha impulsado el besarme en los labios.

-Olvídalo –dijo-. Eres mi tía y no tenía por qué haberme permitido estas libertades.

No podía quedarse la cosa ahí. Realmente era su tía y debería respetar esa condición, pero lo que sentía por él era demasiado fuerte. No sé lo que era; ¿pasión?, ¿deseo?, ¿lujuria?, ¿amor?... El caso que nunca había sentido esas sensaciones por un hombre, ni siquiera con mi marido y mira que lo llegué a querer.

-Ya sé que soy tu tía. No tienes que recordármelo, pero sigues sin darme la respuesta.

Aunque quería aparentar dominar la situación con mis palabras, por dentro estaba echa un flan; por una parte deseaba volver a sentir esos labios en los míos y por otra acabar con este trance. Mejor era olvidar este sin sentido. Pero faltaba por oír esa respuesta que reclamaba y la tuve, vaya si la tuve.

-No debería decírtelo, pero ya que insistes, aquí va. Aunque te pido que después no me recrimines ni me reproches el atreverme a confesártelo siendo mi tía… Me gustas un motón, y siento que te quiero. Eres la mujer con la que sueño y que siempre he añorado.

¡Hala…! Lo que faltaba. Si antes estaba que no podía contenerme, en esos momentos si me pinchan no me sacan ni una gota de sangre. No sé que me paso, pero mi impulso, por si sirve de excusa, podía achacárselo al alcohol que digerí durante la cena, pero creo que no sirve. Lo cierto es que no pude más. Adiós a todos los tabúes parentescos; adiós a mis recelos; adiós a todo…Algo tremendamente fuerte se apoderó de mí para dar el siguiente paso y este fue acercarme a Daniel para que sus labios se fundieran de nuevo en los míos. ¿Era consciente de lo que hacía?, realmente no. Estaba fuera de control.

Beso pasional como ese, no había tenido nunca. Sus imponentes brazos me enlazaban y me parecía que nuestros cuerpos se iban a fusionar en uno solo.

No se cuanto tiempo estuvimos unidos en ese abrazo y ni sabría recordar sus dulces palabras susurradas a mis oídos. Estaba como hechizada. Tanto, que casi no me di cuenta cuando me cogió en brazos, como quien coge a un niño, llevándome a mi habitación. No era la primera vez que estaba en este piso y sabía donde estaba cada una de las dependencias

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¿Qué intentaba? Esto era ir demasiado lejos, pero me sorprendía mi conducta al no oponerme a ser posada sobre la cama. ¿Iba a aceptar a que siguiera? Desde luego, hasta ese momento, no había puesto ningún impedimento para frenar cualesquiera fueran sus intenciones. Aunque verme tendida en la cama eran claras. Tampoco era tan ingenua.

Lo que si me fascinó fue la delicadeza de sus movimientos comenzando sentándose junto a mí en el borde de la cama. Continuó acercando sus manos a las mías y estrecharlas con suavidad al mismo tiempo que su mirada se poso en la mía. Era como si pidiera mi consentimiento en seguir. No se que me pasaba, pero lo tenía. Ejercía en mí tal atracción que estaba entregada a sus deseos. Las palabras sobraban. Con la misma suavidad procedió a desprenderme de la ropa, dejándome completamente desnuda al igual que mi madre me trajo al mundo.

-Eres bellísima –recalcó, al contemplarme tendida en la cama.

Una sonrisa fue mi respuesta. Parecía que mi boca se negase a articular palabra y es que la figura de Daniel me producía escalofríos y no porque hiciese frío, ya que dentro del piso había una temperatura excelente, sino ver como su mirada recorría toda mi desnudez.

Si perpleja ya estaba, más me quedé cuando él se despojó de su vestimenta. Ese hombre me volvía loca. ¡Que cuerpo madre! Si en el gimnasio ya se intuía  que escondía debajo de su ropa deportiva, verlo sin ella era todo un espectáculo ¡Soberbio! ¿Cómo me gustaba mi Daniel? Digo mi Daniel, porque a partir de ese momento fui totalmente suya y él otro tanto para mí.

Me entregué a él enteramente. Mi rostro,  mis labios, mis pechos, mi vientre, mi sexo…, le pertenecían completamente y los hacía suyos con verdadera devoción.

No era ningún inexperto y supo sacar de mí los más tremendos orgasmos que ya me había olvidado como eran. La carencia de sexo en estos tres últimos años propició que mi cuerpo  reclamara dejarse llevar. Y no hubo ningún impedimento. Daniel sabía como elevarme a la más alta cumbre de mi ardiente deseo.

Su boca se desplazaba a lo largo de mi cuerpo deteniéndose donde  creía conveniente. Mis pechos le recibieron tersos y firmes, y mis pezones, al absorber de ellos, se erguían endurecidos como queriendo desprenderse de mi torso.

¿Qué puedo decir del resto de mi cuerpo? Todo él lo iba explorando con el roce de sus labios, hasta casi llegar a mi zona más erógena. Se  paró. Debí hacer un gesto con la entrepierna como si quisiera esconder mi vagina, pero creo que fue un puro auto reflejo. Quizás significaba que mi mente no deseaba que Daniel llegase tan lejos, pero no era lo mismo que le sucedía a mi cuerpo. Se encontraba encendido y no quería apagar esa llama que le producía un calor ardiente.

Su cara cambió de posición y se puso a la altura de la mía. Me miró fijamente como esperando alguna palabra de desaprobación, a su conducta, saliera de mi boca. Mi silencio propició que fuera él quien pronunciara la siguiente pregunta:

-¿En que piensas?

¿Qué le contestaba? ¿Qué mi mente no sabía si dar rienda suelta a los deseos de mi cuerpo?

-No se que decirte… ¿Y tú, qué piensa? –respondí.

-Que eres un sueño y en parte se está convirtiendo en realidad.

-No te entiendo Daniel… ¿Qué quieres decir?

-Pues es muy fácil. Quiero que mi sueño se cumpla totalmente. Yo deseo todo de ti. Por si no lo sabes, estoy prendado de ti desde hace mucho tiempo. Me gustabas siendo soltera, casada y viuda, pero siempre te he visto como algo inalcanzable a causa de nuestro parentesco. Mi atracción a ti se acrecentó, si cabe, cuando apareciste en el gimnasio, verte allí me azoraba un montón y no conseguía quitarte de mi pensamiento.

-¿Por eso apenas me hacías caso?

-¿Y qué quieres que hiciera al ver tu bello cuerpo balancearse? No podía permitirme dirigirme a ti porque seguro que te hubiera estrechado en mis brazos. Ahora, el susto que me pegué cuando te caíste fue tremendo, pero llevarte en mis brazos a la enfermería fue como si fueras mía, aunque fuera solo unos breves instantes. Desde entonces te has convertido para mí en algo obsesivo, así que tenerte aquí y llegar a acariciar tu cuerpo es como una bendición… Y ahora dime; ¿qué piensas tú de mí?

¿Qué le iba a decir? ¿Que estaba alucinada con su confesión? Veía con claridad que era deseada, pero no esperaba semejante revelación. Era algo impensable y mi mente se quedó muda. Fue mi cuerpo el que manifestó la respuesta. Mis labios se unieron a los suyos con firmeza. Fue un beso apasionado quedándonos casi sin respiración.

Mis jadeos eran sorprendentes cuando Daniel comenzó de nuevo a acariciar mi cuerpo con sus manos, con su boca, con sus labios. Yo me aferraba a él como queriendo no dejarle escapar y mi cuerpo rendido, se retorcía de placer ante sus caricias.

La plenitud de nuestro gozo vino cuando su pene  decidió introducirse en mi vagina. Sabía como hacerlo y casi exploto del placer que experimenté. Con suavidad su miembro fue deslizándose por mi conducto vaginal y con ligeros movimientos fue introduciéndolo hasta sentirlo en lo más fondo de mis entrañas. Mi grito fue descomunal. El abundante flujo que desprendía mi vagina fue acompañado de un tremendo estremecimiento de mi cuerpo. No podía contenerse ante la dicha y placer que experimentaba.

Daniel no se quedó atrás, y más que un grito era como un prolongado gruñido el que manifestó al descargar todo su semen. Una agradable sensación me producía, el notar como su líquido se infiltraba en mi cuello uterino.

¿Cómo me sentía? La mujer más afortunada y dichosa del mundo. Ese hombre que tenía a mi lado había conseguido que volviera a renacer. Me entregué a él en cuerpo y alma  y él me correspondió con creces dándome todo lo mejor de sí.

En los brevísimos descansos que nos permitíamos, no dejábamos de decirnos lo mucho que nos amábamos.

No tardé mucho en tener de nuevo su miembro dentro de mi vagina y volver a sentir sus descargas. Ni a mí ni él, parecía que nos importase en absoluto que su líquido impregnara todo mi conducto vaginal y se perdiera en lo más hondo de mi ser. ¿Podía quedar embarazada? Creo que ninguno de los dos nos planteamos en esos momentos esa posibilidad, o por lo menos, yo no era consciente de ello. Estaba muy lejos de pensar en las consecuencias de un posible embarazo y mi mente y mi cuerpo solo estaban para saborear esos instantes llenos de felicidad.

Una vez, otra y otra… No nos cansamos de unir nuestros sexos, de desearnos, de poseernos y de amarnos desesperadamente, como si el mundo se acabase, hasta que no pudimos más. Quedamos los dos completamente extenuados y nuestros corazones parecían que iban a estallar debido a las tremendas pulsaciones que emitían. El apasionamiento y ardor con el que nos habíamos entregado nos dejó a los dos exhaustos. No tardamos  en quedarnos dormidos.


Y aquí estoy, recostada en la cama completamente aturdida y angustiada. Había despertado de mi angelical sueño y mi cerebro confuso no dejaba de martirizarme. Ya no dominaba mi cuerpo sobre mi mente. En lo único que podía contentarse era poder contemplar la figura de Daniel que placidamente dormía. Un Daniel que había sido muy mío horas antes.

Hubiera sido mejor no llegar a despertarme. Llegó la realidad y esta  aparecía clara en mi mente. Lo sucedido en la noche había sido un tremendo despropósito. Por contrario, no me arrepentía de haber vivido esas horas tan felices junto a esa persona amada y además ser correspondida. No me cansé de recibir sus besos, sus abrazos y sobre todo, llegar a ser impregnada en lo más íntimo de mí, de ese suntuoso líquido seminal vertido por su excitado miembro viril. Además, no dejaba en el olvido esas palabras susurradas por Daniel a mis oídos llenas de amor y que  hacían sentirme la más feliz de las mortales.

Entonces… ¿A qué se debía mi terrible angustia?

Había que preguntárselo a mi mente, la cual no dejaba de machacarme recordando que Daniel era hijo de mi hermana. Sí, de esa hermana, que aunque fuera solo de padre, quería con locura y que siempre había sido como una madre para mí. ¿Cómo se lo iba a tomar si llegara a saber que me había acostado con su hijo y además, desear unirme a él para siempre? Conociéndola, no iba a aplaudir semejante despropósito y ya podía despedirme de ese cariño tan sublime que nos teníamos. ¡Madre mía, qué angustia?

¿Por qué me desespero ahora? Daniel, aunque durante la noche fue como algo muy mío, no había cambiado su condición de ser mi sobrino, y no me podía engañar. Lo era cuando me acompañó a casa, lo era antes y lo sigue siendo. ¿Qué me pasó para ignorar este hecho?

No había otra explicación. Nunca había creído, a pesar de que mis pensamientos estaban en él, que iba  a llegar este día. Pero al tenerlo tan cerca de mi, perdí, o quise perder, toda mi sensatez y entregarme a ese hombre que  deseaba y lo amaba con todas mis fuerzas.

¿Debería olvidar a este gran amor?

Me eché a llorar y mis sollozos despertaron a Daniel…