Amor hereritario 3

La tercera parte. Aunque no me convenció del todo.

Después del trío que hicimos con María, mi mamá se mostró más dispuesta. Aunque aún no tomaba el control de la situación se mostraba más asertiva. Ya no sólo abría las piernas, sino que usaba sus caderas y nalgas para facilitar la penetración, se montaba encima y a veces quería que la llamase puta, ya no decía pene sino pincho, pinga, pichula, polla y demás nombres vulgares. Igualmente decía chucha, chocho, raja y concha a la vagina.

Siempre había sido un volcán de placer esperando estallar y yo fui quien desperté sus deseos. Podíamos hacer el amor en cualquier parte de la casa: mientras lavábamos los platos, veíamos televisión, durante la cena (mientras ella comía yo le hacía un conilingüis, y mientras yo comía ella me hacía una felación), en el cine nos podíamos besar desenfrenadamente e íbamos a hoteles fingiendo que éramos desconocidos o algún otro juego sexual.

Yo quería que deje su sumisión, que ella dé la iniciativa. Pensé quien me podía odiar y luego recordé que tengo una media hermana que siempre me odió porque mi papá vivía con nosotros y no con ella. Aunque decía que ya no me odiaba iba a verificar eso. La cité a comer, me había aplicado la loción antes e hice que mi mamá se la aplicara. Si no me odia a mí, tal vez a mi mamá sí.

La cité en un fast-food. Mi hermana se llama Marta, tiene unas piernas largas, pechos y culo firmes, cabello negro y ondulado y ojos color caramelo. Al verme me saludo, no hizo efecto la loción. Luego llamé a mi mamá al móvil, era la señal para que entre. Al entrar vi el rostro de desagrado de ambas, aunque nunca se habían visto personalmente se odiaban. Al acercarse mi madre Marta bajó su cabeza y le dijo “estoy a su servicio, ama”.

Salimos, la subimos al auto y la llevamos a casa. Quisimos probar qué tan lejos podía llegar: Primero le dijimos que se mudara de ropa en nuestra presencia. Aún conservaba algo de lucidez pero no podía ignorar la orden. Contra su voluntad se quitó todo dejando ver sus tetas morochas.

El que tuviese conciencia excitaba más a mi madre y mientras más era la furia de Marta más control adquiría mi madre. Le ordenó que se coloque las bragas vibradoras y que se vistiera con su ropa normal. Luego le ordenó que lavara los trastos. Al hacerlo mi madre oprimió el botón del control remoto en el máximo nivel.

Marta se sacudió más por la sorpresa, su rostro se desencajó, cayó de rodillas. Y mi madre le dijo “¿ por qué te detienes esclava? Te he dicho que laves los platos” Marta quiso levantarse pero sus piernas temblaban, pidió piedad. Sin embargo, mi madre no se la dio. La comenzó a nalguear con una espátula de freír carne, le puso kétchup y mostaza a sus pezones y le ordenó que los lamiera. Marta se empezó a asustar y a excitar. Empezó a mojar las pantaletas.

Mi madre le dijo “Eres una puta y quieres correrte. Pero no te será tan fácil.” Cuando los gemidos de Marta se iban haciendo cada vez mayores y su respiración más agitada bajaba la intensidad del aparato. Marta pedía piedad, quería llegar acabar. Y le ordenó que chupe mi polla.

Ella se arrodilló y lo hizo. Más líquido salía de ella. Luego le ordenó que chupe su vagina. Mi mamá se sentó en el sillón, se abrió de piernas mientras Marta se empapaba su boca con sus jugos. Eso también excitaba a Marta y parecía que iba a correrse, pero la intensidad del aparato iba disminuyendo. Luego me dijo que la empale con mi pene en su ano tan fuerte como podía.

Le quité las bragas y la clavé en una. Marta abrió los completamente los ojos y grito. Lo hice demasiado fuerte, casi le provoco un desgarro. Mi madre agarró uno de los vibradores y se lo metió en su chocho. Con movimientos circulares rápidos. Marta lloraba y suplicaba, no tenía tregua. Asimismo mi madre mordía sus pezones. Hasta que se aburrió y le dio la orden “esclava, ya puedes correrte”. Marta besó sus pies y mientras gemía de placer dijo “gracias ama. Soy una puta fiel y haré lo que desee”.

El odio de Marta la había hecho completamente sumisa.