Amor gitano (2)

Tu primo ya no llora. Ahora sonríe, mientras te va haciendo el amor con ternura.

Para todos aquellos que me lo pidieron

Las sábanas se abren, y tú quedas expuesta a los tiernos ojos de tu primo, vestida sólo con la ropa interior. Él sonríe, por primera vez en dos semanas él sonríe. Tu primo se acuesta a tu lado, y la cama se hunde un poco bajo su peso. Te desabrocha el sujetador mientras tú intentas deshacerte del botón de sus pantalones vaqueros. Tus pechos quedan al aire mientras él te ayuda a quitarle la ropa. El pantalón cae al suelo, abrazando con sus camales al sujetador que te ha quitado. Las braguitas húmedas casi se escapan solas. Tu mano roza su entrepierna y notas lo abultado de su calzón. Deslizas la mano por dentro del elástico y acariciándole el miembro bajas los calzoncillos hasta las rodillas. Él se los termina de quitar, obedientemente, con sus piernas curtidas en las carreras de la vida. Su miembro se yergue seguro y derecho, como atraído por tu cuerpo, queriéndose separar de su dueño para explorar tu cuerpo.

Tu primo te mira a los ojos, con extrema dulzura. Sus manos se adelantan y acarician tus caderas. Te agarra y te atrae hacia él. Notas la dureza y el calor de su miembro en tu vientre, tú lo abrazas, le pones tus manos en su espalda. Tus dedos parecen ansiosos de conocer todos y cada uno de los centímetros de piel de las anchas espaldas de tu primo. Tus manos suben y bajan, llegando desde el cuello del gitano hasta sus nalgas respingonas, suaves y musculosas. Él te besa la boca, el cuello, las orejas, y a ti de vez en cuando se te escapa un suspiro excitado. Sus poderosos brazos casi cubren tu cuerpecillo delgado, su mano derecha está en tu nuca y la izquierda en tu culo prieto.

Estáis los dos desnudos, abrazándoos en una nube de pasión que desborda los límites de la cama y llena el aire de la habitación. A menos de seis metros de vosotros, tus padres duermen. Con un susurro indescifrable del gitano en tu oreja, se pone encima de ti. Dirige su falo con la mano y comienza a introducirlo en tu cuerpo. Tú lo sientes cada vez más adentro, pero tu cuerpo lo requiere, no es una intrusión dolorosa, tu cuerpo se abre a su paso y tu vientre arde en deseos de guarecerlo allí. Empieza a moverse, con golpes lentos, largos, que entran en ti dejando un calor maravilloso. Cuando sale, tarda medio segundo en volver a dejar caer sus ochenta y cinco quilos de músculo y huesos sobre tu cuerpo, que a duras penas pasa de los cincuenta y cinco. Sin embargo, él te mira a los ojos, buscando cualquier reacción en ti. Tú sólo jadeas y te muerdes el labio para que los gemidos no atraviesen la puerta de la habitación y despierten a tus padres. Sus movimientos son pausados, desprovistos de lujuria, buscando dar más placer a tu cuerpo que al suyo. Sabes entonces que tu primo es tu primer Hombre. Hombre con mayúsculas. Nada que ver con esos adolescentes de tu clase que te habían conseguido camelar. Hasta ahora sólo habían sido tres. Pero ninguno era tan viril y a la vez tan suave como tu primo en sus movimientos.

La luz de la Luna que se cuela a través de la cortina deja en tu primo múltiples reflejos cobrizos en su piel morena. Él apoya sus manos en el colchón, para que no sientas todo su cuerpo aplastándote. Tú te abrazas a él, con brazos y piernas, intentando alargar la sensación de esa espada de carne caliente entre tus piernas. El Jesucristo crucificado que hay colgado en la pared parece no querer perderse detalle del combate carnal de esos dos cuerpos jóvenes y desnudos.

Tu primo no habla, calla y te mira a los ojos, mientras sonríe. Hay veces que lo pierdes de vista por que su miembro te obliga a cerrar los ojos y viajar a un mundo lejano, volando con mil pájaros distintos, en una nube de placer. Rodáis por la cama, perdiéndoos en un beso que junta vuestras bocas y vuestros corazones. Ahora tú estás encima de él, mirándole a los ojos, esos ojos negros de azabache, que tanto brillan a la luz de una hoguera cuando baila flamenco. Sus acais, ojos en caló, idioma de la etnia gitana, se clavan en los tuyos llenos de ternura, inflamados de pasión. Él te vuelve a atraer hacia su cuerpo ardiente. Su corazón late como si estuviera en tu pecho y no en el de él. Vuestros latidos tienen el mismo ritmo, sincronizados… enamorados

Reanudas los movimientos, mientras sus manos acarician tus pechos, excitándote. Tus pezones responden de la única forma que saben, endureciéndose más aún si cabe. El miembro de tu primo es una biela que entra y sale de tu cuerpo llenándote el interior. Sientes un incendio naciendo en el vientre, buscas rápidamente la boca del gitano para apagar todo lo que salga de tu garganta. Él acoge tus labios, los abraza y los acaricia con los suyos. Su lengua te ayuda a mantener el silencio forzado por la cercanía de tus padres.

Un gemido nace de sus labios finos y muere en el rincón más perdido de tu oído. El vello se te eriza y la carne se vuelve de gallina a medida que el sonido se extiende como una onda por dentro de tu cuerpo, hasta que por rincones escondidos regresa al cuerpo de donde salió, haciendo que tu primo llegue al orgasmo con una lluvia caliente y blanca que te llena por dentro. Su calor permanece ahí, él no te arranca su carne de tus entrañas mientras le quede dureza para hacerte feliz. Así, mientras su miembro empieza una lenta regresión, él aún mueve su cuerpo con la suficiente habilidad como para obligarte a tapar otro orgasmo en su boca.

Así, el sol vuelve de su retiro diurno y encuentra vuestros cuerpos abrazados, uno al lado del otro, jóvenes y desnudos como dos enamorados que acaban de conocer el amor en el cuerpo del otro.

El amanecer descubre vuestros cuerpos, pero no a vuestras mentes. Vuestras mentes aún siguen volando, haciéndose el amor en sueños, allí donde no hay miedo que acalle los gritos de placer. Siguen disfrutando de dos cuerpos desnudos y morenos, que se unen en uno sólo, bajo sábanas de seda que no llegan ni a la tercera parte de la suavidad de la piel de tu primo.

En sueños, él se acerca a tu oído y te dice bajito:

  • Gracias por ayudarme a olvidar. Mi pequeña Lucía.

Y en sueños sonríe. Y su sonrisa llena el firmamento de una noche eterna que os abraza y hace brillar vuestros cuerpos. Por que si no, de qué iban a servir los sueños sino para no terminar nunca de amar, para besar eternamente y jamás decir adiós. Los sueños están para vivir amores eternos, y en tu caso, amores gitanos, Amor Gitano. El amanecer en vuestras mentes puede esperar sentado.