Amor furtivo en la playa

Durante una semana de vacaciones sola en la costa, una mujer entabla, a espaldas de su novio, una amistad con un hombre que acaba en un encuentro sexual.

AMOR FURTIVO EN LA PLAYA

Elena

Miraba la foto aquella, hecha ya hace tantos años y el recuerdo de aquella noche me emocionó, llenando mi mente de recuerdos turbadores, agradables, nostálgicos.

La tomó mi marido hace ya unos años, durante un mes de Julio, en una playa muy especial, nudista. Una playa bastante tranquila y discreta, con unas dunas que forman como una especie de nichos en la que casi nunca se ve gente, porque se encuentra en un rincón de costa apartado y para llegar a ella hay que aparcar el coche al final de una carretera donde hay un camping y continuar andando durante 20 minutos.

Está cerca de donde mis padres tienen una casa de veraneo, en un pueblo de mar y en el que pasé casi todas mis vacaciones desde que era muy niña.

Aquel verano fuimos mi marido y yo a disfrutar el último fin de semana de julio a casa de mis padres, que estaría vacía y yo luego me quedaría sola entre semana, porque a él le quedaba una semana hasta estar oficialmente de vacaciones. El hace nudismo frecuentemente. A mi, la verdad, incluso hoy todavía me da reparo y solo me atrevo a despojarme de la parte de arriba del bikini.

Recuerdo como si fuera ayer que mi marido me sacó una foto en la playa precisamente el domingo antes de marchar. Esta foto que ahora estoy mirando y en la que no aparezco yo sola. También esta él, un poco alejado. El era ese chico, del que nos separaban solo unos metros.

Y llegó el lunes y mi marido se fue y yo me encontré sola. Y como animales de costumbre que somos, no encontré mejor forma de pasar el rato que en la playa. Y asimismo ocupé el mismo hueco en la duna del día anterior. Y vi que el chico del domingo también ocupaba el mismo sitio.

El hacía nudismo, pero no me encontraba violenta. Se le notaba discreto y tranquilo, siempre leyendo y escuchando música. Solamente cuando iba a refrescarse al agua se rompía aquella paz, pues pasaba por mi lado y yo me obligaba a mi misma de manera pueril a mirar para otro lado, más lógicamente por mi pudor que por el suyo.

Fue en una de estas cuando me di cuenta que me había olvidado el encendedor en casa, justo cuando me entraron ganas de fumar. Era una faena absoluta. Me percaté de que el chico fumaba, pero no me atreví a acercarme, viéndole allí desnudo, y los dos solos

Al final me venció el vicio y a pesar de la terrible vergüenza que me daba, me armé de valor y poniéndome la parte de arriba del bikini me decidí a pedirle fuego. Estaba muy nerviosa, a pesar de la manera natural y espontánea con que sin embargo el se comportó. Tanto que me ofreció que me llevase el mechero, porque él fumaba muy poco y que mas adelante se lo devolvería.

Le devolví el mechero cuando regresaba al aparcamiento y él al camping. Me contó que se llamaba Mario, que acababa de terminar la carrera y que estaba solo, de viaje por la costa, acampado hasta el jueves, después del cual se marchaba.

Era del sur de España y hablaba con un encanto especial. No pude evitar fijarme en él, de hecho podía decir, por razones obvias, que tenía poco secretos para mí. Era tres o cuatro años más joven que yo y no era un adonis, pero estaba bien. No mucho mas alto que yo, pero bien proporcionado y guapo de cara. Cuando llegamos al final del paseo, me acompañó al aparcamiento, nos despedimos y yo marché a casa.

Al día siguiente volví a la playa y de nuevo me tumbé, también en topless. Estaba medio dormida cuando me despertó una voz dándome los buenos días. Era él. Me ruboricé por tenerlo tan cerca de mí, con mi pequeña braguita y los pechos desnudo y casi hice un ademán instintivo para taparme.

Me contuve para no ser ridícula y solo me senté un poco para encogerme algo a su vista. El se sentó a mi lado y me preguntó si me importaba que me hiciera compañía.

Le dije, más por educación que por otra cosa, que no, porque estaba segura que se desnudaría a mi lado y estaba segura que me pondría nerviosa y haría o diría mil tonterías. Yo miraba para otro lado; para el cielo, el agua, la arena.... para cualquier sitio menos para él cuando se quito la ropa.

Sus ademanes denotaban tranquilidad. Se le notaba a gusto y natural y creo que intentaba no dejar traslucir que me veía tensa y rígida. Nos lo pasamos muy bien charlando juntos y aquella tontería inicial se me fue disipando y al final no le di más importancia. De hecho era una relación inocente. Yo le hablaba de mi marido con frecuencia y él no hacía ningún ademán extraño, que pudiera denotar interés hacía mi, más allá de la compañía playera.

Ya en casa se me ocurrió pensar que opinaría mi marido si viese a su mujer en topless, sola en la playa, tendida junto a un chico desnudo y departiendo con él como dos amigos de toda la vida. Me resultaba extraño. No excitante ni morboso, solo poco habitual para mí, impensable hace dos días. Al final decidí no ser retrógrada y verlo como él: aquello era absolutamente natural.

De esa forma, gané un compañero de playa para todos esos días. Lógicamente hubo algún momento incómodo. A mi marido también le ocurre cuando hace nudismo, que se le escapa alguna erección "fuera de lugar". Mario lo solventaba muy bien, ya fuese tumbándose boca abajo o escapando furtivamente al agua. El problema es que en este caso, al estar solos, planeaba la duda de que yo fuera la causa de esa reacción y no sabia si estar avergonzada por eso o halagada mas bien.

Me fui rápidamente acostumbrando a su compañía, pero también a contemplar su cuerpo de manera natural, incluso en esos momentos tensos, aunque no podía menos de sonreír cuando le veía en tal estado. Al principio eran miradas furtivas, pero luego ganaba confianza y aprovechaba cuando el estaba adormecido o leyendo para explorar su cuerpo y la verdad me turbaba mucho, no se si era por que me gustaba lo que veía o por el hecho de que era algo inadecuado. Lo cierto es que estaba muy bien, recuerdo que pensé que en comparación, mi novio perdía por un buen trecho.

En resumen, reconozco que me lo pasé muy bien con él esos días, fue una compañía sumamente educada y agradable y pese a todo lo anterior muy sana e inocente. Hasta que llegó el jueves, su ultimo día de estancia, porque se marchaba de madrugada como tenia planeado.

El día transcurrió como los otros y como siempre también, al cabo de la jornada en la playa volvimos dando el paseo por el camino. En el aire se olía la sensación de despedida. Llegamos al camping y nos dimos dos besos, pero antes de que yo me alejara dos pasos, me acuerdo como si fuera hoy, Mario me dijo:

  • Si quieres te invito a mi tienda - yo en un principio, inexplicablemente, no caí en lo que me proponía.

  • ¿a tu tienda? ¿ para qué? - todavía me sorprendo de mi ingenuidad y de como me dejó su respuesta.

  • Mujer, es una tienda, no un palacio... solo tengo un colchón... me refería a… si te apetecía despedirte de una manera más íntima.

  • como debía seguir mirando con cara de tonta, sentenció:

  • vamos… que si te apetece que nos acostemos.

Me quedé de piedra. Nos miramos a los ojos durante segundos, aunque parecieron horas y decidí escapar, casi de manera automática, instintiva, antes de quemarme en ese fuego. Le puse una excusa tonta, casi balbuceada... lo típico de: mi marido, etc.... y él me dijo que tranquila, que esperaba que no me enfadara por habérmelo propuesto y que por lo menos le permitiera darme un beso para llevarse de recuerdo de mi y de aquellos días.

No tuve tiempo de pensármelo. Me vi de pronto fundida en un abrazo con Mario. Fue un beso salvaje pero tierno. Nuestras lenguas no luchaban, se acariciaban y a través de mi fino vestido de playa notaba el cuerpo terso y duro de Mario que aplastaba dulcemente mis pechos, y especialmente la entrepierna. El pene que podía dibujar con mi memoria, en franco crecimiento y en esta ocasión dedicado a mi cuerpo de manera cierta, rozándome en lugares que ponían a prueba mi entereza.

Noté como un escalofrío eléctrico cuando Mario descendió las manos por mi espalda y apoyándolas sobre mis glúteos, presionó nuestras caderas, aprisionando uno contra el otro nuestros sexos palpitantes, en un baile hermoso y húmedo del que desperté al instante, sobresaltada, jadeante..... Justo un segundo antes de no ser capaz de echar vuelta atrás...

Mario me pidió disculpas por el beso robado (no había sido robado ni mucho menos). Pero añadió que si cambiaba de idea, que pasara en cualquier momento, que sería bienvenida y que él no se iría hasta la madrugada. No supe responder nada... sin más, me di la vuelta y me dirigí al coche.

En el corto trayecto en coche a casa de mis padres no me quitaba la turbación de encima.... Estaba histérica... contrariada por un lado, por otro reconocía que excitada. Pero sobre todo desconcertada e indecisa. No me explicaba esta indecisión. Estaba claro que no podía, que no debía ir allí esa noche.

Llegué a casa y me metí en la ducha como todos los días. Pero estuve más tiempo que ningún otro día. El agua me relajaba y me permitía pensar. Lo malo es que todo lo que se me ocurría no era bueno precisamente. O sí era bueno, dependía del punto de vista. ¿Debía ir a verle?

¿Y por que no? No iba a volver a verle jamás. No se enteraría nadie. ¿Qué había de malo?

Sería sexo y punto. Y seguramente del bueno, por lo que me decía mi intuición, no en vano solo con ese beso habría podido quemar todo mi cuerpo. Y allí, desnuda debajo del agua me decidí...

Me acicalé a conciencia. Me perfumé, me di aceite por el cuerpo, elegí un precioso y caro vestido que me encantaba, muy escotado, y un conjunto de bragas y sujetador de sugerente transparencia y finísimo, que tenía reservado solo para las ocasiones especiales. un collar, sandalia de medio tacón.... Incluso tuve el detalle de coger una caja de condones de la mesita de noche y guardarlos en el bolso, por si Mario no tuviera.

Recuerdo que respiraba entrecortada mientras me preparaba. Creo que incluso mis bragas, recién puestas, estaban ya húmedas. Probablemente nunca había estado tan excitada como durante esa hora de mi vida.

Y así, como preparada para asistir a una fiesta, bajé al coche y me dirigí a su encuentro, excitada, nerviosa, la aventura en mi mente y el deseo en mi corazón. Conducía despacio. Mi excitación era demasiada para atender debidamente el camino. Y mi cabeza era un torbellino. De repente, a punto de concluir el trayecto, de la misma manera repentina que en la ducha se había hecho la luz, vino la sombra.

Detuve el coche y pensé qué estaba haciendo. Me sentí antinatural y encima cayó sobre mí la losa de la culpabilidad acerca de mi novio.

Me miré extrañada por mi comportamiento y mi atuendo. Estaba preparada como para cenar en un casino y Mario me había invitado a una tienda de campaña... Me encontraba mal conmigo misma. Había rechazado en su momento una proposición natural, de un chico agradable y la había convertido en algo turbio ¿y qué pintaba mi precioso y carísimo vestido en un camping? ¿Qué pintaban mis bragas de raso en una colchoneta de una tienda de lona?

Estuve mucho tiempo allí, apartada a un lado de la carretera, con las manos en el volante y mi cara escondida entre ellas. Mi cabeza no podía, pero mi cuerpo se moría por ir.

No. debería dar la vuelta y volver a casa y olvidar la estupidez que había estado a punto de cometer. Pero él me estaría esperando. Debería por lo menos darle una disculpa. No, ya era muy tarde, se habría acostado hace un buen rato. ¿Y si iba y le explicaba que no podía estar con él y me había vestido así para ir a una fiesta a la que me habían invitado?

Si, ¡qué buena idea! Le vería, me explicaría y volvería a casa con la conciencia tranquila. ¡Claro! Era lo más razonable. Ya esta. Así lo haría. Decidido.

Aparqué finalmente frente al camping y entré decidida. Había poca gente, probablemente por la hora. Me dirigí hacía donde sabía que Mario estaba acampado, un lateral apartado del campamento. Allí estaba su tienda, me acerqué con el corazón retumbando en mis oídos y le llamé bajito, con la esperanza de que estuviera dormido y no me oyera, pero al mismo tiempo con el deseo de que no ocurriera así.

Tenía una linterna encendida que dirigió hacia mí cuando descorrió la puerta. Su mirada pasó de la sorpresa a la admiración y allí, de rodillas en la entrada, parecía como si me estuviera adorando.

  • ¡dios mío, qué bella eres! Acabas de convertir mi chabola en un palacio.

No le puse ninguna excusa, ni le dije que me tenía que ir, era inútil volver a engañarme a mi misma. Quería estar allí y quería sentir esa devoción y su amor, su cuerpo en el mío. Quería pasar esa noche con él y por eso me puse bella para él, y me acicalé y perfumé. Para sentirme deseada y amada.

Cogió mi mano con dulzura y me invitó a entrar. Agachada y de rodillas en el suelo de lona, sentí el frío en mis piernas y muslos cuando la falda se extendió para evitar que se arrugara. Y sin embargo no hacia apenas frío, era una noche calurosa. El calor de mi cuerpo era el que acentuaba el contraste.

No había soltado mi mano y la acariciaba contra su cara mientras me miraba y me admiraba con ojos rendidos. Y yo me sentía querida y pensé que el haberme puesto ese vestido y esa ropa elegante hacían de este encuentro una cosa bella, delicada, carente de la suciedad que podía haber supuesto una entrega por sexo exclusivamente.

Y sin embargo yo había ido allí principalmente por ese motivo: una noche de pasión y de sexo con aquel chico, cuyo cuerpo me atraía. Ahora también me cautivaba su forma de ser, de comportarse en estos momentos tan difíciles para una mujer que sabe que se va a entregar a otra persona.

Y Mario me cautivó y me conquistó aquella noche. Su mano pasó a mi cara, a mi cuello, a mi pelo. No hacia presión, pero yo me iba acercando a él y cuando nuestras caras se difuminaron por la cercanía nos fundimos en un beso apasionado, fruto del deseo y de la pasión, réplica del recibido y entregado unas horas antes, al despedirnos por la tarde y cuyo calor todavía sentía.

Metió su mano por debajo de mi vestido mientras nos besábamos. Mis muslos sentían su calor y su delicadeza. Fui yo la que se recogió el vestido y descubrí mis piernas y después él me desabrocho los botones del pecho. Subí la falda por mi cabeza y entre los dos lo sacamos, quedando ante él en ropa interior.

Su boca buscó mis pechos, besándolos entre el fino y delicado encaje, sus labios aprisionaron los pezones, tremendamente marcados en la suave tela del sujetador, y sus manos se dirigieron a mi espalda, intentando encontrar el broche para soltarlo.

Yo estaba enfebrecida por estas caricias y por su boca en la mía, pero me daba vergüenza hacer nada que pudiera parecer sucio y romper el encanto de aquel momento y le dejé la iniciativa mansamente. Mi sujetador cayó y yo me fui reclinado en la colchoneta, encima de su saco de dormir.

Tumbada boca arriba, veía brillar mis bragas de raso con los reflejos de la luz de la linterna y su mirada. Acarició mi cuerpo con sus manos y yo temblaba de emoción y de deseo. Su boca recorría mi cara, mi pecho, pasaba por encima de la tela a través de mi vientre hasta mis muslos cerrados y cuando llegaba a los pies volvía a subir.

Le abracé cuando llego arriba de nuevo. Necesitaba sentir su boca, sus besos que me derretían y el contacto con sus labios me sacó de este mundo para sumergirme en un paraíso de los sentidos que me volvía loca y deseando un contacto mas intenso por todo mi cuerpo.

Sentí la presión de sus dedos en mi rajita y la fina y suave tela de la braga introducirse entre mis labios y cuando los sacó, el frío producido por la humedad y la presión de su pene en mi muslo al acercarse. Levanté un poco el culo y mis bragas fueron resbalando por mis piernas hasta que las sacó del todo.

En la operación vi su miembro rígido y desafiante, oscilando entre sus piernas y con una gotita en la punta, producida por el deseo, y yo me desesperaba por la prisa de sentirlo ya y al mismo tiempo me sentía temerosa por el paso que había dado. Le rogué que esperara un minuto y saqué uno de los condones que había traído y yo misma se lo coloqué con habilidad. El tacto de su pene me volvió loca.

Cuando la introdujo por fin, yo estaba chorreando y mi necesidad era ya inaguantable. Lo recibí con alivio y con una satisfacción inmensa por haberme decidido a querer esa noche a Mario, por sentirle dentro y por que me hiciera suya. Estaba entregada a él, en cuerpo y alma. No pensaba en mi novio ni en mi hogar, solo en el hombre, en su cuerpo, en sus besos, en ese miembro que me golpeaba y agitaba y que me deshacía y me hacia gemir y retorcerme de placer.

Acabamos rápido. El tenia tanta urgencia de mi cuerpo como yo del suyo, y apenas pudimos aguantar cuando el placer empezó a llegar para abandonarnos a él.

Nos besamos y él acariciaba mis labios con sus dedos, mis mejillas, mi rostro tranquilo y relajado. Y yo me sentía en la gloria y feliz de haber aceptado y de haber cambiado de idea y de estar allí. Lastima que todo hubiera acabado ya.

  • ven, hace un calor terrible, vamos a dormir a la playa

  • ¿en serio?

  • si, ¿Por qué no?

Nos vestimos y volvimos a hacer aquel camino que ya habíamos recorrido tantas veces esa semana, pero ahora de la mano, casi como dos enamorados. Al llegar a nuestro rincón extendió unas toallas y colocó el saco de dormir encima. Enseguida se desnudo, tal y como lo había visto hacer esos días y en este caso yo hice lo mismo y ambos nos tumbamos boca arriba, sobre el saco. Hacía una noche fantástica, cálida, clara, miles de estrellas sobre nuestras cabezas y el rumor del mar más audible que nunca.

Nos abrazamos dulcemente, repitiendo allí tumbados aquel beso de la tarde que incendió mi resistencia, pero esta vez sin ropa. Su polla entre mis piernas crecía y se intentaba introducir entre mis muslos, y yo esta vez no albergaba duda alguna: la quería dentro, otra vez. El beso no acababa, seguía con pasión y su lengua me quitaba el sentido al jugar en mi boca. Me di la vuelta sobre el costado. Necesitaba respirar y sentir que no estaba desmayada o soñando.

Desde atrás pasó sus brazos cruzados hasta abarcar todo mi cuerpo y sus manos se posaron en mis pechos. Mis pezones de punta se endurecieron, mi vello se erizó y toda mi piel sintió ese estremecimiento a su contacto. Su miembro iba empujando desde atrás, cerca del agujerito del culo, y no supe si lo pretendía, pero yo decidí dárselo. Con mi mano derecha agarré su pene y lo dirigí hacía mi ano. El se quedó petrificado, estoy segura de que le pilló de sorpresa y desde luego una bien grata. Me apoyé sobre su glande y fui haciendo fuerza poco a poco. Parecía imposible. Tenía cierta experiencia pero su tamaño no ayudaba. Escupí sobre mi mano y lubriqué su pene, volviendo a la carga. Mejor, pero seguía sin poder y me hacía daño. Entonces se me ocurrió una idea. Le pedí que esperara. Su cara era un poema, estaba desencajado por el deseo. abrí un preservativo y aproveché su lubricante para colocarlo con un dedo en mi ano, haciendo movimientos circulares y profundos.. el no dejaba de mirar con cara descompuesta.

  • ¿te apetece lo que ves Mario? - le pregunté lasciva

  • me muero por ello - contestó con la voz temblorosa y tartamuda.

Me puse de rodillas y le ofrecí mi grupa. El se acercó y enfiló su aparato. Yo de nuevo lo agarré para guiar la maniobra. Ahora era él el que hacía presión y esta vez tenía buen pronóstico. Durante segundos largos y dolorosos me fue penetrando, hasta que por fin llegó. Le pedí que parara, necesitaba acostumbrarme para poder seguir.

Por fin empezamos, esta vez fue todo mas lento que en la tienda de campaña, mas tranquilo. Me acariciaba, besaba la nuca y la oreja y su miembro entraba y salía despacio, sin prisas, haciendo que sintiera cada movimiento, cada empujón. Yo sacaba mi culo y lo apretaba contra el, notaba sus muslos contra mi trasero, golpeando suave y separándose.

Con mi mano acariciaba mi clítoris, aunque estaba tan desbocada que no aguantaría mucho de cualquier manera.

Estaba frenética cuando el aceleró y me apretó contra su pecho desesperadamente, parecía evidente que iba a correrse. Yo también estaba cercana y quería coincidir con él, de modo que mi mano volaba y mi vagina salpicaba y por fin ambos sentíamos el orgasmo liberador , el suyo como un animal, aullando a la luna de esa playa desierta, llenándome por dentro, como una cálida explosión que rebosaba a lo largo del interior de mis muslos , el mío un grito agudo, mordiendo bocanadas de aire para no ahogarme en el placer y luego su respiración en mi pelo, su olor en mi cara me llenaban de él, de su aroma, de todo su ser.

Y el sol dio en mi cuerpo desnudo y me calentó por la mañana. Habíamos pasado toda la noche juntos, tumbados en la arena, sobre la toalla y el saco y con su cuerpo sobre el mío, dándome calor. Debía haberse retirado hacia muy poco, porque fue el fresco del aire el que me resucito y me hizo ver donde estaba.

Abrí los ojos y vi a Mario en la orilla del mar, lavándose. Vi también mi cuerpo desnudo, tumbado y erizado por la brisa suave que llegaba del mar y le vi acercarse con un cubo de agua que deposito junto a mí.

Me lavó con mimo, con una esponja que humedecía en el cubo y me secaba con su rostro recién afeitado y me daba calor con sus manos. Brinqué cuando introdujo la esponja mojada en mi interior para limpiar los restos de la noche de placer y luego sus dedos, para recorrer mi vagina y mi ano y comprobar que estaba ya limpia y a su gusto.

Me olió y soplo para calentarme. Su aliento era como el del mono gigante. Me enervaba como si fuera sólido. Luego sentí su lengua, entrar y jugar, desplazarse por todo mi conducto recién lavado. Un golpecito en mi clítoris, un suspiro; una caricia alrededor, un estremecimiento; una presión, un escalofrío imparable.

Y me llevó de nuevo al paroxismo, y me entregué de nuevo a él, allí, al aire libre, a la vista de cualquiera que pasase a esa hora tan temprana del amanecer y cuando acabé exhausta y feliz, me tapó con su saco de dormir y se dispuso a recoger sus pertenencias.

  • visteté para mi. Quiero verte de nuevo con esa ropa tan preciosa que te pusiste para venir a mi encuentro. Quiero recordarte como a la reina que se dignó venir anoche a mi pobre palacio.

Y me puse despacio mis braguitas de raso, y mi sujetador suave y transparente mientras él me observaba. Y después me peine y me arreglé un poco y me coloqué mi caro y arrugado vestido y dejé que me volviera a observar.

Y ahora, después de tantos años, tenía ante mí aquella foto, que no quise apenas ver unos días después, cuando mi marido me enseñó las que hicimos aquel verano. Y no la quise ver por vergüenza de lo que hice, por remordimientos.

Y sin embargo ahora la veía con nostalgia, con cariño, con una morriña tremenda y el hermoso recuerdo de aquella noche junto al mar. Y me gustaría volver a repetirla otra vez, ahora, aquí mismo o en cualquier sitio, en el estrecho espacio de su tienda o en el amplio arenal de aquella playa.

Y mientras me volvía a poner aquella ropa interior de raso y encaje, veía mi cuerpo casi igual de bello que lo viera él aquel día, tal vez mas redondo, mas rotundo. Y me sentí observada por sus ojos profundos y admirativos. Y me coloqué aquel vestido carísimo de nuevo, que nunca mas me había atrevido a vestir.

Y dando el brazo a mi marido, nos dirigimos a la fiesta del hotel en la playa, esperando que Mario volviera de pronto, o que estuviera allí tumbado, desnudo como en la foto y sus ojos se cruzaran con los míos.

Y agradecí aquel impulso que hizo que me decidiera a ir a su encuentro, y el valor que saqué de no se donde para entregarme a él, a sus besos, sus caricias, su amor y su pasión por mi cuerpo. Y me sentí feliz por ese recuerdo mientras caminaba hacia el mar

DEDICADO A MI AMIGA PEPI