Amor Fraternal, Pasion Animal 01.

Las aventuras de Sara descubriendo el mundo del sexo de la mano de sus dos queridos hermanos y demás amantes.

No sé desde cuando comencé a pensar así. Quizá fueron un cúmulo de circunstancias que debían suceder o quizá mera coincidencia, no sabría decirlo exactamente, pero aquel pequeño advenimiento cambió mi forma de pensar respecto a mi hermano; respecto a la realidad que me rodeaba .Y lo que para mí había sido un mundo tabú de secretos indecibles para mi mente juvenil, resultó ser la experiencia más satisfactoria de mi vida…

En aquel entonces yo apenas tendría la quincena. Era la pequeña de los tres hijos que mi madre, junto a mi padre, consideraron el número adecuado de descendencia que deseaban tener.  Era divertido tener hermanos mayores que te protegieran y cuidaran de ti, siempre alguien con quien jugar porque como eres el pequeñín de la casa te debían cuidar con ahínco, concediendo las exigencias de la pequeña princesa . Pero como todo, acuciaba sus desventajas.

Mateo era el mayor de los tres. Tenía 24 años y nuestros padres le tuvieron cuando ellos eran muy jóvenes, apenas poco más de los que tenía yo. Más que nuestro hermano era como un segundo padre, claro que mucho más enrollado y comprensivo con nuestras locas ideas de adolescentes. Él había sacado el gen paterno, alto, de complexión fuerte y fibrada,  moreno y de ojos verdes. Recuerdo cuando vivía en casa con nosotros, siempre con amiguitas especiales detrás de él, según ellos, haciendo trabajos y preparando las clases. Menudo era. Se le echaba de menos cuando se fue a estudiar a otra provincia.

El mediano era Eric, de 21. A diferencia de Mateo y al igual que yo, era más parecido a mamá. Su pelo era de un castaño claro que parecía más rubio que moreno, de ojos marrones y unos centímetros más bajo que Mateo. Su fisionomía era flacucha dado que era vegetariano.  Pero como no le gustaba mucho el ejercicio no se le marcaban los músculos pese a su delgadez. Él no disfrutaba del mismo éxito con las chicas que nuestro hermano mayor, sin embargo sé de buena tinta por contactos internos que muchas féminas habían quedado prendadas de su algarabía y sencillez.

Por último estaba yo, la pequeñaja de la casa. Jovial, alegre y despreocupada fue mi definición durante mi adolescencia. No era la más guapa ni tampoco el típico cardo borriquero. Cierto es que no me consideraba muy social y prefería estar en casa, leyendo, pintando o escribiendo alguna historia; lo que se llamaría hoy un friki confirmado sin vida social. Mas yo era feliz con mi situación. Sacaba buenas notas y con mi apariencia me gané alguna que otra enemiga en clase. Como Eric mi pelo oscilaba entre castaño claro y rubio; mis ojos un poco más claros aún que los suyos, de un tono más ámbar. Para mi edad me había desarrollado demasiado deprisa. Ese hecho en el colegio me acomplejó bastante, pero al pasar al instituto me di cuenta de que sería un pequeño punto a mi favor. Mis pechos habían crecido hasta alcanzar una taya 95 más o menos, las curvas ya se adivinaban en mi cintura y mi gracioso culito se bamboleaba provocante cuando hacíamos gimnasia.

Mis hermanos me trataban como a una princesa de color de rosa, su cosita preciada. O al menos eso parecía hasta que entré en el instituto. Luego como ellos estaban muy ocupados con sus correspondientes estudios pasé a ser un elemento más de la casa a la que tener cierto aprecio.  Notaba a faltar su atención constante. Quizá fuera porque había crecido demasiado pegada a ellos pero para mí siempre seguirían siendo mis onii-chan * favoritos.

Nunca busqué llamar la atención de los chicos, feliz entre mis libros no necesitaba que ningún adolescente baboso desarreglado hormonalmente viniera a decirme improperios groseros con tal de enrollarse conmigo y lucirse ante su pandilla de colegas igual de idos que él. Sin embargo, los hombres me resultaban cada vez más tentadores.

Cierto día que Mateo había vuelto a casa por un puente nos sentamos los tres a jugar a las cartas, como era usual en nosotros hacer siempre que podíamos. Nuestro juego favorito era el póker. Adivinar las cartas del rival y anticipar sus movimientos, faroles y engaños; siempre tan excitante.

Como era verano, nos pusimos en el suelo -disfrutando de su frescura-, sentados en círculo y dispuestos para el duelo. Las cartas fueron barajadas y repartidas y nuestras fichas de plástico, que pretendían ser las de un casino real, apostadas. Así pasaron las rondas entre risas y piques tontos entre hermanos, hasta que la verdadera conversación comenzó:

-          Y qué, Sara, ¿ya te ha pedido salir algún chico? –preguntó de la nada Mateo.

Yo me sonrojé ante la pregunta.

-          P-pero que cosas dices… yo prefiero leer libros antes que salir con chicos.

-          Mírala Eric, qué desperdicio. Tan mona que ha salido y las cosas que nos hace.

-          No me puedes culpar porque no me atraigan lo suficiente como sí lo hace la lectura –rebatí.

-          Está bien, renacuaja, te enseñaré algo que te gustará más incluso que esos libros que lees. Ven.

Acto seguido, Mateo se levantó y caminó por el pasillo. Aunque ya no vivía con nosotros en la casa su cuarto seguía tal y como lo dejó ya que de vez en cuando pasaba aquí una temporada. Su habitación era la que estaba justo enfrente de la mía. Hasta ese momento aquel habitáculo no había despertado en mí mayor interés que la de entrar cuando debía avisarle que la comida estaba en la mesa o similares. Las paredes estaban pintadas de un naranja claro, los muebles de madera combinaban perfectamente y para mi sorpresa, casi todo eran estanterías repletas de unos libros extraños que no me sonaban de nada.

Cautivada por la curiosidad que siente el espeleólogo al entrar a la cueva de minerales preciosos  con la que lleva soñando toda su vida, me adentré en la habitación, dirigiéndome directamente a los estantes. En los lomos de los libros se podían leer distintos nombres extraños que no había oído en mi vida, además de diversos símbolos: Bleach, Rurouni Kenshin, Dragon Ball, One Piece, D.Gray Man, Naruto…

Había tantos que no sabía por cual empezar. Ante mi indecisión y gesto de duda Mateo se acercó donde yo estaba y escogió uno por mí.

-          ¿One Piece? ¿Qué es eso? –pregunté, desconcertada.

-          Esto, hermanita, son mangas. Se parecen a los libros infinitos que tú lees pero mucho mejores. Aquí los diálogos junto con la acción de las viñetas narran la historia.

La definición como poco me resultó llamativa. Rápidamente lo abrí por una página al azar decidiendo el destino que cayera en una página donde salía un hombre que vestía una gabardina negra, un sombrero de ala ancha y tenía unos ojos dorados que cautivaron mis sentidos. Mi cara de emoción no se podía describir con palabras. Y eso mismo debió pensar mi hermano cuando contento por mi embelesamiento con aquel librito me condujo hasta su cama, invitándome a tumbarme en ella.

Mientras seguía pasando mis ojos de cuadro a cuadro de acción me deslicé en el mullido colchón -ahora sin mantas por la temperatura ambiente-, deleitándome con la suavidad de la sábana, el contacto de las cálidas manos de Mateo sobre la piel de mis brazos desnuda y la acción del manga.

Debió ser la atmósfera, debió ser la temperatura que en ese momento mi hermano hizo algo decisivo que cambiaría nuestra relación para siempre. Cogió el libro que momentos atrás me había entregado, dejándolo caer en un punto incierto del suelo de la habitación a la vez que se situaba encima de mí y juntaba nuestros labios en un apasionado beso.

No podía dar crédito a lo que estaba sucediendo, un beso, mi primer beso, estaba siendo con mi hermano. Lo extraño de la situación rápidamente fue sustituido por una calidez que jamás había sentido; los escasos impedimentos morales que tenía desaparecieron en el mismo instante en que el cuerpo de Mateo pasó a hacer más contacto con el mío del debido entre hermanos. Pero igual me daba. Debió ser la atmósfera, debió ser la temperatura que sin darme cuenta había pasado mis brazos alrededor de su cuello, profundizando el contacto. Pronto su ímpetu acaparó la escena, abriendo mi boca con sus besos e introduciendo su lengua en mi cavidad, iniciando así una batalla que estaba encantada de perder.

Deleitada en sus ardientes besos apenas noté como su mano traviesa, indagadora, quería adentrarse en una frontera más allá. Acariciaba mi cintura, describiendo las curvas de mi cuerpo por encima de la camiseta se metió bajo ella, erizando mi piel con su contacto. Rompimos el beso un instante, lo suficiente para respirar y recapacitar lo que estábamos haciendo. Demasiado tarde, pensé. Demasiado tarde, pensó él.

Me incorporé ligeramente quitándome al instante la camisa de tirantes que tanto rato me había impedido sentir su ardiente pasión directamente, sin preocuparme siquiera donde pudiera caer. Para luego volver a tumbarme completamente, exhibiendo ante mi hermano algo que nadie más había visto.

Mis pechos grandes se agitaban junto con mi respiración acelerada y nerviosa.

Un sonrojo ocupaba mis mejillas.

Mis ojos entrecerrados demandaban algo más que simples besos

Mateo me miro con deseo y lujuria en esos ojos verdes que tanto me gustaban de él. Tan profundos como el bosque y que ahora manifestaban a la bestia dormida que reposaba en su interior.

-          Eres un rico caramelo, Sara. No sabes cuanto tiempo he pensado en esto, en ti.

-          Entonces devórame, hermanito.

Sin perder tiempo recorrió mi vientre alcanzando la altura de mis pechos, donde el sujetador rosa que llevaba traslucía mis erectos pezones. Y no era lo único erecto allí. En los pantalones de mi hermano se adivinaba algo mucho más duro y grande. Como hipnotizada me quedé mirando esa parte en la que no había reparado, imaginando como se vería sin la tela que no le permitía alcanzar su máximo tamaño. No fue hasta que sentí la lengua de Mateo lamiendo mis pechos ya al descubierto que salí de mi embobamiento. Su boca estaba ocupada en el derecho a la vez que su mano pellizcaba el izquierdo, recibiendo mil descargas eléctricas que me volvían loca, provocando que progresivos gemidos de mayor volumen mal reprimidos por mi parte escaparan de mi garganta. Tenía miedo de que Eric entrara al cuarto alertado por ellos y nos descubriera en aquella posición.

Mateo debió de darse cuenta de lo que me preocupaba porque dejó de degustar mis pechos, dejándome con la necesidad de recibir más de ese contacto en una parte tan sensible.

-          No te reprimas, quiero oírte, Sara.

-          Pero Eric, él…

-          No te preocupes –tras lo cual selló mis palabras con otro beso.

Perdí la cuenta de cuentos de esos nos habíamos dado para aquél entonces. Sólo sentía que faltaba algo y mi hermano no tardó en ayudarme a descubrirlo. Se separó de mí para desprenderse de su camiseta, dejando al descubierto aquel pecho fibroso que heredó por genética y que él mismo se había encargado de mejorar con sus consecuentes horas de gimnasio. Después vino el pantalón y los bóxers. En ese momento pude ver lo que momentos atrás mi mente intuía sin llegar a hacerse ni una mínima idea de la realidad. Un pene más que tieso se erguía orgulloso entre las piernas de mi hermano, sacudiéndose levemente de un lado a otro a cada movimiento de él. Tenía un tamaño y diámetro considerable con la cabeza roja y algo de líquido transparente saliendo ya de él.

Mateo volvió a acercarse a la cama con aquel aparato sujeto en su mano. Mi ojos seguían clavados en él.

-          ¿Alguna vez habías visto uno de estos?

-          En directo nunca, sólo en el libro de biología cuando estudiamos la reproducción.

-          Pues ahora vas a poder disfrutar en exclusiva de uno.

Esa frase de chulazo de película provocó un escalofrío en mí, sabía lo que venía a continuación y dudaba de que su gran pene cupiera en mi virgen vagina. Titubeé un poco a lo que cariñosamente él acarició mi mejilla, tranquilizándome.  Yo misma retiré mis pantalones junto a mi tanga, descubriendo para mi sorpresa que mi coño estaba empapado de fluidos que no cesaban de emanar debido a la excitación que me producía todo lo que estábamos haciendo; quebrantando las reglas, mordiendo del fruto prohibido.

Me coloqué mejor, entregándole directamente mi  cavidad, preparada y dispuesta para que me ensartara con su potente herramienta.

Él, más considerado, pasó su mano por toda la extensión de mi coñito, introduciendo dos dedos en el interior a la vez que un profundo gemido escapaba de mi, bañándolos en los fluidos vaginales que era incapaz de contener. Sonrió acercándose la mano a la boca para lamerlo y seguidamente repitiendo el proceso pero dándome a mí a probar mi propio sabor. Su incierto sabor adictivo me excitó incluso más.

-          Tranquila, estás muy mojada, no dolerá.

Agarró su polla con la mano enfilándola a mi entrada y me penetró de un golpe. Y tenía razón. La incomodidad que sentí al principio apenas duró unos segundos en comparación a lo que tardó el placer indescriptible provocado por su pene bombeando en mi interior inundar mi cuerpo. Las paredes de mi vagina apretaban su miembro que cada vez profundizaba más y más en mí. Al igual que un taladro indaga en las profundidades de la tierra su mete saca intenso y desenfrenado me hacía perderme en sensaciones únicas, nublando mis sentidos.

Se sujetó de mis caderas para las que presentía, embestidas finales. Y así fue, tras un par de estocadas más un líquido caliente y viscoso inundó mi interior.

Mateo, rendido por el esfuerzo, salió de mi interior y después de besar mi frente se marchó a la ducha. Yo me quedé allí, desconcertada y derrotada. Había sido una experiencia increíble y en ese momento no supe qué pensar. Si fue bueno o malo ya no importaba, porque para mí solo una palabra tenía cabida: espectacular.

Continuará....