Amor Forzado
En el amor, los finales son tan variados, tan dóciles a vivirlos como complejos al sentirlos. Muchas historias, muchos finales... al fin de cuentas, sólo es amor.
AMOR FORZADO
Recuerdo haberte visto caminando en aquella calle. La brisa de noviembre era el aviso inminente de que las fiestas de navidad y fin de año se acercaban. Detuve mi intención de entrar al carro, debía verte. Debía ver tu cabello ondulado por el viento juguetón. Reconozco que lo que me hizo observarte fue el arrebato al que me sometí con tu aroma. Era confuso, era tan familiar como desconocido. Entonces me crucé con tu sonrisa, con tu dentadura perfecta, con tu andar mágico. Me sedujiste sin percatarte, con el moldeo de tu vestido bailando en tu cuerpo a cada paso que dabas. Con tu piel blanca, con tu melena achocolatada. La imaginé sedosa deslizándose entre mis dedos.
Seguí tu trayecto hasta el escaparate de una tienda cercana. Te reflejabas en el amplio ventanal y no disimulabas para verte en él. Acomodabas tu cabello, de tu bolso sacaste lo que asumí era un gloss. Lo esparciste en tus labios. Quise besarte. Anidarme en tu boca, vaciarme en ella.
Ni tú ni yo nos percatamos del chico que pasó veloz en su patineta tumbándote al suelo.
De inmediato crucé la calle hasta llegar a ti. La amiga que te acompañaba me miró con extrañeza, sin inmutarme te ayudé a incorporarte.
- Gracias- dijiste con esa voz cremosa y suave.
Te sostenía la mano sin soltarte y perdida en tus ojos me encontré.
- Angie... ¿Estás bien? - dijo tu amiga más asustada que tú.
Angie... Repetí en voz alta. A estas alturas me veía hipnotizada. Lo hizo notable tu cara de incomodidad y tu reacción al quererte soltar de mi.
Te solté. Entre las tres recogimos tus cosas y sin más te vi alejarte. Te reías de tu infortunio haciéndole broma a la chica.
No creo en el amor a primera vista, reniego de vanalidades como esas. El amor, yo pienso, es más intenso. Es poco permisivo, excluyente de pensamiento... Es, es exactamente como lo que sentía en ese momento. El ímpetu, el riesgo, la osadía plena, sin temor.
Di unos pasos largos, un leve trote hacia ti.
- Angie... - me animé a decir tu nombre por segunda vez.
Giraste tu cuerpo grácil. Me viste de nuevo extrañada.
¿Puedo invitarte a tomar algo? - pregunté con el corazón a escasos centímetros de salirse por mi garganta en cada palpitación.
No soy lesbiana - respondiste tajante. Seguiste tu camino.
Yo tampoco - dije rápido pretendiendo detener tu marcha. - es que veo que eres decoradora de interiores y precisamente busco a una... O a uno... Pero tú lo eres, así que pensé... -
y tú ¿cómo sabes eso? ¿Nos conocemos? -
no, es que dejaste caer una tarjeta de presentación... Asumo que eres tú - dije alargando mi brazo en tu dirección con la tarjeta en mi mano. La viste de reojo y luego a mí.
Sí, soy yo. Puedes llamarme en horas hábiles. En este momento como ves, no tengo disponibilidad. - tu semblante risueño se había perdido por uno frío y tosco. Estabas incómoda.
Bien, entonces te llamaré en horas hábiles. Mucho gusto - di media vuelta y crucé de nuevo la calle hasta mi vehículo. Al subirme te dirigí una última mirada por el retrovisor. Caminabas tan sensual y altiva, sin ver atrás. Bastaba con que yo te viera.
Pasé varios días observando la tarjeta. Tratando de juntar el valor para llamarte. Con decisión me dijiste que no gustabas de las mujeres. Pero ¿cómo podía hacer yo para no pensarte? Ideé entonces el mejor plan de conquista... No conquistarte. Empezaría a conocerte esperando encontrar algo que me desagradara de ti. Algo que me inclinara a abandonar la idea de tenerte entre mis brazos y hacerte mía tan despacio para que si solo fuera una vez, me grabara tu piel, tus rincones, tu sabor, tu aroma.
Luego de unos días tomé valor. En mi mente ensayé qué decirte. Salí de mi oficina y con el ruido del tráfico de fondo, escuché el repique del teléfono al llamarte.
Tomaste la llamada cuando estaba por finalizar. ¡Qué voz la tuya... Qué voz! Un sólo "buenas tardes" y me aceleraste el corazón traicionero que tengo.
Angie Álvarez? - pregunté intentando denotar seguridad en mi tono.
Así es - respondiste seca. ¿Será que siempre eres tan cortante? Pensé.
Hola, soy Gabriela Marín. Hace unos días te conocí... Cuando el chico te tumbó en la calle...
ah... Eres tú. Platícame de lo que tienes en mente.
¿En mente...? - en mente tenía arrancarte la ropa y besar entero tu cuerpo, escucharte jadear y gemir mientras unía tu cuerpo al mío... –
Sí, en mente. ¿Qué quieres que decore?
Podríamos juntarnos en una hora y platicamos? Veámonos en el restaurante... –
¿tienes un restaurante? – interrumpiste dudosa -
no - respondí extrañada.
entonces no veo por qué nos tendríamos que ver en un restaurante. Dime donde es la decoración, me das la dirección y nos vemos allí.
hummm... es en mi casa - contesté imaginando qué tendría que decorar, si recién la había redecorado.
Luego de un vacilar tuyo y del nerviosismo mío, te di la dirección de mi casa. 2 horas y media después te estacionaste frente a la entrada. Antes de salir a recibirte, mi corazón se adelantó y salió a tu encuentro.
Lucías tan bella como el día que te vi por vez primera. En esta ocasión, llevabas unos jeans ceñidos a tu esbelto cuerpo. Unas botas en punta que te hacían ver más alta. Una blusa casual blanca. Al bajar del carro te quitaste tus lentes oscuros y los dejaste descansar sobre tu cabeza. No supe que me gustó más de ti. A lo mejor tus ojos brillantes, tus labios carnosos. Quizá fueron tus senos redondeados o tus curvas… cada una de ellas.
- Hola. Tienes una linda casa. – te veías segura. Extendiste tu mano para saludarme. La toqué y toqué el cielo –
- Gracias, pasa adelante.
Nos dirigimos al living. La verdad, la casa estaba impecable y recién redecorada.
- Muéstrame el espacio que quieres decorar, aunque no le veo mucho sentido, parece como nueva.
- ¿Te ofrezco algo de beber? – atiné a preguntarte mientras me las ingeniaba para elegir el sitio a decorar –
- No gracias, estoy bien. Si no te molesta quisiera que nos diéramos prisa, tengo otro compromiso que atender.
No dejabas espacio para nada más, tu distancia dispuesta me desanimaba de sobremanera. ¿Qué hacía queriendo conquistar a una hetero?
- La cocina – dije rápido – necesita un poco de decoración –
- Bueno, llévame.
Mientras tomabas unas fotografías te hice el amor en mi mente. Te veías ensimismada, muy concentrada. Dejabas ver tu pasión por tu arte y yo encerraba la mía por ti. Tu aroma me estaba enloqueciendo, necesitaba hacerte mía con urgencia.
- Te dejo trabajar. Tengo unas cosas de que ocuparme, así que si me necesitas estaré en la biblioteca junto al living. – te dije mintiendo para poder relajarme lejos de ti –
- Bueno. – respondiste sin más. Admito que tu indiferencia me estaba enervando –
Desempolvé unos libros sin polvo. Leí unos párrafos sin leer. Al final, terminé mirando unos documentos quien sabe de qué. Me distraje pensando en lo solitaria que me sentía y en cómo los años me habían ido abandonando poco a poco. No es que estuviera vieja. Pero en ocasiones la soledad te avejenta con facilidad. Algún recuerdo de amores añejos se dibujó en mi pensamiento. Eran tan lejanos que ya podrían parecer mentira.
- ¿y esos niños? ¿son tus hijos? – preguntaste mirando una fotografía en una mesa cerca de la puerta –
- … sobrinos. Son mis sobrinos. – pensar en ellos sacó una sonrisa en mí. –
- Son bellos. Sonrientes. Ya evalué el espacio de la cocina y tengo algunas ideas. En un par de días tendré preparadas algunas y te daré el presupuesto. Ahora sí me puedes invitar a beber algo. – Sonreíste al fin. Y tu sonrisa se convirtió en tu curvatura más bella. –
- Claro – respondí poniéndome de pie de inmediato –
Te ofrecí un café, un jugo… pediste algo más fuerte. Un ron. Tenía el ideal, un añejo de 12 años Barceló Imperial. Hiciste un gesto deleitándote con él.
- Excelente elección. – Sonreíste de nuevo, casi podría jurar que me coqueteaste al hacerlo. –
Luego de un rato teníamos una charla amena y fluida. Sin tocar temas personales se nos fue buen rato platicando de todo un poco. Lo que prevalecía era tu profesión, lo que me hacía verte casi idiotizada. Me sumergía en tu pasión, mis ojos me traicionaban dirigiéndose a tus labios. Quería besarte. De nuevo mi imaginación que se apoderaba de tu boca suavemente, ansiando sentir el sabor dulzón del ron en ellos.
Pasaba el tiempo y recordaba que tenías un compromiso, pero no quise recordártelo temiendo que te fueras. Te necesitaba ahí conmigo, eterna.
- ¿Quieres que coloque un poco de música? – te dije acercándome al reproductor –
- ¿Por qué preguntas si ya estás a punto de colocarla? Sólo hazlo si así lo deseas.
“Sólo hazlo si así lo deseas”. Qué perfecto sonaba, me hubiera encantado que dijeras eso haciendo referencia a que te poseyera de una buena vez.
Coloqué una selección de música tranquila. Algo de John Legend, otro poco de Leona Lewis y Alicia Keys. En algún momento sonaba Matthew McGinn y James Morrison. El sol se ponía dándonos una iluminación perfecta. No tan perfecta como me parecías tú. Eras muy diferente a las chicas que usualmente ocupaban mi interés. Para empezar el color de tu cabello, no era negro. Pero era hermoso y me encantaba.
La canción de Joshua Radin, “Today”, sonó. Tomaste de una vez el trago de ron que reposaba en tu vaso.
- ¡Esa canción! ¡odio esa canción! Jamás se la dediques a una chica que nunca será tuya. Yo lo hice y me arrepiento.
Te miré extrañada. Acababa de escucharte confesar que sí te atraen las mujeres. Creo que los tragos que te habías bebido te hacían mencionar detalles que deseabas ocultar. No sabía si alegrarme por el descubrimiento o entristecerme al ver que estabas sufriendo por un amor no correspondido.
Tomaste la botella de ron y te serviste otro. Ni siquiera lo miraste, simplemente te lo bebiste con rapidez. Te pusiste en pie y te dirigiste al reproductor.
- Sabes, quiero bailar. Coloca otra cosa, pero algo que valga la pena y baila conmigo.
Mis ojos casi se salían de sus órbitas. Me estabas dando la oportunidad de poder estar cerca de ti, de tocarte a lo mejor.
- ¿qué quieres bailar? – pregunté. – Hace mucho tiempo no bailo.
- No es algo que se olvide. Es como hacer el amor, pero con ropa. – dijiste sin verme, revisando el listado de canciones. – Encontré la perfecta. Ven.
La canción era Bachata en Fukuoka. No soy fan de la bachata, pero la de Juan Luis Guerra tiene algo que me fascina. Y esa canción en particular siempre la quise bailar con la mujer que lograra encender todos mis sentidos. La tenía ahí frente a mí. Me acerqué ocultando mis nervios. Te juntaste a mí, pegándote sensualmente al ritmo de la canción.
Sentirte así de cerca, bebiéndome tu aroma. Tus caderas seducían a las mías. Todo tu cuerpo se movía tan deliciosamente que me hacía erizar. Eras unos escasos centímetros más alta que yo. Mis brazos empezaron a sentir la comodidad de tu cercanía. Los tomaste y rodeaste tu cuerpo con ellos. Tenías razón, era como hacer el amor con ropa.
Nos quedamos bailando un poco más con unas canciones similares. El sol llevaba buen rato que nos había dejado en privacidad, ahora era la luna que, menguante, atesoraba ese momento mágico para mí.
Sin darme cuenta, nuestros labios se estaban buscando. Se encontraron en un beso suave, profundo y suave. Tus labios tenían la sensación tersa de los pétalos de los cartuchos, cerré mis ojos para que la sensación me arrebatara sin oposición. Soltaste un leve gemido, tomaste mi rostro con tus manos acariciándome. Las mías iban y venían recorriendo tu espalda. En efecto, mi cuerpo ya respondía excitándose, mucho más cuando tu lengua se abrió camino dentro de mi boca. La enredaste con mi lengua. Me besabas la boca pero la sensación iba directo a mi sexo. Dimos unos pasos hacia el sofá. Me acostaste en él y te colocaste sobre mí, acariciando mis senos por sobre mi ropa. Tu lengua ahora delineaba mis labios, los chupabas lentamente para luego besarme de nuevo con un poco más de pasión. Una mano tuya reposaba en mi clavícula y bajabas la otra desde mi pezón, pasando por mi abdomen, mis caderas y terminando en mi muslo. Ahí te detenías durante unos momentos y te redirigías a mi pelvis para encontrarte bajando tu mano hacia mi sexo, el que apretabas sin pedir permiso.
Al hacer esto último, te separaste un poco de mí. Tus labios ya no me besaban, pero mordías los tuyos mirándome penetrantemente. Me detallabas la mirada. El brillo de tus ojos se acentuó con la tenue iluminación de aquel lugar.
Te pusiste en pie poco a poco acomodándote la ropa. No sabía si detenerte o dejarte ir. Te sentaste en la orilla del sofá tratando de recobrar la compostura.
- Lo siento. Creo que bebí de más. Debo irme. – dijiste poniéndote de pie y recogiendo tus cosas –
- Tranquila. – te dije – no ha pasado nada. Discúlpame tú por dejarme llevar.
No dijiste nada más. Tomaste tus cosas y te marchaste. La verdad no sabía cómo reaccionar, aún no podía creer que te haya tenido así por un breve momento. Algo tenías que me trasportaba a un sitio de total calma. No entendía cómo pero me había enamorado de ti sin saber quien eras.
Hace algún tiempo recuerdo haber sentido algo similar por una chica de la universidad, no recuerdo su nombre. Pero sí recuerdo que era invierno y esa noche en el campus caía una torrencial lluvia. Me dirigía a los edificios de las residencias pero el aguacero no me dejaba avanzar. Así que logré llegar al portal de uno de los edificios. Subí unos peldaños de las gradas y levanté mi vista. Ahí estaba esa chica, totalmente empapada abrazándose a unos libros que después de soportar el agua no creo que tuvieran posterior utilidad. En plena oscuridad pude ver el brillo de sus ojos. Su piel desprendía un aroma tan familiar como desconocido.
Ella sabía mi nombre, pues me saludó diciéndolo. Al verla tuve la necesidad de acercarme a ella y al acercármele, tuve la imperiosa necesidad de besarla con loca pasión.
- ¿Tienes frío? – pregunté idiotamente. Hacían unos 11º grados y ella tiritaba. –
- Jajaja sí, a decir verdad. Sería raro que no – respondió con una voz cremosa y suave –
- Preguntas las mías. – respondí riéndome de mi propia torpeza –
Sé que le pregunté su nombre y que me lo dijo. Pero a decir verdad, no lo recuerdo. Me pegué a su cuerpo y la abracé casi por inercia. Ella se dio vuelta para quedar frente a mí. Se topó de espaldas a una de las paredes del portal y yo me pegué a ella sin preguntar. Nuestras miradas se fundieron con tanto calor que no sentimos más frío. La besé y ella me correspondió. Tenía unos labios tan tersos como los pétalos de los cartuchos. Su aroma me enloquecía. La besé más profundo. Ella dejo caer sus libros y se abrazó a mí. Acarició mis mejillas con sus manos. Pegué mi pelvis a la suya.
Ella era unos pocos centímetros más alta que yo, pero pegada a aquel portal, parecía de menor estatura y casi indefensa. La calidez de sus labios me excitaba fatalmente. Confundía la humedad de mis ropas con la del deseo que le tenía. Acaricié su esbelto cuerpo, levanté su blusa desde abajo y mis manos frías hicieron que ella diera un pequeño brinco al sentirlas sobre la piel de su cintura.
Besé su cuello con delicadeza, lo recorría con mi lengua de cuando en vez. Ella gemía y me entrelazaba con una de sus piernas. Bajé mi mano hasta su jean. Lo desabroché, sin dejar de besarla, introduje mi mano derecha haciendo a un lado su panty. Me encontré con su sexo depilado y dispuesto al tacto. Deslicé mi dedo medio por el inicio de su vulva. Encontré su clítoris sin dificultad. Ella se separó de mi boca, sujetó mi cabello y gimió con fuerza. El ruido de la lluvia cayendo ahogaba su sonoridad.
Masajeaba la punta de su clítoris con la yema de mis dedos. Poco a poco sentí como se inflamaba. Ella se retorcía con violencia, sus uñas marcaban la piel de mi espalda. Eso me excitaba más y más. Bajé su jean con premura, fue tan rápido que sus bragas cayeron con él. No podía aguantarme más, deseaba comérmela en ese preciso instante. Me coloqué de rodillas, separé un poco sus piernas y empecé a practicarle sexo oral. Mi lengua se paseaba por toda ella intercalándose con los chupetones que le daba. En un momento, me pidió que mordiera suavemente su clítoris y así lo hice. Mi boca se posaba en sus labios y la estaba disfrutando tanto como si besara su boca.
Ella me tomaba por la cabeza y me pegaba más a su sexo. Era una deliciosa orden de que continuara con lo que hacía. Introduje mi lengua en su vagina bañada con sus fluidos. Hacía círculos en ella mientras con mis dedos continuaba masajeando su clítoris. Ella acariciaba sus senos, apretujándolos sensualmente. Empezó a jadear con intensidad, tanto así o más, gemía. Se corrió en mi boca en cuestión de unos segundos. Fue sumamente excitante sentir sus fluidos calientes llenando mi boca, bañando mis labios. Me incorporé lentamente hasta llegar a su boca, deseaba que probara lo rica que estaba. Mi mano se quedó un poco más acariciando su sexo. Sentía como su clítoris palpitaba bajo mi palma.
Nos besamos despacio, sin prisas… jamás había hecho semejante cosa. Había sido mi primera experiencia con una mujer. Simplemente no pude controlarme, era imposible tenerla cerca y no querer hacerle el amor.
Me abracé a ella. Ella a mí. Sonreía mientras me decía al oído lo rico que había estado. Luego de ese día la evité lo más que pude. Sabía que me estaba enamorando pero no podía creer que fuera de una mujer. La última vez que supe de ella fue un viernes por la noche. Llegó a mi dormitorio con un ramo de rosas y un disco. De eso hace unos 15 años. Me declaró su amor y yo sólo atiné a decirle:
- No soy lesbiana.
Le cerré la puerta, me quedé con el ramo de rosas en la mano y con el disco que sólo contenía una sola canción… ya mi memoria falla y debo hacer un esfuerzo por recordar cuál era… creo, si no mal recuerdo, que era… “Today” de Joshua Radin… y el nombre de la chica era… por un carajo… Angie.
Agradezco a quienes se toman el tiempo en leer mis relatos, por estar pendientes de ellos. Esta fue una de esas noches en las que deseaba tanto escribir una historia. Una sensación de ansia, de necesidad, a lo mejor de temor. Creo que temo o que por lo menos, en este momento siento esa extrañeza por la incertidumbre. Lo que deba ser será y no queda más.