Amor filial
Siempre he confesado en mis comentarios que la categoría de Amor Filial, no me atrae y solo por algunos autores he logrado leer algo allí, esta vez me atreví a escribir algo relacionado con eso pero en otra categoría, los invito.
Bajo las sábanas se adivinaba su hermoso cuerpo de veinticuatro años, su hermosa y lacia cabellera de dorado natural con algunos matices oscuros, era. la envidia de todas las mujeres que la conocían, ellas debían pasar horas en la peluquería para lograr algo similar en sus cabellos mientras aquella diosa lo ostentaba de forma natural; mientras muchas a su edad ya habían pasado por el quirófano para aumentar el volumen de sus pechos, aquella Venus poseía un par de encantos que volvía locos a los hombres; ni que hablar del resto de su cuerpo que parecía hecho para el mejor y mas privilegiado de los mortales; vientre plano y sinuoso en cuyo centro, cual diadema, se mostraba orgulloso un profundo y perfecto círculo, cicatriz que había quedado en su cuerpo desde el mismo día de su nacimiento cuando la separaron de su madre cortando el cordón umbilical; su sexo, oh!, Dios!, debía estar predestinado para el disfrute de quien tuviera la fortuna de ser su amante y, seguramente, en un futuro no muy lejano serviría para traer al mundo criaturas tan o más hermosas que ella misma. Su espalda era todo un espectáculo, desde niña había sido acostumbrada a caminar erguida y ella misma por coquetería, se empeñaba en mantenerla así en todo momento.
Detallar su trasero, sus muslos y piernas o los bellísimos pies que completaban aquel compendio de perfección, podría resultar largo para los lectores, pero cabe decir que nada de su anatomía pasaba desapercibido para nadie. Tampoco su personalidad era cuestión de dejar pasar; desde niña había sido líder en todos los ámbitos en los cuales le tocó desenvolverse; delegada de curso durante todos sus años de educanda, incluso en la universidad era reclamada por sus compañeros para que los representara en los consejos de facultad o simplemente ante los profesores que dictaban alguna cátedra; emprendedora como pocas, casi abandona los estudios universitarios para irse a trabajar como número de una transnacional que le ofrecía, a tan solo diecinueve años de edad, un paquete laboral que hubiese hecho palidecer a muchos profesionales experimentados, pero ella es mujer de ideas concretas; sin graduarse ya era capaz de cotizarse tan alto, pues bien valía la pena esperar hasta obtener el título, entonces valdría mucho más, el tiempo le había dado la razón y ella lo notaba en su cuenta bancaria y en el límite de sus tarjetas de crédito; nunca fue consumista, pero saber que puedes disponer de cierto límite para darte algún gusto, no debe entristecer a nadie, en resumidas cuentas, aquella mujer podía considerarse la personificación del éxito.
El hombre de cincuenta y dos años abrió sigilosamente la puerta del dormitorio para no despertarla, ella sin embargo percibió su presencia y en una actitud mimosa le dijo en tono quedo: Abrázame por favor, me muero de frío
Él se acostó a su lado y la tomó en sus brazos rozándola apenas con sus labios, dejándole sentir el calor de su cuerpo todavía firme a pesar de un pequeño abdomen que no pasaba inadvertido; la seguridad que le inspiraba cuando yacían juntos era indescriptible; para ella, él era el prototipo del hombre ideal, maduro, inteligente, de muy buen físico a pesar de su edad, con un espíritu de juventud que era el comentario obligado de casi todos sus amigos y compañeros de trabajo que, en su mayoría, los conocían a ambos; en fin que no había mujer en el mundo que se sintiera más feliz de tener a un hombre como él a su lado y ella hacía alarde de eso cuando caminaban tomados de la mano en sitios públicos, bajo la mirada de cualquier público y el cotorreo a soto voce de algunos moralistas; claro que lo que más disfrutaba eran aquellos momentos de intimidad en los cuales el universo entero giraba en torno a esos dos cuerpos, a esas dos mentes, a esos intensos sentimientos.
Ella estaba conciente que esos deliciosos momentos eran compartidos, no podía disfrutarlos cada noche porque él debía repartirse con otras dos personas e incluso, a veces, debido al cansancio del trabajo diario, solo alcanzaba a disfrutar de un leve beso en su mejilla o un piquito en su boca, pero casi enseguida él se dormía como un leño.
Así estuvieron por largo rato, hasta bien entrada la madrugada cuando, después de haberse transmitido todo el amor del que fueron capaces en la oscuridad de aquel recinto, prácticamente sin moverse, sin hablar siquiera; él la sintió respirar profundo, típica señal de estar dormida, totalmente relajada, totalmente llena de aquel amor.
Aún dormida, ella se percató del momento cuando él se levantó de su lecho y sin despertar completamente, alcanzó a balbucear: Bendición papi ; Dios te bendiga hija mía; escuchó en sueños mientras él, que la noche anterior había hecho lo mismo con su hijo, se metía en la cama al lado de la mujer que lo había convertido en el hombre más dichoso del planeta con cada hijo que concibieron juntos