Amor eterno 2

La historia sigue

Amor eterno 2

Estoy tumbada al lado de mi amor, esta vampiresa rubia me tiene loca desde la primera vez que la vi, mi clan la temía. Mi único anhelo era poder luchar contra ella y vencerla, me entrené como una loca para lograrlo.

Me derroto sin ningún esfuerzo, nuestra fuerza era pareja, pero sus más de dos mil años en constantes combates le otorgaban una destreza muy superior. Me tenía tumbada en el suelo, coloco su pierna sobre mi pecho y sonrió. Todavía recuerdo sus palabras.

• Lobita eres muy fuerte, puede que tengas más fuerza física que yo.

• ¿Entonces porque no he podido tocarte? (llorando de la rabia)

• ¡La fuerza física no lo es todo lobita!

• ¡No me llames lobita, tengo un nombre sabes!

• Me gustaría mucho conocerlo.

• Me llamo Carla.

• Es un nombre muy bonito, el mío es Astrid.

Me ruboricé como una chiquilla, tenía un cuerpo perfecto, unos pechos del mismo tamaño de los míos y su pelo brillaba como el oro. Me tendió la mano ayudando a levantarme pego su cuerpo al mío y me dio un tierno beso en los labios, después se separó riéndose y me cito para el día siguiente a la misma hora.

Vi como se marchaba mirando para atrás con una sonrisa en el rostro, me toque los labios y sonreí. Dentro de mí empezó a crecer un sentimiento muy fuerte hacia aquella mujer.

Al día siguiente llegue antes de la hora aunque tenía unas ganas tremendas de verla, no podía evitar sentir cierto recelo. Podía ser una trampa, no fue así Astrid apareció puntual y se puso en frente mío.

• Pensé que no vendarías.

• ¿Por qué no iba a hacerlo?

• Porque los lobos sois muy cautelosos.

• ¡Que no me llames así, tengo nombre y te lo dije ayer!

• Lo siento Carla, no pretendía ofenderte.

• ¿Para qué me has traído aquí?

• Te enseñaré a luchar como yo.

• ¡Ya sé luchar!

• No lo dudo, pero tu forma de hacerlo limita tu fuerza y velocidad.

Al final accedí y empezamos a entrenar todos los días en el mismo sitio, su forma de entrenarme era despiadada, pero tengo que admitir que los resultados empezaron a aparecer enseguida.

Empezamos a conversar todos los días después de cada entrenamiento, era una mujer fascinante, a diferencia de mí ella odiaba profundamente a su familia. Me contó que el vampiro que la eligió y convirtió, masacro a toda su verdadera familia delante de ella. La obligo a mirar como iban despedazándolos uno a uno, su único anhelo era vengarse de cada uno de esos vampiros, sus ojos se pusieron rojos y apretó sus puños hasta hacerse sangre. Fue un impulso, pero la abracé, sentí la necesidad de hacerlo.

En una de esas ocasiones cuando terminamos de entrenar le pregunte que porque me entrenaba en vez de matarme.

• Mi familia te intentará matar sin dudarlo, eso no voy a permitirlo.

• ¿Por qué?

• Porque me gustas Carla, a tu lado el dolor y el rencor desaparecen.

Esas palabras me gustaron mucho, yo sentía lo mismo, pero no me salían las palabras, decidí actuar en vez de hablar y le besé. Cogí desprevenida a Astrid, pero colaboro con el beso enseguida. Sus ojos volvieron a ponerse rojos, esta vez era por lo caliente que estaba.

Escuchamos un ruido, paramos haciendo un gran esfuerzo. Aparecieron sendos guerreros vampíricos, cuando me vieron desenvainaron sus armas y me apuntaron con ellas con la intención de matarme. Astrid se puso delante de mí, desatando todo su poder.

• Mi señora es un licántropo, tenemos que acabar con ella.

• Si le tocáis un solo cabello, os abriré en canal y colgaré vuestros cuerpos de vuestras entrañas, ¿me habéis entendido?

• Si señora.

• Además, no podríais con ella ni aunque fuerais cientos, ahora marcharos de aquí, ! Estorbáis!

Los dos guerreros se marcharon sin rechistar, no me podía creer lo que estaba viendo.

• Lo siento Carla, según parece que tú y yo intimemos esta prohibido.

• Lo sé, a mí me dan igual esas leyes.

• Lo mismo opino.

Me cogió de la mano llevándome a un viejo castillo, estaba en ruinas. Astrid apartó un par de rocas y apareció una puerta, al cruzarla aparecieron unas escaleras. Al bajarlas llegamos a unos túneles.

• Aquí nadie nos molestará.

• ¿Estás segura?

• Sí.

Astrid empezó a desnudarse, su cuerpo era bellísimo, tenía un par de pechos medianos con unos pezones rosados y puntiagudos, su coñito estaba peludo como el mío, pero su bello era de color dorado y estaba brillante de la humedad.

Yo hice lo propio y me desnudé, Astrid se mordió el labio y puso cara de salida extrema. Se acercó a mí, poso sus labios sobre los míos y me beso. Yo temblaba, era mi primera vez.

Astrid adivinó lo que me ocurría y acercando su boca a mi oído me dijo, deja que te guíe. Acto seguido colocó su mano sobre mi coño y empezó a jugar con mi clítoris, el placer que sentía era extremo. Ella parecía conocer mi cuerpo mucho mejor que yo.

Acerco su boca a mis pechos y los empezó a chupar y morder, ese contraste entre dolor y placer estaba haciendo que casi me corriera. Me tumbo sobre el frió suelo separando mis dos piernas, aspiro mi aroma y después de soltar una sonrisa de satisfacción empezó a comerme el coño.

Nunca me lo habían hecho, esta mujer era toda una maestra, me tenía en una constante sensación de placer. No pude aguantar mucho más y terminé corriéndome dejando su rostro perdido.

Muerta de vergüenza me disculpé, ella empezó a reírse y me beso con una intensidad que me quito hasta el aire de los pulmones. Llego mi turno, ahora fue ella la que se tumbó sobre ese frió suelo y abrió sus piernas dejando camino libre hacia su coñito.

Me fui acercando despacio, el olor que desprendía su sexo era como un afrodisíaco. Cuando mi lengua hizo contacto con su sexo, su sabor no me desagrado en absoluto y me solté dejándome llevar por mi instinto y sus indicaciones.

Los jadeos de Astrid me espolearon y me dieron más confianza, empecé a notar un calor en mi interior, de repente gritamos las dos, nos habíamos corrido a la vez. Lo más extraño es que yo me corrí sin ni siquiera tocarme.

Cuando se recuperó Astrid se acercó a mí y me beso, entonces me dijo.

• Se te han puesto ojos de loba.

• En serio, que vergüenza.

• No sientas vergüenza, a mí me ha gustado que haya pasado.

• ¿Por qué?

• Porque eso me indica que sientes lo mismo que yo.

Nos empezamos a vestir, antes de salir nos volvimos a besar y quedamos para el día siguiente. Cuando llegue a la casa de mi clan, mis padres me estaban esperando para preguntarme donde me metía todas las tardes. Empezaron a olisquearme y fue cuando mi madre me soltó un tortazo y me dijo.

• ¿Hueles a vampiro hembra, que has estado haciendo?

• ¡No os incumbe!

• Nos incumbe cuando confraternizas con el enemigo y no lo matas.

• ¡Ella no es mi enemiga!

• Eso lo veremos.

Me encerraron en una mazmorra, lo único que lamentaba es que no podría avisar a Astrid. Pase toda la noche sin dormir, Astrid era fuerte, pero ¿podría con más de un licántropo experimentado?

Al día siguiente, licántropos de la manada siguieron el rastro hasta donde quedaba con Astrid, me ataron entre dos árboles y esperaron a que Astrid se acercara para empezar a darme latigazos.

Astrid detectó a los licántropos y se puso en guardia, al escuchar mis gritos se acercó corriendo a una gran velocidad. Era tan rápida que el licántropo que me estaba golpeando con el látigo, no detecto su presencia hasta que Astrid le tenía agarrado del cuello, levantándolo del suelo.

• ¿Qué creéis que estáis haciendo?, ¡sois unos salvajes!

• ¿Tú eres la hija de Draven verdad?

• Así es, ¿quién lo pregunta?

• La madre de Carla, ¿qué es mi hija para ti?

• Mi única y mejor amiga.

• ¡Un licántropo y un vampiro no pueden ser amigos, somos enemigos naturales!

• ¡Habla por ti, vuestra entupida guerra no tiene nada que ver conmigo ni con Carla!

• Bien, veo que no mientes y que mi hija te importa, que hayas dado la cara lo demuestra, suelta a ese hombre y desaparece.

• ¿Y si no lo hago?

• ¡Te mataremos!

• ¡Lo intentaréis, querrás decir!

• Tenéis que dejar de veros, o nos veremos obligados a decírselo a Draven, seguro que no es tan comprensivo como nosotros.

Pedí a Astrid que se fuera, antes de hacerlo se acercó a mí, me acaricio el rostro y metió un papel en mi bolsillo con disimulo, miro a mis padres y decidió marcharse. Los hombres de mis padres les recriminaron porque no mataron a la vampira.

Mis padres dijeron que Astrid era una guerrera realmente temible, si hubieran atacado tal vez la abrían matado, pero el coste no merecía la pena. Me descolgaron y empezaron a curarme las heridas, me habían puesto un collar de plata para mermar mi fuerza y ralentizar mi curación.

Cuando llegamos a la casa me fui directa a mi habitación, no tenía ganas de ver a nadie. Metí la mano al bolsillo y allí lo vi, el papel que me había dejado Astrid. Ponía mañana en los túneles del castillo.

Mis padres me pusieron escolta, nada que no podría despistar. Un riachuelo pasaba al lado del camino que llevaba al castillo. Me metí en el para que no pudieran rastrear mi olor.

Cuando llegue al castillo Astrid me estaba esperando, tenía un semblante serio, pero cuando me vio, lo cambio por una sonrisa que iluminaría el día más oscuro. Nos metimos en los túneles, me llevo a una especie de sala muy grande y me dijo.

• Aquí es donde entrenaremos de aquí en adelante.

• ¿Solo aremos eso Astrid?

• No, pero lo primero es lo primero.

• ¿Qué quieres decir?

• Veo que no conoces los castigos por alta traición.

• No, ¿cuáles son?

• Si me condenaran a mí, me desecarían para toda la eternidad y eso es mucho tiempo.

• ¿Y qué me pasaría a mí?

• Tu clan castiga la alta traición con la decapitación, por eso tienes que conseguir ser tan buena o mejor que yo.

• ¡Ellos no me harían eso!

• Eres muy joven Carla, no tienes ni cien años, esta guerra se lleva librando desde hace milenios. Porque crees que me crearon a mí y te tuvieron a ti.

• ¿Somos armas?

• ¡Exacto!

Me negaba a creer que mis padres serian capaces de hacerme daño, ese comentario de Astrid me enfado muchísimo, me di media vuelta y me marche de allí corriendo. Astrid no me detuvo, pude ver tristeza en su rostro.

Pasó el tiempo, no volví a ir más a ese castillo, más adelante descubriría que Astrid no dejo de ir ningún día cada día echaba de menos a Astrid de una forma que dolía, un día no pude aguantar más y decidí ir al castillo. Tenía la esperanza de que el amor de mi vida estuviera allí.

Cometí un grave error, fui descuidada y me confié. Pensé que mis padres volvían a fiarse de mí, salí de forma despreocupada y no detecte a los dos lobos que mandaron para vigilarme. Cuando llegue al castillo allí estaba Astrid, su rostro parecía triste y sombrío. Cuando levanto la cabeza y me vio, ese rostro se convirtió en alegría y se llenó de luz.

Lo primero que hizo fue acercarse a la velocidad vampírica y besarme, nos sentamos en una de las rocas para hablar, en nuestra felicidad no nos dimos cuenta de que mi despreocupado actuar nos condenó. Los dos lobos fueron a avisar a mis padres y estos avisaron a Draven.

De repente las dos nos dimos cuenta de que se acercaban personas y eran muchas, reconocí el olor de los míos, pero al ver el rostro de Astrid me di cuenta de que también venían los suyos. Astrid me beso y decidió utilizar el control mental conmigo.

• ¿Qué haces Astrid?

• Salvarnos la vida a las dos.

De repente lo noté, una presión que me quitaba hasta el aire de mis pulmones, eran el padre de Astrid y mis padres. No me imaginaba que eran tan poderosos, ahora entendía la obsesión de Astrid porque entrenara. Yo estaba temblando, pero Astrid se mantenía serena y tranquila.

• Carla he dejado algo para ti donde ya sabes, cuando puedas cogerlo.

• ¿Papa que haces aquí?

• Me ha llegado una información inquietante, ¿un vampiro y un licántropo intimando?

• No es culpa suya, utilice el control mental con ella. Me encapriché ya me conoces.

De repente el padre de Astrid se acercó a mí, solo con su presencia me tenía aterrada, me cogió el rostro con sumo cuidado y me miro a los ojos.

• Astrid tiene razón, vuestra hija es inocente, ha usado el control mental con ella.

Mis padres respiraron tranquilos, Astrid con ese movimiento había salvado mi vida. Pero también había condenado la suya, me miro sonriente y me dijo que no me preocupara.

• Padre, podría hablar con Carla a solas, me gustaría disculparme con ella.

• Muy bien, pero sé breve.

• Me gustaría que esta charla fuera privada.

• Tienes nuestra palabra, ¿no es así?

Mis padres asintieron, entonces Astrid me cogió del brazo y me llevo a un costado.

• Estas a salvo Carla.

• ¿Qué te va a pasar a ti Astrid?

• Ya te dije que me desecaran para toda la eternidad.

• ¡Y me lo dices así de tranquila!

• Nadie está desecado por toda la eternidad, alguien puede despertarte por error o pueden despertarte por necesidad.

• ¡Pero te perderé igualmente!

• Somos inmortales, Carla el tiempo no significa nada para nosotras, sigue entrenando, cuando nos volvamos a encontrar quiero que seas muy fuerte.

Me abrace a ella llorando, los vampiros hicieron un juicio que fue más un paripé que otra cosa. La sentencia de Astrid estaba más que decidida. Sentí mucha rabia y frustración, un conflicto entupido me iba a alejar de la persona que más quería.

Si pensáis que yo me libre os equivocáis, fui condenada a ser encadenada en frente del ataúd donde Astrid sería desecada, yo no sabía que era eso, pero pronto lo iba a comprobar. Fui viendo como poco a poco la mujer que amaba se iba degradando, su hambre día a día era más grande y los gritos se escuchaban en toda la mansión.

Tener que mirar arrodillada y encadenada en frente de donde la mujer que amas está sufriendo y no puedes hacer nada, es un dolor que no se puede explicar con palabras.

Cuando bajaban a darme de comer, escupían en el ataúd de Astrid, eso me enfurecía.

Esos malditos vampiros se reían, mis cadenas estaban recubiertas de plata y no podía soltarme, Astrid parecía enfebrecida y deliraba, según me contó uno de los vampiros para ella era como si se le desgarrara la garganta. Ese dolor iría en aumento hasta que empezara a desecarse.

Tardo más de un mes en empezar a desecarse y otos dos en momificarse, yo estuve allí viendo sufrir a Astrid día tras día, una agonía que nos estaba matando a las dos. El día que termino de desecarse fue el padre de Astrid quien me soltó, miro al ataúd de su hija y fue el único que mostró respeto.

Eso a mí me dio igual los odiaba a todos, Astrid me hizo prometerle que no haría nada y dejaría que los acontecimientos ocurrieran por si solos. También me hizo prometerle que cuando nos viéramos sería más fuerte que ella. Salí de esa mansión, tenía las muñecas y los tobillos en carne viva.

Ese dolor no era nada para el que había padecido Astrid, me encamine al castillo a recoger su regalo. Era una espada de una aleación extraña bañada en plata y una ranura para poder depositar mi veneno de licántropo, el más fuerte de toda mi manada.

Honraría mi promesa y me volvería muy fuerte, para que estuviera orgullosa de mí cuando volviéramos a encontrarnos.

Continuará.